LOS TRAIDORES del NOVENO CÍRCULO del INFIERNO. La táctica trotskista del Entrismo, por Rolando Astarita

El Fascismo del Siglo XXI. O el del "Reich de los mil años"

Sumario

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Una nación puede sobrevivir a sus propios imbéciles e incluso a sus ambiciosos. Pero no puede sobrevivir a la traición interna. Un enemigo a las puertas es menos formidable, pues es conocido y enarbola sus estandartes abiertamente. Pero el traidor se mueve libremente entre los que guardan las puertas, su maquinación se expande como el viento por los callejones, hasta hacerse oír en los salones del mismo gobierno. Pues el traidor no se muestra como un traidor; él habla con el acento que les es familiar a sus víctimas, y se muestra con sus mismas caras y argumentos, haciendo referencia al poso profundo del corazón de los hombres. Él pudre el alma de la nación; él trabaja secretamente y amparado en la noche para debilitar los pilares de la ciudad; él infecta el cuerpo político para que no pueda resistir. Un asesino es menos de temer. El traidor es la plaga”. Marco Tulio Cicerón (106 a.C.- 43 a.C.)

 

[1] CANTO XXXII · La Traición

La Divina Comedia, Dante Alighieri

 

Fuera ahora el verso bronco, duro;

la estrofa seca, áspera, cortada

como cuadra a la cuenca helada

que fragua todo mal. Me aventuro

con temor en esta empresa. Apuro

la palabra, pero la lengua dada

a los hombres no encuentra nada

en que apoyarse. Se halla frente a un muro

que no puede saltar.

                                    Por eso acudo

a vosotras, las tres Musas. Tomad

el peso que no cabe en humano

comprender. Dejo en vuestra mano

este canto. ¡Ayudadme! Emplead

vuestro poder mas alto o quedo mudo.

 

  ¡Gentes malvadas, más que la peor

de las razas, que puebla este lugar

perverso del que tanto cuesta hablar!

¡Mejor os fuera no nacer! ¡Mejor

ser ovejas o cabras!

                            Cuando por

obra de Anteo logramos bajar

al fondo, luego de éste regresar

a su borde, yo estaba con pavor

frente al muro. Entonces me llegó

su voz, ya desde lo alto:  —Procura

al andar, no hollar las cabezas de

los condenados.

                        Al volverme, hallé

al frente un estanque helado. No

asemejaba agua, antes dura

roca. Nunca polo alguno formó

tal masa helada, que de caer

montañas no la lograran hacer

un rasguño.

                 Cuando el campo llegó

a la sazón —ya presto a que lo

tome la segur para recoger

la cosecha—, es en las ranas meter

el cuerpo, sacando la cabeza lo

forzoso para poder croar. Tal

aquellos condenados se encontraban

por dentro del carámbano, sacando

sus cabezas hasta el mentón.

                                         Daban

muela contra muela, traqueteando

sus yertos huesos en seco son, cual

las aves mudas. Sus frentes bajaban,

buscando el suelo. En el temblor

de sus rostros pude ver el dolor

de sus mentes. Sus ojos mostraban

la absoluta soledad en que acaban

sus almas.

               Observé alrededor.

Tras ello reparé en dos, tanto por

cercanos, cuanto porque se juntaban

sus cuerpos, de tal modo estrechados,

que ya estaban mezclados los cabellos

de ambas cabezas. Les pregunté

entonces.  —Vosotros dos, atados

con tal lazo como nunca hallé,

¿cuál es vuestro nombre?

                                    Ellos

alzaron el rostro. El llanto que

goteaba en el suelo, rodó

por sus caras hasta que alcanzó

a sus yertas bocas, en donde se

heló, sellándolas. Nunca fue

hecho candado como el que cerró

aquellas aberturas, que no lo

alcanzara a lograr grapa alguna de

nuestro mundo. Luego los condenados,

como carneros llenos de furor,

entrechocaron el uno contra el

otro a cabezazos. Tal era el rencor

que los embargaba.

                            Otro, que del

negro pasmo mostraba cercenados

los lóbulos de las orejas, no

esperando a más, me contestó

con los ojos bajos: —¿Qué es lo

que observas? A ambos los engendró

un solo padre. A ambos los gestó

un solo seno. A ambos los secó

una maldad. A ambos los mató

un rencor.

                Nunca Caína halló

peor raza, que hasta el que cayó

bajo la lanza de Artús —que cortó

a la par que el pecho la sombra— o

Focacha, o éste delante que no

me deja ver nada, que se llamó

Mascherone, fueron peores. Yo,

para que no preguntes, vengo de

los Pazzi, me llamo Camicion. Pero

cuando baje Carlo, al que espero,

entonces, para muchos ya no seré

el peor.

           Tras aquellos encontré

muchos más rostros en aquel nevero

aterrador, tanto que aún no supero

el espanto cuando tengo que

cruzar un lago helado.

                               Bajábamos

al centro de toda la maldad,

entre sombras perpetuas. Fue

por el acaso o por potestad

de lo alto, que en tanto andábamos

temblando presurosos, golpeé

una cabeza, que al punto exclamó:

  —¿Por qué me maltratas?¿O es que

tratas de aumentar lo que gané

en Monte Aperto?

                          Entonces yo:

  —Maestro, espera, que éste me entró

una duda. Deja ahora que me

la resuelva. Luego correré

cuanto gustes. Cuando él se paró,

regresé al otro, que daba voces

cada vez más fuertes.  —¿Qué crees que eres

tú —exclamé— para sermonear

a todos? Me responde:  —¿Qué te crees

tú, sombra perversa, para andar

por entre la Antenora, dando coces

con tal fuerza que de traer

tu seco cuerpo fuera mucho?

                                          Yo

le respondo:  —Con él vengo, mas no

como supones. Presto he de volver

con los hombres. Te podrá complacer

que añada tu nombre entre lo

que les cuente.  —¡Márchate! —retrucó—.

¡Déjame! Nada me puede placer

menos. Guárdate los halagos, que

no gustan famas a este lugar.

 

  Entonces, bajándome, le tomé

por la nuca: —Te me vas a mostrar,

te guste o no, o no te dejaré

un sólo pelo. Él:  —Aunque me

dejes calvo. Ya puedes patear

hasta hartarte.

                      Estaba yo con las

manos presas en sus cabellos, más

de un mechón fuera, él dando en aullar

contra el suelo, yo tratando de alzar

su rostro, cuando el de atrás

comenzó:  —¿Es que nunca callarás,

Bocca? ¿No te basta traquetear,

que ladras como un perro? ¿Qué Satán

te muerde ahora?

                          Yo:  —Ya te sé,

perverso asqueroso vendedor

de tu pueblo. Ya todos sabrán

tu suerte porque no dejaré

de nombrarte para hacer mayor

tu vergüenza.

                     El bramó:  —¡Vete ya!

Pon cuanto gustes. Nunca volverás,

pero de hacerlo no me nombrarás

sólo. Añade a ése de la

lengua suelta que harto será

que no lo conozcas. Llora las

monedas francesas. Hallé, podrás

contarles, a Bouso Duera, allá

donde los condenados se congelan.

En cuanto a los demás, ése a

tu lado es Beccaria que bajó

desmochado. Más lejos se desmuelan

los huesos de Soldanier. Tras él va

Gadeón con Tebaldo, que entregó

a Faenza bajo la noche…

 

  Ya estábamos lejos de aquel renegado

aullante, cuando quedé aterrado

por dos cabezas, la una en otra, a

modo de un sombrero. Como da

contra el pan duro, el que ha estado

en ayunas, tal era devorado

el de abajo, con tal saña que hará

suave a Tideo cuando descarnó

a Menalipo.

                 Por lo que empecé:

  —Tú, que en tal brutal modo muestras cuánto

es tu rencor, habla: ¿en qué te ultrajó?

Vuelvo al mundo, en él te vengaré,

de no secar la lengua del espanto

 

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Sumario *

[1]  Canto XXXII Divina Comedia, Los traidores  

[2] La táctica trotskista del entrismo (1), por Rolando Astarita

[3] La táctica trotskista del entrismo (2), por Rolando Astarita

[4] La táctica trotskista del entrismo (3), por Rolando Astarita

[5] La táctica trotskista del entrismo (4), por Rolando Astarita

[6]“La verdad no importa, sólo cuenta la defensa del partido”, por Rolando Astarita

[7] Unas relaciones curiosas: Trotskismo y socialdemocracia (1929-1956), por Pacarina del Sur 

 

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[2] La táctica trotskista del Entrismo

Por Rolando Astarita

 

Rolando Astarita

 

Rolando Astarita es un economista argentino. Actualmente es docente en la Universidad Nacional de Quilmes, Carrera de comercio Internacional, de las materias de Macroeconomía, Dinero, crédito y bancos y Sistema financiero internacional. También es docente en la Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, de la materia de Cambios en el sistema económico mundial. Y desde el segundo cuatrimestre de 2005 dicta Desarrollo económico en la carrera de Economía, Facultad de Ciencias Económicas, de la UBA.

