Tabla de contenidos
- 1 DESIDERATA
- 2 MATEMÁTICAS Y ÉTICA: UNA CUESTIÓN PITAGÓRICA
- 3 PRESENTACIÓN DE LA OBRA «LOS VERSOS ÁUREOS DE PITÁGORAS-LOS SÍMBOLOS Y EL HIEROS LOGOS»
- 4 PITÁGORAS, LUZ DE OCCIDENTE
- 5 LOS VERSOS ÁUREOS*
- 6 DESCARGA LIBRO «PITÁGORAS: SU VIDA, SUS SÍMBOLOS Y LOS VERSOS DORADOS CON LOS COMENTARIOS DE HIEROCLES», DE A. DACIER
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LUCHA POR SER FELIZ
DESIDERATA
Camina plácidamente en medio del ruido y de la prisa,
Y recuerda cuanta paz puede haber en el silencio.
Tanto como sea posible –y sin claudicar- llévate bien con todos.
Di tu verdad tranquila y claramente, y escucha a los otros.
Incluso al simple y al ignorante: ellos también tienen su historia.
Evita a los exaltados y a los agresivos,
Pues son ofensas al espíritu.
Si te comparas con otros puedes envanecerte o amargarte,
Ya que siempre habrá quien sea menos y quien sea más que tú.
Disfruta con tus logros y con tus proyectos.
Mantente interesado en tu trabajo, por humilde que sea:
Es un bien real entre la fortuna cambiante del tiempo.
Sé cauto en tus asuntos, porque el mundo está lleno de trampas.
Pero ello no debe cegarte para ver la bondad que también hay:
Mucha gente lucha por altos ideales y, por doquier,
La vida está llena de heroísmo.
Sé tú mismo y, especialmente, no finjas afecto.
Ni seas cínico en el amor:
Frente a toda aridez y desencanto, sé perenne como la hierba.
Acepta con gracia el paso de los años
Y cede con elegancia los atributos de la juventud.
Fortalece tu espíritu para refugiarte en él
Cuando llegue la desgracia inesperada.
Pero no te angusties con imaginaciones:
Muchos miedos nacen del cansancio y de la soledad.
Sin dejar una sana disciplina,
Sé amable también contigo.
Tú eres un hijo del universo,
No menos que los árboles y las estrellas:
¡Tienes derecho a estar aquí!
Y, lo creas o no, el universo ensancha el horizonte cada día.
Por tanto, ten paz con Dios,
Cualquiera que sea la idea que tengas de Él.
Y cualesquiera que sean tus aspiraciones
En la ruidosa confusión de la vida,
Ten paz contigo mismo.
Con toda su hipocresía, esclavitudes y sueños rotos,
Este es todavía un mundo hermoso.
Ten cuidado.
Lucha por ser feliz.
Versión Inglesa, del S. XVI, anónima, de los Versos áureos pitagóricos
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MATEMÁTICAS Y ÉTICA: UNA CUESTIÓN PITAGÓRICA
Por Rafael García del Valle
El matemático ruso Igor Shafarevich decía, en su discurso por el premio Heinermann en 1973, que el objetivo último que justifica la actividad matemática no puede hallarse en su utilidad técnica y, refiriéndose al nacimiento de las matemáticas en la época de Pitágoras, manifestaba su esperanza de un regreso a aquel concilio entre ciencias exactas y sentido de la trascendencia por el que se condujeron los primeros pasos del saber humano, deseando así que “la matemática ahora pueda servir como modelo para la solución del problema fundamental de nuestro tiempo: revelar un supremo objetivo y propósito religioso para la actividad cultural humana”.
La referencia está extraída de “Lecciones pitagóricas para el siglo XXI“, de Miguel de Guzmán, quien fue matemático, escritor, profesor de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de Ciencias, y para quien …
El nacimiento y la pervivencia del pitagorismo es uno de los fenómenos más interesantes en la historia de la ciencia y de la cultura en general. Surgió, se desarrolló y se expandió como un modo de vida religioso.
Reconoce Guzmán que la idea de la racionalidad del universo ha pervivido hasta nuestros días, pero su brillo…
…se nos presenta apagado y desgastado por la costumbre. La armonía de las esferas no es para nosotros más que el constante ruido de fondo que escuchamos en nuestro quehacer racional.
Pitágoras nació en la isla griega de Samos en algún momento de la primera mitad del siglo VI a. C., el siglo en que los “superhombres” pisaron el mundo: Gautama Buda, Zoroastro, Confucio y Lao Tsé. De hecho, con el tiempo, a Pitágoras se le veneraría como a un dios e incluso se le identificaría con Apolo.
Sus discursos están cargados de “recomendaciones morales de gran perfección, fundamentadas especialmente en la necesidad de ajustar la conducta humana a los cánones de armonía y justeza que se derivan de la naturaleza misma de las cosas”.
