LO PEQUEÑO ES HERMOSO (Parte I: «El problema de la producción»), de E. F. Schumacher

INDICE – LO PEQUEÑO ES HERMOSO, de E. F. Schumacher

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Ernst Friedrich Schumacher (1911–1977)

http://www.eumed.net/cursecon/economistas/schumacher.htm

E.F. Schumacher fue un economista germano-británico. Su obra «Lo pequeño es hermoso», publicada en 1973 y traducida a más de veinte idiomas, es considerada uno de los libros más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.

Nació en Bonn, Alemania, en 1911. En 1930 se traslada como «Rhodes scholar» al New College de Oxford y en 1932 a trabajar como profesor en la Columbia University  de New York. Aquí permanece hasta 1934 que regresa a Alemania. Su rechazo y desagrado por el gobierno nacional-socialista le hace abandonar su país en 1936 para establecerse definitivamente en Inglaterra. Obtiene la nacionalidad británica en 1946.

De 1950 a 1970 fue consejero económico del Consejo Nacional del carbón de Inglaterra. Experto en el desarrollo de zonas rurales, fue consultor del gobierno de la India y de muchos otros países del Tercer Mundo.

El economista austríaco Leopold Kohr es el autor que mayor influencia tuvo sobre Schumacher. Schumacher se refería a Kohr como «el profesor de quien  he aprendido más que de ningún otro».

Una de sus propuestas fue el fomento de las «tecnologías intermedias», tecnologías que requieren menor inversión de capital y son menos exigentes en su consumo de materias primas. Creó con ese fin, en 1966, el ITDG (Intermediate Technology Development Group) que sigue en funcionamiento y mantiene el sitio web  http://www.itdg.org/.

Otras asociaciones que siguen promoviendo las ideas de E.F. Schumacher son:

OBRAS:

Small is Beautiful: a Study of Economics as if People Mattered (1973). Hay versión en español: «Lo pequeño es hermoso».

A Guide for the Perplexed (1977) . Hay versión en español: «Guía para los perplejos».

This I Believe and Other Essays (1977)

Good Work (1979). Hay versión en español: «El buen trabajo» Editorial Debate, Madrid, 1980.

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¿Filosofía hippie o adelantada a su tiempo? Quizás las dos opiniones sean ciertas

 

¿Llegó la hora de que la economía se comporte «como si la gente importara»?

 

¿Es lo pequeño es el próximo gran tema en la economía? ¿Será que las ideas visionarias de Ernst Friedrich Schumacher, autor de culto de clásico de la década de los 70, están a punto de entrar en la corriente dominante?

Schumacher, el economista y estadístico que nació en 1911 en lo que fue el Imperio alemán y llegó a ser un influyente intelectual a nivel internacional.

Era el favorito de John Maynard Keynes, quien notó su potencial cuando leyó un trabajo que escribió cuando estaba internado en una aislada granja en Inglaterra como «extranjero enemigo» durante la Segunda Guerra Mundial y logró que lo liberaran.

Acto seguido, Schumacher ayudó al gobierno británico con las finanzas y la economía mientras su nación adoptiva luchaba contra su país nativo.

Además, escribió una colección de ensayos que pusieron de cabeza a la economía convencional.

El título del libro era «Lo pequeño es hermoso: economía como si la gente importara«.

 

El olvido

Cuando Schumacher murió, en 1977, extraños acudieron a su casa para pedir que les dieran reliquias… su máquina de escribir, su sombrero.

Tal vez habían sido parte de las multitudes de 5.000 personas que solían atender a sus conferencias o de los varios millones que habían comprado sus libros.

15 años después, cuando hice una maestría en Londres en economía medioambiental, ni siquiera aparecía en el plan de estudios.

Me topé con uno de sus libros y pensé: «Esta es la única vez en mi vida que he leído algo de un economista que tiene sentido«.

Ahora me pregunto si Schumacher no era más que un personaje estrafalario -como algunos decían- y yo, uno de los hippies a los que cautivaba.

O si, por el contrario, es un intelectual cuya filosofía es más relevante hoy de lo que jamás ha sido.

¿Entre más grande, mejor?

En la BBC quisimos ver si las teorías del popular economista funcionaban en la práctica.

¿En qué contribuyen de cara a los apremiantes retos sociales y económicos que enfrentamos?

¿Cuál era la percepción central de Schumacher?

Para él, nuestra economía está basada en el culto de lo grande, rayando en la adoración del gigantismo.

«Existe una filosofía generalizada de ‘Entre más grande, mejor’: el mercado, las organizaciones, las máquinas. Y con lo más grande va lo más rápido, más complejo, más hambriento de capital y a menudo una batalla más masiva con la naturaleza», escribió.

 

En «Tiempos modernos», Charles Chaplin ilustró la sensación de ser herramientas adaptadas a nuestras máquinas

 

Y lo grande, por supuesto, era grandioso en muchos aspectos: la producción masiva había sacado a millones de la pobreza artesanal.

