[1] La izquierdita cobarde
Por Anibal Malvar
01/05/2019
https://blogs.publico.es/rosa-espinas/2019/05/01/la-izquierdita-cobarde/
Tal y como han ido las elecciones, lo que Pedro Sánchez dice, cuando afirma que quiere gobernar en solitario, es que tiene miedo a gobernar. Solo espera a ver qué pasa. Qué le dice Merkel. Qué le cuentan los del Ibex. Qué deliran Felipe González, Alfonso Guerra y José Bono. En qué madriguera ocultarse para no montar un gobierno de izquierdas. Santiago Abascal le hubiera llamado izquierdita cobarde. Yo también, y eso que no monto jaca.
La izquierdita cobarde de Sánchez es la que, por ejemplo, no se va a atrever a abordar el asunto de la educación concertada en España, esa que permite a la Iglesia cobrar 15.000 euros anuales por aula más que las públicas.
Mientras la izquierdita cobarde de Sánchez sigue en estos misacantanos silencios socialistas españoles, el ministro de educación de Portugal, gobierno de socialistas y comunistas, nos explica que el abandono escolar en España en el año 2000 estaba en el 29,1% y ahora en el 17,9%, mientras que en Portugal ha pasado del 44% al 12,6% en el mismo periodo. El ministro Tiago Brandao, gobierno valiente, antimerkel, y más efectivo que nosotros en todos los marcos macroeconómicos, nos fabula en una entrevista en El País esta entretenida anécdota: “Había 79 colegios concertados [en Portugal] que consumían 140 millones al año, y la ley dice que deben existir donde la escuela pública no cumple su función. Hemos quitado la subvención para el próximo curso a 49 de ellos y gastaremos 45 millones. En Santa María de Feira, a 30 kilómetros de Oporto, había un centro privado que recibía casi seis millones de euros y al lado cuatro escuelas públicas casi desiertas. No tenemos un afán excluyente, solo cumplimos con la ley”. Nuestra izquierdita cobarde no se atrevería jamás a decir ni hacer algo así.Como el impuesto a la banca. Como dice Pablo Iglesias, y como dice cualquier cristiano o cualquier pringao, ¿a vosotros la banca alguna vez os ha perdonado un descubierto o una hipoteca mal pagada? El descubierto de la la banca con los ciudadanos españoles es de 60.000 millones de euros, según nuestras cifras más amables. Y el PSOE no está dispuesto a cobrarlos. En estos días primaverales y obreros, Begoña P. Ramírez inicia en InfoLibre una serie de reportajes, documentados con la liquidación anual del impuesto de sociedades (modelo 220) que presentan Santander, Popular, Bankia y BMN ante Hacienda. Entre 2015 y 2016, tres de ellos no pagaron ni un solo euro y el Popular abonó 24 millones en 2015. ¿Sabéis cuánto se gastan estos bancos en silenciar a los periódicos grandes para que esto no se publique, y sabéis el esfuerzo que supone a un periódico pequeño conseguir y sostener esa información? La izquierdita cobarde sí lo sabe, y actúa en consecuencia. No veremos a Pedro Sánchez hablar de esto. Como tampoco habla de las cloacas del Estado, de la red de información falsa montada por el gobierno del PP con Villarejo para difamar a Podemos con la financiación de Irán, Venzuela, y con que Errejón era hijo de Irene Montero, si nos ponemos a inventar. Pero la gente se lo cree. Mis amigos se lo creen. Universitarios. Profesores. Doctores se lo creen. Pena de informadores. Pena de informados.
Así como la derechita cobarde es fácil de definir, como aquella que defiende a los curas pederastas, a los bancos esquilmadores, a los privatizadores de la sanidad y de la educación, y a los mamporreros togados que meten a políticos, poetas y raperos en la cárcel, la izquierdita cobarde también es sencilla de analizar: es la progresía que por diversas razones se dedica a hacer exactamente lo mismo. El PSOE no ha derogado la ley mordaza, no ha revertido la reforma laboral ni ha roto el concordato fascista con la iglesia. Por no hablar de un referéndum república/monarquía. Como dijo Adolfo Suárez, jefe del Movimiento, al llegar la democracia no se hizo porque Juan Carlos Iiba a perder la votación.
