El diario de Eva
«DIARIO DE ADAN Y EVA», por Mark Twain. «El diario de Adán».
***
II. El diario de Eva
(Traducido del original)
Sábado. Ahora tengo casi un día entero de edad. Llegué ayer. Eso es lo que me parece. Y tiene que ser así, porque si hubiera un día antes de ayer no estaba allí cuando ocurrió, o debiera recordarlo. Podría ser, desde luego, que hubiese ocurrido y que yo no lo notara. Muy bien; ahora seré muy vigilante y si ocurre cualquier día antes de ayer tomaré nota. Será mejor empezar bien y no dejar que el registro se confunda, porque cierto instinto me dice que estos detalles van a ser importantes para el historiador algún día. Porque me siento como un experimento, me siento exactamente como un experimento; sería imposible para una persona sentirse más un experimento que yo y por eso estoy llegando a sentirme convencida de que eso es lo que un experimento; sólo un experimento y nada más. Entonces si soy un experimento, ¿soy todo de él? No, creo que no; creo que el resto de él es parte de él. Yo soy la parte principal, pero creo que el resto de él tiene su parte en el asunto. ¿Está asegurada mi posición, o tengo que contemplarla y cuidarla? Tal vez esto último. Cierto instinto me dice que la vigilancia eterna es el precio de la supremacía. (Esa es una buena frase, creo, para alguien tan joven.)
Todo parece mejor hoy que ayer. En el apuro de terminar ayer; las montañas quedaron en mala condición y algunas de las planicies estaban tan saturadas de basura y restos que el aspecto era bastante desalentador. Las obras de arte nobles y hermosas no debieran ser sometidas al apuro; y este nuevo mundo majestuoso es por cierto una obra de lo más noble y hermosa. Y con seguridad maravillosamente cerca de ser perfecta, a pesar de la brevedad del tiempo. Hay demasiadas estrellas en algunos lugares y no suficientes en otros, pero eso puede remediarse ahora, sin duda. La luna se soltó anoche y se deslizó hacia abajo y cayó fuera del esquema: una enorme pérdida; me rompe el corazón pensar en eso.
No existe Otra cosa entre los Ornamentos y las decoraciones que se le compare en belleza y terminación. Tendría que haber sido asegurada mejor. Si sólo pudiéramos volver a tenerla de nuevo…
Pero por supuesto no hay forma de saber dónde fue. Y además, quien la tenga la ocultará; lo sé porque yo misma lo haría. Creo que puedo ser honesta en todos los demás asuntos, pero ya empiezo a advertir que el núcleo y el centro de mi naturaleza es el amor por lo hermoso, una pasión por lo hermoso y que no sería seguro confiarme una luna que perteneciera a otra persona y que esa persona no supiera que yo la tenía. Podría entregar una luna que hubiese encontrado durante el día, porque tendría miedo de que alguien estuviera mirando; pero si la encontrara en la oscuridad, estoy segura de que encontraría alguna excusa para no decir nada sobre ella. Porque realmente amo las lunas, son tan bonitas y tan románticas.
Me gustaría tener cinco o seis; nunca me iría a dormir; nunca me cansaría de yacer en la ribera cubierta de musgo y alzar la mirada hacia ellas.
Las estrellas también son buenas. Me gustaría tener algunas para ponérmelas en el pelo. Pero supongo que nunca podré. Les sorprendería saber lo lejos que están, porque no lo parecen. Cuando aparecieron por primera vez, anoche, traté de bajar algunas con una pértiga, pero no llegué, lo que me asombró; después probé con terrones hasta que me cansé, pero no llegué a conseguir ni una. Era porque soy zurda y no puedo apuntar bien. Incluso cuando apuntaba a la que no quería, no podía pegarle a la otra, aunque a veces casi lo logré, porque vi la mancha negra de mi terrón pasar justo en medio de los racimos dorados cuarenta o cincuenta veces, apenas errándoles y si hubiera podido extenderme un poco más tal vez podría haber conseguido una.
Así que lloré un poco, lo cual es natural, supongo, para alguien de mi edad y después de descansar tomé una cesta y partí hacia un sitio en el borde extremo del círculo, donde las estrellas estaban cerca del suelo y podía recogerlas con las manos, lo que sería mejor, en todo caso, porque podría recogerlas entonces con ternura y no romperlas. Pero era más lejos de lo que pensaba y al fin tuve que abandonar; estaba tan cansada que no podía arrastrar los pies un paso más; y además los tenía lastimados y me dolían mucho.
