DISONANCIA COGNITIVA: LA TEORIA DE LA DISONANCIA COGNOSCITIVA (Extractado por A. Ovejero a partir de la obra de L. Festinger).

La disonancia cognitiva, o cómo el ser humano se convierte en esclavo de sí mismo.

Por Miguel A. Vadillo

Psicoteca, 2004

 

Es más que probable que usted esté familiarizado con la siguiente situación: está charlando tranquilamente con sus amigos y de repente unos comentarios sobre política hacen que el ambiente empiece a cargarse. Pronto comienza una discusión en la que cada uno defiende a un determinado partido, exponiendo a los demás sus razones. Todos conocemos más o menos cómo terminan estas cosas: al final de la discusión nadie ha logrado su objetivo, convencer a los demás. Lo más triste es que uno no puede evitar tener la sensación de que los argumentos expuestos por cada bando sólo trataban de convencer a sus propios partidarios. O al menos así lo parece.

En estas situaciones siempre da la impresión de que, en realidad, no defendemos cierta postura por una serie de razones (las que ofrecemos a los demás), sino que damos esas razones porque defendemos cierta postura. Dicho de otra forma, no nos molestamos en pensar lo que hacemos, pero sí que nos molestamos en pensar cómo vamos a justificar (ante los demás y ante nosotros mismos) lo que hemos hecho.

Y es que el ser humano tal vez no sea un animal muy racional, pero de lo que no hay duda es de que es un animal un poco obsesionado por la coherencia. Y también por la apariencia. Una vez tomada una decisión, nos cuesta reconocer que tal vez nos hayamos equivocado. Nos resulta más fácil ponernos a defender la alternativa elegida con uñas y dientes, porque así podemos percibirnos a nosotros mismos como personas coherentes, y porque, además, defendiendo nuestra elección, nos convencemos de que hemos elegido bien (si no ¿por qué iba a haber tantas razones para actuar como hemos actuado?), de que somos personas sabias, con convicciones sólidas… y un largo etcétera. Siempre tratando de quedar bien con los demás y de ser capaces de dormir con la conciencia tranquila.

Este tipo de fenómenos han sido bien estudiados por los psicólogos y cuentan desde hace tiempo con explicaciones interesantes, como la teoría de la disonancia cognitiva de Leon Festinger. Según este autor, las personas nos sentimos incómodas cuando mantenemos simultáneamente creencias contradictorias o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo que hacemos. Por ejemplo, si normalmente votamos al partido A pero resulta que nos gusta más el programa electoral del partido B, es posible que sintamos que algo no marcha bien en nosotros. Según la teoría de la disonancia cognitiva, las personas que se ven en esta situación se ven obligadas a tomar algún tipo de medida que ayude a resolver la discrepancia entre esas creencias o conductas contradictorias. En el ejemplo del partido político, podemos optar por cambiar nuestro voto en las próximas elecciones, o bien podemos dar menos valor a los contenidos del programa del partido B (por ejemplo, recordando que en realidad pocos partidos cumplen con todo lo que prometen en sus programas).

De la misma forma, cuando en una discusión una persona deja clara su postura, a continuación se ve obligado a dar argumentos a favor de la misma. Si no lo hiciera, se vería obligado a reconocer que la alternativa contraria también es válida, lo que entraría en contradicción con sus creencias previas, o tendría que admitir que en realidad no tiene ninguna razón para sostener tal postura, lo que entraría en contradicción con una creencia aún más importante: «soy una persona inteligente y con fundamento».

La teoría de la disonancia cognitiva es una hipótesis sugerente que nos permite entender de forma sencilla muchas de las aparentes paradojas y sinrazones del comportamiento humano, algunas de las cuales (como las anteriores) se muestran en cada detalle de nuestra vida cotidiana. Y, frente a otras explicaciones muy atractivas pero poco rigurosas de la interacción social, cuenta con la ventaja de estar respaldada por numerosos experimentos.

