«El cristianismo y la lucha de clases», por Nicolás Berdiaeff

EL CÓMPLICE (Soy el poeta)

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.

                                                                                Jorge Luís Borges

 

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LA ARISTOCRACIA ESPIRITUAL Y LA DEMOCRACIA

Por Nicolás Berdiaeff

 

«Sólo una minoría está capacitada para interesarse por las cosas del espíritu. He ahí donde se produce la división fundamental de la humanidad, escisión infinitamente más profunda que la división de clases. Los dones espirituales de la inteligencia excepcional han sido concedidos al hombre para que se sirva de ellos como instrumento creador y para que cumpla la misión que le fue confiada. Debe escuchar la voz interior que le exhorta a servir, no a la masa social media ni a los intereses de una clase, sino a la justicia, a la verdad, a la belleza que los incita a servir a Dios y a la imagen de Dios en el hombre.»

 

 

Las clase sociales no se determinan, según Marx, sino en relación a la economía y a la producción; se deduce, pues, que sus diferentes tipos psíquicos no han sido ni profundizados ni divulgados por él. A decir verdad, Marx caracteriza mucho menos que juzga; su psicología es siempre muy de brocha gorda.

Mas las características del aristócrata, del burgués y del obrero ofrecen gran interés desde el punto de vista de la psicología social, pues no sólo representan tipos diferentes, sino razas espirituales de diversa calidad.

 

PSICOLOGÍA DEL ARISTÓCRATA, DEL BURGUÉS Y DEL OBRERO

SMarx no hubiera estado obsesionado por la idea de que la economía es la causa determinante de todas las realidades, se habría apercibido de que la diferencia es infinitamente mayor entre el aristócrata y el burgués que entre el burgués y el obrero. En efecto, el aristócrata y el burgués pertenecen a razas diferentes, mientras que el burgués y el obrero pertenecen a la misma y su desacuerdo no procede más que de una riña de familia. El tipo aristocrático y el tipo obrero representan valores independientes; no puede decirse lo mismo del tipo burgués, pese a la opinión corriente.

 

 

El tipo de aristócrata no se determina, de ningún modo, por un momento económico, siendo éste factor muy secundario. La aristocracia puede ser muy rica, y lo fue en el pasado; pero la génesis misma de sus recursos no proviene de la iniciativa y de la empresa económica; es una riqueza adquirida por la espada y que se volvió con el tiempo hereditaria. La aristocracia está desprovista de toda virtud económica, que en realidad es específicamente burguesa.

El elemento aristocrático entra en todo régimen de la sociedad, aunque éste no sea necesariamente aristocrático. Conserva un valor psicológico muy estético, aun después de haber perdido su relevancia social. Ya sabemos qué importancia les dan en las Repúblicas democráticas, en Francia y en América, a las familias nobles y a los títulos; puede que gocen de un prestigio superior al que gozaban en la antigua Rusia Imperial.

La aristocracia está condenada a perecer desde el punto de vista social y no puede regenerarse; pero psicológicamente susbsiste, pues está formada por un elemento eterno. Su pecado histórico consiste en haber hecho concesiones al burgués, en adaptarse a la fuerza creciente de la burguesía, hasta el punto de confundirse con ésta descuidando la defensa de la causa de la clase obrera. No es, sin embargo, un fenómeno general, y hay sus excepciones.

EInglaterra particularmente, el partido conservador, esencialmente aristocrático, estuvo siempre más dispuesto a solidarizarse con el partido obrero que con el liberal, ligado a la burguesía. He ahí por qué pudieron llevarse a cabo una serie de reformas sociales. Un fenómeno análogo acaeció en Alemania.

Un tipo de socialismo aristocrático opuesto al liberalismo y al radicalismo burgués es posible. El porvenir no pertenece más que a las aristocracias espiritual e intelectual, las cuales presentan, por su parte, un fenómeno particular. Esta aristocracia forma un núcleo social y psicológico que en definitiva es imposible determinar según las normas establecidas por el marxismo.

Primeramente, está al margen de toda lucha social, rozándola apenas y asociándose tan solo en parte a ella. Sus representantes pueden a veces adoptar ideologías burguesas, pero sus intereses fundamentales no son económicos; vive de los goces del pensamiento y de la creación de valores espirituales y no materiales.

 

LA ARISTOCRACIA ESPIRITUAL SE RECLUTA EN TODAS LAS CLASES SOCIALES

Según la esencia de que está formada la aristocracia del espíritu, puede reclutarse en todas las clases sociales: en la nobleza, en la alta y pequeña burguesía, entre los campesinos y los obreros. En la Edad Media esta selección se concentró en los conventos. La inteligencia era monástica; los monjes fueron los primeros filósofos, sabios, artistas y escritores. Tan sólo el monasterio rehuía la brutalidad de la vida feudal y guerrera. En la historia moderna todo ha cambiado. La importancia cultural del orden eclesiástico se ha debilitado y perdido.

