REVOLUCIÓN EN ESPAÑA, por Karl Marx y Friedrich Engels (parte XIV)

La Guerra de África o Primera Guerra de Marruecos fue el conflicto bélico que enfrentó a España con el sultanato de Marruecos entre 1859 y 1860, durante el período de los Gobiernos de la Unión Liberal del reinado de Isabel II.  Sobre este conflicto bélico versa la parte quinta del libro Revolución en España,  por Marx y Engels, que estamos reproduciendo estas semanas; en esta ocasión es Friedrich Engels el que se encarga a través de su pluma de narrarnos las peripecias del ejército español en Marruecos. 

La guerra se fue gestando desde que en 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla sufrían constantes incursiones por parte de grupos marroquíes de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos, sobre todo en 1844, 1845, 1848 y 1854. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el ejército, pero al internarse en territorio marroquí los agresores ponían emboscadas. La situación se repetía de forma habitual.

En 1859 el gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder el general Leopoldo O’Donnell, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación.

La guerra, que duró cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior comenzó la invasión del sultanato de Marruecos. 

El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad-Ras en la que venció el ejército español y forzó la petición de paz del comandante marroquí Muley Abbás.

Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad-Ras (en Tetuán) el 26 de abril 1860, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente:
  • España amplía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad.
  • El cese de las incursiones a Ceuta y Melilla.
  • Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas.
  • Marruecos indemnizaba a España con 400 millones de reales.
  • España recibía el pequeño territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña -lo que más tarde sería Sidi Ifni- para establecer una pesquería.
  • Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el sultanato pagase las deudas a España.

La paz fue calificada por parte de la prensa europea de «paz chica para una guerra grande», argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el ejército español tras la batalla de Wad Ras y que el gobierno español se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que España estaba llamada «a dominar una gran parte del África», pero la empresa requeriría «lo menos de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después.​ Por último, las presiones británicas para mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron a España a evacuar Tetuán dos años después.

Como curiosidad añadiremos que los leones de las Cortes fueron fundidos con los cañones capturados en la batalla de Wad-Ras.

 

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Batalla de Tetuán, por Salvador Dalí

 

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INDICE

 

PARTE QUINTA

FRIEDRICH ENGELS

La guerra mora ( “The moorish war”)

Artículos de fondo de la “New York Daily Tribune” (1860)

 

 

I

Hemos esperado largamente algún decidido movimiento del ejército español en Marruecos que pudiera poner fin a este período inicial o preparatorio de la guerra. Pero en vano. El general  O’Donnell no parece tener prisa en dejar su campamento de las alturas del Serrallo, y así nos vemos obligados a repasar sus operaciones, aunque apenas han empezado.

El 13 de noviembre la primera división del ejército activo español embarcó en Algeciras al mando del general Echagüe y desembarcó pocos días después en Ceuta. El 17 salió de la ciudad y ocupó el Serrallo o Casa Blanca, un gran edificio a milla y media aproximadamente frente a las líneas ceutíes. El terreno es allí muy montuoso y abrupto, muy favorable pues a la guerra irregular y de partidas. Tras un infructuoso intento de recuperar el Serrallo aquella misma noche, los moros se retiraron y los españoles empezaron a construir un campo fortificado como base para futuras operaciones.

El 22 el Serrallo fue atacado por los anyeritas, la tribu mora que ocupa el país de Ceuta. Este choque inaugura la serie de estériles combates que llena toda la campaña hasta el momento. Los moros atacan las líneas españolas con mayor o menor energía e intentan apoderarse de parte de ellas por sorpresa o astucia. De acuerdo con informaciones moras lo consiguen efectivamente por lo general, pero abandonan luego las posiciones tomadas porque no tienen artillería. Según los españoles, los moros no han visto aún una posición española por dentro, y todos sus ataques han resultado totalmente desastrosos. En el primer ataque los anyeritas no contaban más de 1.600 hombres.

Al día siguiente recibieron un refuerzo de 4.000 hombres y volvieron al ataque. Los días 22 y 23 no tuvieron lugar más que escaramuzas, pero el 25 avanzaron los moros con todas sus fuerzas y tuvo lugar un choque  importante en cuyo decurso el propio general Echagüe fue herido en la mano.