No podía regresar a casa; era demasiado lejos y empezaba a hacer frío; pero encontré algunos tigres y me anidé entre ellos y fue adorablemente cómodo y su aliento era dulce y agradable, porque viven de frutillas. Nunca había visto un tigre antes, pero los reconocí en un minuto por las rayas. Si pudiera tener una de esas pieles, me haría una tánica preciosa.
Hoy me estoy manejando mejor con las ideas sobre las distancias. Estaba tan ansiosa por aferrar cada cosa bonita que trataba de alcanzarla atolondrada, a veces cuando estaba demasiado lejos y a veces cuando no estaba a más de quince centímetros pero parecía un pie: ¡ay, con espinas entremedio! Aprendí una lección; también elaboré un axioma, con mi propia cabeza. Era el primero de todos para mí:
El experimento arañado evita la espina. Creo que es muy bueno para venir de alguien tan joven.
Ayer por la tarde seguí al otro Experimento, a cierta distancia, para ver para qué podía servir, si podía. Pero no pude distinguirlo. Creo que es un hombre. Nunca había visto un hombre, pero parecía uno y me sentí segura de que es lo que es. Advierto que siento más curiosidad por él que por cualquiera de los demás reptiles. Si es un reptil y supongo que lo es; porque tiene cabello desaliñado y ojos azules y parece un reptil. No tiene caderas; está rematado en punta como una zanahoria cuando se para, aparta los pies como una grúa; así que creo que es un reptil, aunque puede ser arquitectura.
Al principio le tuve miedo y empezaba a correr cada vez que se daba vuelta, porque creí que iba a perseguirme; pero pronto descubrí que sólo estaba tratando de apartarse, así que después de eso ya no era tímida y en cambio le seguí los pasos, varias horas, a unos veinte metros, lo que lo ponía nervioso y desdichado.
Al fin estaba muy preocupado y trepó a un árbol. Esperé un buen rato, después abandoné y me fui a casa.
Hoy pasó lo mismo. Lo hice subir de nuevo al árbol.
Domingo. Todavía sigue ahí arriba. Descansando, al parecer. Pero eso es un subterfugio: el domingo no es el día de descanso; el sábado está señalado para eso. Me parece una criatura que está más interesada en descansar que en cualquier otra cosa. Me cansaría descansar tanto. Me cansa sólo estar sentada y vigilar el árbol. Me pregunto para qué es; nunca lo veo hacer algo.
Devolvieron la luna anoche, ¡y me sentí tan feliz! Creo que es muy honesto por parte de ellos. Se deslizó hacia abajo y cayó otra vez, pero no me sentí inquieta; no era necesario preocuparse cuando uno tiene ese tipo de vecinos; la volverán a colocar. Me gustaría poder hacer algo para mostrar mi aprecio. Me gustaría enviarles algunas estrellas, porque tenemos más de las que podemos usar. Quiero decir yo, no nosotros, porque puedo ver que al reptil no le importan nada esas cosas.
Tiene gustos ordinarios y no es bondadoso. Cuando fui allí ayer al anochecer se había escurrido hacia abajo y estaba tratando de atrapar los pequeños peces manchados que juegan en la charca y tuve que arrojarle un terrón para hacerlo subir otra vez al árbol y que los dejara en paz. ¿Será que sirve para eso? ¿No tiene corazón? ¿No tiene ninguna compasión por esas pequeñas criaturas? ¿Puede ser que esté pensado y fabricado para un trabajo tan desagradable? Tiene ese aspecto. Uno de los terrones le dio atrás de la oreja y empleó el lenguaje. Me dio un escalofrío, porque era la primera vez que yo oía el habla, salvo la mía.
No entendí las palabras, pero parecían expresivas.
Cuando descubrí que podía hablar sentí un interés nuevo por él, porque me encanta hablar; hablo todo el día y en sueños, también, y soy muy interesante, pero si tuviera otro con quien hablar podría ser dos veces más interesante y nunca me detendría, si lo deseara.
Si este reptil es un hombre, ¿no es un eso, verdad? Eso no sería gramatical, verdad? Creo que sería un él. Eso creo. En ese caso uno lo analizaría gramaticalmente así: nominativo, él; dativo, para él; posesivo, de él. Bueno, lo consideraré un hombre y lo llamaré él hasta que resulte ser alguna otra cosa. Esto será más útil que tener tantas incertidumbres.