Pero tenía efectos secundarios: arduo trabajo para lo que lo tenían, estampidas a las ciudades, comunidades fragmentadas y desempleadas, aumento de inequidad y crecimiento sostenido con deudas.

Schumacher no sólo señaló los problemas; dejó también un modelo para una economía distinta.

Schumacher en el banco

El Handlesbanken es un banco con una obsesión casi mística de mantenerse pequeño. Además, según la Escuela de Negocios de Londres, es uno de los que tienen las acciones con mejor desempeño del mundo.

 

El banco más exitoso del que probablemente nunca has oído hablar

 

«En retrospectiva, en general se reconoce que los modelos basados en fijar metas de volumen y amarrarlos a los incentivos resultó ser un cóctel peligroso«, le dice a la BBC su director ejecutivo en la capital británica, Anders Bouvin.

«Los bancos grandes alienan, el poder de los altos mandos tiende a aumentar, hasta que las sucursales y los empleados que están en contacto con los clientes terminan siendo considerados como canales de distribución».

«Yo creo que para tener éxito, hay que descomponer esas enormes organizaciones. En nuestro banco no fijamos metas desde el centro».

Uno de sus accionistas institucionales alguna vez describió al grupo como «emocionantemente aburrido«.

«Aburrido» quizás, porque este banco valora la planificación a largo plazo y la descentralización, encapsulada en el lema «la sucursal es el banco«.

«Cada sucursal es responsable del área que le rodea, digamos que de lo que se puede ver desde la torre de la iglesia», le explica Bouvin a la BBC.

Al pedirle que resumiera la filosofía de Handlesbanken en una frase, dijo: «Trabajar con la naturaleza humana en vez de en contra de ella».

Ese era uno de los puntos de Schumacher: en una organización pequeña, en la que confías en el personal y lo facultas, ahorras todo el costo de tratar de controlarlo y éste produce mejores resultados.

En la más reciente crisis financiera, causada en gran parte -según la narrativa popular- por los grandes bancos, Handelsbanken emergió con un balance financiero lo suficientemente fuerte como para hacer que los reguladores de la banca europea ronronearan de placer.

Schumacher en la calle

Para ver cómo se traducen sus ideas fuera de los bancos, fui al barrio londinense Brixton, donde la New Economics Foundation, un grupo de expertos que es parte del círculo de Schumacher, ayudó a poner en circulación la libra de Brixton.

 

El rostro de David Bowie en el billete de 10 de la libra de Brixton, porque el artista nació y creció en ese barrio londinense

 

La idea es poner en práctica la «economía como si la gente importara».

«Exactamente. Siempre decimos que la libra de Brixton es una moneda social«, me explica uno de los impulsadores de la iniciativa.

La pregunta es si puede funcionar a escala mayor para ayudar a crear comunidades vibrantes en las que la gente quiera quedarse.

Schumacher en el pueblo

En busca de la respuesta, fui a Totnes, la cuna del movimiento de transición, a favor de la agroecología, la permacultura, el consumo de bienes de producción local y colectiva, el decrecimiento y la recuperación de las habilidades para la vida y la armonía con la naturaleza.

Además, por supuesto, es la sede del Schumacher College y un lugar donde circula la libra Totnes.

 

Totnes conocida por su cultura alternativa y su vida bohemia

 

A Rob Hopkins, cofundador del movimiento y de la comunidad misma, le pedí que explicara la lógica de estas monedas.

«La idea se basa en un hecho muy simple observado por los economistas, denominado ‘el efecto multiplicador‘. Si yo gasto £10 en un negocio local independiente, producen alrededor de £25 de beneficio económico para la comunidad en la que vivo. Si las gasto en un supermercado de cadena, es alrededor de £14″.

«Se puede pensar en esos grandes negocios como industrias extractivas: están situados en un lugar pero su papel primario es extraer los beneficios en vez de dejarlos en la localidad».

En ese sentido, ¿cuáles son las huellas del movimiento de transición?

«Mucho de lo que el movimiento hace fluye bajo la superficie. Hay grupos de paneles solares en algunos lugares del pueblo, tenemos un proyecto para hacer casas transicionales, con materiales puramente naturales, hay varios jardines comestibles, hemos plantado muchos árboles que dan nueces…».

 

Esta tienda se llama «No hecho en China»… una huella

 

«Se trata de relaciones, de volver a tejer las sociedades y las conexiones que el neoliberalismo cortó con un par de tijeras«.

«Para mí, no sólo lo pequeño es inevitable sino también absolutamente deseable, pues satisface mejor nuestras necesidades como seres humanos, pero de tal forma que vivimos mejor: la comida, la conversación, las relaciones son mejores».

«Ahora tenemos gente en 50 países del mundo, miles de comunidades en las que la gente vive así, y la belleza de esto es que lo tomas y le sacas provecho».

