EL PAISAJE, PATRIMONIO CULTURAL, por Eduardo Martínez de Pisón

EL PAISAJE, PATRIMONIO CULTURAL

El paisaje se formaliza necesariamente sobre un sistema territorial, es no sólo la visión de una forma geográfica sino esa misma forma. Pero el paisaje no es el territorio. Este consiste en el espacio-función, el solar, la base geográfica manipulable y su expresión administrativa. El paisaje es la configuración morfológica de ese espacio básico y sus contenidos culturales; en este sentido es una categoría superior al fundamento territorial. La condición cultural del paisaje es su misma sustancia, lo que permite su asimilación a tal trasfondo, lo que da lugar a que pueda residir en él la identificación de un pueblo.

Por Eduardo Martínez de Pisón

Punto Crítico, 1.998

EL PAISAJE

 

El paisaje se formaliza necesariamente sobre un sistema territorial, es no sólo la visión de una forma geográfica sino esa misma forma. Pero el paisaje no es el territorio. Este consiste en el espacio-función, el solar, la base geográfica manipulable y su expresión administrativa. El paisaje es la configuración morfológica de ese espacio básico y sus contenidos culturales; en este sentido es una categoría superior al fundamento territorial. La condición cultural del paisaje es su misma sustancia, lo que permite su asimilación a tal trasfondo, lo que da lugar a que pueda residir en él la identificación de un pueblo.

Ello permite situar esa realidad en otro plano que la protección del suelo, que la conservación del monumento o de la fauna. El paisaje es, pues, un ente geográfico dotado de soporte estructural, de forma, de rostro, complejo (con numerosos factores, componentes y relaciones), mixto (natural y social) y, sobre todo, vivo: no es materia fría, sino donde vivimos; no es sólo escenario, sino parte del drama; no pasivo, sino activo; no es estático, sino que cambia; no es sólo objeto de contemplación, sino el lugar de la acción.

 

El paisaje es un ente geográfico dotado de soporte estructural, de forma, de rostro, complejo (con numerosos factores, componentes y relaciones), mixto (natural y social) y, sobre todo, vivo: no es materia fría, sino donde vivimos; no es sólo escenario, sino parte del drama; no pasivo, sino activo; no es estático, sino que cambia; no es sólo objeto de contemplación, sino el lugar de la acción.

 

El paisaje es, pues, un lugar y su imagen. Es una realidad física, un nudo de problemas territoriales y es su modo de entendimiento y de relación -no necesariamente sólo material- con sus habitantes. Es a la vez una figuración y una configuración. Esta última se compone de elementos y partes, de objetos, de unidades de paisaje y de asociaciones de unidades que son objetivamente defendibles y cartografiables. Esas partes poseen una estructura interna que es el constituyente básico del paisaje. Así, siempre éste es más que una visualización o un panorama percibido desde fuera (es un "dentro") e incluso más que un albergue o escenario con figuras (lo constituyen también elementos vivos en organizaciones morfológicas y puede estar dominantemente formado por aportaciones antrópicas, es decir, en la mayoría de los casos, históricas).

En consecuencia, el paisaje es la configuración de la realidad geográfica completa, o, si se prefiere, la morfología de los hechos geográficos. Esto significa que sus características esenciales son su volumen, su localización, su superficialidad, su decantación de una estructura espacial, su pluralidad e integración de componentes, sus relaciones internas y externas, su organización espacial interior, su temporalidad y flujo de cambio: es decir, el constituir un individuo geográfico completo.

 

El paisaje es, pues, un lugar y su imagen. Es una realidad física, un nudo de problemas territoriales y es su modo de entendimiento y de relación -no necesariamente sólo material- con sus habitantes. Es a la vez una figuración y una configuración

 

En los paisajes rurales las formas se construyen por un proceso acumulador histórico, sobre el potencial ecológico, de madera que fijan, funcionalmente, el legado del pasado. Este representa en sí mismo un valor cultural de integración, de organización del espacio. Se trata de las morfologías acumulativas que presentan los modos de civilización, se trata de memoria y de ahí deriva el alto papel significativo de los paisajes agrarios, pese a su aparente falta de monumentalidad. Los paisajes rurales poseen, pues, contenidos culturales propios que llegan a definir la personalidad regional.

