ENSAYOS DE RAYMOND CHANDLER
ENSAYOS DE RAYMOND CHANDLER (1): «Mi amigo Luco» (1958) y «Realismo y cuento de hadas» (1912).
ENSAYOS DE RAYMOND CHANDLER (2): «Escritores en Hollywood» (1945).
ENSAYOS DE RAYMOND CHANDLER (y 3): «La noche de los Oscar» (1946)
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Ensayos de Raymond Chandler: Introducción
«En general, el negocio de la antología me produce un completo disgusto. Gente que no le ha dado nada al mundo en términos de escritura (y nunca lo hará) presume de utilizar el trabajo de otros a precios nominales, y por Dios me refiero a precios nominales, para su propio beneficio y provecho, y se justifican como compiladores o críticos o eruditos, en apoyo de lo cual es criben unas vomitivas pequeñas introducciones y se quedan sentados con una sonrisa indulgente y los bolsillos bien abiertos«.
Carta a los editores de Sheridan House
Raymond Chandler, 24 de noviembre de 1946
Hace seis años empecé a trabajar en una biografía de Raymond Chandler. No tardé en advertir que la mejor fuente sobre el tema había sido escrita por el mismo Chandler. Esto se debió en parte a la necesidad. Fue un hombre poco sociable, que no dejó esposa o hijos tras su muerte en 1959. Tampoco hubo hermanos o hermanas, ni siquiera primos segundos. Había sido hijo único y no tuvo hijos, y además fue un desarraigado, con más de cien domicilios distintos en el curso de su vida. El hombre que la revista Time definió una vez como «el poeta laureado de los lobos solitarios» era el artículo genuino al que se refería su obra. «Conocerme en persona -le advirtió a un corresponsal- es la muerte de la ilusión». Pero, aunque quizá fue un recluso, Chandler fue un escritor compulsivo de cartas; y en ellas se esconden muchas de las claves del hombre que había detrás de Philip Marlowe. Las copias al carbón que han sobrevivido de sus cartas están divididas entre una gran colección en la Biblioteca Bodleiana en Oxford y otra en la Universidad de California en Los Ángeles. En esas cartas, de las que hay millares, Chandler habla abiertamente sobre la vida, la literatura y la sociedad californiana moderna. Muchas de las cartas incluidas aquí fueron escritas durante la noche, dictadas a una grabadora para que su secretaria mexicana, Juanita Messick, las dactilografiara por la mañana. A menudo bebía mientras las dictaba, y representan un viaje insólitamente libre y sincero por la mente de un hombre que había visto mucho, leído mucho, bebido mucho, pensado mucho, y en el proceso se había acercado peligrosamente a la locura. Era tan capaz de un feroz autoescrutinio como antisocial virtuoso; he llegado a convencerme de que nadie podía ser más perspicaz e informativo sobre Chandler que el mismo Raymond Chandler.
Las cartas ocupan un firme lugar en el corazón de su legado escrito, y ha habido dos selecciones de ellas desde su muerte en 1959: Raymond Chandler Speaking en 1962 y The Selected Letters of Raymond Chandler en 1981. Tengo una deuda con ambas, y particular mente con el trabajo del difunto profesor Frank MacShane. MacShane murió en 1998. Su trabajo sobre Chandler en las décadas de 1970 y 1980 ayudó a convencer al mundo intelectual de que Raymond Chandler fue más que un mero escritor de novelas policiacas: fue un moderno chamán californiano y un tesoro literario estadounidense -algo que sus admiradores ya sabían. El generoso trabajo de MacShane está vivo en esta selección, que se basa en la suya de 1981. También querría expresar mi gratitud a los herederos de Chandler por haberme puesto a cargo de esta compilación.
