En la sociedad que vislumbra Niccol los niños, al contrario que en el libro de Aldous Huxley, son hijos de sus padres y el concepto de familia sigue funcionando como en la actualidad. Simplemente, los niños son elegidos a la carta. Desde el sexo o el color de los ojos (cuestiones que ahora mismo comienzan a plantearse) hasta un compendio de los mejores atributos de los progenitores y, como elemento fundamental, la eliminación de cualquier enfermedad o tara hereditaria.A los «hombres perfectos» surgidos de la selección genética se les conoce como «válidos», seres poseedores de un genoma que les permitirá alcanzar la meta para la que han sido diseñados. En la base de la pirámide social se encuentran los «no válidos» o «hijos de Dios», personas concebidas por el método tradicional y sin un código genético seleccionado que se han constituido en una nueva clase inferior, ya no determinada por el estatus social ni el color de la piel sino por la ciencia y la tecnología, siendo su función realizar las tareas más ingratas.
Vincent, el protagonista de la película, es un «hijo de Dios» cuyo máximo objetivo vital lo marca su fijación por ingresar en la agencia espacial Gattaca, lugar vedado a las personas como él debido a que no presentan un genoma acorde a las altas exigencias de la institución. El código genético es el curriculum vitae que abre y cierra puertas.
El empeño y la constancia de Vincent consiguen su entrada en Gattaca valiéndose del genoma de Jerome, un «válido» caído en desgracia y dispuesto a vender su identidad genética al mejor postor. La superación de las barreras impuestas por un mundo predecible no resulta una cuestión extraña para nuestro protagonista pues en su infancia consigue derrotar en una prueba física a su hermano Anton, un «válido», merced a su esfuerzo y sacrificio.
Un inoportuno caso de asesinato ocurrido a pocas semanas del vuelo que llevará a Vincent a Titán parece frustrar su sueño justo cuando lo acariciaba con la punta de los dedos. La investigación policial descubre que un impostor habita en ese Olimpo de los elegidos conocido como Gattaca. Justo cuando un hábil y persistente investigador se encuentra a punto de destapar que detrás de la identidad del «válido» Jerome Morrow se halla el imperfecto Vincent Freeman, el director de la agencia espacial reconoce ser el autor del asesinato. El camino vuelve a quedar expedito para Vincent en sus ansias de formar parte de la misión espacial hacia Titán.
Antes de partir hacia su destino espacial, Vincent descubre que detrás del incisivo investigador se encuentra su hermano Anton, que vuelve a retarle para demostrar que es superior a él y que la victoria de éste fue una simple anomalía. Sin embargo, a pesar de su excelente genoma, Anton vuelve a ser derrotado por Vincent ante su incomprensión. No entiende como su hermano rompe los pronósticos de lo que está predestinado a suceder. En su mente no concibe como un miembro de una casta inferior puede vencer a otro perteneciente a la casta de los elegidos; pero, como recalca la fundamental voz en off que recorre el relato, la historia de superación de Vincent demuestra que «no hay un gen para el espíritu humano» y, de igual manera, «no hay un gen del destino».
El Dilema Moral de la Perfección
Al igual que en la visión de Huxley, en el trabajo fílmico de Niccol se nos ofrece una sociedad aparentemente feliz. Un mundo ordenado, limpio hasta la exasperación, dominado por los colores neutros, armónico en su matemático funcionamiento. El ser humano ha alcanzado muchas de las metas que se ha planteado a lo largo de su existencia: un mundo sin violencia ni delincuencia, sin supuestos conflictos sociales, donde cada individuo conoce a la perfección su papel, sin enfermedades. Una sociedad liberada de la lacra de la contaminación, pues la energía se obtiene de fuentes renovables. En esta comunidad perfecta las personas que lo habitan son un reflejo de su uniforme entorno. Frías, pulcras, cartesianas, asépticas, correctas pero distantes, predecibles; en definitiva, carentes de humanidad. Las relaciones interpersonales brillan por su cortesía pero enmascaran una tremenda superficialidad. El individualismo es la tónica general. Un mundo aparentemente feliz debido a su pacífica convivencia fruto de su perfecta funcionalidad pero que oculta un sistema de cadenas, servilismos, alienación y, paradójicamente, limitaciones.