Al famoso científico cognitivo Michael Gazzaniga le debemos algunos de los más interesantes. Este investigador se preocupó por estudiar los efectos que una intervención quirúrgica, la comisurectomía, podía tener sobre los pacientes en los que se realizaba. La operación se lleva a cabo en casos excepcionalmente graves de epilepsia y consiste en seccionar el cuerpo calloso, un haz de fibras que conecta los dos hemisferios cerebrales, de modo que los ataques epilépticos no puedan pasar de un hemisferio a otro. Contrariamente a lo que cabría esperar, los pacientes sometidos a esta intervención llevan una vida completamente normal y en raras ocasiones es posible percibir efecto negativo alguno de la operación. Michael Gazzaniga trató de encontrar una situación en la que se pudieran observar los efectos secundarios de esta intervención.

En un experimento famoso, Gazzaniga expuso a varios de estos pacientes a una situación en la que a cada hemisferio cerebral se le presentaba una imagen distinta. Por ejemplo, al hemisferio izquierdo se le presentaba la imagen de una pata de pollo y al hemisferio derecho se le presente un paisaje con nieve. Como en estos pacientes el cuerpo calloso estaba seccionado, la información no podía pasar de un hemisferio al otro. Esto implicaba que el hemisferio izquierdo sólo «veía» la pata de pollo y el hemisferio derecho sólo «veía» el paisaje con nieve. Después de ver estás imágenes, los participantes tenían que elegir entre otros dos dibujos aquél que tuviera alguna relación con lo que acababan de ver. Por ejemplo, se les daba a elegir entre el dibujo de una gallina y el dibujo de una pala para quitar nieve. En esta ocasión la respuesta correcta dependía por supuesto del hemisferio del que se tratase. Si era el hemisferio izquierdo el que hacía la elección, entonces la respuesta correcta era la gallina; pero si elegía el hemisferio derecho, entonces la respuesta correcta era la pala.

Una paciente que participaba en este experimento eligió la pala con la mano izquierda y la gallina con la mano derecha. Obviamente, lo que había pasado es que cada hemisferio había elegido y ejecutado la respuesta correcta. Lo interesante sucedió cuando a la paciente se le preguntó por su elección. La respuesta la tuvo que elaborar su hemisferio izquierdo, que es el que se encarga del lenguaje. Pero, como este hemisferio no tenía acceso a toda la información necesaria para dar una explicación (en concreto, este hemisferio no tenía constancia de que se hubiera presentado la escena con nieve), se inventó una explicación de lo más particular: «Muy fácil. La pata de pollo corresponde a la gallina y necesito una pala para limpiar el gallinero».

Tal vez esta sea la muestra más clara de hasta qué punto las personas necesitamos ser congruentes con nosotras mismas y justificar nuestras acciones incluso cuando las hemos realizado sin razón alguna o cuando desconocemos los motivos. Lo peor es que esta tendencia a dar explicaciones de lo que hacemos acaba convirtiéndonos en esclavos de lo que ya hemos hecho, de unas elecciones que, de haberlo pensado, tal vez no hubiésemos realizado. Una vez elegida la pala, preferimos ponernos a limpiar el gallinero antes que reconocer que no sabemos por qué la elegimos. Y dado que, ya sea por ser impulsivos o por no pararnos a pensar lo suficiente, rara vez sabemos por qué hacemos las cosas, gran parte de nuestra vida se convierte en una actuación para nosotros mismos.

 

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LA TEORIA DE LA DISONANCIA COGNOSCITIVA

El individuo procura lograr la consistencia dentro de sí mismo

(Extractado por A. OVEJERO a partir de la obra de L. Festinger: Teoría de la disonancia cognoscitiva. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1975, con la autorización de la editorial)

Introducción

Se ha comprobado a menudo, y a veces se ha señalado, que el individuo procura lograr la consistencia dentro de sí mismo. Sus opiniones y actitudes, por ejemplo, suelen existir en grupos que son interiormente consistentes. Claro está que hay sus excepciones probablemente. Una persona puede pensar que los negros son iguales que los blancos y, sin embargo, no que­rer vivir en la compañía de ellos; o puede opi­nar que los niños deben estar callados y sin molestar, pero al mismo tiempo estar muy or­gullosa de que sus hijos se porten de manera agresiva y de que capten así la atención de sus huéspedes, que son personas mayores. Que se den tales incoherencias puede parecernos hasta algo teatral. En primer lugar, porque atraen nuestro interés y, en segundo lugar, porque se alzan en agudo contraste contra el telón de fondo de la consistencia. Lo que es una verdad innegable es que las opiniones y las actitudes de una persona son consonantes las unas con las otras. Estudio tras estudio nos confirma la realidad de una consistencia o conexión entre las actitudes políticas, sociales y otras muchas de una persona.

