LOS PERIÓDICOS Y LAS MENTIRAS DEL DÍA. ¿POR QUÉ TODOS LOS GOBIERNOS DESTRUYEN LA LIBERTAD Y LOS DERECHOS HUMANOS?, Cartas de Thomas Jefferson

¿POR QUÉ TODOS LOS GOBIERNOS DESTRUYEN LA LIBERTAD Y LOS DERECHOS HUMANOS?

Por Thomas Jefferson

“¿Qué ha destruido la libertad y los derechos del hombre en todos los gobiernos que han existido debajo del sol? La generalización y concentración de todos los cuidados y poderes. Creo sinceramente que si el Todopoderoso no ha decretado que el hombre no ha de ser jamás libre (y creer tal cosa es una blasfemia), el secreto residirá en hacerle depositario de los poderes que le conciernen, en la medida en que es competente para su ejercicio, y en delegar únicamente lo que escapa a su competencia, mediante un proceso sintético, a órdenes cada vez más altos de funcionarios, de forma que se confíen menos poderes cuanto más oligárquicos sean los fiduciarios”. 

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No, amigo mío, la forma de tener un gobierno bueno y seguro no es confiárselo todo a uno, sino dividirlo entre todos, atribuyendo a cada uno exactamente las funciones para las que es competente.

EL VERDADERO SISTEMA DE EQUILIBRIO Y CONTROL DEL GOBIERNO

Confíese al gobierno nacional la defensa de la nación, y sus relaciones exteriores y federales; a los gobiernos de los Estados los derechos civiles, las leyes, la policía y la administración de lo que en general concierne al Estado; a los condados los asuntos locales de los condados, y que cada distrito municipal gobierne sus intereses en sus propios límites.

Todo irá mejor dividiendo y subdividiendo estas repúblicas, desde la gran república nacional hasta sus últimas subordinadas, culminando en la propia administración de las tierras de cada uno y sometiendo a cada uno lo que pueda supervisar con sus propios ojos.

¿Qué ha destruido la libertad y los derechos del hombre en todos los gobiernos que han existido debajo del sol? La generalización y concentración de todos los cuidados y poderes en su órgano, ya fuera el de los autócratas de Rusia o los de Francia o el de los aristócratas de un senado veneciano.

Y creo sinceramente que si el Todopoderoso no ha decretado que el hombre no ha de ser jamás libre (y creer tal cosa es una blasfemia), el secreto residirá en hacerle depositario de los poderes que le conciernen, en la medida en que es competente para su ejercicio, y en delegar únicamente lo que escapa a su competencia, mediante un proceso sintético, a órdenes cada vez más altos de funcionarios, de forma que se confíen menos poderes cuanto más oligárquicos sean los fiduciarios.

Las repúblicas elementales de los distritos municipales, las repúblicas de los condados, las repúblicas de los Estados y la república de la Unión constituirían una graduación de autoridades, sustentada cada una en una ley como fundamento, poseedora cada una de su porción delegada de poderes, que constituiría a su vez un verdadero sistema de equilibrio y control del gobierno.

SÓLO HAY PODER DEMOCRÁTICO ALLÍ DONDE CADA UNO PARTICIPA TODOS LOS DÍAS EN EL GOBIERNO DE SUS ASUNTOS

Allí donde cada uno participa en la dirección de la república de su distrito municipal, o de alguna de las más altas, y siente que participa en el gobierno de los asuntos, no simplemente en una elección, un día, sino todos los días, allí donde no exista un solo hombre en el Estado que no sea miembro de alguno de sus consejos, grandes o pequeños, ese hombre se dejará arrancar el corazón antes que permitir que un César o un Bonaparte le arrebate su poder.

¡Cuán poderosamente sentimos la energía de esta organización con ocasión del embargo! Sentí que los fundamentos del gobierno temblaban bajo mis pies sacudidos por los municipios de Nueva Inglaterra. No hubo un solo individuo en sus Estados que no pusiera su cuerpo en acción, con toda su inercia; y, aunque se sabía que todos los demás Estados eran partidarios de la medida, la organización de esta pequeña minoría egoísta le permitió contradecir a la Unión. ¿Qué hacían los condados del centro, el Sur y el Oeste, tan difíciles de administrar?

De convocarse una reunión del condado se habrían juntado los borrachos que merodean por los edificios administrativos y a su alrededor, pues por lo general las distancias eran demasiado grandes para que la gente buena e industriosa pudiera comparecer. La personalidad de los que de hecho hubieran comparecido habría dado la medida del peso que habrían tenido en la escala de la opinión pública.

Por consiguiente, igual que Catón terminaba todos sus discursos con las palabras “Carthago delenda est”, así termino yo cada opinión con el mandato “divídanse los condados en distritos municipales”. Establézcanse con un solo fin; no tardarán en demostrar para qué otros fines son los mejores instrumentos.

Dios os bendiga, y a todos nuestros gobernantes, y les conceda sabiduría, pues voluntad estoy seguro que no les falta, para fortalecernos contra la degeneración de nuestro gobierno y la concentración de todos sus poderes en manos de uno, de unos pocos, de los bien nacidos o de muchos.