El domingo de la semana siguiente. Toda la semana lo seguí pisándole los talones y traté de que nos conociéramos. Tuve que encargarme de las palabras, porque él era tímido, pero no me importó. Parecía complacido de tenerme a su alrededor y empleé el «nosotros» sociable con mucha frecuencia, porque ser incluido parecía halagarlo.
Miércoles. Nos estamos llevando muy bien realmente, ahora y conociéndonos cada vez más, lo cual es un buen signo y muestra que a él le gusta tenerme con él. Eso me agrada y estudio para serle útil en cada modo que pueda, como para aumentar su consideración.
Durante el último día o dos le saqué de las manos todo el trabajo de nombrar las cosas y eso ha sido un gran alivio para él porque en ese sentido no tiene ningún don y es evidente que se siente muy agradecido. No puede pensar en un nombre racional para salvarlo, pero le dejo ver que soy consciente de su defecto. Cada vez que aparece una criatura nueva la nombro antes de que él tenga tiempo de exponerse con un silencio embarazoso. No tengo defecto como el de él. En cuanto pongo los ojos sobre un animal sé qué es. No tengo que reflexionar un instante; el nombre correcto brota de inmediato, como si fuera una inspiración, como sin duda lo es, porque estoy segura de que no estaba en mí un minuto antes. Parezco saber, sólo por la forma de la criatura y el modo en que actúa, de qué animal se trata.
Cuando apareció el dodo, él pensó que era un gato montés: se lo vi en la mirada. Pero lo salvé. Y tuve el cuidado de no hacerlo de un modo que pudiera herirle el orgullo. Sólo me expresé en un modo del todo natural de sorpresa complacida y no como si estuviera soñando en comunicar información y dije: «¡Bueno, caramba, que me digan si ese no es el dodo!» Expliqué, sin parecer que explicaba, cómo lo conocía como un dodo y aunque pensé que tal vez él estaba un poco irritado porque yo conociera a la criatura cuando él no, era del todo evidente que me admiraba. Eso fue muy agradable y pensé en eso más de una vez con gratificación antes de dormirme. ¡Qué cosa pequeña puede hacernos feliz cuando sentimos que nos lo hemos ganado!
Jueves. Mi primera pena. Ayer me evitó y pareció desear que no hablara con él. No podía creerlo y pensé que había algún error, porque me encantaba estar con él, me encantaba oírlo hablar y por lo tanto ¿cómo podía ser que pudiera sentirse poco amable conmigo cuando yo no le había hecho nada? Pero al fin parecía cierto, así que me aparté y me senté a solas en el lugar donde lo vi por primera vez la mañana en que fuimos hechos y no sabía qué era él y me sentía indiferente hacia él; pero ahora era un sitio lúgubre y cada pequeña cosa hablaba de él y sentía el corazón muy lastimado. No sabía por qué con claridad, porque era un sentimiento nuevo; no lo había experimentado antes y era todo un misterio y yo no podía desenredarlo.
Pero cuando llegó la noche no pude soportar la soledad y fui al refugio nuevo que él había construido, a preguntarle qué había hecho yo mal y cómo podía enmendarlo y volver a tener su bondad; pero él me echó a la lluvia y fue mi primera pena.
Domingo. Ahora es agradable de nuevo y estoy feliz; pero estos fueron días pesados; no pienso en ellos cuando puedo evitarlo.
Traté de conseguir para él algunas de esas manzanas, pero no puedo aprender a tirar derecho. Fallé, pero creo que la buena intención lo complació. Están prohibidas y dice que yo provocaré daño; pero si llego al daño a través de complacerlo, ¿por qué iba a importarme ese daño?
Lunes. Esta mañana le dije mi nombre, esperando que le interesara. Pero no le importó.
Es extraño. Si él me dijera su nombre, me importaría. Creo que sería más agradable a mis oídos que cualquier otro sonido. Él habla muy poco. Tal vez se deba a que no es brillante y es sensible al respecto y desea ocultarlo. Es una gran lástima que se sienta así, porque la brillantez no es nada; es en el corazón donde están los valores. Me gustaría poder hacerle entender que un buen corazón que ama es riqueza, riqueza suficiente y que sin él el intelecto es pobreza.
Aunque habla tan poco, tiene un vocabulario considerable. Esta mañana empleó una palabra sorprendentemente buena. Es evidente que reconoció, él mismo, que era buena, porque trabajó con ella dos veces después, como por casualidad. No fue buen arte casual, aunque mostró que posee una cierta calidad de percepción. Sin duda puede hacerse crecer esa semilla, si se la cultiva.
