Justicia divina

¡O tempora, o mores!”, «¡oh tiempos, oh costumbres!», exclamaba Cicerón desde el Senado Romano, refiriéndose a la Corrupción de las Costumbres de su época, en las “Catalinarias” (los cuatro discursos pronunciados por Cicerón en el Templo de Júpiter Capitolino ante el Senado, al que allí había convocado tras haber sido descubierta y reprimida la conjura encabezada por el candidato a Cónsul, el Senador Catilina, para dar un golpe de estado ante su derrota); proceso que conocemos como “la Conspiración de Catilinia”  (https://puntocritico.com/2017/01/10/culpable-me-declaro-por-susana-perez-alonso/).

                Cicerón ponía en práctica el esquema discursivo aristotélico en defensa de las Sagradas Costumbres romanas. La retórica aristotélica se basa en lo que conocemos como los tres modos de persuasión: Ethos, Pathos y Logos.

En la Retórica de Aristóteles -libro 1, 1356ª-, el pathos es el uso de los sentimientos humanos para afectar el juicio de un jurado. Un uso típico sería intentar transmitir a la audiencia un sentimiento de rechazo hacia el sujeto de un juicio para intentar con eso influir en su sentencia. En este sentido se puede decir que crear en la audiencia un sentimiento de rechazo hacia el sujeto juzgado, al margen del hecho que se está juzgando es, en el sentido etimológico de la palabra, crear un argumento patético. Dentro del binomio Eros – Pathos, se entiende como la bipolaridad permanente del ciclo genésico que enlaza el sufrimiento y el amor, o con el amor sufriente. Eros también se opone a Thanatos (o el concepto de muerte) en una dualidad permanente de creación-fin. (Wikipedia).

El Logos, por su parte, significa la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada, es decir: «razonamiento», «argumentación», «habla» o «discurso». También puede ser entendido como: «inteligencia», «pensamiento», «sentido», y suele ser traducida en lenguas romances como Verbo. El Logos es interpretado como aquello que existía desde el principio (αρχη/arkhé) con Dios (con mayúscula, porque es el nombre propio). La palabra admite más de treinta acepciones, no obstante y según san Agustín antes de la existencia de la creación no existía el tiempo, lo que convierte a la Razón en la energía del Universo. (Wikipedia).

Y finalmente, el Ethos, palabra griega que significa “costumbre y conducta” y, a partir de ahí, “conducta, carácter, personalidad”. Es la raíz de términos como ética y etología. Para la RAE, se define como “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”. La palabra griega éthikos significa predisposición para hacer el bien; lo que nosotros llamamos ética. Mientras que êthos significa costumbre. Los romanos tomaron ambas palabras, y ante la incapacidad de diferenciar entre estos dos conceptos, las tradujeron como moralis, que en español significa «moral». De ahí el problema de diferenciar entre ética y moral en nuestros tiempos. Par la Retórica aristotélica, se corresponde a la imagen que el orador da de sí mismo a través de su discurso por medio de cualidades morales que establecen el margen de confianza y crédito que puede merecer; a ello ayuda la expresión de un temperamento magnánimo y noble que atraiga la simpatía del jurado; se pueden agregar la franqueza y la honestidad. El ethos persuade además con la figura, la apariencia, la conducta, el ejemplo, la fama y la dignidad positivas del orador, quien se ofrece así como dispensador de estímulos positivos y ejemplares, ganando credibilidad, mientras que el pathos utiliza más bien lo contrario, los estímulos negativos o patéticos. En el Arte y la Estética, el Ethos es el estatismo emocional, entendido como contrario del Pathos, el dinamismo emocional. (Wikipedia).

                «Ethos» significa inicialmente “guarida, lugar donde habitan los animales, o morada, lugar donde habitan los hombres” (Homero). Posteriormente Aristóteles se encarga de otorgar un segundo sentido a este ethos, entendiéndolo como “hábito: carácter o modo de ser derivado de la costumbre” o conducta fija que va formando el hombre a lo largo de su existencia. El éthos, pues, al entenderse como un hábito o costumbre adquiridos, constituye para la tradición griega una segunda naturaleza. Se trata de una creación genuina y necesaria del hombre, pues éste, desde el momento en que se organiza en sociedad, siente la necesidad imperiosa de crear reglas para regular su comportamiento y permitir modelar así su carácter. De la misma raíz griega proviene la palabra ethikos (ἠθικός), que significa teoría de la vida, de la que derivó la palabra castellana Ética.