A lo largo de estos años ha trabajado en temas vinculados a la teoría de Marx, y en particular ha intentado dar, en su libro Valor, mercado mundial y globalización, una explicación de la internacionalización del capital desde el punto de vista de la lógica del valor trabajo. Entre 1993 y 2003 ha escrito muchos artículos en Debate Marxista, revista teórica dedicada a la reformulación de un enfoque global del marxismo, y en particular de una política socialista. Regularmente también ha publicado en Realidad Económica, del IADE, institución en la que también ha dictado Seminarios sobre dialéctica y lectura de Hegel.

http://www.matxingunea.org

Para los que no me conocen, aquí van algunas líneas sobre lo que hago y mi historia.

Desde hace mucho tiempo me dedico al estudio de la economía y a la teoría de Marx. Pero también he sido militante político durante muchos años. Desde fines de los años sesenta, hasta los noventa, milité en organizaciones trotskistas. Hacia 1990 inicié una revisión crítica del trotskismo –que se plasmó en trabajos publicados en la revista Debate Marxista– y traté de formar, junto a otros compañeros, una fuerza política basada en las ideas de Marx, y organizada con criterios democráticos. Fracasé en este intento, pero continúo colaborando, siempre que tengo oportunidad, en la lucha por esos ideales. Por otra parte, y en el terreno de la actividad académica, mi principal interés es estimular y promover el pensamiento inquisitivo, que esté libre de prejuicios y ataduras”.

https://rolandoastarita.blog/presentacion/

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La táctica Trotskista del Entrismo

 

 

La táctica trotskista del entrismo (1)

Por Rolando Astarita

Artículo publicado el 22 de noviembre de 2014 en 
 

En esta nota analizo problemas asociados al entrismo, una táctica que ha sido instrumentada principalmente por los trotskistas. En lo esencial el entrismo consiste en la incorporación de los marxistas a partidos o movimientos de masas para profundizar eventuales procesos de radicalización que puedan ocurrir en su seno, y ganar franjas amplias de militantes de esas organizaciones. De manera típica, se caracteriza que las organizaciones en las que se hace el entrismo abrigan profundas contradicciones internas y enfrentan, o están en vías de enfrentar, enemigos poderosos (el fascismo, el imperialismo, la derecha). Se sostiene entonces que en el curso de esos enfrentamientos se verán obligadas a tomar medidas revolucionarias; o en caso contrario sus bases militantes tomarán distancia de sus direcciones vacilantes, oportunistas o burocráticas. Por lo tanto, sigue el razonamiento, los marxistas deben incorporarse a estos partidos o movimientos con el fin de orientar hacia el marxismo las futuras rupturas o, eventualmente, ganar a la mayoría de la organización para una política revolucionaria. Un ejemplo actual de entrismo es el que realizan algunos grupos trotskistas en el Partido Socialista Unido de Venezuela.

La idea que defiendo en esta nota es que históricamente el entrismo no ha dado resultados (y sigue sin dar resultados), y que esto se explica porque existen problemas en los fundamentos mismos de esta táctica. Esos problemas están asociados a la idea de que las organizaciones en las que se hace entrismo no tienen un contenido de clase y político definido (típicamente se las caracteriza como “centristas”), y por lo tanto son pasibles de experimentar procesos masivos de radicalización hacia la izquierda revolucionaria. Esta perspectiva se potencia por la tesis -en última instancia, asociada a lo anterior- de que se produciría una toma de conciencia revolucionaria de sus bases como reflejo directo de la crisis capitalista y los enfrentamientos con el fascismo, la derecha o el imperialismo. Como se discutirá en lo que sigue, el tema tiene implicancias que van más allá de las cuestiones específicamente asociadas a la táctica entrista. Dada su extensión, he dividido la nota en varias partes.

Diversas formas de entrismo

En su forma clásica el entrismo fue aconsejado por Trotsky en 1934 en lo que se conoció como “el giro francés”. Previendo que se avecinaba un enfrentamiento decisivo de la clase obrera con el fascismo, y que esto podría radicalizar al socialismo, en agosto de ese año Trotsky recomendó a sus partidarios  incorporarse a los partidos de la Segunda Internacional, haciendo públicas sus posiciones y manteniéndose como grupos internos diferenciados. En consecuencia, la Liga francesa, transformada en Grupo Bolchevique Leninista, entró en la SFIO (Section Française de l’ Internationale Ouvrière). También se hizo entrismo en los partidos socialistas de EEUU, Bélgica, Canadá y Polonia; en América Latina en los PS de Chile y Argentina (sobre la historia del entrismo en Argentina, véase la nota de Omar de Lucía, “Unas relaciones curiosas: Trotskismo y socialdemocracia, 1926-1956”, en http://www.pacarinadelsur.com/home/oleajes/253-unas-relaciones-curiosas-trotskismo-y-socialdemocracia-1929-1956).

Luego de terminada la Segunda Guerra, la táctica adquirió nuevas dimensiones en la Cuarta Internacional encabezada por Michel Pablo y Ernest Mandel. A fines de la década de 1940 los trotskistas ingleses entraron en el partido Laborista, y a comienzos de los 1950 se decidió el llamado entrismo “sui generis” en los grandes partidos Comunistas de Europa Occidental. Por esos años se pensaba que era inevitable una guerra de las potencias imperialistas contra la URSS, y que los PC estarían obligados a enfrentar al capitalismo y radicalizar sus posiciones. Los trotskistas debían participar en ese combate junto a lo más combativo de la clase obrera, que estaba en los partidos comunistas; además, con el desarrollo del conflicto, se pensaba que se podría inducir a los trabajadores al enfrentamiento con la burocracia soviética y el stalinismo (véase la “Resolución política” del Partido Comunista Internacionalista de Francia, julio de 1951). Ese entrismo se llamó “sui generis” porque la militancia al interior de los PC se hizo de manera disimulada y se mantuvo durante muchos años. También se impulsó la incorporación de trotskistas a los partidos Socialistas de Japón, Brasil e India, al MNR de Bolivia y al FLN argelino, entre otros.

Por fuera de la fracción de la Cuarta Internacional dirigida por Mandel y Pablo, otras corrientes trotskistas también practicaron el entrismo. Para citar solo algunos ejemplos, en períodos distintos varios grupos de Argentina hicieron entrismo en el peronismo. En los 1960 la Socialist Labour League, bajo dirección de Gerry Healy, hizo entrismo en el laborismo inglés, logrando influencia en las Juventudes Socialistas; pero fueron excluidos a mitad de la década. En los 1970 la corriente dirigida por Nahuel Moreno aplicó la táctica en España, en el PSOE. Actualmente Marea Socialista hace entrismo en el partido Socialista Unido de Venezuela. La corriente conocida como The Militant hizo entrismo durante décadas en el Laborismo inglés, donde llegó a tener diputados en el Parlamento, dirigió las Juventudes Socialistas y ganó la mayoría en el consejo municipal de Liverpool, en los 1980. Sin embargo, desde ese pico de influencia, no pudo resistir la ofensiva de la dirección del laborismo y perdió terreno. También grupos The Militant hicieron entrismo en el PSOE y en el Partido Popular de Pakistán. Actualmente la Corriente Marxista Internacional (ex Militant) actúa en el partido Laborista inglés, en los partidos Comunistas, o en organizaciones herederas de estos en varios países; y en el PSUV, entre otros casos. Con estas enumeraciones no pretendemos agotar el fenómeno, simplemente mostrar que se trata de una táctica relativamente extendida, y con variantes importantes.

Magros resultados

Han pasado ocho décadas desde que el entrismo fuera recomendado por Trotsky, y en ningún país el trotskismo logró, con su instrumentación, influencia política de masas. De hecho, el principal argumento que se aduce en torno al saldo es contrafáctico: Trotsky pensaba que si Andreu Nin hubiera aceptado entrar al PSOE, el trotskismo español se hubiera convertido en una organización de masas. Es que la Juventud Socialista, dirigida por Largo Caballero, había llegado a pronunciarse a favor de la Cuarta Internacional, pero finalmente fue ganada por el partido Comunista, en tanto Nin se había negado a hacer el entrismo en el PSOE. Por este motivo Trotsky llega a calificarlo de “criminal”: “La Juventud Socialista ha pasado casi enteramente al campo stalinista. Quienes se llaman a sí mismos bolcheviques leninistas y permitieron esto, o mejor dicho, causaron esto, deben ser estigmatizados para siempre como criminales contra la revolución” (“The Dutch Section and the International”, 15-16 julio de 1936)Desde entonces este razonamiento quedó establecido como una muestra de las potencialidades de la tácticaPero el argumento es contrafáctico, y en los hechos no existe saldo destacable, en relación a los objetivos propuestos, de los múltiples entrismos realizados por grupos trotskistas en las más diversas circunstancias y países. Ganar algunas decenas o centenas (en el mejor de los casos) de militantes, no es sinónimo de influencia de masas. Decir que se adquiere experiencia en el trabajo de masas tampoco parece convincente; después de todo, pequeñas organizaciones realizan cotidianamente trabajo político en organizaciones obreras y populares, o directamente en empresas, centros de enseñanza y barrios obreros y adquieren experiencia, con sus posiciones claras y definidas.

