INDICE – LO PEQUEÑO ES HERMOSO, de E. F. Schumacher
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«El nuevo pensamiento que se requiere para la ayuda y el desarrollo será diferente del viejo en que considerará seriamente a la pobreza. No habrá de seguir adelante en forma mecánica repitiendo: «Lo que es bueno para los ricos debe ser bueno también para los pobres». Habrá de importarle la gente desde un punto de vista muy práctico. ¿Por qué será importante la gente? Porque la gente es la primera y la última fuente de toda posible riqueza. Si se la deja marginada, si es utilizada por expertos de estilo personalista y planificadores arbitrarios, nada puede dar un fruto real» E. F. Schumacher |
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LO PEQUEÑO ES HERMOSO* (Parte IX)
Por E. F. Schumacher
Cap. XI.- El desarrollo [1]
Un Libro Blanco sobre el Desarrollo de Ultramar hecho por el gobierno británico hace algunos años establecía los objetivos de la ayuda exterior como sigue:
«Hacer lo que esté dentro de nuestro alcance para ayudar a los países en desarrollo a que provean a su gente con las oportunidades materiales de usar sus talentos, de vivir una vida plena y feliz y de mejorar paulatinamente su destino».
Puede dudarse de que un lenguaje igualmente optimista se usase hoy día, pero la filosofía básica es la misma. Hay tal vez algo de desilusión porque la tarea ha resultado ser algo mucho más pesado que lo que se podría haber pensado y los países recientemente independizados están descubriendo lo mismo. Dos fenómenos, en particular, están dando lugar a una preocupación mundial: el desempleo masivo y la migración masiva a las ciudades. Para dos tercios de la humanidad la meta de una «vida plena y feliz» con un constante mejoramiento de su destino parece estar tan lejos como siempre lo estuvo si no es que está retrocediendo. Por lo tanto, lo mejor es que volvamos sobre el problema con nuevos ojos.
Mucha gente está analizando la situación de esta forma y algunos dicen que el problema es que hay muy poca ayuda. Admiten que hay muchas tendencias negativas pero sugieren que con más ayuda masiva se estaría en condiciones de superarlas. Si la ayuda disponible no puede ser suficiente para todo el mundo, sugieren que debería estar concentrada en los países donde el éxito parece más probable. No es sorprendente que esta propuesta haya fracasado en ganar la aceptación general.
Una de las tendencias negativas en prácticamente todos los países en desarrollo es la aparición de una forma cada vez más acentuada de «economía dual», por la cual hay dos modelos distintos de vida tan ampliamente separados el uno del otro como lo están dos mundos distintos. No se trata de que alguna gente sea rica y otros sean pobres, estando ambos unidos por una forma común de vida; se trata de dos formas de vida coexistiendo de tal manera que aun el miembro más humilde de una dispone de un ingreso diario que es un múltiplo elevado del ingreso percibido por un miembro del otro grupo, aun considerando que el primero sea un simple trabajador. Las tensiones sociales y políticas que emergen de una economía dual son demasiado obvias como para hacer necesaria una explicación.
«Una de las tendencias negativas en prácticamente todos los países en desarrollo es la aparición de una forma cada vez más acentuada de «economía dual», por la cual hay dos modelos distintos de vida tan ampliamente separados el uno del otro como lo están dos mundos distintos. No se trata de que alguna gente sea rica y otros sean pobres, estando ambos unidos por una forma común de vida; se trata de dos formas de vida coexistiendo de tal manera que aun el miembro más humilde de una dispone de un ingreso diario que es un múltiplo elevado del ingreso percibido por un miembro del otro grupo, aun considerando que el primero sea un simple trabajador. Las tensiones sociales y políticas que emergen de una economía dual son demasiado obvias como para hacer necesaria una explicación»
En la economía dual de un típico país en desarrollo podemos encontrar el 15 por 100 de la población en el sector moderno, concentrado en una o dos grandes ciudades. El otro 85 por 100 vive en las áreas rurales y en pequeñas ciudades. Por razones que habrán de ser discutidas, la mayor parte del esfuerzo por el desarrollo se hace dentro de las grandes ciudades, lo que significa que el 85 por 100 de la población pasa totalmente desapercibido. ¿Qué es lo que ocurrirá con ellos? Suponer simplemente que el sector moderno delas grandes ciudades crecerá hasta que absorba la casi totalidad de la población (que es, de paso, lo que ha ocurrido en muchas de las naciones altamente desarrolladas) es totalmente irreal. Incluso los países más ricos están sufriendo el peso que una mala distribución de la población les impone.
