EINSTEIN: CIENCIA Y CONCIENCIA, por Hedwig Born

LAS MOLECULAS DE LA EMOCION

por Alba P. Romero

Sabemos que nuestro cerebro está compuesto de multitud de células llamadas neuronas, dotadas de ramas que se conectan entre sí formando redes que funcionan de acuerdo a la ley de memoria asociativa. Este esquema es enormemente práctico, pues en la medida en que ciertas asociaciones se consolidan generamos comportamientos automáticos de respuesta a ciertos estímulos, que tornan más fluido nuestro accionar cotidiano, permitiéndonos centrar nuestra atención únicamente en los eventos “de excepción”.

Pero qué sucede cuando estas asociaciones nos conducen al sufrimiento? Qué pasa por ejemplo con nuestra disposición hacia el amor si repetidamente lo asociamos con experiencias de dominación o abuso emocional? Qué pasa con nuestra disposición a la prosperidad si una y otra vez revivimos experiencias de pérdida o de escasez? O con nuestra disposición a la amistad si constantemente la asociamos con experiencias de traición?

Tengamos en cuenta además que nuestro cerebro no distingue entre aquellas experiencias que estamos realmente viviendo en el presente y aquellas que recordamos, por lo que cualquier repetición de la experiencia continúa generando estos patrones asociativos a través de los cuales percibimos el mundo. Jung llama a este fenómeno “proyección”, entendiendo por tal un proceso psicológico por el cual el mundo se convierte en una pantalla sobre la que proyectamos constantemente las imágenes de nuestro pasado. Vivimos así el presente a través de los lentes del pasado, que a su turno no sólo “colorean” sino que “condicionan” nuestras expectativas, y en definitiva finalmente siempre “obtenemos lo que buscamos”, esto es, situaciones que confirman nuestras creencias, estructuras y paradigmas mentales. (“Sabía que esto iba a suceder”)

Pero aun hay más: Tal como explica la neurobióloga Candace Pert en su libro “Las moléculas de la emoción”, cada emoción que sentimos circula por nuestro cuerpo en forma de elementos químicos llamados neuropéptidos. La farmacia más sofisticada del universo está dentro nuestro, en el hipotálamo, que es como una minifábrica de pequeñas secuencias encadenadas de aminoácidos. Hay sustancias químicas para el enojo y para la tristeza, para la victimización, para cada estado emocional. Son las endorfinas, la serotonina, la dopamina, la norepinefrina … Y cada vez que activamos cierta interpretación o pensamiento nuestro hipotálamo inmediatamente libera ese péptido en la corriente sanguínea. Si tenemos presente que cada una de las células del cuerpo tiene miles de receptores tapizando su superficie, abiertas a la recepción de tales neuropéptidos, advertiremos que nuestros estados emocionales anidan finalmente en la totalidad de nuestro organismo. En otros términos, según la Dra. Pert, los péptidos son las hojas de música que contienen las notas, las frases y los ritmos que permiten a la orquesta, que es el cuerpo, tocar como una unidad integrada y la música resultante es el tono corporal que vivimos como “emoción”.

Pero cabe hacer algo al respecto? Podemos trascender esta especie de programación, cambiar nuestros modelos internos, desaprender modos negativos de pensamiento y comportamiento y aprender nuevas consignas? La respuesta es afirmativa. La neuroplasticidad implica que durante toda la vida mantenemos nuestro poder para desconectar y reconectar nuestras neuronas, desarticular y formar nuevas redes de pensamiento. Y si las células de nuestro cuerpo desarrollan mayor cantidad de receptores hacia aquellas sustancias que las impactan con mayor frecuencia, también podemos actuar para superar aquellas adicciones emocionales que nos hacen sufrir empezando a generar receptores nuevos para los péptidos correspondientes a los estados emocionales a los que aspiramos. Tal es el poder de nuestra mente, tal la sede de nuestro liderazgo personal.

Durante toda nuestra vida estamos al volante, al timón de la vida. Los estados emocionales son también un dominio de diseño. Pero para cambiar las conexiones asociativas automáticas, para cambiar en último término nuestra propia biología celular (a nivel de receptores de neuropéptidos), lo primero que tenemos que cambiar es nuestra manera de pensar. Es hora de corregir el curso de nuestra trayectoria y movernos a un territorio completamente nuevo, es hora de empezar a cambiar desde adentro … Es hora de reemplazar el resentimiento por la aceptación, la resignación por las ganas, es hora de empezar a perdonarnos a nosotros mismos, a desarrollar la gratitud a la vida misma y potenciar la conexión con nuestros dones y talentos. Es hora!

 

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EINSTEIN: CIENCIA Y CONCIENCIA

por Hedwig Born

 

“Sencillamente, a mí me produce más alegría dar que recibir en todos los aspectos; no concedo demasiada importancia a mi persona ni a lo que hace la muchedumbre; no me avergüenzo de mis debilidades ni de mis vicios; y por naturaleza acepto las cosas con humor y con calma. Hay muchos como yo, y no acierto a comprender en absoluto por qué han hecho de mí una especie de ídolo. Resulta tan incomprensible como el que un alud, a causa de un copo, se desprenda y tome un determinado camino” (Einstein).