Para los de izquierdas, la única ventaja que tiene esta izquierdita cobarde es que ni siquiera es de izquierdas. Es un hilo musical en el que La internacional suena sin letra. Un hilo musical de un ascensor que ni sube ni baja. Solo espera a saber qué ordena el jefe del centro comercial. Con Rivera no, gritaban en Ferraz los militantes. Hasta que Botín te pegue una patada. Fútbol es fútbol, y financiación es financiación. Leamos estas viejas noticias sobre condonaciones de deudas, ay, amores:
https://www.eldiario.es/politica/Banco-Espana-entidades-ocultaron-financiacion_0_708679483.html
https://www.elmundo.es/economia/macroeconomia/2017/11/10/5a049b4622601d8e758b46c4.html
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SUMARIO:
[1] La izquierdita cobarde, por Aníbal Malvar
[2] Tiempos en que hay que defender lo obvio, por Javier Pérez Royo
[3] Desmenuzando el 28 de abril, por Joan Coscubiela
[4] El PSOE y su responsabilidad federalista y republicana, por Jose Antonio Pérez Tapias
[5] Un reality para aspirantes a político, por Ion Martinez
[6] Dejar de meter la pata sin cesar, por Javier Marías
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Tabla de contenidos
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[2] Tiempos en que hay que defender lo obvio
Por Javier Pérez Royo
02/05/2019
https://www.eldiario.es/zonacritica/Tiempos-defender-obvio_6_894920557.html
El protagonismo que está teniendo la Junta Electoral Central es un indicador de que no está cumpliendo de manera correcta la tarea arbitral que tiene asignada
La competición electoral, como cualquier competición, necesita un árbitro para que pueda tener lugar. Sin no hay árbitro, no hay competición. Habrá enfrentamiento, pero no competición. El enfrentamiento puede producirse sin reglas o con reglas, pero sin un árbitro imparcial que las interprete. La competición, no. La competición exige reglas y árbitro. Esto vale para todo tipo de competiciones, por muy diferente que sea la naturaleza de cada una de ellas.
La competición electoral se singulariza porque no tiene un árbitro, sino dos. Un árbitro en la fase procesal y otro en la fase sustantiva.
Para llegar a esa fase sustantiva es preciso recorrer un proceso electoral, en el que las diferentes opciones políticas que pretenden participar en la competición tienen, en primer lugar, que ser admitidas para poder hacerlo, y en segundo, tienen que comportarse durante el proceso de manera respetuosa con las reglas que lo regulan. El árbitro del proceso electoral es la Administración Electoral, integrada esencialmente por las Juntas Electorales (Central, Provinciales y de Zona), mayoritariamente compuestas por jueces y magistrados y siempre presididas por uno de ellos.
El árbitro sustantivo desempeña su función arbitral mediante el ejercicio del derecho fundamental de participación política reconocido en el artículo 23 de la Constitución Española.
Los jugadores que participan en la competición, partidos o agrupaciones electorales, además de ejercer el derecho de participación política, ejercen otros muchos durante el proceso electoral.
El árbitro procesal no ejerce ningún derecho, sino que simplemente vigila el ejercicio de los derechos de los demás partícipes en la competición. Desempeña la función que normalmente se entiende como función arbitral. Tiene que garantizar que la manifestación de voluntad del cuerpo electoral se alcance mediante el ejercicio del derecho de sufragio por los ciudadanos sin interferencias de ningún tipo. Tiene que garantizar que los partidos y/o agrupaciones electorales compitan en condiciones de igualdad.
El árbitro procesal debe pasar desapercibido. Es lo que ocurre con el árbitro en todo tipo de competición. Si el árbitro se convierte en protagonista de la competición, es que no está desempeñando adecuadamente la tarea que tiene asignada.
Me temo que eso es lo que está ocurriendo en el ciclo electoral que se ha abierto el 28A y que continua el próximo 26M. El protagonismo que está teniendo la Junta Electoral Central (JEC) es un indicador de que no está cumpliendo de manera correcta la tarea arbitral que tiene asignada.
La JEC no está arbitrando, sino que está tomando partido en la competición electoral. Y eso no lo puede estar haciendo de una manera ajustada a derecho. El derecho aplicable no puede ser interpretado nunca de una manera que resulte incompatible con la naturaleza de la función que el intérprete tiene asignada. El derecho electoral no puede ser interpretado nunca de manera que desnaturalice el proceso electoral. Si el resultado es la desnaturalización, la norma no ha sido correctamente interpretada.
