REVOLUCIÓN EN ESPAÑA, por Karl Marx y Friedrich Engels (parte XV)

En el siglo XIX, la debilidad del sultanato marroquí lleva a una progresiva intervención de países occidentales en sus asuntos internos, especialmente Francia, Reino Unido y España. En el caso español, con el pretexto de responder a un ataque sobre Ceuta llevado a cabo por algunas tribus limítrofes (las tribus de Anyera), España ataca a las fuerzas marroquíes desarrollando unas operaciones militares de cierta envergadura que desembocan en la batalla de Los Castillejos, la toma de Tetuán (1860) y la firma de los tratados de 1860 (Tratado de Paz y de Amistad entre España y Marruecos o de Wad-Ras) y 1861.

Tras esos Tratados, las relaciones entre España y Marruecos fueron de paz relativa, con el propósito de mantener el statu quo. Sin embargo, la paz se vería perturbada por la crisis de Melilla, que comenzó en 1890 y siguió durante los tres años siguientes. Durante esos años, los choques entre las tropas españolas estacionadas en Melilla y las cabilas rifeñas limítrofes habían ido incrementándose, hasta culminar en el ataque a la ciudad durante los días 27 y 28 de octubre de 1893, en el que murió el general Margallo, gobernador militar de Melilla. El gobierno español destaca tropas a Melilla al mando del general Martínez Campos. Ante la posibilidad de una guerra, el sultán Hassan I destaca a su hermano, con fuertes efectivos, el cual logra reducir la rebelión rifeña. Estos hechos se conocen como la Guerra de Margallo o Primera Guerra del Rif

A estos enfrentamientos siguió un nuevo periodo de paz relativa, que habría de cambiar tras la pérdida de las últimas colonias en Caribe y el Pacífico en 1898 por parte de España. A partir de entonces, la política exterior de España se centra en el norte de África.

Desde 1898 España intentó establecer acuerdos entre Francia, Inglaterra o ambos a la vez, pero fueron dificultados por los continuos cambios de gobierno. Fue acercando posiciones con Francia, estando interesada ésta en dominar Marruecos para unificar el norte de África bajo dominio francés. Ya en 1902 ofreció a España el reparto de Marruecos en dos zonas de influencia. Daba a España una zona al norte, entre el río Sebú hasta la frontera de Marruecos con Argelia e incluyendo ciudades como Fez y Taza y zonas con un gran potencial agrícola, y otra al sur, en torno al antiguo establecimiento de Santa Cruz de la Mar Pequeña. El gobierno español no aceptó entonces, reclamando que Inglaterra fuera informada para evitar su hostilidad. España intento un nuevo acuerdo al año siguiente, pero ya no interesaba a Francia, que había iniciado un acercamiento a Inglaterra. En estos momentos España era partidaria de mantener el status quo en la zona, pero en 1904 una declaración conjunta franco-británica dejaba sin efecto esa política, pasando a la idea de penetración pacífica en ausencia de un gobierno estable o la existencia de un gobierno hostil.​ España no tenía intereses coloniales en Marruecos, veía la cuestión como una necesidad de defensa nacional, viendo con malos ojos que una potencia como Francia fuera frontera tanto al norte como al sur, pero al dejar pasar la oportunidad de 1902 en 1904 vio reducida drásticamente su zona de influencia, mucho más al norte. 

La nueva situación internacional suponía la marginación de Alemania. En respuesta a esa situación y con la excusa de las crecientes presiones francesa sobre el gobierno marroquí, el Káiser desembarcó en Tánger en 1905, reclamando la independencia del sultán. Para evitar una guerra, se convocó una Conferencia internacional para hablar sobre Marruecos. En 1906 se celebró la Conferencia de Algeciras (15 de enero – 7 de abril), la cual, aunque afirmando respetar la independencia marroquí, significaría de hecho su fin. En la conferencia se vieron frustrados los intentos alemanes por participar en el reparto de Marruecos, pero se acordó el derecho de todos los países de lograr acuerdos económicos con Marruecos. Además, se aceptaba el reparto del país en zonas de influencia entre Francia y España, y el derecho de éstas a intervenir en ellas, si el sultán no era capaz de mantener el orden. Tras los desórdenes de Casablanca (1907), se comienza la ocupación de las diferentes zonas de influencia. Finalmente, Francia y España aceptan retirar sus tropas tras diversos episodios bélicos.

