Warning: Error while sending QUERY packet. PID=2245667 in /home/puntocritico/public_html/ausajpuntocritico/wp-includes/class-wpdb.php on line 2459 GLOBALISTAS VS PATRIOTAS, LA NUEVA DISTOPÍA; Elecciones EE.UU. 2020: «¡Abrid los ojos!», por Thierry Meyssan. «Oceanía nunca ha estado en guerra con Eurasia» - Punto Crítico Derechos Humanos
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GLOBALISTAS VS PATRIOTAS, LA NUEVA DISTOPÍA; Elecciones EE.UU. 2020: «¡Abrid los ojos!», por Thierry Meyssan. «Oceanía nunca ha estado en guerra con Eurasia»
GLOBALISTAS VS PATRIOTAS, LA NUEVA DISTOPÍA; Elecciones EE.UU. 2020: «¡Abrid los ojos!», por Thierry Meyssan. «Oceanía nunca ha estado en guerra con Eurasia»
El 46º presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden.
Muchos creen ver en el resultado de esta elección presidencial estadounidense el triunfo de los demócratas y de un senador senil. Error. Lo que estamos viendo es la victoria de la corriente puritana sobre la tendencia jacksoniana. Es una victoria que no refleja en nada las opiniones políticas de la ciudadanía estadounidense y sólo encubre la crisis de civilización en la que su país está hundiéndose.
La elección presidencial estadounidense de 2020 viene a confirmar la tendencia general surgida desde la disolución de la Unión Soviética: la población estadounidense vive una crisis de civilización y se dirige inexorablemente hacia una nueva guerra civil, que debería desembocar lógicamente en el fraccionamiento de su país. Esa inestabilidad también pondría fin al estatus de hiperpotencia que aún mantiene Occidente.
Para entender lo que está sucediendo es necesario sobreponerse al espanto que sobrecoge a las élites europeas ante el anuncio de la desaparición que la potencia que las protege desde hace tres cuartos de siglo y mirar con honestidad la historia mundial de los 30 últimos años. Hay que hacer un profundo recuento de la historia de Estados Unidos y analizar nuevamente su Constitución.
La hipótesis de la disolución de la OTAN y de los Estados Unidos de América
Cuando, al cabo de tres cuartos de siglo de dictadura, se derrumbó la Unión Soviética, todos los que deseaban verla desaparecer quedaron sorprendidos. Durante años la CIA había organizado un sabotaje sistemático de la economía soviética y denigrado todas sus realizaciones, pero no había previsto que los pueblos pudieran llegar a derrocarla… en nombre de los ideales de Occidente.
Todo comenzó con una catástrofe a la que el Estado no supo responder: el accidente nuclear de Chernobil, en 1986. Un cuarto de millón de soviéticos tuvieron que huir definitivamente de su propia tierra. Tal muestra de incompetencia marcó el fin de la legitimidad del régimen soviético. A partir de aquel momento, en sólo 5 años los aliados reunidos en el Pacto de Varsovia recuperaron su independencia y la Unión Soviética se desmembró. Las juventudes comunistas asumieron la concretización de aquel proceso, que a última hora fue desvirtuado por el alcalde de Moscú, Boris Yeltsin, a la cabeza de un equipo formado en Washington. El subsiguiente saqueo de los bienes de la colectividad y el desplome de la economía provocado por ese saqueo significaron para la nueva Rusia un siglo de retroceso. Un proceso similar debería llevar a la desaparición de Estados Unidos. El país perderá su fuerza centrípeta y sus vasallos acabarán abandonándolo antes del derrumbe final. Sólo tendrán posibilidades de salir mejor quienes hayan abandonado el barco antes del hundimiento. Normalmente, la OTAN debería extinguirse antes que Estados Unidos, de la misma manera que el Pacto de Varsovia se extinguió antes que la URSS.
La fuerza centrífuga que afecta a Estados Unidos
Con sólo 200 años de historia, Estados Unidos es muy joven como país. Su población aún sigue en plena formación, con oleadas sucesivas de inmigrantes provenientes de las más diversas regiones geográficas. Siguiendo el modelo británico, esos inmigrantes se unen en comunidades, según su origen, comunidades que conservan su propia cultura y no se mezclan con las demás. El llamado melting pot fue un concepto que en realidad existió sólo con el regreso de los soldados negros que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y la abolición de la segregación que finalmente suscitó, en tiempos de Eisenhower y Kennedy, pero que finalmente desapareció.