                El Ethos, según la filosofía de Aristóteles, orresponde a la imagen que el orador da de sí mismo a través de su discurso por medio de cualidades morales que establecen el margen de confianza y crédito que puede merecer; a ello ayuda la expresión de un temperamento magnánimo y noble que atraiga la simpatía del jurado; se pueden agregar la franqueza y la honestidad. El ethos persuade además con la figura, la apariencia, la conducta, el ejemplo, la fama y la dignidad positivas del orador, quien se ofrece así como dispensador de estímulos positivos y ejemplares, ganando credibilidad, mientras que el pathos utiliza más bien lo contrario, los estímulos negativos o patéticos. (Wikipedia).

                Así, el Ethos se relaciona íntimamente con la Costumbre (mores). Las costumbres se van transmitiendo de una generación a otra, ya sea en forma de tradición oral o representativa, o como instituciones. Con el tiempo, estas costumbres se convierten en tradiciones.  La palabra griega ethos (ἔθος) y la latina mores designan el mismo concepto. De la primera derivan términos como «ética» y «etología» y de la segunda «moral».

             

David Hume

Entramos pues, en el terreno de la “Costumbre” (mores). El filósofo David Hume (1.711 – 1.776), consideraba que las costumbres se originan en repeticiones que sirven para explicar «nuestras» creencias en la existencia del mundo exterior o en las relaciones causales. Así es que, según Hume, la costumbre (disposición que se crea en nuestra mente a partir de la experiencia reiterada de algo; según Hume es, más que la propia razón, la guía de la vida humana y el fundamento de nuestras inferencias causales y de nuestras expectativas respecto de los acontecimientos futuros), sirve para explicar el mundo (la repetición de una acción crea en nosotros la disposición o facilidad para la realización posterior de dicha acción; en la filosofía humeana el papel de los hábitos no se relaciona tanto con la moralidad como con el conocimiento. Al igual que el pensamiento aristotélico, los hábitos a los que se refiere Hume no son hábitos del cuerpo sino de la mente, y se producen por la repetición de un acto, repetición que produce una disposición para renovar el mismo acto. Pero Hume sitúa su función explicativa en el tema del conocimiento: sirve para explicar, por ejemplo, nuestras creencias en la existencia de relaciones causales, o nuestra creencia en la existencia de un mundo exterior).

La moral (del latín mōris, ‘costumbre’, y de ahí mōrālis, ‘lo relativo a los usos y las costumbres’) es un conjunto de normas, creencias, valores y costumbres que dirigen o guían la conducta de las personas en sociedad. La moral permite distinguir que acciones son correctas (buenas) y cuales son incorrectas (malas). Otra perspectiva la define como el conocimiento de lo que el ser humano debe hacer o evitar para conservar la estabilidad social.

Como “Moralidad” o como “Conocimiento” de las tradiciones, la Costumbre se dirige a conservar el status quo en las relaciones (de poder) sociales. Su íntima relación con la “Religión” se evidencia por la historia. Así se ha llegado a decir que “cuando la ley y la moral se contradicen una a otra, el ciudadano confronta la cruel alternativa de perder su sentido moral o perder su respeto por la ley” (Frédéric Bastiat).

Así, los antiguos romanos concedían a las mores maiorum (‘costumbres de los mayores’, las costumbres de sus ancestros fijadas en una serie continuada de precedentes judiciales) una importancia capital en la vida jurídica, a tal grado que durante más de dos siglos (aproximadamente hasta el siglo II a. C.) fue la principal entre las fuentes del derecho. Su vigencia perdura a través de la codificación de dichos precedentes en un texto que llega hasta nosotros como la Ley de las XII Tablas, elaborado alrededor del 450 a. C.

La religión politeísta practicada en la Roma antigua tenía cultos privados, familiares, y cultos públicos, inseparables del sistema político. Su mitología, las leyendas y mitos que conformaban su cosmovisión tradicional, tenía su origen en las religiones ancestrales de los latinos y otros pueblos itálicos, especialmente de los etruscos; que se sincretizó con la de los pueblos conquistados por todo el Mediterráneo, y especialmente con la religión griega, aunque también fue muy importante el contacto con la religión egipcia y las religiones orientales, especialmente los cultos mistéricos.

Así, el carácter de la monarquía romana durante la época de los Tarquinios es similar al de los tiranos griegos. Al igual que éstos, los monarcas etruscos de Roma estaban dotados de un gran poder personal, que incluía el Poder Jurisdiccional (Juzgar; decir el derecho en el caso concreto; la función Judicial, en suma). Los reyes anteriores eran designados por los patres de las gentes que integraban el Senado y el pueblo, en los comicios curiados, aprobaba el nombramiento. Luego, los reyes etruscos de Roma se vincularán directamente con Júpiter, mediante la toma de auspicios y la investidura sagrada, fuentes del imperium personal y el pueblo no podía sino aclamarlos, dado que era una designación de origen divino. Los símbolos de la monarquía de los Tarquinios son de clara importación etrusca: la silla curul, el manto de púrpura, el cetro coronado por un águila, la corona de oro y el séquito del rey con los doce lictores que llevaban los fasti como símbolo del poder del rey de castigar incluso con la muerte.