En el caso de España, hay que destacar la denominada guerra de Melilla de 1909, en la que las tropas españolas sufren un grave revés militar en el Monte Gurugú y en el barranco del Lobo (enderezado a duras penas) con graves repercusiones en la política interior española (como la Semana Trágica). El resultado sería finalmente la ampliación de la zona de influencia melillense por la cuenca del río Kert hasta Zeluán y Nador por una parte, y hasta el Cabo Tres Forcas por la parte opuesta.

En 1911 Marruecos estaba en completa anarquía. De acuerdo con lo previsto en la Conferencia de Algeciras, el sultán pidió ayuda a Francia. Las tropas francesas ocuparon la capital de Marruecos, Fez. España ocupó Larache y Alcazarquivir. Alemania envió un cañonero a Agadir. Esto dio lugar al acuerdo franco-alemán por el que Alemania renunciaba a Marruecos, y aceptaba el Protectorado francés sobre éste, a cambio de una cesión de territorios en el África Ecuatorial.

 

Las continuas injerencias franco-españolas hacen insostenible la posición del sultán, el cual, en marzo de 1912 firma el Tratado de Fez con Francia, por el que se establece formalmente el protectorado. Mediante el Tratado Hispano-Francés firmado el 27 de noviembre de ese mismo año, Francia reconoció a España el territorio de la zona norte de Marruecos, estableciéndose el protectorado español, con capital en Tetuán. Se establecían los límites entre las zonas francesa y española al norte del río Uarga. Mediante el Real decreto de 27 de febrero de 1913 se estableció su organización.

En febrero de 1913, comienza la ocupación formal del territorio, con la ocupación pacífica de Tetuán por parte del general español Felipe Alfau Mendoza. Posteriormente, llega el primer jalifa o representante del sultán de la zona, Muley Mohammed Mehedi Uld Ben Ismael, sustituido por su hijo Muley El Hassan Ben El Mehdi en 1923. La prensa del día siguiente tituló: «La bandera de España tremola al viento sobre la Alcazaba de Tetuán como 53 años ha»,recordando así la primera entrada realizada en 1860 por el general Prim.

El protectorado duraría hasta el día 7 de abril de 1956, salvo la zona sur que España administraba unida al Sahara español, y que fue entregada a Marruecos en 1958.

 

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REVOLUCIÓN EN ESPAÑA, por Karl Marx y Friedrich Engels (parte XV)

 

INDICE

 

III

Ahora que ha concluido el primer -y acaso último-  acto de la guerra española en Marruecos y que  han llegado ya todas las informaciones oficiales detalladas podemos volver a ocuparnos del tema.

El 1º de enero el ejército español dejó las líneas de Ceuta para dirigirse hacia Tetuán, que sólo está a 21 millas de distancia. Aunque nunca fue atacado seriamente o frenado por el enemigo, el general O’Donnell necesitó no menos de un mes para llevar sus tropas a vista de Tetuán. La falta de carreteras y la necesaria precaución no bastan para explicar esa lentitud sin paralelo, y está claro que el dominio del mar por los españoles no fue aprovechado como podía serlo. Tampoco es disculpa suficiente el que tuvieran que construir una carretera para la artillería pesada y la intendencia. Ambas cosas podían transportarse por mar mientras el ejército, con víveres para una semana y sin más  artillería que la de montaña (a lomo de mulo) habría podido alcanzar las alturas que rodean Tetuán en cinto días a lo sumo, y esperar la división Ríos, a la que los moros no habrían podido impedir el desembarco en la desembocadura del Wahad el Jehu, igual que no pudieron impedirlo tres semanas más tarde. La batalla del 4 de febrero podría haberse entablado el 6 ó 7 de enero, y probablemente con más ventajas para los españoles; miles de bajas por enfermedad se habrían podido evitar así, y Tetuán habría caído hacia el 8 de enero.