Por otra parte, hay que anotar en el pasivo de la táctica, en primer lugar, las múltiples rupturas que se produjeron en las organizaciones trotskistas a la hora de entrar a los partidos en los que se hacía entrismo; muchos militantes se resistían a lo que consideraban una renuncia a su identidad ideológica y política. En segundo término, hay que tener en cuenta los efectos de las expulsiones –a veces muy rápidas- o de las salidas: también generaron rupturas y crisis, la mayor parte de las veces porque muchos militantes buscaban adaptarse a las demandas de los aparatos, a fin de permanecer en los partidos a los que se habían incorporado, en la esperanza de mantener o ganar posiciones.En tercer lugar, con frecuencia el entrismo se hizo sin poder sostener claramente las posturas marxistas (en particular, en lo que respecta a caracterizaciones de clase, véase más abajo), debido a las exigencias de las organizaciones en las que se entraba. Esto no sólo ocurrió después de la muerte de Trotsky, como se sostiene a veces; por ejemplo, los trotskistas de EEUU entraron, en 1936, en el partido Socialista a título individual y renunciando a tener una publicación propia. En cuarto lugar, a menudo fue difícil contrarrestar la acusación lanzada a los trotskistas por “fraccionalistas”, “quinta columna”, “infiltrados”, y similares. Estas cuestiones generan confusión y no son fáciles de contrarrestar. En resumen, parece cumplirse el pronóstico que había hecho Lenin sobre las consecuencias que acarrearía la formación, en la Rusia prerrevolucionaria, de un partido obrero “centrista amplio”, de tendencias opuestas: una “infinita agravación de la discordia, diferencias, las divisiones, la confusión ideológica y la desorganización práctica” (véase más abajo). Con el agravante de que un pequeño grupo militando al interior de un partido de masas –socialista, comunista, nacionalista de izquierda- tiene pocas posibilidades de aclarar posiciones frente a los recursos de que disponen los aparatos de dirección.

Muchos trotskistas, sin embargo, sostienen que la falta de éxito de la táctica se debe a que no se habrían seguido las recomendaciones de Trotsky. Afirman que el entrismo tiene que aplicarse por un corto período de tiempo y que los trotskistas deben mantener al interior de  los partidos a los que se afilian una publicación independiente (era la posición de Nahuel Moreno, por ejemplo). Sin embargo, tampoco los grupos que siguieron las recomendaciones de Trotsky, y estuvieron bajo su dirección, tuvieron éxito en relación al objetivo propuesto. El ejemplo más significativo es Francia, donde los trotskistas entraron en la SFIO como grupo y mantuvieron una publicación, pero el objetivo buscado –una ruptura de masas o el vuelco de la SFIO hacia las posiciones revolucionarias- no se logró. Tampoco en Bélgica o EEUU –las otras experiencias importantes- los trotskistas lograron influencia de masas. De hecho, el balance de Trotsky de estas experiencias fue que se había ganado militantes, y que los trotskistas habían entrado en contacto con las masas; un saldo magro en relación a las esperanzas que abrigaba al momento de recomendar la táctica.

Algo similar puede decirse de las muchas experiencias de entrismo realizadas en la segunda posguerra. El balance típico sigue siendo “ganamos adherentes”, o “nuestros militantes entraron en contacto con las masas”; no hay registro de que se haya avanzado en algún lugar o momento en influencia a nivel masivo, con un programa anticapitalista y socialista.

Como adelanté más arriba, la hipótesis que presento es que hay problemas de método y concepción política que van más allá de las adecuaciones o formas tácticas que usualmente discuten los grupos trotskistas en torno al entrismo. Por esta razón focalizo el análisis en la fundamentación de Trotsky del entrismo realizado por la Liga Comunista francesa en la SFIO, en 1934.

 

 

El giro francés de 1934

La entrada de los trotskistas en el socialismo francés, en 1934, se produjo en el marco de una importante radicalización de la lucha de clases. El 6 de febrero la extrema derecha había realizado una gigantesca manifestación contra la república parlamentaria y el gobierno de Daladier, que terminó renunciando. Tres días después el PC convocó a una contramanifestación, seguida por una huelga general y manifestaciones en toda Francia, en defensa de las libertades y contra el fascismo. A partir de aquí hubo un extendido sentimiento entre las masas trabajadoras de que era necesaria la unidad para enfrentar al fascismo. En julio el PC, que hasta entonces había sido hostil a todo acercamiento con la socialdemocracia –a la que caracterizaba “la otra cara del fascismo”- dio un giro de 180 grados y llamó a la unidad; ese mismo mes el PC y la SFIO firman un pacto de unidad de acción. Trotsky caracteriza entonces que ese pacto había sido impuesto por las masas, y que la Liga (la organización trotskista) debía tomar parte en el frente único obrero, entrando a la SFIO. Es lo que se conoce como “el giro francés”.

A pesar de que hubo militantes que se negaron a aceptar la nueva táctica, la Liga entró a la SFIO donde se constituyó en “Grupo bolchevique leninista” y publicó La Vérité. En poco tiempo el GBL ocupó posiciones de relevancia en las Juventudes Socialistas del Sena y ganó influencia en el ala izquierda del partido. Sin embargo, el entrismo duró apenas 18 meses. Es que el pacto entre el PC y la SFIO fue el germen de la formación del Frente Popular, que a su vez abría la perspectiva de acceso al gobierno. En junio de 1935 la SFIO dio su apoyo a la formación de un Frente Popular con el PC y el partido Radical, de carácter democrático liberal. La dirección de la SFIO intensificó sus ataques contra los críticos de izquierda, y se aceleró el enfrentamiento con los trotskistas. Ese mismo mes fueron expulsados los dirigentes de la Entente des Jeunesses Socialistes del Sena. Y en agosto, cuando se publica una carta abierta en La Verité por la Cuarta Internacional (era la respuesta a la expulsión de la juventud), la dirección socialista excluye al GBL de conjunto. A pesar de que algunos trotskistas quisieron hacer concesiones para permanecer en el partido, Trotsky evaluó que la política estaba agotada y debía formarse un polo independiente.

Agreguemos que en la primavera de 1938 también fue excluida de la SFIO su ala izquierda, dirigida por Marceau Pivert, que había adquirido cierta influencia. El partido Obrero y Campesino fundado por Privert, que llegó a tener unos 10.000 militantes (incluidos algunos trotskistas), no tuvo sin embargo influencia de masas; y se mantuvo alejado de la Cuarta Internacional.

Los argumentos de Trotsky

Los argumentos de Trotsky a favor del entrismo en el socialismo fueron expuestos en su forma más desarrollada en el artículo “La salida”, escrito en agosto de 1934. La idea que lo recorre es que el socialismo es una formación “centrista”, que marcha a un “conflicto mortal” con el fascismo, lo cual abre posibilidades de una evolución revolucionaria de la SFIO, incluida su ruptura con el Estado burgués. Escribía Trotsky: “en nuestra época el destino del proletariado depende en gran medida de la manera resuelta en que la social­democracia en el breve intervalo que le concede la marcha de los acontecimientos, logre romper con el estado burgués, transformarse y prepararse para la lucha decisiva contra el fascismo” (énfasis añadido). Pero dado que la Liga era pequeña, no tenía demasiada influencia, y el combate decisivo con el fascismo era inminente. En consecuencia, continuaba el razonamiento de Trotsky, debía ubicarse dentro del Frente Único decidido por el PC y los socialistas, entrando en la SFIO “para contribuir activamente al reagrupamiento revolucionario y a la concentración de fuerzas de ese reagrupamiento”. ¿Por qué no en el PC? Trotsky explica que, a diferencia del PS, no hay posibilidad de que el PC evolucione hacia la izquierda:

“Los dos partidos son organizaciones centristas con esta diferencia: el centrismo de los stalinistas es producto de la descom­posición del bolchevismo, mientras que el centrismo del Partido Socialista surge de la descomposición del reformismo. Y hay otra diferencia entre ambos, no menos esencial. El centrismo stalinista, pese a sus convulsivos virajes, representa un sistema político muy estableindisolublemente ligado a la situación y a los intereses de la poderosa capa burocrática. El centrismo del Partido Socialista refleja la situación transicional de los obreros, que buscan una salida que los conduzca al camino revolucionario” (énfasis añadido). Los stalinistas, afirma Trotsky, incluso “retrasan el desarrollo revolucionario del Partido Socialista” (énfasis agregado). Aunque la SFIO no es el partido revolucionario de la clase obrera, sus contradicciones internas “pueden y deben señalarse como garantía de su ulterior evolución, y en consecuencia como posible apoyo de la palanca marxista” (énfasis añadido). Por eso Trotsky piensa que entrando en el socialismo los trotskistas “reforzarán enormemente su ala izquierda, fecundarán la evolución del conjunto del partido, constituirán un poderoso centro de atrac­ción para los elementos revolucionarios del Partido Comunista y facilitarán en gran medida la búsqueda del camino revolucionario del proletariado”.

Subrayemos una cuestión central: la creencia de que, debido a sus características “centristas”, dentro de la SFIO podían desarrollarse tendencias revolucionarias de masas, o incluso que la mayoría de la organización podía ser ganada a un programa revolucionario. Esta idea está expresada de forma todavía más clara en “The League faced with a Turn”, de julio de 1934. Allí Trotsky recordaba que el Partido Socialista Francés había votado, en 1920, en el Congreso de Tours, la adhesión a la Tercera Internacional, y señalaba que “[n]o conocemos una ley que diga que es imposible una repetición del Congreso de Tours. Por el contrario, muchas de las condiciones prevalecientes hablan de tal posibilidad” (énfasis añadido).