Schumacher en el colegio

La siguiente escala: la escuela primaria Ashton Vale, donde pusieron en marcha un programa pionero llamado «Food for life» -alimento para la vida-, parte de la ONG Soil Association, que Schumacher alguna vez dirigió.

«Schumacher habló mucho de que la educación no era sólo el aprendizaje intelectual, sino también la oportunidad de hacer», afirma la actual presidente ejecutiva, Helen Browning.

En Ashton Vale, además de aprender las materias regulares aunque abordadas bajo la perspectiva de transición, los niños cultivan, cosechan y cocinan, lo que los hace más abiertos a consumir alimentos sanos y a entender por qué es importante hacerlo.

«Lo que hacemos de niños con las manos se convierte en parte nuestra, algo que no se logra repitiéndolo en un salón de clase».

«Tenemos que hacer parte de algo que sea parte de la vida real y, para mí, para ser propiamente humano, hay que meter las manos en la tierra«.

 

Las manos y la tierra tienen un papel central en esta filosofía

 

Schumacher aquí y allá

Los espacios en los que se puede ver la filosofía de ese economista de los hippiespuesta en práctica se repiten en muchas esferas.

En Technoport en Noruega, me encuentro rodeado de unas 700 personas de menos de 30 años, creando productos como impresoras para hacer zapatos para niños enfermos.

Avances en tecnología que le devuelven el poder a la gente de todo el mundo para que pueda volver a hacer cosas.

¿Será que la visión de Schumacher de la fabricación distribuida la próxima ola de tecnología que está por romper?

«La manufactura está retornando, pero no en la forma de grandes plantassino de experimentos diversos, en los que produces algo en bajas cantidades, lo ofreces por internet y a medida que sube la demanda, vas fabricando más. Eso era de lo que Schumacher hablaba», me dice Peter Hirshberg, autor de «Haz una ciudad» y padrino del Maker Movement, que plantea crear ecosistemas de mercado propios.

 

La producción masiva no desaparecerá como por arte de magia pero muchas de las nuevas iniciativas apuntan a producciones más pequeñas

 

Sin embargo, Schumacher no estaba hablando de tecnología sino de intención.

El siguiente libro que escribió se llamó «Buen trabajo». La idea central era que somos lo que hacemos, nuestro trabajo nos moldea; nos puede tornar en herramientas o seres humanos.

«La palabra ‘poeta’ significa ‘hacer’ -del griego poíēsis. Si hacemos algo con creatividad e imaginación, un jardín, una cena pueden ser poesía. Además, el trabajo es una fuente de placer y alegría», dice Satish Kumar, fundador del Schumacher College, refiriéndose al mensaje de «Buen trabajo».

«El problema que tenemos es de filosofía, no de economía. El materialismo, el consumismo, la separación, la desconexión. La idea de que los seres humanos están separados de la naturaleza y cada comunidad separada de las demás».

El principio es que si hacemos un buen trabajo, que nos conecte con la gente y los lugares, nos daremos cuenta de que tenemos gran parte de la felicidad que buscamos.

Y Schumacher adoraba esa idea: no quería que se maximizaran los recursos sino que se maximizara la felicidad eficientemente usando los recursos con los que contamos.

Una economía «como si la gente importara».

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«Es un movimiento al que llamé ‘Economía budista’. Podría haber sido ‘Economía cristiana’, pero nadie lo habría leído»

E F Schumacher

 

 

LO PEQUEÑO ES HERMOSO (Parte I)*

Por E F Schumacher

 

Traducido a más de treinta idiomas, Lo pequeño es hermoso es un vigoroso alegato contra una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento económico. Su tesis es que necesitamos una profunda reorientación de los objetivos de nuestra economía y nuestra técnica para ponerlas al servicio del hombre. Inspirándose en fuentes tan diversas como las encíclicas papales, la economía budista y las obras de Mao-Tsé-tung, Schumacher presenta su visión del uso adecuado de los recursos humanos y naturales, la problemática del desarrollo y las formas de organización y propiedad empresarial. El dilema de la energía nuclear, la utilidad de la autonomía regional, el agudo problema del desempleo y las perspectivas del socialismo se tratan en sus páginas con un estilo persuasivo y ágil que huye del lenguaje de los especialistas para dirigirse directamente al hombre de la calle. Considerado por The Times Literary Supplement como uno de los cien libros más influyentes de los publicados desde la Segunda Guerra Mundial, la obra de E. F. Schumacher, presenta al lector temas de gran actualidad después de casi 40 años de su primera edición.

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Prefacio

Los sucesos analizados en los ensayos de este libro se han acelerado durante los últimos seis meses con tal rapidez que aún desconcierta a quienes mucho tiempo atrás los habían anticipado. La llamada crisis del petróleo no es una crisis en el sentido ordinario de este trillado término, sino un hito en la historia del mundo moderno, largo tiempo esperada, se podría decir, pero no obstante difícil de aceptar. ¿Reforzará la influencia de los que defienden el «retorno al hogar» o la de los que preconizan la «huida hacia delante»? ¿Nos ayudará a librarnos del gigantismo y de la violencia o nos conducirá más profundamente a esas aberraciones? ¿Vamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía al mundo y desbasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales, o vamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y de la tecnología, bajo el control de la sabiduría, en la  elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las más altas aspiraciones de la naturaleza humana? Éstas son las preguntas que deberían haber ocupado nuestra atención durante muchas décadas en el pasado y que ahora están planteadas muy claramente, por no decir brutalmente.