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THOMAS JEFFERSONCarta a Joseph C. Cabell, su principal colaborador en la creación de la Universidad pública de Virginia. Monticello, a 2 de febrero de 1816. “Autobiografía y otros escritos”, Editorial Tecnos, 1987. Traducción de A. Escohotado y M. Sáenz de Heredia. Filosofía Digital, 2007

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Hoy en día no puede creerse nada de lo que publican los periódicos. La verdad misma se hace sospechosa cuando aparece en ese vehículo contaminado. Sólo quienes están en situación de confrontar los hechos que conocen con las mentiras del día pueden saber hasta dónde llega ese estado de desinformación. Un hombre que jamás mire un periódico estará mejor informado que quienes los leen, por lo mismo que quien no sabe nada está más cerca de la verdad que quien tiene la mente repleta de falsedades y errores. La difamación se está convirtiendo en algo necesario para la vida, hasta el punto de que no puede digerirse una taza de té por la mañana o por la noche sin este estimulante. Hasta aquellos que no creen esas abominaciones las leen complacidos a sus oyentes, mostrando, en lugar del horror y la indignación que deberían abrumar a una mente virtuosa, un placer secreto por la posibilidad de que alguien llegara a creerlas, aunque ellos no las crean. Parece que no se percatan de que el verdadero autor no es el que imprime, sino el que paga”.

Jefferson 

 

 

LOS PERIÓDICOS Y LAS MENTIRAS DEL DÍA

Por Thomas Jefferson 

 

A vuestra solicitud de  mi opinión sobre la forma en que debe llevarse un periódico para que sea más útil, respondería que “restringiéndolo a los verdaderos hechos y a los sanos principios”. Pero me temo que un periódico así tendría pocos suscriptores. La triste verdad es que la supresión de la prensa no podría privar a la nación de sus beneficios más de lo que ya la priva su sumisión prostituida a la falsedad.

Hoy en día no puede creerse nada de lo que publican los periódicos. La verdad misma se hace sospechosa cuando aparece en ese vehículo contaminado. Sólo quienes están en situación de confrontar los hechos que conocen con las mentiras del día pueden saber hasta dónde llega ese estado de desinformación.

En verdad compadezco a la gran mayoría de mis conciudadanos, lectores de periódicos que viven y morirán creyendo que han sabido algo de lo que ha acontecido en el mundo contemporáneo, cuando las relaciones que han leído en los periódicos lo mismo podrían referirse a otros períodos de la historia mundial que al presente, con la salvedad de que las fábulas se introducen los nombres reales de hoy.

De esas fábulas pueden, desde luego, colegirse algunos hechos de carácter general, como que Europa está actualmente en guerra, que Bonaparte ha tenido éxito como guerrero, que ha sometido a su voluntad a gran parte de Europa, etc., etc.; pero uno no puede fiarse de los detalles.

Añadiré que un hombre que jamás mire un periódico estará mejor informado que quienes los leen, por lo mismo que quien no sabe nada está más cerca de la verdad que quien tiene la mente repleta de falsedades y errores. Quien no lea nada se enterará de todos modos de los hechos generales, y los detalles son todos falsos.

La supresión de la prensa no podría privar a la nación de sus beneficios más de lo que ya la priva su sumisión prostituida a la falsedad. (Obra: Hombre leyendo el periódico, por Cézanne).

Si su director quisiera hacer una reforma quizá podría empezar así. Divídase el periódico en cuatro capítulos, titulados: 1º Verdades. 2º Probabilidades. 3º Posibilidades. 4º Mentiras. El primer capítulo sería muy corto, porque contendría poco más que documentos auténticos, e información procedente de fuentes de cuya certeza el director esté dispuesto a responder poniendo en juego su reputación. El segundo contendría aquello que éste, tras madura consideración de todas las circunstancias, juzgue como probablemente cierto. De todas formas, convendría que contuviera más bien demasiado poco que mucho. El tercero y el cuarto serían expresamente para los lectores que prefieren gastarse el dinero en mentiras en vez de en el papel en blanco que de otra forma ocuparían.

Un director así tendría que guardarse de la práctica desmoralizadora de alimentar habitualmente a la mente pública con calumnias, y de la depravación del gusto que este alimento nauseabundo induce. La difamación se está convirtiendo en algo necesario para la vida, hasta el punto de que no puede digerirse una taza de té por la mañana o por la noche sin este estimulante.

Hasta aquellos que no creen esas abominaciones las leen complacidos a sus oyentes, mostrando, en lugar del horror y la indignación que deberían abrumar a una mente virtuosa, un placer secreto por la posibilidad de que alguien llegara a creerlas, aunque ellos no las crean. Parece que no se percatan de que el verdadero autor no es el que imprime, sino el que paga. […]

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Carta a John Norwell, residente en Danville, Virginia, que había escrito a Jefferson sobre un proyecto de creación de un periódico. Washington, 11 de junio de 1807.

THOMAS JEFFERSON, Autobiografía y otros escritos. Editorial Tecnos, 1987. Traducción de A. Escohotado y M. Sáenz de Heredia. Filosofía Digital, 2008.

 

 

 

 

 

 

 


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