SIN MIEDO FRENTE AL TERROR. GRANDEZA DE UNA PARADOJA CIUDADANA, por José Antonio Pérez Tapias

Raquel Rull, una educadora social de Ripoll que conoció a algunos de los terroristas de los atentados de Barcelona y Cambrils, escribió una carta que se ha hecho viral. El lunes, las palabras de esta catalana llegaban por WhatsApp a miles de personas. 

En estas líneas, la educadora explica la incredulidad que vivió al enterarse del suceso perpetrado por los «niños» que ella conocía. Rull intenta desahogar el dolor que siente por lo ocurrido en las Ramblas «donde he dejado más de un par de suelas caminando por ella» y por que «hayan sido ellos», escribe. 

“Quiero explicar cosas que no saldrán en los periódicos ni en la tele. Necesito gritarlo a los cuatro vientos, porque mi corazón está muy triste, mucho.

Nunca había tenido un sentimiento tan fuerte como este, porque no es racional, no viene de algo que ves que tiene que pasar o que forma parte de la vida. Viene de otro sitio que no soy capaz ni de describir.

Estos niños eran niños como todos. Como mis hijos, eran niños de Ripoll. Como aquel que puedes ver jugar en la plaza, o el que carga una mochila enorme de libros, el que te saluda y te dejar pasar delante en la cola del super, el que se pone nervioso cuando le sonríe una chica.

Me duelen las chispas que encienden el odio en las redes, en la calle, en el pueblo donde vivo, los periódicos…

Donde se muestra la ignorancia, el rencor, la indiferencia, el no respeto hacia el prójimo, los tópicos, las fronteras, el girar la cabeza hacia otro lado, el no saber ponerse en la piel del otro.

Y esto se repite siglo tras siglo, año tras año. ¿Qué estamos haciendo mal? Debemos detener esto. Debemos hacer algo. Y yo que creía que lo estaba haciendo bien, que había contribuido con mi granito de arena…

Es cierto que nunca lo había vivido en primera persona y esto ha hecho que haya cambiado el punto de vista. Y además ahora lo veo desde el otro lado y estoy destrozada.

Las cosas que pasan en la tele o en la otra punta del mundo, son cosas que se acaban diluyendo y olvidando, y no se sabe lo que es cierto, o real. Y terminaba ganando la ira, la rabia e incluso acabamos aclamando «el ojo por ojo, diente por diente» para castigar estos actos.

Ahora tengo una sensación que se escapa…

Me duele ver el mosaico de Miró manchado de sangre. Me duele ver que es en mi ciudad. Me duele pensar que podría haber conocidos y familiares en las Ramblas donde he dejado más de un par de suelas caminando por ella.

Me duele que hayan sido ellos…

No puedo contener las lágrimas. Es más, no he podido dejar de llorar desde el primer día y sé que nunca podré dejar de hacerlo. Estoy destrozada, rota por dentro.

Sé que estos días la balanza y el apoyo se decanta hacia las víctimas, hacia los hijos perdidos, las familias destrozadas, la ciudad de duelo.

Pero permitidme contaros y enseñaros la otra cara de la moneda, la que no sale en los periódicos, la que no llora en público, la que en silencio se seca las lágrimas porque parece que esté mal visto llorar por ellos.

Permitidme enseñaros cómo eran ellos, o al menos los niños que conocí yo. Mis pre-jóvenes del Lokal. Se me hace tan duro.

He trabajado casi toda mi vida, ahora ya tengo 41, en el mundo social, a pie de calle, en las trincheras como decimos nosotros. Nada más aterrizar en Ripoll, empecé a trabajar con un grupo jóvenes, pero había niños casi de todas las edades, unos cuidaban de los otros.

El más pequeño tenía unos 8 años y venía siempre de la mano de su hermano. Un hermano educado, tímido, amable, buen estudiante, tranquilo, en la escuela nunca se metía en líos. Un niño que siempre me ofrecía bolsas de quicos o alguna golosina que se compraba con el poco dinero que tenía.