El elemento fundamental del pensamiento de Pitágoras es la visión del Universo como cosmos, un todo ordenado y armoniosamente conjuntado. El destino del hombre consiste en considerarse a sí mismo como una pieza de ese cosmos, descubrir el lugar propio que le está asignado y mantener en sí y en su entorno, en lo que está de su parte, la armonía que es debida de acuerdo con el orden natural de las cosas.
La escuela de Pitágoras estaba fundada sobre la premisa de que un orden espiritual impregna el universo y busca darse a conocer en los seres humanos. El de Samos es considerado el primero en aplicar al universo conocido el término “cosmos”, orden: “todo está ordenado conforme al Número” es la máxima de los pitagóricos.
En la biografía de Pitágoras escrita por Porfirio, se resumen las enseñanzas de Pitágoras en cuatro puntos: 1) el alma es inmortal, 2) pasa de una forma de vida a otra en diferentes encarnaciones, 3) todo lo que ha sucedido retorna en ciclos, 4) todos los seres vivos están emparentados entre sí.
Tales ideas son las propias de los misterios órficos, según los cuales el ser humano el hombre es un ser divino encadenado en la materia perecedera, por lo que ha de esforzarse por desarrollar la pureza, propia de su aspecto divino, en todos sus actos.
La matemática es, así, no sólo un estudio del orden universal, sino un método a partir del cual emprender un camino iniciático que ha de culminar en la gnosis, el conocimiento directo de lo trascendente. Es por ello que de la ciencia deriva una doctrina religiosa y ética relacionadas por una serie de principios comunes según las ideas de proporción y armonía.
En la filosofía pitagórica, las relaciones entre números son la base de la armonía musical, la proporción espacial y, “como es arriba es abajo”, el desarrollo interior de la conciencia, que se traduce, por ejemplo, en mantener las diversas personalidades interiores en una sinfonía que se sobreponga al caos que es el ruido de numerosas voces discordantes, o pensamientos incontrolados.
Otro matemático, Matila Ghyka, investigador de las cuestiones esotéricas, expuso la doctrina pitagórica y su evolución a lo largo de la historia en diferentes libros. En uno de ellos, El número de oro, se resume así:
En esta síntesis, el concepto matemático director es la proporción geométrica. […] Su paralelo metafísico es el gran principio de Analogía (con sus diferentes peldaños lógicos: principios de identidad, de lo Mismo y de lo Otro, de la semejanza, de la unidad en la variedad) reflejado a su vez en correspondencias armónicas entre las cuales la del Alma Universal y el alma del hombre se destaca como un acorde fundamental destinado a resonar a través de los siglos en los ecos indefinidamente repetidos de la promesa solemne del maestro a sus discípulos:
“¡Conocerás, tanto como le es permitido a un mortal, que la naturaleza es semejante a sí misma desde todos los puntos de vista!”
Descubrimiento de la armonía en el universo o macrocosmo y desarrollo de la armonía en el ser humano o microcosmo son los grandes esfuerzos a que el hombre ha de consagrarse para que, finalmente, en la armonía dada por la relación entre macrocosmo y microcosmo, sea posible la liberación del alma de su ciclo de encarnaciones, regresando así al “hogar” inmortal después de haber superado la experiencia en el mundo de lo perecedero.
Se convierten entonces en daimones, genios semidivinos que no regresan más a la tierra, sino que habitan los jardines estelares de los bienaventurados más allá de la Vía Láctea.
(Ghyka, El número de oro II).
Todas las almas, incluso las de los animales y las plantas, derivan de una gran alma universal en la que toda vida conforma una gran fraternidad. Todos los seres alcanzan la armonía en el amor. Y los agentes de la armonía son los símbolos, “que actúan por sugestión, liberación o encantamiento”.
En su camino iniciático, los pitagóricos comenzaban por la cesación de las necesidades propias de quienes ignoran el “secreto” de la existencia, como la búsqueda de prestigio, poder o felicidad. Se trataba de un estado de purificación en la materia para que el cuerpo estuviese en condiciones de permitir su uso como instrumento del alma. Es de esta forma como se reforzaban los lazos con el mundo divino.
Según las interpretaciones de Ghyka, las obras de madurez de Platón, Parménides, Teéteto, Timeo, Filebo y las Leyes, son la expresión del “pitagorismo de los iniciados, fundado sobre la metafísica de los Números”:
…podría uno inclinarse a pensar que Platón no solamente había jurado guardar el secreto [pitagórico], sino que lo había bien guardado, dejando entrever apenas débiles destellos de la gran luz para jalonar a través de las edades el camino de los que serían dignos de transmitir la antorcha.
