INDICE – LO PEQUEÑO ES HERMOSO, de E. F. Schumacher
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«Los países pobres se deslizan (y son empujados) hacia la adopción de métodos de producción y niveles de consumo que destruyen las posibilidades de confianza y ayuda propias. Los resultados son un no intencionado neocolonialismo y desesperanza para los pobres (…) Si hemos aprendido algo en los últimos diez o veinte años de esfuerzo por el desarrollo es que el problema nos presenta un enorme desafío intelectual. Los que conceden la ayuda (ricos, educados, de población urbana) saben muy bien cómo hacer las cosas a su manera, pero ¿saben cómo asistir a los que se ayudan a sí mismos en dos millones de aldeas, a esos 2000 millones de aldeanos (pobres, sin educación, de población rural)? Ellos saben cómo hacer algunas grandes cosas en las grandes ciudades, pero ¿saben cómo hacer miles de pequeñas cosas en las áreas rurales? Saben cómo hacer las cosas disponiendo de capital en cantidad, pero ¿saben hacerlas disponiendo de mano de obra en cantidad, inclusive mano de obra inicialmente no entrenada? En general, no saben, pero hay mucha gente experimentada que sí sabe, cada uno de ellos en su propio y limitado campo de experiencia. En otras palabras, el conocimiento necesario realmente existe, pero no existe de una forma organizada, accesible de inmediato. Está más bien aislado, no sistematizado, desorganizado y sin ninguna duda incompleto. La mejor ayuda que se puede dar es la ayuda intelectual, un regalo de conocimiento útil. Un regalo de conocimiento es infinitamente preferible a un regalo de cosas materiales» E. F. Schumacher |
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LO PEQUEÑO ES HERMOSO*(Parte XI)
Por E. F. Schumacher
XIII. Dos millones de aldeas [1]
Los resultados de la segunda década del desarrollo no serán mejores que los de la primera salvo que haya un cambio de énfasis consciente y determinado de las mercancías a la gente. Realmente, sin tal cambio los resultados de la ayuda serán cada vez más destructivos.
Si hablamos de promover el desarrollo, ¿qué es lo que tenemos in mente: mercancías o gente? Si es la gente, ¿qué gente en particular? ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Por qué necesitan ayuda? Si no pueden seguir adelante sin ayuda, ¿cuál es precisamente la ayuda que necesitan? ¿Cómo hemos de comunicarnos con ellos? La preocupación por la gente genera incontables preguntas como éstas. Las mercancías, por otro lado, no sugieren tantas preguntas. Las mercancías dejan incluso de ser algo identificable, y reconvierten en PNB, importaciones, exportaciones, ahorro, inversión, infraestructura, etc. Basándose en estas abstracciones se pueden construir impresionantes modelos y es raro que dejen espacio para la gente. Por supuesto que la «población» puede aparecer en ellos, pero nada más que como una mera cantidad a ser usada como divisor después de que el dividendo, la cantidad de mercancías disponibles, ha sido determinado. El modelo entonces muestra que «el desarrollo», es decir, el crecimiento del dividendo, se frustra si el divisor crece también.
Es mucho más fácil tratar con mercancías que con gente; basta darse cuenta de que las mercancías no tienen mente propia y no crean ningún problema de comunicación. Cuando el énfasis está en la gente los problemas de comunicación llegan a ser monumentales. ¿Quiénes son los que ayudan y quiénes son los que han de ser ayudados? Los que ayudan, en su totalidad, son los ricos, los educados (en algún sentido especializado) y los habitantes de la ciudad. Aquellos que más necesitan ayuda son los pobres sin educación y los campesinos. Esto significa que tres abismos tremendos separan a los primeros de los últimos: el abismo entre los ricos y los pobres, el abismo entre los educados y los sin educación y el abismo entre el hombre de ciudad y el hombre de campo, que incluye la separación entre industria y agricultura. El primer problema de la ayuda para el desarrollo es cómo construir un puente sobre estos tres abismos. Se necesita un gran esfuerzo de imaginación, de estudio y compasión para hacerlo. Los métodos de producción y de consumo, los sistemas de ideas y de valores que les van relativamente bien a la gente educada y rica de la ciudad difícilmente se adaptan a los campesinos pobres y semianalfabetos. Ellos no pueden de buenas a primeras adquirir la apariencia y los hábitos de la gente sofisticada de ciudad. Si la gente no se puede adaptar a los métodos, los métodos deberán adaptarse a la gente. Éste es el quid del problema.