En todas las ramas del pensamiento moderno el concepto de «evolución» juega un papel central. No ocurre lo mismo en la economía del desarrollo, a pesar de que las palabras «desarrollo» y «evolución» parecen sinónimas. Cualquiera puede demostrar la teoría de la evolución en casos específicos, pues ciertamente reflejan nuestra experiencia de desarrollo económico y técnico. Imaginemos una visita a un establecimiento industrial moderno, digamos una gran refinería. Al caminar por el interior de esa inmensidad, a través de su fantástica complejidad, podemos muy bien preguntarnos cómo fue posible que la mente humana concibiese tal cosa. ¡Qué cantidad de conocimiento, qué ingenio y experiencia hay encarnados en las instalaciones! ¿Cómo ha sido posible? La respuesta es que no emergió en forma espontánea dela mente de una persona; surgió de un proceso de evolución. Comenzó en forma bastante simple, después se agregó esto y aquello fue modificado, y entonces el todo se hizo más complejo. Pero aun todo lo que nosotros vemos en esta refinería es sólo lo que podríamos llamar la punta de un témpano de hielo.
Lo que no podemos ver en nuestra visita es mucho más grande que aquello que vemos: la inmensidad y la complejidad de las instalaciones que permiten al petróleo crudo fluir dentro de la refinería y asegurar que una multitud de productos refinados, preparados debidamente, empacados y rotulados llegue a innumerables consumidores a través de un complicado sistema de distribución. Todo esto es lo que nosotros no vemos. Tampoco podemos ver los logros intelectuales que hay detrás de la planificación, la organización, la financiación y el marketing. Menos aún podemos ver la gran base educacional que es el requisito básico de todo, extendiéndose desde las escuelas primarias a las universidades y a los establecimientos de investigación especializada, sin lo cual nada de lo que nosotros estamos viendo estaría allí. Como dije, el visitante sólo ve la punta del témpano; hay diez veces más en alguna otra parte que nosotros no podemos ver, y sin el «diez», el «uno» no tiene valor. Y si el «diez» no lo proporciona el país o la sociedad en el cual la refinería ha sido levantada, o bien la refinerías implemente no funciona o bien es en realidad un cuerpo extraño cuya vida depende de otra sociedad. Ahora bien, todo esto se olvida fácilmente, porque la tendencia moderna es la de tomar conciencia solamente de las cosas visibles, olvidando aquellas que siendo invisibles son las que hacen posible y sostienen lo que vemos.
¿Podría ser que el fracaso relativo de la ayuda, o por lo menos nuestra frustración respecto a la efectividad de la misma, tuvieran algo que ver con nuestra filosofía materialista que nos lleva a ignorar los requisitos más importantes del éxito, que son generalmente invisibles? Puede ser que si no los ignoramos, por lo menos tendemos a tratarlos como si fueran cosas materiales (cosas que pueden ser planificadas, programadas y compradas con dinero de acuerdo con algún plan de desarrollo integral). En otras palabras, tendemos a pensar acerca del desarrollo no en términos de evolución, sino en términos de creación.
«¿Podría ser que el fracaso relativo de la ayuda, o por lo menos nuestra frustración respecto a la efectividad de la misma, tuvieran algo que ver con nuestra filosofía materialista que nos lleva a ignorar los requisitos más importantes del éxito, que son generalmente invisibles? Puede ser que si no los ignoramos, por lo menos tendemos a tratarlos como si fueran cosas materiales (cosas que pueden ser planificadas, programadas y compradas con dinero de acuerdo con algún plan de desarrollo integral). En otras palabras, tendemos a pensar acerca del desarrollo no en términos de evolución, sino en términos de creación»
Nuestros científicos afirman constantemente con toda seguridad que lo que nos rodea ha evolucionado promedio de pequeñas mutaciones tamizadas a través de la selección natural. Ni siquiera se le concede al Todo poderoso el haber sido capaz de crear algo complejo. Toda complejidad, se nos dice, es resultado de la evolución. Y aun así, nuestros planificadores del desarrollo parecen pensar que ellos se las arreglan mejor que el Todopoderoso, que pueden crearlas cosas más complejas de una vez por un proceso denominado planificación, permitiendo que Atenea surja, no de la cabeza de Zeus, sino de la nada, totalmente equipada, resplandeciente y viable.