Hay el mismo modo de consistencia entre lo que  una persona sabe o cree y lo que hace. Un sujeto que cree que la educación universita­ria es buena,  probablemente alentará a sus hijos a educarse en la universidad; un chico que sabe que va a ser severamente  castigado  por una falta, tratará de no cometerla  o,  por lo menos, de que no lo descubran. Ello no debe sorpren­dernos; es una regla tan general, que ya la damos por sabida. Una vez más, lo que atrae nuestro interés son las excepciones y no la con­ducta normal. Una persona puede saber que el fumar es malo para la salud y, sin embargo, continúa fumando; muchos hay que cometen delitos, aunque saben que hay una gran proba­bilidad de que se descubran y que el castigo les aguarda.

Suponiendo que la consistencia es lo nor­mal -quizá demasiado normal-, ¿qué ocurre con estas excepciones que en seguida vienen a nuestra imaginación? Sólo de tarde en tarde, si es que ello sucede alguna vez, se da el caso de que la persona en cuestión las acepte como in­consistencias. Lo común es tratar con más o menos suerte de racionalizar estas inconsisten­cias. Así, si una persona continúa fumando a pesar de saber que el humo es malo para los pulmones, puede ser que sienta: a) que le gusta tanto fumar, que vale la pena; b) que las posibi­lidades de que su salud sufra no son tan impor­tantes como parece a primera vista; c) que no siempre ha de ser posible evitar todo peligro y seguir viviendo, y d) que quizá si dejase de fumar ganaría peso, lo cual es igualmente no­civo para su salud. Así es que el fumar, después de todo, es lo más coherente con sus ideas.

Pero hay personas que no siempre tienen la misma suerte en racionalizar sus inconsis­tencias. Por una o por otra razón, los intentos para conseguir la consistencia pueden fracasar. Entonces, sencillamente, lo que pasa es que la inconsistencia sigue existiendo. En estas circunstancias -es decir, ante una incoherencia así-, hay una incomodidad psicológica.

Las hipótesis básicas, cuyas ramificacio­nes o implicaciones examinaremos en lo que nos queda de este libro, se pueden formular desde ahora. En primer lugar sustituyo la pala­bra «inconsistencia» por un término que tiene una connotación menos lógica, la palabra «di­sonancia». Igualmente sustituiré la  palabra «consistencia» por un término más neutral, que es «consonancia». Pronto daremos una definición más formal de éstos términos; de momento vamos a continuar con el sentido ya ad­quirido implícitamente como resultado de esta discusión.

Las hipótesis básicas que quiero formular son las siguientes: 1) La existencia de la disonancia, siendo así que es psicológicamente in­cómoda, hace que la persona trate de reducirla y de lograr la consonancia. 2) Cuando la disonancia está presente, además de intentar reducirla, la persona evita activamente las situaciones e informaciones que podrían probable­mente aumentarla.

 

La presencia de la di­sonancia lleva a una acción para reducirla de idéntica forma que, por ejemplo, el hambre lleva a una acción para evitarla

 

En resumidas cuentas, lo que me pro­pongo decir es que la disonancia, o sea la existencia de relaciones entre cogniciones que no concuerdan, es un factor de la motivación, y lo es por derecho propio. Por el término «cognición», tanto aquí como en el resto del libro, quiero decir cualquier conocimiento, opinión o creencia sobre el medio, sobre uno mismo, o sobre la conducta de uno. Disonancia cognoscitiva es una condición antecedente que nos lleva hacia una actividad dirigida a la reduc­ción de la disonancia; de la misma manera que el hambre nos lleva a una serie de actos que se orientan hacia quitar el hambre. Esta motivación es muy distinta de lo que los psicólogos están acostumbrados a tratar, pero como veremos en lo que queda del libro, no es menos poderosa.

 

 

La aparición y la persistencia de la disonan­cia

¿Por qué y cómo brota la disonancia? ¿Cómo puede ser que unas personas sostengan opiniones o actúen como no es habitual en ellas? La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar tratando las dos situaciones más normales en las que ocurre la disonancia.

