"No existe una única razón, sino que se puede dar por diversas causas. En general, se trata de personas que han vivido un impacto muy traumático en su infancia. De hecho, en muchos casos, ellos mismos han sido víctimas de pederastia, de abusos de cualquier tipo o de una obsesión. Son muchas las variables que intervienen en la mente de un adicto a las agresiones de este tipo"
La pederastia es un trastorno psicológico que afecta a personas que han sufrido algún trauma en su infancia; una experta explica en EFEsalud los aspectos más oscuros de la mente de un pederasta, al hilo de los secuestros de niñas que se han producido recientemente en Madrid y que han movilizado a la policía para encontrarle
Victoria Noguerol es psicóloga clínica, directora del Centro de Psicología Noguerol y especialista en casos de abusos sexuales a niños. Ella nos guía a través de la mente de un pederasta.
La Policía de Madrid, en la denominada Operación Candy -golosina-, ha dado prioridad absoluta a la búsqueda y captura del pederasta que hace unos días secuestró y liberó a una niña a quien tuvo en su poder durante al menos una hora y media.
¿Enfermedad o trastorno?
Trastorno psicológico. Según la Sociedad Española de Neurología (SEN), la pederastia no responde a una patología del cerebro, sino que entra dentro de los problemas que la psicología estudia y trata.
Dentro de los abusos sexuales a niños, hay dos grupos muy marcados: los situacionales, que responden a impulsos o a situaciones muy concretas y los fijados, que son muy resistentes al cambio, a la curación y al reconocimiento.
Están muy enganchados a una idea. Es una adicción en una fase muy severa. No se trata de una enfermedad, sino que se debe a un trastorno psicológico que llega a la obsesión.
¿Cuáles son las causas?
No existe una única razón, sino que se puede dar por diversas causas. En general, se trata de personas que han vivido un impacto muy traumático en su infancia. De hecho, en muchos casos, ellos mismos han sido víctimas de pederastia, de abusos de cualquier tipo o de una obsesión. Son muchas las variables que intervienen en la mente de un adicto a las agresiones de este tipo.
¿Es más común en hombres?
Sí, solo el 14% de los afectados por este trastorno son mujeres, según las últimas investigaciones.
Hay varias teorías que nos llevan a esta conclusión, y es que, ante las situaciones de trauma o de impacto, el hombre es más exteroceptivo e intenta trasladar hacia el exterior la agresión, la rabia, la ira que tiene acumulada, En cambio, la mujer tiene más tendencia a dañarse a sí misma y cae en la depresión o en el consumo.
¿Tiene tratamiento?
Las herramientas que se utilizan para intervenir en este trastorno están cada día más avanzadas, aunque es cierto que va a depender de las características personales de cada uno. Cuanta más fijada sea la actitud, más resistencia habrá y menos disposición tendrá al tratamiento.
Cada vez hay más estrategias, incluso para ayudarle al reconocimiento y a la empatía. Tienen mucha dificultad para empatizar y para “ponerse los zapatos de la víctima” y sentir su daño.
Asimismo, existen técnicas conductuales y emocionales para frenar la adicción. La persona las desarrolla para modificar su conducta, controlar sus pensamientos y aprender a mostrar sus emociones, ya que, a veces, estas se han quedado atascadas en el interior después de haber vivido experiencias drásticas en su infancia.
Lo que se queda dentro es lo que puede impulsar a seguir haciendo daño a los demás. Tienen que aprender a entender el pasado.
¿Cómo actúa un pederasta?
En primer lugar, hay unas resistencias que tienen que ver con la propia conciencia del abusador. Es difícil saltar estas barreras, a lo que además se une las que pueda tener el niño, que en muchos casos es muy sencillo, pues los pequeños son vulnerables, indefensos y obedientes, aunque por otra parte también tienen que atravesar la barrera del miedo.
Muchas veces, los trastornados reconocen que “no querían volver a repetirlo, pero como vieron que era tan fácil, les incitaba a ello otra vez”. Es un ciclo adictivo impulsivo.
¿Tiene un perfil físico?
No. Son personas absolutamente incorporadas a la sociedad. No hay ninguna diferencia, puesto que no hay patología.
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¿Cómo llamaría a que la menor, víctima de abusos por los que ha sido condenado el marido de Oltra, fuese a declarar esposada?
Intervención de la diputada del PP, Margarita Prohens
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Abuso Sexual Infantil (ASI): Sus consecuencias a corto y largo plazo (extracto)
Universidad de la República Oriental del Uruguay, 2017
“Los efectos psicológicos del ASI son imposibles de medir, enormes y de una dimensión extraordinaria” (Rozanski, 2010, p.7).