Más aún, hay muchos rasgos de la economía del hombre rico que en sí mismos son cuestionables y, de cualquier manera, tan inapropiados para las comunidades pobres que la adaptación de la gente a estos rasgos llevaría consigo la ruina. Si la naturaleza del cambio es tal que no se deja nada para que los padres enseñen a sus hijos, para que los hijos reciban de sus padres, la vida familiar se derrumba. La vida, trabajo y felicidad de todas las sociedades dependen de ciertas «estructuras psicológicas» que son infinitamente preciosas y altamente vulnerables. La cohesión social, la cooperación, el mutuo respeto y sobre todo el respeto a sí mismo, el coraje frente a la adversidad y la capacidad para sobrellevar privaciones, todo esto y mucho más se desintegra y desaparece cuando estas «estructuras psicológicas» se dañan gravemente. Un hombre es destruido por su convicción profunda de inutilidad. Ningún crecimiento económico por grande que sea puede compensar esas pérdidas, aunque ésta puede ser una reflexión ociosa, ya que ellas normalmente impiden el crecimiento económico.
«Más aún, hay muchos rasgos de la economía del hombre rico que en sí mismos son cuestionables y, de cualquier manera, tan inapropiados para las comunidades pobres que la adaptación de la gente a estos rasgos llevaría consigo la ruina. Si la naturaleza del cambio es tal que no se deja nada para que los padres enseñen a sus hijos, para que los hijos reciban de sus padres, la vida familiar se derrumba. La vida, trabajo y felicidad de todas las sociedades dependen de ciertas «estructuras psicológicas» que son infinitamente preciosas y altamente vulnerables. La cohesión social, la cooperación, el mutuo respeto y sobre todo el respeto a sí mismo, el coraje frente a la adversidad y la capacidad para sobrellevar privaciones, todo esto y mucho más se desintegra y desaparece cuando estas «estructuras psicológicas» se dañan gravemente. Un hombre es destruido por su convicción profunda de inutilidad. Ningún crecimiento económico por grande que sea puede compensar esas pérdidas, aunque ésta puede ser una reflexión ociosa, ya que ellas normalmente impiden el crecimiento económico»
Ninguno de estos desagradables problemas aparecen en forma visible en las confortables teorías de la mayoría de nuestros economistas del desarrollo. El fracaso de la primera década del desarrollo se atribuye simplemente a una insuficiente utilización de la ayuda o, peor aún, a ciertos defectos inherentes a las sociedades y poblaciones de los países en desarrollo. Un estudio de la literatura sobre desarrollo podía conducirnos a suponer que el interrogante decisivo consiste en cómo debiera prestarse esa ayuda, si en forma multilateral o bilateral, o que las cosas que realmente importan son un mejoramiento en los términos del intercambio de productos primarios, una remoción de las barreras del comercio, garantías para los inversores privados o la introducción efectiva del control de la natalidad.
Ahora bien, estoy lejos de sugerir que cualquiera de estos aspectos es irrelevante, pero de alguna manera me parece que no llegan al corazón del problema, y de las innumerables discusiones que se centran alrededor surge muy poca acción constructiva. El centro del problema, tal como yo lo veo, es el hecho rotundo de que la pobreza mundial es principalmente un problema de dos millones de aldeas, es decir, un problema de dos mil millones de aldeanos. La solución no se puede encontrar en las ciudades de los países pobres. Salvo que la vida en el hinterland pueda hacerse tolerable, el problema de la pobreza mundial es insoluble e inevitablemente irá de mal en peor.
Si continuamos pensando en el desarrollo en términos cuantitativos principalmente y en esas vastas abstracciones tales como inversiones, ahorro, etcétera, utilizaremos unas herramientas inadecuadas ya que aquéllas, que tienen su utilidad en el estudio de los países desarrollados, no tienen virtualmente ninguna relevancia en el problema del desarrollo como tal. ¡Como tampoco jugaron el menor papel en el actual desarrollo de los países ricos! La ayuda puede considerarse fructífera sólo si moviliza la fuerza laboral de las masas en el país receptor y eleva la productividad sin «ahorrar» mano de obra. El criterio común del éxito, es decir, el crecimiento del PNB, es altamente engañoso y, en realidad, ha de conducir necesariamente a fenómenos que sólo pueden ser descritos como neocolonialismo.