Las recientes acciones de los países productores de petróleo han dramatizado la situación, pero de ninguna manera la han creado. Tal como escribía algunos años atrás y repito en el capítulo VIII de este libro: «El interés real a largo plazo para ambos, los países exportadores y los países importadores de petróleo, exige que la “vida útil” del petróleo se prolongue tanto como sea posible. Los primeros necesitan tiempo para desarrollar fuentes alternativas de vida, y los últimos lo necesitan para ajustar sus economías  dependientes del petróleo a una situación que ha de surgir dentro de la expectativa de vida de la mayoría de la gente que hoy está viva, cuando el petróleo sea más escaso y mucho más caro. El peligro mayor para ambos es la continuación de un rápido crecimiento de la producción y el consumo del petróleo en todo el mundo. Los desarrollos catastróficos en el frente petrolero podrían ser evitados sólo si la armonía básica de los intereses a largo plazo de ambos grupos de naciones viniera a ser algo totalmente real y una  acción concertada se llevara a cabo para estabilizar y reducir gradualmente el flujo anual de consumo de  petróleo».

Hay optimistas que proclaman que «todos los problemas tienen solución», que las crisis del mundo moderno no son nada más que problemas de principiantes en el camino hacia una opulenta madurez. Hay pesimistas que hablan de una inevitable catástrofe.

Lo que necesitamos son optimistas que estén totalmente convencidos de que la catástrofe es ciertamente inevitable salvo que nos acordemos de nosotros mismos, que recordemos quiénes somos: una gente peculiar destinada a disfrutar de salud, belleza y permanencia; dotada de enormes dones creativos y capaz de desarrollar un sistema económico tal que la «gente» esté en el primer lugar y la provisión de  mercancías» en el segundo. La provisión de mercancías, sin duda, se cuidará entonces de sí misma.

Esto costará mucho trabajo a través de tareas nuevas, experimentales y placenteras.

La gente optimista de la que hablamos, sin embargo, no ha temido nunca el trabajo.

24 de enero de 1974
E. F. S.

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Muy poca gente puede contemplar los logros de la energía práctica y de la habilidad técnica sin experimentar alegría, ya que aquéllas, desde la última parte del siglo XVII, transformaron el rostro de la civilización material, de la cual Inglaterra fue la más audaz —aunque no demasiado escrupulosa— pionera. No obstante, si las ambiciones económicas son buenas sirvientes, resultan malas maestras.

Los hechos más obvios son fácilmente olvidados. Tanto el orden económico existente como los numerosos proyectos propuestos para reconstruirlo se desvanecen por su olvido de este axioma: dado que todos los hombres tienen alma, ningún incremento en su riqueza les ha de compensar por los planes que ofenden el  respeto que tienen de sí mismos y disminuyen su libertad. Si no se desea que la industria tenga que paralizarse por las continuas protestas de una naturaleza humana injuriada, una organización económica razonablemente calculada debe permitir la satisfacción de aquellos criterios que no son puramente económicos.

R. H. Tawney, Religion and the Rise of
Capitalism.

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En su totalidad, nuestro problema actual se refiere a actitudes e instrumentos. Estamos remodelando la Alhambra con una pala mecánica y estamos orgullosos de nuestro rendimiento. Difícilmente debemos abandonar la pala que, después de todo, tiene muchos aspectos positivos; pero  tenemos la necesidad de criterios objetivos más humanos para su correcto uso.

Aldo Leopold, A Sand County Almanac

 

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I giusti, de Augusto Cesar Ferrari

 

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Parte I. El mundo moderno

I. El problema de la producción*

 

(*) Basado en una conferencia dada en el Instituto Gottlieb Duttweiler, Rüschlikon, cerca de Zúrich, Suiza, el 4 de febrero de 1972.

Uno de los más funestos errores de nuestra época consiste en creer que el «problema de la producción» se ha resuelto. Esta creencia no está arraigada solamente en la gente que no tiene nada que ver con la producción (y por lo tanto sin contacto profesional con los hechos), sino que también es sostenida virtualmente por todos los expertos, los magnates de la industria, los que dirigen la economía de los gobiernos del mundo, los economistas académicos (y los no tan académicos), por no mencionar a los periodistas económicos.  Todos ellos pueden no estar de acuerdo en muchas cosas, pero en lo que sí están de acuerdo es en que el problema de la producción se ha solucionado, en que la especie humana es, por fin, mayor de edad. Para las naciones ricas, dicen, la más importante tarea hoy día es la «educación para el esparcimiento», mientras que para las naciones pobres lo es la «transferencia de tecnología».

