REVOLUCIÓN EN ESPAÑA, por Karl Marx y Friedrich Engels (parte XVII) – republicado

Última entrega del libro «Revolucion en España», por Marx y Engels. Finalizamos así la parte sexta, en la que Engels nos narra las condiciones de la revuelta cantonal de 1873, criticando duramente las posiciones bakuninistas que sustentaban ideológicamente el movimiento popular de ese tiempo. 

Se ha de recordar que la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional de los trabajadores (PIT), fundada en Londres en 1864, fue una organización que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx, Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin. Las grandes tensiones, fruto de las diferencias programáticas existentes entre Marx y los partidarios del socialismo científico, y Bakunin y los partidarios del anarquismo colectivista, llevaron a la escisión entre ambos sectores: marxistas y bakuninistas.  En síntesis, los primeros proponían la formación de una internacional de partidos obreros fuertemente centralizados, con un programa de mínimos basado en la lucha por conquistas sociales y laborales concretas, y uno de máximos basado en la lucha por la revolución social a través de la conquista del poder del Estado. Mientras tanto, los segundos postulaban un modelo revolucionario basado en la organización asociativa-cooperativa (federalismo social) que pregona el poder de decisión por medio del consenso.

En 1872 el Consejo General de la AIT se traslada desde Londres, donde está ubicado desde sus inicios, a Nueva York, disolviéndose oficialmente en 1876.

En 1889 se establece la Segunda Internacional, de corte socialdemócrata, como la sucesora en sus fines políticos, y que durará hasta 1916. Y es en 1922 aparece la Asociación Internacional de los Trabajadores, organización anarcosindicalista, que prentende recoger el testigo del ala libertaria y que llega hasta nuestros días.  

Inmersos en ese clima de oposición y ruptura se han de valorar los textos de Engels que reproducimos. Al igual que éste, Marx y sus seguidores mantuvieron esa  fuerte critica, opositora a Bakunin; aprovecharon el oscuro episodio protagonizado por el propio Bakunin y Nechayev (redacción de la obra «El catecismo revolucionario») para despedazar al primero. Marx alude a todo esto en una Carta remitida a Nikolai Danielson, el 15 de agosto de 1872: 

«Bakunin ha trabajado en secreto durante años para socavr la Internacional y ahora ha sido presionado por nosotros tanto como para sacarse la máscara y separarse abiertamente de los tontos dirigidos por él, el mismo hombre que organizó el caso Nechayev. Ahora bien, Bakunin fue encargado de la traducción al ruso de mi libro (el volumen I de El capital), recibió el dinero por adelantado, y en lugar de enviar el trabajo, envió o hizo enviar a Lubanin (creo), quien negociaba el asunto en nombre del editor, la más ¡nfame y comprometedora carta. Sería de gran utilidad para mí, si esta carta me fuera enviada de inmediato. Como se trata de un asunto meramente comercial, del uso que se haga de la carta no se utilizarán nombres, espero que me consiga esa carta. No hay tiempo que perder. Si esta se envía, debe ser enviada de inmediato porque voy a salir de Londres para el Congreso de La Haya a finales de este mes».

Finalmente, expuesta la carta ante todos, el Congreso de La Haya, a propuesta de Marx y sus seguidores, decidió la expulsión de Bakunin. 

 

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Asistentes a la Primera Internacional

 

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INDICE

 

REVOLUCIÓN EN ESPAÑA

por Karl Marx y Friedrich Engels

(Parte XVII)

 

 