Pese a sus modificaciones recientes y actuales, siguen siendo referencias fundamentales del sentido geográfico de los pueblos. De su variedad nacieron las comarcas, hoy casi disueltas. También la imagen artística de los paisajes -que les otorga a su vez una parte importante de su identidad, que les da no poco de su definición cultural- se basa en buena medida en las morfologías rurales. Por tanto, sería indispensable encontrar soluciones culturales para que estos paisajes no fueran arrastrados hacia su pérdida por hechos tan contundentes como la decadencia del poblamiento rural, la crisis del mosaico comarcal o la disolución de su variedad. Es visible, sin embargo, que cada vez quedan menos supervivientes de las morfologías características.

 

Los paisajes rurales poseen, pues, contenidos culturales propios que llegan a definir la personalidad regional. Pese a sus modificaciones recientes y actuales, siguen siendo referencias fundamentales del sentido geográfico de los pueblos. De su variedad nacieron las comarcas, hoy casi disueltas.

Sería indispensable encontrar soluciones culturales para que estos paisajes no fueran arrastrados hacia su pérdida por hechos tan contundentes como la decadencia del poblamiento rural, la crisis del mosaico comarcal o la disolución de su variedad

 

Los paisajes urbanos son, obviamente, reveladores de su historia en la más alta potencia. Cada elemento, casa, calle, conjunto, posee valores, símbolos, tradiciones, usos. No me refiero a los monumentos, sino al fenómeno urbano material en sí, que es necesario activo a la vez que legado, que se compone, en las ciudades tradicionales, de elementos complementarios no sólo sociales, sino también, originalmente incorporados, naturales y rurales, quizá disfuncionales, seguramente amenazados, pero admitidos como hechos culturales. La ordenación urbana es el camino que permite la supervivencia de tales creaciones culturales, de tales paisajes culturales, integrados con más o menos talento y sensibilidad en los nuevos usos económicos, sociales y técnicos.

 

Los paisajes urbanos son, obviamente, reveladores de su historia en la más alta potencia. Cada elemento, casa, calle, conjunto, posee valores, símbolos, tradiciones, usos. No me refiero a los monumentos, sino al fenómeno urbano material en sí, que es necesario activo a la vez que legado, que se compone, en las ciudades tradicionales, de elementos complementarios no sólo sociales, sino también, originalmente incorporados, naturales y rurales, quizá disfuncionales, seguramente amenazados, pero admitidos como hechos culturales

 

La naturaleza europea es un modelo de paisaje cultural, de paisaje perdonado y de construcción cultural. Su ideación como tal constituye uno de los hechos más característicos de la historia de nuestra cultura: en el Renacimiento es ya entendida como un mundo propio-especialmente la alta montaña- ante el que los sabios y poetas tienen, en principio, una actitud admirativa. Es la actitud que se traslada a América con los primeros descubridores, Recientemente, Briffaud ha seguido el proceso derivado de tal talante en una montaña concreta, el Pirineo: ese proceso: consiste en el descubrimiento del esplendor, de lo oculto en la altitud, de la capacidad ética del contacto con la naturaleza. Unamuno se refiere a esta capacidad, cuando sus paisajes están aún respetados, como provocadora de "inquietadores pensamientos eternos". La naturaleza es un hecho formal y un medio cargado de sentidos y de tradición cultural. El paisaje natural es, por tanto, muy principalmente, una cuestión moral.

 

El paisaje es la manifestación formal de la realidad geográfica. La naturaleza es un hecho formal y un medio cargado de sentidos y de tradición cultural. El paisaje natural es, por tanto, muy principalmente, una cuestión moral

 

Pero, además, el paisaje es la manifestación formal de la realidad geográfica. Por ello, no sólo lo integran una pluralidad de medios o de constituyentes, sino de miradas y de esquemas. Hace ya años, en el número uno de esta misma revista, escribía con razón evidente Fernando Vela que "la riqueza y complicación de la vida depende del número de esquemas; cuanto menor es el número de esquemas, más pobre es la vida". Por tanto, aún menos conviene, en principio, la visión unilateral en estas realidades plurales, sino la completa, la multilateral e integradora.