Después de pasar mucho tiempo con los papeles de Chandler, creo que he encontrado material nuevo interesante. Para esto hay muchas razones. La mayoría de las cartas de Chandler estaban dirigidas a hombres y mujeres con los que tenía trato profesional: editores, agentes, abogados. La mayoría de las cartas empieza con la cuestión de negocios entre manos, y después se extienden en soliloquios sobre cualquier cosa en la que Chandler estuviera pensando en ese momento. Así, por ejemplo, una carta a su contable sobre un asunto de impuestos puede terminar hablando de cine y ajedrez (este último descrito por Chandler como «el más grande desperdicio de inteligencia humana después de la publicidad»). En medio de una discusión con su agente europeo sobre los derechos para la traducción al italiano, Chandler puede hacer una reflexión sobre la actuación del general MacArthur en la Segunda Guerra Mundial. Y así siempre. Al ver cuánto quedaba oculto en la avalancha de correspondencia profesional (que podría llenar fácilmente dos armarios grandes) decidí revisar su correspondencia de principio a fin. Mi recompensa, como había esperado, fueron algunos momentos clásicos de Chandler, perdidos hasta ahora. Los lectores de las dos selecciones anteriores encontrarán mucho material nuevo que disfrutar. Además de lo espigado en papeles existentes (incluyendo piezas periodísticas no recogidas antes), en los últimos diez años han salido a la luz algunas cartas nuevas, especialmente la correspondencia que Chandler mantuvo durante dos años con una admiradora convertida en amante, de nombre Louise Loughner.
Las cartas y los artículos de Chandler son una lectura válida aun para los que no conocen su ficción. Como escribió el crítico del Washington Post en la reseña a la selección de MacShane en 1981, estas cartas son compulsivamente legibles. Por momentos alcanzan la al tura de su ficción.
Un esbozo de la vida de Chandler será útil para los que desconocen su historia. En un siglo dominado por la fractura social y política, Raymond Chandler tuvo una existencia particularmente incierta. Nacido en Chicago en 1888, fue el único hijo de una madre irlandesa y un padre de Pennsylvania. Ambos eran cuáqueros no practicantes, y su padre era un alcohólico cuyo trabajo de ingeniero itinerante de ferrocarril significó que Chandler lo viera poco durante su infancia. El niño y la madre pasaron los primeros años en una casa de alquiler en Chicago, después en una serie de hoteles baratos, y cada vez más con parientes en las praderas de Nebraska.
En 1895, Chandler y su madre, ya divorciada, viajaron con sus pertenencias a Irlanda. Allí vivieron como descastados entre la comunidad protestante de Waterford en la que había crecido Florence Chandler. El niño fue enviado más tarde a Londres, a vivir con su abuela y, a expensas de un tío, asistió al Dulwich College, una elegante escuela privada victoriana donde debía llevar frac. El tío no estaba dispuesto a pagarle la universidad, así que sacó a Chandler de Dulwich un año antes de la graduación y lo envió a colegios tutoriales en Francia y Alemania, preparándolo para un examen de ingreso en la Administración Pública británica, recurso habitual para jóvenes de buenas familias sin dinero.
Tras un año en el continente, Chandler aprobó el examen (quedó tercero entre quinientos) y empezó a trabajar en el Almirantazgo británico, en la oficina de municiones. El puesto no le agradó, y renunció al cabo de unos meses. Durante los cinco años que siguieron vivió en una variedad de domicilios precarios en Londres, ganándose a duras penas la vida con publicaciones en revistas literarias. Su tío se negó a seguir manteniéndolo, y Chandler emigró solo a Estados Unidos en 1912, el mismo año en que se hundió el Titanic. No llevaba más dinero que el prestado (se había comprometido a devolverlo con intereses) por su tío. Después de trabajar como encordador de raquetas de tenis, recolector de fruta y vendedor en una tienda, terminó consiguiendo empleo en Los Ángeles como asistente administrativo.