La población estadounidense suele desplazarse mucho de un Estado a otro. Desde la Primera Guerra Mundial y hasta el fin de la guerra de Vietnam, los estadounidenses trataban de convivir en ciertos barrios. Aquella movilidad de la población se perdió durante una veintena de años. Y desde la disolución de la URSS los estadounidenses han vuelto a dividirse en guetos, pero no en función de criterios “raciales” sino de diferencias culturales. De hecho, Estados Unidos ya es un país dividido.
Estados Unidos ya no es una nación sino 11 naciones diferentes.
Distribución geográfica de las 11 comunidades culturales rivales que hoy existen en Estados Unidos. Fuente: Colin Woodard
El conflicto interno de la cultura anglosajona
La mitología estadounidense vincula la existencia del país a los 67 «Padres Peregrinos» que llegaron a América a bordo del buque Mayflower. Era un grupo de fanáticos cristianos ingleses que ya vivía en «comunidad» en los Países Bajos y que logró que la Corona le asignara la misión de instalarse en el «Nuevo Mundo» para combatir allí el imperio español. Un grupo desembarcó en el actual Massachusetts, donde instauró una sociedad sectaria: la colonia de Plymouth, en 1620. Eran cristianos que imponían a sus mujeres el uso del velo y aplicaban durísimos castigos corporales a quien pecaba y se alejaba de la «Vía Pura», doctrina que dio lugar a que fuesen llamados «puritanos».
Los estadounidenses de hoy ignoran tanto la misión política de los «Padres Peregrinos» como su sectarismo y les rinden homenaje durante la celebración conocida como Thanksgiving o Día de Acción de Gracias. Aquellos 67 fanáticos religiosos han tenido una influencia considerable sobre un país que hoy cuenta 328 millones de habitantes. Ocho de los 46 presidentes de Estados Unidos –entre ellos Franklin Roosevelt, George Bush padre y George Bush hijo– se presentaron como descendientes directos de aquel grupo.
En Inglaterra, otros puritanos –organizados alrededor de Oliver Cromwell– protagonizaron una rebelión, decapitaron al rey, instauraron una República caracterizada por su intolerancia y perpetraron masacres contra los irlandeses, a quienes consideraban herejes por ser «papistas», o sea católicos. Los historiadores británicos designan aquellos hechos como la «Primera Guerra Civil» (1642-1651).
Más de un siglo después, los colonos del «Nuevo Mundo» se rebelaron contra los impuestos excesivos que debían pagar a la monarquía británica e iniciaron lo que los historiadores estadounidenses llaman la «Guerra de Independencia» (1775-1783), algo que los historiadores británicos ven como la «Segunda Guerra Civil». Los colonos que pelearon en aquella guerra eran ciertamente gente pobre sometida a durísimas condiciones de trabajo. Pero sus líderes eran descendientes de los «Padres Peregrinos», deseosos de hacer prevalecer su ideal sectario ante la monarquía británica que había recuperado el poder.
Ochenta años después, Estados Unidos se desgarraba con la Guerra de Secesión (1861-1865), conflicto que algunos historiadores estadounidenses designan como la «Tercera Guerra Civil» anglosajona. Ese conflicto estalló entre los Estados que –fieles a la Constitución original– deseaban mantener derechos de aduana para regular la circulación de bienes de un Estado a otro y un grupo de Estados que querían transferir los derechos de aduana al nivel federal y crear así un gran mercado interno. Pero en esa guerra se oponían al mismo tiempo las élites puritanas del norte a las élites católicas del sur, reproduciendo así el conflicto de las dos guerras anteriores.
Hoy se perfila en Estados Unidos una «Cuarta Guerra Civil» anglosajona, nuevamente por iniciativa de las élites puritanas. Esa continuidad se esconde bajo la transformación de esas élites que, incluso sin creer en Dios, conservan el mismo fanatismo. Son esas élites puritanas las que hoy se dedican a reescribir la historia del país. Según ellas, Estados Unidos es un proyecto racista de los europeos que los «Padres Peregrinos» no lograron corregir. Su credo dicta que hay que regresar a la «Vía Pura» mediante la destrucción de todos los símbolos del Mal –como las estatuas de los monarcas, de los ingleses y de los líderes confederados. Predican y hablan lo «políticamente correcto», aseguran que existen varias «razas» humanas, escriben «Negro» con mayúscula y «blanco» con minúscula y rinden culto a los abstrusos suplementos del New York Times.
A la entrada de la sede de la «Pilgrim’s Society» (Sociedad de los Padres Peregrinos), Inglaterra y Estados Unidos sostienen la antorcha que ilumina el mundo.
