Dios sin Dios (Spinoza y Leibniz), por Óscar Sánchez Vadillo

Leibniz o Spinoza

Me identifico con Spinoza cuando decidió ver el mundo desde sus libros

Por Pedro García Cuartango

ABC

Spinoza y Leibniz por Loredano

 

Leibniz defiende en su «Discurso de metafísica» la predestinación con estas palabras: «Todo lo que le ha de ocurrir a una persona está ya virtualmente comprendido en su naturaleza o noción».

Leibniz visitó a Spinoza en su casa de La Haya en 1676, donde ejercía el trabajo de pulidor de lentes. Había calificado su obra de «espantosa» e «insolente» porque creía que ejercía una influencia perniciosa sobre las buenas conciencias.

Me gustaría haber podido ver la escena por un agujero. Imagino al filósofo cortesano y diplomático recriminando al judío hereje por negar la existencia de un Dios personal y la inmortalidad del alma. Spinoza murió unos meses después de aquel encuentro y tenía serios problemas para publicar su «Ética».

A lo largo de su vida, Leibniz intentó refutar el pensamiento de Spinoza, cuya personalidad le impresionó por su austeridad y su indiferencia a las opiniones del prójimo. Había sido expulsado de la comunidad judía en su juventud y el único compromiso que mantuvo a lo largo de su vida fue la búsqueda de la verdad. Por el contrario, el filósofo alemán era un hombre solicitado por los reyes y la aristocracia por su inteligencia práctica y su habilidad política.

Leibniz publicó su «Discurso de metafísica» nueve años después de la muerte de Spinoza y seguramente estaba pensando en él cuando aseguró que la conducta de los hombres responde a su naturaleza. En el fondo, estaba diciendo que el autor de la «Ética» estaba predestinado por su carácter a esas ideas heréticas que tanto le perturbaban.

Es muy posible que en su fuero interno Leibniz admirara la osadía intelectual de Spinoza, que cuestionó todas las verdades de su tiempo mientras que él recorría las cortes europeas y trataba con poderosos personajes. Salvando las distancias históricas, Leibniz se inscribía en una tradición de lo políticamente correcto mientras que Spinoza no aceptaba ningún principio por el hecho de haber sido dictado por la autoridad política o eclesiástica.

Tres siglos después de su desaparición, sus trayectorias cobran actualidad en la medida en que cualquier persona que intente comprender el mundo en el que vive tiene que elegir hoy entre iniciar una búsqueda individual de la verdad o apuntarse a los dogmas establecidos. Esto es especialmente relevante en nuestro país, donde cuestionar los tópicos dominantes supone ser expulsado de la comunidad biempensante.

Se ha creado un estado de opinión en el que cualquiera que no asuma los postulados oficiales del feminismo, la memoria histórica, el cambio climático, los derechos LGTBI o la superioridad moral de la izquierda es un reaccionario. No es que yo esté en contra de esos colectivos porque en muchas cosas pueden tener razón, pero la forma de imponer sus ideas resulta aborrecible. Me identifico con Spinoza cuando decidió encerrarse en una habitación para ver el mundo desde sus libros y sus lentes sin importarle la verdad que otros proclamaban a gritos como indiscutible.

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LOS SISTEMAS RACIONALISTAS: ESPINOZA Y LEIBNIZ

Por Palmera.pntic.mec.es

 

El término «Racionalismo» suele usarse para hacer referencia a una corriente filosófica del siglo XVII en las que podemos encuadrar a Descartes, Espinosa, Leibniz y Malebranche. Es en este sentido, cuando «Racionalismo» aparece opuesto a «Empirismo»; y donde mejor se caracteriza dicha oposición es en la teoría del conocimiento.

La filosofía de Descartes amplía un problema antiguo de la filosofía que es el problema de la relación alma-cuerpo, ahora traducido en el problema de la relación pensamiento y extensión. Spinoza y Leibniz pretendes, después de Descartes, dar solución a ese problema.