Esa puede parecer una afirmación exagerada, y sin duda O’Donnell estaba tan deseoso de llegar a Tetuán como cualquiera de sus soldados; ha dado por lo demás prueba de valor, circunspección, serenidad y otras virtudes militares. Si pues le costó un mes llegar ante la ciudad, ¿cómo afirmamos que habría podido conseguir lo mismo en una semana? O’Donnell podía elegir entre dos procedimientos para dirigir el avance de sus tropas.

Primero: podía establecer sus comunicaciones principales por tierra y usar la escuadra como meramente auxiliar. Esto es lo que hizo. Organizó un transporte regular terrestre de víveres y municiones y movió con el ejército una numerosa artillería de campaña de cañones de 12 libras.

Su ejército era independiente de la escuadra en caso de necesidad; los buques estaban destinados a servir como mera segunda línea de comunicación con Ceuta, sin duda útil, pero no indispensable. Este plan implicaba naturalmente la organización de un enorme tren de carruajes, y éste imponía a su vez la construcción de una carretera. Así se perdió una semana hasta que quedó tendida la carretera desde sus líneas hasta la playa; y casi a cada paso se detenía la columna entera -ejército, tren y todo- hasta que quedara listo otro trozo de carretera para el avance del día siguiente. El ritmo de la marcha quedaba pues determinado por las millas de carretera que los ingenieros españoles pudieran abrir diariamente, lo que parece haberse realizado al ritmo de media milla diaria aproximadamente. Con ello los medios destinados a transportar las provisiones tuvieron que aumentarse enormemente, pues cuanto más tiempo estaba el ejército en la carretera más naturalmente tenía que consumir.  Aún más: cuando hacia el 18 de enero un temporal obligó a los vapores a alejarse de la costa, el ejército estuvo a punto de quedarse sin víveres, y ello a la vista de sus almacenes de Ceuta; un día más de tormenta y una tercera parte del ejército habría tenido que retroceder en busca de víveres para las otras dos. Así fue como el general O’Donnell dirigió el paseo de 18.000 españoles a lo largo de la costa de África durante un mes entero y a la velocidad de dos tercios de milla al día. Una vez adoptado este Sistema de aprovisionamiento, ninguna fuerza humana habría podido materialmente abreviar la duración de esa marcha única; pero ¿no fue un error adoptar ese sistema?

Si Tetuán hubiera sido una ciudad interior situada a veintiuna millas de la costa en vez de a cuatro, no hay duda de que no habría habido otra posibilidad. En sus expediciones por el interior de Argelia los franceses se han encontrado con las mismas dificultades y las han superado del mismo modo, aunque con mayor energía y rapidez. Los ingleses se ahorraron dichas dificultades en la India y en el Afganistán por la mayor facilidad para encontrar bestias de carga y víveres en aquellos países; su artillería era ligera y no requería buenas carreteras, pues las campañas se realizaban sólo durante la estación seca, cuando los ejércitos pueden avanzar campo a través. Estaba reservado a los españoles y al general O Donnell el hacer marchar un ejército a lo largo de la costa durante todo un mes y cubrir en ese espacio de tiempo la inmensa distancia de veintiuna millas.