La historia reciente de Estados Unidos
Cada país tiene sus demonios. Richard Nixon estaba convencido de que el peligro que Estados Unidos tenía que evitar a toda costa no era una guerra nuclear con la URSS sino esta posible «Cuarta Guerra Civil» anglosajona. Fue esa convicción lo que llevó a Nixon a recurrir al especialista en este tema, el historiador Kevin Philips, quien fue su consejero electoral, permitiéndole ganar dos elecciones presidenciales. Sin embargo, los herederos de los «Padres Peregrinos» no aceptaron su lucha y lo hundieron con el escándalo del Watergate –en 1972–, orquestado por el sucesor de Edgar Hoover, el fundador y casi sempiterno director del FBI.
Cuando el poderío estadounidense comenzó a perder fuerza, el grupo de presión imperialista, dominado por los puritanos, puso en el poder uno de los descendientes directos de los 67 «Padres Peregrinos», el republicano George Bush hijo. Miembros de su administración organizaron un shock emocional (los atentados del 11 de septiembre de 2001) y adaptaron las fuerzas armadas de Estados Unidos al nuevo capitalismo financiero, ante la mirada hipnotizada de sus conciudadanos. Su sucesor, el demócrata Barack Obama, dio continuidad a lo iniciado por la administración del republicano George Bush hijo, adaptando a su vez la economía estadounidense. En aras de llevar a cabo esa tarea, Obama eligió la mayoría del equipo que lo acompañó durante su primer mandato entre los miembros de la Pilgrim’s Society, o sea la «Sociedad de los Peregrinos».
En 2016 se produjo un acontecimiento disruptivo. Un presentador de televisión que había cuestionado la transformación del capitalismo estadounidense y la tesis oficial sobre los atentados del 11 de septiembre, Donald Trump, se presentó como candidato a participar en la elección presidencial. Comenzó conquistando el Partido Republicano y llegó a la Casa Blanca. Todos los que habían participado en la caída de Richard Nixon arremetieron contra Trump, incluso antes de su investidura como presidente. Finalmente han logrado impedir su reelección rellenando torpemente las urnas. Lo importante es que, durante su mandato, reaparecieron siglos de problemas y rencores de los que no se hablaba abiertamente. La población de Estados Unidos se dividió de nuevo alrededor de los puritanos.
Es por eso que, si bien resulta evidente que una mayoría de estadounidenses estuvo lejos de votar con entusiasmo por un senador senil, me parece erróneo decir que esta elección presidencial de 2020 era un referéndum sobre Donald Trump. En realidad fue un referéndum sobre los puritanos.
Un resultado conforme con el proyecto de los «Padres Peregrinos»
Al final de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, o Segunda Guerra Civil anglosajona, los sucesores de los «Padres Peregrinos» redactaron la Constitución estadounidense. No ocultaron su intención de crear un sistema aristocrático similar al modelo inglés. Tampoco ocultaron su desprecio por el pueblo. Es por eso que la Constitución estadounidense no reconoce la soberanía del Pueblo sino la de los gobernadores de cada Estado.
El pueblo que había ganado la guerra aceptó ese estado de cosas pero impuso a la Constitución 10 enmiendas que constituyen la Carta de Derechos (Bill of Rights) y según las cuales la clase dirigente no puede, en ningún caso, violar los derechos de los ciudadanos en nombre de alguna presunta «Raison d’Etat» (Razón de Estado). Aquella Constitución, así enmendada, aún se mantiene en vigor en Estados Unidos.
Si se acepta el hecho, ampliamente comprobado, que en el plano constitucional Estados Unidos nunca ha sido ni es una democracia… no hay razón para indignarse con el resultado de las elecciones. Aunque no está previsto en la Constitución, a lo largo de 2 siglos el voto popular para la elección presidencial ha ido imponiéndose poco a poco en cada Estado de la unión estadounidense. Los gobernadores deben seguir el resultado de ese voto al designar los 538 delegados o grandes electores, que a su vez deben votar por uno de los candidatos a la presidencia al reunirse el Colegio Electoral. Hay gobernadores que simplemente “rellenaron” las urnas, de manera por demás bastante torpe, tanto que en al menos un condado de cada 10 la cantidad de votos excede la cantidad de habitantes mayores de edad. Digan lo que digan los comentaristas, el hecho es que hoy es perfectamente imposible decir cuántos electores votaron realmente ni a quién habrían querido tener como presidente.
