Lenny Bruce
Tabla de contenidos
- 1 «LENNY», PELÍCULA DE BOB FOSSE (1974)
- 2 Por el derecho a ofender: Lenny Bruce
- 3 Lenny Bruce. El dardo en la lengua
- 3.1 Actuación de Lenny Bruce hablando sobre la obscenidad
- 3.2 Canción compuesta por Bob Dylan sobre Lenny Bruce: “Lenny Bruce is dead but his ghost lived on and on”
- 3.3 El último monólogo que Lenny Bruce actuó/vivió antes de morir
- 3.4 Lenny Bruce: «Blah Blah Blah»
- 3.5 Lenny Bruce – The difference between men & women
“De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca”.
LUDWIG WITTGENSTEIN, Tractatus logico-philosophicus.
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“No hablemos mal de nuestra época, no es peor que las pasadas. (Silencio.) Pero tampoco hablemos bien. (Silencio.) No hablemos. (Silencio.) Es verdad que la población ha aumentado”.
SAMUEL BECKETT, Esperando a Godot.
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“La experiencia enseña sobradamente que los hombres no tienen sobre ninguna cosa menos poder que sobre su lengua… Así pues, quienes creen que hablan, o callan, o hacen cualquier cosa, por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos”.
SPINOZA, Ética.
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«LENNY», PELÍCULA DE BOB FOSSE (1974)
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Lenny (Bob Fosse, 1974)
Lenny es el único film no musical de Bob Fosse, si bien trata del mundo del espectáculo. Con mucha fuerza visual, un montaje psicotrópico del que luego hablaré y un naturalismo muy de los 70 nos cuenta el éxito y los pesares del cómico Lenny Bruce, cuya interesante figura ahora no voy a glosar. Tampoco quiero hablar de la gran actualidad del discurso de este corrosivo humorista en contra de la hipocresía y la moralina aceptada socialmente en su época y en todas, ni de los problemas legales que padeció y que han quedado como emblema vergonzoso de la persecución que las instituciones llevan a cabo sobre quienes desean hacer uso inteligente -o no- de su libertad de expresión. Todo esto que digo es realmente lo interesante de la película y de la historia que cuenta, pero otros ya lo habrán explicado mejor que yo, y la película lo deja todo clarísimo, así que prefiero entretenerme en el análisis de su puesta en escena.
Hay cuatro “universos” en la película, cada uno de ellos tratado de forma distinta.
1. Están Lenny Bruce y Honey, su mujer, en primerísimos planos exuberantes, vitriólicos y a la vez sinceros y fiables. Es un universo al tiempo hiperrealista y deforme, porque es algo que sucede de verdad, está vivo y tiene fuerza. Es donde se urde la trama y vemos el desarrollo de unos acontecimientos que, pese a corresponderse con la realidad histórica, discurren sobre los raíles habituales del destino trágico que suele reservarse la ficción.
2. Está el público, rodado como se hace en los programas de TV, procurando captar sus reacciones espontáneas. Desconozco si se hizo la película con figurantes aleccionados o público desprevenido. Seguramente haya mezcla de ambos, sus reacciones son naturales, muy realistas, y sin embargo contrastan con ese otro realismo dramático que manifiesta Lenny o las stripers que actúan para ellos. Es otro mundo; el del que está de paso, el del que no está poniendo su vida en lo que hace porque solo desconecta o gasta unas horas nocturnas antes de volver a la rutina gris que quienes están sobre el escenario desconocen. El contraste entre este universo deslavazado, cambiante y arbitrario del público y sus reacciones con la intensidad monolítica de quien está dándolo todo para ellos cinematográficamente se representa con un montaje caótico, a saltos, que a veces nos hace perdernos, en especial en las primeras actuaciones de la peli. No es fácil seguir el raccord en ocasiones, y las distancias y saltos entre los planos generales del recinto o el público completo a primerísimos planos, nos producen un mareo y una saturación que -quizá aquí falta sutileza por parte de Bob Fosse, aunque haya habilidad de gran director- nos “coloca” en el espacio intermedio, muy complejo e indefinible, que ocupamos entre espectáculo y espectadores. Nosotros estamos en esa atmósfera indefinida, ese “ambiente” de la sala que une y vincula al humorista y su público, tan compleja que hay que ser un auténtico maestro, como al parecer era Lenny Bruce, para saber manejar, y no siempre.