¿De dónde sacó esa palabra? No creo haberla usado nunca.
No, no se interesó en mi nombre. Traté de ocultar mi desilusión, pero supongo que no lo logré. Fui y me senté sobre la orilla cubierta cíe musgo con los pies en el agua. Es donde voy cuando tengo hambre de compañía, de alguien a quien mirar, cíe alguien con quien hablar. No es suficiente — ese encantador cuerpito blanco pintado allí en la charca— pelo es algo y a veces es mejor que la soledad absoluta. Habla cuando hablo; está triste cuando estoy triste.’ me consuela con su simpatía; dice: «No te deprimas, pobre muchacha sin amigos; seré tu amigo. «Es un buen amigo para mí y el único que tengo; es mi hermana. ¡La primera vez que ella me abandonó! ¡Ah, nunca lo olvidaré… nunca., nunca! ¡Mi corazón era como plomo en el cuerpo! Dije: «¡Ella era todo lo que tenía y ahora se ha ido!» En mi desesperación dije: «¡Rómpete, corazón mío ya no puedo soportar mi vida!» y escondí el rostro entre las manos y no hubo alivio para mí. Y cuando las aparte, después (le un momento, ¡allí estaba ella otra vez, blanca y refulgente y salté a sus brazos!
Eso fue la felicidad perfecta: había conocido la felicidad antes, pero no era como esto, que era un éxtasis. Nunca dudé de ella desde entonces. A veces ella se iba tal vez una hora., tal vez el día entero, pero yo esperaba y no dudaba; decía: «Ella está ocupada, o se fue de viaje., pero volverá.» Y era así: siempre lo hacía. Por la noche no venía si estaba oscuro, porque era una criaturita tímida; pero si había luna venia. No temo a la oscuridad, pero ella es más joven que yo; nació después que yo. Le hice muchas, muchas visitas; es mi consuelo y mi refugio cuando mí vida es dura y en general lo es.
Martes. Trabajé toda la mañana en mejorar la hacienda; y me mantuve apartada de él a propósito, con la esperanza de que se sintiera solo y viniera. Pero no lo hizo.
A mediodía me detuve y me recreé mezclándome con el revoloteo de las abejas y las mariposas y gozando entre las flores, esas criaturas hermosas que sacan la sonrisa de Dios del cielo y la conservan. Las recogí e hice con ellas coronas y guirnaldas y me vestí con ellas mientras comía mi almuerzo: manzanas, desde luego; después me senté a la sombra y deseé y esperé. Pero él no vino.
Pero no importa. No resultaría nada, porque a él no le importan las flores. Las llama basura y no puede distinguir una de la otra y cree que es superior sentir así. No le importo, no le importan las flores, no le importa el cielo pintado cuando cae la tarde: ¿hay algo que le importe, salvo construir refugios para cubrirse de la lluvia buena y limpia y aporrear los melones y probar las uvas y toquetear la fruta en los árboles para ver cómo están madurando? Puse una rama seca en el suelo y traté de hacerle un agujero con otra, para llevar a cabo una idea que tenía y de pronto tuve un susto horrible. ¡Una película delgada, transparente, se alzó del agujero y dejé caer todo y corrí!
¡Creía que era un espíritu y estaba tan asustada! Pero miré hacia atrás y no se acercaba; así que me incliné contra una roca y descansé y jadeé y dejé que me temblaran los miembros hasta que volvieron a estar firmes; después me arrastré de regreso con cautela, alerta, mirando bien y dispuesta a huir si se presentaba la ocasión; y cuando me acerqué bien, aparté las ramas de un rosal y espié — deseando que el hombre estuviera cerca, porque se me veía tan astuta y hermosa— pero el espíritu se había ido. Fui allí y había una pizca de delicado polvo rosa en el agujero. Puse el dedo en él, para palparía y dije ¡ay! y lo saqué de nuevo. Era un dolor cruel. Me puse el dedo en la boca; y parándome primero en un pie y después en el otro y gruñendo, pronto disminuí mi desdicha; después me sentí llena de interés y empecé a examinar.
Tenía curiosidad por saber qué era el polvo rosa. De pronto se me ocurrió el nombre para él, aunque nunca había oído hablar antes del polvo. ¡Era fuego! Estaba tan segura como podría estarlo una persona de cualquier cosa en el mundo. Así que sin vacilar lo nombré así: fuego.