Un futuro sombrío
En esas condiciones, el presidente “electo”, Joe Biden, no podrá ignorar la justificada cólera de los partidarios de su contendiente. Simplemente no podrá unificar a los estadounidenses. Hace 4 años, yo escribía que Trump sería el Gorbatchov estadounidense. Estaba equivocado. Trump supo dar nuevos bríos a su país. En definitiva, será Joe Biden quien cargará con la culpa de no haber logrado mantener la unidad territorial de su país.
Los aliados de Estados Unidos, que no han percibido la cercanía de la catástrofe, van a sufrir graves consecuencias.
Thierry Meyssan
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Carta del general francés Delawarde sobre la elección presidencial estadounidense
Más que interrogarse sobre quién acabará siendo declarado ganador de la elección presidencial en Estados Unidos, el general Delawarde expresa su sorpresa ante la demostrada voluntad de los medios de difusión de ignorar los fraudes, aunque ya son evidentes.
Muchos de ustedes me han preguntado mi opinión sobre lo que ha venido sucediendo en Estados Unidos desde el 3 de noviembre en el marco de la elección presidencial. En mi doble condición de experto en inteligencia y especialista del tema Estados Unidos me han hecho numerosas preguntas que resumiré en 2 grandes grupos:
1- ¿Hubo fraude electoral? ¿Es creíble la hipótesis de un golpe de Estado tendiente a invertir el resultado de la elección?
2- Si Biden fuese finalmente electo el 8 de diciembre y entronizado el 20 de enero de 2021, ¿qué consecuencias tendría su llegada al poder?
Me esforzaré por responder claramente estas preguntas en las siguientes líneas.
***
¿Tiene el autor algún conflicto de intereses?
Es importante que cada uno de ustedes sepa, antes de iniciar la lectura de esta carta, si su autor tiene algún conflicto de intereses que pudiese orientar sus palabras sobre el tema que aborda.
Mi respuesta es que no. Es cierto que viví en Estados Unidos, en Kansas, bajo administración demócrata (Clinton) entre 1995 y 1998, época de la que guardo un excelente recuerdo. Estuve en Estados Unidos en múltiples ocasiones, antes y después de aquel episodio profesional, visitando a mi numerosa familia cercana –tres de mis hermanas y 48 de sus descendientes directos, todos ciudadanos estadounidenses y residentes en diferentes Estados, gobernados unos por los demócratas y otros por los republicanos. He visitado 46 de los 50 Estados de la Unión. En el verano de 1998 recibí la Meritorius Service Medal de Estados Unidos, en aquel momento bajo administración demócrata. No soy miembro de ninguno de los principales partidos políticos franceses (Les Republicains, Partido Socialista, Rassemblement National, La France Insoumise, LREM-Modem, Europe-Ecologie-Les Verts).
Aunque me expreso a veces con vehemente severidad sobre las «modos de gobierno» estadounidenses, esa severidad no está nunca dirigida al pueblo estadounidense que, como muchos otros pueblos, es más bien generoso y sincero, pero es también ingenuo y está manipulado.
Hoy abrigo grandes reservas, incluso hostilidad, hacia la OTAN, por haber comprobado sus derivas desde 1990, en el marco de mis funciones [1]
Mi experiencia en materia de inteligencia me ha llevado a dar cada vez menos credibilidad a la enorme mayoría de las agencias de prensa y medios mainstream, en particular a los de Occidente [2].
No siento aprecio por la acción y/o «la influencia poderosa y nociva de los grupos de presión» transnacionales sobre el funcionamiento del mundo, independientemente de que sean grupos de presión financieros, mediáticos, comunitarios o de cualquier otra naturaleza.
Después de haber dejado claro todo esto, como autor, pasemos al tema que nos interesa.
Contexto pre-electoral de la elección presidencial estadounidense
Desde el fracaso de Hillary Clinton en la elección presidencial de 2016, Estados Unidos se ha dividido profundamente en 2 bandos irreconciliables que se detestan y se han enfrascado en una lucha “a muerte”. Al contrario de lo que la gente cree en Francia o en Europa, esos dos bandos no son los bandos republicano y demócrata, que sólo son las partes visibles del iceberg. Los dos bandos a los que yo me refiero tienen dos concepciones opuestas del mundo: son los «soberanistas» y los «globalistas». Los representantes de los «globalistas» los hallamos mayoritariamente entre los demócratas, pero también podemos encontrarlos, aunque en menor proporción, entre los republicanos.