Spinoza unificando las tres sustancias cartesianas en una, Dios/Naturaleza «Dios es la naturaleza es la sustancia». Este Dios, única sustancia y, por lo tanto, única realidad, posee infinitos atributos, de los que nosotros, partes de esa substancia sólo conocemos dos: el pensamiento y la extensión. Así mismo, estos atributos se dividen en infinitos modos: objetos, figuras, ideas. Todos estos infinitos atributos y modos se encuentran en un perfecto orden geométrico (matemático) y en un proceso dinámico de movimiento y producción. El hombre es una parte más de esa infinita y única naturaleza. Su criterio de acción es conocer y formar parte dinámica de ese inmenso proceso de producción interno de Dios.

Leibniz multiplica la realidad en infinitas sustancias a las que llama mónadas (unidades), perfectamente armonizadas entre sí y con el todo. Estas mónadas son fuerzas inextensas (aunque en unión crean la extensión), impenetrables, son, al mismo tiempo, almas que permitirán el conocimiento y átomos de la naturaleza que producen los cuerpos. Cada mónada refleja en sí el orden matemático y armónico de todo. Armonía que ha sido preestablecida por una mónada perfecta y superior, Dios.

 

Spinoza

«Nadie, repito, ha podido ver los hombres sin observar que, cuando prósperos viven, se jactan todos, aun los más ignorantes, de tan grande sabiduría, que les rebajaría recibir un consejo. Sorpréndeles la adversidad; hállanse indecisos; piden consejo a cualquiera, y por absurdo, frívolo e irracional que sea, síguenle ciegamente. Pronto y al menor indicio vuelven a esperar mejor porvenir o a temer mayores males.

Si mientras les domina el temor ocúrreles incidente que recuerda un bien o un mal ya pasados, auguran inmediatamente que el porvenir les será propicio, o que les será funesto, y cien veces engañados por el éxito, no dejan nunca de creer en presagios buenos y malos. Si presencian algún fenómeno extraordinario y admirable, dicen que el tal prodigio es prueba de la ira divina, del enojo del Eterno; y entonces, al no orar ni hacer sacrificios, llámanlo impiedad esos hombres, guiados por la superstición, y que lo que es religión ignoran. Quieren que toda la naturaleza sea cómplice de su delirio y, fecundos en ridículas ficciones, la interpretan de mil maravillosos modos.

Por donde se ve que los hombres más dados a toda clase de superstición son también los que más desmedidamente apetecen bienes completamente inseguros; apenas vislumbran un peligro, como no pueden socorrerse, imploran el divino auxilio con lágrimas y oraciones; a la razón (en efecto impotente para trazarles segura ruta al vano objeto de sus deseos) la llaman ciega, y a la humana sabiduría cosa inútil; pero los delirios de la imaginación, los sueños, todo género de extravagancias y puerilidades, son a sus ojos respuestas con que Dios satisface sus deseos. Dios detesta a los sabios. No en nuestro espíritu, sino en las fibras de los animales grabó sus decretos. El idiota, el loco, el ave, son los seres que anima con su hálito, los que nos revelan el porvenir

La verdadera causa de superstición, lo que la conserva y entretiene es, pues, el temor» Espinosa. Tratado teológico político, prefacio.»

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«El poder de la naturaleza es, en efecto, el poder mismo de Dios que ejerce un derecho soberano sobre todas las cosas; pero como el poder universal de toda la naturaleza no es sino el poder de todos los individuos reunidos, resulta de aquí que cada individuo tiene un cierto derecho sobre todo lo que puede abrazar, o en Otros términos, que el derecho de cada uno se extiende basta donde alcanza su poder.» (Tratado, capítulo XVI.).

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«Ved, pues, de qué modo puede establecerse una sociedad y mantenerse la inviolabilidad del pacto común sin lesionar el derecho natural. De este modo cada individuo transfiere su poder a la sociedad, la cual, por esto mismo, tendrá sobre todas las cosas el derecho absoluto de la naturaleza, es decir, la soberanía, de suerte que cada uno estará obligado a obedecerla, ya de un modo libre, ya por temor del suplicio.» (Tratado, capítulo XVI.).