III

Inmediatamente después de las luchas callejeras de Alcoy se alzaron los intransigentes en Andalucía. Todavía estaba Pi y Margall en el poder y en constantes negociaciones con los jefes de ese partido para constituir un ministerio con ellos; ¿por qué pues sublevarse antes de que las negociaciones fracasaran? En ningún momento ha estado claro el móvil de esa acción precipitada; lo único seguro es que los señores intransigentes tenían mucha prisa en conseguir ante todo la rápida instauración de la República federal, para conseguir el poder y los numerosos cargos que había que crear en los diversos cantones. Las Cortes madrileñas tardaban demasiado en practicar esa atomización de España; había pues que proceder por cuenta propia y proclamar en todas partes cantones soberanos.La actitud de la Internacional (bakuninista), muy envuelta en las maniobras de los intransigentes desde las elecciones, permitía a éstos esperar su colaboración: precisamente se había apoderado de Alcoy por la fuerza y estaba consiguientemente en abierta lucha con el gobierno. A ello se añade el que desde hacía años los bakuninistas predicaban que toda acción revolucionaria «desde arriba» es perjudicial, y que todo tiene que organizarse e imponerse desde abajo. Ahora se presentaba la ocasión de imponer el célebre principio de la autonomía desde abajo, por lo menos para las ciudades. Por eso fue inevitable que los trabajadores se metieran en el lío y sacaran las castañas del fuego a los intransigentes para ser luego recompensados por estos aliados, como siempre ocurre, con puntapiés y a tiros.

 

Primera República

 

¿Cuál fue la posición de la Internacional bakuninista en todo el movimiento? Había contribuido a dar a éste la nota de la atomización federalista y había realizado dentro de lo posible su ideal de la anarquía. Los mismos bakuninistas que pocos meses antes habían declarado en Córdoba traición y engaño de los trabajadores el establecimiento de cualesquiera gobiernos revolucionarios, se encontraban ahora en todos los gobiernos revolucionarios de las ciudades andaluzas  -pero siempre en minoría, de tal modo que los intransigentes podían hacer lo que quisieran-. Mientras estos últimos se reservaban el mandopolítico y militar, los trabajadores fueron recompensados con pomposos discursos o con supuestas reformas de lo más bárbaro y absurdo, que no pasaron además del papel. Apenas los jefes bakuninistas presentaron verdaderas reivindicaciones fueron rechazados despectivamente. En sus declaraciones a los corresponsales de la prensa inglesa los intransigentes se apresuraron a negar que tuvieran relación alguna con esa llamada Internacional, y a rechazar cualquier responsabilidad por los actos de ésta; añadiendo además que tenían sometidos a rigurosa vigilancia policiaca a todos los dirigentes de la Internacional, así como a todos los refugiados de la Commune parisina. Finalmente,  y como veremos, los intransigentes hicieron fuego tambiénn contra sus aliados bakuninistas durante la lucha contra las tropas del gobierno. Así pudo ocurrir el que en pocos días toda Andalucía estuviera en manos de los intransigentes armados. Sevilla, Málaga, Granada, Cádiz, etc., cayeron en sus manos casi sin resistencia. Cada ciudad se declaró cantón soberano  y estableció una junta  revolucionaria. Les siguieron Murcia, Cartagena y Valencia. En Salamanca tuvo también lugar una intentona  semejante, aunque de naturaleza más pacífica. La mayor parte de las grandes ciudades españolas estaban pues en manos de los insurrectos, con excepción de Madrid: ciudad de puro lujo y que casi nunca interviene decisivamente, y de Barcelona. Si Barcelona se hubiera movido, el éxito habría sido casi seguro y los obreros habrían reforzado su posición en el movimiento. Pero ya hemos visto que los intransigentes eran bastante débiles en Barcelona, mientras que la Internacional bakuninista, muy fuerte todavía en la ciudad cubrió su inhibición con la huelga general. Barcelona, pues, no ocupó su puesto.

Bandera del Imperio Otomano, izada sobre el castillo de Galeras y luego teñidas de rojo la media luna y la estrella para formar la bandera roja cantonal