El 24 de septiembre de 2019, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, Donald Trump claramente escogió su bando, expresó su visión del mundo y declaró la guerra a los globalistas al declarar:
«Como mi bien amado país, todas las naciones representadas en este recinto tienen una historia, una cultura y un legado que aprecian y que merecen ser defendidos y celebrados, y que nos dan una fuerza y un potencial particular. El mundo libre debe abarcar sus cimientos “nacionales”. No debe tratar de renunciar a ellos y reemplazarlos…» [3]
Segundos después, Donald Trump agregaba:
«Si quieren ustedes la libertad, estén orgullosos de su país. Si quieren democracia, aférrense a su soberanía. Si quieren paz, amen su nación. Los jefes de Estado perspicaces siempre ponen el interés de su propio país en primer lugar. El porvenir no pertenece a los globalistas. El porvenir pertenece a los patriotas. El porvenir pertenece a las naciones independientes y soberanas que protegen a sus ciudadanos, que respetan a sus vecinos y que aceptan las diferencias que hacen a cada país especial y único.»
Es comprensible para todos que ese discurso pueda suscitar la adhesión de un vasto sector de la población estadounidense, como lo demuestran los más de 73 millones de votos por Trump contabilizados en noviembre de 2020 –o sea, 10 millones más que en 2016, cuando obtuvo menos de 63 millones de sufragios. Para todos los que creían que Trump estaba perdiendo apoyo, ese 15% de aumento es una inmensa sorpresa… como en 2016.
Es evidente que el bando de los globalistas no puede aceptar ese «discurso-programa». Así que hará todo lo que pueda por cerrarle al presidente saliente el camino a la reelección. Mayoritario en el «Estado Profundo estadounidense» (Deep State), disponiendo del control de la finanza y de los GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazone, Microsoft y Twitter), disponiendo también del control de la cuasi totalidad de los medios mainstream y de las agencias de prensa anglosajonas y europeas, el bando de los globalistas va a coordinar la acción de sus “brazos armados” para sacar a Donald Trump de la presidencia de Estados Unidos.
El presidente Trump, por su parte, no es estúpido ni está solo. Dispone de un fortísimo apoyo popular, de una mayoría en el Senado, en la Corte Suprema y 27 de los 50 gobernadores de los Estados de la Unión son republicanos. En la Cámara de Representantes, acaba de reducir en 12 escaños (por ahora…) la ventaja que tenían los demócratas sobre los republicanos. Ha instalado una administración federal que le es mayoritariamente fiel (no totalmente…), ha cambiado a una mayoría de los jueces federales, resistió exitosamente a 2 intentos del Estado Profundo y de los demócratas de destituirlo (el Rusiagate fabricado desde 2016, que acabó desinflándose… porque era falso y los investigadores, los jueces y la opinión pública estadounidense acabaron dándose cuenta, y el intento de destitución iniciado en la Cámara de Representantes, que se fue a pique cuando llegó al Senado).
Por cierto, Trump mostró lucidez cuando dijo, en su último discurso electoral, el 2 de noviembre de 2020, en Carolina del Norte: «Si algo he hecho durante mi mandato ha sido poner en evidencia la deshonestidad de los medios.»[4] Los medios mainstream estadounidenses siempre han suscitado y respaldado las acciones antiTrump.
Es en este contexto de tensiones extremas y después de una campaña electoral durante en la que se han visto todos los golpes bajos posibles –de ambas partes– que se produce la elección del 3 de noviembre de 2020.
¿Han sido honestos los medios y los institutos de sondeos o han tratado de manipular a la opinión?
Los medios mainstream estadounidenses –por cierto, al igual que los medios europeos– no brillan precisamente por su honestidad, pluralismo e imparcialidad. Bajo el control de un puñado de multimillonarios, esos medios defienden las causas e intereses de sus «patrones», miembros activos o simples colaboradores del Estado Profundo. Todo se vale, hasta las mentiras más descaradas. Se pone de relieve todo lo que perjudique al adversario (Trump) y se oculta todo lo que pudiera perjudicar al bando al que se quiere beneficiar (Biden). Los periodistas hacen carrera sólo si se someten o/y se autocensuran. Hoy estamos en una situación de «guerra informativa» electoral[5]. Los simples mortales encuentran muchas dificultades para informarse correctamente[6].