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«La sociedad en que domina este derecho se llama democracia, la cual puede definirse: Asamblea de todos los hombres que poseen comunalmente (colegiadamente) derecho soberano sobre todo lo que cae en la esfera de su poder. Se sigue que la suma potestad no está limitada (obligada) por ley alguna, y que todos están obligados a obedecerla en todo, porque esto es lo que todos han debido establecer de acuerdo, tácita o expresamente, cuando le han transferido el poder de defenderse, es decir, todo su derecho.» (Ibid., capitulo XVI.).»

 

 

Leibniz

«Las almas actúan de acuerdo con las leyes de las causas finales, por deseos, fines y medios. Los cuerpos actúan según las leyes del movimiento. Y estos dos reinos, el de las causas eficientes y el de las causas finales, se hallan en armonía el uno con el otro» Leibniz. Monadología

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» la mónada de la que vamos hablar aquí, no es sino una sustancia simple que entra en los compuestos; simple quiere decir sin partes» Monadología

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Dios sin Dios (Spinoza y Leibniz)

Por Óscar Sánchez Vadillo

 

Creación de Adán

Si Dios no existiese, habría que inventarlo…

Voltaire

 

En noviembre de 1676 un joven Leibniz visitó a Spinoza en su casa de La Haya; las conversaciones que sostuvieron duraron varios días. Se han escrito muchas tonterías sobre aquel encuentro, inclusive novelas, así como muchos artículos lúcidos que nadie ha leído. Porque de hecho nadie sabe exactamente de lo que hablaron. La reunión tuvo mucho de secreta, y ninguno de ambos llevaba diario. La Ética aún no se había publicado, y el grueso de la mirífica obra de Leibniz aún moraba en el limbo, esperando a que su autor la desplegase desde la lógica interna de su propia expresión. Pero es gratis especular. Yo creo que lo que aprendió Leibniz de aquello (y Leibniz se llamaba a sí mismo «ecléctico» en el sentido de que lo aprovechaba todo), entre muchas otras cosas, fue la noción de una divinidad impersonal. No en vano, sus íntimos le apodaron más tarde Glaub nitchs, que en alemán suena casi igual que su nombre y que significa «No creo en nada». ¿Cómo encaja este dato con el hecho indiscutible de que Leibniz dedicó innumerables páginas a la teología (de las que las únicas conocidas siguen siendo las que configuran la Teodicea), y a plantear salidas al conflicto entre las iglesias protestante y católica? Esto es lo que quería comentar aquí, para lo cual el lector debe contar con un conocimiento mínimo -sólo mínimo, ya que tampoco yo voy a usar apoyo documental- de ambos filósofos, grandes sin duda entre los grandes…

 

Gottfried Wilhelm Leibniz

 

La idea tradicional de que Dios deber ser algún tipo de persona, o archi-persona, a partir de la cual las personas mortales que somos hemos tomado modelo (o, mejor dicho, de la que somos pobre imitación, puesto que así Él lo ha querido), entra en crisis en el s. XVII desde el mismo momento en que dos interpretaciones del cristianismo se están matando entre sí en una larga guerra que arruina Europa. Si ambos bandos apelan a Dios, y Dios es Uno, más aún, es el epítome mismo de la Unidad, es porque uno de los dos debe forzosamente estar equivocado… O, tal vez, ambos. No porque exista una tercera versión de Dios que sería la correcta, sino porque el error está en lo que los propios mandamientos dictan, «no tomarás el nombre de Dios en vano». Para Spinoza, que ha sido expulsado de la Sinagoga como oprobio y escándalo, la cosa está clara: Dios no puede ser antropoformizado como una especie de ser humano máximo de características infinitas. Lo máximo, y la infinitud, corresponden a aquello que de hecho lo produce y abarca todo, la Naturaleza, vista desde una perspectiva de conjunto, vista, pues, desde su aspecto eterno. Lo divino es el conjunto del universo, desde la más pequeña de las partículas hasta el más vasto de los conglomerados estelares, y sus leyes. Como son las leyes del conjunto, de la totalidad, Spinoza entiende que son también leyes necesarias y eternas (me atrevo a apuntar que esta fue también la religión de Albert Einstein, y por eso pasó un tiempo de su vida buscando las «constantes cosmológicas» de un universo que pretendía estacionario, pesquisa de la que luego se arrepentiría; creo que su famoso «Dios no juega a los dados con el Universo» deber ser abordado desde aquí, spinozianamente…)