Ese ataque de los moros fue tan serio que espoleó un poco la apatía con que el Cid Campeador O’Donnell está dirigiendo la guerra. Ordenó que la segunda división, al mando del general Zabala, y la de reserva, a las órdenes de Prim, se embarcaran, y partió él mismo para Ceuta. La noche del 27 todo el ejército activo español estaba concentrado ante esa plaza. El 29 tuvo lugar otro ataque de los moros, y de nuevo el 30. Tras esto los españoles empezaron a meditar sobre lo aislado de su posición; el objetivo de la primera acción de los españoles tenía que ser Tetuán, unas veinte millas al sur de Ceuta y a cuatro del mar. Empezaron a abrir una carretera hacia esa ciudad; los moros no ofrecieron resistencia hasta el 9 de diciembre. En la mañana de ese día sorprendieron las guarniciones de los principales puestos, pero, como siempre, los abandonaron más tarde aquel mismo día. El 12 tuvo lugar otro choque frente al campamento español, a unas cuatro millas de Ceuta; y el 20 O’Donnell telegrafió que los moros habían vuelto a atacar los dos puestos y habían sido gloriosamente derrotados como siempre. Y así el 20 de diciembre las cosas no habían cambiado ni en una coma  respecto de la situación del 20 de noviembre. Los españoles seguían a la defensiva y pese a los anuncios hechos quince o veinte días antes no había síntomas de avance.

Defensa de Melilla, por Ferrer Dalmau

Con todos los refuerzos recibidos desde el 8 de diciembre los españoles serán unos 35.000 ó 40.000 hombres, y probablemente 30.000 de ellos son utilizables en operaciones ofensivas. Con esa fuerza la conquista de Tetuán debería ser empresa fácil. No hay ciertamente carreteras y las provisiones del ejército tienen que ser todas trasportadas desde Ceuta. Pero ¿cómo hizo el mando francés en Argelia o el inglés en la India? Por otra parte, los mulos y caballos de tiro españoles no están tan viciados por buenas carreteras en su propio  país  como para negarse a marchar por territorio moro. Pese a todas las apologías que pueda ofrecer O’Donnell no hay excusa para esa continua inactividad. Los españoles han reunido ya toda la  fuerza con que pueden razonablemente razonar contar durante toda la campaña, a menos que reveses inesperados les obligaran a realizar esfuerzos extraordinarios. Los moros, por el contrario, son más fuertes y numerosos cada día que pasa. El campamento de Tetuán, mandado por Hadji abd Salem y del que partieron los cuerpos que atacaron las líneas españolas el 3 de diciembre, ha crecido ya hasta los 10.000 hombres, sin contar la guarnición de la ciudad. Otro campamento al mando de Muley Abbas se encontraba en Tánger, y le llegan constantemente refuerzos del interior. Esta mera consideración debería haber inducido a O’Donnell a avanzar apenas lo permitió el clima. Y ha tenido ya buen tiempo, pero no se ha movido. No puede caber duda de que ese es un signo de una irresolución y de que ha encontrado en los moros enemigos menos despreciables de lo que había esperado. No hay duda de que los moros han luchado muy bien: prueba de ello son las abundantes quejas españolas sobre las ventajas que el terreno frente a Ceuta da a los moros.

Los españoles dicen que en matorrales y barrancos los moros son realmente formidables y que conocen además cada palmo de terreno; pero que tan pronto  como pasan a la llanura la solidez de la infantería española obligará a los irregulares moros a volver espaldas y huir. Es ese un argumento más bien dudoso en un momento en el que tres cuartas partes del tiempo consumido por cada batalla está destinado a escaramuzas y lucha de partidas en terreno quebrado. Si después de estar seis semanas ante Ceuta los españoles no conocen el terreno tan bien como los moros, tanto peor para ellos. Es naturalmente claro que un terreno quebrado es más favorable para fuerzas irregulares que una llanura uniforme;  pero incluso en un terreno accidentado la infantería regular debería ser muy superior a dichas fuerzas irregulares. El moderno sistema de escaramuzas, con fuerzas de apoyo y reservas tras la extensa línea de vanguardias, la regularidad de movimientos y la posibilidad de tener bien en la mano las tropas y de hacerlas apoyarse mutuamente y dirigirlas todas hacia un objetivo común son factores que dan tal superioridad a las tropas regulares sobre las bandas irregulares que ni siquiera en el terreno más apto para la guerrilla podrían ser éstas capaces de resistir a aquéllas, ni siquiera con efectivos dobles. Pero en Ceuta la situación se invierte. Los españoles son superiores en número y sin embargo no se atreven a avanzar. La única explicación consiste en que el ejército español no conozca en absoluto la táctica de la escaramuza y que la inferioridad individual que de ello les resulte compense las ventajas que deberían darles la disciplina y el entrenamiento regular. De hecho parece que hay gran número de combates cuerpo a cuerpo con daga y bayoneta. Cuando los españoles están lo suficientemente cerca, los moros cesan el fuego y se lanzan sobre ellos daga en mano, al modo como hacen los turcos, y esto no es cosa ciertamente agradable para tropas bisoñas como son las españolas.