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“La táctica trotskista del entrismo (1)” 

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[3] La táctica trotskista del entrismo (2)

Por Rolando Astarita

Artículo publicado el 29 de noviembre de 2014 en 
 

Caracterización de Trotsky de los PS y los PC

El tema de la caracterización del partido Socialista juega un rol clave en la fundamentación de Trotsky a favor del entrismo. En el artículo “La salida”, que hemos citado en la primera parte de esta nota, la SFIO es considerada “centrista no consolidada”, ya que “refleja la situación en transición de los obreros”, que estarían buscando una salida revolucionaria al enfrentamiento con el fascismo. En otro texto de 1933 precisa que con el término “centrismo” quiere significar “las más variadas tendencias y grupos que se encuentran entre el reformismo y el marxismo” (“Principled Considerations on Entry”, 16 de septiembre de 1933). En este escrito también considera al partido Laborista Independiente de Gran Bretaña como “centrista de izquierda”, ya que sus muchas tendencias y fracciones eran indicativas, en su visión, de los diferentes estadios de evolución desde el reformismo al comunismo. Desde esta perspectiva, pareciera que la SFIO o el partido Laborista Independiente eran partidos “obreros”, al igual que los partidos Comunistas. Aunque los PS y el Laborismo Independiente serían “centrismos no consolidados”, en tanto que los PC serían “centristas cristalizados”, productos de la contrarrevolución burocrática.

Sin embargo, apenas un año más tarde Trotsky maneja una caracterización de la SFIO casi opuesta a la de 1934. Así, cuando los trotskistas ya habían sido expulsados del socialismo francés, considera que la SFIO es una “agencia de la burguesía dentro de la clase obrera” (“Open Lettter to the Fourth Internacional”, agosto de 1935). Luego, en el Programa de Transición, los partidos Socialistas y Comunistas son calificados de “pequeño burgueses”. Por lo tanto aquí el peso parece estar puesto en los programas, las orientaciones estratégicas y las direcciones de la Segunda y Tercera Internacional. Sin embargo, en 1934 apostaba a que las bases de la SFIO eventualmente se radicalizaran y abrieran la vía para su evolución al marxismo. ¿Cómo se explican estos giros de caracterización?

 “La contradicción básica de la época al interior de los PS y PC”

Tal vez la respuesta más clara a la pregunta con la que cerramos el punto anterior la encontramos en un artículo de Ernest Mandel, de 1948, “El verdadero testamento de León Trotsky” (véase Mandel, Sobre la historia del movimiento obrero, Barcelona, Fontamara, 1978). Aquí, siguiendo a Trotsky, Mandel plantea que la característica fundamental de la época “es la contradicción entre el empuje instintivamente revolucionario del proletariado y el carácter profunda y abiertamente contrarrevolucionario de su dirección tradicional” (p. 119). Tengamos presente que ésta es una de las ideas centrales del Programa de Transición, de 1938. Y esa contradicción entre las bases y la dirección se expresaba, según Mandel, en el seno de los grandes partidos obreros reformistas. Es la misma idea, en sustancia, que encontramos en Trotsky en 1934, cuando consideraba la posibilidad de que la SFIO, y otros partidos Socialistas, o el Laborismo independiente de Gran Bretaña, evolucionaran hacia la izquierda revolucionaria. La diferencia con el análisis de Mandel de 1948 es que éste consideraba que “la contradicción fundamental de la época” se expresaba ante todo en los PC (aunque también en el Laborismo), y Trotsky pensaba que el conflicto pasaría por el seno de los PS.

En cualquier caso, el enfoque esencial se mantiene: las masas instintivamente buscan la salida revolucionaria, y las direcciones y los aparatos burocráticos las traicionan y actúan como agentes contrarrevolucionarios. En palabras de Mandel, “en la mayoría de los países europeos y asiáticos las aspiraciones revolucionarias del proletariado se [han] traducido en su adhesión al movimiento staliniano. Por eso la actitud de la vanguardia revolucionaria ante este movimiento debe reflejar el hecho contradictorio de que las dos tendencias fundamentales de nuestra época, el empuje instintivamente revolucionario del proletariado y la política abiertamente contrarrevolucionaria de su dirección, se hayan concentrado, por así decirlo, durante toda una época en el interior de estos mismos partidos” (p. 126).

La tesis central aquí es que la contradicción de la época (bases que buscan ir a la revolución, direcciones burguesas o burocráticas traidoras), trasladada al interior de los partidos de masas, determina las posibilidades del entrismo. Por eso Trotsky, en 1934, cuando piensa que se está produciendo una radicalización del movimiento de masas, pronostica que en el PS tenderá a agudizarse el enfrentamiento entre las bases y la dirección (pero no en el PC, al que considera cristalizado). Pero en 1935, cuando los trotskistas franceses ya han sido expulsados, y la SFIO se orienta al Frente Popular junto al PC, no vacila en caracterizarla como “agente de la burguesía imperialista”. El cambio solo se puede explicar porque en 1934 todavía pensaba que la SFIO era un fenómeno contradictorio, abierto, en el que la lucha de clases no había dicho la última palabra; un año más tarde, lo considera cerrado (aunque al mismo tiempo aconseja el entrismo en los PS de Bélgica y EEUU).

En otros términos, al momento en que se considera aplicar el entrismo, la resolución de la contradicción que anida al interior del partido “obrero reformista” estaría irresuelta, en algún sentido fundamental. La noción de “organización centrista” que evoluciona hacia la izquierda o la derecha, intenta describir esta situación. De manera que, según las coyunturas de la lucha de clases, uno de los polos (dirección burguesa – bases inclinadas a la revolución) puede predominar sobre el otro. Por eso, si la presión revolucionaria de las bases era suficientemente elevada, Trotsky consideraba que la SFIO, o el Laborismo independiente, podían romper con el Estado y ser ganados al marxismo. Anotemos que el mismo enfoque lo encontramos cuando caracterizaba al Laborismo británico en los 1920. Escribía: “Los líderes liberales y semi-liberales del partido Laborista todavía piensan que una revolución social es una prerrogativa sombría de Europa continental. Pero aquí también los eventos pondrán de manifiesto su atraso. Se necesitará mucho menos tiempo para convertir al partido Laborista en un partido revolucionario del que fue necesario para crearlo” (Leon Trotsky’s Writings on Britain, vol. 2, https://www.marxists.org/archive/trotsky/britain/wibg/ch03.htm; énfasis añadido). Esta idea básica se mantiene, por parte de los grupos que se deciden por la táctica del entrismo, hasta el día de hoy al momento de caracterizar organizaciones como el PSUV (véase más abajo).

Debe anotarse también que, según este enfoque, el criterio sería aplicable a los movimientos nacionalistas de masas. Por ejemplo, se podría decir que a partir del Cordobazo, de 1969, o incluso antes, durante la llamada Resistencia, las bases peronistas de dirigían “instintivamente” a la revolución, en contra de su dirección burguesa “que las traicionaba”. Estaríamos ante “la contradicción fundamental de la época”, expresada al interior del partido Justicialista. El argumento encaja todavía mejor con respecto a algunos grupos trotskistas que hicieron entrismo en las organizaciones político-sindicales peronistas (como fueron las 62 Organizaciones).

Una caracterización alternativa del Laborismo 

Frente al anterior abordaje existe una tesis alternativa que dice que si bien la base social de la socialdemocracia, o del laborismo, es obrera (y por eso la Tercera Internacional en los 1920 llamará al PS al “frente obrero” para la lucha por reivindicaciones elementales), lo que prima, en el terreno de la caracterización de clase, es la naturaleza de la dirección y el programa que defienden estas organizaciones (lo mismo se puede decir hoy de los PC). Es el enfoque que encontramos en Lenin, cuando caracterizaba al partido Laborista británico como un partido burgués. En un discurso pronunciado en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, el líder bolchevique polemiza con los comunistas que consideraban que el partido Laborista británico era un partido obrero. Decía: “El camarada [McLaine] llamó al partido Laborista la organización política del movimiento sindical, y más tarde repitió la afirmación cuando dijo que el partido laborista es ‘la expresión política de los trabajadores organizados en sindicatos’. Me he encontrado con el mismo enfoque varias veces en el periódico del partido Socialista británico. Es erróneo, y es en parte la causa de la oposición plenamente justificada en alguna medida, que viene de los obreros revolucionarios británicos”.

“En realidad, los conceptos ‘departamento político de los sindicatos’ o ‘expresión política’ del movimiento sindical’ son erróneos. Por supuesto, la mayoría de los miembros del partido Laborista son trabajadores. De todas maneras, si un partido es o no un partido político de los trabajadores no depende sólo de una membresía de trabajadores sino también de la gente que lo dirige, y del contenido de sus acciones y sus tácticas políticas. Solo esto último determina si realmente tenemos delante nuestro un partido político del proletariado”.

“Visto desde este punto de vista, el único correcto, el partido Laborista es totalmente un partido burgués porque, aunque conformado por trabajadores, está dirigido por reaccionarios, y por la peor clase de reaccionarios, que actúan en el espíritu de la burguesía. Es una organización de la burguesía, que existe para engañar sistemáticamente a los trabajadores con  la ayuda de los Noskes y y Scheidemanns británicos” (“Lenin’s Speech On Affiliation To The British Labour Party”, en http://www.marxist.net/openturn/historic/script.htm?lenin.htm).

