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NO CODICIAR NI TEMER, ESO ES LIBERTAD
Por Epicteto
«Libre es quien vive como quiere, aquel que no hay modo de apremiar, ni impedir, ni forzar. No codiciar ni temer, eso es libertad. Mas nosotros, cada uno pensamos una cosa. ¿Qué es, en efecto, lo que busca todo hombre? Gozar de paz, de bienaventuranza, hacerlo todo como quiere, no ser impedido, no ser apremiado. ¿Así, entonces, muchos amos tenemos? Así es. Que, en efecto, las mismas cosas tenemos por amos; y ellas son muchas. Jurar puedo que nadie hay tan insensato o insincero que no se duela más de su fortuna cuanto mayor privanza posea. Cuando, entonces, ni los llamados reyes viven como quieren, ni los amigos de los reyes, ¿quiénes todavía son libres? Busca y hallarás. Posees, en efecto, aparejos de la naturaleza para el hallazgo de la verdad. Mas si tú mismo no eres capaz, con ellos solo caminando, de sacar conclusiones, escucha a los que ya investigaron. ¿Qué dicen?»
Libre es quien vive como quiere, aquel que no hay modo de apremiar, ni impedir, ni forzar, cuyos impulsos son desembarazados, los deseos logrados, los aborrecimientos sin tropiezo. ¿Quién, entonces, quiere vivir en el error? Nadie. ¿Quién quiere vivir engañado, desatinado, ser injusto, intemperante, quejoso, ruin? Nadie. De modo que ningún vicioso vive como quiere: luego tampoco es libre.
Mas, ¿quién quiere vivir apenado, temeroso, envidioso, compadecido, deseando y no logrando, aborreciendo y tropezando en lo que aborrece? Ninguno. ¿Hallaremos, entonces, a uno de esos viciosos sin pena, sin temor, sin tropiezo, sin desengaño? A ninguno. Tampoco, pues, a ninguno libre.
No codiciar ni temer, eso es libertad. Mira, sin embargo, en los animales, cómo usamos del concepto de libertad. Crían leones amansados en jaulas y los alimentan y algunos los traen consigo. ¿Y quién llamará a ese león libre? ¿Acaso no, cuanto más regalado viva, tanto más esclavizado? Pues qué león dotado de sentido y raciocinio querría ser uno de esos leones?
Ea, ¿y esas aves, cuando son cazadas y en jaulas criadas, cuánto penan, buscando escapar? Y hasta algunas de ellas se dejan perecer de hambre, antes que sujetarse a semejante vida, y las que van viviendo, a duras penas, con dificultad y dolientes, y no más hallan un resquicio abierto, ya están brincando. Tanto apetecen la natural libertad y el ser dueñas de sí e independientes. «¿Pues ¿qué mal te va ahí?» ¡Qué preguntas!, nací para volar donde quiera, vivir al aire libre, cantar cuanto quiera; tú todo esto me arrebatas y preguntas: «¿Qué mal te va?»
El siervo al momento querría ser manumitido. ¿Por qué? ¿Pensáis que es porque anhela entregar su dinero a los Vicesimarios? No, sino porque imagina que hasta ahora, por no habérsele logrado aquello, vive sujeto e infeliz. «Como me libere», dice, «en seguida todo será bienandanza, de nadie me curaré, a todos de igual a igual hablaré, caminaré por donde quiera, iré de donde quiera y a donde quiera».
Al fin es liberado, y luego, no teniendo donde coma, anda buscando a quien adule, en casa de quien almuerce. En fin, o hace granjería de su cuerpo y sufre las cosas más tremendas, y aunque se asegure un pesebre, caído ha en servidumbre más áspera que la primera; o bien, héchose ricachón, hombre baldragas se aficiona de una mozuela y, despreciado, se lamenta y por la servidumbre suspira. «Por cierto, ¿qué mal me iba en ella? Otro me vestía, otro me calzaba, otro me alimentaba, otro me atendía enfermo; muy poco le servía yo. Mas ahora, desdichado, cuánto paso sirviendo a muchos en vez de a uno. Con todo, si alcanzo los anillos» [distintivo de los libertos], dice, «entonces, sí, viviré en toda bienandanza y dichosísimo».
Mas primero, para alcanzarlos, sufre lo que se merece; luego, una vez alcanzados, vuelve a lo mismo. Entonces dice: «Si hago una campaña, se acabaron todos los males». Hace la campaña, padece más que un azotado y, sin embargo, pide segunda campaña y tercera. Al cabo, cuando pone el colofón y es nombrado senador, entonces hácese esclavo con entrada en el Senado, entonces sirve la más bella y pulida servidumbre. Para que no sea necio, para que aprenda, como decía Sócrates, qué sea cada uno de los entes, y no a tiento aplique las presunciones a las materias particulares.