Había dos hermanos que siempre se peleaban. El mayor se ponía rojo cuando entraba aquella niña que le gustaba, aunque nunca le llegó a decir nada. Nunca fallaba al lokal cuando estaba ella.

Al cabo de un tiempo llegaron más jóvenes del Nador, muchos aprendieron sus primeras palabras y por qué no decirlo: insultos entre golpes de ping pong. Yo también aprendí algunos en su lengua.

Y cómo no, después venían los hermanos, las nuevas generaciones. Los traviesos, los de los ojos vivos y la sonrisa en la boca.

Todos íbamos creciendo y pasando etapas. ¡No sufrimos con la adolescencia, madre mía !! Entre granos, espinillas, testosterona, y sueños por cumplir. Todavía recuerdo las largas charlas en el despacho. Raquel necesito hablar contigo… y allí hacíamos nuestras tertulias y hablábamos del futuro.

Piloto, maestro, médico, colaborador de una ONG. ¿Cómo se ha podido esfumar esto? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento…? ¡¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas!! Erais tan jóvenes, tan llenos de vida teníais toda una vida por delante… y mil sueños por cumplir.

Ya no podré volver a decir qué guapos estáis, o ¿ya tienes novia? O, madre mía cómo has crecido. No podré ver a sus hijos, como lo hago con los demás. No os podré abrazar… Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer.

Esto no debe quedar con una historia más, tenemos que aprender que debemos hacer un mundo mejor. Practicando con el ejemplo, educando en la no violencia, transmitiendo el no odio, la igualdad. Educando en las escuelas, en los espacios abiertos, en las familias, a nuestros hijos…

Me quedan muchas cosas dentro y muchas instantáneas que nunca olvidaré.

Said, Moha, Moussa, Youssef, Omar… Younes… Y ahora Houssin… (es una pesadilla, la lista cada vez es más larga).

¿Cómo puede ser, Younes …? Me tiemblan los dedos, no he visto a nadie tan responsable como tú…

Los actos que habéis cometido no tienen explicación y no son lícitos … la guerra, la ira, el odio no llevan a ninguna parte. Nunca, en nombre de nadie. Ni para nadie. Ni dioses, ni banderas, ni religión… Sólo puedo decir que tengo el corazón roto…»

 

http://www.publico.es/sociedad/carta-educadora-social-conocia-terroristas.html

 

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Sin miedo frente al terror. Grandeza de una paradoja ciudadana

Por Jose Antonio Pérez Tapias

 

Articulo publicado el día 20 DE AGOSTO DE 2017 en: 

 

Del impacto de tanta muerte violenta, de tanta irracionalidad terrorista, nos rescataron los miles de ciudadanas y ciudadanos que, reunidos en la Plaza de Cataluña tras el atentado del  día anterior en las Ramblas, fueron capaces de transmutar catárticamente las solidarias emociones del dolor en no menos solidarias emociones de valor. Así lo hicieron al unir sus voces para gritar “no tenim por”, “no tenemos miedo”. Era la expresión lúcida de un hondo sentir que permitió verificar cómo hay momentos también en la vida pública de una sociedad en los que la razón y la pasión pueden conjuntarse de forma que hubiera encantado a aquel incansable luchador por la libertad que hace siglos propugnaba ese feliz maridaje: el filósofo Baruch de Spinoza. Me atrevo a decir que hubiera quedado asombrado de la capacidad de un pueblo para sobreponerse a la profunda tristeza causada por tanta muerte sembrada por la barbarie terrorista y, asumiendo que nada puede impulsar hacia adelante desde pasiones tristes, afirmar juntas la razón democrática y la pasión por la libertad como el mejor homenaje a las víctimas injusta e irracionalmente masacradas.

