ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD, por Khalil Gibran. «Y si es un miedo el que queréis borrar, el lugar de ese miedo está en vuestro corazón y no en el puño del ser temido»

ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD, por Khalil Gibran. «Y si es un miedo el que queréis borrar, el lugar de ese miedo está en vuestro corazón y no en el puño del ser temido»

ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD

Soneto a la libertad

 

No es que a tus hijos, de pupilas lacias

que apenas su congoja admiten ver

y mentes que prefieren no saber,

yo ame -es que el rugir de tus Democracias,

tus reinos del Terror, tus Anarquías

cual mar reflejan mi animosidad

y a mi ira un hermano dan- ¡Libertad!

sólo así tus dísonas melodías 

llorando alegran mi alma, ya los jueces

todos, a mal de látigo y andanadas

robasen a los pueblos sus derechos

que no me inmute -y a pesar de los hechos,

los Cristos muriendo en las barricadas

sabe Dios que estoy con ellos, a veces.

                                                                             Oscar Wilde

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ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD
Paisaje con gavillas de trigo y luna creciente, de Vincent Van Gogh

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ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD

Khalil Gibran

“En verdad, eso que llamáis libertad es la más peligrosa de vuestras cadenas, a pesar de que sus eslabones brillen al sol y deslumbren vuestros ojos. ¿Y qué sino fragmentos de vuestro propio yo desecharéis para poder ser libres?

Si lo que deseáis abolir es una ley injusta, debéis saber que esa ley fue escrita con vuestras propias manos sobre vuestras propias frentes. No la borraréis quemando vuestros Códigos ni lavando la frente de vuestros jueces, aunque vaciéis todo un mar sobre ella.

Y si es un tirano el que queréis deponer, tratad primero que su trono, erigido en vuestro interior, sea destruido. Porque ¿cómo puede un tirano obligar a los libres y a los dignos sino a través de un sometimiento en su propia libertad y una vergüenza en su propio orgullo?”

* * * * * *

ESO QUE LLAMÁIS LIBERTAD

 

Y un orador dijo: Háblanos de la Libertad. Y él dijo:

A las puertas de la ciudad y a la lumbre de vuestros hogares os he visto hincados, adorando vuestra propia libertad.
Así como los esclavos se humillan ante un tirano y lo alaban aun cuando los martiriza.

¡Oh, sí! En el jardín del templo y a la sombra de la ciudadela he visto a los más libres de vosotros utilizar su libertad como un yugo y un dogal.

Y mi corazón sangró porque sólo seréis libres cuando aun el deseo de perseguir la libertad sea un arnés para vosotros y cuando dejéis de hablar de la libertad como de una meta y una realización.

Seréis en verdad libres, no cuando vuestros días estén libres de cuidado y vuestras noches vacías de necesidad y pena.
Sino, más bien, cuando la necesidad y la angustia rodeen vuestra vida y, sin embargo, seáis capaces de elevaros sobre ellas desnudos y sin ataduras.

¿Y cómo haréis para elevaros más allá de vuestros días y vuestras noches sin romper las cadenas que atasteis alrededor de vuestro mediodía, en el amanecer de vuestro entendimiento?

En verdad, eso que llamáis libertad es la más peligrosa de vuestras cadenas, a pesar de que sus eslabones brillen al sol y deslumbren vuestros ojos.

¿Y qué sino fragmentos de vuestro propio yo desecharéis para poder ser libres?

Si lo que deseáis abolir es una ley injusta, debéis saber que esa ley fue escrita con vuestras propias manos sobre vuestras propias frentes.
No la borraréis quemando vuestros Códigos ni lavando la frente de vuestros jueces, aunque vaciéis todo un mar sobre ella.

Y si es un tirano el que queréis deponer, tratad primero de que su trono, erigido en vuestro interior, sea destruido.
Porque ¿cómo puede un tirano obligar a los libres y a los dignos sino a través de un sometimiento en su propia libertad y una vergüenza en su propio orgullo?

Y si es un dolor el que queréis borrar, ese dolor fue elegido por vosotros más que impuesto a vosotros.
Y si es un miedo el que queréis borrar, el lugar de ese miedo está en vuestro corazón y no en el puño del ser temido.

En verdad, todo lo que percibís se mueve en vosotros como luces y sombras apareadas.
Y cuando la sombra huye desvanecida para siempre, la luz que queda se convierte en sombra de otra luz.

Así, vuestra libertad, cuando pierde sus cadenas, se vuelve ella misma cadena de una libertad mayor.

* * *

KHALIL GIBRANEl profeta. Obras completas, Ediciones Bosmar, 1980. Filosofía Digital, 2007.