Pensamos que esta concepción es más adecuada para la caracterización de estos partidos de masas “obreros reformistas” (burgueses en su actuación práctica), que la que vimos en Mandel, o antes en Trotsky. Lenin no supone que existe una base militante que “instintivamente” se dirige a la revolución y choca con una dirección que “traiciona”. La contradicción no está “indeterminada” en lo que respecta a las posibilidades de evolución orgánica. Ahora, en el seno del Laborismo (y lo mismo se podría decir de la socialdemocracia) la dicotomía “bases obreras- direcciones con programas burgueses” está dominada por el segundo polo. Por lo tanto, la organización no está abierta a una evolución hacia el marxismo; en todo caso, si las tensiones revolucionarias se hacen sentir al interior de estos partidos, podrá haber ruptura (como sucedió al momento de la fundación de la Tercera Internacional).

Observemos que en lo que respecta al criterio para caracterizar a un partido, el de Lenin es muy similar al que defendió Trotsky, cuando criticó la política de la Internacional Comunista en China, en los años 1920. Polemizando con Bujarin acerca del carácter de clase del Kuomintang –un partido de la burguesía china con apoyo de masas- Trotsky planteó que lo central para caracterizar a una organización es su dirección y orientación, no la composición social de sus bases. Luego de explicar que “en todo partido burgués la masa es siempre un rebaño, en diversos grados”, añadía: “Las cumbres del Kuomintang… son en realidad el alma del Kuomintang, su esencia social. Ciertamente, la burguesía no es en el partido más que una “cumbre”, al igual que lo es en la sociedad. Pero esta cumbre es poderosa debido a su capital, sus conocimientos, sus relaciones, por la posibilidad que tiene siempre de apoyarse en los imperialistas y, principalmente, por su  poder de hecho en el Estado y en el ejército…” (Stalin, el gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Yunque, 1974, p. 276).

¿Eran “centristas” los socialismos de los años 1930?

Contra lo que sostenía Trotsky en 1934, pensamos que la SFIO y los PS de EEUU y de Bélgica no eran organizaciones “obreras centristas”, ni siquiera “centristas vacuas”, sino partidos burgueses, con bases obreras. La dirección de la SFIO no reflejaba la búsqueda de las bases de una salida revolucionaria, ni era posible que evolucionara hacia la izquierda marxista. En la década de 1930 el carácter de clase de la SFIO estaba definido por su conducción, que a su vez estaba vinculada por múltiples lazos con el Estado, y comprometida con un programa y estrategia acordes al funcionamiento del sistema capitalista. Es cierto que los socialistas franceses se habían negado a participar en gobiernos burgueses (en 1924, en 1929 y en 1932), pero este antecedente no alteraba la naturaleza de clase de la SFIO, ni por supuesto, el de la Segunda Internacional. Cuando en 1935 Trotsky caracterizó a la SFIO como agencia de la burguesía, el socialismo francés no había cambiado, en lo sustancial, con relación al momento en que se decidió el entrismo.

Por supuesto, el carácter burgués de la SFIO se evidenciaría a pleno con su participación en el gobierno del Frente Popular, y su actitud hostil hacia el movimiento huelguístico de 1936  y 1937. Pero esto no fue “rayo en día sereno”. A comienzos de los 1930 la política de la SFIO no reflejaba una “situación transicional de los obreros”, ni había posibilidad de que adhiriera al trotskismo. Ya entonces, y desde hacía mucho, la SFIO era parte orgánica de una Internacional que colaboraba en el sostenimiento del orden capitalista, vía los mecanismos de la democracia burguesa. Su enfrentamiento con el fascismo, que era real, se daba en este marco y no había posibilidad alguna de que llegara a la ruptura con el Estado.

Consideraciones similares se aplican al partido Socialista de EEUU. Dirigido por Norman Thomas, el PS de EEUU planteaba un rechazo de tipo moral a las desigualdades que genera el capitalismo, se pronunciaba a favor de la propiedad estatal de los medios de producción, defendía el pacifismo y tomaba abierta posición en contra del marxismo. Nada muy distinto de lo que hacía la Segunda Internacional. Además, ni siquiera canalizaba el descontento de las masas trabajadoras frente al desempleo y la depresión: en las elecciones presidenciales de 1932 Thomas obtuvo poco más de 800.000 votos, y el ascenso huelguístico y de militancia sindical que dio lugar a la formación de la CIO (Congress of Industrial Organizations), estuvo dirigido principalmente por el partido Comunista. Por otra parte, el New Deal, aunque criticado por Thomas, terminó absorbiendo gran parte del programa socialdemócrata; muchos militantes socialistas abandonaron el PS para apoyar a Roosevelt y la política del Frente Popular del PC (que también se había alineado con el partido Demócrata). A mediados de los años 30, cuando Trotsky aconsejaba el entrismo en el PS de EEUU, no había lugar para soñar siquiera con que este partido llegara a la ruptura con el Estado burgués en el curso de un eventual enfrentamiento con el fascismo, o que albergase en su seno algún proceso de radicalización revolucionaria de masas.

Algo muy parecido se puede decir con respecto al partido Obrero belga, dirigido por Emile Vandervelde y Henry de Man, y en el cual los trotskistas también hicieron entrismo (se incorporaron al partido en marzo de 1935 y fueron expulsados al año siguiente). En los años 1930 de Man había lanzado un plan económico que contemplaba una fuerte intervención del Estado, con el argumento de que podría sacar a la economía de la depresión (el llamado “planismo” se basaba más en las estatizaciones que en la gestión obrera de los medios de producción). Este Plan de Trabajo generó algunas movilizaciones obreras, y contribuyó a que el partido Obrero llegara al poder en 1935, en coalición con los liberales y los católicos. El Gobierno aplicó entonces a medias el Plan, y asumió luego una posición de no intervención en la guerra española (a igual que el gobierno del Frente Popular de Francia).

Pues bien, siempre en la idea de que los trotskistas debían ayudar a las masas a sacar conclusiones a partir de su experiencia, la táctica del entrismo fue acompañada por la recomendación de Trotsky de exigir la aplicación del plan de Man. Sin embargo, de Man identificó su plan con el programa económico del nazismo; incluso intentó la regimentación de los sindicatos y el fortalecimiento de la autoridad del Estado Ni siquiera la ola de huelgas que estalló en 1936 alejó a de De Man del Gobierno y del rey Leopoldo III. No había aquí ningún “centrismo” en lo que respecta a su orientación. Agreguemos que  en 1940 de Man terminó disolviendo el partido Obrero y colaborando con la ocupación nazi hasta 1941 (cuando los nazis lo echaron). No hubo ruptura de masas hacia la izquierda; los socialistas que rechazaron el colaboracionismo de Man mantuvieron una actitud pasiva, o se incorporaron a la Resistencia, sin ser influenciados por el trotskismo.

Ocho décadas más tarde, se insiste en el error

La idea de Trotsky de que los PS, en los 1930, estaban vaciados de contenido de clase, o que de alguna manera su contenido de clase era dual (obrero por sus bases, pequeño burgués por su programa y dirección) no se ha examinado ni superado en el movimiento trotskista. Por caso, muchos trotskistas siguen justificando el entrismo (o la posibilidad de entrismo) en los PS o el laborismo con el argumento de que “aunque reformistas, son los partidos de  base obrera, que entrará en conflicto revolucionario con sus direcciones”. Algo parecido ocurre con el chavismo y el PSUV, Por ejemplo, Jorge Sanmartino, un “entrista siglo XXI”, afirma que el PSUV “… no puede ser definido en términos categóricos sino como formación centrista vacua, a la manera en que se dieron partidos y movimientos de masas en pleno proceso revolucionario, como el Sandinismo y el FMLN salvadoreño, o formaciones con control estatal en proceso revolucionario, como el ejemplo, según Trotsky, de la SFIO francesa en el ascenso del Frente Popular en Francia en 1936” (“Populismo y estrategia socialista en América Latina”, http://www.democraciasocialista.org/?p=1385 énfasis añadido).

Con algunas variantes en los argumentos –hoy queda muy bien evitar las caracterizaciones de clase hablando de “la dimensión discursiva simbólica de la movilización de masas”- se mantiene lo fundamental de la caracterización. Sanmartino repite –apelando a un argumento de autoridad- el enfoque metodológico de Trotsky con respecto a los PS de 1930, o el Laborismo. Aunque con el agravante de que el carácter de clase del PSUV hoy está aún más definido, si se quiere, que lo que lo estaba la SFIO en 1934. El PSUV participa directamente de la conducción del Estado, y se nutre de la fuerza económica y política del Estado, en oposición directa a todo intento de organización independiente de los trabajadores.

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“La táctica trotskista del entrismo (2)”

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[4] La táctica trotskista del entrismo (3)

Por Rolando Astarita

Artículo publicado el 6 de diciembre de 2014 en 
 

Las partes anteriores de esta nota aquí y aquí.

