“Spinoza no se anda por las ramas. Si los escépticos niegan la posibilidad humana de adquirir un conocimiento cierto sobre nada, o están obcecados o habría que clasificarlos entre una nueva especie o género de hombres: los autómatas sin mente.
A Spinoza el escepticismo le es totalmente extraño y absurdo. Él, al menos, sabe que algo sabe. Luego el saber es posible. Por eso no simpatiza con la postura socrática extravagante consistente en afirmar que sólo sabe que no sabe nada. Aunque, al decir eso, Sócrates implícitamente ya decía saber algo, no obstante cayó en la sofistería o la falsa modestia, pues es imposible saber que no se sabe -o que se sabe- si antes no sabemos lo que es saber, tal como sentenció Confucio.
El escepticismo -no la certeza- es imposible. La vida, de hecho, refuta a los escépticos todos los días.
Se abusa de las palabras y al final significan cualquier cosa.
La duda metódica del que indaga la verdad de algo (el caso de Descartes) y no se pronuncia hasta que la encuentra, no es lo mismo que el escepticismo filosófico (el caso de Hume) que no cree que pueda alcanzarse la certeza sobre cosa alguna, excepto tal vez las matemáticas.
Ni Spinoza ni yo somos escépticos en este segundo sentido, porque “sabemos que ALGO sabemos”.
Jesús Nava
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“Esos tales, en efecto, ni siquiera se sienten a sí mismos; si algo afirman o de algo dudan, ignoran que afirman o que dudan. Dicen que no saben nada; e incluso dicen ignorar eso, que no saben nada. Y ni esto lo dicen en sentido absoluto, ya que temen confesar que existen, mientras nada saben. Por eso deben permanecer definitivamente mudos, no sea que supongan algo que tenga visos de verdad. Con ellos no se debe hablar de ciencias. Porque, si se les demuestra algo, no saben si la demostración es probativa o defectuosa. Si algo niegan, conceden u objetan, no saben si niegan, conceden u objetan. Deben ser, pues, considerados como autómatas que carecen en absoluto de mente”.
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“Si, después de todo esto, todavía algún escéptico siguiera dudando de la misma verdad primera y de todas las que deduciremos tomándola como norma, o es que él habla contra su propia conciencia o habremos de confesar que existen hombres cuyo ánimo está completamente obcecado, bien sea de nacimiento o bien a causa de los prejuicios, es decir, por algún azar externo.
Esos tales, en efecto, ni siquiera se sienten a sí mismos; si algo afirman o de algo dudan, ignoran que afirman o que dudan. Dicen que no saben nada; e incluso dicen ignorar eso, que no saben nada. Y ni esto lo dicen en sentido absoluto, ya que temen confesar que existen, mientras nada saben.
Por eso deben permanecer definitivamente mudos, no sea que supongan algo que tenga visos de verdad. Con ellos no se debe hablar de ciencias.
Claro que, en lo concerniente a la forma de vida y a las prácticas sociales, la necesidad les ha forzado a suponer que existen y a buscar su propia utilidad e incluso a afirmar y negar muchas cosas bajo juramento.
Porque, si se les demuestra algo, no saben si la demostración es probativa o defectuosa. Si algo niegan, conceden u objetan, no saben si niegan, conceden u objetan.
Deben ser, pues, considerados como autómatas que carecen en absoluto de mente”.
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“La falsa humildad es la que nos impide hacer lo que, de otro modo, deberíamos hacer para perfeccionarnos, como vemos en los escépticos: por negar que el hombre pueda poseer alguna verdad, se privan a sí mismos de ella, mediante esa negación”.
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BARUCH DE SPINOZA, Tratado de la reforma del entendimiento y Tratado breve. Alianza Editorial, traducción de Atilano Domínguez. Filosofía Digital, 2006.
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PORTADA: «Melancolía», Edward Munch, 1894
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