3. Hay un tercer universo o territorio cinematográfico, que es el presente temporal en el que se está preparando algún tipo de investigación que requiere del testimonio de Honey, la madre de Lenny y su representante. Es un espacio en el que solamente Honey sigue hablando en primerísimos planos -como el que da comienzo al film- porque sigue aún colgada de su pasado, si bien aparenta haberse “reformado” algo. Ella aún está en la órbita de lo que fue Lenny, y sigue tan perdida e insegura como, de alguna forma, “sabia”. Este territorio del falso documental está narrado con las técnicas de este género, y está lleno de cintas, micrófonos, y fríos testimonios que no hacen justicia al potentísimo “universo 1”.
4. Por último, está el ámbito de lo banal, del mundo de cada día. Un mundo en planos generales>americanos>medios con sus contraplanos correspondientes y su luz homogénea de todas las oficinas. Es la realidad de los juzgados, de la cárcel, incluso es la realidad en la que actúa el Lenny fracasado y con barba, que ya no hace reír a nadie, contando lo que de verdad le interesa, sus propios juicios y sentencias.
Toda la película me da la sensación de ser una mezcla perfectamente desordenada (el montaje en términos de temporalidad es magistral) entre estos cuatro universos, cada uno con sus cuatro puestas en escenas distintas, que se van sucediendo y mezclando para emulsionar finalmente en una historia completa, original y perfectamente comprensible a pesar de su complejidad narrativa y de que está sujeta a la esclavitud que supone siempre la realidad y ser un biopic, posiblemente, para mi entender, el género en el que más complicado es hacer una gran película, y Lenny me lo parece, aunque quizá no una obra maestra.
Hay una secuencia que se sale de los 4 universos que se me han ocurrido en este análisis de andar por casa, y es el monólogo que interpreta totalmente colgado, en gabardina. En contraste con todo lo que hemos estado viendo, está hecho en un largo plano secuencia desde lejos, desde la posición de un público de última fila. Esos somos nosotros y ahí estamos, teniendo que reflexionar sobre lo que balbucea este hombre hoy sin gracia por el chute, castigado por la injusticia y el descontrol que parecen gobernar su vida, y que le llevarán pronto a abandonarla.
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Por el derecho a ofender: Lenny Bruce
Ceremonia de apertura en Cannes 2016. La cinta inaugural, fuera de concurso, es Café Society (2016), la entrega anual de Woody Allen, y el maestro de ceremonias Laurent Laffite recibe al octogenario cineasta neoyorkino con un chiste: “Has estado filmando muchas de tus películas en Europa, y eso que en Estados Unidos no te han condenado por violación”.
El chiste fue lanzado, en doble banda, hacia Roman Polanski –culpable de violación de una adolescente de 13 años y prófugo de la justicia estadounidense desde 1978, quien siguió su exitosa carrera fílmica en Europa– y, por supuesto, hacia el propio Allen que, aunque nunca ha sido acusado formalmente de ningún delito sexual, es considerado culpable de haber abusado de su propia hija por una parte de la opinión pública.
Según todas las crónicas, el chiste dejó helado al público presente esa noche en Cannes, a tal grado que al día siguiente el propio Laffite se disculpó, afirmando que no había querido importunar a nadie. Por su parte, Blake Lively, una de las actrices de Café Society, se declaró horrorizada, pues “ningún chiste sobre violaciones, homofobia o Hitler puede ser un buen chiste”.