No es el aprendizaje ni el esfuerzo personal los que determinan los resultados y los logros de la persona sino, simplemente, la ingeniería genética La ciencia se ha transformado en un instrumento de perfeccionamiento. El hombre, merced al espectacular progreso de la ciencia, juega a ser el Creador. El largometraje acude a una de las habituales constantes del subgénero distópico: el hombre se convierte en un elemento marginal de la propia ciencia. La ciencia y la tecnología pasan de ser un instrumento al servicio del ser humano a constituirse en un peligro para el mismo.
Si para el hombre de la Antigüedad Clásica su vida estaba fatalmente marcada por el críptico destino, para el habitante de la sofisticada humanidad futura descrita en el film «Gattaca», su existencia queda en manos de una ciencia que lo predestina a cumplir un rol. Cada individuo encaja en uno de los nichos sociales estancos que conforman la sociedad. Una sociedad inflexible, donde, como si de una colmena humana se tratase, no existe el ascensor social y los eslabones prestados (como es el caso de Vincent) son una anomalía delictiva, pues requiere la suplantación de una identidad ajena y cuentan con el amenazante y omnipresente análisis de orina, sangre y residuos corporales cuyo fin es dilucidar en todo momento la identidad del individuo, que no es otra cosa que sus genes, pues el hombre es un preso de su genoma.
En contra de la opinión de muchos científicos (que últimamente explican cualquier actuación o conducta humana, por peregrina que ésta sea, en virtud de los dictados de los genes) el ser humano sigue siendo una realidad que trasciende a su mismo legado genético y que resulta imposible aprehender y la obra del realizador neozelandés no solo refuerza este posicionamiento con el relato de superación de Vincent. Por un lado tenemos el ejemplo de Jerome-Eugene, quien solo logra obtener la medalla de plata a pesar de estar diseñado para ganar la prueba. Por otro lado tenemos el caso del director de Gattaca, quien presumía de no contener ningún resto de violencia en su código genético pero acaba asesinando a un compañero cuando vislumbra la posibilidad de que éste frustre la trascendental misión de la Agencia Espacial a Titán.
Deja claro el trabajo fílmico del director y guionista neozelandés que el ser humano no es una máquina biológica. Su misterio no queda circunscrito a su genoma, el hombre trasciende su propia naturaleza y, por lo tanto, resulta inabarcable desde un punto de vista objetivo. Su realidad va más allá de los fríos datos y las complicadas ecuaciones.
Asociación Española de Bioética y Ética Médica (AEBI)
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Tabla de contenidos
‘Gattaca’: una intriga de ciencia-ficción genética más actual e inquietante que nunca
Hay unos cuantos motivos transparentes por los que parece no haber pasado el tiempo para una película como ‘Gattaca’, perteneciente a un género en el que unos pocos meses pueden suponer la diferencia entre ser clasificada como distopía revolucionaria o como fantasía camp. Lo atemporal de su diseño de producción, su ausencia de efectos especiales o sus citas a clásicos del género a prueba de cronocrímenes son algunos de los elementos que, manejados con maestría por Andrew Niccol, hacen que más de dos décadas después de su estreno, sigamos dejándonos atrapar por su propuesta.
Pero por encima de recursos argumentales y escenarios impecables, quizás el secreto de su carencia de fecha de caducidad esté en cómo trata un tema universal. Uno que poetas y artistas llevan discutiendo desde el principio de los tiempos y que, como buena disquisición sin respuesta clara, nos encanta retomar, reformular y dejarnos fascinar por su insondable grandeza: ¿qué nos hace humanos, qué nos hace individuos diferentes? ¿Hay un elemento químico que defina el -llamémosle- alma, se puede destilar el componente que nos hace únicos?