  • A una persona le pueden acontecer cosas nuevas o recibir información nueva sobre algo, creándose, al menos de momento, una di­sonancia con el conocimiento existente, con las opiniones de la persona o con la cognición de una conducta determinada. Dado que nadie tiene control completo y perfecto sobre la in­formación que le llega y sobre los aconteci­mientos que suceden en torno suyo, es fácil que puedan surgir estas disonancias. Así, por ejemplo, una persona piensa ir de excursión, con la seguridad completa de que el tiempo va a ser cálido y soleado. Empero, un poco antes de salir, empieza a llover. El conocimiento de que ahora está lloviendo es disonante con la confianza que tenía en que iba a ser un día de pleno sol y en su plan para ir de excursión. O bien, para poner otro ejemplo: una persona está muy segura del conocimiento que tiene de que las transmisiones automáticas en los coches son ineficaces y por casualidad lee un artículo elogiando las transmisiones automáticas. He aquí de nuevo un caso de disonancia momentá­nea.
  • Aunque no haya acontecimientos nue­vos e imprevistos, y la información sea la misma de siempre, la existencia de la disonan­cia es, sin lugar a dudas, algo que pasa todos los días. Hay pocas cosas que sean completa­mente blancas o negras; pocas situaciones tie­nen perfiles suficientemente claros como para que las opiniones, y las conductas no sean, hasta cierto punto, una mezcla de contradicción. Por ejemplo, un granjero del medio oeste de los Estados Unidos, que es republicano, quizá se oponga a la política de su partido en cuestiones de cómo mantener los precios del producto agrícola. Una persona que se compre un automóvil nuevo es muy probable que pre­fiera la economía de un modelo y el diseño de otro. Un sujeto que ha de decidir cómo ha de invertir su dinero es probable que tenga conciencia de que el resultado de su inversión de­ pende de condiciones económicas que se esca­pan de su control. Donde se ha de formar una opinión y donde hay que adoptar una decisión es casi inevitable que surja una disonancia entre la cognición de la acción que se lleva a cabo y las opiniones y conocimientos que seña­lan una acción diferente. 

Hay, por tanto, una amplia gama de variedades y situaciones en las que la disonancia es casi inevitable. Nos queda por examinar las otras circunstancias en que la disonancia, una vez creada, perdura. O sea, ¿de qué depende que la disonancia no se trate de un suceso mo­mentáneo? Si las hipótesis formuladas son co­rrectas, en cuanto hace su aparición la disonan­cia brota una fuerza igual y de signo contrario para reducirla. Para contestar adecuadamente a esta cuestión es conveniente echar primero una ojeada a las formas posibles de reducir la diso­nancia.

Dado que sobre este tema hemos de vol­ver y muy pronto, vamos a examinar ahora en este capítulo cómo se puede reducir la disonancia. Usaremos como ejemplo el del fumador habitual que ya sabe que el fumar es nocivo para la salud. Esta información le ha podido llegar a través de un periódico o de una revista médica. El conocimiento que tiene es induda­blemente disonante con la cognición de conti­nuar fumando. Si la hipótesis de que existen fuerzas que reducen la disonancia es correcta, entonces ¿qué es lo que hará la persona en cuestión?

1) A lo mejor cambiará su cognición sim­plemente variando sus acciones; o sea, puede que deje de fumar. Si ya no fuma, entonces la cognición de lo que hace será consonante con el conocimiento de que el fumar es dañino.

2) Quizá varíe su «conocimiento» sobre los efectos del fumar. Esto parece una manera rara de expresarlo, pero es lo que suele suceder en la práctica. La persona puede sencillamente llegar a creer que el fumar no es nocivo para el organismo o puede adquirir tanta «informa­ción» sobre los efectos benéficos del tabaco, que sus efectos perniciosos lleguen a ser negli­gibles. Si puede arreglárselas para cambiar su conocimiento de una de estas dos maneras posibles, habrá reducido o aun eliminado la diso­nancia entre lo que hace y lo que sabe.