En la Antigua Roma, el título de pontífice máximo (en latín Pontifex Maximus) se otorgaba al principal sacerdote del colegio de pontífices y era el cargo más honorable en la religión romana. Inicialmente sólo podían aspirar los patricios, hasta el 254 a. C., cuando un plebeyo logró hacerse con el título. En los inicios de la República Romana el título tenía influencia meramente religiosa, pero fue ganando poder en el ámbito político hasta la época de Augusto, cuando el emperador lo asoció a la dignidad imperial.

El colegio de pontífices (Collegium Pontificum) era el más importante cargo de sacerdocio de la Roma Antigua. La fundación de este colegio sagrado es atribuida al segundo rey de Roma, Numa Pompilio, con el objetivo de servir como ente consejero del rey en todo lo concerniente a la religión. El colegio era dirigido por el pontifex maximus y todos los pontífices ejercían su cargo de por vida. Antes de la fundación de la institución, todas las funciones administrativas y religiosas así como el poder eran ejercidos por el rey.

En la República Romana el Pontifex Maximus era el mayor cargo en la religión romana, que se caracterizó por ser cercana al estado. De acuerdo a Livio, después de la caída de la monarquía, los Romanos también crearon el sacerdocio del Rex Sacrorum (rey de los rituales ó rey de los rituales sagrados), para llevar a cabo las tareas religiosas, rituales y sacrificios previamente encargados al rey. A la persona que ejercía este cargo, le era sin embargo prohibido el asumir cualquier cargo político o asiento en el Senado, como una precaución para no convertirle en tirano. El Rex Sacrorum fue después subordinado por los fundadores de la República Romana al Pontifex Maximus como una garantía contra la tiranía. Otros miembros de este sacerdocio incluían a los flamines (sacerdotes muy especiales, vinculados a Júpiter, Marte y Quirino, en principio) y las vírgenes vestales. Durante la República temprana, el Pontifex Maximus elegía a los miembros de estos grupos. A pesar de que el Pontifex Maximus era también un magistrado, no se le permitía utilizar la toga praetexta (toga con el borde púrpura), sin embargo podía ser reconocido por el cuchillo de hierro (secespita) o la’patera y su toga distintiva, cuyo manto le cubría la cabeza. El pontífice no era simplemente un sacerdote, tenía autoridad política y religiosa. No es claro cual de las dos era la de mayor importancia. En la práctica, particularmente durante la República tardía, el cargo de Pontífice Máximo era ejercido generalmente por un miembro de una familia políticamente importante. Era una posición de gran prestigio para quien la ostentaba; como Julio César, en el 63 A.C.

El término Pontifex significa literalmente «constructor de puentes» (pons + facere), Maximus significa literalmente ‘el máximo’. Esto podría significar «constructor de puentes entre los dioses y los hombres«, que se podía entender en su sentido simbólico: los pontífices eran los que establecían un puente entre los dioses y los humanos (Van Haeperen).

                Por su parte, la palabra “Religión”, procede del Latín, “Re-ligare”, volver a atar o unir de nuevo. Se puede referir a una obligación de conciencia que impele al cumplimiento de un deber. Lactancio (245 – 325), seguido por San Agustín, hace derivar la palabra «religión» del verbo latino religare: «Obligados por un vínculo de piedad a Dios estamos “religados”, de donde el mismo término “religión” tiene su origen, no —como fue propuesto por Cicerón— a partir de “releyendo”». Este sentido resalta la relación de dependencia que «religa» al hombre con las potencias superiores de las cuales él se puede llegar a sentir dependiente y que le lleva a tributarles actos de culto. La religión aparece como pieza fundamental en la ordenación moral de las sociedades y actuando de manera influyente en su orden legislativo.

                Así, ya Critias (460 – 403 a.c.) el sofista ateniense contemporáneo de Sócrates, afirmaba, según conocemos por Platón, que la religión (y el temor a los dioses) se había inventado para imponer a cada uno el respeto a la sociedad: disciplina, moral, sentido del bien y del mal.

                Tal es, pues, el significado que trasciende a la figura del Juez. La sagrada Jurisdicción, tan emparentada históricamente con la Magia, primero, y con la Religión, después.