“Instinto revolucionario de los trabajadores”

La táctica del entrismo tiene como uno de sus supuestos fundamentales la idea de que ante crisis o enfrentamientos con la derecha, el fascismo o el imperialismo, las masas trabajadoras entrarán en colisión con las direcciones y programas de sus organizaciones tradicionales y girarán hacia la izquierda anticapitalista. Sobrevuela aquí la creencia de que de alguna manera la clase obrera se orienta espontánea y necesariamente hacia la revolución, en respuesta-reflejo a los padecimientos, crisis y problemas generados por el capitalismo. En otros términos, es como si de la relación social en que está inmerso el obrero se derivara una esencia revolucionaria que se traduciría, necesariamente, en conciencia socialista de forma más o menos directa. Esta idea se encuentra de manera bastante clara en escritos de Marx y Engels, en particular en trabajos juveniles o anteriores a la experiencia de la Asociación Internacional de Trabajadores.  Así, en La Sagrada Familia Marx se refirió a lo que “el proletariado es y está obligado a hacer, con arreglo a ese ser suyo”. Y en El Manifiesto Comunista Marx y Engels parecen prever un desarrollo linealmente evolutivo de la conciencia de clase, en base de las experiencias que haría la clase obrera con el capitalismo.

También en los primeros escritos de Lenin encontramos esta perspectiva. Por ejemplo, en el “Proyecto y explicación del Programa de la Socialdemocracia rusa”, de 1895, y en la misma línea que El Manifiesto Comunista, Lenin considera que cuanto más se desarrollaban las grandes empresas en Rusia, más poderosas y frecuentes devenían las huelgas obreras; a su vez, a mayor opresión del capitalismo, mayor era la necesidad de unidad de los trabajadores. Por eso, continuaba el razonamiento, progresivamente los trabajadores se daban cuenta de que su enemigo no era el capitalista individual, sino toda la clase capitalista y así “la lucha de los trabajadores fabriles contra los empleadores inevitablemente se transforma en la lucha contra toda la clase capitalista, contra el entero orden social basado en la explotación del trabajo por el capital”. La conciencia de clase consistía en el entendimiento de este enfrentamiento (Lenin, “Draft and Explanation of the Programme for the Social-Democratic Party”, https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1895/misc/x01.htm). De acuerdo a este enfoque, la tarea del partido Socialdemócrata pasaba por promover la lucha de clases, “llevar luz a la misma” y representar el interés del conjunto del movimiento.

Como es conocido, este esquema va a cambiar mucho en el famoso folleto ¿Qué hacer? En este escrito Lenin reconoce que las condiciones objetivas –la explotación en la gran empresa, las contradicciones que enfrentan los trabajadores- de por sí no forman la conciencia socialista de la que hablaba en el proyecto de programa de 1895. Pueden ser condición necesaria para esa conciencia, pero no suficiente; la ideología sindicalista y reformista burguesa inciden en las posiciones políticas de la clase obrera y sus luchas. Por lo cual, y siguiendo a Engels, la lucha del partido marxista debía  llevarse en forma combinada en el terreno de la ideología, la política y la lucha económica. Ya no era suficiente con “acompañar y profundizar” la lucha de clases para que surgiera la conciencia de la necesidad de la transformación socialista.

En Trotsky, en cambio, y ya desde sus escritos de 1905, hay un enfoque más afín a la idea del progreso hacia la conciencia socialista a partir de la misma lucha de clases, en particular de las luchas revolucionarias. En “Nuestras diferencias” (véase 1905, Resultados y perspectivas, tomo 2, Ruedo Ibérico, 1970) explica que en las “épocas normales” o “períodos de paz” las clases dirigentes “imponen al proletariado su concepción del derecho  sus procedimientos de resistencia”, pero que “en las épocas revolucionarias” el proletariado “descubre procedimientos que mejor convienen a su naturaleza revolucionaria” (p. 128). Luego, citando a Lasalle, sostiene que “el instinto de las masas en las revoluciones… es generalmente más seguro que la razón de los intelectuales”. Agrega que “estas multitudes, precisamente porque son ‘oscuras’, porque les falta instrucción, no saben nada de posibilismos, y… las masas no se interesan más que por los extremos, por lo que es entero e inmediato” (p. 129). Un poco más abajo explica que “precisamente porque la revolución arranca los velos místicos que impedían ver los rasgos esenciales del agrupamiento social, y empuja a las masas contra las clases en el Estado, el político marxista se siente en la revolución como en su elemento” (pp. 129-130).

En el Programa de Transición la idea permanece: la caracterización de la época es que los trabajadores se orientan hacia la revolución espontáneamente, y entran en conflicto con las direcciones traidoras y burocráticas. Esta visión se ha mantenido hasta el presente en el movimiento trotskista (y en otras corrientes). Por eso Mandel hablaba del “empuje instintivo revolucionario” de las masas. En los años 1950, y de forma característica, Pablo sostenía que el movimiento de masas anticapitalista asumía formas “confusas” bajo el liderazgo del APRA en Perú, del MNR en Bolivia, e  incluso de Vargas en Brasil y Perón en Argentina (“World Trotskyism Rearms”, noviembre 1951, http://www.marxists.org/archive/pablo/1951/11/congress.htm). Y en la década de 1980 Nahuel Moreno explicaba que existían “revoluciones socialistas inconscientes”, refiriéndose, por caso, a un levantamiento contra una dictadura; o a las movilizaciones contra los regímenes de la burocracia stalinista (véase, por ejemplo, “Algunas reflexiones sobre la revolución política polaca”, Panorama Internacional, mayo de 1982). Aclaremos que de todas maneras hay en estos planteos una diferencia de cierta importancia con la concepción de Lenin de 1895, o de El Manifiesto Comunista: en estos últimos, el desarrollo de las fuerzas productivas, en particular la gran empresa, juega un rol central en el esquema evolutivo de la conciencia socialista. En  cambio, en el esquema trotskista, y en el marco de la tesis del “agotamiento histórico del capitalismo”, la conciencia socialista se generará principalmente por el estancamiento de las fuerzas productivas, y las luchas provocadas por la descomposición del sistema.

Se hace abstracción del peso de las ideologías y la política

En el razonamiento que hemos reseñado en el punto anterior hay un problema fundamental, que ya hemos discutido en nuestra Crítica del Programa de Transición. El mismo consiste en la exagerada importancia de lo que Mandel llamaba el “instinto revolucionario de la clase obrera”. Por supuesto, es indudable que en el curso de movilizaciones de masas importantes siempre existe este factor, y aparecen tendencias, al menos en sectores de vanguardia, a cuestionar al sistema de conjunto. Pero estos no son los únicos impulsos que recorren el movimiento. Es que los trabajadores entran en la lucha con sus ideologías, sus simpatías políticas, sus tradiciones y el peso de sus experiencias pasadas. En otros términos, en todo movimiento, además de juicios, hay prejuicios; y circulan creencias de todo tipo. Por eso la propaganda del marxista cae en un mar de lugares comunes e ideas acumuladas, que son inculcadas desde las instituciones ideológicas de poder; a lo que se agregan las formas mistificadas –fetichizadas- que genera la misma relación social mercantil capitalista. Todo lo cual influye en la forma en que son apropiadas y significadas las consignas y los discursos revolucionarios por las masas trabajadoras. Aclaremos que destacar la relevancia de la ideología y el discurso no significa sostener que tienen primacía causal en la explicación; pero sí es necesario darles su peso. No estamos ante simples “formas inesenciales”, sin incidencia histórica  y social, o fácilmente superables.

Por otra parte, las direcciones burguesas o reformistas burocráticas no constituyen un bloque que se presenta con respuestas homogéneamente reaccionarias; la única salida no es la dictadura, o el fascismo. Junto al garrote, está la zanahoria, como dice el dicho. Las concesiones, las promesas y los programas que se ponen las ropas del “cambio social posible”, tienen un peso no desdeñable. Frente a la crisis de 1930 en EEUU la respuesta de la clase dominante fue el New Deal, que recibió el apoyo de millones de trabajadores que no fueron a las barricadas. Lo mismo podemos decir de tantas otras experiencias, que muchas veces no son siquiera consideradas como posibilidades por los marxistas. Por ejemplo, en el Programa de Transición(escrito en 1938) Trotsky declara que los obreros de todo el mundo “ya saben” que la caída de Hitler y Mussolini solo podía ocurrir bajo las banderas de la Cuarta Internacional. Pero lo cierto es que a la derrota del fascismo y del nazismo le sucedieron regímenes capitalistas democráticos que gozaron, por decir lo menos, de relativa conformidad de la gente.

Presento otro ejemplo, del que tuve vivencia personal: estamos en España, hacia fines de 1977, en el período de transición entre el franquismo y la monarquía constitucional. Hay una gran efervescencia en la gente, que espera un cambio radical. En esas circunstancias, el PC hace un acto en un barrio obrero a las afueras de Madrid (creo recordar que era en el estadio del Getafe) y Santiago Carrillo se dirige a varios miles de sus seguidores. ¿Cuál es su propuesta estratégica? Pues un modelo como Suecia. Y los obreros asienten y aplauden ese programa de “capitalismo democrático y moderado”, con monarquía incluida. Además, en los años que siguieron, no surge en el PCE (ni en el PSOE) ninguna corriente crítica de izquierda radicalizada de importancia. Son ejemplos tomados de la vida real, que desmienten la idea de que haya un “socialismo inconsciente”, una “esencia anticapitalista”.