Razón democrática y pasión por la libertad precisamente son puestas a prueba cuando una brutal acción terrorista, llevada a cabo por jóvenes  subjetivamente movidos por el odio y objetivamente inscritos en la perversa estrategia de la violencia “yihadista” de esa formación antipolítica atrabiliariamente reactiva que es el llamado Estado Islámico, presenta el durísimo rostro de una destructividad extrema. Por desgracia, es la destructividad ya ejercida en tantas ocasiones en las que los asesinos de este terrorismo de la época de la globalización han dejado su sello de muerte tanto en ciudades europeas como –mucho más- en poblaciones del mundo árabe-musulmán. No es fácil hacer frente a ese terrorismo y va a ser dura y compleja la tarea colectiva para su erradicación. Los factores que nutren el resentimiento del que se alimenta –marginalidad de ciudadanos árabes no integrados en países occidentales y humillación así vivida en guerras como las de Irak y Siria- , así como las causas que operan en la realidad de un Estado Islámico que se concibe anacrónicamente como califato, pero que se apoya en los beneficios del petróleo, en el tráfico de armas y en los turbios tejemanejes de diversas potencias y actores locales en el magma geopolítico de Oriente Medio, son factores cuya incidencia se ve tan fuerte y de largo alcance en nuestro mundo que por eso mismo no permite muchos alicientes para el optimismo.

Pero, aun con panorama tan complejo y ciertamente desolador, siendo todo ello como es de sobra conocido, la respuesta ciudadana a los atentados sufridos en Barcelona y en Cambrils permite decir con Erich Fromm que “no hay razón para ser optimistas, pero sí para tener esperanza”. Precisamente son palabras que el filósofo y psicoanalista autor de Anatomía de la destructividad humana plasma en medio de sus análisis sobre esa agresividad maligna que, específicamente humana hasta poder deshumanizarnos y hacernos capaces de lo inhumano, conlleva una necrofilia tan destructora como autodestructiva al añadir ingentes dosis de odio a la pulsión de muerte. Cuando arraiga en seres humanos tal pasión negativa, y encuentra caldo de cultivo en un terreno culturalmente convertido en erial del sinsentido, se entra en lógicas asesinas y  dinámicas de muerte difíciles de erradicar. Pero si el optimismo es una ingenuidad, la esperanza es obligación moral, la cual, por lo demás, no nos exime de saber que el mal, con su amenaza, tiene raíces de extirpación más que compleja si, como apunta Rüdiger Safranski al tratar sobre “el mal o el drama de la libertad”, la conciencia elige la crueldad.

Cuando la ciudadanía afirma que no tiene miedo está haciendo una declaración colectiva de esperanza desde la consciencia de lo que supone el terror al que se enfrenta. No sería razonable decir que no se alberga temor. Los terroristas pueden actuar en cualquier momento y lugar, y asestar su golpe mortífero sobre cualesquiera humanos que pillen a su paso, acentuando de ese modo su pretensión de difusión del miedo y espectacularización de la muerte para multiplicar los efectos de sus asesinatos indiscriminados. En la sociedad del riesgo que analizaba Ulrich Beck nos encontramos sometidos a la amenaza de este terrorismo de un potencial de violencia tan fuerte como difícil de prever. No es fácil luchar contra él.  Lo dificulta la conexión proteica con la organización que en red tiende el llamado Estado Islámico, así como los muy eficaces medios empleados para matar, los cuales, por su misma falta de sofisticación, no requieren más que sujetos desesperados con vocación homicida, autoconvencidos de una falsa heroicidad y de una ilusa condición de mártires ante el colectivo que los fanatizó al darles una identidad (pervertidamente religiosa) y un código (de comportamiento criminal ) que les sirve para la comunicación que refuerza la pertenencia. Ante tal maquinaria para matar sería irresponsable no sentir temor. Pero es ese mismo temor racional el que exige no dejarse atrapar por el miedo, pues entonces se le concedería a la organización terrorista la victoria que para sus objetivos busca. No le falta razón al estadounidense Michael Walzer cuando en las páginas que dedica al análisis del terrorismo escribe que éste “consiste  en el asesinato aleatorio de personas inocentes con el propósito de producir un miedo generalizado”. La derrota del terrorismo, como bien ha intuido la ciudadanía de Barcelona, pasa, por tanto, por no dejarse atenazar por el miedo.