Que las cosas no están marchando como debieran debe atribuirse a la inmoralidad humana. La solución es construir un sistema político tan perfecto que la inmoralidad humana desaparezca y cada uno se comporte bien, no importa cuán inmoral sea por dentro. Se acepta como un hecho que cada uno nace bueno, que si uno se transforma en criminal o en explotador se debe a defectos del «sistema». Sin ninguna duda el «sistema» es malo en muchos aspectos y debe ser cambiado. Una de las principales razones por las que el sistema es malo, y a pesar de ello sobrevive, es esta opinión errónea de que «el problema de la producción se ha solucionado». Como todos los actuales sistemas están impregnados por este error, no queda mucho para elegir entre ellos.

El surgimiento de este error, tan flagrante como firmemente arraigado, está estrechamente vinculado a los cambios filosóficos, por no decir religiosos, en la actitud del hombre hacia la naturaleza en los últimos tres o cuatro siglos. Tal vez debería decir: la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza. Pero dado que todo el mundo está sufriendo un proceso de occidentalización, la afirmación más general parece justificada. El hombre no se siente parte de la naturaleza, sino más bien como una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla. Aún habla de una batalla contra la naturaleza olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando perdedor. Hasta hace poco la batallaparecía ir lo bastante bien como para darle la ilusión de poderes ilimitados, pero no tan bien como para permitirle vislumbrar la posibilidad de la victoria total. Ésta es ahora evidente y mucha gente, aunque sólo sea una minoría, está comenzando a comprender lo que ello significa para la continuación de la existencia de la humanidad.

La ilusión de poderes ilimitados, alimentada por los asombrosos adelantos científicos y técnicos, ha producido como consecuencia la ilusión de haber resuelto el problema de la producción. Esta ilusión está basada en la incapacidad para  distinguir lo que es renta y lo que es capital, justo donde esta distinción importa más. Todo economista y hombre de negocios está familiarizado con esta distinción y la aplica conscientemente y con considerable sutileza en todos los asuntos económicos, salvo donde es realmente importante: allí donde se trata del capital irreemplazable que el hombre no ha creado sino simplemente descubierto y sin el cual nada puede hacer.

Un hombre de negocios no considerará que una determinada empresa ha resuelto sus problemas de producción y llegado a ser viable si comprueba que la misma está consumiendo rápidamente su capital. ¿Cómo podríamos descuidar este hecho tan vital cuando se trata de la economía de esta empresa realmente grande, la Nave Espacial Tierra y, en particular, de la de sus valiosos pasajeros? Una explicación razonable del porqué del descuido de un hecho tan vital es que nos hemos alejado de la realidad e inclinado a pensar que todo aquello que no hemos hecho nosotros mismos es algo sin valor. Inclusive el propio doctor Marx cayó en este lamentable error cuando formuló la denominada «teoría del valor trabajo».

Ahora bien, es obvio que hemos trabajado para generar parte del capital que nos ayuda a producir (v. g. una amplia base de conocimiento científicotécnico y de otro tipo; una elaborada infraestructura física; innumerables formas de sofisticado equipo de capital, etc.). Pero todo esto no es sino sólo una pequeña parte del capital total que estamos empleando. El capital proporcionado por la naturaleza es mucho más importante que el aportado por el hombre. Y nosotros no reconocemos este hecho. Esa mayor proporción que nos da la naturaleza está siendo usada a un ritmo alarmante; por esto es un error absurdo y suicida actuar sobre la creencia de que el problema de la producción se ha resuelto.

Observemos más de cerca este «capital natural». Antes que nada, y para comenzar por lo más obvio, tenemos los combustibles fósiles. Estoy seguro de que nadie negará que estamos tratando esos combustibles como si fueran artículos de renta a pesar de ser, innegablemente, bienes de capital. Si los tratásemos como bienes de capital nos preocuparíamos de su conservación, haríamos cualquier cosa que estuviera al alcance de nuestra mano para minimizar su actual tasa de consumo. Podríamos decir, por ejemplo, que el dinero obtenido por la venta de estos valiosos bienes —bienes irreemplazables— debería destinarse a un fondo especial dedicado exclusivamente al desarrollo de métodos de producción y sistemas de vida que no dependan para nada de los combustibles fósiles o que dependan de ellos sólo en una pequeña proporción. Esta y muchas otras cosas deberíamos hacer si tratásemos a los combustibles fósiles como capital y no como renta. No sólo no hacemos ninguna de ellas, sino que hacemos exactamente lo contrario; no nos interesa para nada la conservación y estamos maximizando en lugar de minimizar el ritmo del consumo. Estamos lejos de interesarnos en estudiar las  posibilidades de métodos alternativos de producción y de formas de vida, a fin de poder salir de la pendiente por la que nos deslizamos a una velocidad cada vez mayor. Hablamos alegremente de ilimitados progresos siguiendo los caminos trillados de «educación para el esparcimiento» en los países ricos y de «transferencia de tecnología» en los países pobres.