Pese a todo, aquella sublevación empezada sin cabeza tenía grandes posibilidades  de éxito si se la dirigía con la cabeza que había faltado desde el comienzo, e incluso si hubiera sido dirigida al modo de las sublevaciones militares españolas, en las que la guarnición de una ciudad se pronuncia, se dirige a la ciudad más próxima, arrastra consigo su guarnición previamente trabajada y así procede como un alud hasta la capital cuando alguna batalla favorable o el paso de las tropas gubernamentales a sus filas decide la victoria. El procedimiento era muy viable en esta ocasión. Los insurrectos estaban organizados desde hacía tiempo en todas partes en batallones de voluntarios cuya disciplina era sin duda lamentable, pero no más lamentable que la de los restos del viejo ejército español, disperso en gran parte. Las únicas tropas de confianza del gobierno eran los guardias civiles,  dispersos también por todo el país. Lo más importante era pues impedir la concentración de la Guardia Civil, cosa sólo realizable pasando a la ofensiva y atreviéndose a salir a campo libre; la cosa no era demasiado peligrosa, pues el gobierno no podía oponer a los voluntarios sino unas tropas tán indisciplinadas como ellos mismos. Pero además:para triunfar no había ninguna otra solución .

Pues no. El federalismo de los intransigentes y de su apéndice bakuninista consistía precisamente en que cada ciudad obrara por cuenta propia, declarando como cosa capital la separación respecto de las demás ciudades en vez de la colaboración con ellas; así arruinó toda posibilidad de ofensiva general. Lo que en la guerra campesina alemana y en los alzamientos germánicos de 1848 fue un mal inevitable -la atomización y el aislamiento de las fuerzas revolucionarias, gracias a los cuales las tropas del gobierno pudieron aplastar una rebelión tras otra- fue proclamado en España principio de la más sublime sabiduría revolucionaria. Tal satisfacción pudo tener Bakunin. Ya en 1870 (Lettres á franÇais) había escrito Bakunin que el único procedimiento para expulsar a los prusianos de Francia mediante una revolución consistía en eliminar toda dirección centralizada dejando que cada ciudad, cada aldea, cada parroquia hiciera la guerra por cuenta propia. La victoria era según él segura si se desencadenaban contra el ejército prusiano de unificada dirección las pasiones revolucionarias. La inteligencia individual de Moltke sucumbiría ante la inteligencia finalmente emancipada de la colectividad del pueblo francés. Los franceses no fueron capaces de entenderlo así en su día; pero en España Bakunin pudo felicitarse por un triunfo completo, como hemos visto y seguiremos viendo.

Mientras tanto, la gratuita explosión de aquella sublevación sin pretexto siquiera impidió a Pi y Margall seguir negociando con los intransigentes. Tuvo que dimitir; le sustituyeron en el poder republicanos puros del tipo de Castelar, burgueses sin disfraz cuyo primer objetivo fue poner freno al movimiento obrero, aprovechado por ellos hasta el momento, pero peligroso una vez llegados al poder. Se organizó una división para marchar contra Andalucía al mando del general Pavía, y otra contra Valencia y Cartagena al mando del general Campos. Núcleo de ambas divisiones eran números de la Guardia Civil procedentes de toda España, soldados veteranos y de disciplina aún intacta. Como ocunió en las operaciones del ejército versallés contra París, los guardias tenían que constituir la columna vertebral de las desmoralizadas tropas de línea y constituir en todas partes las vanguardias de las columnas de ataque; realizaron con todas sus fuerzas esas misiones. Las divisiones contaron además con algunos regimientos de línea refundidos al efecto, de tal modo que cada una de ellas contó unos 3.000 hombres. Esto era todo lo que el gobierno podía poner en pie contra los insurrectos.

 

Cantón de Cartagena

 

El general Pavía se puso en marcha hacia el 20 de julio. El 24 una sección de guardias y de soldados de línea mandados por Ripoll ocupó Córdoba. El 29 atacó Pavía las barricadas de Sevilla, que cayó en sus manos el 30 ó 31 (los telegramas dejan a menudo las fechas sin precisar). Destacó una columna ligera para someter los alrededores y marchó contra Cádiz, cuyos defensores defendieron -muy ligeramente- el acceso a la ciudad para dejarse desarmar luego sin resistencia el día 4 de agosto. Durante los días siguientes desarmó también sin resistencia San Lúcar de Barrameda, San Roque, Tarifa, Algeciras y gran número de pequeñas villas cada una de las cuales se había proclamado cantón independiente. Mandó al mismo tiempo columnas contra Málaga y Granada, que capitularon el 3 y el 8 de agosto respectivamente y sin resistencia, de tal modo que el 10 de agosto, menos de 14 días desde el comienzo de la campaña, se había sometido Andalucía entera casi sin luchar.