Pero en el ejemplo del fumador parece claro que la persona puede encontrarse con grandes dificultades al intentar cambiar, ya sea su conducta, ya sea su conocimiento. Y ésta y no otra es la razón de que la disonancia, una vez creada, podrá reducir o eliminar la diso­nancia. El fumador hipotético puede pensar que el proceso de dejar de fumar es demasiado pe­noso para él. Puede tratar de encontrar puntos de vista y opiniones distintas para reforzar la opinión de que el fumar no hace mucho daño, pero puede ocurrir que todos estos intentos fra­casen. Entonces continuará fumando aun te­niendo conciencia de que el fumar la perjudica. En este caso, sus intentos esforzados para redu­cir la disonancia no cesarán.

Por supuesto que hay algunas zonas de la cognición en donde la existencia de la disonan­cia es más habitual. Esto puede ocurrir cuando dos o más valores o creencias establecidas, todas relevantes de la zona de cognición en cuestión son inconsistentes. O sea, que no hay opinión que se mantenga ni conducta que se siga que no sea disonante, al menos con una de las creencias establecidas.

 

La magnitud de la disonancia

Todas las relaciones de disonancia no son, por supuesto, de igual magnitud. Es nece­sario distinguir los grados de disonancia y decir, explícitamente, qué es lo que determina que una relación dada sea más o menos in­tensa. Trataremos, en breve. de algunos deter­minantes de la magnitud de la disonancia exis­tente entre los elementos y más tarde volveremos a ocuparnos de la cantidad total de diso­nancia que puede darse entre dos grupos de elementos.

Un determinante obvio de la magnitud de la disonancia estriba en las características de los elementos entre los que hay relación de di­sonancia. «Si dos elementos son disonantes el uno con el otro, la magnitud de la disonancia estará en función de la importancia que tengan estos elementos.» Cuanto más grandes son estos elementos o mayor su valoración para la persona, tanto mayor es la magnitud de la rela­ción de la disonancia entre ellos. Así, si uno de nosotros le da 10 céntimos a un pobre sabiendo perfectamente que el mendigo no tiene real­mente necesidad de ellos, la disonancia que hay entre estos dos elementos es bastante débil. Mucha mayor disonancia habrá, por ejemplo, en el caso de un estudiante que no prepara bien un examen importante, sabiendo que su cono­cimiento real es probablemente inadecuado para aprobar. En este caso, el que los elemen­tos sean disonantes entre sí es muy importante para la persona y la magnitud de la disonancia aumenta en forma proporcional.

No hay dificultad  en  afirmar que es  raro el que no exista disonancia alguna dentro de un grupo de elementos cognoscitivos.  Casi  por cada acción que emprende una persona o por cada sentimiento que tenga habrá,  segura­mente, al menos, un elemento cognoscitivo di­sonante con este elemento de «conducta». Aun los conocimientos de menor cuantía, como el saber que uno va de excursión el domingo por la tarde es seguro que tiene en su fuero in­terno algún elemento  disonante. La  persona que va de excursión puede tener conciencia de que el hogar reclama su atención o pensar que quizá llueva y así sucesivamente. O sea, que hay, en general, tantos elementos cognoscitivos que son importantes para cualquier elemento dado, que la presencia de alguna disonancia es cosa normal.

Vamos a considerar ahora todo el contexto de la disonancia y de la consonancia en relación con un elemento que se nos presenta. Supo­niendo, momentáneamente, en gracia a la defini­ción, que todos los elementos relevantes son igual de importantes para una persona dada, «la cantidad  total de disonancia entre este elemento y el resto de las cogniciones del sujeto dependerá de la proporción de elementos relevantes que son disonantes con la persona». Así, si la mayoría aplastante de elementos relevantes son conso­nantes con el elementos de conducta del sujeto, entonces la disonancia con este elemento de con­ducta es pequeña. Pero si en la relación del nú­mero de elementos consonantes con el elemento de conducta, el número de elementos disonantes es grande, la disonancia total será de magnitud apreciable. Claro está que la magnitud total de la disonancia habrá de depender también del  valor e importancia de aquellos elementos relevantes existentes en las relaciones consonantes o diso­nantes con el elemento que está siendo conside­rado.

Por supuesto, que lo que acabamos de decir se puede generalizar fácilmente para tratar la magnitud de la disonancia que existe entre dos grupos de elementos cognoscitivos. Esta magnitud depende de la proporción de las relaciones relevantes entre elementos o conjuntos de elementos.