 

el paisaje es escenario común de vivos y muertos, el lugar de reunión de miradas sin tiempo (Ortega)

 

En segundo lugar, tal integración debe reunir toda la información de las diferentes "miradas", lo que requiere la recogida no sólo de las contemporáneas y simultáneas, sino también las de las distintas épocas que lo han vivido o hasta configurado. Como Ortega escribió, el paisaje es escenario común de vivos y muertos, el lugar de reunión de miradas sin tiempo. Ellas explican el paisaje como construcción cultural múltiple en la que se integran todas las imágenes, todos los esquemas, todas las visiones -hasta tal punto que aquél se hace ininteligible sin ésta. Incluso el paisaje propiamente dicho, su individuación. identificación, protagonismo, vivencia no termina en la realidad geográfica activa que la objetiva, sino en una creación mental colectiva, que puede tener bastante de subjetiva. A su vez, en el paisaje se materializan con frecuencia tales "miradas", por lo que se pueden leer en sus formas las que sobreviven al tiempo: el paisaje es así un documento histórico, es decir, un hecho cultural, más allá de su percepción meramente estética, que sólo es parte, aunque importante de tal hecho.

 

el paisaje es así un documento histórico, es decir, un hecho cultural, más allá de su percepción meramente estética, que sólo es parte, aunque importante de tal hecho

 

No obstante, según Kenneth Clark, las "representaciones" culturales de paisajes (quizá su primer descubrimiento sea el pictórico) significan el fondo de esas miradas y así "el paisaje marca las etapas por las que ha pasado nuestro concepto de la naturaleza".

 

 

LOS VALORES OTORGADOS.

El paisaje, sin duda alguna, reside en una configuración objetiva, pero esta morfología se hace sólo completa, en un uso integrador del término, con la "mirada" -científica, vivencial, literaria, pictórica...- que lo encuadra, da dimensión y perspectiva. otorga valores y cualidades, etc. No es sólo, pues, una cuestión de percepción individual o social, es que el paisaje final tiene un ingrediente de creación humana que no está incluso impreso en el lugar, sino en libros, en grabados, colgado en museos, pero que revierte sobre el lugar cualificándolo. El paisaje completo, como escribe Marías,"lleva dentro los ojos del hombre".

Esto significa que el paisaje no es total mente autónomo, totalmente objetivo, Significa que depende también del observador. Y, con él, de la cualificación de su mirada. Como decía Torga: "Sólo hay grandes paisajes si los miran grandes hombres". O si grandes hombres transmiten a otros la posibilidad de verlos con grandeza. Estos iluminan los paisajes de modos conocidos, que llegan a ser una vía de cualificación mayor que la de solo análisis geográfico: éste, en una visión acertada, puede llegar a sustituirse por una síntesis literaria, por un modo de ver plasmado en un cuadro o por una tradición cultural referida a un individuo geográfico. Es lo que ocurre, en España, con ciertas páginas de Ortega, de Machado, de Azorín, de Unamuno, de Jovellanos. Es lo que ocurre en los paisajes alpinos con Ruskin, con Byron, con Senancour.

Por este gran peso de lo otorgado desde el que mira, indicaba Pessoa que un paisaje no es lo que vemos, sino lo que somos. En una reciente recopilación de sus textos, titulada Máscaras y paradojas, se recoge un poema que dice:

 

¡Ah, todo es símbolo y analogía!

El viento que pasa, la noche que refresca

son algo más que el viento y la noche

 Sombras de vida son, de pensamiento

 Cuando vemos es algo diferente

 La marea vasta, la marea ansiosa,

 es el eco de otra marea que está donde

el mundo es real.

 

La cualificación es nuestra; ver la realidad natural externa, "pudiendo prescindir de todo salvo de aquello que se ve" sería la "ciencia de ver" (que, por cierto, "no es ninguna ciencia"). Pero "no basta abrir la ventana/para ver los campos y el rio" ...Se precisa también no tener filosofía alguna. "Con filosofía no hay árboles: hay ideas tan sólo". Pero, ¿se puede mirar sin ideas?