El 26 de julio empezó Martínez Campos las operaciones contra Valencia. En esta ciudad la sublevación había empezado entre los trabajadores. Con la escisión de la Internacional española, en Valencia había conseguido la mayoría la Internacional auténtica, cuyo nuevo consejo federal se trasladó a esta ciudad. Apenas proclamada la República y ante la perspectiva de luchas revolucionarias, los obreros bakuninistas valencianos, desconfiando de la inhibición disfrazada por las frases ultrarrevolucionarias de los jefes bakuninistas barceloneses, ofrecieron a la Internacional auténtica su colaboración en todo movimiento local. Al estallar el movimiento cantonal, ambas internacionales, utilizando a los intransigentes, pasaron inmediatamente al ataque y expulsaron la guarnición de la ciudad. No se sabe todavía la composición que tuvo la junta valenciana; por las informaciones de los corresponsales de la prensa inglesa parece sin embargo que tanto en ella como en los cuerpos de voluntarios valencianos dominaban los obreros decisivamente. Los mismos corresponsales hablan de los insurrectos valencianos con un respeto que están lejos de sentir por otros predominantemente intransigentes; alaban su virilidad, el orden que reinó en la ciudad, y profetizaron que habría una larga y dura resistencia. No se equivocaban. Valencia que es una ciudad abierta, resistió los ataques de Martínez Campos desde el 26 de julio hasta el 8 de agosto, esto es, más tiempo ella sola que toda Andalucía.

Pavía en las Cortes

En la provincia de Murcia la capital de mismo nombre había sido ocupada sin resistencia; tras la caída de Valencia Campos se dirigió contra Cartagena, una de las fortalezas más robustas de España, protegida por la parte de tierra por una muralla continua con fuertes exteriores situados en las alturas dominantes. Los 3.000 hombres del gobierno, desprovistos de artillería de sitio, eran naturalmente impotentes contra la artillería pesada de los fuertes y tuvieron que limitarse a cercar la ciudad por tierra; el cerco era empero de escasa importancia mientras los cartageneros dominaran el mar con la flota de guerra ganada con el puerto. Los insurrectos, sin preocuparse más que de sí mismos mientras se luchaba en Valencia y en Andalucía, no pensaron en que existía un mundo exterior sino cuando, reducidos ya los demás alzamientos, empezó a faltarles a ellos mismos dinero y víveres. Sólo entonces intentaron marchar contra Madrid, que dista de Cartagena 60 millas alemanas, es decir, el doble y más que Valencia y Granada, por ejemplo. La expedición terminó tristemente no lejos de Cartagena; el cerco puso un cerrojo a todo posible ataque hacia el interior; entonces pensaron en atacar con la flota. ¡Y qué ataques! Era imposible pensar en que la flota cartagenera pudiera levantar de nuevo las ciudades recién sometidas. La flota del soberano cantón de Cartagena se limitó pues a amenazar con un bombardeo y a bombardear en caso necesario las ciudades marítimas de Valencia a Málaga -plenamente soberanas según la teoría cartagenera-, si no les llevaban a bordo los víveres pedidos y una contribución de guerra en dinero contante y sonante. Mientras esas ciudades estuvieron en armas contra el gobierno en calidad de cantones soberanos, estuvo vigente en Cartagena el principio «cada cual para sí». Apenas vencidas, el principio que deseó instaurar el gobierno cartagenero fue el de «todos para Cartagena». Así entendieron los intransigentes de Cartagena y sus ayudantes bakuninistas el federalismo de los cantones soberanos.

Para reforzar las filas de los combatientes de la libertad, el gobierno de Cartagena puso en libertad a los 1.800 presos (aproximadamente) recluidos en el presidio de la Ciudad -los peores bandidos y criminales de toda España-. Las revelaciones del informe sobre la «Alianza» no permiten abrigar duda alguna sobre el hecho de que esa medida revolucionaría fue inspirada por los bakuninistas.