Más en general, no es cierto que las masas “no saben de posibilismos” y solo consideren los extremos. Lo que ocurre con mayor frecuencia es que ante las crisis la gente quiere creer en salidas milagrosas y en políticos que prometen lo que no pueden cumplir. Y cuando las cosas no se cumplen, la respuesta no es necesariamente la movilización revolucionaria: también puede haber desaliento y desmovilización porque no se ven alternativas.  Amén de la creación de nuevas opciones burguesas: a la decadencia del PSOE le sucede el engendro reformista de Podemos. ¿Qué diferencia sustancial hay entre ambos?

De fondo, en la visión de las “movilizaciones inconscientemente socialistas” y los “impulsos instintivos anticapitalistas” parece sobrevolar una concepción determinista sociológica, en el sentido que se produciría una ruptura de las masas con las direcciones y los programas burgueses, pequeño burgueses o burocráticos como simple respuesta reflejo de los sufrimientos infligidos por las crisis, la explotación del capital y las experiencias de luchas. Sin embargo, lo real es que la resultante de cualquier coyuntura de crisis y agudización de lucha de clases está determinada por constelaciones de mecanismos causales, que nunca pueden ser anticipados en su totalidad. Por eso, en política es clave comprender que a partir de una misma experiencia las conclusiones que se pueden sacar son muy diversas, dependiendo de los marcos conceptuales con que se las interprete, y de las coyunturas (no solo nacionales) de la lucha de clases. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las crisis económicas. Las crisis griega y española dieron pie a formaciones políticas burguesas que buscan reformar al capitalismo (en la idea de que las crisis se deben a la codicia de los banqueros, a la falta de control del Estado, a la globalización, etcétera). En otros lugares se fortalecieron opciones de ultra derecha. Así, en Francia muchos obreros (hoy desocupados) que antes votaban al PC, hoy lo hacen por Le Pen.

Otro ejemplo es lo sucedido luego del colapso de los regímenes stalinistas.  En la década de 1980 y comienzos de la siguiente, algunos grupos trotskistas llegaron a pensar que todas las barreras burocráticas entre ellos y las masas se estaban desplomando, que las direcciones tradicionales estaban “en un proceso vertiginoso de desprestigio”, y que, dado ese “vacío”, ahora sí “había llegado la hora del trotskismo”. ¿Cómo las masas que repudiaban al stalinismo –en un proceso “revolucionario socialista inconsciente”- iban a aceptar una vuelta al capitalismo? Otros grupos argumentaban que, en cualquier caso, apenas los trabajadores soviéticos hicieran su experiencia con el capitalismo, virarían a la izquierda y volverían a los ideales y al programa de Octubre de 1917. Pero lo cierto es que el capitalismo se impuso en el Este de Europa y en los ex territorios de la URSS y Yugoslavia, sin que hubiera siquiera un fortalecimiento medianamente apreciable de los partidos marxistas.  Incluso guerras civiles, como la que ocurrió en la ex Yugoslavia, dieron lugar a  expresiones importantes de la ultraderecha, casi fascistas.

Otro caso ilustrativo es el actual derrumbe del “socialismo siglo XXI” venezolano. Este desastre económico, conducido por milicos, burócratas estatales y una lumpen burguesía que se enriqueció de la noche a la mañana, no está dando lugar a proceso alguno de radicalización anticapitalista de masas. Miles se desalientan, caen en la apatía, o terminan consintiendo con la oposición burguesa, en  medio de la descomposición económica y social.

En conclusión, las crisis del capitalismo y las luchas generan la posibilidad de que avance una conciencia socialista en las masas trabajadoras. Pero no hay nada de mecánico en el proceso; la crisis no genera de por sí un programa socialista, ni corrientes de masas que espontáneamente abracen un programa de ese tipo. Por el contrario, la tendencia espontánea de las masas, la mayor parte de las veces, pasa por buscar soluciones dentro del sistema capitalista; cambios dentro de lo existente. Por eso, las condiciones políticas de una transformación socialista no se generan de la noche a la mañana; y tampoco son el producto de maniobras tácticas, por más “geniales” que parezcan. Los problemas fundamentales de la táctica entrista están indisolublemente entrelazados con estas cuestiones.

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“La táctica trotskista del entrismo (3)”

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[5] La táctica trotskista del entrismo (4)

Por Rolando Astarita

Artículo publicado el 13 de diciembre de 2014 en 
 

Las estructuras partidarias

Lo que hemos planteado en los apartados anteriores cobra mayor relieve cuando se trata de los partidos o movimientos de masas. La famosa frase de Marx y Engels sobre que “las ideas dominantes de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época”,  parece aplicarse doblemente a las organizaciones políticas que defienden programas y políticas burguesas, o burocrático-estatistas. Parafraseando La ideología alemana, podemos decir que los dirigentes de los partidos y movimientos burgueses, pequeño burgueses o burocráticos son los productores, reguladores y distribuidores de las ideas, o ilusiones, que adoptan las bases y simpatizantes de esos partidos y movimientos. En esta cuestión tienen un papel decisivo los “ideólogos conceptivos activos” (el término es de Marx y  Engels) asimilados por las direcciones partidarias, y más en general, los “intelectuales orgánicos” (Gramsci) que ofician de mediadores entre las direcciones y las bases. Precisemos que no se trata solo de los “altos ideólogos”, sino también de cientos o miles de personas que abarcan periodistas, funcionarios del Estado, trabajadores de la cultura, así como los cuadros medios de dirección, los encargados de organización en todos los niveles, y los militantes formados. Todo esto se potencia cuando el partido o movimiento controla las palancas del Estado, o directamente se fusiona con el mismo. En estas circunstancias el rol de estos intelectuales, desde los niveles más altos a los puestos más humildes, adquiere aún mayor relevancia. Comúnmente esta gente apoya un “ajuste a lo FMI” argumentando que “estamos afianzando el poder popular y la transformación revolucionaria”; y puede defender sin remordimientos la represión a un movimiento popular de protesta, o a una huelga, con el argumento de “le hacen el juego a la derecha y a los grupos económicos concentrados” (cualquier similitud con el discurso stalinista tradicional, no es casualidad).

Agreguemos que los partidos y movimientos de masas que se adaptan al sistema capitalista disponen de innumerables recursos materiales: representaciones parlamentarias, puestos a niveles municipales o provinciales, direcciones de sindicatos y otras organizaciones de masas, que dan lugar a un universo de posibilidades para silenciar críticas, disimular problemas, justificar lo injustificable y fortalecer adhesiones.

Por lo tanto, los trotskistas que hacen entrismo no militan en un vacío ideológico y político. Si a nivel social general las experiencias están mediadas por los discursos e ideologías, esto se repite a escala ampliada al interior de los partidos y movimientos izquierdistas (en un sentido amplio del término) de masas. Por eso, ante las crisis, suelen surgir fraccionamientos de izquierda que terminan canalizando el descontento partidario hacia renovadas alternativas burguesas, burocráticas, nacionalistas estatistas, etcétera. Si bien el entramado de ideas que se articula al interior de las organizaciones izquierdistas de masa no puede anular la lucha de clases, sí explica las formas particulares en que se digieren los procesos que los marxistas acostumbran caracterizar como “decisivos” para la siempre esperada radicalización a la izquierda de las bases.

Pero además, las direcciones de las organizaciones políticas burguesas y burocráticas habitualmente recurren a fraudes y manejos en las elecciones de delegados a Congresos y otros organismos, y a la represión de los disidentes. El ataque comienza por lo general con campañas difamatorias –los críticos son “entristas”, “fraccionalistas”, “agentes de la CIA” y similares- y después siguen los “juicios políticos” y las purgas. Cuando los burócratas y dirigentes “de toda la vida” ven amenazadas sus fuentes de subsistencia –en particular, su relación con cualquier sistema de explotación del trabajo- no hay límites ni estatutos democráticos a respetar.  Dados los ingentes recursos de que disponen estos aparatos, estas operaciones pueden generar desconfianza y desánimo en muchos sectores, y facilitan el aislamiento de los críticos. Se demuestra por esta vía que estas organizaciones en las que se hace entrismo no son “vacuas”, o “indefinidas en cuanto a su contenido”, como piensan algunos teóricos del entrismo siglo XXI. Las difamaciones, el silenciamiento a cualquier costo del disidente, las expulsiones, revelan la naturaleza de la organización. Son formas propias a sus contenidos de clase. Por eso tampoco, el carácter de clase de estas organizaciones no cambia de la noche a la mañana (al pasar, es una tontería mayúscula pensar que hasta las vísperas de la firma del pacto del Frente Popular la SFIO francesa era “centrista”, y que al día siguiente de la firma de ese pacto se convirtió en “agente de la burguesía”).

La discusión sobre el entrismo de corto y largo plazo

Una de las cuestiones más debatidas en torno al entrismo pasa por si debe aplicarse por un corto período de tiempo, o si es una táctica de largo plazo. Los que afirman que es de corto plazo argumentan que el entrismo se justifica cuando hay un proceso de radicalización revolucionaria de las masas trabajadoras; por eso, se sostiene, el entrismo es por algunos meses, para romper encabezando una ruptura masiva y a la izquierda. Los que afirman que hay que trabajar con un horizonte de largo plazo justifican su postura diciendo que es necesario ganar a las masas con un trabajo paciente y perseverante, a la manera de “topos revolucionarios”.

