El puzzle inconexo del caos ordenado puede esbozarse mediante la llamada “Teoría de las Catástrofes” del científico francés René Thom y se basaría en dos conceptos antinómicos para intentar “comprender el orden jerárquico de la complejidad biológica”. Así, el concepto de estabilidad o equilibrio se refiere a un sistema que permanece estable aunque registre un cambio, principio que trasladado a la esfera política se traduciría en la Reforma del Régimen del 78 sin alterar sus principios esenciales (Monárquico, Jacobino y Neoliberal), tesis que defenderían los partidos del establishment dominante del Estado español (PP, PSOE y Ciudadanos). En la orilla antónima, encontramos el concepto de cambio cualitativo o discontinuidad que se produce cuando simples cambios cuantitativos pasan a ser otra cosa diferente y el sistema se transforma internamente de modo radical en una nueva realidad que modifica su situación de equilibrio interno y se crea una situación nueva (Nuevo Régimen), tesis defendida tan sólo por Vox y los grupos independentistas periféricos y que es asociada con el advenimiento del caos.
¿Por qué triunfó la Moción de Censura contra Rajoy?
La desafección política de la sociedad española motivada por los sangrantes casos de corrupción del PP (cuyo paradigma sería la sentencia del Caso Gürtel), generó un tsunami popular de denuncia del actual déficit democrático, social y de valores originando un “caos constructivo” que facilitó la presentación de una moción de censura por parte de Pedro Sánchez, quien tras lograr el apoyo del resto de partidos de la oposición consiguió finiquitar el Gobierno de Rajoy y abrir un horizonte limitado en el tiempo para intentar implementar una nueva cartografía socio-política del Estado español. Sin embargo, el inicio del Macro-Juicio político contra los líderes del procés encarcelados habría provocado el maximalismo de los grupos catalanes al exigir como condición “sine qua non” para aprobar los Presupuestos de Sánchez en el Congreso la celebración de un referéndum sobre la autodeterminación de Catalunya, lo que habría dinamitado los puentes de contacto, provocando la retirada de los nuevos Presupuestos y el adelanto de las Elecciones Generales para el 28 de Abril.
¿Hacia un Gobierno de Coalición PSOE-Ciudadanos?
El actual sistema dominante -o establishment- de las sociedades occidentales utilizaría la dictadura invisible del consumismo compulsivo de bienes materiales para anular los ideales del individuo primigenio y transformarlo en un ser acrítico, miedoso y conformista que pasará a engrosar ineludiblemente las filas de una sociedad homogénea, uniforme y fácilmente manipulable mediante las técnicas de manipulación de masas. En consecuencia, la estrategia electoral de los partidos del establishment se basará de nuevo en el mantra de la recuperación económica edulcorada con sibilinas promesas de aumento del techo de gasto autonómico, subidas salariales a funcionarios y jubilados así como reducciones fiscales al estar la sociedad española integrada por individuos unidimensionales que no dudarán en primar el “panem et circenses” frente al vértigo que suscitan las utopías. Así, tras las próximas elecciones Generales, es previsible la formación de un Gobierno de Coalición PSOE-Ciudadanos que contará con las bendiciones del establishment europeo y que escenificará la metamorfosis del Régimen del 78 mediante una reforma edulcorada de la Constitución vigente para implementar un Estado monárquico, jacobino y eurocéntrico, siguiendo la máxima del gatopardismo (“Cambiar todo para que nada cambie”).
Ayer tuve un sueño, pero no os hagáis ilusiones. No era de la grandeza a lo Martin Luther King ni nada semejante. Paseaba yo por el Retiro, solo, quizá meditando versos, cuando me atrajo un pequeño grupo de japoneses haciendo fotos. Al acercarme, descubrí que el objeto de su atención era el rey Felipe VI, algo envejecido y con el uniforme militar raído, subido a un cajoncillo rojigualda y en posición de firmes. De vez en cuando, el rey gritaba muy serio, ¡Viva el rey!, saludaba militarmente y regresaba a su mutismo marcial durante unos treinta segundos. Después repetía el grito y el gesto, así una y otra vez.
Unos metros más atrás, sentada en la esquina de un banco, descubrí a Letizia que tejía, protegida por una toquilla de lana que tenía todo el aspecto de haber conocido mucha intemperie. Sobre el banco, había extendido el producto de su trabajo, varios jerseicillos de bebé de colores discretos o quizás algo sosos. Papelillos fijados con imperdibles marcaban precios irrisorios de las prendas, tres euros, cinco euros… Letizia alzó hacia mí su frente y me sonrió durante unos segundos.