El informe prueba que Bakunin es entusiasta partidario de «desatar todas las malas pasiones» y que considera el tipo del bandido ruso como prototipo de verdadero revolucionario. Y lo que es bueno para rusos es excelente para españoles. Al desatar pues el gobierno de Cartagena las «malas pasiones» de los 1.800 criminales reclusos, promoviendo la desmoralización de sus tropas, no hizo más que obrar según el espíritu de Bakunin. Y el gobierno español dio con la política más acertada al esperar la rendición de Cartagena del desgaste interno de sus defensores, en vez de destruir con la artillería su propia plaza fuerte.

 

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Entrada del General Pavía en las Cortes. El golpe de Estado de Pavía, o simplemente golpe de Pavía consistió en la ocupación del edificio del Congreso de los Diputados por guardias civiles y soldados que desalojaron del mismo a los diputados cuando se estaba procediendo a la votación de un nuevo presidente del Poder Ejecutivo de la República en sustitución de Emilio Castelar

 

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IV

Veamos ahora lo que dice sobre todo este movimiento el informe· de la «Nueva Federación de Madrid»:

 

«El segundo domingo de agosto debía tener lugar en Valencia un congreso para determinar entre otras cosas la actitud que debía asumir la federación internacional española ante los importantes acontecimientos políticos ocurridos en España desde el 11 de febrero, día de la proclamación de la República. Pero la absurda (en el texto español “descabellada”) sublevación cantonalista tan miserablemente fracasada y a la que se adhirieron los internacionales de casi todas las provincias sublevadas no lo ha paralizado la actividad del consejo federal al dispersar a la mayoa de sus miembros, sino que ha desorganizado casi completamente las federaciones locales y, cosa más grave, ha suscitado contra sus miembros todo el odio y todas las persecuciones subsiguientes a ese levantamiento popular tan indignamente conducidoy fracasado

 “Al estallar la sublevación cantonalista y constituirse las juntas, o sea, el gobierno de los cantones, esas gentes (los bakuninistas) que tan violentamente chillaban contra el poder político se precipitaron a tomar parte en ellas. En ciudades importantes como Sevilla, Cádiz, San Lúcar de Barrameda, Granada y Valencia, muchos de los internacionales que se dan el nombre de anti-autoritarios ocuparon su lugar en las juntas cantonales sin más programa que la soberanía de la provincia o del cantón. Esta afirmación queda oficialmente documentada por las proclamas y otros documentos publicados por aquellas juntas, a cuyos pies figuran los nombres de conocidos internacionales de ese grupo.

 «Tan flagrante contradicción entre la teoría y la práctica, entre la propaganda y los hechos, habría sido de escasa importancia si de ella hubiera podido nacer alguna ventaja para nuestra Asociación o algún progreso de la organización de nuestras fuerzas, o alguna aproximación a nuestro objetivo capital, la emancipación de la clase obrera. Pero ha ocurrido precisamente lo contrario, como no podía menos de ser. Faltó en efecto la condición imprescindible, la colaboración activa del proletariado español, tan fácil de obtener hablando en nombre de laInternacional. Faltó coincidencia entre las federaciones locales; el movimiento quedó confiado a la iniciativa individual o local, sin dirección alguna (como no fuera la que podía imponerle la misteriosa Alianza, la cual, para verenza nuestra, sigue dominando la Internacional española). No hubo tampoco más programa que el de nuestros enemigos naturales, los republicanos burgueses. y así sucumbió el movimiento cantonalista del modo más vergonzoso, casi sin resistencia; en su hundimiento, empero, arrastró consigo el prestigio y la organización de la Internacional en España. No tiene lugar hoy día un exceso, crimen o violencia que los republicanos no echen encima de la Internacional; se nos ha asegurado incluso que en Sevilla, durante la lucha con las tropas del gobierno, los intransigentes dispararon contra sus aliados internacionalistas (bakuninistas). La reacción, aprovechando hábilmente nuestras tonterías, excita a los republicanos a perseguirnos y nos calumnia ante la gran masa indiferente; parecen conseguir ahora lo que no consiguieron en tiempos de Zagasti: desacreditar el nombre de la Internacional entre la gran masa de los obreros españoles.

