Los Papalagi hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer, ni seremos capaces de hacer nunca, cosas que no comprendemos y que no tienen significado de cosa para nuestras cabezas, sólo pesadas píedras. Cosas que tampoco queremos en absoluto poseer, pero que todavía son admiradas por los que son débiles entre nosotros, dándoles sentimientos de inferioridad fuera de lugar. Es por esto por lo que queremos tener una discusión abierta sobre los asombrosos trucos del Papalagi. Los Papalagi tienen el talento de cambiarlo todo en su lanza o en su garrote. Toman el relámpago salvaje, el fuego ardiente y las aguas rápidas, y los hacen someterse a su voluntad. Los encierran y les dan órdenes. Y éstos les obedecen. Se convierten en fuertes guerreros para ellos. Los Papalagi son capaces de hacer al salvaje relámpago más rápido aún y más luminoso, al ardiente fuego aún más radiante y al agua aún más rápida de lo que ya era. Realmente los Papalagi parecen ser los «quebrantadores de los cielos»(1), los mensajeros de los Dioses, a causa de su dominio sobre la tierra y el cielo.
El Papalagi es como un pez, un pájaro, un gusano y un caballo al mismo tiempo. Perfora la tierra y a través del suelo cava túneles bajo los más anchos arroyos de agua fresca. Repta por las montañas y rocas, ata cuerdas de hierro a sus pies y corre veloz, más rápido que el más rápido caballo. Se mueve en el aire, ¡puede volar! Le he visto deslizarse a través del aire como una gaviota de mar. Tiene una gran canoa para encima del agua y otra también para debajo. Hace surcar su canoa de nube en nube.
¡Amados hermanos! Las palabras que digo son la verdad y debéis creer a vuestro servidor, aun cuando vuestro sentido común os haga dudar de todo cuanto acabo de explicar. Porque las cosas de los Papalagi son muy grandes e impresionantes y tengo miedo de que muchos de los nuestros queden impresionados ante tanto poder. ¿Y, por dónde empezar si tuviera que contaros lo que mis ojos asombrados han observado?
Todos vosotros conocéis la gran canoa que es llamada vapor por el hombre blanco. ¿No se parece acaso a un gigantesco pez? ¿Cómo le es posible hacer la travesía de una isla a otra más rápido que el remo de nuestros jóvenes más fuertes? ¿Habéis visto ya su enorme aleta trasera cuando zarpa? Se mueve del mismo modo que en la laguna se mueve la cola de un pez y esa aleta impulsa a la canoa. Este es el gran secreto de los Papalagi. El secreto descansa en la barriga del gran pez. Allí se sienta la máquina que nutre de poder a la aleta. Y en la máquina ese gran poder está escondido.
Mi cabeza no es lo suficientemente fuerte para explicaron qué es una máquina: lo único que sé es que come piedras negras y que a cambio da poder, un poder tan grande como imposible es para un hombre tenerlo.
La máquina es el garrote más pesado que el hombre blanco tiene. Alimentadla con el más pesado árbol ifi del bosque y la máquina lo reducirá a pedazos, como una mujer golpeando taro para que sus niños coman. La máquina es el mago más grande de Europa. Su mano es fuerte y nunca se fatiga. Si se la impulsa puede cortar cien canoas, no, mil canoas en un día. La he visto tejer taparrabos tan finos y delicados como si estuvieran tejidos por las manos airosas de una doncella. Tejía desde la mañana hasta la noche, escupiendo taparrabos, ¡una pila entera! Nuestra fuerza no vale nada comparada con el poder de la máquina. Los Papalagi son magos. Cantad una canción para ellos y la cogerán e incluso os la devolverán en el momento que queráis. Ponen un trozo de cristal frente a vosotros y capturan vuestra imagen en él. Y miles de veces se puede quitar de allí vuestra imagen falsificada, tantas como queráis.
He visto aún milagros más grandes. Os conté que los Papalagi cogen el relámpago del cielo; esto es verdad. Lo cogen, la máquina se lo come y lo escupe otra vez por la noche, en forma de miles de pequeñas estrellas, luciérnagas, lunas pequeñas. Poca cosa sería para los Papalagi bañar nuestra isla de luz por la noche, así no sería mucho más oscuro que durante el día. A menudo mandan también estos destellos de luz en su propio servicio, les dicen dónde ir y los tienen llevando mensajes a sus hermanos en el extranjero. Y estos destellos de relámpago les obedecen y llevan el mensaje.
El Papalagi ha hecho todos sus miembros más fuertes. Sus manos se extienden hasta la lejana costa del mar y a las estrellas, y sus pies dejan atrás al viento y a las olas. Sus oídos oyen cada murmullo en Siavii y su voz tiene alas como un pájaro. Sus ojos ven hasta en la oscuridad. Mira en el interior de sí mismo como si su carne fuera transparente como el agua, capaz de ver cada manchita en el fondo.