He dudado en usar este término porque tiene un sonido muy desagradable y puede implicar una intención deliberada por parte de los que ofrecen la ayuda. ¿Existe tal intención? En general, pienso que no. Pero esto hace que el problema se agrande en lugar de empequeñecerlo. El neocolonialismo sin intención es mucho más insidioso e infinitamente más difícil de combatir que el neocolonialismo intencionalmente buscado. Es el resultado del mero devenir de las cosas, apoyado por las mejores intenciones. Los métodos de producción, los niveles de consumo, los criterios de éxito o fracaso, los sistemas de valores y las pautas de conducta se imponen en los países pobres. Pero como sólo son apropiados (dudosamente) a las condiciones de la abundancia, ponen a las naciones pobres en una condición de mayor dependencia de los ricos. El ejemplo y el síntoma más obvio es el creciente endeudamiento. Esto es ampliamente reconocido y mucha gente bien intencionada saca la simple conclusión de que las subvenciones son mejores que los préstamos y que los préstamos baratos son mejores que los caros. Esto es bien cierto. Sin embargo, el creciente endeudamiento no es el problema más serio. Después de todo, si un deudor no puede pagar deja de hacerlo, un riesgo que el acreedor siempre debe haber tenido en cuenta.
«El neocolonialismo sin intención es mucho más insidioso e infinitamente más difícil de combatir que el neocolonialismo intencionalmente buscado. Es el resultado del mero devenir de las cosas, apoyado por las mejores intenciones. Los métodos de producción, los niveles de consumo, los criterios de éxito o fracaso, los sistemas de valores y las pautas de conducta se imponen en los países pobres. Pero como sólo son apropiados (dudosamente) a las condiciones de la abundancia, ponen a las naciones pobres en una condición de mayor dependencia de los ricos. El ejemplo y el síntoma más obvio es el creciente endeudamiento. Esto es ampliamente reconocido y mucha gente bien intencionada saca la simple conclusión de que las subvenciones son mejores que los préstamos y que los préstamos baratos son mejores que los caros. Esto es bien cierto. Sin embargo, el creciente endeudamiento no es el problema más serio. Después de todo, si un deudor no puede pagar deja de hacerlo, un riesgo que el acreedor siempre debe haber tenido en cuenta»
Mucho más seria es la dependencia creada cuando un país pobre se siente atraído por las pautas de producción y consumo del país rico. Una industria textil que visité recientemente en África nos proporciona un ejemplo que habla por sí mismo. El gerente me mostró con considerable orgullo que su fábrica había alcanzado un nivel tecnológico equiparable al más alto de cualquier parte del mundo. ¿Por qué estaba tan automatizada? «Porque», dijo, «la mano de obra africana, no acostumbrada al trabajo industrial, cometería muchos errores, mientras que la maquinaria automática no comete ningún error. Los niveles de calidad requeridos hoy», explicó, «son tales que mi producción debe ser perfecta si quiero encontrar un mercado». Y resumió su política diciendo: «Sin duda, mi objetivo es eliminar el factor humano». Esto no es todo. Porque debido a niveles de calidad inapropiados, todo su equipo había sido importado desde los países más avanzados y el equipo era tan sofisticado que obligó a importar el personal de administración y mantenimiento más especializado. Inclusive la materia prima tuvo que ser importada, porque el algodón cultivado localmente era demasiado corto para el hilado de alta calidad y los métodos propuestos requerían el uso de un alto porcentaje de fibras artificiales. Éste no es un caso atípico. Cualquiera que se haya tomado el trabajo de observar sistemáticamente los actuales proyectos «de desarrollo», en lugar de estudiar meramente los planes de desarrollo y los modelos econométricos, sabe de infinidad de estos casos: fábricas de jabón que producen jabones lujosos usando procesos tan sofisticados que sólo pueden usarse materiales altamente refinados, que han de importarse a precios elevados mientras que la materia prima local se exporta a bajo precio, plantas procesadoras de comida, plantas empaquetadoras, la motorización, etc. Todo siguiendo el modelo del hombre rico. En muchos casos, las frutas locales van a la basura porque el consumidor abiertamente declara su preferencia por niveles de calidad que responden sólo a la atracción de la vista y que sólo se encuentran en la fruta importada de Australia o California, donde la aplicación de una ciencia inmensa y una tecnología fantástica asegura que cada manzana es del mismo tamaño y sin la menor mancha visible. Los ejemplos podrían multiplicarse sin fin. Los países pobres se deslizan (y son empujados) hacia la adopción de métodos de producción y niveles de consumo que destruyen las posibilidades de confianza y ayuda propias. Los resultados son un no intencionado neocolonialismo y desesperanza para los pobres.