Los paisajes no son, así, sólo ellos como materia y acción, sino lo que los ha teñido desde la cultura, capa a veces, de los poetas, menos visible que la de dura relación pragmática. Son, además, pues, los valores que se les ha otorgado desde la vivencia, la contemplación reflexiva o estética, etc., que pueden constituir cuerpos culturales bien definidos, que, aunque sea posible extraer los de una directa -aunque sabia- observación de los lugares, habitan fundamentalmente en las reservas destinadas a estos productos bibliotecas, museos, representaciones mentales. En su Poética del espacio Bachelard se refiere a la unificación que consigue, a partir de la inmensidad y la diversidad de las imágenes del desierto, la profundidad del espacio de dentro, de su interiorización, y cita a Philippe Diolé cuando éste escribe que "hay que vivir el desierto tal y como se refleja en el interior del hombre errante". En relación con esta reciprocidad que no debe entenderse deterministamente- ocurre que no sólo los hombres influyen en los paisajes, sino también (lo que puede ser más fundamental) los paisajes en los hombres.

Hay, no obstante, momentos de mayor producción cultural en este campo que en otros. Sin entrar aquí en sus posibles causas, as ocurre en España, con un máximo reciente en el 98; sin embargo, hoy parece un terreno-si no en decadencia- al menos poco frecuentado. Quizá por eso es obligado, cuando hablamos de la cultura del paisaje, hacer referencia preferente a un talante institucionalista, unamuniano o machadiano.

 

 

LA SUMA DE CONCEPTOS.

La limitación de las visiones parciales o unilaterales del paisaje, si no son conscientes de su carácter sectorial -lo que ocurre con frecuencia-, conduce a un empobrecimiento de su contenido y a que tales imágenes sean incomprensibles entre s. Se supera ese límite, evidentemente, con el aumento del número de esquemas y con métodos integradores, lo que sólo requiere espíritu abierto para efectuar la suma de conceptos y la aceptación de que ello pueda presentar alguna dificultad de tratamiento.

 

Para empezar, no se deben aislar los elementos naturales de los humanos, porque el paisaje resulta de su mezcla. El paisaje es un hecho esencialmente mixto; si en él se realiza una disociación de elementos y partes sólo se hace para su inicial identificación, pero a ella es obligatorio que suceda una asociación

 

Por un lado, para comprender y luego explicar el paisaje, es necesario acumular sus diversos entendimientos parciales desde la ciencia, la cultura y la técnica. Su separación sólo se debe a la mayor facilidad metodológica mediante la división del trabajo, pero no porque el resultante geográfico completo cuya comprensión global es lo que estamos buscando -sea de letras o de ciencias. En el paisaje esos componentes que disociamos por nuestras especialidades no sólo están juntos, sino trabados. Para empezar, no se deben aislar los elementos naturales de los humanos, porque el paisaje resulta de su mezcla. El paisaje es un hecho esencialmente mixto; si en él se realiza una disociación de elementos y partes sólo se hace para su inicial identificación, pero a ella es obligatorio que suceda una asociación. El paisaje es mezcla hasta el grado que gustaba señalar a Unamuno: "La ciudad es naturaleza. También sus calles, sus plazas y sus torres enhiestas de chapiteles son paisaje. Y sus líneas son como las líneas de esos campos... Los hombres, como madréporas, levantaron estos pardos corales...", mientras "los escarpes de esos arribes que del vasto tablazo de la Armuña bajan a las riberas del Tormes son como contrafuertes de una gigantesca seo, son arquitectónicos".

El elemento o el agregado artístico aparece inserto en el geográfico, es funcional en él y lo dota de valores propios. Ello pertenece a un marco común si se entienden los paisajes como morfologías culturales. Pero, además, los valores otorgados se suman a tales morfologías -no sólo fisionomías y contribuyen a incrementar su carácter estético, sensible y moral. Incluso tales valores o el mismo hecho morfológico encierran una referencia implícita o explícita al trasmundo, a la estructura interna de organización territorial y a sus invisibles fuerzas, a las que responde esa forma.