En 1917 cruzó la frontera canadiense para alistarse en el cuerpo de los Gordon Highlanders. Solo el siglo XX podía hacer que un angloirlandés nacido en Estados Unidos viajara a Canadá para unirse a un regimiento escocés que combatiría a los alemanes en Francia. Chandler sirvió en las filas como soldado, y ascendió a sargento. A su regreso a California (vía Seattle) se casó con una ex modelo divorciada dos veces, y consiguió trabajo en la entonces floreciente industria del petróleo. Los Chandler cambiaron de domicilio constantemente en Los Ángeles y alrededores durante los siguientes trece años, y no tuvieron hijos. Es posible que Chandler no lo supiera en el primer momento, pero su esposa era diecisiete años mayor que él, y había alterado diez años su fecha de nacimiento en el certificado de boda. Después de perder su empleo en una petrolera, por alcoholismo, en 1932, la pareja prosiguió su nomadismo, aunque en zonas menos elegantes de Los Ángeles. Chandler empezó a escribir para revistas baratas de criminología. En 1939 completó y publicó su primera novela, El sueño eterno [The Big Sleep], donde aparecía por primera vez un héroe narrador llamado Philip Marlowe. Siete años después, con una fortuna ganada en Hollywood, compraba una lujosa mansión cerca de San Diego. Para entonces, tanto él como Philip Marlowe eran famosos, en la pantalla y en la página impresa.
Tras la muerte de su esposa en 1954, Chandler tuvo un final solitario y maniaco en hoteles de Europa y el sur de California. No había tenido amistades duraderas en su vida y no tenía familia. Solo diecisiete personas asistieron a su funeral en 1959, incluyendo a un representante local de la asociación Mystery Writers of America.
Si a esta historia se le agrega el demonio recurrente del alcoholismo, no puede sorprender que Chandler la describiera emocional mente como «una vida más bien desdichada». A veces fue más que desdichada: hizo un ebrio intento de suicidio en 1955 que lo llevó a una celda psiquiátrica. Pero en los bordes de la locura hay otras cualidades además de la desesperación, y Chandler las tuvo en abundancia. La recompensa por una vida accidentada fue la clase de ingenio descarnado que aparece en un escritor apenas una o dos veces por siglo. La clase de mirada que puede ver a través de lo que dice la gente. Pocos autores de su generación han envejecido menos. Esto vale tanto para sus cartas como para sus novelas y guiones, y esta selección, espero, dará nuevas pruebas de ello.
El material del presente libro no se limita a las cartas, sino que incluye otros escritos fuera de sus novelas y guiones. Está ordenado. cronológicamente. No se ha conservado ninguna carta de la juventud de Chandler en Londres, así que de esa época he incluido algunos de los ensayos y los poemas que escribió para revistas. Las cartas empiezan en 1939, aunque la mayoría fueron escritas entre 1943 y su muer te, en 1959. Es muy raro que escribiera ficción después de la puesta de sol (decía que los esfuerzos por hacerlo se le volvían demasiado «macabros cuando los leía al día siguiente), y era en la oscuridad cuando escribía o dictaba sus cartas. En consecuencia, son las crónicas de un hombre de la medianoche, a menudo habladas en voz alta cuando estaba solo, electrificado por un insomnio que lo había perseguido desde su juventud.
Además de las cartas no publicadas antes se rescatan otras piezas de no ficción, incluyendo un informe inédito de un fascinante encuentro con el gángster exiliado Lucky Luciano, encuentro que tuvo lugar en un hotel de Nápoles dos años antes de la muerte de Chandler. También se publica por primera vez desde que apareció en 1948 su memorable descripción de la ceremonia de los Oscar de ese año, una obra maestra de la sátira por un hombre que abandonaba Hollywood.
Pero, como sucede con la mayoría de los grandes escritores, la carrera de Chandler empieza con poesía muy mala…
TOM HINEY
República de Sudáfrica, marzo de 2000
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Mi amigo Luco (1)
[1958]
Así es como lo llaman en Nápoles, donde no conocí a nadie que hablara mal de él. Sin duda, la policía napolitana sí, pero últimamente no han ido muy lejos en su persecución. Ni tampoco la Brigada de Narcóticos estadounidense, que hoy está bajo el mando del fiscal general Brownell, quien, según tengo entendido, fue director de campaña del hombre que llevó a juicio a Luco.