¿Cómo es posible entonces ayudar a estos dos millones de aldeas? Primero, el aspecto cuantitativo. Si tomamos el total de la ayuda occidental, después de eliminar ciertos conceptos que no tiene nada que ver con el desarrollo y dividirla por el número de personas que viven en los países en desarrollo, llegamos a una cifra levemente por debajo de los 1,80 euros al año per cápita. Considerada como un suplemento del ingreso esto es por supuesto insignificante e irrisorio. Mucha gente sostiene que los países ricos debieran hacer un esfuerzo financiero mucho más grande y sería de estúpidos el rechazar cualquier apoyo a esta petición. Pero ¿qué es lo que uno puede razonablemente lograr? ¿Una cifra de 2,40 ó 3,00 euros al año per cápita? Como un subsidio, una suerte de pago por «asistencia pública», aun tres euros al año difícilmente es menos irrisoria que la cifra actual.
Para ilustrar aún más el problema, podemos considerar el caso de un pequeño grupo de países en desarrollo que reciben un ingreso suplementario de una escala realmente magnífica: los países productores de petróleo del Medio Oriente, Libia y Venezuela. Su ingreso por impuestos y regalías de las compañías de petróleo en 1968 alcanzó los 1800 millones de euros, es decir, aproximadamente 36 euros por cabeza de sus respectivas poblaciones. ¿Está este ingreso de fondos produciendo sociedades saludables y estables, poblaciones contentas, eliminación progresiva de la pobreza rural, una agricultura floreciente y una industrialización extensiva? A pesar de algunos muy limitados éxitos, la respuesta es ciertamente no. El dinero por sí solo no satisface todas las necesidades. El aspecto cuantitativo es secundario frente al aspecto cualitativo. Si la política está equivocada, el dinero no la corregirá; si la política por el contrario es correcta, el dinero no representa un problema insoluble.
Consideremos ahora el aspecto cualitativo. Si hemos aprendido algo en los últimos diez o veinte años de esfuerzo por el desarrollo es que el problema nos presenta un enorme desafío intelectual. Los que conceden la ayuda (ricos, educados, de población urbana) saben muy bien cómo hacer las cosas a su manera, pero ¿saben cómo asistir a los que se ayudan a sí mismos en dos millones de aldeas, a esos 2000 millones de aldeanos (pobres, sin educación, de población rural)? Ellos saben cómo hacer algunas grandes cosas en las grandes ciudades, pero ¿saben cómo hacer miles de pequeñas cosas en las áreas rurales? Saben cómo hacer las cosas disponiendo de capital en cantidad, pero ¿saben hacerlas disponiendo de mano de obra en cantidad, inclusive mano de obra inicialmente no entrenada?
«Si hemos aprendido algo en los últimos diez o veinte años de esfuerzo por el desarrollo es que el problema nos presenta un enorme desafío intelectual. Los que conceden la ayuda (ricos, educados, de población urbana) saben muy bien cómo hacer las cosas a su manera, pero ¿saben cómo asistir a los que se ayudan a sí mismos en dos millones de aldeas, a esos 2000 millones de aldeanos (pobres, sin educación, de población rural)? Ellos saben cómo hacer algunas grandes cosas en las grandes ciudades, pero ¿saben cómo hacer miles de pequeñas cosas en las áreas rurales? Saben cómo hacer las cosas disponiendo de capital en cantidad, pero ¿saben hacerlas disponiendo de mano de obra en cantidad, inclusive mano de obra inicialmente no entrenada?»
En general, no saben, pero hay mucha gente experimentada que sí sabe, cada uno de ellos en su propio y limitado campo de experiencia. En otras palabras, el conocimiento necesario realmente existe, pero no existe de una forma organizada, accesible de inmediato. Está más bien aislado, no sistematizado, desorganizado y sin ninguna duda incompleto.