Dado que la magnitud de la disonancia es una variable importante para determinar la pre­sión para reducirla y dado que trataremos repe­tidamente de la medida  de  la  disonancia cuando consideremos los datos, bueno será resumir lo que hemos tratado hasta ahora referente a la magnitud de la disonancia.

  • Si dos elementos cognoscitivos son re­levantes, la relación entre estos elementos será consonante o disonante. 
  • La magnitud de la disonancia (o de la consonancia) aumenta según crece la importan­cia de los elementos cognoscitivos. 
  • La cantidad total de disonancia que hay entre dos grupos de elementos cognoscitivos está en función de la proporción ponderada entre dos grupos que son disonantes. La frase «proporción ponderada» se utiliza porque cada relación  relevante  será medida de acuerdo con la importancia  de los elementos que intervie­nen en ella.

 

Teoría de la disonancia cognitiva

 

La reducción de la disonancia

«La  presencia de la disonancia da ocasión a que surjan presiones para reducirla o eliminarla. La fuerza de la presión que se ejerce para reducir la disonancia está en función de su magnitud.» En otras palabras, la disonancia actúa del mismo modo que un impulso, necesi­dad o estado de tensión. La presencia de la di­sonancia lleva a una acción para reducirla de idéntica forma que, por ejemplo, el hambre lleva a una acción para evitarla. De manera análoga a un impulso, cuanto mayor es la diso­nancia mayor será la intensidad de la acción para reducirla y más se hará por evitar situacio­nes que acrecienten la disonancia.

Para poder especificar cómo se manifiesta la presión para reducir la disonancia es necesa­rio examinar las formas posibles de reducir o eliminar la disonancia existente. Por regla ge­neral, si hay disonancia entre dos elementos cognoscitivos  se puede eliminar al  variar  uno de estos dos elementos. Lo importante de estos cambios es cómo tienen lugar. Hay varias for­mas posibles de que estos cambios se efectúen y dependen de los elementos cognoscitivos que intervienen y de la totalidad del contexto cog­noscitivo.

 

 

Recapitulación y mas sugerencias

Las diversas definiciones, suposiciones e hipótesis que constituyen la teoría de la disonancia cognoscitiva se han formulado en los cinco capítulos teóricos del libro. En un es­fuerzo por dar un breve resumen de la teoría, volveré a formular algunas de estas definiciones, suposiciones e hipótesis de la manera más organizada posible.

El fondo básico de la teoría consiste en la idea de que el organismo humano trata de esta­blecer una armonía interna: consistencia o con­gruencia entre sus actitudes, opiniones, conoci­mientos y valores. Es decir, hay una tendencia hacia la consonancia, entre cogniciones. Para tratar esta idea más  precisa,  he imaginado que la cognición se puede descomponer en elemen­tos, o al menos, en grupos de elementos.

Partiendo de estas reflexiones, se han en­contrado una serie de situaciones en las que se su­pone la existencia de la disonancia cognoscitiva:

a) Casi siempre existe disonancia después de haberse tomado una decisión. Los elementos cognoscitivos correspondientes a las caracterís­ticas positivas de las alternativas rechazadas y lo que son correspondientes a las características negativas de la alternativa elegida, son di­sonantes con el conocimiento de la acción que se ha seguido. Los elementos cognoscitivos co­rrespondientes a las características positivas de la alternativa elegida y a las características ne­gativas de la alternativa rechazada, son conso­nantes con los elementos cognoscitivos de la acción que se ha emprendido.

b) Suele existir disonancia después de ha­berse intentado obtener un comportamiento que está abiertamente en desacuerdo con la opinión privada mediante la oferta de un premio o la amenaza de un castigo. Si esto se consigue, la opinión privada de la persona es disonante con su conocimiento relativo a su comportamiento, y su concepto del premio obtenido o del cas­tigo evitado es consonante con su conciencia respecto a su comportamiento. Si no se tiene éxito en obtener la conducta deseada, entonces la opinión privada es consonante con el saber lo que se ha hecho, pero el conocimiento del premio no conseguido es disonante con la con­ciencia que se tiene de cómo se ha actuado. 

c) La exposición accidental o forzosa a nueva información, puede crear elementos cog­noscitivos disonantes con la cognición exis­tente. 

d) La abierta expresión de desacuerdo de un grupo lleva a la existencia de disonancia cognoscitiva en sus miembros. El conoci­miento de que alguna otra persona general­mente parecida a uno tiene una cierta opi­nión, es disonante con tener el punto de vista contrario. 

e) Cuando ocurre un acontecimiento de una fuerza capaz de producir una reacción uni­forme en todo el mundo, es probable que haya una disonancia colectiva. Por ejemplo, puede suceder un acontecimiento que niega de ma­nera inequívoca una creencia muy extendida. 