                Porque Magia era el devolver a los ancestros a la vida, mediante la iuris-dictio; decir el derecho en base a la costumbre; a los antepasados; a sus “mores”. Mediante el Pontífice o Sacerdote, los fallecidos en tiempos inmemoriales (o que se dicen tales) reingresan al cuerpo social mediante la trasposición de sus doctrinas políticas, que son inseparables, ya desde el primer momento, de las religiosas. Protegen a la sociedad frente a los cambios en su naturaleza. Protegen el actual ejercicio del Poder Político, mediante el recurso a las costumbres de los antepasados; que fue la primera de las religiones.

                Hoy vemos estos rasgos todavía: Obispo y Juez, se definen como “Ilustrísimos”; y lo hacen en el seno de actos litúrgicos (religiosos unos, procesales otros). Ambos vienen a fortalecer el Orden Social existente; la ligadura social, el temor de Dios que convierten en temor a las Instituciones en que se plasman las costumbres.

                Son ambas, Religión y Jurisdicción, Instituciones dirigidas al Control Social. Parten de la Magia y el miedo a lo desconocido, para alcanzar así el dominio de los unos sobre los otros; de los muy pocos sobre los muchos.

 

 

“Una mujer con los ojos vendados (símbolo de la imparcialidad) sosteniendo, en una mano, el fiel de una balanza (la equidad) y, en la otra, la empuñadura de una espada (la ley) es –sin duda– el estereotipo que todos tenemos en mente cuando tratamos de representar la imagen de la Justicia; aquélla que, según dicen, se vendó los ojos cuando vio lo que hacían los hombres y huyó al cielo, ocupando en el zodiaco el signo de Virgo y su balanza el contiguo de Libra. En otras ocasiones, a esta figura femenina también le acompaña un león echado a sus pies, como símbolo de la fuerza que debe tener la justicia para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado” 
(http://archivodeinalbis.blogspot.com.es/2010/12/justicia-divina.html)

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A lo largo de la historia ha habido en todas las culturas, una innegable conexión entre justicia y divinidad.

En el antiguo Egipto, Maat la hija de Ra, representaba la verdad, la armonía cósmica y la justicia. Ella era quien apoyaba una pluma de avestruz sobre la balanza en el Juicio de Osiris donde se pesaba el espíritu del difunto para equilibrar los platillos y decidir si el difunto lograba la vida eterna.

Ma’at símbolo de la Verdad, la Justicia y la Armonía cósmica

En la mitología griega, Temis simbolizaba el Derecho Divino, el Derecho de la Creación, o Derecho inmune a la obra humana (THEMS) frente al Derecho Creado (DIKÉ), que es obra del hombre, y que pese a no ser inmutable, su valor depende de su grado de sujeción al Derecho Divino.

Themis o «ley de la naturaleza» no hace referencia a la justicia humana, sino a la natural o de los dioses

De Zeus y Temis nació Dice (Dicea o Diké) Su equivalente en la mitología romana era Iustitia. Dice era la protectora de la correcta administración de justicia por parte de Zeus, vigilaba, sentada a su derecha las sentencias de su padre y era la que informaba a Zeus cuando algún juez se comportaba de forma injusta. Madre de la concordia (Homonoeia), la rectitud (Diceosina) y la virtud (Areté), Píndaro le adjudica también la maternidad de la quietud (Hesykhia).

Harta de la despreciable raza humana, Dice abandonó la tierra y se instaló en el cielo como constelación, y desde entonces observa desde allí la iniquidad de los humanos.

Entre los romanos, los lictores eran funcionarios públicos que salían por las calles delante de magistrados como los cónsules, y de otros cargos, para ejecutar sus mandatos a la voz de: Quirites, consulvenit (¡Ciudadanos, viene el cónsul!). Al parecer, el origen de su nombre procede del verbo ligare (atar) porque los lictores eran los encargados de atar a los reos de pies y manos antes de golpearlos con unas varas para cumplir con el castigo impuesto por la magistratura. Sin embargo, la imagen que ha trascendido de ellos, con el paso de los siglos, está más relacionada con su insignia: las fasces.

Los etruscos tuvieron una enorme influencia en la vida política Romana en la época de la monarquía.La posible ascendencia oriental de los etruscos nos conectaría con el Tao Chino de hace 5000 años. El Tao es “el camino” o “la vía” una forma de entender la vida como búsqueda del equilibrio entre opuestos, el ying y el yang. Pero el Tao también hace referencia a la doctrina.