La tradición pitagórica nunca ha sido interrumpida. De Grecia pasó a Roma donde, durante el gobierno de Cicerón,
…la élite romana fue seducida por una segunda ola de pitagorismo, onda paralela al despertar simultáneo greco-alejandrino, o neopitagorismo (Posidonio de Apamea).
Y continuará durante el Imperio, a pesar de las persecuciones a las sociedades secretas.
Luego, y simultáneamente con el éxito de los apóstoles San Pedro y San Pablo, aparecen en la capital del Imperio Apolonio de Tiana y Simón el Mago, primeras figuras de la Gnosis, inquietante bastarda de la joven iglesia de Cristo y del neopitagorismo alejandrino, concebida en la cálida penumbra de Egipto, madre de toda magia.
Es así que, hacia el siglo I de nuestra era,
…las concepciones pitagóricas sobre los números y la geometría formaban parte del patrimonio científico de los cenáculos instruidos del mundo grecorromano. Estas mismas concepciones las encontramos de nuevo en el único de los tratados antiguos sobre el arte de construir que ha llegado hasta nosotros por milagro: el libro de Vitruvio nos muestra, en efecto, que la teoría de las proporciones y de las correspondencias armónicas, junto con los términos y las ideas directrices que figuran en el Timeo, había suministrado a los arquitectos y a los escultores una doctrina (encadenamiento de proporciones, de analogías en una simetría de concordancias que convergen a la euritmia), y procedimientos prácticos de composición armónica transmitidos probablemente bajo la forma de secretos corporativos en las familias de arquitectos y las escuelas de artesanos.
Según Matila Ghyka, de esta línea ininterrumpida que es el pitagorismo, y más concretamente de la élite del movimiento situada en Alejandría…
…nacieron a la vez la Kábala y el Hermetismo, indisolublemente ligados a la Gnosis por una ascendencia común. Son, como en una trimurti, los tres semblantes (hebraico, egipcio y helénico), de una misma divinidad.
Y de allí hasta nuestros días, todo movimiento esotérico que se precie tiene una base cimentada por la doctrina pitagórica. Pero de eso hablaremos otro día, pues éste artículo surgió como acceso al mundo de las matemáticas y ha de salir por la misma puerta por la que entró. Así que regresaremos a Miguel de Guzmán:
El mensaje profundo del pitagorismo en torno a la interpretación de la naturaleza se puede resumir en la contemplación de la armonía del mundo, de la que se deriva el deber del hombre de contribuir activamente a dicha armonía. De ahí resulta el sentido de su existencia, la observación de su asociación con los otros seres vivos de este mundo.
Más concretamente, la ética propuesta por éste matemático reside en el compromiso con la búsqueda de la verdad:
En este quehacer el cometido de la mente humana consiste en interpretar racionalmente, lo mejor que puede, unas realidades, unos hechos que se le presentan como dados, como previos. Esto constituye una de las experiencias profundas que todo matemático vive en su tarea ordinaria, que consiste en percibir que está siguiendo unas huellas que hasta cierto punto le están guiando en su trabajo.
Este sometimiento a la verdad y a la realidad, que está normalmente tan enraizado en el científico, constituye sin duda uno de los rasgos importantes que deberíamos apreciar y estimular en todos nosotros.
La aceptación gozosa de esta verdad, sea quien sea el que la haya encontrado y contradiga o no nuestra expectativas previas, es otro de los rasgos de generosidad que se da en el trabajo matemático.
Aceptación gozosa de la verdad, sea cual sea ésta y sea quien sea por quien la hemos encontrado …
Lo que queda por hacer en esto del desarrollo de los humanos …
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PRESENTACIÓN DE LA OBRA «LOS VERSOS ÁUREOS DE PITÁGORAS-LOS SÍMBOLOS Y EL HIEROS LOGOS»
Por Josefina Maynadé
«Consagrad un culto a la armonía celeste«.
PITÁGORAS
A Pitágoras se le define, muy certeramente por cierto, como la lumbrera del mundo occidental, más propiamente podríamos decir, de la tradición sagrada de Grecia o de la Europa primitiva.
En verdad, fue el gran maestro de Samos quien fundara en Crotona, Magna Grecia, a orillas del Mediterráneo, la primera escuela-internado del mundo. Educado Pitágoras en el orfismo, conocedor de las enseñanzas que se impartían en las escuelas anexas a los santuarios de iniciación del antiguo Egipto vertió, adaptándolo, todo el caudal de la sabiduría adquirida, a la juventud de aquella Grecia que tanto había de significar para la cultura del mundo occidental. Conocido es el epitafio de su profesor Ferécides de Siros proclamado en pétrea leyenda:
«Pitágoras fue el primero de los griegos.»