Curiosamente, el que entró en defensa de Laffite fue el propio Allen, quien en la conferencia de prensa posterior afirmó el derecho de todo comediante de hacer los chistes que desee. Por supuesto, para un cineasta que alguna vez escribió y dirigió el más hilarante episodio fílmico que se haya hecho sobre zoofilia –en Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo… pero temía preguntar (1972)–, no había otra respuesta posible. ¿El humor ofende? Es problema del ofendido. “Y yo no me ofendo fácilmente”, dijo Allen.
Pero, ¿sigue siendo válida esta libertad para ofender en estos tiempos en los que se exige, desde algunas posturas pretendidamente progresistas, una posición moral ante los artistas y el arte mismo? Ya Fernanda Solórzano escribió lúcidamente en estas mismas páginas acerca del crítico británico Mark Cousins, quien no solo manifestó su rechazo al cine de Allen o Polanski por provenir de individuos perversos, sino que, además, juzgó la obra mayor El hilo fantasma (Anderson, 2017) desde una estrecha perspectiva puritana, lo que lo hizo afirmar que el protagonista del filme, interpretado por Daniel Day-Lewis, es un bully que atormenta al personaje de Lesley Manville.
El virus del puritanismo adquirido, en palabras de Solórzano, se ha ido diseminando de manera consistente: April Wolfe, en The Village Voice, reprocha que en el sólido neo-noirSmall Town Crime (Hermanos Nelms, 2017) las víctimas sean mujeres jóvenes, repitiendo el “mismo problema” del género criminal, que victimiza a la mujer; Nicholas Barber, en The Economist, se lamenta que la familia sobreviviente del espléndido filme de horror Un lugar en silencio (Krasinski, 2018) tenga que usar sus armas para defenderse de unos insectos alienígenas ciegos, lo que convierte a esta cinta, aparentemente, en propaganda de la Asociación Nacional del Rifle. Y a esto habría que agregar las peticiones de organizaciones civiles, gubernamentales o hasta internacionales que han solicitado, en varios países, clasificar para adultos las cintas en donde los personajes fumen o, de plano, prohibir en las películas que los actores consuman tabaco.
Todo esto me vino a la cabeza después de una reciente revisión de Lenny (EU, 1974), el más pertinente que nunca tercer largometraje de Bob Fosse, una vibrante y a la vez oscura biopic del cómico judío-neoyorkino Lenny Bruce (1925-1966), protagonizada por Dustin Hoffman.
Bruce inició su carrera como stand-up comedian a fines de los años 40, aunque no de la manera más propicia. Condenado a fungir de presentador en espectáculos de burlesque en los que lo mismo hacía imitaciones de Jimmy Durante que contaba añejos chistes de suegras, Bruce desarrolló su propio estilo de comedia –improvisada, ofensiva, provocadora– a lo largo de la década de los 50, primero al lado de su esposa, la vedette Honey Harlowe (interpretada en la cinta por Valerie Perrine) y luego en solitario, hasta que empezó a grabar sus propios discos, que consolidaron su fama en la naciente contracultura americana de los años 60.
Fosse –contemporáneo casi exacto de Bruce y que había iniciado su carrera como bailarín en clubes muy similares a los que trabajó el comediante– dirige Lenny con la segura mano del inventivo coreógrafo que siempre fue. Ya como cineasta, en Dulce caridad (1969) y, especialmente, en Cabaret (1972), Fosse montó algunos de sus mejores números musicales (“Hey, Big Spender”, “Mein Herr”, “Money”) privilegiando los encuadres cercanos al cuerpo y colocando la cámara en múltiples posiciones que luego alternaba a través de un rápido montaje analítico, dominado por cortes bruscos, casi violentos. A falta de Fred Astaire, Gene Kelly o Cyd Charisse –que demandaban encuadres abiertos para admirar los perfectos cuerpos danzando en el piso, en el aire–, Fosse hacía bailar la cámara y, con ella, a sus personajes. Esta es la puesta en imágenes que domina en Lenny.