 

para comprender y luego explicar el paisaje, es necesario acumular sus diversos entendimientos parciales desde la ciencia, la cultura y la técnica. Su separación sólo se debe a la mayor facilidad metodológica mediante la división del trabajo, pero no porque el resultante geográfico completo cuya comprensión global es lo que estamos buscando -sea de letras o de ciencias. En el paisaje esos componentes que disociamos por nuestras especialidades no sólo están juntos, sino trabados

 

Esta forma permite el acceso al sistema que la genera a través de la investigación, de la intuición, pues la misma existencia del paisaje señala que, en el espacio terrestre, todo el sistema adquiere una forma responde a un sistema. (Las apariencias posibles de caos indican, tal vez, sólo des conocimiento de un cierto orden).

 

El paisaje muestra a la vez el escenario y el drama: en él se escucha el diálogo de las cosas

 

El paisaje muestra a la vez el escenario y el drama: en él se escucha el diálogo de las cosas. Es una puerta, desde una realidad materializada, a otras realidades no tan visibles, Sólo la conexión entre todos los componentes de la noción geográfica completa de paisaje (estructura, forma, faz, elementos, unidades, evolución, dinámica, función y contenidos) permite acceder al entendimiento y manejo de esta realidad inmediata, de este ámbito funda mental de la vida. Si nos restringiéramos, por ejemplo, a un territorialismo funcionalista extremo (no infrecuente), perderíamos lo mejor de tal realidad como mero "ruido", como estorbo al pragmatismo: ante posibles simplificaciones de este tipo habría que recabar la necesidad intelectual, científica, ética- de elevar el territorio a la categoría de paisaje.

 

 

LOS CONTENIDOS DEL PAISAJE.

El paisaje posee significados naturales, históricos, funcionales en sus elementos y en su organización tangible. Pero también posee otros en sus referencias culturales y sociales, en sus mitos, sus identificaciones, personalidad, literatura, valores, etc., que puedan ser explícitos, controlables, objetivados a través de los métodos de las disciplinas humanísticas. Estos significados añadidos son a veces formidables cargas simbólicas. Ignorarlas es mutilar el paisaje tan gravemente como pudiera serlo la tala de un bosque, el derribo de un pueblo.

 

Si el paisaje bien entendido se construye también culturalmente, como una conquista mental, en su trasfondo no sólo hay un sistema territorial, sino un sistema de imágenes

 

Pensemos en los valores añadidos -objetivos y subjetivos, materiales o no- a la sierra de Guadarrama, favorecida en este sentido, por la cercanía intelectual de Madrid, a través de la historia, de la literatura, de la pintura, de la ciencia, de la pedagogía, del excursionismo, de la reflexión moral y filosófica sobre sus mismas realidades paisajísticas-base de la atracción y de la posibilidad del símbolo- naturales y humanas. Recordemos la frase de Azorín de que Castilla ha sido hecha por la literatura. Están esos valores otorgados en el niño que confunde, en un poema de Goethe, un jirón de niebla que se mueve con la aparición del rey de los Elfos, lo que remite al carácter esencialmente mágico en la cultura europea de los bosques brumosos, de tal modo que una referencia de ese tipo los define más sintéticamente que una descripción geográfica.

Si, como decimos, el paisaje bien entendido se construye también culturalmente, como una conquista mental, en su trasfondo no sólo hay un sistema territorial, sino un sistema de imágenes. Es la montaña complementaria de pensamientos que Unamuno exigía al que alcanzaba una montaña de roca.

En la introducción a la edición en español de los Aforismos de Georg Christoph Lichtenberg, J. Villoro relata la reacción de un científico el propio Lichtenberg- que recibe un libro para que lo analice químicamente: "¿Analizar el contenido químico de un libro? El contenido de un libro es su significado!" Igualmente, el entendimiento del paisaje puede pasar más por su lectura que por su análisis. Pero si recordamos la antes citada idea de Pessoa de que el paisaje es lo que somos, podría ocurrir que no fuera accesible a todos tal lectura. Siguiendo uno de los aforismos de aquel autor: un libro (un paisaje?) "es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol".

 

 

EL PAISAJE, MORFOLOGÍA CULTURAL.

Esta realidades está claro, por lo que venimos diciendo, que pertenecen a la cultura, que son bienes culturales, que deben ser también explicadas y definidas desde esta perspectiva, además de las barricadas y enfoques de la ecología, de la ciencia natural, de la geografía de la materia, pioneras en el esfuerzo. La faz de la Tierra es, pues, un universo cultural.