 

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Si alguna vez tenemos la dicha de conocer la perfección en cualquiera de sus formas, nosotros, que imperfectos nos movemos dentro de la imperfección, conservaremos para siempre esta huella impregnada en nuestro ser. Jamás podremos olvidar que este estado existe y que puede alcanzarse. Esto ha de sucederle a todo aquel que haya conocido a Einstein.

¿ACASO SOY YO EL LOCO O ESTÁN COMO CHOTAS LOS DEMÁS?

Quizá no debiéramos utilizar palabras tan grandilocuentes al hablar de él, y no deja de ser bueno que no pueda leer sus necrologías. A menudo me reía con él sobre su celebridad, que tenía las más insospechadas consecuencias. Antes de seguir adelante desearía copiar el único poema suyo que conozco, escrito al pie de una fotografía que una señora se había comprado por su cumpleaños, enviándosela a Albert para que le escribiera una dedicatoria:

Adonde quiera que vaya y donde quiera que esté/ siempre veo un retrato mío./ Sobre el escritorio, en la pared,/ colgado del cuello con una cinta negra./ Hombres, mujeres, cosa extraña,/ solicitan un autógrafo./ Todos desean un garabato/ del joven sabio./ A veces pienso en mi suerte,/ en momentos de lucidez:/ ¿Acaso eres tú el loco,/ o están como chotas los demás?/” 

Nunca olvidaré la primera visita que nos hizo Einstein. Debió de ser a principios de 1.916, en Berlín, cuando llegó a nuestra casa con su violín para tocar en compañía de mi marido. Irradiaba un cálido afecto cuando me dio la mano y me dijo: “He oído que acaba de tener un hijo, ¿no es así?”. Y a continuación dejó su violín, se quitó sus “rollitos” -los puños postizos de hombre ahorrativo- y los lanzó a un rincón. Luego interpretaron a Haydn, por quien entonces sentía especial predilección.

 

SOLIDARIO CON LA VIDA

En aquellos oscuros años de guerra en Berlín, la total independencia de Einstein respecto de su propio Yo y su visión serena, muy por encima de lo inmediato, transformaron mi congoja interior en una sensación liberadora de felicidad.

En cierta ocasión, Einstein cayó gravemente enfermo y si no hubiera sido por los abnegados cuidados de su prima Elsa, que entonces todavía no era su esposa, ello le hubiese costado la vida. En una de mis visitas, en la que me hablaba con animosa tranquilidad sobre la muerte, le pregunté si no tenía ningún miedo a morir. “No”, dijo, “me siento tan solidario con todo lo viviente que me es indiferente dónde empieza y acaba cada individuo”. Así expresó la unidad última en lo humano, que durante toda su vida buscó en las leyes de la naturaleza.

 

UNA CIENCIA INSUSTANCIAL Y SIN SENTIDO

No resulta sorprendente que fuese él precisamente quien me ayudase a no sentirme perdida como en un frío paisaje lunar entre los científicos en busca de la objetividad. La física moderna avanzaba a mi alrededor a pasos agigantados; sólo existía la “verdad objetiva”, que para mí, desgraciadamente, no significaba nada, y todo lo humano quizá pronto pudiera describirse mediante expresiones científicas.

Entonces pregunté a Einstein en una ocasión: “Bien, ¿cree usted que se podrá llegar a representar absolutamente todo de una manera científica?”“Sí”, dijo él, “es muy posible, pero no tendría ningún sentido. Sería una representación con medios inadecuados, igual que si se representase una sinfonía de Beethoven como curvas de presión de aire”. Aquello fue un consuelo. En cualquier caso se fue infiltrando en mí algo de Física.

 

LA ALEGRÍA DE LA VIDA SENCILLA

Cuando dejamos de vivir en Berlín, fui huésped de los Einstein en diversas ocasiones. Una de esas veces, en que Einstein había partido de viaje, fui alojada en su habitación. Mientras el resto de la casa estaba repleta de los pesados muebles de su esposa Elsa, el cuarto de Einstein contenía sólo lo imprescindible y de una sencillez espartana: la cama, la mesilla, una silla, una mecedora, y una estantería, sobre la que había unos manojos de pruebas de imprenta atados con cordeles. No existía ni colcha, ni cuadros, ni alfombras. “Todo cuanto se posee es un lastre”, y: “No hay nada a lo que no pudiera renunciar en cualquier momento”.

Muchos años después, en 1.949, le pregunté por carta qué opinaba del ideal de la “vida sencilla”, tal y como recomendaba a sus miembros la Sociedad de Amigos (cuáqueros), a la que yo pertenecía desde 1.937, cuando vivíamos en Edimburgo, porque ve en cualquier clase de lujo personal la semilla de las guerras. Me contestó:

Me pregunta usted qué opino de la vida sencilla. Sencillamente, a mí me produce más alegría dar que recibir en todos los aspectos; no concedo demasiada importancia a mi persona ni a lo que hace la muchedumbre; no me avergüenzo de mis debilidades ni de mis vicios; y por naturaleza acepto las cosas con humor y con calma. Hay muchos como yo, y no acierto a comprender en absoluto por qué han hecho de mí una especie de ídolo. Resulta tan incomprensible como el que un alud, a causa de un copo, se desprenda y tome un determinado camino”.