Hace 4 años que esos medios estadounidenses, perfectamente secundados por los medios “hermanos” europeos vienen dedicándose, las 24 horas del día, a denigrar la imagen del presidente Trump ante la opinión pública estadounidense, occidental y mundial. Durante los meses anteriores a la elección se apoyaron en sondeos ampliamente sesgados para hacerle creer al pueblo estadounidense y al mundo –como en 2016– que la elección estaba “decidida” y que una gran ola demócrata iba a sumergir el país. Por citar sólo el ejemplo de la Florida, 4 días antes de la elección una amplia mayoría de los sondeos daba a Biden ganador con entre 1 y 5 puntos… pero el ganador fue Trump por 3,4 puntos. Las diferencias comprobadas entre esos últimos sondeos y el resultado del escrutinio son tales que no puede hablarse del margen de error sino de mentira y manipulación, interesada y… descarada. Esos sondeos y artículos engañosos se repitieron en la casi totalidad de los Estados de la Unión. Los resultados de Trump y del Partido Republicano, el día de la elección, revelaron la envergadura de esas mentiras-manipulaciones mediáticas y de los falsos sondeos preelectorales.
¿Es creíble la hipótesis de un fraude importante en varios Estados claves el día del escrutinio?
Mi íntima convicción me dice que sí ya que existen, en mi opinión, demasiados índices concordantes tendientes a que la jauría “mediática” occidental –de la que ya sabemos quién la controla– pueda convencerme de lo contrario. Los presidentes de China y Rusia no se equivocan en esperar a que se proclamen resultados oficiales, lo cual no sucederá hasta el 8 de diciembre, antes de felicitar al vencedor, cuando realmente se sepa quién es[7].
Estos son los indicios que me hacen dudar de la honestidad del escrutinio.
1 – La curiosa precipitación, por demás sospechosa, de la jauría mediática estadounidense, seguida de inmediato por su “hermana” de la Unión Europea –que también sabemos quién la controla– en querer imponer un vencedor cuando todavía no se conocen los resultados oficiales de 5 o 6 Estados. Todos sabemos que esos medios estadounidenses son «partidistas» y que son los más feroces adversarios de Trump. Conocemos su método consistente en criticar, cuestionar, modificar, no reconocer, poner en tela de juicio todos los resultados electorales que no les convienen en todo el planeta (como las elecciones presidenciales de Siria, en 2014; de Venezuela, en 2018; de Bolivia, en 2019, y de Bielorrusia, en 2020, por citar sólo 4). También conocemos su propensión a querer promover, más bien imponer, el candidato que les conviene, sin importar que ese candidato sólo cuente con un apoyo muy minoritario (como en los casos de Francia, en 2017; de Bolivia, en 2019; de Bielorrusia, en 2020. También es el caso de Navalni, quien no representa estrictamente nada en Rusia, y sin embargo nuestros medios nos lo “venden” como el contrincante número 1 de Putin).
2 – Las muy desacostumbradas acciones de Google, Facebook, YouTube y Twitter censurando, de manera concertada y simultánea, nada más y nada menos que al presidente de Estados Unidos. Esta colusión evidente de esas grandes empresas de servicios, de las que también sabemos quién las controla, simplemente no es “natural” ni democrática…
3 – Por primera vez en la historia de Estados Unidos, el voto por correspondencia se utilizó masivamente ya que más de un 42% de los electores que votaron lo hicieron por correspondencia (más de 64 millones), a pesar de ser mundialmente reconocido que ese tipo de voto favorece el fraude electoral. El voto por correspondencia incluso se eliminó en Francia en 1975 porque se juzgó propicio al fraude electoral [8].
Dicho sea de paso, es extraño que algunos diputados de la mayoría LREM[9] estén tratando ahora de restablecer en Francia el voto por correspondencia, aprovechando la oportunidad que ofrece la epidemia de Covid-19 [10]. ¿Será que esos diputados tienen intenciones de ampliar las posibilidades de fraude en Francia para alcanzar la reelección en las próximas elecciones locales?
Afirmar que no hubo el menor fraude electoral en Estados Unidos, con 64 millones de votos por correspondencia, simplemente no es creíble.
Sin asumir por mi cuenta todo el conjunto de denuncias de fraudes emitidas por los republicanos, y enumeradas en un artículo reproducido en Profession Gendarme[11], voy a retener, sin embargo, un solo ejemplo –reconocido por los dos partidos, tanto el demócrata como el republicano– que no es por lo tanto cuestionable ni cuestionado.
