REMORDIMIENTO
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REMORDIMIENTO, Película de Ernst Lubitsch (1932)
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‘REMORDIMIENTO’, CONTRA LA ESTUPIDEZ DE LA GUERRA
El pasado 21 de noviembre (de 2008) se puso a la venta ‘Remordimiento’, el único drama sonoro rodado por ese genio llamado Ernst Lubitsch. Evidentemente, todo buen aficionado al séptimo arte salió disparado al centro comercial más cercano y se hizo con ella. La película cuenta cómo un soldado se arrepiente de haber matado y decide buscar el perdón en el seno de la familia del hombre que asesinó. En este sentido, es antológico el diálogo que mantienen el que fuera soldado y un sacerdote sobre la muerte, la culpa y el deber. ‘Remordimiento’ es pura emoción, un drama que te mantiene todo el tiempo con un nudo en el estómago y que contiene uno de los mejores discursos antibelicistas que he visto nunca en una película; de una sencilla brillantez que te deja sin habla.
La historia de ‘Remordimiento’ (‘Broken Lullaby’ o ‘The Man I Killed’, 1932) se centra en Paul Renard, un joven soldado francés que vive atormentado por el recuerdo de haber matado, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, a un soldado alemán, Walter Holderlin. Desesperado, acude a Alemania para ver a la familia del soldado muerto y pedirles perdón, pero su voluntad se lo impide cuando conoce a los padres y la prometida del fallecido.
‘Remordimiento’ nos habla, ante todo, de la estupidez de la guerra. De matarse unos a otros, de animar al ejército, de celebrar victorias a costa del asesinato de miles de personas. En definitiva, de la estupidez del ser humano, que a veces parece totalmente ciego. Pero Lubitsch, que por algo era un fuera de serie, no se contenta sólo con el mensaje, como hace la gran mayoría (que para colmo suelen ser defendidos con pobres argumentos sólo porque incluye algo de crítica, sea cual sea), sino que ofrece una película, una historia. Su discurso es su película. Así, rodea el mensaje central con una historia sobre un soldado y una familia, sobre la culpa, la pérdida y el deseo de volver a recuperar la felicidad.
No deja de resultar sorprendente que hoy día nos encontremos con tantas películas de más de dos horas de duración y que, sin embargo, haya numerosos ejemplos de obras maestras del cine que apenas llegan a la hora y media. ‘Remordimiento’ no dura ni eso. Unos 70 minutos es lo que necesita Lubitsch para contar su película, con una historia y un desarrollo tan complejo como cualquier otra, pero en la sutileza y en la sencillez, así como en la puesta en escena (aprovechando al máximo todos los elementos), está el genio. Es difícil destacar sólo algunas partes de una maravilla como la que nos ocupa. Como he dicho, hay un magnífico diálogo en una iglesia, sobre el asesinato, y otro, en un bar, sobre la guerra, sencillamente aplastante, pero son sólo dos momentos de una película repleta de momentos memorables y de situaciones de una fuerza y un dramatismo impresionante. Desde el cara a cara del francés con el padre del alemán a la lectura de la última carta por parte de la prometida o el desenlace musical, de una belleza que eriza la piel.
Pero no sólo hay que aplaudir el guión, adaptación de una obra de teatro de Maurice Rostand, o la maestría de Lubtisch con la cámara, también el trabajo del reparto merece ser muy destacado. Especialmente, cómo no, brilla el actorazo Lionel Barrymore, que se come la pantalla cada vez que aparece; a él le toca el discurso mencionado y varias de las escenas más emotivas de la película. Por otra parte, tenemos a Phillips Holmes, que encarna al desesperado joven francés, con una mirada de tristeza que no necesita ni diálogos, y a Nancy Carroll, que interpreta a la prometida del soldado alemán muerto y que tiene su gran momento al leer la última carta que le escribió, firmada a dos manos.
‘Remordimiento’ es emoción, es una bofetada, es quedarte mudo ante el drama de unos personajes conmocionados por la muerte de un ser humano. Sencillamente, Lubitsch nos dejó una de las mejores películas antibelicistas de la Historia. Un clásico imprescindible que debería proyectarse en todas las escuelas, bares y parlamentos del planeta.