Esta, en efecto, es la causa en los hombres de todos los males, el no ser capaces de aplicar las presunciones generales a lo particular. Mas nosotros, cada uno pensamos una cosa. ¿Qué es, en efecto, lo que busca todo hombre? Gozar de paz, de bienaventuranza, hacerlo todo como quiere, no ser impedido, no ser apremiado. Cuando, entonces, se haga amigo del César, deja de ser impedido, deja de ser apremiado, goza de paz, de serenidad?
¿De quién nos informaremos ¿A quién tendremos más digno de fe que a este mismo que ha hecho tal amistad? «Ven al medio y dinos: ¿Cuándo más tranquilo dormías, ahora o antes de hacerte amigo del César?» Luego escuchas: «Deja, por los dioses, de burlarte de mi suerte; no sabes lo que paso, mísero de mí; apenas el sueño me acomete, cuando otro viene y me dice que ‘ya se despertó’, ‘ya salió’; luego inquietudes, luego preocupaciones.»
«Ea, ¿comías más a tu sabor ahora o antes?» Escúchale también sobre estas cosas lo que dice: que ‘si no le invitan, se reconcome; si le invitan, con el amo como un siervo come, atento todo el tiempo no diga o haga una necedad’. ¿Y qué piensas que teme? ¿Ser azotado como un esclavo? ¿De dónde iba a salir él tan de rositas? No, sino como cumple a tanto personaje, amigo del César, que no le corten el cuello. «¿Y cuándo te bañabas más tranquilo? ¿Cuándo hacías ejercicio más a tus anchas? En suma, ¿cuál vida preferirías vivir, la de ahora o la de entonces?» Jurar puedo que nadie hay tan insensato o insincero que no se duela más de su fortuna cuanto mayor privanza posea.
Cuando, entonces, ni los llamados reyes viven como quieren, ni los amigos de los reyes, ¿quiénes todavía son libres? Busca y hallarás. Posees, en efecto, aparejos de la naturaleza para el hallazgo de la verdad. Mas si tú mismo no eres capaz, con ellos solo caminando, de sacar conclusiones, escucha a los que ya investigaron. ¿Qué dicen?
«Cuando, entonces, veas a alguien rendido a otro o adulándole contra su propio sentir, dí también sin vacilar, que este no es libre; y no solo si por una cena hace eso, sino aunque por un gobierno o por un consulado. Sino a aquellos llama esclavos de poquito, que por unas menudencias hacen eso y a esotros, como lo merecen esclavonazos.»
«¿Así, entonces, muchos amos tenemos?» Así es. Que, en efecto, las mismas cosas tenemos por amos; y ellas son muchas. Fuerza es que quienes tienen sobre ellas alguna potestad también sean amos: porque nadie teme al mismo César, sino la muerte, el destierro, la confiscación de los bienes, el presidio, la degradación. Ni quiere nadie al César, como sea éste de mucho mérito, sino riqueza queremos, tribunado, pretura, consulado.
Mientras tales cosas queramos y odiemos y temamos, fuerza será que quienes tienen potestad en ellas sean amos nuestros. Por eso mismo como a dioses a aquellos reverenciamos: pensamos, en efecto, que «quien tiene potestad en el mayor beneficio es un dios». Luego sentamos malamente que «éste tiene potestad en el mayor beneficio». Fuerza es también que de una y otra premisa se deduzca torpe conclusión.
¿Qué es, pues, lo que hace al hombre libre e independiente? Dinero, por cierto, no lo hace, ni consulado, ni gobierno de una provincia, ni imperio, sino que hay que buscar alguna otra cosa. ¿Qué es, pues, lo que en el escribir nos da soltura y desembarazo? El saber escribir. ¿Qué, en el tañer la cítara? El saber tañer la cítara. Luego también, en el vivir, el saber vivir.
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EPICTETO, Pláticas recogidas por Arriano. Libro IV, cap. 1. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973. Traducción: Pablo Jordán de Urríes y Azara. Filosofía Digital, 2008.
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EL ARTE DE VIVIR FELIZ
Por Epicuro
EPICURO A MENECEO, SALUD:
Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven.
A CUALQUIER EDAD, SI SOMOS FELICES, LO POSEEMOS TODO
Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que, aun envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez mostrando su serenidad frente al porvenir.