La mejor ayuda que se puede dar es la ayuda intelectual, un regalo de conocimiento útil. Un regalo de conocimiento es infinitamente preferible a un regalo de cosas materiales. Hay muchas razones para esto. Nada viene a ser verdaderamente «de uno mismo» excepto sobre la base de algún esfuerzo o sacrificio genuino. Un regalo que consiste en bienes materiales puede ser apropiado por el que lo recibe sin ningún esfuerzo o sacrificio, y por lo tanto muy raramente se transforma en algo «suyo propio», sino que es tratado como si fuese un fruto caído del árbol. Un regalo de bienes intelectuales, un regalo de conocimiento, es un asunto verdaderamente distinto. Sin un esfuerzo genuino de apropiación por parte del que recibe, el regalo no existe. Apropiarse del regalo y hacerlo de uno es la misma cosa y «ni la polilla ni la herrumbre lo corrompen». El regalo de bienes materiales hace dependiente a la gente, pero el regalo del conocimiento la hace libre (por supuesto si tal conocimiento es el correcto). El regalo del conocimiento también tiene efectos mucho más duraderos, está mucho más cercano al concepto de «desarrollo». Dele un pez al hombre, tal como dice el proverbio, y le estará ayudando un poquito por un poco de tiempo, enséñele el arte de la pesca y él podrá ayudarse a sí mismo por el resto de su vida. En un nivel más alto, provéale de un equipo de pesca, esto habrá de costarle una buena suma de dinero y el resultado permanece dudoso, pero aun siendo fructífero, la continuada existencia del hombre todavía estará dependiente de usted para los repuestos. Pero enséñele a hacer su propio aparejo de pesca y no sólo le habrá ayudado a autoabastecerse, sino también a confiar en sí mismo y a ser independiente.
Ésta debiera ser la preocupación constante de los programas de ayuda, hacer que los hombres estén seguros de sí mismos y sean independientes por medio de la provisión abundante de los dones intelectuales, dones de conocimiento relacionados con los métodos de ayuda propia. Este enfoque tiene la ventaja de ser relativamente barato, es decir, también ayuda a que el dinero dure bastante. Por 60 euros se está en condiciones de dotar a un hombre con cierto equipo de producción, pero por el mismo dinero se está en condiciones de enseñar a cien hombres sobre cómo equiparse uno mismo. Tal vez un poco de «inyección por bombeo» en la forma de mercancías concretas ayudará en algunos casos a acelerar el proceso, pero esto será puramente incidental y secundario y si las mercancías están correctamente elegidas, aquellos que las necesitan probablemente podrán pagarlas.
Una reorientación fundamental de la ayuda en la dirección que propongo requeriría sólo una redistribución marginal de fondos. Si Gran Bretaña está actualmente dando ayuda por valor de unos 180 millones de euros al año, la distracción de un mero 1 por 100 de esta suma para la organización y movilización de los «dones de conocimiento», estoy seguro, cambiaría todas las perspectivas y abriría una era nueva y mucho más esperanzada en la historia del «desarrollo». El 1 por 100, después de todo, son unos 1,8 millones, una suma de dinero que iría realmente lejos para este propósito si es empleada inteligentemente. Y podría hacer el otro 99 por 100 inmensamente más fructífero.
Una vez que vemos que la tarea de ayuda es básicamente una tarea de proveer de conocimiento instrumental relevante, experiencia, etc., es decir, bienes intelectuales en lugar de materiales, se hace evidente que la actual organización del esfuerzo para el desarrollo de ultramar está lejos de ser la adecuada. Esto es algo natural en tanto en cuanto la tarea principal se vea como una distribución de fondos disponibles para una variedad de proyectos y necesidades del país receptor, dándose por sentada la disponibilidad de conocimiento. Lo que estoy diciendo es que aquella disponibilidad no puede darse por sentada, que el factor conocimiento es precisamente aquello de lo que se carece, que ése es el abismo, el «eslabón perdido» en el esfuerzo total. Sería ridículo suponer que lo que estoy diciendo es que no hay ningún conocimiento. No, hay abundante provisión de conocimiento técnico instrumental, pero está basado en la suposición implícita de que lo que es bueno para los ricos obviamente deberá ser bueno para los pobres. Tal como he expuesto antes, esta suposición está equivocada o, por lo menos, es sólo muy parcialmente correcta y preponderantemente equivocada.