Había creado algo que no existía antes; había agregado algo nuevo a los bienes incontables del mundo; me di cuenta de eso y me sentí orgullosa de mi logro y estaba por correr y encontrarlo y contarle sobre el asunto, pensando en crecer en su estima, pero reflexioné y no lo hice. No: a él no le importaría. Preguntaría para qué servía, qué podía contestarle yo? Porque no servía para algo, pero era sólo hermoso, simplemente hermoso…
Así que suspiré y no fui. Pero aquello no servía para nada; no podía construir un refugio, no podía mejorar los melones, no podía acelerar una cosecha de fruta; era inútil, era una tontería y una trivialidad; él lo despreciaría y diría palabras cortantes. Pero para mí no era despreciable; dije «¡Oh, tú, fuego, te amo, deliciosa criatura rojiza, porque eres hermoso… y eso basta!» y estaba por apretarlo contra mi pecho. Pero me controlé. Después elaboré en mi cabeza otra máxima, aunque se parecía tanto a la primera que temí que fuera sólo un plagio: «El Experimento quemado evita el fuego.» Trabajé otra vez; y cuando había hecho una buena cantidad de polvo fuego, lo vacié sobre un puñado de hierba marrón, seca, pensando en llevarlo a casa y guardarlo siempre y jugar con él; pero le dio el viento y se dispersó y se escupió hacia mí fieramente y lo dejé caer y corrí. Cuando miré hacia atrás, el espíritu azul crecía y se estiraba y giraba como una nube y pensé al instante el nombre para él: ¡humo!, aunque, lo juro, nunca antes había oído hablar del fuego.
Pronto resplandores amarillos y rojos brillantes se dispararon a través del humo y los nombré en un instante —llamas—y también acerté, aunque éstas eran las primerísimas llamas que había visto el mundo. Treparon a los árboles, refulgieron espléndidas entrando y saliendo en el volumen enorme y creciente del humo tropezante, ¡y tuve que aplaudir, y reír y bailar en mi embeleso, porque era tan nuevo y tan extraño y tan maravilloso y tan bello!
Él llegó corriendo y se detuvo y miró y durante muchos minutos no dijo una palabra.
Después me preguntó qué era. Ah, fue muy malo que hiciera una pregunta tan directa. Tenía que contestarla, desde luego, y lo hice. Dije que era fuego. Si le molestó que yo lo supiera y él tuviera que contestar, no fue culpa mía; no deseaba irritarlo. Después de una pausa preguntó:
– ¿Cómo llegó?
Otra pregunta directa y también tuvo una respuesta directa.
-Yo lo hice.
El fuego estaba viajando cada vez más lejos. El hombre se acercó al borde del lugar quemado y se quedó mirando hacia abajo y dijo:
-¿Qué son éstas?
-Brasas
Alzó una para examinarla, pero cambió de idea y la volvió a dejar. Después se fue. Nada le interesa.
Pero estaba interesado. Había cenizas, grises y blandas y delicadas y hermosas: supe qué eran de inmediato. Y los rescoldos; yo conocía los rescoldos, también. Encontré mis manzanas y las arranqué y me sentí alegre; porque soy muy joven y mi apetito es activo.
Pero quedé desilusionada; estaban todas abiertas y arruinadas. Arruinadas aparentemente; pero no era así; eran mejores que las crudas. El fuego es hermoso; algún día será útil, creo.
Viernes. Volví a verlo, por un momento, el lunes pasado al caer la noche, pero sólo por un momento. Esperaba que él me halagara por tratar de mejorar la hacienda, porque yo había querido lo mejor y había trabajado duro. Pero no estaba complacido y se dio vuelta y me dejó.
También estaba descontento por otra cosa: traté una vez más de convencerlo de que dejara de arrojarse por las Cataratas. Era porque el fuego me había revelado una pasión nueva —muy nueva y distinta por entero del amor, la pena y esas otras que ya había descubierto: el miedo. ¡Y es horrible! Me gustaría no haberlo descubierto nunca; me da momentos oscuros, arruina mi felicidad, me hace estremecer y temblar y tiritar. Pero no pude convencerlo, porque él no ha descubierto aún el miedo, así que no puede comprenderme.