La aristocracia espiritual e intelectual no es patrimonial, no es genérica, sino individual. Su valor está siempre ligada a la calidad, a las aptitudes y a la creación propia del individuo; es real y no simbólica. Si la aristocracia social recibe sus valores gratuitos por la herencia de sus antepasados, la aristocracia espiritual, por el contrario, la recibe de Dios; las dotes creadoras vienen de Dios, son gratuitas y no merecidas, como toda gracia y todo genio, pero no fueron otorgadas para esconderlas bajo tierra y para que se pierdan, sino para que fructifiquen y den intereses. Y esto significa que el fruto del trabajo corre parejo con lo gratuito.

Los profetas, los doctores de la Iglesia, los reformadores religiosos y sociales, los filósofos, los sabios, los inventores, los poetas, los pintores y los músicos pertenecen a esa aristocracia espiritual, y es imposible insertarles en ninguna categoría de clases basada en indicios económicos. La vida de estos seres está enteramente consagrada a la creación, pero ésta no es productiva en el sentido económico de la expresión, no confiere valores materiales utilizables. Los productos de su creación no son a menudo apreciados más que por una ínfima minoría.

La aristocracia espiritual, incapaz de preocuparse de cuestiones económicas, se encuentra frecuentemente en una situación material precaria, nada envidiable. El obrero tiene medios de defensa infinitamente más poderosos. Los aristócratas del espíritu y de la inteligencia fueron oprimidos y perseguidos en otra época por la aristocracia social, luego por la burguesía y ahora corren el mismo riesgo con la clase obrera.

 

 

La aristocracia espiritual no puede ser incorporada a la burguesía; no lo puede ser ni por sus indicios psicológicos ni por los sociales. Si los comunistas califican a todos los sabios, a todos los escritores de burgueses; si engloban a todos estos hombres bajo la apelación incierta de intelligentia, es por picardía demagógica, para halagar los malos instintos de los obreros, y otras veces por ignorancia: hasta lo que denomino aristocracias espiritual e intelectual no corresponde a la intelligentia en el sentido ruso de la palabra. Es inepto exaltar a la burguesía porque ha producido un sinnúmero de genios, de sabios, de filósofos, de poetas, de inventores; pero es también una inepcia anatematizar a estos grandes hombres porque provienen de la clase burguesa.

El origen social de un genio no juega papel alguno, y los marxistas mismos lo reconocen, en cuanto se refiere a Marx y a Lenin, cuando ni uno ni otro pueden jactarse de descender de origen proletario. 

No tiene interés alguno saber que Kant HegelGoethe y Schiller provienen de clases burguesas; que Pushkin y Tolstoi han salido de la nobleza; hay que ser marxistas y materialistas para hacer apología de la clase burguesa con respecto al número de genios engendrados en su seno. El genio no ha sido creado por ninguna clase social: ha sido creado por Dios. Idénticamente sucede con el genio de Marx, aunque éste se haya revelado contra Dios.

 

SÓLO UNA MINORÍA SE INTERESA POR LA JUSTICIA, LA VERDAD Y LA BELLEZA

Lo que es de interés primordial es que durante el curso de toda la historia de la humanidad sólo un número muy reducido de hombres supieron vivir con intereses espirituales e intelectuales, consagrándose a la contemplación y a la creación como a valores autónomos; que sólo una ínfima minoría buscó el sentido de la vida y su transformación creando nuevos valores. Los hombres se dividen ante todo en dos clases: la una capaz de crear, la otra incapaz de ello.

Por su naturaleza, obra de Dios, todo hombre está dotado de poder creador, aunque no sea más que bajo la forma de la procreación. Pero una mayoría aplastante, que comprende a todas las clases, ahogó en sí toda fuerza creadora para no ver más que intereses cotidianos, mundanos, económicos y comerciales, sin pensar en el otro mundo y en la otra vida.

Escuchad lo que dice la gran masa de la humanidad en público, en el seno de la familia, en la calle, y os asustaréis de la mediocridad alrededor de la cual gravitan los intereses humanos por la incapacidad de elevarse por encima de una estúpida banalidad. Todas las clases están llenas de preocupaciones de cotidianeidad social y están bajo la férula de sus leyes.

La masa no se eleva espiritualmente sobre ella más que por la vida religiosa. La religión es el único alimento espiritual de las masas, aunque acaben éstas por rebajarla a su nivel. En resumen, sólo una minoría está capacitada para interesarse por las cosas del espíritu. He ahí donde se produce la división fundamental de la humanidad, escisión infinitamente más profunda que la división de clases.

Los dones espirituales de la inteligencia excepcional han sido concedidos al hombre para que se sirva de ellos como instrumento creador y para que cumpla la misión que le fue confiada. Habiendo recibido el creador estos dones de Dios, debe escuchar la voz interior que le exhorta a servir, no a la masa social media ni a los intereses de una clase, sino a la justicia, a la verdad, a la belleza que los incita a servir a Dios y a la imagen de Dios en el hombre.