No creíamos que bastara, sin embargo, al escogen esta insigne figura para nuestra colección, TRADICIÓN SAGRADA DE LA HUMANIDAD, esbozar simplemente su vida por interesante que haya sido; consideramos que había que citar y comentar sus VERSOS ÁUREOS, eternamente presentes como todo lo clásico, estos versos que recitaban los alumnos de la escuela de Cretona en todo amanecer, a la salida del sol, al compás de la lira.
Aunque menos citados y conocidos, hemos tratado asimismo de interpretar los más destacados SÍMBOLOS, con los que el maestro trataba de envolver, en lenguaje figurado, la» más profundas verdades y los preclaros ejemplos interpretados por cada alumno, como pasatiempo y juego muchas veces, especialmente al finalizar las famosas andrias o comidas colectivas.
Los VERSOS ÁUREOS y los SÍMBOLOS han constituido los temas básicos para todo investigador del pitagorismo, y han sido origen, en el transcurso del tiempo, de los más valiosos comentarios de aquellos insignes pitagórico» que trataron de vivir sus enseñanzas.
Además de los VERSOS ÁUREOS y los SÍMBOLOS comentados que integran la primera parte de este libro, ofrecemos una segunda consagrada al HIEROS-LOGOS, la palabra sagrada de los pitagóricos. Esta segunda parte es generalmente desconocida: corresponde a la tradición viva, al secreto Guión que sirvió de pauta al propio Pitágoras para sus más profundas lecciones. Después de su muerte quedó responsable de velar por esa tradición, su hija Damo, adicta discípula del maestro.
Así, tras muchas generaciones, pudo perdurar el espíritu de Crotona en todas las escuelas pitagóricas del mundo, manteniéndose de esta manera incólume la enseñanza oral del maestro, así como sirvió de base, posteriormente, a cuantos pedagogos quisieron seguir la elevada pedagogía integral y armónica preconizada en aquella escuela para orientar y rectamente conducir a la juventud, fase la más delicada de la vida del hombre.
Ojalá que este libro rinda la eficacia que corresponde a su luminoso contenido; ojalá asimismo que la palabra sagrada que, a través de Pitágoras, tan hondamente penetró en el corazón y la inteligencia de la juventud griega, pueda convertirse, en una etapa de inquietud y caos por hallarse el mundo en búsqueda de un nuevo camino, en auténtico mentor de otra juventud, también empujada hacia un magno destino.
JOSEFINA MAYNADÉ
MARÍA DE SELLARES
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PITÁGORAS, LUZ DE OCCIDENTE
Por Josefina Maynadé
«Da fin en mí toda sabiduría.
Y si más a Pitágoras se debe, es porque
fue el primero de los griegos«.
Epitafio de FERÉCIDES DE SIROS
(Citado por DIÓGENES LAERCIO)
Con la perspectiva de los siglos, la poesía dora y exalta las grandes vidas.
Corno el epíteto de los mismos versos, la vida de Pitágoras merece también el calificativo de dorada.
La biografía del maestro de Samos deberíamos en verdad catalogarla entre aquellas primerísimas y excelsas, que podríamos llamar vidas asimiladas, cuyos postulados y virtudes se ha ido incorporando la humanidad a través de los siglos, las lecciones y las sucesivas etapas de la conciencia.
Pocas veces ocurre el fenómeno siguiente: que la distancia en el tiempo opere una creciente aproximación entre una vida alejada veinticinco siglos, y nosotros.
El secreto de la proximidad se halla en la sintonización cíclica. Al cerrarse la curva de un gran ciclo de civilización, el momento en que vivió Pitágoras y el presente por que atraviesa el mundo, se asemejan.
Si sobre esas excelsas vidas, la devoción ha tejido el brocado maravilloso de la leyenda, su verdad no sólo permanece, sino que se incrementa, se desvela, se nos acerca, merced a ese espejismo seductor de las constantes históricas.
A medida que el fenómeno de aproximación y asimilación se efectúa, se glorifica de Pitágoras no sólo lo que fue, sino lo que quiso ser. Se revive, en suma, la vida y su doble: el hombre y su ideal proyectado sobre un cúmulo de indefinidos requerimientos presentes.
He aquí su dádiva completa a la posteridad, con la aportación actual de aquel filósofo, pedagogo y taumaturgo que fue Pitágoras, el maestro de la Armonía por antonomasia.
Según las crónicas, ya antes de nacer, fue anunciada esa vida preciosa, por la Pytia de Delfos.
Sus futuros padres, Partenis y Mnesarco fueron desde la isla de Samos, su patria, a consultar al oráculo después de sus bodas, al tiempo que ponían a los pies de la divinidad solar, el esperado fruto de sus amores.
En el santuario de Delfos quedó delineado su destino: «Os nacerá un ser de naturaleza divina. Tendrá por atributos la hermosura y la sabiduría. Enseñará a la humanidad y será invocado a través de los siglos.»