Es lo que ocurrió con la decisión de la JEC de impedir que Vox participara en el debate organizado por LaSexta y al que había sido invitado Vox. Todos los partidos invitados habían aceptado participar. Estábamos ante el ejercicio de derechos fundamentales por una empresa privada y por cinco partidos políticos. Es un terreno en el que la JEC no tiene nada que decir. Y sin embargo, intervino y con su intervención marcó decisivamente el desarrollo de la campaña electoral. No podremos saber nunca, si el resultado del 28A hubiera sido el mismo con un solo debate electoral en el hubiera intervenido Vox, que el que ha sido con los dos debates sin Vox. Pero que la intervención de la JEC ha tenido influencia, es indudable.
Es lo que ha vuelto a ocurrir con la expulsión de la lista electoral de Puigdemont, Comín y Ponsatí. Es jurídicamente injustificable la alteración de la competición electoral que con dicha exclusión se produce, como el voto particular de cuatro de los vocales de la JEC pone de manifiesto. La decisión previsiblemente será corregida judicialmente.
Por último, este mismo jueves la JEC ha tomado la decisión de impedir que Manuela Carmena e Íñigo Errejón participen en los debates en televisión de la campaña electoral para el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma de Madrid, con el argumento de que Más Madrid es un partido nuevo y, en consecuencia, carece de historial electoral que avale su participación.
El papel lo admite todo. Hasta argumentar disparatadamente. Es imposible que los ciudadanos entiendan que la alcaldesa de Madrid carece de historial electoral para participar en un debate, a fin de que los ciudadanos que la eligieron hace cuatro años decidan si debe continuar siendo alcaldesa o no. Esto es absurdo. Se ha interpretado el derecho electoral de la manera no ya menos favorable, sino la más lesiva de los derechos fundamentales en juego, que no son solo los derechos de Manuela Carmena e Íñigo Errejón, sino también los de todos los ciudadanos integrantes del cuerpo electoral.
«Qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio»
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Por Joan Coscubiela
30/04/2019
https://www.eldiario.es/zonacritica/Desmenuzando-abril_6_894220591.html
La ciudadanía no está dispuesta a avalar el clima de crispación, intolerancia y falta de dialogo que se impulsa desde algunas fuerzas políticas y esferas de los medios de comunicación
Cómo sucede después de todas las elecciones, en los primeros momentos asistimos a una avalancha de análisis con los que nos explicamos unos a otros los datos más evidentes, los más vistosos o los más cuantificables.
Han de pasar algunos días para que vayan emergiendo los movimientos más profundos, los más significativos, que, en ocasiones, quedan un tanto ocultos. Tengo la intuición que este proceso electoral va a ser pródigo en enseñanzas de calado.
Lo ha explicado lúcidamente Ignacio Escolar en su artículo ‘Viva España’. A sus muchos ejemplos yo añadiría uno que tiene una profunda carga de futuro. En España el derecho a la educación pública y gratuita y a la sanidad universal se reconocen a toda la ciudadanía, con independencia de su nacionalidad y su situación legal. Eso, a pesar de la ofensiva de la derecha para acabar con estos derechos, en un intento de transitar desde el estado social al “welfare chovinista” que defiende en todo el mundo el nacional populismo de derechas y que ya ha implantado en otros países. El reconocimiento de estos derechos como derechos de ciudadanía social constituye un factor clave en términos de cohesión social en las emergentes sociedades post-nacionales del siglo XXI.
Esperemos que el comportamiento de la ciudadanía este 28 de abril sirva para ahuyentar esta negra opinión que tenemos de nosotros mismos. Una imagen excesivamente negativa que en los últimos años ha ido en aumento, alimentada por una corrosión democrática que se nutre de las grandes desigualdades sociales y de una corrupción no generalizada pero sí sistémica.
La ciudadanía ha utilizado su voto para enviar un mensaje nítido a la política y a los medios de comunicación. No está dispuesta a avalar el clima de crispación, intolerancia y falta de dialogo que se impulsa desde algunas fuerzas políticas y esferas de los medios de comunicación, por intereses partidarios en un caso, mediáticos y económicos en otro.