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Debemos meditar, por tanto, sobre las cosas que nos reportan felicidad, porque, si disfrutamos de ella, lo poseemos todo y, si nos falta hacemos lo posible para obtenerla.
Los principios que siempre te he ido repitiendo, practícalos y medítalos aceptándolos como máximas necesarias para llevar una vida feliz. Considera, ante todo, a la divinidad como un ser incorruptible y dichoso -tal como sugiere la noción común- y no le atribuyas nunca nada contrario a su inmortalidad, ni discordante con su felicidad. Piensa como verdaderos todos aquellos atributos que contribuyan a salvaguardar su felicidad al tiempo que su inmortalidad.
Porque los dioses existen: el conocimiento que de ellos tenemos es evidente, pero no son como la mayoría de la gente cree, que les confiere atributos discordantes con la noción que de ellos posee.
Por tanto, impío no es quien reniega de los dioses de la multitud, sino quien aplica las opiniones de la multitud a los dioses, ya que no son intuiciones, sino presunciones vanas, las razones de la gente al referirse a los dioses, según las cuales los mayores males y los mayores bienes nos llegan gracias a ellos, porque éstos, entregados continuamente a sus propias virtudes, acogen a sus semejantes, pero consideran extraño a todo lo que les es indiferente.
EL SABIO NI REHUYE LA VIDA NI TEME EL DEJARLA
Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad.
Nada hay que cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos.
Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la gente unas veces rehúye la muerte viéndola como el mayor de los males, y otras la invoca para remedio de las desgracias de esta vida.
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El sabio, por su parte, ni desea la vida ni rehúye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso en placer.
El que exhorta al joven a una buena vida y al viejo a una buena muerte es un insensato, no sólo por las cosas agradables que la vida comporta, sino porque la meditación y el arte de vivir y morir bien son una misma cosa. Y aún es peor quien dice:
“Bello es no haber nacido
Pero, puesto que nacimos, cruzar
Cuanto antes las puertas del Hades”.
Si lo dice de corazón, ¿por qué no abandona la vida? Está en su derecho, si lo ha meditado bien. Por el contrario, si se trata de una broma, se muestra frívolo en asuntos que no lo requieren.
Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no nos pertenezca del todo. Por tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse.
LA TRANQUILIDAD DEL ALMA, OBJETIVO DE UNA VIDA FELIZ
Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay algunos que son necesarios, y otros tan sólo naturales. De los necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida.
De modo que, si los conocemos bien, sabremos relacionar cada negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste es el objetivo de una vida feliz, y con vistas a él realizamos todos nuestros actos, para no sufrir ni sentir turbación.
Tan pronto como lo alcanzamos, cualquier tempestad del alma se serena, y al hombre ya no le queda más que desear ni busca otra cosa para colmar el bien del alma y del cuerpo. Pues el placer lo necesitamos cuando su ausencia nos causa dolor, pero, cuando no experimentamos dolor, tampoco sentimos necesidad del placer.
Por este motivo afirmamos que el placer es el principio y el fin de una vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito, a partir del cual iniciamos cualquier elección o aversión, y a él nos referimos al juzgar los bienes según la norma del placer y del dolor.
Y puesto que éste es el bien primero y connatural, por este motivo no elegimos todos los placeres, sino que en ocasiones renunciamos a muchos cuando de ellos se sigue un trastorno aún mayor. Y muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si obtenemos un mayor placer cuanto más tiempo hayamos soportado el dolor.
Cada placer, por su propia naturaleza, es un bien, pero no hay que elegirlos todos. De modo similar, todo dolor es un mal, pero no siempre hay que rehuir el dolor. Según las ganancias y los perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal es un bien.
EL QUE SE CONFORMA CON LO NECESARIO VIVE CONTENTO CON POCO
La autarquía la tenemos por un gran bien, no porque debamos siempre conformarnos con poco, sino para que, si no tenemos mucho, con este poco nos baste, pues estamos convencidos de que de la abundancia gozan con mayor dulzura aquellos que mínimamente la necesitan, y que todo lo que la naturaleza reclama es fácil de obtener, y difícil lo que representa un capricho.
Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que los exquisitos, cuando satisfacen el dolor que su falta nos causa, y el pan y el agua son motivo del mayor placer cuando de ellos se alimenta quien tiene necesidad.
Estar acostumbrado a una comida frugal y sin complicaciones es saludable, y ayuda a que el hombre sea diligente en las ocupaciones de la vida; y, si de ese modo intermitente participamos de una vida más lujosa, nuestra disposición frente a esta clase de vida es mejor y nos mostraremos menos temerosos respecto a la suerte.