Según confesó ella misma al New York Times, Abigail Bowen, la secretaria electoral del condado de Shiawassee (Estado de Michigan), agregó, por error según ella, un cero de más en el conteo de los votos de Biden. En vez de inscribir 15 371 votos a favor del demócrata, su equipo agregó 150 371 sufragios. Dado el hecho que en los teclados de computadora la tecla del 0 no está cerca de la tecla del 5, es extraño decir que fue un error involuntario. La secretaria agrega que el error le fue notificado 20 minutos después y que lo corrigió enseguida. (Felizmente alguien se dio cuenta de este error, al parecer involuntario…)
Está muy bien que ese error haya sido rectificado… pero eso plantea, de todas maneras, varias interrogantes:
¿Cuántos “errores” de 0 similares a este se cometieron, voluntariamente o no?
¿Cuántos “errores” de ese tipo fueron detectados, notificados y corregidos?
¿Cuántos de esos “errores” fueron validados en el conteo final?
¿Tiene entonces o no razones justificadas un candidato, sea demócrata o republicano, para solicitar que vuelvan a contarse los votos cuando el resultado se sitúa en un margen del 1% en uno de los Estados de la Unión? ¿No es eso lo que se hace en todas las democracias dignas de ese nombre? ¿Acaso es competencia de los medios proclamar un ganador sin disponer de resultados avalados?
Lo que yo observo es que en 5 Estados calificados de swing states[12] los resultados están en ese margen del 1%: se trata de los Estados de Arizona, Georgia, Wisconsin, Pensilvania y Nevada[13]. En esos 5 Estados, Trump encabezaba la votación, pero Biden supuestamente acabó aventajándolo en todos por unos miles de votos gracias a la llegada oportuna, milagrosa, masiva y repentina de votos por correspondencia que le resultaron muy, muy, muy favorables.
A estas alturas ya ustedes habrán comprendido que, en mi opinión, el voto por correspondencia es la puerta abierta al fraude. Cuando ese voto por correspondencia es masivo, el fraude puede hacerse importante y ser ampliamente suficiente para invertir un resultado en el margen del 1%. Es infinitamente poco probable que no haya habido fraudes. No especularé aquí sobre a quién pudieran haber favorecido esos fraudes y estoy seguro de que nunca llegarán a obtenerse todas las pruebas. Digo solamente que los “ingenuos” medios mainstream estadounidenses y europeos, que tanto quisieran negar a Trump el derecho a que vuelvan a contarse los votos, a que se abran investigaciones y a que se realicen verificaciones, esos mismos medios que –tratándose de otros países– tanto se preocupan por los conteos de votos y que tan fácilmente denuncian un «fraude electoral», no se engrandecen con todo esto. Sabíamos que Francia y sus periodistas que se mofan del presunto perdedor –porque se llama Trump– transmitían la imagen de una “mediocracia”. Pero, ¿también deben convertirse en una mediacracia que trata de imponernos presidentes y todo lo que debemos pensar, sobre todos los temas?
Abordemos ahora el segundo tema de mi carta.
Si el “globalista” Biden fuese electo el 8 de diciembre y entronizado el 20 de enero de 2021, ¿qué evolución podemos esperar para el planeta los europeos y los franceses?
Biden es un anciano, de quien todos saben que ya no goza de todas sus facultades mentales –el próximo 20 de enero habrá cumplido 79 años. Debido a ello, si Biden resulta electo, se hallará bajo la influencia de otras personas y tomaría sus decisiones únicamente siguiendo consejos y bajo el «estrecho control» de su entorno cercano, emanación del «Deep State» o Estado Profundo y conformado con «globalistas» acérrimos. Es además ese entorno lo que habrá ayudado a Biden a ganar, así que sería ese entorno quien gobernaría, de hecho, Estados Unidos.
Dado su obediencia «neoconservadora», ese entorno de Biden es resueltamente proisraelí y favorable a que se mantenga sobre el planeta una hegemonía absoluta de Estados Unidos. El profundo estudio de ese entorno (biografías, influencias a las que se somete, redes y comunidades de las que forma parte) resultaría muy revelador pero, por desgracia, nada sorprendente. En Francia tenemos los mismos. Habría que prepararse, por ende, con vista a un recrudecimiento de la injerencia agresiva de Estados Unidos tanto en el Medio Oriente (Líbano, Siria, Irak, Irán), por supuesto, a favor de Israel. Pero también en las fronteras de Rusia, en el Mar de China y en Sudamérica. El nuevo equipo de gobierno, brazo armado del «Deep State», creará los pretextos –aunque no existan– e instrumentalizará la nebulosa terrorista, como siempre lo ha hecho Washington en el pasado, para justificar sus actos de injerencia.