La liquidación de estos bienes de capital continúa tan rápidamente que, aun en el país considerado como el más rico del mundo, los Estados Unidos de América, hay muchos hombres preocupados, con puestos de responsabilidad en la Casa Blanca, pidiendo una conversión masiva de carbón a petróleo y gas, o demandando aún mayores esfuerzos para investigar y explotar los tesoros de la tierra que quedan. Observen las cifras que se prevén bajo el título «Requerimientos mundiales de combustible para el año 2000». Ahora estamos usando el equivalente de algo así como 7000 millones de toneladas de carbón y dentro de veintiocho años las necesidades serán tres veces mayores: ¡alrededor de 20.000 millones de toneladas! ¿Qué son veintiocho años? Si miramos atrás, nos llevarían al mundo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial y, por supuesto, desde entonces el consumo de combustible se ha triplicado. No obstante, ese aumento representó un incremento equivalente a menos de 5000 millones de toneladas de carbón. Ahora hablamos tranquilamente de un incremento que es tres veces más grande. La gente se pregunta: ¿podrá lograrse? La respuesta es: debe hacerse y por lo tanto se hará. Se podría decir (con perdón de John Kenneth Galbraith) que éste es el caso del hombre amable guiando al ciego; pero ¿para qué levantar calumnias? Ocurre que la pregunta misma está mal planteada, porque implícitamente asume nuestro tratamiento de esos bienes como si fueran renta y no capital. ¿Por qué el año 2000? ¿Por qué no el año 2028, cuando los niños que hoy están jugando estarán haciendo planes para jubilarse? ¿Habrá otro aumento de tres veces entonces? Cuando comprendamos que estamos tratando con capital y no con renta, todas estas preguntas y respuestas se volverán absurdas, ya que los combustibles fósiles no están hechos por el hombre, no pueden ser reciclados. Cuando se terminen, ¡se habrán terminado para siempre!

Podrán preguntarse: ¿qué hay entonces de los combustibles denominados «de renta»? Pues bien, ¿qué hay acerca de ellos? Actualmente contribuyen con menos del 4 por 100 (calculado en calorías) del total mundial. En un futuro cercano tendrán que contribuir con el 70, 80 ó 90 por 100. Hacer algo a pequeña escala es una cosa, hacerlo a una escala gigantesca es algo muy diferente. Para hacer impacto en el problema del combustible en el mundo, las contribuciones tienen que ser realmente formidables. ¿Quién dirá que el problema de la producción se ha resuelto, cuando se trata de combustibles de renta requeridos a una escala verdaderamente gigantesca?

Los combustibles fósiles son una parte del «capital natural», aunque nosotros insistamos en tratarlos como si fueran de consumo corriente, como si fueran una renta y nunca como si fueran la parte más importante de ese capital natural. Si despilfarramos nuestros combustibles fósiles amenazamos la civilización, pero si despilfarramos el capital representado por la vida natural que nos rodea, amenazamos la vida misma. La gente está despertando a la realidad de esta amenaza y demanda que la contaminación sea detenida. Piensan que la contaminación es más bien un hábito desagradable practicado por irresponsables o desaprensivos quienes, valga la imagen, tiran la basura por encima de la cerca del jardín del vecino. Una conducta más civilizada, concluyen, significará costes extras y, por lo tanto, necesitamos un ritmo de crecimiento económico más rápido para estar en condiciones de afrontarlos. De ahora en adelante, dicen, debiéramos usar por lo menos algunos de los frutos de nuestra creciente productividad, para elevar el «nivel de vida» y no solamente incrementar el consumo. Todo esto está bien, pero sólo toca la superficie del problema.

Para llegar al corazón del mismo asunto, haríamos bien en preguntarnos: ¿por qué será que todos estos términos: contaminación, medio ambiente, ecología, etc., de pronto se han transformado en términos de actualidad? Después de todo hemos tenido un sistema industrial durante bastante tiempo y aun así estas palabras eran virtualmente desconocidas cinco o diez años atrás. ¿Será esto un entusiasmo pasajero e inesperado, una estúpida moda o tal vez una repentina falta  de entusiasmo? 

No es difícil encontrar una explicación. De la misma manera que sucede con los combustibles fósiles, hemos estado viviendo del capital de la naturaleza viva por bastante tiempo y a un coste bastante modesto. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, nos las ingeniamos para elevar este coste a proporciones alarmantes. Si las comparamos con lo que ocurre ahora y con lo que ocurrió en el último cuarto de siglo, todas las actividades industriales del hombre hasta la Segunda Guerra Mundial inclusive son insignificantes. Tomando el mundo en su conjunto, parece que en los próximos cuatro o cinco años veremos más producción industrial que toda la lograda por la humanidad hasta 1945. En otras palabras, muy recientemente –tan recientemente que la mayoría de nosotros apenas si ha tomado conciencia de ello— se ha operado un salto cuantitativo excepcional de la producción industrial.