 

La faz de la Tierra es, pues, un universo cultural

 

Desde un punto de vista moral, los paisajes han sido considerados como bienhechores por sus recursos educativos, no sólo en la instrucción sino en su vivencia y en su disfrute. Son fuente y escenario de concepciones morales que nacen directamente de su experiencia vital y de la participación en el terreno común de la vida: comúnmente mirado, pensado, habitado, construido, cuidado, ¿destruido? Participación en la naturaleza, hasta en la luz, como la que describe magistralmente Herman Hesse en uno de sus viajes al paso de San Gotardo, cuando corre a mezclarse en el "esplendor azulado" del paisaje, tan magistralmente señalada por Unamuno.

Esta es una función objetiva de los paisajes y un serio motivo más para cuidarlos. Hacer extensa esta idea requiere, no obstante, madurez cultural social, que parece tardar en obtenerse, Ya en 1911 Azorín pedía una enseñanza que condujera a conocer y a amar nuestros paisajes y el resultado hoy de tal deseo está a la vista. Unamuno seguía ya la honda frase que sugería hacer de los paisajes estados de conciencia.

Hoy, de momento, trataríamos de conseguir sólo un cierto estado previo de conciencia general -incluso desde el punto de vista práctico de su función de testimonio, de legado educativo- que condujera a la estimación y cuidado social de nuestros paisajes. Es evidente que este legado frágil y desprotegido, a cuyo vaciamiento asistimos, es especial, porque constituye el solar manipulable y cambiante: ello significa que requiere también una particular inteligencia -ilustrada, generosa, realista- en su conservación, pues su misma base territorial, que los hace especialmente vulnerables, no hace posible ni deseable su conversión en un museo.

 

De esta conciencia inicial nace el dolor, más o menos explícito y concreto, por los paisajes perdidos, productos irrecuperables del tiempo, de hechos naturales y humanos insertos en la evolución y la historia, en los que encontramos nuestro propio sentido

 

Otras conservaciones (de monumentos, de la naturaleza) no tienen los mismos objetos. Los espacios naturales protegidos está claro que son paisajes, pero su conservación está fundamentada más en sus huéspedes y tienden a ser reservas biológicas de diverso grado. En consecuencia, hay un capítulo fundamental, geográfico, cultural, vivencial, desatendido. Sería preciso objetivarlo más, comunicarlo todo lo posible, hacerlo valer de modo constante y preferente en todas sus modalidades. Sería conveniente reescribir ya lo recomendaba Ortega- la historia de nuestros paisajes, valle a valle, ciudad a ciudad, de sus conjuntos y sus elementos para guiar los conocimientos -no sólo los pasos- de habitantes y viajeros. De esta conciencia inicial nace el dolor, más o menos explícito y concreto, por los paisajes perdidos, productos irrecuperables del tiempo, de hechos naturales y humanos insertos en la evolución y la historia, en los que encontramos nuestro propio sentido. Los paisajes son testigos culturales, legados como las artes, el pensamiento, la literatura de un país, pero envueltos en la vida.

 

La conveniencia de tal esfuerzo sólo se mide correctamente si se pondera que el costo de la pérdida en paisaje es siempre costo en civilización

 

Incluso el paisaje natural es, en nuestras coordenadas, una perspectiva de tales hechos, como tantos otros espacios tradicionales. No digamos, por tanto, los rurales y urbanos, en gran medida paisajes- memoria y con ello, morfologías a veces disfuncionales; en consecuencia, el paisaje-legado habitualmente aparece camino de su sustitución si no se efectúa una rápida y delicada operación que permita su mantenimiento. Este es quizá sólo posible mediante readaptaciones funcionales, incluyendo en ellas las que surgen de las necesidades culturales. La conveniencia de tal esfuerzo sólo se mide correctamente si se pondera que el costo de la pérdida en paisaje es siempre costo en civilización.

También en cada paisaje borrado aniquila algo de la diversidad de la Tierra, de la variedad geográfica que es un don no sólo biológico. Manuel de Terán había ya escrito en 1966 sobre el deseo de "que la imagen de nuestro planeta no sea la de una inmensa conurbación indiferenciada y que se salven del arrasamiento uniformador la variedad de modos de ser hombre y organizar el espacio".