En su entrada biográfica dedicada a Fosse en The New Biographical Dictionary of Film (2009), David Thomson apunta con razón que en Lenny nadie baila ni canta, pero Bruce, “el poeta americano del humor desesperado”, es visto por Fosse como si se tratara de alguien que “canta” sus rutinas ante un público que también merece la atención de la cámara manejada por el gran Bruce Surtees, trabajando aquí en tonalidades oscuras y en escenarios cerrados y asfixiantes, muy distintos a lo que acostumbraba hacer con su cineasta de cabecera, Clint Eastwood.
La edición de Alan Heim –quien ganaría su Oscar con la siguiente película de Fosse, El show debe seguir (1979)– permite contrastar las rutinas cómicas del Lenny Bruce de Hoffman con la reacción del público que se encuentra en la oscuridad, abajo del escenario. Hay risas y aplausos, sin duda, pero también incredulidad, azoro, hasta rechazo. Bruce empieza a hacerse notar cuando decide empujar los límites de lo permitido social y legalmente hablando, primero de forma paulatina, luego de manera violenta, buscando la reflexión a través de la provocación más abierta y escandalosa.
No había palabras ni temas prohibidos para este “cómico enfermo”, mote con el que se autodenominaba, por lo que las autoridades lo detuvieron en una decena de ocasiones, acusado la mayoría de las veces por usar palabras obscenas y en otras por posesión de drogas. En su último juicio por obscenidad a fines de 1964 –en el que declararon a su favor intelectuales y artistas de la talla de Bob Dylan, Allen Ginsberg, Norman Mailer, James Baldwin y, sí, Woody Allen–, Bruce fue declarado culpable, condenado a pasar varios meses en prisión, pena que no alcanzó a cumplir por su muerte debida a una sobredosis.
Hacia el final del filme, el representante de Lenny Bruce, Artie Silver (Stanley Beck), le dice al entrevistador anónimo (el propio Fosse siempre fuera de cuadro), quien ha sido nuestro guía para conocer la vida de este Citizen Bruce que, aunque Lenny ofendió a mucha gente años atrás, sus rutinas ahora son “realmente inofensivas”.
¿Sí? No estoy tan seguro. Puede que hayan sido inofensivas en 1974, cuando se estrenó Lenny, pero no creo que lo sean el día de hoy, por lo menos para algunos, en este clima puritano. ¿La reflexión de Bruce sobre el comportamiento de Jackie Kennedy cuando su marido era asesinado a balazos en su propio regazo? ¡Crueldad y mal gusto! ¿Su preferencia a ver cine pornográfico en lugar de la épica cristiana Rey de reyes (Ray, 1961)? ¡Ofensiva y blasfema! ¿Su monólogo sobre la necesidad de los hombres de coger cualquier cosa que se mueva, incluyendo una gallina? ¡Perversión! ¡Zoofilia! ¿El uso de epítetos raciales en contra de su propio público (“niggers”, “spics”, “kikes”) para evidenciar el poder de las palabras? ¡Racismo puro!
Por supuesto, a la estirpe provocadora de Lenny Bruce no le ha faltado descendencia en nuestros días: algunas de las rutinas del ahora defenestrado Louis C. K (el monólogo sobre pedofilia en Saturday Night Live), el especial Thoughts and Prayers (2015) de Anthony Jeselnik o la teleserie británica Fleabag (2016), de Phoebe Waller-Bridge.
Lo nuevo es que mientras Lenny Bruce desafiaba los límites de la libertad de expresión, provocando la ofensiva legal de las autoridades y los ataques de grupos ultraconservadores, esta vez el desafío ya no proviene exclusivamente de los añejos guardianes de las buenas costumbres, sino también de algunos bienintencionados que condenan una cinta porque su protagonista representa una masculinidad tóxica, desconfían de otra película porque sus personajes usan una escopeta para defenderse de unos aliens, deciden no volver a visitar el mundo ficticio de los creadores que consideran perversos o se escandalizan por algún chiste sexual subido de tono. A Lenny Bruce no le faltarían enemigos en nuestros días.