Pues bien, en base a lo discutido más arriba, pensamos que las dos variantes hacen abstracción de las condiciones concretas –sociales y políticas- que rodean las tácticas entristas. En lo que respecta a los “cortoplacistas”, pecan de ingenuamente optimista. Según este esquema, sería posible detectar el ascenso revolucionario con anticipación, incorporarse rápidamente al partido o movimiento de masas “centrista indefinido”, presentar programas y consignas diferenciadas de la dirección (y de cualquier otra tendencia izquierdista pero no revolucionaria) y ganar a amplios sectores de la militancia y simpatizantes que estarían dispuestos a acompañar a los recién llegados.

La realidad es que en ningún lugar algún grupo marxista se hizo de la dirección de un proceso revolucionario por esta vía. A lo sumo, se ganan algunas decenas o cientos de militantes. Activo que debe ponerse en relación con el pasivo que se tributa: rupturas y disidencias tanto a la entrada como a la salida, acusaciones por “fraccionalismo”, y desconfianza de los trabajadores, que no entienden estas maniobras. Pero además se crea un caldo de cultivo para que prosperen las intrigas y acusaciones, y haya purgas y sanciones por doquier, que oscurecen el debate sobre las cuestiones fundamentales. Por eso, en última instancia, si hay un vuelco a las ideas revolucionarias –y para esto debió existir antes agitación, propaganda, actividad sistemática de largo plazo- es más factible que se produzca la adhesión, lisa y llana, a las organizaciones marxistas que ofrecen una alternativa definida, e independiente.

Por otra parte, en relación a los que plantean el entrismo de largo plazo, los problemas no son menos importantes. También en este esquema se hace abstracción de las condiciones concretas en que puede desarrollarse una militancia que pretende ir ganando posiciones paulatinamente. Lo principal: es imposible entrar a militar con banderas críticas e independientes, estando establecido el control de las direcciones y las burocracias partidarias. Dado que los marxistas necesitan ser aceptados en la organización, deben callar cuestiones esenciales, en especial en lo que atañe a caracterizaciones de clase de programas, direcciones, orientaciones políticas. Por ejemplo, si hoy se es militante del PSUV, es imposible explicar que los burócratas y milicos dirigentes del “Estado popular en transición al socialismo”, no son “compañeros confundidos”, sino explotadores hermanados con la lumpen burguesía que se enriquece con ellos.  Pero si no se plantean las caracterizaciones de clase correctas, pierde sentido la propaganda por las ideas socialistas. Precisamente la razón de ser de un grupo político que se considera marxista consiste en llevar la crítica hasta la raíz.  Y esta no puede eludir las caracterizaciones de clase.  De ahí la tendencia general de los “entristas de largo plazo” (pero también los de corto plazo) es a embellecer a las organizaciones en que militan, y a disimular sus políticas burocráticas o burguesas. Así, hoy los trotskistas que hacen entrismo en el PSUV “miran para otro lado” cuando el gobierno de Maduro reprime al activismo sindical independiente, o sofoca huelgas y movimientos de protesta.

Pero además, a medida que el entrismo se prolonga en el tiempo, y en aras de mantenerse en la organización, se amplían las concesiones y “agachadas” ideológicas y políticas. Como dice el dicho en Argentina, cada vez hay que comerse más “sapos”. En esta dinámica, muchos terminan por “olvidarse” de que originariamente se incorporaban a la militancia para acompañar una ruptura revolucionaria, y se convierten en “consejeros de izquierda” de las direcciones y los aparatos burocráticos. O se identifican (aunque siempre con alguna observación crítica) con el programa y orientación de la organización “centrista vacua”. Un ejemplo de este proceso es el de aquellos entristas en el PSUV que proclaman que su objetivo es “defender el legado de Chávez” (¿qué tendrá que ver eso con el programa y estrategia del marxismo?) e “impedir” que la militancia descontenta rompa con la dirección, con la excusa de que “puede ser capitalizada por la derecha” (¿pero no es que había un proceso de radicalización revolucionaria?). El destino final de estas políticas de maniobras es que, o bien son cooptados por el mismo aparato al que decían combatir, o terminan expulsados, sin mayores repercusiones en lo que respecta a la relación global de fuerzas entre el capital y el trabajo.

En definitiva, no hay atajos

Como resumen de lo desarrollado en esta larga nota, quiero plantear una conclusión: hay que abandonar la idea de que se va a construir una fuerza revolucionaria y anticapitalista a fuerza de maniobras organizativas y “golpes de efecto”. Soy consciente, por supuesto, de que en este punto estoy enfrentando una tradición largamente establecida. El trabajo ideológico y político de largo plazo no puede ser reemplazado con maniobras del tipo de las entristas. Por lo argumentado más arriba, no se trata, por supuesto, de una mera cuestión táctica, sino de toda una concepción en la que están implicados problemas teóricos (lo hemos visto en torno a la caracterización de clase de la socialdemocracia, o del PSUV, para citar solo dos ejemplos) de relevancia.

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“La táctica trotskista del entrismo (4)”

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[6] “La verdad no importa, sólo cuenta la defensa del partido”

Por Rolando Astarita

Artículo publicado el 20 de diciembre de 2014 en 
 

La nota crítica sobre la táctica de Trotsky del entrismo (aquí y siguientes) dio lugar a un áspero debate -puede verse en “Comentarios”- con un militante del PTS. Este sostuvo que mis críticas a Trotsky están tomadas de la tradición stalinista, y que son “una canallada”, propia de un “charlatán”, al que no le preocupa la organización de los trabajadores (esto en el marco de que el PTS me considera un “amigo del imperialismo”). De hecho entonces, nada nuevo en lo que respecta a los métodos de discusión que imperaron tradicionalmente en la izquierda, y que he tratado en otra nota (aquí). Como he argumentado antes, uno de los objetivos fundamentales que se busca con estas cosas es destruir moral y espiritualmente al oponente crítico. En esto rige la idea de que es preferible que un militante “se funda” (en la jerga, que deje de activar políticamente) a que continúe en las filas de un partido rival. O que se llame a silencio si es un crítico independiente. Esto no me lo han contado: lo escuché y vi en el PTS, allá por los fines de los años 1980. Agrego que cuando comencé a criticar estos métodos, me echaron rápidamente.

Pues bien, quiero comentar ahora otra tradición, también oral (nadie se atreve a dejar por escrito estas cosas). La idea es que “todo vale” si está en juego la defensa de la línea del partido; incluso se justifica ocultar datos o mentir. En el viejo MAS (en el que milité durante más de una década) un miembro del Comité Central me lo decía con todas las letras: “la gran diferencia que tengo con vos es que, en mi caso, y si es necesario para defender la línea del partido, no tengo problema en mentir. La verdad científica en abstracto no existe; ese sería un criterio individualista. Todo debe subordinarse a las necesidades del partido, que es el arma fundamental de la revolución. Yo me considero un escriba del Comité Central”. Y en tono de reproche, terminaba: “vos, en cambio, si pensás que algo es verdad, lo decís, sin tomar en cuenta si coincide con la línea del partido”. Por supuesto, cito de memoria, pero doy fe de que este era el mensaje.

Más tarde me volví a encontrar con ese criterio, pero agravado: lo importante de un argumento no era su rigurosidad científica, sino si servía para atacar al partido de izquierda rival por excelencia (en un tiempo el gran “enemigo” del PTS era el viejo MAS). Por fin, la última prueba la tuve en Inglaterra, en una amable discusión con un viejo dirigente trotskista. Abiertamente me reconoció que él no podía justificar el estancamiento de las fuerzas productivas desde 1914 (estábamos en 1990), pero que nunca lo reconocería públicamente porque pondría en entredicho las bases teóricas del Programa de Transición. Cuando le señalé que el suyo no era un criterio científico, me respondió con un “admito que tengo un problema”. Lo cual no le impidió escribir luego un largo artículo acusándome de “revisionista” por negar el estancamiento de las fuerzas productivas.

Aclaro que no todos los grupos trotskistas tienen este criterio. Para dar solo dos  ejemplos, nunca lo escuché entre los seguidores de Mandel; ni tampoco creo que sea compartido por todos los partidos trotskistas de Argentina. Sin embargo, la idea está presente en varios grupos, y tiene una larga tradición. Esto tal vez ayude a algunos a entender por qué, en ciertos casos, ni siquiera hay posibilidad de encontrar la menor lógica, o apoyo empírico, a las afirmaciones que algunos dogmáticos lanzan en el curso de un debate. Para ellos lo único que importa es “ganar” una discusión como sea, y dejar en pie la línea partidaria (o el “texto sagrado”) que defienden.

Estoy convencido de que esta es una de las cosas que habría que superar en el camino de construir una alternativa anticapitalista y socialista que llegue a la gente. El marxismo es esencialmente crítico, y la base de toda crítica es la rigurosidad, como alguna vez decía Marx. Por eso también remito, una vez más, al pasaje de la carta de Engels a Lafargue, del 11 de agosto de 1884, en que explicaba: “Marx protestaría contra ‘el ideal político, social y económico’ que usted le atribuye. Cuando se es ‘un hombre de ciencia’, no se tiene un ideal, se elaboran los resultados científicos y cuando además se es hombre de partido, se combate por ponerlos en práctica. Pero cuando se tiene un ideal, no se puede ser hombre de ciencia, pues se ha tomado partido de antemano” (ver aquí para una discusión más completa), Es claro que en estas cuestiones no estamos solo ante problemas “de forma”; en el fondo anidan concepciones político-ideológicas que están en las antípodas.

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