La aristocracia espiritual puede llegar a cerrar los oídos a la inclinación de esta voz y comenzar a servirse a sí misma, a vivir en un aislamiento orgulloso, lo mismo que la aristocracia social; puede apartarse del «todo» social, formar una selección aislada, despreciando el mundo que la rodea, y delectarse en su exquisitez; pero entonces traiciona su misión y se orienta hacia la decadencia y la muerte.

La aristocracia espiritual tiene que cumplir una misión profética en el sentido amplio de la expresión: la de servir un porvenir más risueño, la de infundir en el espíritu una nueva vida y la de crear nuevos valores. Cuando este espíritu profético, que anima no sólo a los profetas en el sentido religioso de la palabra, sino también a los filósofos, los poetas, los artistas, los inventores, comienza a declinar; cuando la conciencia de la misión superior se apaga, entonces la aristocracia degenera y pierde su razón de ser y su justificación.

El espíritu de muerte que amenaza a la selecta sociedad europea denuncia de un modo indiscutible la crisis social por la que atraviesa la cultura en la sociedad contemporánea. Pero las aristocracias espiritual e intelectual constituyen un elemento eterno de la sociedad humana, sin el cual no puede vivir dignamente. Es un principio jerárquico que se eleva por encima de la lucha de clases. En toda jerarquía auténtica el grado inferior depende del superior y se adhiere a él. Asimismo, el trabajo técnico depende de las formas superiores de la ciencia y de la filosofía, aunque él mismo sea a veces inconsciente y no se aperciba de ello.

 

EL BURGUÉS HA ENTREGADO LA ETERNIDAD AL TIEMPO

El capital no justifica en manera alguna al hombre. La cualidad del burgués, es decir, lo que es por sí propio y no por lo que posee, está enteramente determinada por su trabajo. El burgués es consanguíneo del obrero. Todo obrero puede llegar a ser burgués. El burgués es un obrero destinado a vencer, a llegar. Pero entonces, ¿por qué entre la clase burguesa y la obrera es donde precisamente se encuentra la lucha más encarnizada?

 

 

El burgués traiciona al pueblo obrero. No consiente en quedar orgánicamente vinculado a él, renuncia a ser su cima y su vanguardia. Comienza por avergonzarse de su origen; se viste de etiqueta y de chistera; edifica suntuosos palacios, casinos y restaurantes; forma una nueva clase hostil al pueblo obrero; crea un trabajo de explotación y opresor. Hay en todo esto una fatalidad de orden moral que determina todo el frenesí y el horror de la lucha de clases en la sociedad capitalista.

La preocupación, la incertidumbre, la ausencia de toda garantía en lo que atañe al día de mañana han alcanzado en la sociedad capitalista su extremo límite. Este desconcierto general agria los caracteres y precipita a los seres en una existencia infernal. El hombre no se ha libertado de la triste necesidad natural más que para recaer en poder del reino ficticio del dinero, en donde es imposible determinar las realidades.

El burgués que no cree más que en lo que ve y ha entregado la eternidad al tiempo es, según el católico León Bloy, el destructor del paraíso, y éste, autor de la Exégesis de los lugares comunes, hace constar con pena que Dios se ha vuelto muy decorativo en las tiendas del burgués. Pero el ideal socialista y comunista también es el del burgués, del hombre económico que ha abandonado toda personalidad y reniega de su organización técnica de la vida.

De ahí resulta que el socialismo, despojado de base espiritual, no conoce el ideal del ser humano, pues el ideal del «camarada» no corresponde de ningún modo al hombre, no hace más que evocar una forma de relación social existente entre los seres. El triste paraíso de la fábrica, desde el cual no hay posibilidad de contemplar el cielo estrellado, es un ideal esencialmente burgués.

El espíritu se opone al burguesismo, y toda negación del espíritu denota ya, en cierto modo, la mentalidad burguesa. El obrero, corrompido por la impúdica demagogia, puede muy bien, cuando suene la hora de la victoria, volverse burgués y explotador. Puede, como dueño y señor de la situación, oprimir al proletariado intelectual y exterminar toda aristocracia espiritual.

El problema social es insoluble fuera del problema espiritual y del renacimiento cristiano; sin este renacimiento espiritual del alma humana y, ante todo, la del obrero, el reino del socialismo equivaldría en definitiva al de los burgueses, al de la satisfacción terrenal, a la negación de la eternidad. El ennoblecimiento, es decir, la aristocratización espiritual de la sociedad, debe correr pareja con su democratización.

La nueva sociedad, que deberá ser trabajadora, deberá sin embargo, conservar un principio aristocrático. Según nosotros, puede tener en su fundamento otros principios que los de la competencia despiadada, y nada se opone a que sea una obra común.

* * *

NICOLAS BERDIAEFFEl cristianismo y la lucha de clases – Dignidad del cristianismo e indignidad de los cristianos, 1939. Espasa-Calpe, 1963. Filosofía Digital, 2006.

Nikolái Aleksándrovich Berdiáyev (1874-1948) fue un escritor y filósofo ruso, cuyas profundas convicciones religiosas y su oposición al autoritarismo marcaron su obra y su vida. A los 25 años, sufrió el destierro en el norte de Rusia, condenado por el régimen zarista.

 

 

 

 


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