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EL AUTOR: Ernesto Diezmartínez
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Lenny Bruce. El dardo en la lengua
Por Carlos Mardones
Piñata Productions, 18 JUNIO 2019
Leonard vino a este mundo de mierda que le vio nacer —y morir desnudo y tirado en un gélido baño— el 13 de octubre de 1925 en Mineola, Nueva York. Granjero, combatiente, “falso” homosexual, amago de sacerdote, estafador y comediante. Pasaré de puntillas sobre su infancia y adolescencia, que incluye el divorcio de sus padres cuando contaba con cinco años y un puñado de hogares de distintos parientes con los que tuvo que convivir debido a ello. La cándida adolescencia se fue para no volver y durante años trató de ganarse la vida como uno más en el mundo del espectáculo, alternando entre burdas imitaciones, chistes de secundaria y guiones de dudosa consistencia. Quizá Lenny Bruce estaba destinado a perderse entre las apáticas reseñas de periódicos locales sobre cómicos de baja estofa y talento distraído. No sabemos si más adelante trató de ser diferente al no triunfar o no triunfó en sus inicios por ser diferente. Nunca se sabe, amigos; al menos sobre aquéllos artistas que jamás alcanzaron el escenario popular y se perdieron por algún callejón o arrojados en los asilos.
Años más tarde, tras dejar Nueva York y Brooklyn, fue sacando brillo y filo a su lengua mientras sus compañeras de local afinaban maquillaje y lencería antes de salir al escenario a que sus cuerpos invadieran un puñado de pupilas y entrepiernas. Al presentar a las strippers, Bruce dispuso de la oportunidad de trabajar en sus monólogos, vomitando todo aquello que llevaba en la mochila. Nadie le iba a tapar la boca en esos locales del “subsuelo social”, donde seguramente había más microbios que glamour —aunque Lenny y nosotros sabemos que muchas veces el glamour se deshace por putrefacción interna— . Estamos hablando del año 1954 y nos situamos en el Valle de San Fernando, California, donde compartieron suelo los Tataviem y la CBS. Ya se había casado con Honey tres años antes, en Baltimore, a la que curiosamente “retiró” —a pesar de su desprecio por la farisea moral pública reinante— para que no continuara ganándose la vida como mejor sabía. La conoció enfundada en bengalina y tacones, trabajando como —bingo— stripper. Para ser justos con él habrá que sentenciar que no cayó en su propia hipocresía al decir «TODOS queremos una mujer que pueda ser al tiempo una catequista y una puta de 500 dólares». En estos clubes Lenny era libre y mordaz, insultante y mezquino, agresivo y “vulgar”; y así fue como su estilo fue evolucionando y su método y su maquinaria verbal iniciaron una carrera desenfrenada para convertirle en un francotirador. Nada se libraba de la telescópica de Leonard: jazz, filosofía moral, política, patriotismo, religión, leyes, razas, aborto, drogas, los hijos de las divorciadas con las que ligaba, las pollas, los negros, el aborto, la zoofilia, el Ku Klux Klan, y los judíos. No cabe duda de que parece un buen material de partida para llamar la atención en los Estados Unidos de los 50.
Clubes oscuros, humo, sudor, mucha moqueta, hielo y copas, suciedad, atmósfera densa, barras como refugio, dedos repicando en una mesa y miradas perdidas tratando de enfocar hacia otra vida. No tuve la suerte de estar allí, pero el azar y Garci pusieron delante de mis ojos hace años la maravillosa película —Lenny, 1974— basada en su autobiografía y dirigida por Bob Fosse —Cabaret, All That Jazz—, en la que Dustin Hoffman hace la que, a mi juicio libremente subjetivo, es la mejor interpretación de su carrera. Juraría que destilaba admiración mientras jugaba a ser ese sátiro granuja y retador. Tranquilos, no veréis un biopic al uso de estos días, edulcorado y “prudentito”. Es áspero como la lengua de un gato.