En Samos, en la isla griega de la comunidad jónica, Mnesarco allegó fortuna. Y nació el anunciado. Esto ocurría hacia la cuarenta y siete olimpiada «año 586 de la pasada era«. Como consagración a Apolo Pírico, sus padres le impusieron al niño el nombre de Pitágoras.
Según sus biógrafos, desde su más tierna infancia se reveló Pitágoras como un ser excepcional, conforme predijera el oráculo. En todos sus actos y palabras se traslucía la elevada condición de su ego y sus excepcionales facultades. Dice Jámblico al respecto que, desde niño, tenía su persona una singular prestancia y que su-rostro de rasgos purísimos reveló siempre una inalterable serenidad. Eran tales su hermosura, su elegancia y su sabiduría, que todos lo reconocían como un mediador entre los dioses y los hombres.
A su paso, dice el biógrafo que muchos exclamaban: «Es un ser divino, una manifestación de Apolo Hiperbóreo.»
Le procuraron sus padres una esmerada educación, confiada a los más sobresalientes pedagogos de su época. Pronto, sin embargo, demostraba tal discípulo superar en conocimientos a todos sus preceptores. Sin embargo, de Hermodanas, su primer tutor, aprendió la cultura básica y especialmente los grandes poemas épicos, recitados al compás de la lira.
Su excepcional interés por la filosofía y la mística trascendentes, le pusieron en relación con Ferécides de Siros y, a través de este famoso maestro de la antigüedad, fue Pitágoras, apenas trascendida su adolescencia, iniciado en los misterios órficos, que constituían una síntesis, adaptada a la tónica occidental, de la profunda sabiduría de los templos de Egipto. Las reglas de vida de los órficos eran de un severo ascetismo y su ritual solar se basaba en el conocimiento integral del hombre y del universo.
El desenvolvimiento de sus facultades, tanto externas como internas, le permitieron pronto entrever cual era su misión en el mundo.
A tal fin decidió ir en busca de más amplios horizontes y más profundas experiencias. Renunció a todo lazo de familia y a todo convencionalismo social. Y después de recibir la bendición de sus padres y maestros, embarcó rumbo a Mileto, la sabia meca del mundo griego. En la famosa y floreciente escuela milesia y bajo la enseñanza directa de su mentor, el filósofo Tales y de Anaximandro, famoso matemático conocido en todo el mundo antiguo, aprendió el valor abstracto de los números y su significado filosófico, así como la matemática del universo, lo que aquellos maestros llamaban el «secreto del mundo«.
Una vez saturado de todo cuanto podía enseñarle el centro cultural jónico, se dirigió a Egipto en busca de mayores conocimientos, con el secreto anhelo de ser admitido en el seno de sus severos misterios.
En el milenario país de los faraones, fue sometido a largas y terribles pruebas.
Pero, al fin, logró lo que anhelaba ser admitido en las secretas comunidades egipcias y alcanzar el máximo grado de su iniciación, así como el nivel más elevado a que podía aspirarse en la escuela anexa de sabiduría. Al cabo de veinticinco años de permanencia allí, ya en plena madurez, sazonado de sabiduría, la invasión de Egipto por Gambises, le obligó a emigrar, de África a Asia.
Recorrió entonces el Lejano Oriente y la India y se afirma que allí estuvo en contacto con el propio Buda. La tradición conserva el paso por la India de Pitágoras al que se de el nombre de Yavanacharya. En Oriente como en Occidente, se le reconocía como el más grande de los matemáticos, geómetras y astrónomos de su tiempo. Sus teorías como pedagogo integral y como filósofo de la vida armónica llegaron a los más extremos lugares del mundo civilizado.
Más tarde halló entrañable acogida entre los sacerdotes parsis y fenicios.
Fraternalmente hospedado por los magos caldeos del templo de Baal, perfeccionó especialmente allí sus conocimientos de astrología esotérica «la ciencia madre de todas las ciencias«.
En su Vida de Pitágoras nos dice Jámblico: «Desde que Pitágoras fue iniciado en los misterios de Byblos y de Tiro, en las sagradas operaciones de los sirios, en los misterios de los fenicios y que pasó veintidós años en el adytum de los templos de Egipto y de sus escuelas de sabiduría; que se asoció con los magos de Babilonia y fue por ellos instruido en la sagrada ciencia de los astros, nada tiene de maravilloso que conociese la magia y la teurgia y fuese capaz de llevar a efecto cosas que sobrepujan los habituales poderes humanos.»
Siguiendo las directrices de su horóscopo, bien posesionado de su misión, volvió a Samos, a la sazón sometida al gobierno despótico de Polícrates. Tuvo la alegría de abrazar a su anciana madre, ya que su padre había partido del mundo físico hacía ya varios años.