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Cuando decimos que el placer es la única finalidad, no nos referimos a los placeres de los disolutos y crápulas, como afirman algunos que desconocen nuestra doctrina o que no están de acuerdo con ella o la interpretan mal, sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma.
Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección o aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud.
EL BUEN JUICIO ES EL MÁXIMO BIEN Y MÁS VALIOSO QUE LA PROPIA FILOSOFÍA
El principio de todo esto y el bien máximo es el juicio, y por ello el juicio -de donde se originan las restantes virtudes- es más valioso que la propia filosofía, y nos enseña que no existe una vida feliz sin que sea al mismo tiempo juiciosa, bella y justa, ni es posible vivir con prudencia, belleza y justicia sin ser feliz. Pues las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente se acompaña siempre de la virtud.
Porque ¿a qué hombre considerarías superior a aquel que guarda opiniones piadosas respecto de los dioses, se muestra tranquilo frente a la muerte, sabe qué es el bien de acuerdo con la naturaleza, tiene clara conciencia de que el límite de los bienes es fácil de alcanzar y el límite de los males, por el contrario, dura poco tiempo y comporta algunas penas; que se burla del destino, considerado por algunos señor absoluto de todas las cosas, afirmando que algunas suceden por necesidad, otras casualmente; otras, en fin, dependen de nosotros, porque se da cuenta de que la necesidad es irresponsable, el azar inestable, y, en cambio, nuestra voluntad es libre y, por ello, digna de merecer repulsa o alabanza?
Casi era mejor creer en los mitos sobre los dioses que ser esclavo de la predestinación de los físicos; porque aquellos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmover a los dioses con nuestras ofrendas; y el destino, en cambio, es implacable. Y el sabio no considera la fortuna como una divinidad -tal como la mayoría de la gente cree-, pues ninguna de las acciones de los dioses carece de armonía, ni tampoco como una causa no fundada en la realidad, ni cree que aporte a los hombres ningún bien ni ningún mal relacionado con su vida feliz, sino solamente que la fortuna es el origen de grandes bienes y de grandes calamidades.
El sabio cree que es mejor guardar la sensatez y ser desafortunado que tener fortuna con insensatez. Lo preferible, ciertamente, en nuestras acciones, es que el buen juicio prevalezca con ayuda de la suerte.
Estos consejos, y otros similares, medítalos noche y día en tu interior y en compañía de alguien que sea como tú, y así nunca, ni estando despierto ni en sueños, sentirás turbación, sino que, por el contrario, vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un mortal el hombre que vive entre bienes imperecederos.
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EPICURO, Carta a Meneceo. Tecnos, 1991. Traducción de Montserrat Jufresa. Filosofía Digital, 2007
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UNA VIDA LIBRE: Epicuro, «Exhortaciones«
Todo dolor es fácilmente despreciable, ya que el que conlleva una aflicción intensa, tiene también una breve duración; y el que se prolonga en el tiempo aflige débilmente al cuerpo.
La necesidad es un mal, pero no hay necesidad alguna de vivir con necesidad.
Para la mayoría de los hombres, la inactividad es torpeza, y la actividad, locura.
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Nacemos una vez, pues no es posible nacer dos veces. Y no es posible vivir eternamente. Tú, aun no siendo el dueño de tu mañana, intentas demorar tu dicha. Pero la vida se consume en una espera inútil, y a cada uno de nosotros le sorprende la muerte sin haber disfrutado de la tranquilidad.
Apreciamos nuestras costumbres, tanto si son útiles y envidiadas por los demás hombres, como si no. Hay que apreciar igualmente las de nuestro prójimo, si se trata de personas honestas.
Nadie, al ver el mal, lo elige, sino que se deja engañar por él, como si fuera un bien respecto a un mal peor.
El más feliz no es el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida. Pues el joven, en la flor de la edad, está sujeto a muchos cambios, llevado por la suerte. En cambio, el viejo ha anclado en la vejez como en un puerto, y los bienes que antes anhelaba con desesperación, ahora los posee con una alegría segura.
Si nos privamos de la vista, de la conversación y del trato continuado, la pasión amorosa se desvanece.
Aquel que se olvida del bien pasado es ya un viejo hoy.
A la naturaleza no hay que violentarla, sino persuadirla. Y la persuadiremos satisfaciendo los deseos necesarios, los naturales que no causan daño, y despreciando los que son claramente perjudiciales.
Toda amistad es en sí misma deseable; pero ha tenido su origen en el provecho.
Los sueños no poseen naturaleza divina ni poder adivinatorio, sino que se producen debido a un flujo de simulacros.