‘Gattaca’ plantea todo esto, pero no desde la opción de la ciencia-ficción metafísica, a lo ‘2001: Una odisea en el espacio’, o como en el último tramo de ‘Interstellar’, sino con ropajes de cine negro. La obvia inspiración en los personajes icónicos del género (los detectives con gabardina, una Uma Thurman que algo bebe de las típicas femme fatales) y su abierto robo de la estética de los años cincuenta (del siglo XX, se entiende), además de su intriga de suplantación de identidades y falsos culpables, hacen que la trama discurra similar a las historias de intriga cuyos tropos conocemos de sobra.
De hecho, salvo los inevitables detalles circunstanciales propios de historia de ciencia-ficción, una leve sinopsis podría llevar a pensar al espectador no avisado que su historia puede transcurrir en cualquier época. Un joven -Vincent (Ethan Hawke)- que, físicamente no entra en los requerimientos para cumplir su sueño de ser astronauta, deja atrás su familia y una eterna competencia con su hermano cuando encuentra el modo de engañar al sistema: suplantando la identidad de un joven en silla de ruedas, Jerome (Jude Law) con el consentimiento de éste. Pero cuando en la base donde se preparan los viajes espaciales alguien comete un asesinato, su tapadera y el romance que está viviendo con una compañera, Irene (Uma Thurman) comienza a correr peligro.
El dilema de la ruleta genética
‘Gattaca’ plantea los dilemas de la manipulación genética de forma sutil y sin necesidad de excesivos subrayados (al final de la película el espectador tiene la sensación de que esos ciudadanos mejorados genéticamente controlan la sociedad y la manejan social y económicamente, pero la película nos muestra solo el caso de Vincent y Jerome, no un retrato más amplio tipo ‘The Handmaid’s Tale’ o ‘1984’). ¿Es éticamente defendible la mejora en laboratorios de nuestros genes para convertirnos en humanos más perfectos?
Y aunque la opinión de ‘Gattaca’ no está clara (aunque puede aventurarse), el simbolismo está claro, al menos en lo visual. La escalera de casa de Jerome es básicamente una espiral de ADN. El segundo nombre de Jerome es Eugene, que viene del griego «el bien nacido», pero que tiene una connotación más siniestra: la eugenesia es una filosofía social que defiende la mejora de los rasgos hereditarios mediante la intervención manipulada y métodos selectivos.
Y ese es el auténtico tema de la película: aunque la eugenesia nació con el darwinismo social de finales del siglo XIX en un plano estrictamente teórico, en términos prácticos se ha usado como justificación para la discriminación en formas que hoy se consideran absolutamente inhumanas. Entre otras, la eugenesia ha llegado a desarrollarse en el siglo XX incluyendo esterilizaciones forzosas para huir de defectos genéticos o genocidio de razas consideradas inferiores. Claramente, ‘Gattaca’ se ha inspirado para visualizar su mundo en la idealizada e inhumana sociedad aria de los nazis, con sus pulcros, rubios y asépticos ciudadanos, genéticamente perfectos.
Sin embargo, ‘Gattaca’ no opta por el simbolismo fácil y retrata una sociedad cruel y competitiva en la médula, más allá de explosiones de violencia. Por ejemplo, de los dos policías que se ocupan del caso, el más joven y genéticamente modificado es el que dirige la investigación pese a la experiencia y sin duda mayor intuición y carácter resolutivo de su compañero (Alan Arkin), no modificado. También hay detalles por los que solo se pasa por encima, pero que definen bien una sociedad a la que nos acercamos a pasos agigantados: por ejemplo, es posible a través de una muestra de ADN robada furtivamente obtener datos -a sus espaldas- de la identidad y perfección genética de un tercero. Algo no muy lejos de la paranoia y el culto a las apariencias donde vivimos sumergidos a causa de las redes sociales.