«Una vez que vemos que la tarea de ayuda es básicamente una tarea de proveer de conocimiento instrumental relevante, experiencia, etc., es decir, bienes intelectuales en lugar de materiales, se hace evidente que la actual organización del esfuerzo para el desarrollo de ultramar está lejos de ser la adecuada. Esto es algo natural en tanto en cuanto la tarea principal se vea como una distribución de fondos disponibles para una variedad de proyectos y necesidades del país receptor, dándose por sentada la disponibilidad de conocimiento. Lo que estoy diciendo es que aquella disponibilidad no puede darse por sentada, que el factor conocimiento es precisamente aquello de lo que se carece, que ése es el abismo, el «eslabón perdido» en el esfuerzo total»
Así que volvemos a nuestros dos millones de aldeas para ver de qué manera podemos hacer que lleguen a tener acceso al conocimiento relevante, ellas mismas. Para hacer así, tenemos que poseer este conocimiento nosotros mismos primero. Antes de hablar acerca de prestar ayuda, debemos tener algo que dar. Nosotros no tenemos miles de poblaciones azotadas por la pobreza en nuestro país; ¿qué es lo que nosotros sabemos acerca de métodos efectivos de autoayuda en tales circunstancias? El principio de la sabiduría es el reconocimiento de nuestra propia falta de conocimiento. Mientras pensemos que sabemos, cuando en realidad no sabemos, seguiremos acercándonos a los pobres para demostrarles las cosas maravillosas que podrían hacer si ya fueran ricos. Éste ha sido el principal defecto de la ayuda hasta la fecha.
Pero nosotros sabemos algo acerca de la organización y sistematización del conocimiento y de la experiencia y tenemos facilidad para hacer cualquier clase de trabajo, sobre la base de que comprendemos claramente qué es lo que hacemos. Si el trabajo, por ejemplo, consiste en reunir una guía efectiva de métodos y materiales para la construcción de bajo costo en los países tropicales y, con la ayuda de tal guía, entrenar a constructores locales en los países en desarrollo en las tecnologías y metodologías apropiadas, sin ninguna duda que podemos hacer esto o, por lo menos, podemos de inmediato dar los pasos necesarios que nos permitirán hacerlo en dos o tres años. De la misma manera, si entendemos claramente que una de las necesidades básicas en muchos países en desarrollo es el agua y que millones de aldeanos se beneficiarían enormemente del conocimiento sistemático de métodos de almacenaje, protección y transporte de agua a bajo costo por el sistema de autoayuda, si esto se entiende, no tengo la menor duda de que estamos en condiciones y tenemos los recursos para organizar y comunicar la información requerida.
Como he dicho antes, los pobres tienen necesidades relativamente simples, y es principalmente en relación a sus requerimientos básicos y actividades elementales que necesitan asistencia. Si no fueran capaces de ayudarse a sí mismos y de poseer confianza, no sobrevivirían hoy día. Pero sus propios métodos son con frecuencia demasiado primitivos e ineficaces; estos métodos requieren el mejoramiento por la aportación de nuevo conocimiento, nuevo para ellos, pero no totalmente nuevo para todos. Es totalmente equivocado suponer que los pobres no quieren cambiar, pero el cambio propuesto debe tener alguna relación orgánica con lo que están haciendo ahora, y ellos sospechan y se resisten con toda razón a cambios radicales propuestos por los innovadores de la ciudad, gente de oficina, que enfrentan la situación con el espíritu de: «Ábranme camino que voy a demostrarles lo inútiles que son y qué espléndidamente puede hacerse el trabajo con montones de dinero extranjero y equipo foráneo».
Como las necesidades de la gente pobre son relativamente simples, la variedad de estudios que pueden realizarse es bastante limitada. Es una tarea perfectamente realizable si se lleva a cabo sistemáticamente, pero requiere un enmarque organizativo distinto del que tenemos en el presente (una organización principalmente dirigida al desembolso de fondos). Actualmente, el esfuerzo de desarrollo está conducido principalmente por funcionarios del gobierno, tanto en el país donante como en el país receptor; en otras palabras, por administradores. Éstos no son, por entrenamiento y experiencia, ni empresarios ni innovadores, y ni siquiera poseen el conocimiento técnico específico de los procesos productivos, requerimientos comerciales o problemas de comunicación. Sin duda, tienen un papel especial a jugar y no se podría (ni debería) intentar seguir adelante sin ellos. Pero tampoco pueden hacer nada estando solos. Deberían estar estrechamente asociados con otros grupos sociales, con gente de la industria y el comercio, que están entrenados en la «disciplina de la viabilidad» (si no pueden pagar sus salarios los viernes ¡están despedidos!), y profesionales, profesores, trabajadores de la investigación, periodistas, educadores, etc., que tienen tiempo, facilidades, habilidad e inclinación a pensar, escribir y comunicarse. El trabajo de desarrollo es demasiado difícil para ser hecho con éxito por cualquiera de estos tres grupos trabajando aisladamente. Tanto en los países donantes como en los países receptores es necesario alcanzar lo que yo llamo la combinación ABC, en la que A representa a los administradores, B representa a los hombres de negocios (businessmen) y C representa a los comunicadores, es decir, a los trabajadores intelectuales y profesionales diversos. Sólo cuando la combinación ABC se ha logrado puede producirse un impacto real sobre los difíciles problemas del desarrollo.