Su verdadero nombre es Charles Luciano Lucania. El público de los diarios lo conoce como Lucky Luciano. Lucky, «afortunado«, ¿en qué? Se supone que es un hombre muy malo, multimillonario cabecilla de una mafia mundial de drogas. No creo que sea nada de eso. Me pareció tan cercano al mafioso duro como yo al difunto y no llorado Mussolini. Tiene la voz suave, un rostro triste y paciente, y es extremadamente cortés. Todo eso podría ser una fachada, pero no creo que sea tan fácil engañarme. Un hombre implicado en crímenes brutales conserva alguna marca. Luciano me pareció un hombre solitario, que había sido infinitamente atormentado y aun así no guarda rencor. Me gustó, y no encontré motivo para que no me gustara. Probablemente no es perfecto, pero yo tampoco lo soy.
Su historia se remonta mucho tiempo atrás, y mucha gente puede haber olvidado qué monstruosa se pintó su figura. Nació en Sicilia y sus padres lo llevaron a Estados Unidos de niño. Creció en un barrio duro de Nueva York. Los inmigrantes italianos y sicilianos por lo general son demasiado pobres para vivir en otro lado que en barrios de bloques. A los diecisiete años admite haber participado en alguna clase de negocio con drogas. Después, durante la era de la Prohibición, fue contrabandista de bebidas o propietario de garitos. Considerando los impedimentos de su origen, debe de haber sido un hombre muy capaz.
Por supuesto que se trataba de actividades ilegales, pero pocos estadounidenses que no fueran puritanos y fanáticos creyeron nunca en la Prohibición. La mayoría de nosotros íbamos a tabernas clandestinas y comprábamos bebida de contrabando abiertamente, y «la mayoría» de nosotros incluye a jueces, oficiales de policía y funcionarios. Recuerdo que en un club nocturno en Culver City, ciudad cercana a Los Ángeles donde están situados los estudios Metro Goldwyn, había dos policías siempre de guardia, no para impedir que uno comprara bebida sino para impedir que uno trajera la suya en lugar de comprar la de la casa.
La Prohibición fue uno de nuestros peores errores. Enriqueció a las mafias y las hizo lo bastante poderosas como para organizarse a escala nacional, con el resultado de que hoy son casi intocables. En cuanto al juego, de una forma u otra es legal o está tolerado en casi todo el país. Apostar a las carreras de caballos es más que legal: es una valiosa fuente de ingresos fiscales en distintos estados.
De vez en cuando tratamos de resguardar nuestra conciencia eligiendo un chivo expiatorio muy publicitado para crear la ilusión de que nuestras leyes se están cumpliendo rigurosamente
De vez en cuando tratamos de resguardar nuestra conciencia eligiendo un chivo expiatorio muy publicitado para crear la ilusión de que nuestras leyes se están cumpliendo rigurosamente. En 1936, Luciano había llegado a una posición de suficiente eminencia para ser elegido. Algunos de esos chivos expiatorios son culpables, algunos lo son a medias y algunos, espero que no muchos, son inocentes.