Ahora bien, por supuesto que las cosas extraordinarias e inadecuadas se pueden hacer ocasionalmente. Uno puede llevar adelante con éxito un proyecto aquí o allá. Siempre es posible crear pequeñas islas ultra modernas en una sociedad preindustrial. Pero tales islas tendrán que ser defendidas después como fortalezas y aprovisionadas, valga la figura, por helicóptero desde muy lejos o las inundará el mar que las rodea. Pase lo que pase, tengan mayor o menor éxito, inevitablemente tenderán a producir la «economía dual» de la cual he hablado. No pueden ser integradas dentro de la sociedad que las rodea y tienden a destruir su cohesión.
Podemos observar de paso que tendencias similares se están dando en algunos de los países más ricos, donde se manifiestan como una tendencia hacia la excesiva urbanización, hacia la «megalópolis», dejando en medio de la riqueza grandes bolsas de pobreza, de «marginados» y parados.
Hasta hace muy poco los expertos en desarrollo se referían raramente a la economía dual y a sus dos males de desempleo masivo y migración masiva a las ciudades. Cuando lo hacían, simplemente lo deploraban y lo trataban como si fuera algo transitorio. Sin embargo, actualmente se piensa que el tiempo solo no puede solucionar el problema. Por el contrario, la economía dual, a menos que sea contraatacada conscientemente, produce lo que yo he denominado un «proceso de envenenamiento mutuo», por el cual el desarrollo industrial de las ciudades destruye la estructura económica del hinterland, y éste se toma la revancha con la migración masiva a las ciudades, envenenándolas y haciéndolas imposibles de administrar. Estimaciones realizadas por la Organización Mundial de la Salud y por expertos como Kingsle y Davis predicen ciudades de 20, 40 y hasta 60 millones de habitantes, con una perspectiva de miseria para multitudes que desafían a la imaginación.
¿Hay alguna otra alternativa? No cabe ninguna duda de que los países en desarrollo no pueden dejar de tener un sector moderno, particularmente cuando están en contacto directo con los países ricos. Lo que necesita ser cuestionado es la suposición implícita de que el sector moderno puede expandirse hasta absorber virtualmente la totalidad de la población de una forma rápida. La filosofía rectora del desarrollo en los últimos veinte años ha sido: «Lo mejor para los ricos debe ser lo mejor para los pobres». Esta creencia se ha llevado a extremos asombrosos tal como puede comprobarse con sólo inspeccionar la lista de países en desarrollo en los cuales los americanos y sus aliados, y en algunos casos los rusos, han creído necesario e inteligente establecer reactores nucleares «pacíficos»: Formosa, Corea del Sur, Filipinas, Vietnam, Tailandia, Indonesia, Irán, Turquía, Portugal, Venezuela, países todos cuyos problemas abrumadores son la agricultura y la revitalización de la vida rural, dado que la gran mayoría de sus gentes, víctimas de la pobreza, viven en áreas rurales.
El punto de partida de todas nuestras consideraciones es la pobreza, o mejor aún, un grado de pobreza que significa miseria, que degrada y aliena a la persona humana. Y nuestra primera tarea es reconocer y comprender las limitaciones y los límites que este grado de pobreza impone. De nuevo, nuestra filosofía crudamente materialista nos hace ver solamente «las oportunidades materiales» (para usar las palabras del Libro Blanco que ya he citado oportunamente) y pasar por alto los factores inmateriales. Entre las causas de la pobreza, estoy seguro, los factores materiales son enteramente secundarios; me refiero a la falta de riqueza natural, de capital o una insuficiente infraestructura. Las causas más importantes de la extrema pobreza son inmateriales y radican en ciertas deficiencias de la educación, organización y disciplina.