En los países ricos, hay miles de personas capaces en todas estas ramas de la vida a quienes les gustaría ser tomados en cuenta a la hora de contribuir a la lucha en contra de la pobreza mundial, con una contribución que vaya más allá de dar un poco de dinero; pero no hay muchas puertas abiertas para ellos. En los países pobres, la gente educada, una minoría altamente privilegiada, sigue demasiado a menudo la modas establecidas por las sociedades ricas (otro aspecto del neocolonialismo no intencionado) y prestan atención a cualquier problema excepto a aquellos que tienen que ver directamente con la pobreza de sus propios compatriotas. Necesitan que se les dé guía e inspiración fuertes para tratar con los problemas urgentes de sus propias sociedades.
La movilización del conocimiento relevante para ayudar a los pobres a que se ayuden a sí mismos, a través de la movilización de los que ayudan voluntariamente, que existen en todas partes, tanto aquí como en el extranjero, y el asociar a todos estos cooperantes en los «grupos ABC» es una tarea que requiere algún dinero, pero no tanto. Como dije, un mero 1 por 100 del programa de ayuda británico sería suficiente (más que suficiente) para dar a tal enfoque toda la fuerza financiera que pudiera necesitar posiblemente por un largo tiempo en el futuro. No hay, por lo tanto, ninguna razón para poner boca abajo los programas de ayuda. Es el pensamiento el que tiene que ser cambiado y también el método de operación. No es suficiente el tener meramente una nueva política: se requieren nuevos métodos de organización, porque la política está en la puesta en práctica.
«La movilización del conocimiento relevante para ayudar a los pobres a que se ayuden a sí mismos, a través de la movilización de los que ayudan voluntariamente, que existen en todas partes, tanto aquí como en el extranjero, y el asociar a todos estos cooperantes en los «grupos ABC» es una tarea que requiere algún dinero, pero no tanto. Como dije, un mero 1 por 100 del programa de ayuda británico sería suficiente (más que suficiente) para dar a tal enfoque toda la fuerza financiera que pudiera necesitar posiblemente por un largo tiempo en el futuro. No hay, por lo tanto, ninguna razón para poner boca abajo los programas de ayuda. Es el pensamiento el que tiene que ser cambiado y también el método de operación. No es suficiente el tener meramente una nueva política: se requieren nuevos métodos de organización, porque la política está en la puesta en práctica»
Para implementar el enfoque aquí sugerido se necesita formar grupos de acción no sólo en los países donantes sino también, y esto es lo más importante, en los mismos países en desarrollo. Estos grupos de acción, sobre el modelo ABC, debieran idealmente estar fuera de la máquina de gobierno, en otras palabras, deberían ser grupos voluntarios, no gubernamentales, que bien podrían ser establecidos por agencias voluntarias que ya están trabajando en el desarrollo.
Hay muchas de estas agencias, tanto religiosas como seglares, con una gran cantidad de gente trabajando a nivel de «base» que no han tardado en reconocer que la «tecnología intermedia» es precisamente lo que han estado tratando de practicar en numerosas instancias, pero que carecen de todo apoyo técnico organizado para este fin. En muchos países se han organizado conferencias para discutir estos problemas comunes y ha llegado a ser absolutamente evidente que aun los esfuerzos de los trabajadores voluntarios más sacrificados no pueden dar un fruto adecuado salvo que haya una organización sistemática de conocimiento e igualmente una organización sistemática de comunicaciones. En otras palabras, salvo que haya algo que podríamos denominar una «infraestructura intelectual».
Se ha intentado crear tal infraestructura, y los gobiernos y organizaciones voluntarias para recaudar fondos debieran prestar su total apoyo. Por lo menos cuatro funciones principales tienen que realizarse:
Primero, la función de las comunicaciones, para permitir que cada trabajador o grupo de trabajadores de campo conozcan qué otro trabajo se está llevando a cabo en el territorio geográfico o «funcional» en el que ellos están ocupados, de modo que se facilite el intercambio directo de información.
Segundo, la función de la agencia de informaciones, para organizar sobre una base sistemática y diseminar información referente a tecnologías apropiadas para países en desarrollo, especialmente sobre métodos de bajo costo relativos a construcción, agua y energía, almacenamiento y procesado de granos, manufactura de pequeña escala, servicios de salud, transporte, etc. Aquí la esencia del problema no es el retener toda la información en un centro, sino el mantener «información sobre información» o «el conocimiento técnico sobre el conocimiento técnico».