Aunque el futuro que plantea, desde un punto de vista práctico aún está lejos, ‘Gattaca’ triunfa al hablar de todo ello con claridad y exponiendo las contradicciones del sistema: es una sociedad futura despiadada pero creíble, limpia pero desalmada, y ‘Gattaca’ lo cuenta a través de los pequeños detalles de sus habitantes: el metódico sistema de recolección de residuos orgánicos que Jerome hace a diario para ayudar a Vincent a suplantarlo se rueda con primerísimos planos que ponen a la misma escala el universo microscópico del ADN y ese laborioso engaño diario. La mentira de una sociedad perfecta frente a una minuciosa mentira que hackea el sistema desde dentro.
Andrew Niccol, el arquitecto de ‘Gattaca’
El neozelandés Andrew Niccol debutó como director con esta visión del futuro ante la sorpresa de los aficionados, que estaban a punto de ver cómo el género se pondría patas arriba con ‘Matrix’ solo dos años más tarde. A finales de los noventa, Niccol azuzaría una pequeña revolución del cine más o menos fantástico en una época en la que Hollywood aún se permitía producir películas de género con mensajes combativos, como ‘Pleasantville’, de 1998. ‘Matrix’ sería en 1999 un poco la cima y el verdugo de esa breve tendencia.
Pero antes de todo ello estuvo Niccol. ‘Gattaca’ fue su debut en la dirección y la escritura, y solo un año después alcanzaría reconocimiento internacional con el guión de ‘El show de Truman’, dirigida por Peter Weir -otro australiano ilustre y extravagante-. ‘Truman’ no vibra en una onda de ciencia-ficción tan pura como ‘Gattaca’, pero la base argumental enraizada en el género, su simbolismo (muy afín en su mensaje de advertencia sobre los peligros de la tecnología, en este caso más a lo Gran Hermano), su naturaleza como pseudo episodio de ‘Twilight Zone’ convierten a la película protagonizada por Jim Carrey en un perfecto programa doble con ‘Gattaca’. Incluso maneja metáforas similares, como la del oceano abierto como un lugar de liberación y donde todos, liberados de los condicionantes sociales, podemos ser, para empezar, seres humanos.
Orientada al público juvenil y basada en una novela de la autora de ‘Crepúsculo’ estuvo en 2013 la flojísima ‘The Host: La huésped’. Finalmente, un buen regreso a los orígenes ha supuesto su última película hasta la fecha, ‘Anon’, y en la que volvió a un ambiente comparable al de ‘Gattaca’, mezcla de ciencia-ficción y serie negra, pero con la pérdida de la privacidad como telón de fondo. Fuera del género, escribió el guión de ‘La terminal’ de Spielberg y firmó el interesante drama ambientado en el mundo del tráfico ilegal de armas ‘El señor de la guerra’.
Pese a su irregular carrera posterior, está claro que Niccol fue la genuina fuerza creativa detrás de ‘Gattaca’, aunque nunca después volvió a afinar tanto el tiro como aquí. Su mezcla de géneros, su asombrosa capacidad para anticiparse a muchas inquietudes de la sociedad actual y un diseño de producción que no pasa de moda la han acabado convirtiendo en un clásico moderno, una pieza de ciencia-ficción llamada a definir una buena parte del género en el siglo XXI.
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excelente película…por el suspenso …la intriga …la trama…pero por sobre todo el mensaje…..
De mis películas preferidas y obligadas a analizar en cursos de Genética. Muchas gracias por compartir su reflexión y el link a la versión en español.
Gracias por comentar, Minerva.
La distopía ya está aquí.
Saludos
Hace muchos año había visto esta película, quede marcada con ella, la busque luego durante bastante tiempo y no la encontré hasta hoy. La volví a ver y mi opinión no ha cambiado EXCELENTE su mensaje es perfecto. Gracias gracias gracias
Gracias a ti, por comentar, Thairy.
Sin haber perdido interés con el paso del tiempo, Gattaca bordea hoy la frontera entre ficción y actualidad, en unos momentos difíciles, en que la ciencia-ficción deja de ser ficción, sin llegar a ser ciencia.
Saludos !