Pero los numerosos choques que han tenido lugar deberían haberles familiarizado ya con las peculiaridades del modo moro de combatir y el modo de hacerle frente; y cuando vemos que el mando vacila todavía y se mantiene en su posición defensiva no podemos hacernos una idea muy alta de su ejército.

El plan español de campaña, tal como parece manifestarse por los hechos, consiste en partir de Ceuta como base de operaciones y con Tetuán como primer objetivo de ataque. Esa parte de Marruecos inmediatamente opuesta a la costa española constituye una especie de península de unas 30 ó 40 millas de anchura por 30 de longttud; Tánger, Ceuta, Tetuán y Larache (El-Araish) son las cuatro ciudades principales de esa península. Ocupando esas cuatro ciudades una de las cuales -Ceuta- está  ya en manos de los españoles, la península puede ser dominada fácilmente y convertirse en base de ulteriores operaciones contra Fez y Mequinez. La conquista de esa península parece pues ser el objetivo de los españoles, y la toma de Tetuán el primer paso de la misma. Tal plan parece bastante sensato; limita las operaciones a una región reducida, cerrada por el mar por tres lados y por dos ríos (Tetuan y Tucos) por la cuarta, región por tanto más fácil de ocupar que el país situado más al sur. El plan obvia también la necesidad de penetrar en el desierto, lo que habría sido inevitable si se hubiera tomado como base de operaciones Mogador o Rabat; y coloca por último el campo de operaciones cerca de España, sin más separación que el estrecho de Gibraltar. Pero cualesquiera sean las ventajas del plan, serán inoperantes mientras el plan mismo no sea llevado a la práctica, y si O’Donnell sigue como hasta ahora se cubrirá de deshonor  a sí mismo y cubrirá de él al ejército español, pese al altisonante lenguaje de sus boletines.

 

[New York Daily Tribune, 19 de enero de 1860]

 

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Batalla de Tetuán, por Mariano Fortuny y Marsal

 

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II

La campaña de Marruecos ha empezado finalmente, y con este verdadero comienzo desaparece todo el colorido ,romántico con que la prensa española y el entusiasmo popular habían revestido al general O’Donnell, el cual se convíerte ahora en un discreto general de término medio; en vez de la caballería de Castilla y León tenemos los húsares de la Princesa, y en vez de las hojas toledanas, cañones estriados y proyectiles cilindro-cónicos realizan su tarea.

Hacia el 20 de diciembre empezaron los españoles la construcción de una carretera practicable para la artillería y los carruajes, la cual debía atravesar el accidentado terreno situado al sur del campo de Ceuta. Los moros no intentaron nunca destruir la carretera; atacaron a veces al general Pritn, cuya división protegía los equipos de trabajo; y otras veces atacaron el campamento mismo; pero siempre sin éxito. Ninguno de esos choques rebasó las dimensiones de escaramuzas entre vanguardias; en el más importante, el del 27 de diciembre, las pérdidas españolas no pasaron de 6 muertos y 30 heridos.  Antes de terminarse el año estaba construida la carretera, que no tiene más de dos millas de longitud; pero una súbita serie de tormentas y aguaceros impidió a las tropas moverse. Mientras tanto, como si quisiera informar a los moros del inminente movimiento del ejército, una escuadra española compuesta de un velero de línea, 3 fragatas de hélice y 3 vapores de rueda -246 cañones en total-  se dirigió a la desembocadura del río Tetuán y bombardeó el 20 de diciembre los fuertes de la misma. En menos de tres horas fueron reducidos al silencio, y destruidas las fortificaciones terrestres; debe observarse que esos mismos fuertes fueron bombardeados por los franceses un mes antes con fuerzas mucho menores.