Creo que Luciano fue un inocente entrampado a propósito por un fiscal ambicioso. Estaba fuera de la ley, técnicamente hablando, pero no creo que el crimen por el que fue convicto, prostitución compulsiva, tuviera nada que ver con sus verdaderas actividades. En primer lugar, fue juzgado en la prensa, lo que constituye una parte desafortunada de nuestro modo de vida, puesto que si a un hombre se lo difama durante el tiempo suficiente y con la suficiente virulencia, llega al tribunal como culpable. El juez Jerome Frank, en su libro póstumo Not Guilty, dice de cierto caso: «La fiscalía presentó como uno de sus principales testigos a una prostituta y drogadicta que recibía la droga del gobierno como pago por informar«. Si una agencia del gobierno puede rebajarse a eso, no es sorprendente que tantos estadounidenses, incluyéndome, vean el destino de un hombre en los tribunales como un juego de naipes. Todo depende de cómo caigan las cartas, lo bueno que sea el abogado, si uno puede pagar a uno bueno, lo estúpido o inteligente que sea el Jurado, y la mayoría son incurablemente estúpidos, porque los hombres inteligentes por lo general encuentran un modo de evadir su deber como jurados. Una de las peores amenazas a cualquier justicia real son los columnistas de diarios de gran tirada. Su función es crear sensación a cualquier precio; no les importa nada la suerte de la gente a la que atacan, y menos aún la verdad. De algún modo, son peores que los delincuentes a los que atacan. Un columnista, cuyo nombre afortunadamente he olvidado, dijo que Luciano le había pagado un millón de dólares en efectivo a una famosa estrella de cine, en Cuba. Esa estrella de cine, a la que por casualidad conozco, nunca había visto a Luciano, y dudo mucho que Luciano haya tenido nunca un millón de dólares, ni una cifra que se le acerque.
En primer lugar, fue juzgado en la prensa, lo que constituye una parte desafortunada de nuestro modo de vida, puesto que si a un hombre se lo difama durante el tiempo suficiente y con la suficiente virulencia, llega al tribunal como culpable
Así que fue a juicio frente a doce hombres buenos y sinceros, cuya mente, en el caso de que supieran leer, ya había sido corrompida por la prensa, y para los que no sabían leer siempre estaba la radio.
Todos los testigos presentados contra Luciano estaban siendo juzgados por algún crimen, y no por primera vez. El fiscal encerró a numerosas madamas de burdel en «custodia preventiva», a todas luces para protegerlas. Durante ese en cierro se las instruyó a conciencia sobre los testimonios que debían presentar, y cómo debían hacerlo, y se les prometió inmunidad si lo hacían bien. Por supuesto, no hay registro legal de eso. El principal testigo contra Luciano fue un hombre encausado por robo. Si se lo condenara, habría sido la cuarta vez, lo que en el estado de Nueva York implica una automática sentencia a cadena perpetua (real, no nominal). Ese hombre probablemente habría atestiguado que su propia madre era una envenenadora múltiple, si a cambio se le prometía inmunidad. Dijo que hacía ocho o nueve años que conocía a Luciano, y que Luciano le había ofrecido poco tiempo atrás un empleo de cuarenta dólares a la semana como cobrador de casas de prostitución. Eso me hace reír casi hasta las lágrimas, pero no de placer. Si hubiera dicho cuatrocientos dólares a la semana, o mil, yo me habría mantenido serio. Pero ¿cuarenta dólares a la semana por eso? Absurdo. Me causó cierto placer enterarme de que más tarde ese testigo, cuando el fiscal hubo dejado su cargo, rectificó su testimonio y dijo que solo había visto a Luciano en un bar.
Un juez puede ser el hombre más honorable del mundo, pero tan solo puede dar las mejores instrucciones al Jurado. Si las decisiones de los jurados ya las han tomado otros por ellos, el juez no puede hacer nada. Quizá puede parecer que en el caso de Luciano la sentencia fue un tanto excesiva, pero yo no juzgo eso. Le cayeron de treinta a cincuenta años; toda una condena.
Cumplió diez años y después, mediante un procedimiento ejecutivo poco habitual, fue liberado y enviado a Sing Sing para su deportación. Se lo perdonó aduciendo que había dado valiosa información a las fuerzas armadas para la invasión de Sicilia. Las fuerzas armadas deben de haberse reído bastante al oírlo. Todo lo que pudo decirles Luciano sobre Sicilia es que era una isla. Probablemente ellos ya sabían más sobre Sicilia que los sicilianos. La verdadera razón de su liberación solo pudo ser una: que sus abogados habían reunido pruebas de que había sido víctima de una trampa legal, y estaban dispuestos a usar esas pruebas contra el fiscal, que se había convertido en una importante figura política. Ese hombre edificó su carrera sobre condenas espectaculares. Pero nunca obtuvo lo que quería. Los estadounidenses no somos tontos. A veces podemos parecer aturdidos, pero cuando llega el momento podemos distinguir a un gato de un leopardo.