Los impactos del ASI en los niños y niñas son muy variados. En determinados casos actúan como hechos traumáticos, provocando daños considerables; en otros quedan huellas, cicatrices que pueden tener sus consecuencias en el relacionamiento y personalidad de la víctima; otras veces se vive como una experiencia negativa pero sin mayores consecuencias (Peroni & Prato, 2012). Esto significa que la gravedad de los impactos depende de: el perfil individual del niño, en cuanto a edad, sexo y contexto familiar; las características del acto abusivo (frecuencia, severidad, existencia de violencia o amenazas, cronicidad); la relación existente con el abusador y las consecuencias asociadas al descubrimiento del abuso (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2005).
El ASI provoca numerosas secuelas en las víctimas, a nivel físico, psicológico y comportamental. Las mismas se pueden distinguir entre consecuencias a corto y largo plazo (Villanueva, 2013).
Consecuencias a corto plazo:
Los efectos a corto plazo afectan a la mayoría de las víctimas (aprox. al 70%), en estos, no hay dudas que se establece una relación causa-efecto (Volnovich, 2002). Son aquellos que aparecen inmediatamente después que el niño ha sufrido el abuso,en los primeros días, meses e incluso durante los dos años siguientes. López Sánchez (citado en Pelaia, 2010).
Finkelhor (1990) investigó sobre las consecuencias a corto plazo que se pueden presentar en un niño o niña con experiencia de abuso, en el área: física, conductual, emocional, sexual y social.
Dentro de las consecuencias que se manifiestan en el área física se encuentran: pesadillas y problemas de sueño, cambios en los hábitos alimenticios y pérdida de control de esfínteres. En cuanto a las conductuales, se observan el consumo de drogas y/o alcohol, fugas, conductas autolesivas o suicidas, hiperactividad y bajo rendimiento académico. En los impactos emocionales se presenta el sentimiento de miedo generalizado, hostilidad y agresividad, aislamiento,ansiedad, depresión, rechazo al propio cuerpo, desconfianza y rencor hacia los adultos y síndrome de stress postraumático. Lo que se refiere a las consecuencias en el área sexual se manifiesta el conocimiento sexual precoz e inapropiado para su edad, la masturbación compulsiva y problemas de identidad sexual. Y en los efectos sociales se encuentra el déficit en habilidades sociales, el retraimiento social y conductas antisociales.
En general, en las niñas se observan reacciones ansioso-depresivas y en los niños: fracaso escolar y dificultades inespecíficas de socialización, además estos tienen mayor probabilidad de exteriorizar problemas de comportamiento, por ejemplo:agresiones sexuales y conductas violentas (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2005).
Escobar et al. (2013) plantean que el alcance del impacto psicológico dependerá del grado de culpabilización del niño/a, por parte de sus padres, así como las estrategias de afrontamiento que este disponga.
Consecuencias a largo plazo
Las consecuencias a largo plazo, “las cuales son más graves que las anteriores” (López, 2014a, p.10) son, comparativamente menos frecuentes y están más desdibujadas que las secuelas iniciales (López et al., 1995). Sin embargo, Barskyet al. (citados en Echeburúa & Guerricaechevarría, 2005) manifiestan que la victimización infantil constituye un factor de riesgo importante de desarrollo psicopatológico en la edad adulta.
Se habla de efectos a largo plazo, cuando los mismos se presentan a partir de los dos años siguientes a la experiencia de abuso, observándose en un 20% -aproximadamente- de las víctimas de ASI (Rodríguez et al., 2012). Glaser & Wiseman (2000), consideran que estos pueden convertirse en consecuencias crónicas a lo largo de la vida, con períodos de funcionamiento adecuado y recaídas.
Diversos estudios registran que las consecuencias a largo plazo, se manifiestan de diferentes maneras comprometiendo distintas áreas como la psicológica, física, emocional, cognitiva, entre otras. Esta variabilidad en las consecuencias del ASI, dificulta determinar un síndrome específico para su detección, pero es innegable el sin fín de repercusiones negativas que atenta sobre la persona (De Joan, 2015).
Jumper (citado en Intebi, 2012) plantea que las consecuencias del ASI tienden a perdurar en el tiempo, lo que varía es el grado de las mismas. En cambio, Finkelhor (citado en Intebi, 2012) menciona que no necesariamente van a persistir consecuencias en la adultez, y en caso de que aparezcan, no se deben única y específicamente al ASI sino a la sumatoria de hechos adversos que ha sufrido la víctima.
En otras palabras, si la víctima no cuenta con otras adversidades adicionales (tales como: el abandono emocional, el maltrato físico, una patología familiar grave, y el divorcio de los padres), el impacto psicológico a largo plazo del ASI puede llegar a ser pequeño (Echeburúa & de Corral, 2006).