Extracto del diario de Adán
Tal vez debiera recordar que ella es muy joven, una simple muchacha, y tenerlo en cuenta. Ella es toda interés, ansiedad, vivacidad, el mundo para ella es un encantamiento, una maravilla un misterio, una alegría; no puede hablar con deleite cuando encuentra una flor nueva, debe cuidarla y acariciarla y olerla y hablarle, y volcarle encima nombres cariñosos. Y es loca por los colores: rocas marrones, arena amarilla, musgo gris, follaje verde, cielo azul; la perla del amanecer, las sombras púrpuras sobre las montañas, las islas doradas que flotan en mares escarlatas al atardecer, la luna pálida navegando el bastidor de nubes astillado, las joyas estrelladas que refulgen en los baldíos del espacio: ninguno de ellos tiene algún valor práctico, por lo que puedo ver, pero debido a que tienen color y majestuosidad, eso basta para ella y pierde la cabeza por ellos. Si pudiera tranquilizarse y quedarse quieta un par de minutos seguidos, sería un espectáculo que daría reposo. En ese caso creo que podría disfrutar mirándola; en realidad estoy seguro de que podría, porque estoy empezando a darme cuenta de que es una criatura notablemente gentil flexible, esbelta, delgada, redondeada, bien formada, ágil, grácil; y una vez cuando estaba de pie, blanca como el mármol y bañada por el sol sobre un peñasco, con la cabeza joven echada atrás y la mano haciéndose sombra sobre los ojos, contemplando el vuelo de un pájaro en el cielo, reconocí que era hermosa.
Lunes a mediodía. Si hay algo en el planeta en lo que ella no está interesada no figura en mi lista. Hay animales a los que soy indiferente, pero no pasa lo mismo con ella. No discrimina, los acepta a todos, piensa que todos son tesoros, cada uno nuevo que aparece es bienvenido. Cuando el poderoso brontosaurio llegó pisando fuerte al campamento, ella lo miró como una adquisición; yo lo consideré una calamidad; ese es un buen ejemplo de la falta de armonía que impera en el modo en que vemos las cosas. Ella quería domesticarlo, yo quería obsequiarle el terreno hogareño y mudarnos. Ella creía que podía ser domado con un buen trato y que sería un buen animal doméstico: le dije que un animal doméstico de seis metros y medio de alto y veinticinco metros de largo no era el objeto más correcto para tener en casa, porque, incluso con las mejores intenciones y sin querer hacer ningún daño, podía sentarse sobre la casa y aplastarla porque cualquiera podía ver por su mirada que era un animal distraído.
Aun así, puso el corazón en quedarse con el monstruo y no podio ceder. Pensó que podía empezar un tambo con él y quería que yo la ayudara a ordeñarlo; pero no quise; era demasiado riesgo. No tenía el sexo adecuado y de todos modos no teníamos escalera. Diez o doce metros de su cola descansaban sobre el suelo, como un árbol caído, y ella pensó que podio treparse, pero estaba equivocada; cuando llegó a la parte empinada estaba demasiado resbaladiza y cayó, se habría lastimado de no ser por mí. ¿Estaba satisfecha ahora? No. Nada la satisface nunca sino la demostración; las teorías no puestas a prueba no son lo de ella y no las quiere. Es el mejor espíritu, lo reconozco; me atrae, siento la influencia de él; creo que si estuviera más con ella lo tomarla yo mismo. Bueno, a ella le queda una teoría sobre este coloso: creyó que si podía domarlo y ponerlo amistoso podríamos hacerlo parar en el río y usarlo de puente. Resultó que ya estaba bastante domado — al menos hasta donde le importaba a ella así que probó su teoría, pero fracasó: cada vez que lo lenta colocado del modo correcto en el río y volvía a la costa para cruzar sobre él, él se movía y la seguía como una montaña doméstica. Como los demás animales. Todos hacen eso.
Viernes. Martes… miércoles… jueves… y hoy… todo sin verlo. Es mucho tiempo para estar sola; aun así, es mejor estar sola que no ser bienvenida. Tenía que tener compañía — fui hecha para eso, creo— así que hice amistad con los animales. Son encantadores y tienen la mejor predisposición y las costumbres más corteses; nunca parecen amargados, nunca te dejan sentir que estás entrometiéndote, te sonríen y agitan la cola, si tienen una, y siempre están dispuestos a juguetear o ir de excursión o cualquier cosa que quieras proponer. Creo que son perfectos caballeros. Todos estos días hemos pasado momentos tan buenos y no me he sentido sola, nunca. ¡Sola! No, diría que no.
Caramba, siempre hay un enjambre de ellos rodeándome —a veces cubren hasta cuatro o cinco acres —, es imposible contarlos; y cuando te paras sobre una roca en el medio y miras sobre la extensión de pieles es algo tan moteado y salpicado y alegre de color y resplandores juguetones y relámpagos de sol y tan rizado de rayas que podrías pensar que es un lago, sólo que sabes que no lo es; y hay tormentas de pájaros sociables y huracanes de alas que giran; y cuando el sol golpea toda esa conmoción plumosa, surge de todos los colores en que puedas pensar una luz ardiente, que basta para encandilarte los ojos.