Hizo allí Pitágoras cuanto pudo por difundir sus conocimientos. Trató de convencer al tirano Polícrates y sus secuaces para volver por los derroteros del buen gobierno democrático, los destinos de su amada isla. Todo fue en vano. Coerciones y amenazas le obligaron a emigrar entonces a Creta.
De la antiquísima civilización minoica aprendió las sabias leyes, la magia natural, el arte depuradísimo y la tónica científica de su religión. Fue iniciado en los misterios de Zeus en la cripta subterránea del padre de los dioses, al pie del Monte Ida, coronado de nieves eternas. Bajo la guía de Epiménides conoció la tradición oculta del país, el método de las catarsis, de las curaciones ocultas y el ritual danzado de los sacerdotes idanos. Su preceptor y guía le confirió ciertos secretos para el dominio de los poderes terrestres y para obtener la colaboración de los espíritus elementales; le enseñó a poner en juego su voluntad para que las fuerzas de la naturaleza le sirvieran, ya que tenía fama Epiménides de ejercer poder sobre los elementos, y de ello se relataban peregrinas anécdotas.
Ya en posesión de tales poderes y nuevos conocimientos, viajó nuestro filósofo por toda la Grecia Continental, desde la sobria y dura Esparta, hasta la sabia Atenas. Fácil le fue llegar al ádito secreto del templo más bello del mundo, el de la diosa Palas Atenea, la de los verdes ojos, patrona de la inteligencia divinizada.
De Atenas se dirigió a Eleusis por la Vía Sacra y por su calidad de alto iniciado en Egipto, fue introducido en el corazón de los misterios eleusinos. Es una verdad que vela poéticamente la leyenda, que allí, en forma consciente y merced a los poderes adquiridos, descendió desde el santuario de las grandes diosas, Demeter y Perséfona, a los infiernos, o sea, al Hades, llamado pollos orientales «plano astral«.
Según sus biógrafos, fue entonces Pitágoras «coronado por los dioses» en cuya presencia «bebió las Aguas de Vida«. Después de esta suprema experiencia, podía manifestar que «todo cuanto existe en la tierra es semejanza y sombra de lo que existe en otras esferas».
Después de diversas experiencias se encaminó a Delfos, el «ombligo del mundo».
En el Manteión profético, consultó de nuevo a la Pitya, la sucesora de aquella que perfiló clarividentemente antes de que naciera, su posterior destino. Entonces, ya en plena sazón, ofrendó su alma y su vida al Señor de la Luz, al Sol Interno, el divino Apolo.
Allí recordó una de sus vidas pasadas y cuenta su biógrafo Laercio que incluso reconoció el enmohecido escudo que, en una existencia anterior, contemporáneo de la guerra de Troya, brindara al dios de la luz como trofeo.
Aprovechó Pitágoras aquella feliz coyuntura para estudiar las excelencias de la organización federal y democrática de los Estados griegos que tenían en Delfos su sede político-religiosa. Allí se reunían periódicamente, bajo la advocación suprema de Apolo, todos los representantes de las Anfictionías, las asambleas griegas y se resolvía a base de verdadero estudio y amplia deliberación, toda índole de problemas y mejoras concernientes a los Estados asociados.
Con tal motivo, acudían las más destacadas personalidades del mundo antiguo. Delfos era, no sólo un lugar sagrado de fama mundial, sino un lugar de reuniones selectas, un punto de alta confraternidad en el que hallaba amistad y estímulo el peregrino, lauros el poeta, satisfacción el representante popular, al mismo tiempo que se señalaban las directrices del destino y los móviles de la historia, de los individuos y de los pueblos.
Enriquecidos sus conocimientos, sazonadas sus experiencias, prosiguió Pitágoras su camino bajo las insinuaciones del Hado.
Como buen filósofo, emprendió a pié sus jornadas, siguiendo la ruta del sol.
Llegando al Golfo de Corinto en el extremo occidental de la península griega, embarcó un buen día rumbo a la península itálica, a la sazón colonia griega, llamada Magna Grecia.
Desde Sibaris siguió peregrinando por la curva amplia y abierta que dibujaba el mar azul en el Golfo de Tarento. En el decurso de ese recorrido, su espíritu quedó captado por la hermosura de la ciudad de Crotona y por sus maravillosos alrededores.
Contribuyó a ello, en no poca medida, la amabilidad y la cordial acogida que le hicieron sus habitantes.
Allí decidió fijar su morada y desenvolver sus planes. Pronto fue reconocido en todos los estamentos como hombre sabio, prudente y bondadoso, dotado de excepcionales facultades. Practicó con éxito extraordinario sus dotes de sanador, realizando milagrosas curas. Actuó de maestro. El destino le deparó oportunidad de ejercer sus relevantes facultades de orador. Todo ello, unido a su natural don de gentes y a sus facultades de sicólogo y de mentor, contribuyó a destacar su figura en aquel medio, propicio al reconocimiento de la grandeza.