Tanto las consecuencias a corto plazo como a largo plazo presentan efectos. Pereda (2010a) plantea que la vivencia de una experiencia estresante, como lo es el ASI, coincide con un período de alta configuración y plasticidad neuronal, pudiendo desencadenar consecuencias físicas graves. Se puede observar un aumento de la presión arterial, la frecuencia y el ritmo cardíaco e incluso la inhibición del sistema reproductivo y del crecimiento (Solano, 2004). Predominan dolores físicos, fatiga crónica idiopática, cefaleas, pequeñas infecciones, fibromialgias, así como también trastornos alimenticios (bulimia, anorexia). Asimismo pueden experimentar ataques de pánico, ansiedad generalizada, bajas defensas e incluso trastornos en el sueño (Gaxiola & Frías 2005). El diámetro transversal del himen está significativamente incrementado en niñas que han sufrido ASI, comparado con aquellas que no lo han sido. Las heridas profundas en el esfínter anal son diagnosticadas a causa depenetración con un objeto, siendo estos más largos que el propio esfínter. Sin embargo, estas heridas también pueden ser resultantes de un posible estreñimiento causado por el propio ASI, lo que también puede llevar a la aparición de fisuras anales (Johnson, 2004).
Estos síntomas físicos están relacionados con las dificultades de desarrollo y madurez de las víctimas. Se puede decir que el cuerpo está hablando, expresando aquello que no puede decir en palabras, o aún más, que no ha logrado encontrar representación para el sufrimiento vivido (de Agosta et al., 2009).
Respecto a la afección conductual, “son varios los trastornos cognitivos y conductuales que se pueden asociar al traumatismo generado por dicha situación”(Ifrán, 2014, p.11). Los mismos, se manifiestan en los intentos de suicidio, el consumo de drogas y el trastorno disociativo de identidad (Bolaños & Gálvez, 2008). Para Sarason (1996) estos trastornos producen alteraciones en las funciones de identidad,memoria y conciencia, y son empleados por aquellos que desean huir de una situación estresante como lo es el ASI.
En el plano emocional, se asocia la depresión, los trastornos de ansiedad y pánico, las fobias y especialmente el trastorno de estrés post traumático (Molnar et al.,2001). Dicho trastorno se manifiesta en aquellas personas que vivencian un acontecimiento catastrófico e inhabitual (Villanueva, 2013).
En las consecuencias a largo término respecto al área sexual se presentan dificultades que van desde la extrema sexualización de la mayoría de sus relaciones, y la disponibilidad para satisfacer a los demás hasta la presencia de bajo deseo sexual, anorgasmia, dolencias al mantener relaciones sexuales e impotencia (Salazar et al.,2007). Siguiendo a Mebarak et al. (2010) se relaciona al ASI con la compulsividad sexual, por lo tanto, existe mayor riesgo de padecer ciertas enfermedades de transmisión sexual como el HIV.
Pereda (2010b) señala que las conductas sexuales promiscuas y de inicio precoz, en mujeres abusadas en la infancia, derivan en causales sexuales como la maternidad temprana, abortos e incluso la prostitución. También pueden presentar una tendencia a tener sentimientos de rechazo hacia los embarazos y estar más expuestas a experimentar depresión post-parto.
Jehu (1989), en un estudio sobre una muestra clínica de 50 víctimas de ASI, se encontró con que “el 58.8 % tenían fobia o aversión por la relación sexual, mientras que el 58.8 % presentaba insatisfacción, otro 56.9 % motivación limitada, 40.0 % déficit en la excitación, 45.1 % déficit orgásmico, 27.4 % dispareunia, 7.8 % vaginismo y 78.4 % algún tipo de disfunción sexual” (Ramírez, 2008, p.102).
Existen efectos a largo plazo que también afectan el área social y vincular de la persona. Se destaca la presencia de un mayor aislamiento y ansiedad social, menos cantidad de amigos y baja interacción social. También se observa un desajuste en las relaciones de pareja, con relaciones inestables y una evaluación negativa de las mismas (Rodríguez et al., 2012).
Suelen aparecer dificultades para comprender y satisfacer las necesidades de sus hijos, controlar impulsos y determinar la puesta de límites sin violencia (de Agosta et al., 2009).
Vitriol et al. (2007) destacan que otras de las consecuencias en relación a la problemática vincular es la transmisión transgeneracional e intergeneracional. Bentovim (citado en Villanueva, 2013) menciona que la violencia vivida en la niñez, en forma de abuso, se repite en la generación siguiente. Besoain & Santelices (2009) agregan que estos modelos se mantienen a lo largo del tiempo y continúan operando a nivel inconsciente, dirigiendo las respuestas afectivas y conductuales.
La revictimización es otra de las consecuencias a largo plazo. Maker et al. (citados en Rodríguez et al., 2012) entienden a la misma como la experiencia posterior de violencia física y/o sexual en víctimas de ASI, por agresores distintos al causante del abuso en la infancia.
Los efectos del ASI, mencionados anteriormente, constituyen un conjunto de síntomas que son consecuencias de la experiencia vivida. En relación a estos efectos, determinados autores han realizado planteamientos en los que estas consecuencias conforman síndromes o traumas (Bolaños & Gálvez, 2008).