Lenny fue un gran maestro del Stand Up Comedy, lo que en España es conocido como «los monólogo», pero de otra raza superior. Con los años fue fundiendo lentamente persona y personaje, y ya no eras capaz de distinguir si en sus actuaciones hablaba de su intimidad o de la vida privada y avergonzada de América. Su arte era un vehículo perfecto para sentar en el banquillo las miserias políticas y sociales de un país y las fisuras de una supuesta libertad que se iba haciendo añicos ya por la segunda sílaba. Despreciaba la censura, pero más si cabe la autocensura, ésa que le da a las palabras poder, violencia y brutalidad ¿Por qué no repetir la palabra “negro” —nigger, nigger, nigger!!!— hasta que pierda su poder ofensivo y degradante?
Poco a poco se fue haciendo más popular y polémico, subía su caché, grabó varios discos y amontonaba actuaciones — una de las más famosas, su actuación en 1961 el Carnegie Hall de Nueva York, grabada y editada en tres discos bajo el título de The Carnegie Hall Concert— .Pero entre su público empezaron a contarse más policías que civiles. Fueron llegando los arrestos por blasfemia y obscenidad; también por posesión de drogas. Detenido por tenencia de narcóticos en una época en la que con sus palabras disparaba contra una sociedad narcotizada. Quizá alguna vez pensara que el peor arresto es la mancha que la sociedad vierte sobre tus actos; Louis C.K. lo sabe. A sus actuaciones incorporó una parte novedosa: la lectura comentada de sus juicios, como si de unas Obras Ejemplares se tratara.
«La información hace más fuerte al país. Necesitan un idiota que les diga cuándo se equivocan. Por favor, no se lleven mis palabras»
Lenny no era divertido ni cómodo; no como cuando veías en Paramount Comedy a Dani Rovira. Sólo apareció en la televisión en seis ocasiones, algo totalmente lógico y coherente en alguien tan molesto para el sistema y el negocio. Imagina que estás plácidamente sentado en tu salón, después de acostar a los niños y un “titiritero” comienza a hablarte sobre la gonorrea o imitando a un escolar de 10 años diciendo “en clase dimos diez minutos de geografía y cincuenta de mamada” —al hilo del arresto que se produjo sobre dos maestros homosexuales en un colegio de la América profunda—. En los años 60. Y ahora también.
No deja de ser sorprendente que temas como éstos sigan candentes casi sesenta años después. El mundo parece estar dividido de forma simplista y asquerosa entre ofensores y “ofendiditos”, y si te da por pensar y no le tienes miedo a la palabra, date por jodido: estás entre los seres más despreciables que esta estúpida y meapilas sociedad puede albergar. La corrección política, el pensamiento reinante, la sensibilidad impuesta e impostada, la tribu, la corriente, el like… ¿Be different, my friend? Y una polla.
Un tipo que vio varias veces interrumpida su libertad por obscenidad no pudo ver cómo la foto de su cadáver fue expuesta de la forma más obscena posible. Una asfixiante y amarga tarde de agosto de 1966 Lenny fue encontrado en el suelo del baño de su domicilio de Hollywood Hills, desnudo, tan desnudo como vino Leonard al mundo; y las venas llenas de agujeros, morfina e incomprensión. En la lengua aún tenía la punta de un dardo bañada en veneno fresco disfrazado de palabras.
El último monólogo que Lenny Bruce actuó/vivió antes de morir
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En una actuación en vivo en San Francisco, Lenny improvisa sobre una palabra de diez letras («dos palabras de cuatro letras y una preposición») por la que lo arrestaron en un espectáculo anterior. En la edición en formato electrónico mejorada de The Trials of Lenny Bruce, escucha esta rutina (y otras) y descubre su importancia para su juicio por obscenidad en San Francisco.
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Lenny Bruce – The difference between men & women
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