A requerimiento de discípulos y amigos, comenzó a delinear su misión a favor de un clima que estimó propicio para su obra. Resaltó con tan maravillosos colores, con tan decididas perspectivas su sueño de establecer un centro pedagógico ideal donde formar armónicamente a las jóvenes generaciones que, vencidas por fin las naturales reservas de algunos gobernantes suspicaces, sentó las bases, con el general consenso y múltiples ofertas de colaboración, de su futura escuela.
En la cima de un montecillo poblado de pinos y de encinas próximo al mar y emplazado en los mismos aledaños de Crotona, fue derivando en realidad sus sueño. Allí se llevó a cabo la construcción del que sería famoso Instituto Pitagórico, conocido y admirado en todo el orbe antiguo y de donde habría de brotar el primer ejemplo práctico de la pedagogía integral y armónica y de un internado basado en un conocimiento completo del individuo derivado de las enseñanzas de los misterios hasta entonces vedados a la luz pública.
El anhelo vehementísimo de Pitágoras era ya una realidad. Aquel núcleo selecto de jóvenes de ambos sexos, surgidos de todos los sectores sociales, sometidos de antemano a un examen completo y minucioso de capacidad física, moral, intelectual y síquica, se convertiría, andando los años, en una pléyade de ciudadanos de superior categoría, en una nueva aristocracia de las almas que serviría de injerto para elevar el
nivel de la sociedad.
Los pitagóricos contribuyeron en alto grado a articular el mensaje de la civilización griega basada en la leyenda y en la sabiduría. Así ofrecería Grecia su inestimable dádiva al presente y al futuro de la humanidad. Las juventudes educadas en el instituto de Pitágoras representaban la levadura humana capaz de hacer fermentar la masa, capacitarla al máximo, y elevarla a la mayor posibilidad de su destino histórico.
Trasplantado este núcleo de selección al área social de la Grecia antigua, se le brindó los mejores legisladores, los más sabios juristas, los más capacitados pedagogos, los más grandes filósofos, artistas y patriarcas dotados de todas las virtudes cívicas, noble dechado de una civilización que fue, y sigue siendo, la sabia mentora del mundo occidental.
A pesar de los siglos transcurridos, la obra que llevó a cabo el filósofo de Samos a través de su famoso instituto, no sólo no ha sido superada, sino tan siquiera igualada. Ya que la educación que en ella se obtenía no era sólo mental y física, no era sólo de ejemplaridad externa y de instrucción, sino que allí desenvolvía el alumno otras capacidades de índole superior, siguiendo las enseñanzas directas del maestro.
En el instituto pitagórico se desenvolvía como un todo armónico, el elemento subconsciente y el superconsciente, la contraparte humana, cósmica o divina de nuestra maravillosa naturaleza.
Los resortes pedagógicos, las claves dialécticas que poseía Pitágoras, no se hallaban al alcance de los no iniciados. Era aquí la base permanente, insobornable, de su herencia a la humanidad de todos los tiempos.
Por eso dijo de él la maestra H. P. Blavatsky: «Si la metempsícosis de Pitágoras pudiese ser completamente explicada y comparada con la teoría moderna de la evolución, se vería que proporciona todos los eslabones que faltan en la cadena de ésta. Pitágoras, el filósofo puro, profundamente versado en los más ocultos fenómenos de la naturaleza, el noble heredero de la antigua ciencia cuyo gran designio era librar al alma de la ignorancia de las cadenas de los sentidos y obligarla a manifestar sus poderes, debe vivir eternamente en la memoria de los hombres«.
En el doble sentido de su persona y de su obra, fue Pitágoras la luz precursora que señaló el camino a todo el Occidente. Luz alzada sobre el futuro desde los orígenes articulados de nuestra civilización y que proyecta sus potentes rayos con la claridad del primer día; y que ofrece posibilidades de renovación inéditas porque la orientación de su obra está por encima del tiempo, del lugar y de la anécdota.
Con su sonrisa paternal y su expresión serena, todavía Pitágoras nos muestra el camino —camino sin tiempo ni distancias—, que puede conducirnos a la superación del caos y la desarmonía presentes, sirviendo al establecimiento de la nueva era que comienza.
CAPÍTULO I de «LOS VERSOS ÁUREOS DE PITÁGORAS-LOS SÍMBOLOS Y EL HIEROS LOGOS»
Por Josefina Maynadé
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LOS VERSOS ÁUREOS*
Honra ante todo a los dioses inmortales
según establece la ley. Respeta la palabra dada.
Honra luego a los héroes glorificados, y consagra por fin
a los genios terrestres, rindiéndoles también debido culto.