Hicimos largas excursiones y he visto buena parte del mundo; casi todo, creo; y así soy el primer viajero y el único. Cuando estamos en marcha, es un espectáculo imponente: no hay nada semejante en ninguna parte. Por comodidad cabalgo un tigre o un leopardo, porque es suave y tiene una espalda redonda que me cae bien y porque son animales tan hermosos; pero para las distancias largas o para ver el paisaje cabalgo el elefante.
Me alza con la trompa, pero puedo bajarme sola; cuando estamos listos para acampar, se sienta y me deslizo hacia abajo por su espalda. Los pájaros y los animales son todos amistosos entre sí y no hay disputas acerca de nada. Todos hablan y todos me hablan, pero debe de ser un idioma extranjero, porque no puedo distinguir una palabra de lo que dicen; sin embargo, ellos con frecuencia me entienden cuando les contesto, en especial el perro y el elefante. Eso me avergüenza. Muestra que son más brillantes que yo y por lo tanto mis superiores. Eso me irrita, porque yo quiero ser el Experimento principal y pretendo serlo, además.
Ahora he aprendido una cantidad de cosas y soy educada, pero no era así al principio. Al principio era ignorante. Al principio solía fastidiarme porque, a pesar de toda mi vigilancia, nunca era lo bastante astuta como para estar allí cuando el agua corría colina arriba; pero ahora no me importa. He experimentado y experimentado hasta ahora y sé que nunca corre colina arriba, salvo en la oscuridad. Sé que lo hace en la oscuridad, porque la charca nunca se seca, cosa que haría, desde luego, si el agua no volviera por la noche. Es mejor probar las cosas mediante el experimento real; entonces sabes; mientras que si dependes de adivinar y suponer y conjeturar, nunca llegarás a estar educado.
Hay cosas que no puedes averiguar; pero nunca averiguarás que no puedes adivinando y suponiendo: no, tienes que ser paciente y seguir experimentando hasta que descubres que no puedes averiguarlo. Y es delicioso saberlo de ese modo; hace tan interesante el mundo. Si no hubiera nada que averiguar, sería aburrido.
Incluso tratar de averiguar y no averiguar es tan interesante como tratar de averiguar y averiguar y no sé más que eso. El secreto del agua era un tesoro hasta que lo tuve; entonces toda la excitación se fue y reconocí un sentimiento de pérdida.
Por el experimento sé que la madera flota y las hojas secas y las plumas y muchas otras cosas; en consecuencia mediante toda esa evidencia acumulativa sabes que una roca flotará; pero tienes que conformarte con sólo saberlo, porque no hay modo de probarlo: hasta ahora. Pero encontraré un modo… entonces esa excitación se irá. Ese tipo de cosas me ponen triste; porque pronto, cuando haya descubierto todo no habrá más excitaciones, ¡y me gustan tanto las excitaciones! La otra noche no podía dormir pensando en eso.
Al principio no podía distinguir para qué servía yo, pero ahora creo que era para averiguar los secretos de este mundo maravilloso y ser feliz y agradecer al Dador de todo por inventarío. Creo que todavía hay muchas cosas por aprender: eso espero; y si economizo y no me apresuro demasiado creo que durará semanas y semanas. Eso espero.
Cuando arrojas una pluma hacia arriba deriva en el aire y desaparece de la vista; después arrojas un terrón y no lo hace. Baja, todas las veces. Lo he probado y probado y siempre es así. Me pregunto por qué es. Por supuesto que no baja, ¿pero por qué parece hacerlo? Supongo que es una ilusión óptica. Quiero decir, una de ellas lo es. No sé cuál. Puede ser la pluma, puede ser el terrón; no puedo probar cuál es, sólo puedo demostrar que una u otra es un fraude y dejar que una persona decida. Observando, sé que las estrellas no van a durar. He visto algunas de las mejores fundirse y bajar por el cielo. Si una puede derretirse, pueden derretirse todas; si todas pueden derretirse, pueden derretirse la misma noche. Esa pena llegará: lo sé. Pienso sentarme todas las noches y mirarlas todo lo que pueda mantenerme despierta; y dejaré impresos esos campos centelleantes en mi memoria, para que pronto, cuando sean llevados, pueda devolver con mi fantasía esas miríadas encantadoras al cielo negro y hacerlas refulgir otra vez y duplicarlas con la humedad de mis ojos.