El término trauma proviene del griego “herida” que subyace a la idea de perforar (Real Academia Española, 2014). Calero (2012) explica al evento traumático como aquel que sobrepasa la capacidad de tolerancia de una persona para lidiar con una situación dada. Estos producen cambios duraderos y profundos, separando funciones que normalmente se encontraban integradas (Herman, 1992).
En el caso específico del ASI es el adulto quien perfora y rompe, lo que Tesone (2004) denomina “el envoltorio Yo-Piel del niño” provocando una vivencia traumática grave. Dados los efectos que les produce a los niños esta experiencia traumática, es imprescindible el apoyo por parte de los adultos referentes.
Ambiente familiar: importancia del apoyo de los progenitores:
Edwards & Alexander (citado en Pereda, s/f) manifiestan que “la percepción de apoyo por parte de las figuras parentales aparece como una variable importante a tener en cuenta, considerándose indispensable para un correcto ajuste tanto a corto como a largo plazo en la vida adulta del niño víctima” (p.107). En contra de la creencia tradicional, la mayoría de los padres cree al niño y toman ciertas medidas para protegerlos (Elliott & Briere, 1994). En general cuanto más próxima sea la relación del perpetrador con la madre (marido, amante), mayor será la probabilidad de que el apoyo se vea en peligro ya que esta se siente atrapada en una situación conflictiva; en la que su deseo de proteger al menor choca con otras necesidades, lealtades y sentimientos (Cantón & Cortés 2003). Los niños más pequeños suelen ser creídos fácilmente y cuentan con mayor grado de apoyo (Echeburúa & Guerricaechevarría, 2005). La sensación de ser creído en su testimonio y de sentirse protegido contribuye a su recuperación, por el contrario, poner en duda su relato ensombrece este proceso (Echeburúa, 2004). Una madre que no cree, que no se muestra receptiva y disponible,que no protege a su hijo/a, se convierte en un factor que agrava de manera significativa la situación (Sinclair & Martínez, 2006).
“(…) los efectos negativos de la experiencia abusiva se pueden ver amortiguados cuando la víctima vive en un hogar estable y cuenta con el apoyo de los miembros de su familia” (Cortés et al., 2011, p. 44).
Es necesario destacar que tras la experiencia del ASI, la familia entera se ve alterada y no sólo cada miembro aislado de la misma que precise tratamiento (Kempe & Kempe, 1998). Conviene que los padres afronten esta problemática con más eficacia que alarma, ese sería el mejor resumen de lo que se considera una reacción adecuada, aunque por desgracia, hacen lo contrario: se alarman mucho, pero acaban silenciando los abusos (López Sánchez, 1999).
Conclusiones finales.
Si bien a lo largo de la historia ha ido cambiando el lugar que han ocupado los niños en la sociedad, aún queda mucho camino por recorrer y sería necesario ahondar en cambios sociales y culturales, ya que el abuso sexual hacia los niños y niñas no ha cesado. Esta situación aberrante, chocante e impensable, traiciona la confianza del menor generando diversos sentimientos como: temor, angustia, confusión, culpa y vergüenza.
No cabe duda que el ASI condiciona la vida de las víctimas, a través de múltiples consecuencias que pueden ser visualizadas a corto y largo plazo. Las mismas, perturban el psiquismo en construcción del niño configurando de esta manera un trauma.
La manera en que el niño enfrenta el ASI va a depender de los mecanismos psicológicos que disponga así como del apoyo que le proporcionen sus cuidadores, después de producirse la revelación. Es importante para mitigar el desarrollo de síntomas en ese momento de crisis y en el futuro, ya que un verdadero respaldo puede hacer que las víctimas no se sientan condenadas, aisladas y estigmatizadas.
Este trabajo reflexiona sobre el papel de la prevención en esta temática, y considera que es necesario mejorar las herramientas de detección, es decir; optimizar la comunicación y facilitar el diálogo entre los niños y aquellas personas responsables de su educación como padres y educadores.
En aquellas situaciones donde ya se detectó el ASI, se considera necesario buscar apoyo terapéutico para la víctima como para la familia afectada, asimismo, en lo personal, estimo que los agresores también deberán recibir ayuda.
En definitiva, el fin sería lograr una intervención eficaz en la detección, diagnóstico y tratamiento del niño/a abusado/a. Y por otro lado, contribuir a la disminución de la repetición transgeneracional del ASI.