 

DESCUBRIR “SENCILLAMENTE” LA ESENCIA DE LAS COSAS

¿Quién, excepto Einstein, podría decir que “sencillamente le produce más alegría dar que recibir”, sin suscitar una sensación penosa? El descubría “sencillamente” la esencia de las cosas, y lo mismo hacía, con benevolencia y humor, con las personas.

Le divertían con pasión los chistes. Una vez, durante la Primera Guerra Mundial, le pedí que me dejara un libro bueno para un viaje y me envió los “Cien mejores chistes judíos”. En otra ocasión protesté por uno de sus chistes sobre las mujeres, pues lo consideraba injusto. Entonces me escribió:

No debe tomar demasiado en serio mi chiste, ni juzgarlo según el principio de lo uno o lo otro. Ni iba tan en serio ni intentaba defender la exactitud de la afirmación que expresaba: uno se sonríe y acto seguido se pasa al orden del día. Lo mismo que con los chistes sucede también un poco con las pinturas y con las representaciones teatrales. Yo creo que no deben ofrecernos un esquema lógico, sino un aspecto delicioso de la vida, en diferentes tonalidades cambiantes, según el estado de ánimo del observador. Si nos queremos alejar de esta vaguedad entonces no nos queda más remedio que estudiar Matemáticas. Y éstas sólo consiguen su fin a costa de convertirse, bajo el bisturí de la claridad, en algo insustancial. El contenido vivo y la claridad son antípodas, y el uno acaba donde comienza la otra. Esto es lo que estamos viviendo hoy día, de forma francamente trágica, en la Física”.

 

INDEPENDENCIA Y HUMANIDAD

La independencia de Einstein respecto de su propio Yo y de los demás, incluso de aquellos que estaban muy próximos a él, no era fría. No necesitaba de los hombres, pero le producían una alegría interior y sufría con ellos. Si el gran público, al cual sólo le importaba la fama, no hubiese irrumpido de forma desconsiderada en su retiro para arrancarle de su retraimiento, sólo habría conocido de él su postura en contra de la iniquidad, de la opresión y de la injusticia de todo tipo.

El problema del individuo y la sociedad volvió a surgir en nuestras conversaciones y cartas. También él estaba sometido a la ley del optimismo de la juventud y de la resignación de la vejez, como lo pueden demostrar dos párrafos extraídos de cartas suyas:

Su carta, querida señora Born, era verdaderamente excelente. En efecto, el elemento reparador de la sociedad y del arte japoneses radica en que el individuo vive de forma tan armónica dentro de su esfera, que en esencia no se vive a sí mismo, sino a su comunidad. Todos nosotros hemos aspirado a esto en la juventud y hemos tenido que resignarnos más tarde. Por tanto, no desearía pertenecer a ninguna de las sociedades que conocemos, como no fuese a la comunidad de “los que buscan”, que siempre ha contado con tan pocos miembros”.

LIBERACIÓN DEL YO Y DE LA SOCIEDAD

Y en 1.949, escribía, en contestación a un artículo mío en el que yo trataba de demostrar que la moral cristiana sólo va dirigida al individuo y que la masa es, por así decirlo, el producto final del proceso de mejoramiento; y que no se puede empezar por la masa y acabar por el individuo, porque el individuo entretanto ha perdido su sentido libre de la responsabilidad y su iniciativa moral:

Considero totalmente correcta su tesis de que la liberación de las ligaduras del yo constituye el único camino hacia una humanidad satisfactoria. Pero también es verdad que no se le puede achacar todo al individuo, pues en una sociedad basada en una competencia despiadada (instituciones), la actitud social del individuo tiene que atrofiarse. Por tanto, los esfuerzos de mejora han de referirse a ambas fuentes del comportamiento humano”.

Su voz viviente ha enmudecido, pero permanecerá, hasta el final de sus días, en los oídos de quienes la escucharon.

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HEDWIG BORN, Einstein en la intimidad, Alianza Editorial, 1971. Filosofía Digital, 2006.

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Hedwig Ehremgberg y Marx Born

El matemático, físico alemán y Premio Nobel de Física Max Born contrajo matrimonio en el año 1912 con Hedwig Ehremgberg. Gracias a la relación con Hedwig, quien contaba con una gran inquietud espiritual y desde 1937 pertenecía a los cuáqueros, Max Born fue manifestando interés sobre su propio trabajo más allá de lo puramente científico, decidiendo no participar en el desarrollo de la bomba atómica y desarrollando una conciencia social orientada a la paz y el entendimiento.

A pesar de sus diferencias científicas, Born y Einstein sostuvieron una rara y cercana amistad durante más de cuarenta años, manteniendo una intensa correspondencia en la que era también protagonista la exposa de Born, Hedwig. 

 

 

 


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