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GIBRAN KHALIL GIBRAN. Poeta, Pintor, Novelista, Ensayista y Filósofo. Becharré, Líbano (1883) – N.Y. (1931)

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«RUBAIYAT», de Omar Khayyám (y Parte 2). «¡Oh, amor mío!, llena la copa que libera el presente de remordimientos pasados y temores futuros».

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«SÓCRATES», película de Roberto Rossellini. «La nueva Normalidad», por Martín Caparrós (NYT). «Nueva Normalidad» como imposición de unos gobiernos empoderados por nuestro miedo»

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EL VERDADERO FIN DEL ESTADO ES LA LIBERTAD, por Baruch de Spinoza

 

 


1 Comment

  1. «El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad».

    El vínculo que une esta multitud, como un solo cuerpo y una sola alma, en una sociedad o en un imperium, es la constitución o status politicus ya que es ella la que determina cuál es “el supremo derecho de la sociedad o de las supremas potestades”.

    «… nunca se puede intentar en un Estado, sin condenarse a un rotundo fracaso, que los hombres sólo hablen por prescripción de las supremas potestades, aunque tengan opiniones muy distintas y aún contrarias. El Estado, entonces, no debe someter y dominar a los ciudadanos, sino al contrario, “librarlos a todos del miedo para que vivan, en cuanto sea posible, con seguridad; esto es, para que conserven al máximo este derecho suyo natural de existir y de obrar sin daño suyo ni ajeno… El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad”.

    “Cada individuo sólo renunció, pues, al derecho de actuar por propia decisión, pero no de razonar y de juzgar. Por tanto, nadie puede, sin atentar contra el derecho de las potestades supremas, actuar en contra de sus decretos; pero sí puede pensar, juzgar e incluso hablar, a condición de que se limite exclusivamente a hablar o enseñar y que sólo defienda algo con la simple razón, y no con engaños, iras y odios, ni con ánimo de introducir, por la autoridad de su decisión, algo nuevo en el Estado…”.

    «A partir de los fundamentos del Estado hemos visto cómo puede cada uno usar su libertad de juicio, dejando a salvo el derecho de las supremas potestades».

    “Toda soberanía del Estado es absoluta, si no ésta no será tal. Los individuos, nos dice Spinoza, no podrían substraer su actividad de ésta sin encontrarse en la posición de “enemigo público”, son sus riesgos y peligros (Cap. XVI). Por lo tanto todo Estado, si quiere asegurar su estabilidad, debe conceder a los individuos mismos una libertad máxima de pensar y expresar sus opiniones (Cap. XX). ¿Cómo conciliar estas dos tesis, de las cuales una parece inspirada en una concepción absolutista, por no decir totalitaria, mientras que la otra parece expresarnos un principio democrático fundamental? Spinoza nos lo dice él mismo al final de su libro: aplicando una regla fundamental, que reposa sobre la distinción de los pensamientos y los discursos por un lado, y las acciones por el otro”.

    “Las consideraciones del capítulo precedente sobre el derecho de las potestades supremas a todas las cosas y sobre el derecho natural de cada individuo a ellas transferido, aunque coincidan en no pocos puntos con la práctica y aunque ésta se pueda organizar de forma que se aproxime cada vez más a ellas, nunca dejará de ser en muchos aspectos puramente teóricas. Nadie, en efecto, podrá jamás transferir a otro su poder ni, por tanto, su derecho, hasta el punto de dejar de ser hombre; ni existirá jamás una potestad suprema que pueda hacerlo todo tal como quiera”.

    “…a condición de que cada uno trasfiera a la sociedad todo el poder que él posee (que es igual a todo su derecho natural), de suerte que ella sola mantenga el supremo derecho de la naturaleza a todo, es decir, la potestad suprema…”.

    «Spinoza deja fuera de todo tipo de duda la imposibilidad de transferir los derechos concernientes a los pensamientos. Él establece que nadie puede renunciar a su libertad de opinar y pensar lo que quiera, sino que cada uno es, por el supremo derecho de naturaleza, dueño de sus pensamientos. En este sentido uno no puede renunciar a ellos aunque quiera. “En vano mandaría a un súbdito que odiara a quien le hizo un favor y amara a quien le hizo daño, que no se ofendiera con las injurias, que no deseara librarse del miedo, y muchísimas otras cosas similares que se derivan necesariamente de las leyes de la naturaleza humana”.

    “De donde se sigue que la potestad suprema no está sometida a ninguna ley, sino que todos deben obedecerla en todo. Todos, en efecto, tuvieron que hacer, tácita o expresamente, este pacto, cuando le transfirieron a ella todo su poder de defensa, esto es, todo su derecho. Porque, si quisieran conservar algo para sí, debieran haber previsto cómo podrían defenderlo con seguridad; pero, como no lo hicieron ni podían haberlo hecho sin dividir y, por tanto, destruir la potestad suprema, se sometieron totalmente, ipso facto, al arbitrio de la suprema autoridad”.