Todas las cosas de las que he sido testigo y que os estoy contando ahora, son sólo una pequeña parte de las que mis ojos han observado. Y dejadme deciros que los blancos se enorgullecen de trabajar todo el tiempo en milagros más suaves y poderosos, y gran número de ellos permanecen en pie toda la noche para encontrar más formas de burlar a Dios. Porque resulta que quieren vencer al Gran Espíritu y tomar posesión de sus poderes ellos mismos. Los Papalagi retan a Dios. Pero Dios es todavía más fuerte que los Papalagi, incluida su máquina más experta, y es todavía Dios el que decide quién muere y cuándo. El sol, el agua y el fuego obedecen aún primero a Dios. Y el hombre blanco no ha conseguido todavía regular la salida de la luna o la dirección del viento.
Ésta es la razón por la que esos milagros no son tan importantes. Y, mis amados hermanos, a aquellos habitantes de la isla que permiten ser deslumbrados por los milagros del hombre blanco, a aquéllos que rezan a los blancos a causa de sus acciones y a aquéllos que se llaman a sí mismos pobres e indignos porque sus mentes y sus manos no son capaces de hacer cosas como las suyas, a todos ésos yo les llamo débiles. Las artes y magias de los Papalagi pueden provocar mucha admiración ante nuestros ojos, pero cuando las ves a la luz brillante del día, no significan mucho más que tejer una estera o hacer un garrote; todo nuestro trabajo es como el juego de los niños en la arena. Porque nada de lo que el hombre blanco ha hecho puede hallar comparación con el trabajo del Gran Espíritu.
Las cabañas de los alii de alta cuna son maravillosas y primorosamente decoradas; se llaman palacios. Las altas cabañas que están erigidas en nombre de Dios son incluso más espléndidas y más altas que las montañas de Tofua(2). Pero a pesar de todo esto son toscas y mal hechas, y carecen de la sangre de la vida, si las comparas con una flor de hibisco con sus encendidos pé talos rojos, o las comparas a la copa de una palmera o a un arrecife de coral, selva borracha de color y forma. El Papalagi nunca triunfó tejiendo sus ropas delicadamente como Dios hace a cada araña tejer su tela, y no hay máquina tan complicada como la diminuta hormiga de arena que habita en nuestras cabañas.
Os he dicho que los Papalagi vuelan sobre las nubes como pájaros. Pero las gaviotas vuelan aún más alto y más rápido que el hombre, y pueden también volar en una tormenta y tienen alas que nacen de sus cuerpos, mientras que las alas de los Papalagi son simplemente artificiales y se rompen y caen fácilmente.
Por eso todos sus milagros tienen una débil mancha en alguna parte y no existe una simple máquina que no necesite un cuidador o un conductor. Y todas ellas llevan una oculta maldición en su interior: una máquina puede hacer toda clase de cosas con sus fuertes manos, pero durante su tarea devora todo el amor que está presente en las cosas que hacemos con las nuestras. ¿Qué me importa una canoa que está fabricada para mí por una máquina, una fría máquina sin vida, que no es capaz de hablar sobre su producto, que no sonríe cuando el producto está acabado y que no puede llevar ese producto hasta su padre o su madre para que lo admiren? ¿Sería capaz de amar a mi canoa como ahora la amo, si una máquina pudiera hacerme otra en cualquier momento, sin mi intervención? Ésta es la gran maldición de la máquina: los Papalagi no aman ya nada porque la máquina puede hacerles algo nuevo en cualquier momento. Tienen que alimentarla con la sangre de su propia vida para recibir a cambio sus milagros sin corazón.
El Gran Espíritu quiere extender y difundir los poderes del cielo y la tierra, él mismo a su propia discreción. Ningún humano tiene derecho a hacer eso. Un hombre no puede esperar transformarse en pez o en pájaro, en caballo o en oruga, sin castigo. Sus ganancias son mucho más pequeñas de lo que él mismo se atrave a confesar. Cuando camino puedo ver todo mejor y mis amigos me invitan al interior de sus cabañas. Alcanzar tu destino con rapidez es rara vez un beneficio real. Los Papalagi siempre quieren llegar al destino de sus viajes rápidamente. La mayoría de sus máquinas no tienen otro propósito que el rápido transporte de la gente. Pero cuando llegan al final de su viaje quieren inmediatamente seguir con otro. De esta forma los Papalagi corren agitadamente por la vida, perdiendo cada vez más la habilidad de caminar y correr, sin atrapar nunca sus destinos; el destino que viene a nosotros sin nosotros ir a buscarlo.
Por consiguiente os digo que la máquina no es más que un bonito juguete en manos de los grandes niños blancos y sus mañas no deben asustarnos. Los Papalagi no han inventado aún la máquina que les proteja de la muerte. Nunca hicieron o fabricaron algo que fuera más grande que las cosas que Dios fabrica o hace a cada hora. Ninguna máquina o magia ha alargado nunca la vida humana, o la ha hecho más feliz y más dichosa. Por eso atengámonos a los trabajos y prodigios de Dios, y despreciemos al hombre blanco que quiere jugar a ser él mismo Dios.
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(1) Aunque Papalagi significa hombre blanco extranjero, literalmente quiere decir quebrantador de los cielos. El primer hombre blanco que desembarcó en Samoa llegó en una embarcación a vela. Los nativos que le vieron aproximarse, pensaron que había una grieta en el cielo por la que el hombre blanco llegaba hasta ellos. Él rompió los cielos. En la mitología de los Maorís de Nueva Zelanda, los Papalagi son los de piel blanca que bajaron de los cielos en brillantes vehículos blancos.