Con su voto la ciudadanía ha hecho pedagogía y ha avalado la templanza -de Norberto Bobbio- y la moderación. Ha premiado a los mejoristas y castigado a los empeoradores de todos los sectores– disculpen los palabrejos, tomados prestados en su versión catalana de Raimon Obiols.
Cabe destacar la movilización de la sociedad organizada, especialmente del sindicalismo confederal que representan CCOO y UGT. Con sus tomas de posición previas al 28A han demostrado que son independientes de los partidos pero no indiferentes al marco político que sale de las urnas.
Se habla del miedo a Vox y al trifachito de derechas -a quienes parece que la ciudadanía española teme más que a los independentistas- como un factor clave para la elevada participación. Pero no deberíamos perder de vista el impacto positivo que ha generado el clima de unidad entre las fuerzas de izquierda. El miedo mueve votos, pero en la izquierda la unidad moviliza y la desunión suele ser paralizante.
No solo ha sido una cuestión de actitud, muy evidente durante toda la campaña, especialmente en los debates. Se ha puesto en práctica una estrategia de competitividad cooperadora entre las izquierdas que tiene efectos virtuosos. Incluso me ha parecido vislumbrar una aproximación de proyectos políticos. El PSOE se ha presentado con una agenda más nítidamente social que sus políticas de gobierno (una cosa es predicar y otra dar trigo). Y Unidas Podemos nos ha ofrecido un viraje de 180 grados en relación a la Constitución, que ha pasado de ser antisocial y antidemocrática, el eje de sustentación del Régimen del 78 y el candado que había de reventar para convertirse en la gran palanca, el gran instrumento con el que poner en marcha las políticas sociales que han de garantizar derechos básicos.
En los próximos meses podremos comprobar si estos movimientos que aproximan a las izquierdas a lo que pudiera ser un programa común obedecen a sólidas reflexiones estratégicas o bien son solo fruto de la habilidad de dos animales políticos como Pablo Iglesias y Pedro Sánchez y su gran capacidad para el tacticismo olfativo.
El mapa electoral que sale del 28A está a medio camino entre la plurinacionalidad y la España cantonal. La desaparición electoral de la derecha de Catalunya y Euskadi es la prueba evidente de una realidad plurinacional, tal como destacó lúcidamente Pablo Iglesias en la noche electoral. Pero el mapa aporta también otro dato importante, las dificultades de las fuerzas políticas de representar al conjunto de la ciudadanía española. Solo el PSOE tiene presencia en todas las CCAA. En este aspecto las derechas patrioteras son muy poco nacionales, por su ausencia o debilidad en muchas CCAA. No es solo una cuestión de sistema electoral, baste ver los diferentes resultados obtenidos.
Pero no todo son evidencias, los resultados y las primeras reacciones nos envían también algunas incógnitas. ¿Qué incidencia van a tener en las elecciones europeas, municipales y autonómicas del 26 de mayo? Sin duda se trata de lógicas distintas y en España estamos acostumbrados al voto dual, incluso al de tres caras, desde el primer ciclo electoral de los años 70 del siglo pasado.
Pero la proximidad entre los dos procesos electorales y la potencia de las tendencias del 28A hace difícil pensar que no vayan a tener incidencia. Intuyo que en aquellos casos con proyectos municipales o autonómicos sólidos y afianzados el impacto será menor y no producirá fuertes discontinuidades, pero en aquellos ámbitos en los que las mayorías son escasas o los proyectos políticos que las sustentan no son percibidos por la ciudadanía como sólidos el efecto contagio puede ser determinante. Quizás por ello ya hayan aparecido voces interesadas en el mundo político y mediático que pretenden extrapolar de manera mecánica los resultados del 28A.
Las primeras declaraciones sobre la formación de gobierno distancian los proyectos del PSOE y de Unidas Podemos. Intuyo que no sabremos exactamente hacia dónde se dirigen las cosas hasta después del 26 de mayo. Estamos en el descanso de la contienda, falta la segunda parte y lo que hoy parecen evidencias, igual en el mes de Junio ya no lo son tanto.