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CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS A LARGO PLAZO DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL
El objetivo de este trabajo es ofrecer una revisión actualizada de las principales consecuencias psicológicas a largo plazo encontradas en los estudios llevados a cabo con víctimas de abuso sexual infantil en la última década. Se clasificaron los distintos síntomas en cinco categorías: problemas emocionales, problemas de relación, problemas funcionales, problemas de adaptación y problemas sexuales. Los resultados confirman la gravedad de los problemas que pueden presentar estas víctimas y su extensión a lo largo del ciclo evolutivo, siendo necesario que los profesionales sean capaces de detectar estas problemáticas para poder intervenir en estos casos de forma adecuada y eficaz
Los estudios epidemiológicos realizados en nuestro país (López, 1994; De Paúl, Milner y Múgica, 1995; Pereda y Forns, 2007) muestran que el abuso sexual infantil es un problema más extendido de lo que previamente podría estimarse, que suele ir acompañado de un importante malestar psicológico en la gran mayoría de víctimas.
Las consecuencias psicológicas que se han relacionado con la experiencia de abuso sexual infantil pueden perdurar a lo largo del ciclo evolutivo y configurar, en la edad adulta, los llamados efectos a largo plazo del abuso sexual (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000). También es posible que la víctima no desarrolle problemas aparentes durante la infancia y que éstos aparezcan como problemas nuevos en la adultez (Beitchman, Zucker, Hood, DaCosta, Akman y Cassavia, 1992).
Se habla de efectos a largo plazo cuando éstos se encuentran a partir de los dos años siguientes a la experiencia de abuso (Browne y Finkelhor, 1986), presentándose aproximadamente en un 20% de las víctimas de abuso sexual infantil (López, 1994).
Los efectos a largo plazo son, comparativamente, menos frecuentes que las consecuencias iniciales, sin embargo el abuso sexual infantil constituye un importante factor de riesgo para el desarrollo de una gran diversidad de trastornos psicopatológicos en la edad adulta (Flitter, Elhai y Gold, 2003). La información actualmente disponible tampoco permite establecer en esta etapa vital un único síndrome específico, o conjunto de síntomas diferenciados, asociado a la experiencia de abuso sexual, afectando éste a diferentes áreas de la vida de la víctima (Cantón y Cortés, 1998); así como no permite confirmar la existencia de una relación determinística entre la experiencia de abuso sexual infantil y la presencia de problemas psicológicos en la edad adulta, existiendo múltiples variables que parecen incidir en esta relación (Browning y Laumann, 2001). Los efectos a largo plazo del abuso sexual infantil han sido considerados especulativos (Noguerol, 1997), destacando la dificultad que entraña su estudio, especialmente al ser comparados con las consecuencias iniciales, y principalmente dada su interacción con otro tipo de factores relacionados con el paso del tiempo (López, 1993).
Algunos autores constatan una peor salud mental general en víctimas de abuso sexual infantil, con una mayor presencia de síntomas y trastornos psiquiátricos (Fleming, Mullen, Sibthorpe y Bammer, 1999; Peleikis, Mykletun y Dahl, 2005). Otros estudios, realizados con víctimas de malos tratos infantiles, incluyendo el abuso sexual, confirman una probabilidad cuatro veces mayor de desarrollar trastornos de personalidad en estas víctimas que en población general (Johnson, Cohen, Brown, Smailes y Bernstein, 1999; Vitriol, 2005). Estudios como el de Bersntein, Stein y Handelsman (1998), han concluido que, al contrario que en los demás tipos de maltrato infantil, el abuso sexual no correlaciona con ningún trastorno de personalidad en específico, si bien, en cierta medida lo hace con todos ellos.
Existen variables que pueden incidir en el desarrollo de problemas psicológicos en víctimas de abuso sexual infantil (e.g., ambiente familiar disfuncional), si bien la mayoría de estudios siguen constatando una relación directa entre la experiencia de abuso sexual y el posterior desarrollo de problemas psicológicos (Dinwiddie, Heath, Dunne, Bucholz, Madden, Slutske et al., 2000; Fleming et al., 1999; Hill, Davis, Byatt, Burnside, Rollinson y Fear, 2000; Johnson et al., 1999; Kendler, Bulik, Silberg, Hettema, Myers y Prescott, 2000; Nelson, Heath, Madden, Cooper, Dinwiddie, Bucholz et al., 2002).
Se presenta a continuación una propuesta de clasificación de los efectos psicológicos a largo plazo basada en la sintomatología más frecuente indicada en los estudios revisados, de forma similar al trabajo realizado previamente con las consecuencias psicológicas a corto plazo (Pereda, 2009). La limitación de intentar clasificar los diversos efectos psicológicos en categorías teóricas debe tenerse en cuenta.
MÉTODO
Selección de los estudios. Aquellos estudios en inglés o español centrados en las consecuencias psicológicas a largo plazo del abuso sexual infantil en los últimos diez años (1997-2007) fueron seleccionados a través de una búsqueda en las principales bases de datos, incluyendo SciELO, Psycinfo y Social Sciences Citation Index de la Web of Science. Se adoptaron dos estrategias más con la intención de cubrir la mayoría de artículos publicados en esta área: (a) búsqueda manual en las dos revistas más relevantes dentro de esta temática (Child Abuse & Neglect y Journal of Child Sexual Abuse) y (b) búsqueda manual a partir de las listas de referencias bibliográficas de los artículos más relevantes sobre el tema. En caso que la muestra del estudio presente características especiales (e.g., muestras clínicas) éstas se especifican, dado que la revisión realizada se refiere a estudios con muestras pertenecientes a la población general.