Después de la caída
Cuando miro atrás el Jardín es un sueño para mí. Era hermoso, abrumadoramente hermoso, encantadoramente hermoso; y ahora está perdido y no volveré a verlo.
El Jardín está perdido, pero yo lo encontré a él y estoy contenta. Él me ama tanto como puede; yo lo amo con todo el vigor de mi naturaleza apasionada y esto, creo, corresponde a mi juventud y mi sexo. Si me pregunto por qué lo amo, descubro que no lo sé y no me importa realmente mucho saberlo; así que supongo que este tipo de amor no es producto del razonamiento y las estadísticas, como el amor por otros reptiles y animales. Creo que esto debe ser así. Amo ciertos pájaros por cómo cantan; pero no amo a Adán por cómo canta: no, no es eso; cuanto más canta más lejos me siento de estar reconciliada con su canto. Sin embargo, le pido que cante, porque deseo aprender a gustar de todo lo que le interese.
Estoy segura de que puedo aprender, porque al principio no podía soportarlo, pero ahora puedo. Agria la leche, pero no importa; puedo acostumbrarme a ese tipo de leche.
No es por su brillantez que lo amo: no, no es eso. No hay que culparlo por su brillantez, tal como es, porque él no se hizo a sí mismo; es como Dios lo hizo y eso basta. Había un propósito sabio en ello, eso lo sé. Con el tiempo se desarrollará, aunque creo que no será brusco; y, además, no hay apuro; él está bastante bien como es.
No es por sus modales graciosos y considerados y por su delicadeza que lo amo. No, tiene fallas en ese sentido, pero está bastante bien así y va mejorando.
No es por su industriosidad que lo amo: no, no es eso. Creo que la lleva en él y no sé por qué me la oculta. Es mi único dolor. Por lo demás es franco y abierto conmigo, ahora.
Estoy segura de que no me oculta nada sino esto. Me apena que deba tener un secreto para conmigo y a veces me arruina el sueño pensar en eso, pero lo sacaré de mi mente; no me preocupará mi felicidad, que por lo demás es plena, casi desbordante.
No es por su educación que lo amo: no, no es eso. Es autodidacta y realmente sabe muchas cosas, pero no son esas.
No es por su caballerosidad que lo amo: no, no es eso. Él me lo dijo, pero no lo culpo; es una peculiaridad del sexo, creo, y él no hizo su sexo. Por supuesto, no se lo habría dicho, habría muerto antes; pero esa es también una peculiaridad del sexo y no me jacto de ella, porque yo no hice mi sexo.
¿Entonces por qué es que lo amo?
Sencillamente porque es masculino, creo. En el fondo es bueno y lo amo por eso, pero podría amarlo sin eso. Si me golpeara y abusara de mí, tendría que seguir amándolo. Lo sé. Es una cuestión de sexo, creo.
Es fuerte y apuesto y lo amo por eso y lo admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarlo sin esas cualidades. Si fuera sencillo, lo amaría; si fuera un desastre, debería amarlo; y trabajaría para él y me esclavizaría por él y rezaría por él y estaría junto a su lecho hasta que me muera.
Sí, creo que lo amo simplemente porque es mío y es masculino. No hay otro motivo, supongo. Así que creo que es como dije al principio: que este tipo de amor no es producto del razonamiento y la estadística. Sólo llega — nadie sabe de dónde— y no puede explicarse a sí mismo. Y no necesita hacerlo.
Es lo que pienso. Pero soy sólo una muchacha y la primera que examina este asunto y puede resultar que en mi ignorancia y falta de experiencia no lo haya comprendido bien.
Cuarenta años después
Es mi plegaria, es mi anhelo, que podamos irnos de esta vida juntos: un anhelo que nunca desaparecerá de la tierra, sino que tendrá sitio en el corazón de cada esposa que ame, hasta el fin de los tiempos; y será bautizado con mi nombre.
Pero si uno de nosotros tiene que irse antes, es mi plegaria que sea yo; porque él es fuerte, yo soy débil, no soy tan necesaria para él como él lo es para mí: la vida sin él no sería vida; ¿cómo podría soportarla? Esta plegaria es también inmortal y no dejará de ser ofrecida mientras mi raza continúe. Soy la primera esposa; y en la última esposa me veré repetida.
En la tumba de Eva
Adán: Dondequiera estaba ella, allí estaba el Edén.
FIN
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