Trump logró reducir gradual y considerablemente los bombardeos estadounidenses en el planeta (Estados Unidos utilizó 47 000 bombas en 2017, 16 000 en 2018, 12 000 en 2019 y 928 en enero y febrero de 2020, según los últimos datos conocidos) [14]. Trajo de regreso a Estados Unidos gran cantidad de soldados que estaban desplegados fuera del país, principalmente del Medio Oriente. Bajo el primer mandato de Trump, la coalición occidental mató mucho menos gente que bajo los 2 mandatos de su predecesor [el demócrata Barack Obama]. Si un equipo globalista se apodera de la Casa Blanca, esa tendencia podría invertirse a partir de la primavera de 2021… y la sangre correría otra vez. La OTAN sigue sin entender que debería –incluso en su propio interés– poner fin a tales derivas.
La mala noticia es que una administración Biden también trataría de implicar a la OTAN, al Reino Unido, a Francia y a la Unión Europea en todos los trabajos sucios que sus estrategas neoconservadores sean capaces de urdir [15]. La mala noticia para Francia es que su dependencia económica (su deuda y el CAC40) y el creciente servilismo hacia Estados Unidos de las élites francesas, formadas precisamente para que sean serviles, le impedirán rechazar todas las invitaciones de Estados Unidos a ser parte de coaliciones creadas en defensa de causas dudosas.
La buena noticia es el hecho que, a ambos lados del Atlántico, los pueblos están empezando a abrir los ojos. Sea o no del agrado de nuestros medios de difusión, de nuestros políticos y de nuestra opinión pública manipulada, el «soberanista» Trump incrementó en un 15% el total de votos que obtuvo en 2016. Sus partidarios controlan la Corte Suprema, el Senado, una mayoría de Estados y se acercan a la paridad en cuanto al número de escaños que controlan en la Cámara de Representantes. Sus partidarios también controlan las zonas rurales estadounidenses. Los demócratas sólo controlan realmente las grandes ciudades.
En azul, los condados demócratas, en rojo los condados republicanos. Fuente : New York Post
En esas condiciones, no será fácil gobernar Estados Unidos y hacer cualquier cosa, sobre todo teniendo en cuenta que la economía estadounidense está en baja y que la deuda es abismal.
Tampoco será fácil gobernar una Unión Europea cuya parte occidental está en bancarrota, con poblaciones a punto de rebelarse, con PIBs en retroceso y presupuestos militares que se verán, quiérase o no, inevitablemente afectados.
En tales condiciones, lo sabio sería dedicarse a resolver sus propios problemas en vez de ir a hacer el papel de sheriff en otras partes del mundo. Lo inteligente sería también no inmiscuirse en los asuntos de Estados soberanos bajo el falso pretexto de luchar contra un terrorismo que nosotros mismos contribuimos ampliamente a crear y a mantener mediante nuestra política exterior calamitosa (hacia países como Libia, Siria, Irak, Yemen, Irán, Rusia, Bielorrusia, Venezuela, Brasil y Bolivia, entre otros) y con posicionamientos oficiales irresponsables insultantes para decenas de países (como en el asunto de las caricaturas)[16].
Tarde o temprano, una coalición occidental orquestada por globalistas agresivos acabará por romperse los dientes en algún lugar, se asombrará de lo que le ha sucedido, tendrá que bajarse de su pedestal y ser menos arrogante. Se multiplicarán entonces las marchas, las ceremonias fúnebres, las manifestaciones ruidosas y ostentosas contra un enemigo que nosotros mismos habremos provocado y los pueblos tendrán que contar sus muertos y llorarlos.
Basta con ver la “brillante” campaña que han dirigido los gobiernos de los países miembros de tales coaliciones en la llamada «guerra contra el coronavirus» para intuir que tampoco ganaremos la próxima…
[9] LREM son las siglas de La República en Marcha, el partido –creado de la nada en solo meses– para respaldar la candidatura del actual presidente, Emmanuel Macron, a la elección presidencial francesa de 2017. Nota de la Red Voltaire
[12] Los Estados estadounidenses que los especialistas califican como swing states son aquellos donde la mayoría de los electores no suele votar habitualmente por un mismo partido –a veces dan la victoria a un partido y otras veces a otro. Se les llama swing states por oposición a los safe states, donde ya se sabe que los electores suelen votar mayoritariamente por el mismo partido –por ejemplo, California se considera un safe state porque suele votar a favor de los demócratas. Nota de la Red Voltaire.
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