Cuando desperté, me puse a pensar qué podría haber pasado para que nuestros reyes hubieran llegado a eso. Quizá Froilán se había jugado la fortuna borbónica en el casino, o tal vez les había despojado ladinamente de sus dineros para convertirse en rico y exitoso empresario republicano. No eran pensamientos delirantes, sino que entraban dentro de esa normalidad literaria por la que fantaseamos algunos. Me psicoanalicé un poco, con la pereza del primer café, por si era grave. Y concluí que mi subconsciente me había contado esa historia porque ya estaba acomodado con naturalidad a vivir en la distopía.
Normal. Nos hemos hecho a la distopía, a lo imposible, a lo disparatado porque nuestro entorno es distópico y disparatado. Donald Trump, en lugar de personaje de tebeo, es el presidente de los Estados Unidos. Bolsonaro es aclamado en Brasil por las garotas a las que promete reducir a esclavas. En España, el líder de un partido emergente se deja ver en público disfrazado de don Pelayo, y varios negros vociferan en la televisión apoyando su proyecto xenófobo. Mi sueño, en el fondo, era mucho menos delirante que la realidad.
Resulta curioso observar cómo el progreso nos ha ido caricaturizando precisamente en estos tiempos de inmensas facilidades para alcanzar conocimiento o saber. Cada día somos más zafios como sociedad, como humanidad. Y lo asumimos con una complicidad pasmosa. Ni siquiera nos causa el mínimo miedo esta extraña pesadilla. El miedo lo reservamos para experimentarlo en el cine, sin darnos cuenta de que los monstruos de las salas son mucho menos monstruosos que nosotros.
Diga lo que diga, no me acostumbro a vivir en esta distopía. Prefiero mis pesadillas de reyes destronados y versos volanderos en el Retiro. Ahora nos acercamos, creo yo, a las elecciones más distópicas de nuestra historia, unas elecciones convertidas en un reality showservido a través de las redes sociales, con unos señores recreando la batalla de las Navas de Tolosa y otros retransmitiendo noviazgos, separaciones, casamientos y embarazos por streaming. No sé cómo van a explicar los historiadores del futuro esto nuestro, esta medrante distopía.
Son tiempos de lagartos. No hay más que observar a nuestro alrededor: le han denegado el visado australiano al polémico David Icke, negacionista del Holocausto y creador de teorías conspirativas sobre reptilianos humanoides. Icke iba a dar charlas sobre gobernantes reptilianos y manipulación y control mental gubernamental.
YouTube anunció hace menos de dos meses que cambiará sus algoritmos para que dejen de recomendar tantos vídeos de teorías conspirativas. Facebook acaba de anunciar el fichaje de Newtraly y Maldita.es para combatir las noticias falsas en su plataforma. La agencia France Presse también extenderá a España su acuerdo de verificación con Facebook, que ya tiene en otros 15 países. La BBC ha decidido vetar en sus debates a las personas que defiendan posturas negacionistas con respecto a teorías que tienen un consenso científico universal. Netflix documenta en La tierra es plana uno de los fenómenos contemporáneos que más rápidamente se están extendiendo: los terraplanistas.
Parece, pues, que hemos aceptado que estamos rodeados de teorías conspirativas y que estas suponen enormes peligros sociales y políticos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí en tan poco tiempo? ¿Cuándo nos acostumbramos a relatos conspiranoicos que ahora es necesario frenar?
Como explicaba Chris French a BBC News, las teorías conspirativas “son transversales en cuanto a clase social, género y edad”, y presuponen la falacia de que los dos lados de una disputa científica, social o política deben tener la misma veracidad. Si a eso le sumamos que una teoría conspirativa tiene, por defecto, la capacidad narrativa de crear patrones regulares podemos comprender que sean materia de seducción. Nuestro presente parece haber acelerado el poder de las conspiraciones: cada vez son más frecuentes ideas tóxicas sobre élites que controlan el mundo o planes delirantes para la introducción de migrantes de origen musulmán con ayudas gubernamentales.