Luciano se fue a Roma, pero la policía le hizo la vida imposible. Se fue a Cuba, y la policía estadounidense de Narcóticos le cayó encima. Se fue a Nápoles. La policía lo vigilaba constantemente. Cambiaba de residencia cada pocos meses.
Era inútil. Estados Unidos se ha vuelto un imperio. Su dinero y su influencia penetran todo el mundo por fuera del Telón de Acero. Nada puede devolverle a Luciano su vida o su libertad. El trabajo que hicieron con él fue completo. Nadie conoce todos los hechos. Yo solo puedo guiarme mis sentimientos del hombre. Si Luciano es un hombre malo, entonces yo soy un idiota. El hombre que lo condenó ha tenido su recompensa, y también su fracaso. Yo prefiero ser un idiota a vivir con su alma, si es que tiene.
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CITAS
1. En la primavera de 1958, Chandler se entrevistó con «Lucky Luciano Lucania en el hotel Royal de Nápoles. El artículo, escrito para el Sanday Times, no se publicó por temor a represalias legales.
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Realismo y cuento de hadas (1)
[1912]
El cuento de hadas es el sueño que todos tienen de la perfección y, por consiguiente, cambia, a la manera de los sueños, según el humor del soñador. Para uno es un escenario de naturaleza virginal y estival no mancillada ni siquiera por los trabajos necesarios de la supervivencia. Para otro es un sitio donde no existen códigos, convenciones o leyes morales, y donde la gente ama u odia a simple vista, y todos tienen sus virtudes y vicios escritos claramente en el rostro. Para otro es una campiña sembrada de hermosos castillos en los que viven dulces damas vestidas de seda, hilando y cantando mientras у hilan, y nobles caballeros que libran corteses combates entre sí en claros del bosque; o una región de magia inquietante, música fantasmal, elfos y aguas encantados. Para otro puede ser una anarquía de la belleza con un toque de terror, administrada por espíritus que deben ser propiciados con pasteles dejados en la ventana y palabras en voz baja pronunciadas en la chimenea por la noche. No hay dos mentes que vean igual el país de los cuentos de hadas o le pidan los mismos dones; además, se modifica de un día a otro, como cambian los vientos que soplan alrededor de una casa, y con tan pocas razones visibles como tienen los vientos. No obstante, por contraste da un reflejo tan exacto de la vida que el espíritu de una época se retrata de modo más esencial en los cuentos de hadas que en la más documentada crónica de un articulista contemporáneo.
Las visiones de lo que se llama idealismo son solo reflejos del país de las hadas y sus experiencias; comparten con las escenas del dominio maravilloso el mérito de decir la verdad sobre quienes las ven, y de decirla con más claridad porque la dicen inconscientemente. Pero en el último medio siglo, más o menos, han surgido ciertas personas de caras largas, serias, graves y al parecer muy valientes que nos informan tristemente que debemos mirar de frente los hechos si queremos ver la verdad, que no debemos engañarnos con sueños rosados de castillos en las nubes. Para mostrarnos cómo proceder rastrillan la basura de la humanidad en sus callejones y barriadas en busca de fragmentos de la vajilla moral rota, y huelen los vicios de los desdichados, y los adornan con la peor interpretación posible del sistema social, y, por el simple proceso de multiplicación, deducen de ellos lo que consideran más típico del ser humano. Decididos a no ocultar nada, y a mostrar con imparcialidad todos los aspectos de la vida, olvidan que las cosas que más les llaman la atención en su registro imparcial y aparecen más destacadas en sus obras son meros desechos de los sentidos; del mismo modo, un hombre con un fino sentido del olfato consideraría que el rasgo más notable de la vida en una cabaña son los olores desagradables. Declarando con audacia que harán a un lado todo optimismo ficticio, eligen automáticamente el aspecto oscuro de las cosas para no correr riesgos; como resultado, lo desagradable se asocia en su mente con la verdad, y si quieren producir un retrato sin defectos de un hombre, todo lo que tienen que hacer es pintar sus debilidades y después, aunque no sea más que para propiciar el instinto de bondad remanente por descuido en su corazón, explicar que sus defectos son la consecuencia inevitable de un plan de vida equivocado. Solo falta instalar al hombre así retratado en un milieu, cuya sordidez y fealdad es «reproducida» con una elaboración monótona y chata antes desconocida en el arte, y se obtiene una obra maestra del realismo. No puede sorprender que cuando ese material se pone en manos de hombres y mujeres cansados por exceso de trabajo y con los nervios inestables, para que lo estudien en sus horas de ocio, cierto sabor de desaliento y pesimismo se vuelva característico de la época, con el resultado social de que si algún problema vital difícil clama por solución, los mejor preparados para resolverlo han perdido toda su esperanza y alegría juveniles y no tienen más energía para la tarea. Pasan de largo con un suspiro, dejando la misión a burócratas y políticos.