 «Una serie de secciones se ha separado en Barcelona de la Internacional, protestando enérgicamente contra el periódico La Federación rgano principal de los bakuninistas) y contra su inexplicable actitud. En Jerez, Puerto de Santa María y otras ciudades, las federaciones han decidido disolverse. En Loja (provincia de Granada) los pocos miembros de la Internacional han sido expulsados por la población. En Madrid, que sigue siendo la ciudad en que más libertad se disfruta, la vieja federación (la bakuninista) no da la menor señal de vida, mientras la nuestra se ve obligada también a callar y a mantenerse inactiva para no cargar con la culpa ajena. En las ciudades del norte la guerra carlista, cada día más dura, nos impide toda actividad. En Valencia finalmente, donde el gobierno alcanla victoria después de quince días de luchas, los miembros de la Internacional que no han podido huir han tenido que esconderse y el consejo federal está plenamente disuelto».

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Hasta aquí el informe de Madrid. Como se ve, coincide plenamente con la anterior exposición de los hechos. ¿Cuáles son pues las conclusiones de nuestra consideración?

 

  1. Apenas enfrentados con una situación revolucionaria seria, los bakuninistas se vieron obligados a lanzar por la borda todo su programa tradicional. Para empezar, sacrificaron la doctrina según la cual es un deber la abstención política, principalmente la electoral. A ello siguió el sacrificio de la anarquía, de la doctrina de la supresión del estado; en vez de suprimir el estado, intentaron más bien crear gran número de nuevos estados más pequeños. Luego abandonaron el principio de que los trabajadores no deben tomar parte en ninguna revolución que no tenga como objetivo la emancipación inmediata y plena del proletariado, y tomaron parte en un movimiento reconocidamente burgués. Finalmente destruyeron su dogma apenas proclamado de que la instauración de un gobierno revolucionario es una nueva estafa y una traición a la clase obrera, figurando tranquilamente en las juntas de las diversas ciudades, y casi en todas partes con absoluta impotencia, como minoría dominada y políticamente explotada por la burguesía.

 

  1. Ese abandono de los principios predicados hasta entonces tuvo además lugar del modo más cobarde y tortuoso y bajo el peso de la conciencia sucia, de tal modo que ni los propios bakuninistas ni las masas por ellos dirigidas entraron en el movimiento con un programa cualquiera o sabiendo al menos lo que querían. ¿Cuál fue la consecuencia natural de esas circunstancias? Que los bakuninistas impidieron cualquier acción, como en Barcelona, o que se vieron arrastrados por movimientos aislados, sin plan y sin sentido, como en Alcoy y en San Lúcar de Barrameda; o que la dirección del alzamiento quedó en manos de los burgueses intransigentes, como en la mayor parte de los casos. El griterío ultrarrevolucionario de los bakuninistas se concretó pues, en cuanto llegó la hora de la acción, en deserción o en sublevaciones sin perspectiva alguna desde el primer momento, o bien en la adhesión a un partido burgués que explotó a los obreros del modo más vergonzoso y los trató además a patadas.

 

  1. Del llamado principio de la anarquía, es decir, de la federación libre de grupos independientes, etc,., no quedó más que una atomización desmedida y absurda de las fuerzas combatientes revolucionarias, atomización que permitió al gobierno someter con un puñado de tropas y casi sin resistencia una ciudad tras otra.

 

  1. El final de la historia no fue sólo que la Internacional española -la auténtica y la falsa- , bien organizada y numerosa, se viera envuelta en la caída de los intransigentes y esté hoy prácticamente disuelta, sino además el que se carguen sobre sus espaldas infinitos y fantásticos excesos sin los cuales los filisteos de todos los países son incapaces de imaginarse un movimiento obrero; con ello queda quizás impracticable durante años una reorganización internacional del proletariado español.

 

  1. En una palabra, los bakuninistas nos han dado en España un ejemplo insuperable de cómo no se hace una revolución.

 

 

Fusilamiento de miembros de la Comuna de París de 1871

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 

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