 

«..Precisamente inoculan miedo quienes proponen atajos antidemocráticos, ilegales, para la lucha antiterrorista. O se muestran doblegados por el miedo quienes se prestan a precipitados cambios incluso constitucionales sacrificando derechos por mor de una mal planteada seguridad. No hace falta insistir en que se muestran presos de sus propios miedos los que se mueven poniendo en juego su islamofobia y su fascismo, mostrando a las claras cómo ambos van juntos. Es, por lo demás, sin miedo como puede acometerse la construcción de estructuras convivenciales de inclusión democrática que achiquen hasta su erradicación los espacios donde el odio y el resentimiento pueden germinar…».

 

Hay que añadir, además, que sólo venciendo el miedo se puede enfrentar el terrorismo con los medios propios y legítimos del Estado democrático de derecho. Precisamente inoculan miedo quienes proponen atajos antidemocráticos, ilegales, para la lucha antiterrorista. O se muestran doblegados por el miedo quienes se prestan a precipitados cambios incluso constitucionales sacrificando derechos por mor de una mal planteada seguridad. No hace falta insistir en que se muestran presos de sus propios miedos los que se mueven poniendo en juego su islamofobia y su fascismo, mostrando a las claras cómo ambos van juntos. Es, por lo demás, sin miedo como puede acometerse la construcción de estructuras convivenciales de inclusión democrática que achiquen hasta su erradicación los espacios donde el odio y el resentimiento pueden germinar.

Con todo, la tarea que asume una ciudadanía que se afirma sin miedo en su condición democrática es inmensa. Se trata de defender la democracia no sólo en su arquitectura institucional, sino también como modo de vida abierto, inclusivo, no etnicista, laico…, porque todo ello es indispensable para mantener a flote la misma legalidad con la que en democracia protegemos nuestras libertades y consagramos los derechos de todos. Y paradójicamente –porque la realidad actual conlleva esta paradoja- la ciudadanía tiene que hacer suyo un compromiso fuerte que está lejos de aquella “ética indolora” de la que Gilles Lipovetsky nos habló hace años o de esa idea de “ciudadanía light” sobre la que recientemente ha escrito. Tenemos la suficiente lucidez para no hablar de ciudadanía sin miedo en tonos épicos, pero esa misma clarividencia nos debe hacer saber que desterrar el miedo implica un ineludible compromiso moral con traducción política en una sociedad culturalmente posheroica. Y ello, además, cuando tenemos una política devaluada en Estados desponteciados donde los marcos de referencia para la acción colectiva están muy desdibujados –podíamos hablar de la coordinación supraestatal en cuestiones de seguridad, tan paradójicamente deficiente en un mundo globalizado-.

Apostar por hacer frente sin miedo al terrorismo –como debe ser- es hacerlo por una política radicalmente democrática, donde todos, sin exclusiones, podamos decir nuestra palabra –al igual que al proferir el lema “no tenemos miedo”- y participar en la acción común. Como ocurre ante los acontecimientos en los que la talla moral de los humanos crece, mucho de ello se ha anticipado estos días en Barcelona: por su solidaridad con las víctimas, por su resistencia frente al odio, por su colaboración con policías y personal sanitario, por su espíritu cívico, por su voluntad democrática, por su afán de convivencia, por su talante hospitalario, por su empeño de paz… la ciudadanía de Cataluña merece hoy –le pedimos prestado a George Orwell su conocido título- un nuevo homenaje. Al hacerlo, asumimos su mismo compromiso desde toda España, conscientes de que respondiendo a la paradoja que encierra nos libraremos de la contradicción de traicionarnos a nosotros mismos como demócratas. ¡No al miedo!

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AUTOR

·        José Antonio Pérez Tapias

Es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor decano de Filosofía en la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013)


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