 

 

Hasta  ahora hemos definido la disonancia y la consonancia como relaciones de «todo o nada»; o sea, si dos elementos son relevantes el uno para el otro, La relación entre ellos es diso­nante o consonante. Se han aventurado dos hi­pótesis respecto a la magnitud de la disonancia o de la consonancia:

  1. La magnitud de la disonancia o de la consonancia que existe entre dos elementos cognoscitivos estará en función directa de la importancia de estos dos elementos. 
  2. La magnitud total de la disonancia que se da entre dos grupos de elementos cognosci­tivos está en función de la proporción ponde­rada de todas las relaciones relevantes entre los dos grupos que son disonantes, considerando cada relación disonante o consonante de acuerdo con la importancia de los elementos comprendidos en esa relación.

A partir de estas hipótesis sobre la magni­tud de la disonancia, parecen evidentes algunas consecuencias operacionales.

a) La magnitud de la disonancia postdeci­soria está en relación creciente con la impor­tancia general de la decisión y del atractivo re­lativo de las alternativas no elegidas. 

b) La magnitud de la disonancia postdeci­soria decrece a medida que aumenta el número de elementos cognoscitivos, que corresponden idénticamente a características de las alternati­vas elegidas y de las no elegidas.

c) La cantidad de disonancia resultante de un intento de obtener una condescendencia forzosa es mayor, si el premio prometido o el cas­tigo con que se amenaza son «sólo lo sufi­ciente» como para lograr el comportamiento deseado o si son «justamente lo necesario» como para no conseguirlo.

d) Si se consigue el consentimiento for­zoso, la magnitud de la disonancia disminuye a medida que aumenta la magnitud del premio o del castigo. 

e) Si no se logra el consentimiento for­zoso, la magnitud de la disonancia aumentará a medida que disminuye la magnitud del pre­mio o del castigo. 

f) La cantidad de disonancia creada por la expresión de desacuerdo con otros, decrece a medida que aumenta el número de elementos cognoscitivos consonantes con la opinión. Estos últimos elementos pueden corresponder, bien a noticias informativas, objetivas, no so­ciales, o bien al conocimiento de que alguna otra persona tiene la misma opinión.

g) La magnitud de la disonancia creada por el desacuerdo con otros, crece con el au­mento del valor de la opinión en la persona, con la importancia de la opinión de los que hacen público su desacuerdo y con el atractivo de los que expresan su disconformidad. 

h) Cuanta más diferencia hay entre la opinión de la persona y la del que expresa su de­sacuerdo, y por lo tanto mayor es el número de elementos que son disonantes entre los grupos cognoscitivos correspondientes a las dos opiniones, mayor será también la magnitud de la disonancia.

 

 

Para terminar esta breve exposición de la teoría, tenemos que añadir algo más respecto  a la efectividad de los esfuerzos dirigidos a la re­ducción de la disonancia:

  1. La eficacia de los esfuerzos para redu­cir la disonancia dependerá de la resistencia al cambio de los elementos cognoscitivos comprendidos en la disonancia y en la posibilidad de conseguir información nueva de más personas que proporcionen elementos cognoscitivos consonantes. 
  2. Las fuentes más importantes de la re­sistencia al cambio de un elemento cognosci­tivo son las respuestas de tales elementos cog­noscitivos a la realidad y la medida de hasta donde un elemento puede existir en relaciones consonantes con otros. 
  3. La máxima disonancia que puede exis­tir entre dos elementos, es igual a la resistencia al cambio del menos resistente de los Si la disonancia excede esta magnitud, el elemento cognoscitivo menos resistente cambiará, redu­ciéndose así la disonancia.

De este resumen no podemos esperar una exposición adecuada de la teoría, pero quizá pueda ayudar al lector a entender más clara­ mente cuál es la naturaleza de la teoría. No pretendemos resumir las pruebas empíricas que se han aportado.

 

 

 

 


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