También ha habido un salto cualitativo de excepción, en parte como causa y también como efecto de lo anterior. Nuestros científicos y técnicos han aprendido a elaborar sustancias desconocidas por la naturaleza. La naturaleza está prácticamente indefensa frente a muchas de estas sustancias. No hay ningún agente natural que las ataque y las descomponga. Es como si ciertos aborígenes fueran de repente atacados con fuego de ametralladora: sus arcos y flechas no les servirían de nada. Estas sustancias desconocidas para la naturaleza deben su efectividad casi mágica al hecho de que aquélla se encuentra indefensa. Y de ahí también su peligroso impacto en la ecología. Desde hace apenas unos veinte años esas sustancias aparecieron en grandes cantidades. Como no tienen enemigos naturales tienden a acumularse y, en consecuencia, a largo plazo estas acumulaciones, en muchos casos, se convierten en extremadamente peligrosas. En otros casos su efecto es totalmente imprevisible.

En otras palabras, los cambios de los últimos veinticinco años en la calidad y cantidad de nuestros procesos industriales han producido una situación totalmente nueva. Situación que es el resultado no de nuestros fracasos precisamente, sino de los que nosotros suponíamos que eran nuestros más grandes éxitos. Y todo esto ha sobrevenido tan de repente que apenas si nos percatamos de que estamos consumiendo velozmente un tipo de bienes de capital irreemplazables, los llamados márgenes de tolerancia, que la bondadosa naturaleza siempre mantiene en reserva.

Permítaseme volver ahora al problema de los «combustibles de renta», al que he aludido previamente de una manera algo caballeresca. Nadie está sugiriendo que el sistema industrial universal que se supone estará operando en el año 2000, o sea dentro de una generación, estará alimentado básicamente con fuerza motriz producida por el agua o el viento. Por el  contrario, se nos dice que estamos entrando en la era nuclear. Ésta ha sido la creencia durante bastante tiempo (más de veinte años) y aun así la contribución de la energía nuclear a las necesidades energéticas y de combustibles del hombre es todavía minúscula. En 1970 representó el 2,7 por 100 en Gran Bretaña, el 0,6 por 100 en la Comunidad Europea y el 0,3 por 100 en los Estados Unidos de América, para mencionar sólo los países que se encuentran a la cabeza. Tal vez podríamos pensar que los márgenes de tolerancia de la naturaleza estarán en condiciones de absorber tan pequeñas cargas, a pesar de lo cual hay mucha gente profundamente preocupada hoy en día, como el doctor Edward D. David, consejero científico del ex presidente Nixon, quien hablando acerca del almacenamiento de desechos radioactivos dice: «A uno le vienen náuseas de pensar que algo deba permanecer enterrado y bien sellado por 25.000 años antes de que sea inofensivo».

De cualquier manera, la cuestión que quiero establecer es muy simple: la propuesta de reemplazar cada año miles de millones de toneladas de combustibles fósiles por energía nuclear significa «resolver» el problema del combustible creando un problema ambiental y ecológico de una magnitud tan monstruosa que el doctor David no será el único al que le vengan náuseas. Significa resolver un problema mandándolo a otra esfera, creando unnuevo problema infinitamente más grande.

Una vez dicho esto, estoy seguro de que me voy a enfrentar con otra afirmación aún más osada, es decir, que los científicos y técnicos del futuro serán capaces de crear normas y precauciones de tal perfección en cuanto a la seguridad que el uso,  transporte, procesamiento y almacenamiento de cantidades siempre crecientes de materiales radioactivos será algo enteramente seguro. También que los políticos y científicos sociales estarán abocados a la tarea de crear una sociedad mundial en la que las guerras y los disturbios civiles jamás puedan ocurrir. Ésta es, otra vez, el intento de resolver un problema mandándolo a otra esfera, en este caso a la esfera de la conducta del hombre. Y esto nos lleva a la tercera categoría de «capital natural», el mismo que despilfarramos sin solución de continuidad porque lo consideramos una renta, como si fuera algo que nosotros mismos hemos creado y pudiéramos reponer fácilmente apelando a nuestra alabada y creciente productividad.

¿No es acaso evidente que nuestros métodos actuales de producción están carcomiendo la sustancia misma del hombre moderno? Para mucha gente, sin embargo, esto no es en absoluto evidente. Ahora que hemos solucionado el problema de la producción, dicen, ¿cuándo estuvimos mejor que ahora? ¿No estamos acaso mejor alimentados, mejor vestidos y mejor alojados que nunca –inclusive mejor educados–? Por supuesto que sí, que la mayoría de nosotros lo estamos, pero de ninguna manera todos, sino los que vivimos en los países ricos. Pero esto no es lo que quiero decir cuando empleo la palabra «sustancia». La sustancia del hombre no puede ser medida por el Producto Nacional Bruto (PNB). Tal vez no pueda medirse de ninguna otra manera, salvo por ciertos síntomas de desviaciones. Sin embargo, éste no es el lugar apropiado para analizar las estadísticas de síntomas tales como el crimen, el uso de drogas, el vandalismo, el desequilibrio mental, la rebeldía, etc. Las estadísticas jamás prueban nada.