Detalle del cuadro de Fortuny, Batalla de Tetuán

El tiempo mejoró el 29 y el ejército español comenzó finalmente a moverse el 1º  de enero. El primer cuerpo, de dos divisiones al mando de Echagüe, primero en desembarcar en África, se quedó  guarneciendo la línea de Ceuta. Aunque había sufrido mucho por enfermedades durante las primeras semanas, ese cuerpo estaba ya bastante bien aclimatado y con los refuerzos recibidos desde entonces contaba 10.000 hombres, más que cada uno de los cuerpos segundo y tercero. Estos dos cuerpos, mandados respectivamente por Zabala y Ros de Olano, junto con la división de reserva Prim  -21.000 ó 22.000 hombres en total- se pusieron en marcha el primero de año. Cada hombre llevaba raciones para seis días; un millón de raciones, o sea, un mes de provisiones para el ejército, iba a bordo de transportes que acompañaban a la expedición. Con Prim en vanguardia, Zabala en el centro y Ros de Olano a retaguardia, el ejército atravesó la región montañosa situada al sur de Ceuta: la nueva carretera se dirige hacia el sur en un recorrido de dos millas a partir del campamento. Una llanura semicircular se extiende aquí, cuya cuerda está constituida por la costa y el arco por un terreno accidentado que se levanta progresivamente hasta las abruptas montanas. Apenas había salido la división Prim del campo de Ceuta cuando empezaron las escaramuzas. La infantería ligera española rechazó fácilmente a los moros hacia la llanura y luego hacia las colinas y tierra de matorrales que flanqueaban su direcci6n de marcha. Aquí ocurrió que por algún malentendido dos reducidos escuadrones de húsares de la Princesa realizaron una carga con tal fogosidad que atravesaron las líneas moras y penetraron en su terreno; éste era quebrado y accidentado por todas partes, y, no encontrando caballería ni infantería contra la que cargar en un terreno practicable; tuvieron que volver grupas con una pérdida de siete oficiales -casi todos- aparte de los soldados. En definitiva, el combate fue principalmente sostenido por la infantería, con táctica de escaramuza, y por una o dos baterías de montaña apoyadas, más por el efecto moral que por el material, por el fuego de unos cuantos vapores y lanchas cañoneras. Parece que la intención de O Donnell era quedarse en la llanura sin ocupar permanentemente las montañas que constituyen el límite de aquélla por el sur. Pero para asegurar su posición durante la noche ordenó a Prim que expulsara las partidas moras que estuvieran en la falda norte de las colinas y regresara luego al caer la noche. Prim, empero, que es el hombre más combativo del ejército español, entabló un combate de importancia que terminó con la conquista de la divisoria entera, no sin severas pérdidas. Su vanguardia acampó en la montaña y se hizo fuerte en ella. Las pérdidas españolas de la jornada subieron a 73 muertos y 481 heridos.

Litografía

La posición ganada es la conocida con el nombre de Castillejos, por dos edificios amarillos situados el uno en la ladera cerca de la llanura y el otro en la cima conquistada por Prim al atardecer. El nombre oficial de la posición es sin embargo el de Campamento de la Condesa. El  mismo día intentaron los moros una ligera acción diversiva contra el campamento de Ceuta atacando el fortín del ala derecha y el intervalo situado entre los dos últimos fortines del ala izquierda. Fueron fácilmente rechazados por la infantería y la artillería de Echagüe. El ejército de campaña estuvo tres días en el campamento de La Condesa. La artillería de campaña y una batería de posición, así como el resto de la caballería (la brigada completa consta de ocho escuadrones de húsares, cuatro de coraceros sin coraza y cuatro de lanceros: 1.200 hombres en total), llegaron al campamento. Sólo el tren de asedio (con una batería de cañones estriados de 12 libras) quedaba aún atrás. El día 3 O’Donnell se dirigió hacia Monte Negro, la segunda alineación montañosa en dirección sur. El tiempo seguía siendo bueno, cálido a mediodía y con mucha humedad por la noche. Seguía activo el cólera en una o dos divisiones y algunos cuerpos sufrían bastante agotamiento o enfermedades. Los dos batallones de ingenieros, por ejemplo, que habían trabajado duramente, estaban reducidos de 135 hombres a 90 hombres por compañía.

Hasta este punto hemos podido apoyarnos en informes detallados; para lo que sigue nos vemos reducidos a telegramas poco explícitos y poco seguros. El día 5 volvió a avanzar el ejército, y el día 6 acampó «al norte del Valle Negro, luego de atravesar los pasos sin encontrar resistencia«. No está claro si eso significa que el ejército pasó el Monte Negro y acampó en la ladera meridional del mismo. Según se dice, el día 9 el ejército estaba a una legua de Tetuán y había rechazado un ataque de los moros. El día 13 se habían ganado todas las posiciones de Cabo Negro con una completa victoria, y el ejército estaba ante Tetuán; tan pronto pudiera emplazarse la artillería se atacaría la ciudad. El día 14 la división del general Ríos, de diez batallones, que había sido concentrada en Málaga, desembarcó en la desembocadura del río Tetuán y ocupó los fuertes bombardeados por la escuadra quince días antes. El 16 se comunicó que el ejército estaba a punto de cruzar el río y atacar Tetuán.

El General Prim en Tetuán, obra de Francecs Sans Cabot. 