Habrá que fiscalizar las narrativas de las desinformación y comprobar también los intentos de las grandes plataformas por frenarlas
Hasta muy recientemente se presuponía que la carne de cañón de las teorías conspirativas era una masa uniforme de ignorantes y paletos capaces de sucumbir a las más absurdas teorías sin base alguna con respecto al origen del universo, el cambio climático, o el atentado de las Torres Gemelas. Pero un reciente artículo de Julia Ebner en The Guardian alertaba de los peligros para la democracia que suponen no únicamente las teorías conspirativas, sino su construcción material, su andamiaje. Ebner citaba el ejemplo de la comunidad Qanon, que empezó en el foro 4chan, y con claros paralelismos con las redes de acción de movimientos de extrema derecha como la Liga de la Defensa Inglesa y Pegida. En los últimos tiempos, Qanon ha cooptado manifestaciones de chalecos amarillos e impulsado las campañas de la línea más dura pro-Brexit. El informe The battle for Bavaria, del Institute for Strategic Dialogue, del que Ebner formó parte, utiliza un caso de estudio: las elecciones bávaras. En él se detalla cómo la comunidad internacional de extrema derecha se movilizó, principalmente a favor del ultraderechista Alternativa para Alemania, y reveló cuáles son las nuevas comunidades transnacionales de extrema derecha que emergen en Europa y cómo participaron activamente en la elección de Baviera, difundiendo teorías de conspiración y desinformación con aliados transatlánticos.
Ebner explica cómo al inyectar narrativas conspirativas en estos movimientos, sus miembros pueden aprovechar las redes existentes y alterar su dirección política. Una táctica utilizada es combinar hashtags conspirativos con los de campañas virales y temas que son trending topic en las redes. El ruido que genera es suficiente para distorsionar la percepción pública.
Quizás hay que dejar de entender esa narrativa de la desinformación como algo antropológicamente curioso, propio de una masa desinformada risible, y entender que se trata de un ejercicio de ensayo-error. Si se es capaz de crear los canales para que alguien piense que un reptiliano bebe tu sangre y controla tu voto, o que vivimos en un gigantesco terrario, es mucho más fácil de implantar y naturalizar que los inmigrantes reciben más ayudas del Estado que el resto o que el cambio climático es una teoría conspirativa enorme.
Habrá que fiscalizar estas narrativas, y también cuan reales son los intentos de las grandes plataformas por frenarlas. Por ejemplo: dos de los grandes creadores de contenido en YouTube, Logan Paul y Shane Dawson, publicaban vídeos coqueteando con teorías conspirativas —el terraplanismo y la orquestación de los incendios en California—. El vídeo de Dawson superaba los 62 millones de visitas. Ante la pregunta del medio The Verge a YouTube sobre si se aplicarían a esos vídeos las nuevas regulaciones anunciadas por la empresa, YouTube no ha aclarado su decisión. Sí ha respondido que al vídeo sobre terraplanismo no se le añadirá información que refute la teoría.
Y si la política no fuera ya sino una rama de la industria del entretenimiento. Y si el votante primermundista solo ansiara divertirse como se divertían en Weimar, cuando nuestros bisabuelos se liberaron de esos corsés parlamentarios llamados partidos. Y si el consenso ya aburre a las ovejas con derecho a voto que sienten envidia de las cabras montesas. Y si el estrés, la ansiedad y la depresión explicaran hoy el voto mejor que el paro, la educación o las pensiones. Si es así, si el cerebro del animal humano no puede soportar más de tres generaciones de paz tediosa, entonces habremos de repetir la primera mitad del siglo XX, bajo cuya lluvia de metralla resultaba imposible aburrirse. El estallido de la Gran Guerra sorprendió a Durkheim en Francia: allí constató que los psiquiátricos se vaciaban a la misma velocidad con que el ardor guerrero incendiaba los corazones de los franceses. Estamos hechos para pelear, portamos la agresividad como un estúpido apéndice que el progreso ha hecho inservible pero que nos duele como un miembro fantasma. Cuando no peleamos nos ponemos tristes, apáticos o furiosos. Y cuando algún demagogo rescata el lenguaje de la tribu llamando a la batalla contra el enemigo, por muy abstracto que el enemigo sea, no podemos evitar erguir nuestras peludas orejas de mono y escuchar hipnotizados.
Esos hombres fuertes nos dicen que ya hemos alcanzado el máximo de futuro que podemos tolerar. Que es hora de volver al confort del pasado aunque ese pasado sea un mito, un recuerdo inducido políticamente. Desde el Renacimiento el individuo ha ido emancipándose de su familia, su nación, su raza, su credo y hasta su sexo; terminó matando a Dios y mirad adonde nos ha llevado aquel deicidio: al suicidio como primera causa de muerte violenta en Occidente. La democracia liberal es insatisfactoria, pero el odio cura la depresión. El gregarismo narcotiza la conciencia. La libertad es un lujo para los pocos que pueden asumir la intransferible responsabilidad de sus errores.