Con esto queda claro que tanto las ideas como las técnicas del ejército español son de un carácter muy anticuado. Con una escuadra de vapores y veleros de transporte siempre a la vista, esta marcha es completamente ridícula y los hombres perdidos  durante ella por el cólera y la disentería han sido sacrificados a los prejuicios y a la incapacidad de sus jefes. La carretera construida por los ingenieros no era una efectiva comunicación con Ceuta, pues no pertenecía a los españoles más que en el lugar en que se encontraban acampados. A retaguardia, los moros podían hacerla impracticable en todo momento. Para llevar un mensaje o escoltar un convoy a Ceuta había que poner en movimiento una división de 5.000 hombres. Durante toda la marcha la comunicación con la plaza se mantuvo exclusivamente por los vapores. Y con todo, .los víveres que transportaba el ejército eran tan insuficientes que cuando aún no habían pasado veinte días estaba ante la amenaza del hambre y no se salvó sino gracias a las reservas de la escuadra. ¿Para qué entonces construir la carretera? ¿Para la artillería? Los españoles han tenido sin duda que saber que los moros carecían de artillería de campaña y que sus propias piezas estriadas de montaña tenían que ser superiores a cualquier cosa que los moros pudieran oponerles. ¿Por qué, pues, arrastrar consigo toda esa artillería, si se habría podido trasladar por mar en pocas horas desde Ceuta a San Martín, en la desembocadura del Wahad el Jehu (río de Tetuán)? Una simple batería de campaña a cada extremo del ejército habría podido bastar, y la artillería española tendría que ser muy torpe para no ser capaz de hacer pasar dos baterías de ese tipo por cualquier terreno del mundo a la velocidad de cinco millas diarias.

Los españoles pueden transportar por mar una división de una vez por lo menos, como prueba el desembarco de la división Ríos en San Martín. Si el ataque hubiera sido realizado por ingleses o franceses, no hay duda de que esa división habría desembarcado sencillamente en San Martín después de unas cuantas demostraciones ante Ceuta para atraer a los moros hacia aquella plaza. Una tal división de 5.000 hombres, haciéndose fuerte en un campo ligeramente fortificado que puede levantarse en una noche, habría podido esperar tranquilamente el ataque de cualquier número de moros. Pero diariamente habría podido desembarcar una división, siendo el tiempo favorable, de modo que el ejército habría podido  concentrarse a la vista de Tetuán en seis u ocho días. Podemos empero dudar de que O’Donnell estuviera dispuesto a exponer una de sus divisiones aislada a un ataque de tres o cuatro días, pues sus tropas eran muy jóvenes y nada experimentadas. No puede pues ser criticado por no haber adoptado este plan. Pero en cambio habría podido llevar a cabo el siguiente: partir de Ceuta dando a cada hombre víveres para una semana y con toda su artillería de montaña -acaso también con una batería de campaña y con tantas reservas como pudiera cargar a lomo de sus mulos- acercarse a Tetuán con la mayor rapidez posible. Tomando en consideración todas las dificultades, puede decirse que ocho millas diarias es una distancia muy reducida. Pero pongamos cinco; esto arrojaría cuatro días de marcha, pongamos dos días más de combates, aunque bien pobre tiene que ser una victoria que no comporte la ganancia de cinco millas de terreno. Así resultarían seis días en total, incluyendo todos los retrasos provocados por el tiempo, pues un ejército sin impedimenta puede sin duda hacer cuatro o cinco millas diarias por malo que sea el tiempo. El ejército habría llegado así a Tetuán antes de agotársele las provisiones que llevaba; en caso de necesidad, los buques podían desembarcar provisiones durante la marcha, como efectivamente hicieron.  Marruecos no tiene peor terreno ni clima que Argelia, y los franceses han hecho allí mucho más en pleno invierno y en medio de las montañas sin ayuda ni suministro de escuadra alguna. Llegados a las alturas de Montes Negros y dueños del paso hacia Tetuán, la comunicación con la escuadra era fácil por los caminos de San Martín, y el mar constituía la base de operaciones.  Con un poco de audacia, pues el período en el que el ejército no podía tener más base de operaciones que sí mismo se habría reducido de un mes a una semana; el plan más audaz era por tanto el más seguro de los dos, pues cuanto más fuertes se hacían los moros más peligrosa resultaba la lenta marcha de O’Donnell. Y si el ejército hubiera sido derrotado camino de Tetuán su retirada habría sido más fácil que viéndose trabado por una gran impedimenta y por la artillería de campaña.