Para mostrarnos cómo proceder rastrillan la basura de la humanidad en sus callejones y barriadas en busca de fragmentos de la vajilla moral rota, y huelen los vicios de los desdichados, y los adornan con la peor interpretación posible del sistema social, y, por el simple proceso de multiplicación, deducen de ellos lo que consideran más típico del ser humano
Sin duda que es una vieja calumnia decir que el realismo es un recolector de los desechos de la vida, y puede ser justo que todo punto de vista perteneciente a una clase amplia de gente debería tener representación en el arte. Pero nunca se ha probado a satisfacción de los visionarios más razonables y fáciles de convencer que el realista sea un punto de vista definido. Porque en verdad es solo el humor de las horas aburridas y deprimidas del Señor Todo el Mundo. Todos somos realistas por momentos, así como todos somos sensualistas por momentos, todos mentirosos por momentos, y todos cobardes por momentos. Y si se afirmara que, por esta razón, porque es humano, el realismo es esencial al arte, la respuesta obvia es que esta exigencia autoriza como máximo a un nicho en el templo, no como ahora a un dominio sobre todo el ritual, y que la verdad en el arte, como en otras cosas, no debería buscarse mediante ese proceso de agotamiento alentado tan fatalmente en nuestro tiempo por los pedantes de la ciencia, y por la falacia de que se descubrirá considerando todas las posibilidades: un método que reniega de la intuición y de todos los mejores instintos del alma para recibir a cambio un puñado de teorías que, comparadas con las formas infinitas de la verdad inmortal conocida por los dioses, son como un puñado de guijarros respecto de mil kilómetros de playa cubierta de guijarros.
De todas las formas del arte, el realismo es la más fácil de practicar, porque de todas las formas mentales la mente chata es la más común
No obstante, por fallida que sea su filosofía, el credo realista que domina nuestra literatura no se debe tanto a las malas teorías como al mal arte. Para ser un idealista, uno debe tener una visión y un ideal; para ser un realista, solo un ojo mecánico y laborioso. De todas las formas del arte, el realismo es la más fácil de practicar, porque de todas las formas mentales la mente chata es la más común. La persona menos imaginativa y menos educada del mundo puede describir chatamente una escena chata, como el peor constructor puede producir una casa fea. Para los que dicen que hay artistas, llamados realistas, que producen una obra que no es fea ni chata ni dolorosa, cualquiera que haya recorrido una calle común de la ciudad al crepúsculo, en el momento en que se encienden los faroles; puede responder que esos artistas no son realistas, sino los más valientes de entre los idealistas, porque exaltan lo sórdido a una visión mágica, y crean belleza pura del cemento y el polvo vil.
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CITAS
1. Publicado originalmente en The Academy, Londres, 6 de enero de 1912. Entre 1911 y 1912, Chandler escribió para la revista doce artículos y reseñas. Este ensayo solamente se volvió a editar en The Raymond Chandler Papers.
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