En Catalunya los resultados hacen albergar esperanzas. En todos los espacios – para ayudar prefiero no llamarles bloques- han ganado nítidamente las fuerzas que apuestan por enfriar el clima para facilitar una salida, que no es exactamente lo mismo que la solución. Y han salido derrotados los que apuestan por enquistar o enconar el conflicto. Pero eso no significa necesariamente que se sepa aprovechar este nítido mensaje que la ciudadanía ha enviado a las fuerzas políticas.
Pronto podremos salir de dudas. Y podremos comprobar si en el campo independentista, ERC utiliza su victoria para trabajar en la búsqueda de una salida o simplemente la pone al servicio de la insomne batalla por la hegemonía en el mundo independentista. Disculpen mi incredulidad, pero tenemos algún precedente de ello en su comportamiento en otoño del 2017 o en el debate de los PGE 2019 cuando ERC fue el primer grupo en presentar la enmienda a la totalidad y en anunciar su voto en contra de los presupuestos.
En todo caso hay una incógnita que no depende del resultado electoral sino de la sentencia del Proceso en el Tribunal Supremo. No creo que se pueda exigir a nadie que trabaje por una solución mientras sus representantes y dirigentes políticos están encarcelados. La gestión de la sentencia y de sus impactos emocionales y políticos pondrá a prueba al nuevo gobierno.
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[4] El PSOE y su responsabilidad federalista y republicana
Y ahora, tras las elecciones generales del 28 de abril, ¿por dónde sigue el drama político que vivimos en España? ¡Que nadie se alarme en demasía! Si ya no cabe alarma por lo que quedó atrás, tampoco hay que exagerar por lo que tengamos hacia delante. Y además, es tarea civilizatoria de la cultura dramatizar los conflictos humanos, y así –como Georg Simmel puso de relieve– evitar tragedias. En el campo político, la democracia, con las dinámicas de participación ciudadana, de juego de mayorías y minorías, de equilibrio y control de poderes, es un complejo sistema de dramatización de los conflictos sociales, los cuales, en una versión u otra, siempre nos acompañan.
Las elecciones generales que acabamos de celebrar han supuesto una dramatización política, no exenta de sobreactuaciones y exabruptos de destacados protagonistas, que ha cerrado el acto que se venía desarrollando con un final épico: el PSOE sale victorioso con 123 escaños en el Congreso de los Diputados y Pedro Sánchez, su secretario general y candidato, de nuevo presidente in pectore. La otra cara del drama es la de los derrotados: las derechas. El Partido Popular sufre una estrepitosa mengua en su número de diputados; Ciudadanos ve ostensiblemente incrementado los que le corresponden, pero sin conseguir el objetivo proclamado hasta la saciedad de desalojar a Sánchez de La Moncloa; y Vox, con el logro no menor de 24 escaños, queda lejos –¡por fortuna!– de las expectativas creadas en torno a la irrupción de la ultraderecha en el parlamento español. Todo lo demás –destaca la supervivencia honrosa, a pesar del descenso en votos, de Unidas Podemos con 42 escaños–, queda como datos relevantes en torno a papeles secundarios en el drama electoral. No obstante, en algunos lados de la escena el guión adopta desarrollos paralelos que es obligado tener en cuenta: la fuerza de partidos soberanistas en Catalunya y Euskadi, con especial relieve de la victoria de ERC como primer partido en el ámbito catalán. No es cuestión marginal respecto a cómo continúe el drama.
En el escenario político español se ha evidenciado la pervivencia de algo que muchos pensaron que era cosa de representaciones del pasado. Nos referimos al eje izquierda-derecha, ése que en las diversas modulaciones del “momento populista” queda opacado. Es cierto que dichos polos se redefinen, pero el eje no desaparece. Estas elecciones se han jugado claramente sobre ese eje, con una polarización ciertamente muy acentuada, entre otras cosas por los temores acumulados a uno y otro lado del espectro político, activando a veces hipertrofiados fantasmas del miedo. Como el eje izquierda-derecha se entrecruza con el eje trazado en torno a la configuración del Estado, las derechas no se cansaron de esgrimir el espantajo de la ruptura de España, pretendiendo ahuyentarlo con sobredosis de españolismo suministradas desde el “modo Reconquista” hasta el discurso de la recentralización del Estado. Españolismo excluyente, en definitiva, centro de gravedad de propuestas políticas con ingredientes anti-igualitarios y antifeministas, desplegados desde envolturas neoliberales hasta nacionalcatólicas. Sin duda, el temor ante todo ello no era infundado, y eso ha activado la movilización del electorado de izquierda, con el presidente Sánchez apelando al voto útil y el candidato Iglesias invocando un voto de izquierda consecuente para poder frenar a la derecha. Nacionalistas e independentistas ya se encargaron de llamar a las urnas para defensa eficaz frente a un españolismo rampante.