El avance de O’Donnell a partir de Montes Negros, atravesados casi sin resistencia, fue del mismo estilo que su marcha anterior. De nuevo se puso a fortificar y reforzar posiciones como si tuviera enfrente el ejército mejor organizado del mundo. Así se perdió otra semana, cuando para los enemigos en cuestión habría bastado con algunos sencillos atrincheramientos; no podía temer que le atacaran con una artillería ni siquiera equivalente a seis de sus piezas de montaña, y para la construcción del campamento que realmente era necesario habrían bastado uno o dos días. El día 4 atacó por último el campo atrincherado de sus enemigos. Los españoles parecen haberse portado muy bien en esta acción; no podemos juzgar sobre los méritos de las disposiciones tácticas porque los pocos corresponsales que escriben desde el campamento español olvidan los secos detalles militares en favor de sus cuadros de color y de su exagerado entusiasmo. Como dice el corresponsal de The London Times este es un modo de describir que no ahorra la necesidad de ver personalmente lo descrito. Los moros fueron derrotados completamente y al día siguiente se rindió Tetuán.

Este hecho cierra el primer acto de la campaña, y si el emperador de Marruecos no es demasiado obstinado concluirá probablemente la guerra misma. No obstante, las dificultades halladas hasta ahora por los españoles -dificultades aumentadas por el sistema con que han llevado la guerra- muestra que si Marruecos se sostiene, España se encontrará con una tarea dura. No se trata de la resistencia efectiva de los irregulares moros -que nunca podrán derrotar tropas disciplinadas mientras éstas se mantengan unidas y sean aprovisionadas- sino de la salvaje naturaleza del país, la imposibilidad de conquistar otra cosa sino ciudades y la imposibilidad de obtener provisiones ni siquiera de dichas ciudades; se trata de la necesidad de dispersar el ejército en gran cantidad de pequeños puestos que pese a todo, son incapaces de mantener la comunicación regular entre las ciudades conquistadas, y que no pueden ser avituallados sin tener que utilizar la mayor parte del ejército para escoltar los convoyes de víveres por un país sin carreteras y entre nubes de guerrilleros moros que reaparecen constantemente. Es sabido lo que fue para los franceses durante los cinco o seis años de su campaña de conquista el avituallar Blida o Medea, por no hablar ya de estaciones más lejanas de la costa. Con el rápido desgaste y consunción de las tropas europeas en aquel clima, seis o doce meses de una guerra de ese tipo no serán ningún juego para un país como España.

Es natural que el primer objetivo de ataque si la guerra continúa sea Tánger. El camino de Tetuán a Tánger  pasa por un puerto de montaña y luego baja por el valle de un río. Es todo él interior; así pues ni carreteras ni barcos próximos para suministrar víveres. La distancia es de unas 26 millas. ¿Cuánto tiempo necesitará el general O’Donnell para cubrir esa distancia y cuántos hombres tendrá que dejar en Tetuán? Parece que ha dicho que tomará 20.000 hombres para guarnecer la ciudad, pero eso es evidentemente muy exagerado. Con 10.000 hombres en la plaza y un destacamento en un campo fortificado en San Martín la ciudad sería ya lo suficientemente segura; una fuerza de esos efectivos sería lo suficientemente importante como para salir al campo libre a dispersar cualquier ataque moro. Tánger puede rendirse por  bombardeo desde el mar, y la guarnición podría transportarse también por mar. Lo mismo puede decirse de Larache, Salé y Mogador. Pero si los españoles van a operar así, ¿por qué entonces la lenta marcha de Tetuán? Una cosa es segura: si Marruecos resiste un año, los españoles tendrán que aprender mucho del arte de la guerra antes de poder obligarle a pedir la paz.

[New York Daily Tribune, 17 de marzo de 1860]

 


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