Comencé diciendo que uno de los más funestos errores de nuestra época es la creencia de que el problema de la producción está solucionado. Esta ilusión, sugería, se debe principalmente a nuestra incapacidad para reconocer que el sistema industrial moderno, con toda su sofisticación intelectual, consume las bases mismas sobre las cuales se ha levantado. Para usar el lenguaje de los economistas, el sistema vive de capital irreemplazable al que alegremente se considera una renta. Especifiqué tres categorías para tal capital: los combustibles fósiles, los márgenes de tolerancia de la naturaleza y la sustancia humana. Inclusive si algunos de mis lectores rehusaran aceptar las tres partes de mi argumento, sugeriría que cualquiera de las tres es suficiente para corroborar mi tesis.

¿Y cuál es mi tesis? Simplemente, que nuestra más importante tarea es salir de la pendiente por la que nos deslizamos. ¿Y quién puede emprender tal tarea? Pienso que cada uno de nosotros, sea viejo o joven, fuerte o débil, rico o pobre, influyente o no. Hablar del futuro sólo es útil cuando conduce a la acción ahora. ¿Qué es lo que podemos hacer ahora si todavía estamos insistiendo en la postura del cuándo estuvimos mejor que ahora? Por lo menos, que ya es decir mucho,  debemos entender el problema en su totalidad y comenzar por ver la forma en que se puede desarrollar un nuevo estilo de vida, con nuevos  métodos de producción y nuevas pautas de consumo, un estilo de vida diseñado para la permanencia. Daré sólo tres  ejemplos preliminares: en agricultura y horticultura podemos interesarnos en el perfeccionamiento de métodos de producción que sean biológicamente sanos, en el mejoramiento de la fertilidad del suelo y en producir salud, belleza y solidez. Entonces la productividad se cuidará a sí misma. En la industria podemos interesarnos en la evolución de la tecnología de pequeña escala, relativamente no violenta, «tecnología con rostro humano», de modo que la gente tenga oportunidad de disfrutar mientras trabaja, en lugar de trabajar sólo para recibir el sobre con su salario y esperar el momento del esparcimiento para poder disfrutar, esto último no siempre con mucha convicción, por otra parte. En la industria, también, porque sin duda la industria es una suerte de marcapasos de la vida moderna, podemos interesamos en nuevas formas de asociación entre administración y trabajadores, inclusive en nuevas formas de propiedad común.

A menudo oímos decir que estamos entrando en la era de la «sociedad educada». Esperemos que esto sea cierto. Todavía tenemos que aprender a vivir en paz no sólo con nuestros vecinos, sino también con la naturaleza y sobre todo con los Altos Poderes que han creado la naturaleza y a nosotros mismos, porque, sin duda, nosotros no hemos aparecido por accidente, ni tampoco nos hemos creado a nosotros mismos.

Los temas que han sido apenas tocados en este capítulo deberán ser desarrollados a medida que sigamos adelante. Poca gente se convencerá fácilmente de que al desafío del futuro del hombre no se le puede hacer frente con ajustes marginales aquí y allá o, quizá, cambiando el sistema político.

El siguiente capítulo es una tentativa de mirar otra vez la situación general desde el punto de vista de la paz y la permanencia. Ahora que el hombre ha adquirido los medios físicos de autodestrucción, la cuestión de la paz cobra caracteres sobresalientes como nunca antes en la historia de la humanidad. ¿Cómo podría construirse la paz sin alguna seguridad de permanencia en relación a nuestra vida económica?

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«Daré sólo tres  ejemplos preliminares: en agricultura y horticultura podemos interesarnos en el perfeccionamiento de métodos de producción que sean biológicamente sanos, en el mejoramiento de la fertilidad del suelo y en producir salud, belleza y solidez. Entonces la productividad se cuidará a sí misma. En la industria podemos interesarnos en la evolución de la tecnología de pequeña escala, relativamente no violenta, «tecnología con rostro humano», de modo que la gente tenga oportunidad de disfrutar mientras trabaja, en lugar de trabajar sólo para recibir el sobre con su salario y esperar el momento del esparcimiento para poder disfrutar, esto último no siempre con mucha convicción, por otra parte. En la industria, también, porque sin duda la industria es una suerte de marcapasos de la vida moderna, podemos interesamos en nuevas formas de asociación entre administración y trabajadores, inclusive en nuevas formas de propiedad común.»

Ernst Friedrich Schumacher

(*) Título original: Small is Beautiful
Ernst Friedrich Schumacher, 1973
Traducción: Óscar Margenet, 1978

 

 

 


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