Por todo ello, el PSOE, a la vez que no deja atrás la consciencia acerca del compromiso contraído al recibir un enorme caudal de votos desde un electorado plural de izquierdas para hacer frente a la amenaza real de la regresión antidemocrática pretendida por las derechas –es lo que militantes y simpatizantes concentrados la noche electoral ante la sede del PSOE transmitían coreando “con Rivera, no”–, habría de presentar, más allá de los discursos electorales, su hoja de ruta para dar continuidad al giro a la izquierda propiciado por sus votantes y por los que ha apoyado a Unidas Podemos. Puede ser precipitado, de nuevo, hablar explícitamente, desde esta fuerza política, de entrar en un gobierno de coalición, yendo más allá de pactos parlamentarios. Pero el caso es que se echan en falta al menos pistas claras por parte del PSOE de que se quiere ir hacia alianzas de izquierda, en vez de hacer concesiones a quienes desde poderes económicos insisten machaconamente en la idea de pacto con Ciudadanos, en aras de la estabilidad (según orden neoliberal). Sánchez no debiera olvidar aquellas declaraciones suyas, ya lejanas, al periodista Jordi Évole acerca de cómo presionan sobre la política quienes pretenden poner a partidos, gobiernos e instituciones a su servicio. Siguen haciéndolo.
Más allá de movimientos tácticos en torno a la inmediata investidura como presidente, estaría bien que Sánchez, desde su renovada condición como candidato para la misma, perfilara al menos cómo pretende consolidar, cual mayoría social que soporta un proyecto político de largo alcance, lo que ha sido mayoría electoral que aspira a dar paso a una mayoría parlamentaria. Puede parecer impertinente hablar de la responsabilidad política del PSOE respecto a un bloque de izquierdas, lo cual no excluye cauces de diálogo con derechas democráticas, pero articular esa mayoría social es crucial –Daniel Bensaïd lo subraya con énfasis en su libro Estrategia y partido– si se trata de iniciar una etapa donde se abran paso las transformaciones económicas, sociales y políticas necesarias por motivos de justicia en una España inserta en la Unión Europea y ubicada en un mundo globalizado.
Pertenece a lo que es responsabilidad política de un PSOE de nuevo mayoritario no eludir su responsabilidad federalista. Y está claro que aquí pisamos terreno sensible en el que el mismo Pedro Sánchez ha fijado determinadas líneas como infranqueables. Respecto a ellas hay que subrayar la necesidad de flexibilizarlas e incluso redibujarlas –la cuestión no es solamente no interponer “cordones sanitarios”–, lo cual no significa saltarse la Constitución. Pero es conclusión muy extendida que el mismo Estado de las autonomías propiciado por la Constitución está agotado, y que necesita una reforma de cuño federal. Tal reforma no puede soslayar la realidad del conflicto catalán, que ciertamente repercute en crisis del Estado. Nadie piensa, ni los independentistas, que una salida a tal crisis y al conflicto que la desencadena pueda ser inmediata, pero eso no quita que se trace una vía transitable para negociar sobre la misma con todo el rigor que exige una democracia consecuente y su Estado de derecho. Y desde esa premisa no vale excluir por principio toda posibilidad de algún referéndum legal y pactado que se proponga para Catalunya. Es el Partido Socialista el que, con toda la prudencia que se reclame, puede abrir esas vías, para lo cual la interlocución que encuentre con una ERC mayoritaria en el ámbito independentista es clave ofrecida por el mismo electorado.