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FALSOS RECUERDOS. REMORDIMIENTO
(The Broken Lullaby, Ernst Lubitsch, 1932)
(Publicado originalmente en el Nº 309 de la revista Versión Original, dedicado a la memoria)
Dentro de 90 años, los que nos separan ya de Remordimiento (The Broken Lullaby, Ernst Lubitsch, 1932) la experiencia cinematográfica habrá desaparecido. Quedará el archivo de las películas, pero la gente no se entretendrá mirando pantallas bidimensionales exteriores a su cuerpo, sino que puede que gaste algún minuto en experimentar bagatelas sensoriales inducidas directamente en sus cerebros que provengan, por curiosidad histórica, de fragmentos o remiendos de antiguas películas hechas para la gran pantalla. El cine estará muerto, pues, como la linterna mágica o la opereta, y yo propongo que entonces, para explicar en las escuelas lo que fue ese arte extinto, se ponga la primera escena de esta pequeña maravilla confusa del maestro berlinés. El cine son esos dos o tres minutos en los que se muestra la alegría por la firma del armisticio tras la Primera Guerra Mundial, en 1919, en contraste con las heridas que la guerra había dejado y que no se curan con desfiles ni salvas festivas. No describiré esos minutos, para que el lector que no los conozca o los haya olvidado se anime a visitarlos. Hace muy poco, por cierto, François Ozon volvió sobre esta historia de Maurice Rostand para rodar Fritz (2016), estupendamente reseñada por Manuel R. Avís hace un par de meses en esta misma publicación, en el nº 307 dedicado a los cementerios.
Estamos ante la única obra dramática del Lubitsch americano. De hecho no hay ni un atisbo de comedia en ella. A pesar de que en dos o tres momentos se intenta despertar una sonrisa en el espectador (por ejemplo un intercambio de recetas de pastel de canela en pleno duelo por los hijos muertos, o una señora cotilla que coloca un cojín en la ventana para estar más cómoda en su tarea de vigilar a la pareja protagonista) ni siquiera el maestro absoluto de la alta comedia es capaz de conseguir mínimos anticlímax cómicos para una historia tan severamente dramática: terminada la Gran Guerra, un soldado francés vive desgarrado por un recuerdo que lleva dentro. Mató en las trincheras, cuerpo a cuerpo, a un joven alemán músico gentil y sensato, como él mismo. Una vez firmada la paz este hombre, deshecho por el dolor y la culpabilidad, se va al pueblo germano en el que pasó su corta vida el otro soldado muerto. No sabemos cuáles son sus planes, pero al llegar allí y conocer a su familia (padre, madre y prometida) no es capaz de confesar la verdad, que él fue el artífice del desgarro que les asola. Aprovechando la lectura de algunas cartas y notas que encontró en la guerrera de Walter, el soldado al que mató, se hace pasar por un amigo suyo de los tiempos de París, donde él había ido a estudiar música. La fantasía de esas anécdotas que nunca sucedieron y la alegría porque el recuerdo de Walter permanezca en este misterioso joven francés devuelve algo de esperanza a esta familia rota y convierte a Paul, el amigo/asesino de Walter, en sustituto de él y consuelo de sus seres queridos.
Remordimiento es una película difícil de contextualizar en la filmografía y el estilo de su genial autor. En 1932 Lubitsch era un director muy reconocido en EEUU y la mención de su famoso toque ya era un tópico crítico y publicitario. Nadie esperaba de él dramas ni alegatos antibelicistas. De hecho, concibió esta película justo después de prácticamente inventar el género musical con El teniente seductor (The Smiling Lieutenant, 1931) y justo antes de estrenar Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932), en mi opinión su mejor comedia sexual de esta etapa absolutamente genial que es el cine precode. Tenemos pues a un director especializado en comedias y musicales que trabaja además para la glamurosa Paramount, especializada en películas de evasión y ambientes lujosos, tenemos una historia triste sobre una guerra europea y entonces ya vista como algo lejano y que despierta poco interés en la audiencia norteamericana. ¿Por qué hizo Lubitsch esta película, que no fue un encargo ni un compromiso contractual? Él y solo él decidió llevarla a cabo. Quizá su tono melancólico y tristísimo casase con su estado de ánimo en aquel tiempo -finales de 1931- debido a la separación de su primera mujer, Leni, que se la pegaba con uno de sus guionistas y amigos. Quizá le atrajo la atmósfera europea del filme, la oportunidad de volver a la Alemania -si bien de cartón piedra, decorado puro- de cervezas y letras góticas que conoció de joven. O a lo mejor le animó un resto de mala conciencia por no haber estado él mismo en las trincheras cuando le tocaba ya que por ser su padre ruso no le permitieron alistarse… El caso es que se decidió a hacerla.