La pobreza que se adecua al fin de la naturaleza es una gran riqueza; la riqueza sin límites es una gran pobreza.
Una vez realizadas, con dificultad recogemos el fruto de todas nuestras restantes ocupaciones; en cambio, de la filosofía va surgiendo el placer con el conocimiento; puesto que el placer no es posterior al haber aprendido, sino que aprendizaje y placer van juntos.
Ni los temerarios ni los cobardes deben considerarse dignos de la amistad; pues, por amor de la amistad, también hay que arriesgar la amistad.
Con toda franqueza, yo preferiría vaticinar, estudiando la naturaleza, lo que es útil a todos los hombres, aun cuando ninguno me comprendiera, antes que recoger la alabanza entusiasta y circunstancial de la mayoría, dejándome influir por vanas opiniones.
La veneración del sabio es un gran bien para el que lo venera.
No tenemos tanta necesidad de la ayuda de los amigos, cuanto de la seguridad de su ayuda.
No hay que despreciar lo que se tiene por el deseo de lo que nos falta, sino que debemos considerar que también lo que se tiene era antes un deseo.
No es un buen amigo ni el que busca la utilidad por encima de todo, ni aquel que nunca la relaciona con la amistad; pues el uno comercia intercambiando favores y gratitud, y el otro destruye toda buena esperanza para el futuro.
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El que dice que todo acontece por necesidad nada puede reprochar al que niega que todo acontece por necesidad; pues afirma que esto mismo sucede por necesidad.
Hay que reír al mismo tiempo que filosofar, y también atender los asuntos domésticos y mantener las demás relaciones, sin cesar nunca de proclamar las máximas de la recta filosofía.
El nacimiento del mayor bien y la liberación del mal se dan al mismo tiempo.
El deseo de dinero injusto es impío, el de dinero justo es vergonzoso; pues es inconveniente ahorrar con sordidez incluso si se trata de dinero justo.
El sabio enfrentado a la necesidad sabe mejor dar que recibir. Encuentra así un enorme tesoro en la autarquía.
Expulsemos completamente las malas costumbres como si fueran hombres malvados que nos han causado grandes daños durante largo tiempo.
Esforcémonos una y otra vez para hacerlo mejor que las precedentes, mientras que estemos en el camino; y, cuando lleguemos al fin, alegrémonos con mesura.
La amistad recorre la tierra entera anunciándonos a todos que nos despertemos para la felicidad.
No hay que envidiar a nadie; pues los buenos no son dignos de envidia, y los malvados, cuanta más suerte tengan, tanto más se perjudican.
No hay que pretender filosofar, sino filosofar realmente; pues tampoco necesitamos parecer sanos, sino estar sanos de verdad.
No sufre más el sabio por su propia tortura que por la tortura de un amigo, y por él está dispuesto a morir. Pues, si abandona al amigo, toda su vida quedará arruinada y hundida por culpa de esta infidelidad.
Es necesario liberarse a uno mismo de las cadenas de las ocupaciones cotidianas y de los asuntos políticos.
Todos abandonan la vida como si acabaran de nacer.
Es bellísima la visión del prójimo cuando el primer encuentro nos conduce a un acuerdo o, al menos, surge interés por lograrlo.
Existe en la frugalidad una mesura que, si no se tiene presente, nos sucede casi lo mismo que cuando no se ponen límites a los deseos.
Compartamos lo que les sucede a nuestros amigos no con lamentaciones, sino preocupándonos por ellos.
Una vida libre no puede llegar a poseer muchas riquezas, porque estas no son fáciles de alcanzar sin servir a la multitud o a los poderosos, sino que es dueña ya de toda clase de bienes en permanente abundancia. Y, si por azar obtuviera muchas riquezas, las administraría fácilmente para conseguir a benevolencia del prójimo.
Nada es suficiente para quien los suficiente es poco.
La ingratitud del alma hace al ser vivo ávido de infinitas variaciones en su género de vida.
En la discusión racional gana más, por lo que aprende, el que es vencido.
El fruto más importante de la autarquía es la libertad.
El hombre noble se dedica sobre todo a la sabiduría y a la amistad. De estas cosas una es un bien mortal, la otra es inmortal.
El hombre serenos está tranquilo consigo mismo y con los demás.
Para un joven el remedio de su salud consiste en conservar la juventud y estar en guardia contra todo aquello que pueda dañarlo por la violencia de sus deseos.
No aleja la turbación del alma ni produce alegría digna de mención la mayor riqueza del mundo, ni el recibir honores de la multitud, ni el gozar de una consideración extraordinaria, ni otra cosa alguna que dependa de causas indeterminadas.
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