RESULTADOS
Se han agrupado en los apartados siguientes las distintas problemáticas a largo plazo que la bibliografía ha encontrado presentes con mayor frecuencia en víctimas de abuso sexual infantil, con la finalidad de facilitar la comprensión de los resultados de los estudios.
Problemas emocionales:
Dentro de este apartado destacan, por su presencia en gran parte de las víctimas de abuso sexual infantil, los trastornos depresivos y bipolares; los síntomas y trastornos de ansiedad, destacando por su elevada frecuencia el trastorno por estrés postraumático; el trastorno límite de la personalidad; así como las conductas autodestructivas (negligencia en las obligaciones, conductas de riesgo, ausencia de autoprotección, entre otras); las conductas autolesivas; las ideas suicidas e intentos de suicidio; y la baja autoestima (véase Tabla 1).
Problemas de relación:
El área de las relaciones interpersonales es una de las que suele quedar más afectada, tanto inicialmente como a largo plazo, en víctimas de abuso sexual infantil.
Destaca la presencia de un mayor aislamiento y ansiedad social, menor cantidad de amigos y de interacciones sociales, así como bajos niveles de participación en actividades comunitarias. Se observa también un desajuste en las relaciones de pareja, con relaciones de pareja inestables y una evaluación negativa de las mismas, entre otras. También aparecen dificultades en la crianza de los hijos, con estilos parentales más permisivos en víctimas de abuso sexual al ser comparados con grupos control, así como un más frecuente uso del castigo físico ante conflictos con los hijos y una depreciación general del rol maternal (véase Tabla 2).
Problemas de conducta y adaptación social:
Se observan mayores niveles de hostilidad en víctimas de abuso sexual infantil que en grupos control, así como una mayor presencia de conductas antisociales y trastornos de conducta (véase Tabla 3).
Kaufman y Widom (1999), por su parte, constataron, mediante un estudio longitudinal (1989-1995), el mayor riesgo de huida del hogar que presentaban las víctimas de maltrato infantil, entre ellas, de abuso sexual infantil, en comparación con un grupo control. A su vez, la conducta de huida del hogar, así como el haber sufrido abuso sexual infantil, incrementaban el riesgo de delinquir y de ser arrestado por delitos diversos.
Problemas funcionales:
Uno de los problemas que afecta a las funciones físicas de estas víctimas de forma más frecuente son los dolores físicos sin razón médica que los justifique. También se observan algunas cefaleas, fibromialgias y trastornos gastrointestinales, lo que implica un importante gasto para los sistemas de salud, especialmente si no se diagnostican ni tratan de forma adecuada (Walker, Unutzer, Rutter, Gelfand, Saunders, Von Korff et al., 1999).
Son diversos los estudios que demuestran la frecuente presencia de trastornos de la conducta alimentaria en víctimas de abuso sexual infantil, especialmente de bulimia nerviosa (véase Tabla 4).
También se detectan trastornos de conversión, que incluyen la afectación de alguna de las funciones motoras o sensoriales de la víctima (APA, 2002); las denominadas crisis convulsivas no epilépticas, que cambian brevemente el comportamiento de una persona y parecen crisis epilépticas, si bien no son causadas por cambios eléctricos anormales en el cerebro si no por la vivencia de acontecimientos fuertemente estresantes; y el trastorno de somatización, definido como la presencia de síntomas somáticos que requieren tratamiento médico y que no pueden explicarse totalmente por la presencia de una enfermedad conocida, ni por los efectos directos de una substancia (APA, 2002). Se ha observado, a su vez, la frecuente presencia de síntomas y trastornos disociativos en víctimas de abuso sexual infantil, referidos a aquellas situaciones en las que existe una alteración de las funciones integradoras de la conciencia, la identidad, la memoria y la percepción del entorno (APA, 2002).
Destacan, por otro lado, los estudios sobre desórdenes ginecológicos, particularmente dolores pélvicos crónicos, así como también un inicio significativamente temprano de la menopausia en mujeres víctimas de abuso sexual.
Los trastornos relacionados con el abuso de substancias también aparecen frecuentemente en estudios sobre consecuencias del abuso sexual infantil.
Otros trabajos han mostrado la relación existente entre la experiencia de abuso sexual infantil y un peor estado de salud física general, tanto mediante síntomas físicos reales como según la percepción de salud subjetiva de las víctimas (Walker, Gelfand, Katon, Koss, Von Korff, Bernstein et al., 1999; Swanston, Plunkett, O’Toole, Shrimpton, Parkinson y Oates, 2003).