El populismo autoritario alivia la llaga del resentido, rejuvenece al nostálgico y entretiene al hastiado. "No nos representarán hasta que no se ataquen como nos gusta". El más agresivo gana. En España la especialidad de la casa siempre fue la guerra civil; por eso Sánchez y Abascal y sus respectivos hinchas goyescos están quemando toda extensión de tierra entre ambos. Porque el centro jode el espectáculo. Su cainismo reventará de gozo en 2023, cuando a la izquierda de Sánchez resurja otro Iglesias y a la derecha de Abascal un caudillo aún más puro que le acuse de traicionar el evangelio de la España viva. Ahí empezará la diversión. Y jugando, celebraremos el centenario de la Guerra Civil con la II Guerra Civil. Que tanto divierte a los gilipollas que no la han vivido.
Los independentistas fracasaron en su intento de crear estructuras de Estado y carecieron de fuerza para llevar a cabo un golpe mal planificado y peor ejecutado
Todas las mañanas, al cruzar la calle Génova en dirección al Palacio de las Salesas, me topaba con una docena de personas que llevaban lazos amarillos y exhibían unos carteles que decían: «Pueblo, rebelaos». Nadie les miraba ni les hacía el menor caso, por lo que su empeño sucitaba más compasión que rechazo. Ayer habían abandonado la escena, quizás hartos de tanta indiferencia.
Tampoco aparecen los Torra, Artadi, Torrent y demás dirigentes independentistas y hay menos público y muchos menos periodistas. Pero el juicio en el Supremo no ha perdido interés porque, ayer por la mañana, pudimos escuchar el testimonio de un agente de la Guardia Civil que examinó la información incautada en el registro a Lluís Salvadó, exsecretario de Hacienda.
En la documentación requisada había un correo que hacía referencia a un préstamo de 11.000 millones de euros, solicitado por la Generalitat al Gobierno chino, para poner en marcha la independencia. Y también quedaba constancia de un viaje de cuatro altos cargos a Eslovenia para estudiar el modelo que tanto le gusta a Torra. Por último, había una factura de 240.000 euros por un programa informático de IBM para montar la agencia tributaria catalana
Viver, como Junqueras, leyó sin duda «Técnica del golpe de Estado», el libro de Curzio Malaparte, publicado en 1931, cuando Mussolini regía los destinos de Italia. La obra se ha convertido en una referencia obligada de la ciencia política y parece haber inspirado la estrategia de quienes se sientan en el banquillo. El Che Guevara era un devoto seguidor de Malaparte.
Entre las diversas modalidades de golpe, los líderes del procés optaron por el bonapartismo
El periodista y agitador que acompañó a «Il Duce» en su marcha de 1922 formula dos observaciones a quienes pretendan dar un golpe de Estado. La primera es elegir bien el momento, un consejo con resonancias maquiavélicas, y concentrar las fuerzas en el punto débil del adversario. La segunda es que las élites pueden hacerse con el poder de forma abrupta si controlan resortes clave como los medios de comunicación o el Ejército. No hace falta –dice Malaparte– un apoyo masivo de las bases.
En su libro, el ideólogo fascista describe la tipología de los diferentes golpes de Estado. Pero, por resumir, distingue tres modalidades: la oportunista de Lenin, la violenta de Trotski y la aparentemente legal de Bonaparte.
En concreto, Malaparte estudia el XVIII Brumario como un modelo de conquista del poder mediante una coacción que crea una nueva legalidad desde las instituciones. Eso fue lo que hizo Napoleón, que primero ocupó el cargo de cónsul, luego se convirtió en dictador y, por último, se elevó a la condición de emperador tras casarse con una ilustre dama de la familia real austriaca.
Bonaparte siempre argumentó que tenía el apoyo masivo del pueblo francés y fue un maestro en el arte de manipular los sentimientos nacionales. Si se elimina la grandeza del personaje y se salvan las distancias históricas, hay mucho de bonapartismo en los líderes de un procés que se jactaban de ostentar la representación del pueblo para intentar dar un golpe de Estado, siguiendo el manual de Malaparte.
Pero al igual que el corso acabó sus días en Santa Elena, Junqueras y sus compañeros pueden ser castigados con una larga pena de cárcel. Y es que eligieron mal el momento, sobrevaloraron sus fuerzas y jamás controlaron los resortes del poder.
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