Honra a tu padre, a tu madre y a tus próximos parientes.
Escoge por amigo al más destacado en virtud,
atiende sus dulces advertencias, y aprende de sus ejemplos.
Discúlpale sus faltas mientras puedas,
evitando todo juicio severo; ya que lo posible
se halla cerca de lo necesario. Sé razonable.
Acepta las cosas como son. Acostúmbrate a vencerte.
Sé sobrio en el comer, activo y casto.
Nunca cometas actos deshonestos de los que puedas luego avergonzarte,
ni en privado ni en público. Ante todo, respétate a ti mismo.
Observa la justicia en acciones y palabras.
Nunca te comportes sin regla ni razón.
Piensa que el Hado ordena a todo morir,
y que los fáciles honores y bienes de fortuna son inciertos;
que las pruebas de la vida vienen por voluntad divina.
Sea adversa o favorable, alégrate siempre de tu suerte,
mas trata con noble tesón de mejorarla.
Piensa que el destino es más benévolo para los buenos
que comprenden y a sus designios se ajustan.
Mucho se habla y mucho se enjuicia sobre diversos temas.
No los acojas con admiración ni tampoco los rechaces.
Más si advirtieres que el error triunfa,
ármate de paciencia y de dulzura.
Observa estas razones en toda circunstancia:
Que nadie te induzca con palabras o actos
a decir o a hacer lo que no te corresponda.
De insensatos es hablar y obrar sin premeditación.
Consulta, delibera, y elige la más noble conducta.
Trata de edificar sobre el presente
lo que ha de ser realidad futura.
No alardees de lo que no entiendas,
pero aprende siempre y en toda circunstancia,
y la satisfacción será su resultado.
Jamás descuides la salud del cuerpo.
Dale con mesura comida, bebida, ejercicio y descanso,
ya que armonía es todo aquello que no perjudica.
Habitúate a vivir sencilla y pulcramente.
Evita siempre provocar la envidia.
No realices dispendios excesivos
como aquellos que ignoran la medida de lo bello.
No seas avaro ni mezquino, y elige en todo
un justo medio razonable.
No te empeñes en hacer lo que pueda perjudicarte.
Reflexiona bien antes de obrar.
No permitas que cierre el dulce sueño tus párpados
sin analizar las acciones del día.
¿Qué hice? ¿En qué falté? ¿Qué dejé de hacer que debiera haber hecho?
Y si en el examen hallas falta, trata de enmendarte;
mas si has obrado bien, regocíjate de ello.
Trata de practicar estos preceptos. Medítalos y ámalos,
que ellos te conducirán por la senda de la virtud divina.
Lo juro por Aquel que ha transmitido a nuestra alma
la Tetrada Sagrada, inmenso y puro símbolo,
fuente de la naturaleza, de curso eterno.
No inicies obra alguna sin antes rogar a los dioses
que en ella colaboren. Y cuando te hayas familiarizado
con estas costumbres, sondearás la esencia de hombres y dioses
y conocerás, de todo, el principio y el fin.
Sabrás también oportunamente
la unidad de la naturaleza en todas sus formas.
Nunca entonces esperarás lo inesperable,
y nada te será ocultado.
Sabrás también que los males que aquejan a los hombres
han sido por ellos mismos generados.
En su pequeñez, no saben ver ni entienden
que tienen muy cerca los mayores bienes. Pocos conocen
el secreto de la felicidad, y ruedan como objetos
de acá para allá, abrumados de múltiples pesares.
La aflictiva discordia innata en ellos limita su existencia
sin que se den cuenta. No conviene provocarla,
sino vencerla, a menudo, cediendo.
O Zeus inmenso, padre de los hombres!
Tú puedes liberar a todos de los males que les agobian
si les muestras el genio que les sirve.
Mas ten valor, que la raza humana es divina.
La sagrada naturaleza te irá revelando a su hora,
sus más ocultos misterios. Si te hace partícipe de ellos,
fácilmente lograrás la perfección.
***
Y sanada tu alma, te verás libre de todos los males. Ahora abstente de carnes, que hemos prohibido en las purificaciones. Libera poco a poco tu alma, discierne lo justo, y aprende el significado de las cosas. Deja que te conduzca siempre la inteligencia soberana, y cuando emancipado de la materia seas recibido en el éter puro y libre, vencerás como un dios a la muerte con la inmortalidad.
CAPÍTULO II de «LOS VERSOS ÁUREOS DE PITÁGORAS-LOS SÍMBOLOS Y EL HIEROS LOGOS»
Josefina Maynadé
DESCARGA LIBRO «PITÁGORAS: SU VIDA, SUS SÍMBOLOS Y LOS VERSOS DORADOS CON LOS COMENTARIOS DE HIEROCLES», DE A. DACIER