Problemas sexuales:
Browning y Lauman (2001) defienden que la sexualidad desadaptativa es la consecuencia más extendida del abuso sexual infantil, no obstante, destacan la no existencia de una relación causal entre la experiencia de abuso sexual infantil y el desarrollo de este problema, si bien el abuso sexual infantil actuaría como un importante factor de riesgo a tener en cuenta.
Otros estudios también han confirmado la frecuente presencia de problemas de tipo sexual en víctimas de abuso sexual infantil, como una sexualidad insatisfactoria y disfuncional, conductas de riesgo sexual (como el mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, un mayor número de parejas y una mayor presencia de enfermedades de transmisión sexual y de riesgo de VIH).
Derivados de estos problemas de tipo sexual y, particularmente de las conductas sexuales promiscuas y del precoz inicio a la sexualidad que presentan estas víctimas, destaca también la prostitución y la maternidad temprana (véase Tabla 5).
Revictimización:
La revictimización es una de las consecuencias del abuso sexual infantil relacionadas con el área de la sexualidad que supone una mayor gravedad. Por revictimización se entiende la experiencia posterior de violencia física y/o sexual en víctimas de abuso sexual infantil por agresores distintos al causante del abuso en la infancia (Maker, Kemmelmeier y Peterson, 2001).
Son diversos los estudios que han mostrado el riesgo de revictimización que presentan las víctimas de abuso sexual infantil (véase Tabla 5).
Las revisiones realizadas, por otro lado, destacan las enormes diferencias existentes entre los porcentajes de revictimización obtenidos por los diversos estudios, oscilando entre un 16% y un 72%, según las definiciones y las muestras utilizadas (Breintenbecher, 2001; Messman-Moore y Long, 2003; Roodman y Clum, 2001).
Transmisión intergeneracional:
La posible transmisión intergeneracional de las prácticas parentales, así como del maltrato y el abuso sexual infantil sigue siendo un tema de estudio controvertido y con resultados que pueden llegar a ser contradictorios.
Las revisiones específicas sobre la hipótesis de la transmisión intergeneracional del maltrato, es decir, la hipótesis de la reproducción del maltrato de padres a hijos, confirman su posible existencia (Green, 1998), aunque los autores constatan la enorme variabilidad en los porcentajes entre diversos estudios. Centrado en el tema del abuso sexual infantil, se han obtenido cifras de la posible transmisión intergeneracional situadas entre el 20% y el 30% de los casos (Clarke, Stein, Sobota, Marisi y Hanna, 1999; Glasser, Kolvin, Campbell, Glasser, Leitch y Farrelly, 2001; Oates, Tebutt, Swanston, Lynch y O’Toole, 1998), si bien la controversia sobre esta posible consecuencia del abuso sexual sigue existiendo y los resultados de las diversas investigaciones no pueden considerarse definitivos.
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Los estudios realizados sobre consecuencias psicológicas a largo plazo del abuso sexual infantil confirman la gravedad de los problemas que pueden presentar estas víctimas y su extensión a lo largo del ciclo evolutivo, a pesar de la dificultad que implica el estudio de este tema, así como los múltiples problemas de tipo metodológico que estos estudios suelen presentar.
La ausencia de grupos de control adecuados en muchos estudios, e incluso la ausencia total de grupos de control, es una de las mayores dificultades destacadas por los autores (Beitchman et al., 1992; Briere, 1992; Browne y Finkelhor, 1986), así como la posible inclusión de falsos negativos, o víctimas de abuso sexual no detectadas. Estas dificultades metodológicas pueden llevar a minimizar las diferencias entre los grupos comparativos y, por tanto, las consecuencias a largo plazo del abuso sexual infantil (Briere, 1992).
Otra dificultad implícita en este tema es la definición de abuso sexual infantil que se haya seleccionado para el estudio y que determinará el tipo de muestra seleccionada y, por tanto, las consecuencias psicológicas que puedan evaluarse, así como los instrumentos de evaluación utilizados (Briere, 1992).
Respecto a las características de la muestra, es importante señalar que la mayoría de estudios se centran en la evaluación de víctimas de sexo femenino, si bien algunos estudios utilizan grupos de ambos sexos, no realizando, en muchos casos, comparaciones de género, e imposibilitando la clarificación de los síntomas que puedan presentar las víctimas de abuso sexual de sexo masculino (Browne y Finkelhor, 1986).
Una de las críticas a destacar es la realizada a los estudios que utilizan muestras provenientes de servicios psiquiátricos, que suelen incluir los casos de abuso sexual más graves y sobrestimarían la severidad de los síntomas del abuso sexual infantil o, en el otro extremo, la utilización de estudiantes universitarios, que minimizaría estas consecuencias. Si bien al comparar el nivel de sintomatología de las víctimas de abuso sexual de población universitaria con los resultados pertenecientes a víctimas de población general, su malestar psicológico parece ser muy inferior y menos perdurable, los autores defienden la utilización de este tipo de muestras puesto que las diferencias encontradas, si bien deben tenerse en cuenta, no llegan a ser significativas y es una de las formas de evitar las distorsiones y los problemas de memoria que pueden presentar los adultos mayores en estudios retrospectivos (Rind, Tromovitch y Bauserman, 1998).