 

Baruch Spinoza

 

Los seres existentes, incluidos los hombres concretos y, por ejemplo, las figura geométricas, dimanan de la Naturaleza, ¿de dónde si no? Pero como la Naturaleza en su máxima expresión es la divinidad, entonces todo lo que obra hereda de ella su carácter eterno y necesario para Spinoza. Tan eterno y necesario es el Teorema de Pitágoras como la vida de JFK, por ejemplo. JFK, en efecto, es un modo finito de la Substancia (es decir, de la Naturaleza, de Dios…), o sea, un ser cuya duración en el seno del Todo es finita -nace y muere- y cuyo conocimiento de las causas que rigen en la Totalidad como tal es precario y también finito. JFK, tú o yo moriremos -esperemos que menos violetamente-, pero lo que nos constituye, aquello por lo que somos lo que somos, es eterno, es un pliegue necesario de la eternidad del Cosmos. Plotino ya pensaba de modo parecido en las postrimerías del Imperio Romano, precisamente en contra del Cristianismo triunfante que predicaba una eternidad extensional, una eternidad que consiste únicamente en que el alma, y sólo el alma, dura y dura en el tiempo, pero para el cual el  fundamento de que esto tenga lugar no es más que la voluntad personal de un Dios asimismo personal. Si Dios no lo hubiera querido, no habrías siquiera nacido, mientras que según Plotino y Spinoza, hasta la caca de perro -y el perro mismo: esto no es feudo exclusivo de lo humano- que pisaste ayer deriva estrictamente de una lógica eterna. (Cada uno escoja, por cierto, qué consuelo trascendente le parece mejor: el cristianismo, como he señalado, ofrece una improbable inmortalidad extensa -milenios y milenios de Paraíso espiritual interminable- sólo a unos cuantos humanos virtuosos, mientras que el spinozismo determina para cada manifestación de la Naturaleza, por ínfima que sea, la mortalidad, haga lo que haga en vida en términos morales, pero a cambio otorga la conciencia posible -por lo menos en el caso de los humanos- de pertenecer a la eternidad al mismo nivel que Dios, puesto que también tú eres Dios, y el perro, y la nube, concretamente una modalidad finita de Dios, que como tal no es más pensamiento y extensión que tú mismo. De ahí que Spinoza escriba que «en nada piensa menos el filósofo que en la muerte»…; cuando muramos, no habrá Paraíso, pero la esencia de lo que hemos sido será tan eterna y necesaria como el antes mencionado Teorema de Pitágoras, porque siempre lo ha sido. Supongo que escoger esto, una u otra opción doctrinal, depende del tipo de persona que se sea, como diría Fichte. Habrá quien prefiera morir del todo y renacer en otro lugar, limpio de los incidentes de su vida, y quien prefiera eternizar todos y cada uno de ellos, tal como fueron, bendiciéndolos pese a todo. Políticamente también es diferente, puesto que, al fin y al cabo, en el Cielo rige una monarquía absoluta de la cual seremos súbditos, mientras que el spinozismo representa una escatología más democrática).

 

Plotino

 

Pues bien, algo así, pero mejor contado y de primera mano, es parte de lo que aprende Leibniz en aquellas conversaciones con el judío de Holanda. Tuvo muchas objeciones que poner al esquema fundamental y a algunos detalles de la Ética (de la que seguramente pudo disponer de una copia), pero se quedó con la copla. “Dios” es un nombre, más que una cosa o una persona de dimensiones formidables, concretamente el nombre de una función de la realidad, esa función que eterniza lo contingente. Lo necesario es sagrado, lo contingente profano, y llamamos “divino” al principio explicativo que descubre lo primero en lo segundo. Para Spinoza el mundo que habitamos es el único posible, precisamente porque las posibilidades son ilusorias, son falsos ídolos; para Leibniz, en cambio, habitamos el mejor de los mundos posibles, precisamente porque, siendo contingente, alberga factores de necesidad. “El mejor de los mundos posibles”… Desde que Voltaire se choteo en el relato corto Cándido, esta fórmula leibniziana ha sido tergiversada y mal comprendida, excepto por algunos especialistas. Hay que tener en cuenta que todavía en tiempos de Bertrand Russell -que, por cierto, spinozizó a Leibniz- sólo se conocían cuatro escritos conclusos de Leibniz, y hoy se han reunido 200 volúmenes de Obras Completas. Sin embargo, aquella idea contenía tal vez la única solución al problema de la libertad y el determinismo (del “laberinto de la libertad”, que decía Leibniz), que recuerdo aquí sucintamente porque es tremenda:

 

Voltaire

 

Supuesto Dios: Dios, al decidir crear, ha tenido en su cabeza todas las combinaciones de mundos posibles, tal como se los muestran las leyes de su racionalidad. Hay cursos posibles del mundo que no son composibles con otros, de manera que Dios no puede pensar lo que le dé la gana, y está sujeto a una dialéctica conceptual enorme, pero no ilimitada. Entre esos cursos históricos de mundos posibles, algunos contienen más libertad que otros, pero esa libertad les pertenece como posibilidad intrínseca suya, no la pone Dios. Dios se ha limitado a escoger un mundo, en el que, por ejemplo, César decide libremente cruzar el Rubicón, y ello tiene consecuencias para el futuro del Roma y de la Historia. Otros mundos eran igualmente posibles, pensables, en los que César se vuelve a la Galia, pero no han tenido lugar. ¿Cuál ha sido el criterio de Dios para realizar este mundo concreto que conocemos? Leibniz no es ningún moralista mojigato: no ha sido la moral, sino la estética, por así llamarlo. Vivimos en el mejor de los mundos posibles porque es el más rico en variedad y posibilidades de entre aquellos que se presentaron a la mente divina, aunque incluya más Mal que muchos otros igualmente posibles. En un computo de unos y ceros (Leibniz inventó el cálculo binario), donde el cero es el Mal, nuestro mundo tiene muchos ceros, pero es más libre, más abierto que la utopía, donde todo serían monótonamente unos, y eso ha pesado más para elección divina. Ahora la ingeniosa solución: en el mundo no ocurre nada que no estuviese en el plan de Dios (determinismo), conforme a causas y efectos estrictos -las mónadas se despliegan según su lógica interna-, pero lo que ocurre son precisamente episodios de libertad determinada de los agentes cuyas decisiones Dios ya tenía calculadas para este mundo posible. Es decir: Dios quiso este mundo en el que César cruza el Rubicón y Hitler invade Polonia, lo cual no quita para que ambos actos se realicen libremente. En otros mundos pensables Hitler tomaba otra decisión, que era coherente con distintos cursos de la historia, pero no han sido llevados a la existencia porque eran mundos más pobres en esencias que el actual. En esencias de todo tipo, dadas en un infinito actual: Dios ha tenido a las monadas humanas como un ingrediente más de lo pleno, no como un factor privilegiado. De hecho, el mundo mejor es el mundo más lleno (plenum): Dios ha computado esa infinidad pensando en la armonía del conjunto, donde las bacterias entran en consideración tanto como César u otros…

 

 

Sin suponer a Dios: puesto que no existe seguridad de que Dios exista y por tanto de que este sea el mejor de los mundos posibles, convirtámoslo entonces en programa deliberado de la razón. Actuemos como si la tarea de la razón fuese optimizar siempre las condiciones del mundo. Busquemos esquemas de necesidad (de determinismo) allí donde todo parece ser contingente, conforme al principio teleológico de lo óptimo. El nazismo, desgraciadamente, ha existido: finjamos que ello respondía a un plan, busquemos el camino por el cual el recuerdo de aquellos crímenes termine por beneficiar al futuro. Fundemos Tribunales Internacionales, Instituciones Científicas e iniciativas de ese estilo, entre muchas otras cosas. Así, el propio Leibniz expresa la confianza de que «el progreso no acabará nunca…»

 

Albert Einstein

 