En el antiguo oriente, el Zoroastrismo creía en la inmortalidad del alma y en la vida después de la muerta. Para los seguidores de Zoroastro, las almas eran juzgadas por tres ángeles, Mitra, Rashn y Sraosha Rashn, ponderaba en una balanza el peso de las acciones de cada difunto para que su alma pudiera cruzar por el Chinvat, el puente del juicio, que le llevará al paraíso o le hará caer en el infierno.

Los mesopotámicos adoraban al dios del sol Shamash. Se le representaba con un disco solar de ocho puntas o mediante una figura masculina de cuyos hombros emanaban llamas; en época posterior, su símbolo también fue la balanza. Llamado Utu por los sumerios y Tammuz por los babilonios, cuidaba del orden moral del mundo y defendía las leyes; por ese motivo, el propio dios entregó al rey de Babilonia, Hammurabi, su famoso código de normas, uno de los primeros textos jurídicos escritos de la humanidad. En esa famosa estela, Shamash aparece con el báculo sentado en su trono celestial, recibiendo al monarca. Su culto se extendió por todo Oriente Próximo y, en especial, en la ciudad de Hatra (actual Iraq).

Forseti,Dios de la Justicia y de la Verdad

Los nórdicos adoraban a Forseti (“El que preside”) dios de la justicia, la paz y la verdad y el más sabio de Asgard, el mundo de los dioses. Forsetiaseguraba a las personas juzgadas que vivirían en paz si respetaban sus sentencias, dictadas en el Palacio de Glitnir el palacio luminoso cuya luz se divisaba a una gran distancia, donde todos cuantos llegan a él enemistados se marchan acordes. Según la leyenda escandinava, en la isla de Heligoland (Tierra Sagrada) Forseti entregó a 12 juristas un Código de Leyes que reunió la normativa de toda Frisia (actual norte de Holanda); desde aquel momento, la isla se convirtió en un lugar sagrado y quedó a salvo incluso de las incursiones vikingas.

Otras creencias son la diosa Ozza a la que se rendía culto en Arabia, antes de extenderse el Islam; la Señora Portia, representación de la Justicia en la concepción kármica; Shiva, el legislador en la trinidad hindú, al que se representa como dios de la justicia montado en un toro blanco y enarbolando un tridente; o Tezcatlipoca, juez de la humanidad y defensor de la justicia entre las culturas precolombinas de Centroamérica (donde también era el dios del viento para los quiché –pueblo del sur de México y Guatemala– que lo llamaban Hurakán; de donde procede este término).

Hemos visto la estrecha relación entre el término “ligare”, que dio origen a los lictores, con la justicia pero es Lucius Caecilius Firmianus Lactantiusen su obra “Divinae Institutiones” quien establece la conexión entre la palabra religio y el verbo latino religare (atar fuertemente).

Se deduce pues que religión y justicia tienen un origen común, el divino. La simbología a lo largo de la historia, liga también los conceptos de justicia y equilibrio, representado por la balanza, pero también,con la fuerza la imposición, representada por la espada o el león y con la luz o la iluminación, que surge de ese equilibrio alcanzado entre ying y yang, entre bien y mal, entre opuestos en definitiva.

Si pueblos tan lejanos entre sí, en el espacio y en el tiempo han llegado a conclusiones similares, cabría pensar o bien en un origen común para todas las creencias o bien que las diferentes culturas han alcanzado similares conclusiones al plantearse problemas universales.

Quizá haya sido la necesaria incuestionabilidad de la justicia lo que ha llevado a los diferentes líderes a lo largo de la historia de la humanidad a buscar en ella un origen divino y, del mismo modo, a la creación de un poder religioso basado en la intermediación entre el creyente y su dios que justificaría la toma de decisiones que, pudiendo parecer injustas a ojos del ciudadano, se justifican en el mandato imperativo de una ley que siendo de origen divino, sólo es comprensible para los iniciados y que exige del practicante una cantidad indefinida de fe.

Ley de las XII Tablas o Ley de igualdad romana

También las tablas de la ley de Moisés, dictadas según él mismo por el propio Dios y, por lo tanto indiscutibles, que recuerdan, aunque sólo en el formato a las 12 tablas del Derecho Romano de un carácter mucho más humano puesto que fueron dictadas por los decenviros (decenviri legibus scribendis), un órgano colegiado formado por diez personas que, tras dos años de trabajo, entregaron en el 451 antes de Cristo las 12 tablas con las leyes de las que sólo nos han llegado fragmentos y que pretendían regular las relaciones entre patricios y plebeyos y que los romanos imponían no con castigos divinos sino por la fuerza con duras y desiguales condenas a sus infractores dependiendo de su condición.


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