Los paisajes son, en este sentido, las plasmaciones de los pueblos en sus territorios: su conservación no es sino una cuestión de respeto propio; la desatención a nuestra memoria, a la casa y la cultura común llevan, en cambio, a lo que Ortega definía como zozobra del yo sin circunstancia y al dolor que se siente aun en el cuerpo, como si se localizara en un miembro que nos han amputado. En las circunstancias actuales, geográficas, sociales, jurídicas y hasta gestoras -no muy alentadoras-, sólo podría reconducirse positivamente este proceso median te la acción que antes proponía y, sobre todo, mediante la confección y promulgación de una ajustada y difícil -no imposible- Ley de Protección del Paisaje. No sé si seríamos capaces de hacerla y administrarla.

Quizá podría ensayarse con el paisaje la fórmula propuesta por el ya citado Lichtenberg: "Para sentir con plenitud algo bueno que no provoca indiferencia debemos pensar que lo habíamos perdido y lo acabamos de recuperar en ese instante".

 

Templo de Debod (Madrid)

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AUTOR

Eduardo Martínez de Pisón, Catedrático de Geografía Física en la Universidad Autónoma de Madrid (hoy emérito). Premio Nacional de Medio Ambiente 1991. Autor de numerosos trabajos, presidió el Comité español del Scientific Commitee on Antartic Research. Artículo publicado en Revista de Occidente (Julio- agosto 1997). Además, de geógrafo, es escritor y alpinista. 

En 1998 publicó este artículo en "Revista de Occidente", otorgándonos, tanto Soledad Ortega, hija del fundador, José Ortega y Gasset, entonces directora de "Revista de Occidente", como el propio autor, su autorización para su publicación en Punto Crítico, que entonces editábamos "en papel".

***

Cuando se publicó este ensayo, intervenía -profesionalmente- en un asunto que implicaba el Impacto Ambiental de una autopista, que se solventó por el Promotor dividiendo el Impacto Ambiental -muy grave- del Proyecto, en varios Impactos moderados, que se presentaban aislados unos de otros, sin estudiar sus efectos conjuntos ni los efectos sinérgicos de todos los subproyectos en que, artificiosamente, se dividió (y cuyas Evaluaciones de Efectos Ambientales  -Evaluaciones de Impacto Ambiental simplificadas- resultaron aprobadas sin medidas correctoras, ni consideración alguna a las Alegaciones presentadas en Fase de Información pública, ni a otros Informes aportados a los Expedientes por diferentes afectados por el Proyecto -que claramente era un Único proyecto, compartimentado en varios)

Así, el promotor logró sortear el trámite ambiental mediante no una, sino varias, Declaraciones de Impacto Ambiental, incurriendo en la proscrita "compartimentación" de un único Proyecto en varios proyectos que aparentan ser independientes, ocultando la verdadera -e inaceptable- entidad de la afección ambiental causada por un Proyecto único, dividiéndolo en varios Impacto Ambientales que, tomados aisladamente, uno a uno, aparentan ser lícitos y asumibles por el medio (hablamos de un Proyecto único, sometido al procedimiento de Evaluación de Impacto Ambiental más exigente, no a una Evaluación de Impacto "Estratégica", por tanto) pero cuyo Impacto conjunto sobre el Medio resulta claramente ilegal, a la vez que -como en el caso de esta autopista- ecológicamente inaceptable, por inasumible para el Medio.

Autopista que, pese a todo, estaba ya en fase de construcción, Al visitar las obras, las enormes cicatrices que estaban causando a aquél entorno natural singular, de gran importancia ecológica, me habían arrancado algunas lágrimas. La pérdida, lo fue también del paisaje. La pérdida de un bien, no solo natural y humano, sino sobre todo cultural. E irreemplazable. Fue entonces cuando leí, agradecido, este enriquecedor ensayo. De inmediato contacte con Revista de Occidente y así conocí a una mujer excepcional, Soledad Ortega, con quien, afortunadamente, seguí en contacto durante algunos años.

Chus

 

 


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