Esta película tiene un gran defecto y cientos de virtudes. Su gran defecto es un actor protagonista (Phillips Holmes) mediocre y pasado de rosca. Sus virtudes son muchas: en lo que respecta a la puesta en escena, es una sucesión de buenas ocurrencias cosidas con un hilo invisible de sencillez y concisión. Es una película breve, intensa y llena de ideas, de buenas ideas en el sentido cinematográfico y en el moral. Sin que quizá Lubitsch, ni el público de su época ni siquiera los mejores analistas críticos puedan verlo, se unen en este filme ingredientes que hacen que aun siendo imperfecto e irrelevante desde el punto de vista histórico -no lo encontrarán en listas de mejores ni apenas mencionado en los manuales habituales- podamos disfrutarlo hoy como un ejemplo perfecto, que se comprime en su excepcional comienzo al que antes aludía, de lo que es el arte del Cine. En esta película no existe el relleno argumental o fílmico de ninguna clase, ni se ve constreñida por tener que hacer brillar a estrellas protagonistas o por obedecer a tópicos genéricos. Es, eso sí, una película de tesis, un alegato antibelicista, pero eso no afecta a su concepción más allá de que Lubitsch se exige a sí mismo narrar con toda la significación posible, tanto en el plano visual como en el dialógico. Quizá la escena que resume mejor la diamantina composición de Remordimiento sea la que sucede en un bar en el que se reúnen hombres mayores, padres de hijos muertos en la guerra como el Dr. Holderlin, padre de Walter, (qué presencia la de Lionel Barrymore) que se ve obligado, ante el vacío que le hacen por acoger a un joven francés en casa, a hacer un alegato en contra de las guerras que disponen los viejos y destruyen a los jóvenes.
En la biografía canónica sobre Lubitsch, Risas en el paraíso, de Scott Eymann (Plot ediciones, 1999) uno se queda de piedra al llegar a esta cinta: “Remordimiento es un drama de bolsillo, y además esquemático y mal integrado. Las actuaciones, pesadas e histriónicas, no convienen a la historia, que necesita interpretaciones discretas. Fue la única ocasión en su carrera americana en la que Lubitsch intentó transmitir un Mensaje, lo que resulta letal para la película. En el teatro yiddish había un momento en todas las obras conocido como el “discurso del mantel”, llamado así porque lo cubría todo; en Remordimiento hay varios de esta clase […] hasta Nancy Carroll tiene el suyo, lo que no es muy buena idea dado que se mueve y actúa como un camionero.” Y finalmente, sentencia Eymann, “Lubitsch firma una de sus peores películas”. A pesar de que la crítica de su época no hizo sangre con ella, quizá porque al fin y al cabo su mensaje era necesario e irreprochable, el público le dio la espalda y en los recuerdos de su director quedó como un discreto tropezón del que mejor no hablar. A Eymann no le falta razón en lo que dice, pero Remordimiento, vista hoy, no puede ser juzgada como una mala película, es imposible. Una prueba de ello es que en Filmaffinity, conocida web en la que los aficionados al cine puntuamos y criticamos películas, su nota (8) solo es superada en la filmografía de Lubitsch por Ser o no Ser (To Be or Not to Be, 1942), con un 8,5 y coincide con la de Ninotchka (1939) y El bazar de las sorpresas (The Shop around the Corner, 1940) Los padres y la prometida de Walter, como decíamos antes, aprenden a querer a este joven francés -de entrada, un enemigo- porque deciden adentrarse en la fantasía que él les cuenta para no herirles con la verdad. Piensan que conoció a su hijo en el París despreocupado de la Belle Époque y que por eso mismo se puede confiar en él, porque mantiene dentro de sí recuerdos e imágenes del muerto que lo hacen pervivir. Quizá hoy este filme nos parece una maravilla a pesar de sus leves defectos porque lo mismo que hace Paul con la familia de Walter lo hace Lubitsch con nosotros: nos cuenta un sucedido imposible que refleja lo mejor de la condición humana -la confianza en el otro, la posibilidad de redimirse- en un contexto histórico e irreal al tiempo. La escena final, inolvidable y profunda, consiste en que Paul toca el violín para su nueva familia. Lo que toca, que es un poco el leitmotiv de la banda sonora -especialmente hermosa, por cierto- es Traümerie (ensoñación), una pequeña pieza para piano de Robert Schumann. Es una música sencilla, que evoca el ensueño en el que nos quedamos de niños contemplando maravillas que luego, de mayores, pasamos por alto. Remordimiento recorre el camino inverso de esas ensoñaciones; en su momento se la podía pasar por alto por muchos y razonables motivos pero hoy, y mañana, debemos quedarnos embobados y quererla como es: un falso recuerdo de lo que la humanidad y el arte pueden llegar a ser.