Para precisar los hechos vale la pena indicar que en la ruta de Ceuta a Tetuán hay que atravesar cuatro alineaciones montañosas. La primera se encuentra inmediatamente al sur del campamento de Ceuta; tras ella se extiende la llanura de Castillejos; la segunda cierra esa llanura por el sur. Estas dos alturas fueron tomadas por los españoles el día l. Más al sur, y perpendicularmente a la costa mediterránea se extiende la línea de Monte Negro, y paralela a ella, sólo que aún más al sur, se levanta otra altura más considerable que termina en la costa, en el llamado Cabo Negro, al sur del cual discurre el río Tetuán. Tras atacar los flancos del ejército invasor el día 1, los moros cambiaron de táctica, se retiraron más al sur e intentaron cerrar frontalmente la ruta de Tetuán. Era de esperar que el combate decisivo por el dominio de la carretera se libraría en la última altura, la de Cabo Negro, y tal parece haber sido el caso el día 13.

Las disposiciones tácticas tomadas para estos combates no parecen muy honrosas para ninguna de ambas partes. De los moros no se puede esperar más que un combate irregular llevado a cabo con el arrojo y la astucia de unos semisalvajes. Pero precisamente en esto parecen haber sido deficientes. No parecen mostrar el fanatismo que las cábilas costeras argelinas o incluso los rifeños han opuesto a los franceses; las largas y estériles escaramuzas ante el campamento de Ceuta parecen haber roto el ardor y energía iniciales de muchas tribus. Tampoco en sus concepciones estratégicas han llegado a la altura de los argelinos. Pasado el primer día abandonaron su plan, que consistía en hostilizar el flanco y la retaguardia de la columna en marcha interrumpiendo o amenazando sus comunicaciones con Ceuta; en vez de eso se esforzaron por ganar terreno a los españoles y cerrarles frontalmente la carretera de Tetuán, provocando así lo que tenían que haber evitado: una batalla abierta. Quizás hayan aprendido ahora que con sus hombres y en su país un tipo de guerra menor es el más indicado para desgastar a un enemigo que, aunque superior en disciplina y armamentos, está obstaculizado en todos sus movimientos por una inmensa impedimenta que ellos desconocen y que no es fácil mover en un país sin carreteras e inhóspito.

Los españoles han seguido como empezaron. Tras descansar perezosamente dos meses en Ceuta han cubierto veintiuna millas en dieciséis días, es decir … ¡cinco millas cada cuatro días! Con todo el reconocimiento debido a las dificultades de la ruta, es éste un grado de lentitud inaudito en la guerra moderna. La costumbre de manejar cuerpos de tropa importantes, de preparar operaciones extensas y de hacer marchar un ejército que, en resumidas cuentas, apenas iguala la fuerza de los cuerpos de ejército franceses en la última campaña de Italia, parece haber sido completamente olvidada por los generales españoles. ¿Cómo puede explicarse de otro modo tal lentitud? El 2 de enero O’Donnell tenía toda su artillería en Castillejos, excepto el tren de asedio, pero esperó dos días más y no se puso en marcha hasta el 5. La marcha de la columna parece haber estado bastante bien organizada, pero difícilmente podría ser de otro modo tratándose de marchas tan cortas. Bajo el fuego, los españoles parecen luchar con aquel desprecio del enemigo que la superior disciplina y una serie de combates afortunados no pueden dejar de suministrar; pero falta por ver si esa seguridad en la victoria se mantendrá bien cuando el clima y las fatigas de una campaña, que sin duda terminará en escaramuzas y guerrillas, reduzcan tanto en lo moral como en lo physique el ejército. Por lo que hace al mando poco puede decirse hasta ahora, pues los detalles conocidos son insuficientes excepto por lo que respecta al primer combate. Este, empero, muestra dos errores importantes: la carga de la caballería y el avance del general Prim en desacuerdo con las órdenes recibidas; y si esos dos hechos se convirtieran en rasgos habituales del ejército español, no dejaría de ser grave para él.

Muy probablemente la defensa de Tetuán será corta, pero tenaz. Sin duda las fortificaciones son malas, pero los moros son soldados extraordinarios en un recinto fortificado, como ha quedado de manifiesto en Constantina y en otras ciudades argelinas. El nuevo correo puede traernos la noticia de que Tetuán ha sido ya tomada. Si es así, podía  esperarse un período de calma en la campaña, porque los españoles necesitarán tiempo para mejorar la carretera de Ceuta a Tetuán, convertir Tetuán en una nueva base de operaciones y recibir refuerzos. El ulterior movimiento del ejército tendrá entonces como objetivo Larache o Tánger.

 

[New York Daily Ttibune, 8 de febrero de 1860]

 


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