Tercero, la función del «feedback»[2], es decir, la transmisión de los problemas técnicos desde los trabajadores de campo en los países en desarrollo a aquellos lugares de los países avanzados en los que existen adecuadas instalaciones para su solución.
Cuarto, la función de crear y coordinar «subestructuras», es decir, grupos de acción y centros de verificación en los mismos países en desarrollo.
Éstos son problemas que sólo pueden ser aclarados totalmente por medio del método de prueba y error. En todo esto uno no tiene que empezar desde cero porque ya existe una gran cantidad de conocimientos, pero ahora es preciso reunirlo todo y desarrollarlo en forma sistemática. El éxito futuro de la ayuda para el desarrollo dependerá de la organización y comunicación de los conocimientos adecuados, tarea que es abarcable, definida y enteramente dentro de los recursos disponibles.
¿Por qué es tan difícil para los ricos ayudar a los pobres? La enfermedad que ha invadido todo el mundo moderno es el desequilibrio total entre la cuidad y el campo, un desequilibrio en términos de riqueza, poder, cultura, atracción, esperanza. La primera se ha sobre extendido mientras que el último se ha atrofiado. La ciudad se ha convertido en un imán universal mientras que la vida rural ha perdido su sabor. Y aun así hay una verdad inalterable que permanece: de la misma manera en que una mente sana depende de un cuerpo sano, así la salud de las ciudades depende de la salud de las áreas rurales. Las ciudades, con toda su riqueza, son meros productos secundarios, mientras que la producción primaria, precondición de toda vida económica, tiene lugar en el campo. La falta de equilibrio prevaleciente, basada en la antigua explotación del campesino y del productor de materias primas, amenaza hoy a todos los países del mundo, a los ricos más aún que a los pobres. Restaurar un equilibrio adecuado entre la ciudad y la vida rural es tal vez la tarea más grande que tiene el hombre moderno. No se trata simplemente de elevar la producción agrícola para evitar el hambre mundial. No hay ninguna respuesta a los males del desempleo masivo y de la migración masiva a las ciudades, a menos que el nivel de la vida rural pueda ser elevado, lo que requiere el desarrollo de una cultura agroindustrial, de modo que cada distrito, cada comunidad, pueda ofrecer una colorida variedad de ocupaciones a sus miembros.
La tarea crucial de esta década, por lo tanto, es hacer que el desarrollo sea apropiado y por lo tanto más efectivo, de modo que llegue al corazón mismo dela pobreza del mundo, a dos millones de aldeas. Si la desintegración de la vida rural continúa, entonces no hay salida, no importa cuánto dinero se invierta. Pero si a la población rural de los países en desarrollo se la ayuda a que se ayude a sí misma, no tengo ninguna duda de que un genuino desarrollo tendrá lugar, sin extensas zonas de chabolismo y cordones de miseria alrededor de cada gran ciudad y sin las crueles frustraciones de una revolución sangrienta. La tarea es formidable, pero los recursos que están esperando ser movilizados son también formidables.
El desarrollo económico es algo mucho más amplio y mucho más profundo que la economía, y no digamos la econometría. Sus raíces se extienden más allá de la esfera económica, en la educación, la organización, la disciplina y, por encima de todo, en la independencia política y en una conciencia nacional de confianza en las propias fuerzas. No puede ser «producido» por habilidosas operaciones de injerto practicadas por técnicos extranjeros o por una elite nativa que ha perdido todo contacto con la gente ordinaria. Sólo puede llegar a tener éxito si se practica como un «movimiento de reconstrucción» con el énfasis principal en la utilización plena de la energía, el entusiasmo, la inteligencia y la capacidad de trabajo de cada uno. El éxito no se puede obtener a través de alguna forma de magia producida por científicos, técnicos o planificadores económicos. Sólo puede producirse a través de un proceso de crecimiento que incluya la educación, la organización y la autodisciplina de toda la población. Cualquier enfoque que olvide estos factores terminará en fracaso.
NOTAS:
(*) Título original: Small is Beautiful Ernst Friedrich Schumacher, 1973 Traducción: Óscar Margenet, 1978
[1] Publicado por primera vez en Britain and the World in the Seventies, colección de Estudios Fabianos, editados por George Cunningham, Weidenfeld & Nicolson Ltd., Londres, 1970.
[2] N. del T.: sistema por el cual la información al final de un proceso modifica su posterior desarrollo
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