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REMORDIMIENTO (THE BROKEN LULLABY, 1932) DE ERNST LUBITSCH
Entre medias de sus comedias musicales (alguna de ellas con la mítica pareja de Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald) y una de sus primeras comedias románticas y sofisticadas (Un ladrón en la alcoba)… se encuentra una película antibélica, una perla extraña en su filmografía, Remordimiento. Un intento en periodo de entreguerras, con una Europa tan crispada que iría de cabeza a la Segunda Guerra Mundial, de hablar sobre las heridas de la guerra, la unión entre los pueblos y la posibilidad de perdón. Es interesante analizar cómo el año en que la rodó (realizó cinco películas), 1932, fue un año de transición en su filmografía. Remordimiento ha tenido su libre remake en 2016 con la película Frantz de François Ozon. Con su toque y su excepcional empleo del lenguaje cinematográfico crea un relato cinematográfico emocionante con un final hermosísimo… y en solo setenta y siete minutos. A su vez Lubitsch estaba adaptando una obra de teatro del autor francés Maurice Rostand, L’homme que j’ai tué.
En su primera secuencia ya cuenta el horror de la guerra, las heridas e incluso también emplea un humor sarcástico mostrando galones, barbas y espadas impolutas en una ceremonia religiosa. Sin embargo, hay un plano demoledor al principio… el desfile de la victoria en París a través de la pierna amputada de un soldado… Y cuando esa iglesia, con una celebración de la victoria, se queda vacía… solo se ve entre los bancos unas manos de súplica y después el rostro de un joven atormentado, el francés Paul Renard (Phillips Holmes, un joven actor que, ironías de la vida, moriría en la Segunda Guerra Mundial), que necesita una confesión pues busca el perdón. Y decidirá entonces ir a Alemania…
En la película de Ozon el punto de vista es diferente (recordemos que vemos la historia a través de la mirada de la joven alemana y por ello hay un halo de misterio alrededor de la figura del francés y de los motivos por los que está en su pequeña localidad), y, sin embargo, en la de Lubitsch sabemos todo sobre Paul Renard pero consigue no solo emocionar de forma contenida y enternecer sino que construye una última escena redonda y muy hermosa. Uno de esos finales difíciles de olvidar.
Y esa escena final se encuentra también en la de Ozon pero a mitad de película… y a ese violín no se le une un piano (como en Remordimiento), sino que la interrumpe un desmayo del joven francés y dará pie a la segunda parte de la película, que en la de Lubitsch no existe. Ozon sabe lo que ocurrió en la Historia (que después de la primera guerra vino la segunda) y por eso es consciente de que ese maravilloso final de Lubitsch es imposible y entonces construye una segunda parte cargada de melancolía, pues no es posible la felicidad de los personajes. Lubitsch (que nació en Berlín), sin embargo, estaba haciendo un llamamiento ante la situación negra que se avecinaba en Europa y estaba tratando de construir otro mensaje, un mensaje pacifista. De perdón y encuentro.
En Remordimiento el gran personaje, el que sufre una transformación total, es el doctor Holderlin (Lionel Barrymore). Ante su relación con Paul Renard es consciente de la injusticia de la guerra, de cómo no tiene sentido seguir con las hostilidades, con el odio, de cómo fueron ellos, los mayores, los que enviaron a los jóvenes a la guerra, los responsables… y cómo es tiempo de encuentro y paz. Y así se lo dice a otros padres que han perdido a sus hijos en una taberna donde no es muy bien recibido por su amistad con Renard (Ozon no prescinde de este momento, le sirve para dar continuidad a unas relaciones imposibles, pero en Lubitsch es clave para la transformación del doctor). O también es impresionante la ilusión en los ojos de su esposa (Louise Carter), que antes ha tenido una escena demoledora con otra madre ante la tumba de su hijo ausente. Y la joven alemana (Nancy Carroll), que perdió a su prometido, hijo de los Holderlin, y que vive entregada a sus suegros… ve una posibilidad de seguir siendo feliz, como le escribía su novio en la última carta que pudo enviar, con este francés amigo (una carta llena de significado y que nos ha sido mostrado cuándo su prometido estampó su firma y cómo). Y no tiene temor a las barreras, ni a los cotilleos en su pequeña ciudad, ni al rechazo… por seguir ilusionándose.
Remordimiento es un continuo alarde de Lubitsch de cómo contar con lenguaje cinematográfico, a través de la imagen una historia, y su toque también funciona en el drama. Hay un momento magnífico (hay tantos…) en el cual Paul Renard acude por primera vez a la consulta del doctor. Y el doctor tiene en paralelo el rostro de su hijo en una fotografía enmarcada encima de su mesa y el rostro atormentado del joven francés frente a él…
Pero Lubitsch regala en su escena final un concierto completo sin nota disonante donde a un violín solitario le acompañan las notas de un piano. Y vemos la sonrisa de Renard.