    Que derecho y poder se identifiquen no significa que el poder del hombre sea ilimitado. De hecho, está limitado por lo que le rodea, y, en concreto, por el poder del resto de hombres. Un individuo será, pues, autónomo o sui juris si puede vivir según su criterio, mientras que será esclavo si su cuerpo o su alma están sometidos a un tercero y en beneficio de aquél. En consecuencia, si los hombres quieren evitar toda posible sumisión, es indispensable que unan sus fuerzas, estableciendo derechos que todos acepten, como si fueran un solo cuerpo y una sola mente. Es decir, que el derecho humano individual no es una realidad, sino una mera opinión o una simple imaginación. Para ser real, debe estar respaldado por el poder de los demás.

    “Como ya hemos probado que el derecho natural de cada uno sólo está determinado por su poder, se sigue que, en la medida en que alguien, por fuerza o espontáneamente, transfiere a otro parte de su poder, le cederá necesariamente también, y en la misma medida, parte de su derecho. Por consiguiente, tendrá el supremo derecho sobre todos, quien posea el poder supremo, con el que puede obligarlos a todos por la fuerza o contenerlos por el miedo al supremo suplicio, que todos temen sin excepción”.

    “Para vivir seguros y lo mejor posible, los hombres tuvieron que unir necesariamente sus esfuerzos. Hicieron, pues, que el derecho a todas las cosas, que cada uno tenía por naturaleza, lo poseyeran todos colectivamente y que en adelante ya no estuviera determinado según la fuerza y el apetito de cada individuo, sino según el poder y la voluntad de todos a la vez”

    «Por un lado, la necesidad de libertad de pensamiento, la cual sólo tiene cabida en un Estado democrático; por otro, la idea del estado como poder supremo, único garante de la unidad y la seguridad y, en definitiva, del pacto social que lo constituye».

    “Por eso debieron establecer, con la máxima firmeza y mediante un pacto, dirigirlo todo por el solo dictamen de la razón (al que nadie se atreve a oponerse abiertamente por no ser tenido por loco) y frenar el apetito en cuanto aconseje algo en perjuicio de otro, no hacer a nadie lo que no se quiere que le hagan a uno, y defender, finalmente, el derecho ajeno como el suyo propio”.

    «Ahora bien, ¿Cuál es la naturaleza de este pacto o contrato? ¿Cómo es el acuerdo que permite arribar de las subjetividades naturales a la colectividad civil en el TTP? Como sabemos, Spinoza utiliza el término “pacto” (pactum) para explicar cómo se da la unión sobre la que está fundada la sociedad civil. En la elucidación de este concepto y su naturaleza se encuentra gran parte de la respuesta a nuestro cuestionamiento central: si podemos hablar de una continuidad o de una ruptura del pensamiento político spinociano a lo largo de sus dos tratados políticos, el Tratado teológico político y el Tratado político».

    https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/2018/06/22/spinoza-tratado-teologico-politico/

    https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/2018/05/18/la-autoridad-del-poder-en-el-tratado-politico-de-spinoza-parte-ipor-josep-monserrat-molas/

    https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/2018/05/25/la-autoridad-del-poder-en-el-tratado-politico-de-spinoza-parte-ii/

    «Pero supongamos que esta libertad es oprimida y que se logra sujetar a los hombres hasta el punto de que no osen decir palabra sin permiso de las supremas potestades. Nunca se conseguirá con eso que tampoco piensen nada más que lo que ellas quieren. La consecuencia necesaria sería, pues, que los hombres pensaran a diario algo distinto de lo que dicen y que, por tanto, la fidelidad, imprescindible en el Estado, quedara desvirtuada y que se fomentara la detestable adulación y la perfidia, que son la fuente del engaño y de la corrupción de los buenos modales. Pero está muy lejos de ser posible eso: que todos los hombres hablen de modo prefijado».

    «Porque si los hombres no alimentaran la esperanza de traer a su favor a las leyes y a los magistrados y de triunfar, con el general aplauso, sobre sus adversarios y de conquistar honores, nunca lucharían con ánimo tan inicuo ni herviría en sus mentes tanto furor. Y esto no lo enseña sólo la razón, sino también la experiencia con ejemplos diarios».

    «Efectivamente, en el Estado democrático (el que más se aproxima al estado natural), todos han hecho el pacto, según hemos probado de actuar de común acuerdo, pero no de juzgar y razonar. Es decir, como todos los hombres no pueden pensar exactamente igual, han convenido en que tuviera fuerza de decreto aquello que recibiera más votos, reservándose siempre la autoridad de abrogarlos, tan pronto descubrieran algo mejor. De ahí que cuanto menos libertad se concede a los hombres, más se aleja uno del estado más natural y con más violencia, por tanto, se gobierna».

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