Este es el punto, tal como yo lo veo. Se puede uno proclamar perfectamente ateo (Glaub nitchs…), y sin embargo creer en la bondad, racionalidad y perfectibilidad del mundo gracias al uso de la razón. ¿Qué importa, realmente, que a esta dimensión optimizable del mundo la llamemos Dios o simplemente “lo divino”? En todo caso, va más allá de lo que hay, de lo empíricamente verificable, sin por ello tener que rendir culto a una entidad superior. Es, pues, como Dios, pero sin Dios. En comparación, con Spinoza en la mano, en mi opinión, sólo cabe el Amor  Intelectuallis Dei, que significa: “esto es lo que hay, trata de comprenderlo en función de la totalidad, que es divina, mantente alegre en la adversidad, de todos modos nada puedes hacer para cambiar el mundo, sólo a ti mismo”, lo cual equivale, en una versión más moderna y activa, al viejo estoicismo. Con Leibniz, por el contrario, en la mano, sí cabe cambiar el mundo. Dios, personalmente hablando, quizá no exista, pero sí una perspectiva posible desde la cual es como si Dios existiese en la mejor de sus manifestaciones. Las mónadas plurales, infinitas, son cada una de ellas expresión del universo; “Dios” no es más que el nombre de la esperanza de que tales expresiones innúmeras estén coordinadas (la “armonía preestablecida”) en aras de un fin común. Cuando eso que llamamos “Dios”, según Leibniz, introdujo la armonía, no lo hizo antes de la creación: pensarlo así en un error inevitable, pero igualmente estúpido. “Dios” operó fuera del tiempo, o sea, antes, durante, después… todo el tiempo, nuestro tiempo. Quiero decir que a cada instante las cosas suceden conforme a la contingencia, a la vez que de acuerdo con la necesidad, como he apuntado antes. Basta, en realidad, con que la humanidad se mueva a los dos niveles a la vez: aceptando la contingencia, pero obrando la necesidad… Leibniz escribió una vez que Dios había creado el mundo “a fin de comunicarse”. Al margen de que esta decisión no vino antes, sino que es coextensa a la presencia efectiva del mundo, ¿qué puede significar “comunicarse”? Pues, me parece, puede querer significar que lo supuestamente “superior”, la racionalidad eterna, anhela servir a lo “inferior”, nuestro mundo contingente, de igual modo que todas las posibilidades que han quedado condenadas por incomposibles pugnan por existir (la Nada, para Leibniz, por cierto, no es el vacío absoluto o la negación pura, sino que está repleta de esencias, de posibilidades que no van a ser efectuadas, pero que también estaban en su derecho…).

 

Bertrand Russell

 

Adonde quería llegar, en fin, es a la conclusión de que ni en Spinoza ni en Leibniz el ateísmo es condición de nihilismo. Vale que no creen en el Dios Padre bien tierno o bien colérico en que cree la tradición, y por el que la gente es capaz de asesinarse, pero creen, en cambio, en la sacralidad del mundo considerado como una unidad de destino para todos los seres. El Deus de Spinoza es fatalista, pero libre desde el punto de vista de que no conoce trabas para expresar su lógica a través de los atributos y de los modos infinitos. El “Dios” de Leibniz también se expresa libremente, en términos de que “lo mejor” es siempre esperable y deseable para el mundo, y que ello nada tiene de ridículo o absurdo. Otra cosa sería ver la situación en los parámetros posteriores de Nietzsche, donde la negación de Dios es sólo redimida por el arte, pero en la cual, en todo caso, una cierta eternidad del retorno es recuperable incluso después -y en el seno del- del nihilismo. Sea como fuere, haríamos bien, a mi juicio, en recordar estas cosas tan antiguas, tan eruditas, la siguiente vez que alguien nos alegue cosas tan desagradables como que sin Dios que todo está perdido, o que no damos para más, o que todo vale lo mismo e igual da. No: el principio divino está en el mundo, sobrevolándolo por así decirlo, y si bien no consiste en una persona descomunal a la que podamos rezar o en la que podamos escondernos, sí que requiere una gran atención y cuidado racionales, opine lo que opine el necio …

 

El mapa de Waldseemüller (Martin Waldseemüller) de 1507 es el primer mapa que incluye el nombre de «América» ​​y el primero en representar a las Américas como separadas de Asia. Solo hay una copia sobreviviente del mapa, que fue comprada por la Biblioteca del Congreso en 2001

 

 


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