Contribuir, al hilo de la formación de un gobierno, a un proyecto de izquierda ampliamente compartido y a pergeñar una salida a la crisis del Estado que se pueda presentar como legítima y legal a la ciudadanía catalana y al conjunto de la sociedad española es responsabilidad sobre la que el PSOE no debe pasar de largo. Cabe añadir que asumirla es a la vez desempeñar una responsabilidad republicana de la cual tampoco cabe desentenderse. Y para la asunción de dicha responsabilidad no hace falta poner en primer plano la cuestión pendiente de la forma de Estado, pues tampoco tiene sentido acometer la misma sin generar una conciencia republicana madura en el seno de la democracia española. Resulta que esos mismos objetivos relativos a proyecto de transformación social y federalismo plurinacional para el Estado español requieren una radicalización de la democracia que no puede ser sino republicana. Avanzar en republicanismo es lograr que electoras y electores que votan se autocomprendan como ciudadanía participativa, que ejerce sus derechos políticos con el mismo nivel de autoexigencia con que defiende sus derechos civiles o con que exige el cumplimiento efectivo de lo que suponen derechos sociales, culturales o medioambientales. Por tanto, en la oportunidad que se ha presentado, y no por azar, sino por el resultado de decisiones individuales transmutables en acción colectiva, el PSOE, junto a las fuerzas con las que un pacto pueda ahormarse, tiene esa responsabilidad federalista y republicana que desde la izquierda es percibida como condición de credibilidad política. Hay buenas razones para pensar que es parte sustancial del mensaje que los votos de las izquierdas transmiten.
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[5] Un reality para aspirantes a político
Este talent-show al estilo de Operación Triunfo, pero con aspirantes a político, se emitirá probablemente en Cuatro
Por Ion Martínez
09/08/2011
http://dvocion.diariovasco.com/television/reality-politico-201108091111.php
Un programa para encontrar a los nuevos valores de la política española, que falta le hace savia nueva y fresca. Esto es lo que propone el nuevo programa que ofrecerá la productora de ‘Sálvame’ o ‘La Noria’, un talent-show al estilo de Operación Triunfo, pero con aspirantes a político.
La idea parece descabellada, pero tampoco es fácil que salga mucho peor que el sistema actual. La propia productora asegura en su convocatoria de casting que el programa se desarrolla con vistas a su emisión en Cuatro, aunque desde Mediaset aseguran que que no es así. Cualquiera que sea la cadena que compre el formato, si cuaja el concurso-piloto, promete emociones fuertes.
Bajo el título «Casting concurso de oratoria», la productora busca personas mayores de 18 años «capaces de defender apasionadamente sus ideas y de enfrentarse a retos que pongan a prueba su don para comunicar». Como en la vida real, lo de menos parece la profundidad de las ideas, de la que nada se dice, sino las dotes como «vendemotos» de los participantes.
Los interesados pueden enviar sus propios vídeos donde expliquen de forma convicente por qué creen que deben ser escogidos. El plazo de inscripción termina el 31 de agosto.
Este futuro OT de políticos, que tiene el antecedente argentino «El candidato de la gente», está previsto que se emita a diario en las tardes de Cuatro.
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[6] Dejar de meter la pata sin cesar
Buena parte de los españoles piensa que lo menos malo sería un pacto entre el PSOE de Rubalcaba o Guerra y el Ciudadanos de Arrimadas
EN LOS ÚLTIMOS cuarenta y dos años, desde las elecciones de 1977, he votado muy variadamente. Desde —en aquellas primeras— a un partido de larga izquierda y corta vida y cuyo nombre ni recuerdo —vivía yo entonces en Barcelona—, hasta al CDS de Adolfo Suárez, que tampoco duró nada, y del cual me atrajo en su día su propuesta pionera de suprimir la mili que tanto amargó a los jóvenes españoles. Es decir, hace ya mucho que no me he sentido encorsetado por mis convicciones “de izquierdas”. Hay quienes se tatúan la frente y al día siguiente de votar son incapaces de mirarse al espejo si la papeleta que depositaron no coincide con el tatuaje o se le aproxima mucho. No es mi caso: llevo demasiadas legislaturas en las que voto contra quien me parece peor o más dañino; o a favor de quien veo menos repugnante o nocivo; o, como escribí años atrás, a quien me da “sólo” noventa y ocho patadas, en vez de las cien de nuestra locución verbal. Ojo, noventa y ocho son un montón, pero siempre hay otras formaciones que nos dan esas cien de rigor, o incluso ciento diez. Es lo que me pasa con el Partido Popular, que jamás ha entrado en mis fluctuaciones ni entrará, menos aún tras haber colocado a su frente a Pablo Casado, un vetusto joven que tiene como ídolo… a Aznar. Ni a éste ni a su partido les perdonaré nuestra involucración en la embustera, ilegal y contraproducente Guerra de Irak ni sus desfachatadas mentiras tras los atentados del 11-M de 2004, con el Ministro del Interior Acebes jurando que habían sido obra de ETA. La primera vez que voté al PSOE fue de hecho aquel año. No porque me gustara Zapatero, sino porque lo urgente me parecía que nos quitásemos de encima la losa de Aznar. Era una de esas ocasiones en las que “cualquiera menos él”. (Y dicho sea de paso, la única y aterradora hipótesis en la que me vería escogiendo la papeleta del PP sería si un día la cosa se dirimiera entre ese partido y Vox; o tal vez Podemos, que tanto se asemeja a Vox, más o menos como en Francia suelen ir de la mano el “izquierdista” Mélenchon y la ultraderechista Le Pen, o en Italia el M5Stelle y La Lega, que gobiernan juntos. Todos admiradores de Putin, por cierto.)