Los trabajos destacan también la falta de control de variables que pueden haber influido, a lo largo de los años, en el estado de la víctima (como la vivencia de otros acontecimientos traumáticos) y ser la causa de los síntomas observados, independientemente de la experiencia de abuso sexual infantil (Higgins y McCabe, 2000).
Sin embargo, tras controlar estas variables, sigue confirmándose la relación entre la experiencia de abuso sexual y el desarrollo de una diversidad de problemas psicológicos, principalmente relacionados con la sintomatología internalizante (depresión, ideación y conducta suicida, trastorno por estrés postraumático) y los problemas en el área de la sexualidad.
En relación con la problemática sexual, la revictimización y la transmisión intergeneracional del abuso sexual han sido dos de las consecuencias encontradas con frecuencia en los estudios sobre este tema que implican una mayor gravedad y controversia, así como importantes repercusiones a nivel social.
La revictimización, también denominada polivictimización, si bien ésta última tiende a aplicarse a aquellos menores que sufren diferentes tipos de maltrato durante su infancia (Finkelhor, Ormrod y Turner, 2007), implica el mayor riesgo que sufren la víctimas de abuso sexual de experimentar otros acontecimientos violentos a lo largo de su vida. Esta consecuencia del abuso sexual supone que las investigaciones deberían centrarse más en evaluaciones amplias que tengan en cuenta la experiencia de diferentes acontecimientos de violencia interpersonal a lo largo del desarrollo para poder establecer los efectos reales y específicos de cada tipo de victimización (Campbell, Greeson, Bybee y Raja, 2008).
El efecto acumulativo de la victimización a lo largo del ciclo vital y su impacto en la salud mental ha empezado a analizarse recientemente y debería ser una línea de trabajo a seguir en los años subsiguientes dado el gran impacto que parece tener en las víctimas (Banyard, Williams y Siegel, 2001).
Respecto al fenómeno de la transmisión intergeneracional la crítica principal a la obtención de información por parte de agresores sexuales es que éstos pueden manifestar haber sufrido maltrato o abuso sexual infantil como medio para explicar su propio comportamiento violento e incluso para ganar la simpatía del terapeuta o del jurado, en caso de agresores en proceso penal, destacando su cuestionable naturaleza y apuntando a que pueden conducir a una sobrevaloración de los porcentajes de maltrato. Los autores, sin embargo, abogan por considerar el maltrato infantil un factor de riesgo para que el individuo se convierta en posterior agresor, si bien defienden que, por el momento, no puede establecerse una relación directa o causal puesto que múltiples factores personales, familiares y sociales pueden llegar a mitigar ese riesgo (Cannon, 2001).
Cabe añadir, la existencia de múltiples variables, relacionadas con las características específicas de la experiencia abusiva así como con factores individuales y psicosociales, que pueden influir en el desarrollo de psicopatología en víctimas de abuso sexual infantil. Según Briere y Elliot (1994) “only a second wave of research focusing on potential ameliorating or exacerbating variables in the genesis of abuse effects can provide a more complete picture of the complexities of childhood sexual victimization and its psychological impacts” ("Solo una segunda ola de investigación centrada en posibles variables de mejora o exacerbación en la génesis de los efectos del abuso puede proporcionar una imagen más completa de las complejidades de la victimización sexual infantil y sus impactos psicológicos") (p. 64).
Esta reciente línea de estudio impide determinar un conjunto de síntomas característico de las víctimas de abuso sexual infantil, así como no permite establecer una relación causal entre la vivencia de abuso sexual y la presencia de problemas psicológicos, existiendo múltiples variables relacionadas con el tipo de abuso sufrido, la relación de la víctima con el agresor, determinados rasgos de personalidad en la víctima, así como el apoyo social que ésta disponga al revelar el abuso, entre otros, que influyen en esta relación. Si bien es imposible intervenir sobre las variables relacionadas con el agresor y con el abuso tras la vivencia de éste, otras variables referidas a la víctima y a su entorno pueden cambiarse, abriéndose un importante campo de trabajo de prevención terciaria (García Diéguez y Noguerol Noguerol, 2007). Un mejor conocimiento de las variables mediadoras relacionadas con la experiencia de abuso sexual infantil permitirá un mejor tratamiento de estas víctimas, así como la prevención de problemas psicológicos posteriores (Conte y Schuerman, 1987).
En síntesis, la experiencia de abuso sexual conlleva importantes repercusiones para sus víctimas en todos los periodos del ciclo evolutivo, siendo necesario que los profesionales sean capaces de detectar estas problemáticas para poder intervenir en estos casos de forma adecuada y eficaz.
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