«El punto de partida de todas nuestras consideraciones es la pobreza, o mejor aún, un grado de pobreza que significa miseria, que degrada y aliena a la persona humana. Y nuestra primera tarea es reconocer y comprender las limitaciones y los límites que este grado de pobreza impone. De nuevo, nuestra filosofía crudamente materialista nos hace ver solamente «las oportunidades materiales» … y pasar por alto los factores inmateriales. Entre las causas de la pobreza, estoy seguro, los factores materiales son enteramente secundarios; me refiero a la falta de riqueza natural, de capital o una insuficiente infraestructura. Las causas más importantes de la extrema pobreza son inmateriales y radican en ciertas deficiencias de la educación, organización y disciplina»
El desarrollo no comienza con las mercancías, sino con la gente y su educación, organización y disciplina. Sin estos tres requisitos todos los recursos permanecen como un potencial latente, sin descubrir. Hay sociedades prósperas con una mínima base de riqueza natural y hemos tenido abundantes oportunidades de observar la primacía de los factores inmateriales después de la guerra. Todo país, no importa lo devastado que estuviera, que haya tenido un alto grado de educación, organización y disciplina, produjo un «milagro económico». En realidad estos eran milagros sólo para la gente cuya atención estaba centrada sobre la punta del témpano. La punta había sido destrozada en pedazos pero la base que es la educación, la organización y la disciplina todavía estaba allí.
Aquí yace el principal problema del desarrollo. Si las causas más importantes de la pobreza son deficiencias en estos tres aspectos, el alivio de la pobreza depende primeramente de la remoción de estas deficiencias. Aquí está la razón de porqué el desarrollo no puede ser un acto de creación, por qué no puede ser ordenado, comprado y planificado en forma total, por qué requiere un proceso de evolución. La educación no «salta»; es un proceso gradual de gran sutileza. La organización no «salta»; debe evolucionar gradualmente para adecuarse a las circunstancias cambiantes. Y lo mismo ocurre en cuanto a la disciplina. Las tres deben evolucionar paso a paso y la tarea más inmediata de una política de desarrollo debe ser el acelerar esta evolución. Las tres deben convertirse en propiedad, no sólo de una minoría, sino de toda la sociedad.
Si se presta ayuda para introducir ciertas actividades económicas nuevas, éstas serán beneficiosas y viables sólo si pueden ser sostenidas por el nivel educacional ya existente de amplios grupos de personas, y serán verdaderamente valiosas sólo si promueven y distribuyen los adelantos en educación, organización y disciplina. Puede haber un proceso de extensión, nunca un proceso de salto. Si se introducen nuevas actividades económicas que dependan de una educación especial, una organización especial y una disciplina especial, que no son de ninguna manera inherentes a la sociedad receptora, la actividad no proveerá un desarrollo saludable sino que será más bien un obstáculo para el desarrollo. Seguirá siendo un cuerpo extraño que no puede ser integrado y que ha de exacerbar aún más los problemas de la economía dual.
Se sigue de aquí que el desarrollo no es primariamente un problema para economistas y menos aún para economistas cuyo conocimiento esté fundado en una filosofía crudamente materialista. Sin ninguna duda los economistas de cualquier creencia filosófica son útiles en ciertos estadios del desarrollo y para trabajos estrictamente técnicos, pero sólo si ya están establecidos firmemente los fundamentos generales de una política de desarrollo que abarque a la población entera.
El nuevo pensamiento que se requiere para la ayuda y el desarrollo será diferente del viejo en que considerará seriamente a la pobreza. No habrá de seguir adelante en forma mecánica repitiendo: «Lo que es bueno para los ricos debe ser bueno también para los pobres». Habrá de importarle la gente desde un punto de vista muy práctico. ¿Por qué será importante la gente? Porque la gente es la primera y la última fuente de toda posible riqueza. Si se la deja marginada, si es utilizada por expertos de estilo personalista y planificadores arbitrarios, nada puede dar un fruto real.
El siguiente capítulo es una versión levemente resumida de un documento preparado en 1965 para una Conferencia sobre la Aplicación de la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo de América Latina, organizada por la UNESCO en Santiago de Chile. Por entonces las discusiones sobre desarrollo económico casi invariablemente tendían a considerar la tecnología como algo simplemente «dado» y la cuestión era cómo transferir una tecnología dada a aquellos que todavía no la tenían. La mejor, obviamente, era la tecnología más moderna y la idea de que podría no ser útil para las urgentes necesidades de los países en desarrollo porque no se adecuaba a las reales condiciones y limitaciones de la pobreza, fue ridiculizada. Sin embargo, el documento se convirtió en la base sobre la cual el Grupo para el Desarrollo de la Tecnología Intermedia se fundaría posteriormente en Londres.
NOTAS:
(*) Título original: Small is Beautiful Ernst Friedrich Schumacher, 1973 Traducción: Óscar Margenet, 1978
[1] Basado en el Discurso de Aniversario ofrecido a la reunión general del África Bureau, Londres, 3 de marzo de 1966
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