De aquí a dos meses volveremos a tener elecciones, y una vez más habrá que buscar el partido que nos dé “sólo” noventa y ocho patadas, o incluso noventa y nueve. El PSOE lleva largo tiempo entontecido y en buena medida “podemizado”. De Podemos y sus confluencias ya está comprobado que sólo se pueden esperar megalomanía, caudillismo, antieuropeísmo, connivencia con los independentistas totalitarios y espíritu falangista-peronista. De los partidos nacionalistas, mezquindad sistemática y deslealtad hacia el conjunto. Pablo Casado no desaprovecha ocasión de soltar imbecilidades. Pero no imbecilidades inofensivas, sino dictadas por la mala fe. Un camorrista autosatisfecho, no se entiende satisfecho de qué. Y luego está Ciudadanos. Creo que nunca he hablado de ellos, quizá porque me parecía prudente no hacerlo hasta verlos más. Han tenido la suerte de no gobernar en casi ningún sitio hasta hoy. Y cuentan con quien es, en mi opinión, la política o político más inteligente y convincente de cuantos hay en España, Inés Arrimadas. Excelente parlamentaria, siempre con el tono adecuado (firme pero no prepotente), en absoluto engreída (algo insólito en su ámbito), casi nunca da la impresión de decir lo que no piensa (tal vez hasta hace poco, tal vez por “órdenes”). Ha sido lo bastante lista, además, para “perder un avión” de Barcelona a Madrid y no estar presente en la deprimente concentración de banderas de hace tres domingos en Colón. (Cuando veo muchas banderas, tanto me da cuáles sean, no puedo evitar acordarme de Núremberg en 1934.)
Rara vez la gente vota unánimemente, en contra de lo que cada partido desearía para sí. Hay que aceptarlo y tenerlo en cuenta, y en ese sentido no estaba mal que hubiera una formación de centroderecha, aunque demasiado liberal en lo económico. Hay electores a los que eso va bien: un partido moderado, laico, conservador, no intrusista, equiparable a los que tradicionalmente ha habido en los demás países europeos. Ciudadanos podía ser eso. Así que resulta decepcionante y penoso verlo meter la pata en los últimos tiempos y enajenarse a posibles votantes. Se ha asimilado a este “nuevo” PP chulesco, beligerante y rancio, exagerado hasta la histeria. C’s se mantuvo más a distancia del de Rajoy para no verse salpicado por la corrupción, pero esa corrupción no ha desaparecido por arte de magia, y en cambio han reaparecido el encono y la bravuconería de Aznar. Tampoco le ha dado la espalda a Vox, que es como no dársela en Francia a Le Pen o en Hungría a Jobbik (partido más racista que Orbán, que ya es decir). Buena parte de los españoles piensa que lo menos malo en el actual panorama sería un pacto entre el PSOE de Rubalcaba o Guerra, para entendernos, y el Ciudadanos de Arrimadas. Dos partidos constitucionalistas, europeístas y no furibundos; en estos tiempos difíciles poco más se puede pedir. Pero Rubalcaba y Guerra están arrumbados y Arrimadas no es cabeza de lista. Quizá estén todos a tiempo —aún faltan casi dos meses— de dejar de meter la pata sin cesar.
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