LA ENFERMEDAD DEL PENSAMIENTO PROFUNDO
Cuando la palabra «espíritu» sale de la boca de un Papalagi, sus ojos se dilatan, se vuelven redondos y saltones, su pecho se hincha, respira profundamente y permanece erguido como un valiente guerrero que ha vencido a su adversario. Porque el «espíritu» es algo de lo que él está muy orgulloso. Ahora no me refiero a nuestro poderoso Gran Espíritu, al que los misioneros llaman Dios y a cuya imagen estamos todos nosotros creados, sino a ese pequeño espíritu que pertenece al individuo y que forma sus pensamientos.
Cuando estoy aquí de pie, mirando el árbol del mango detrás de la Misión, veo entonces el árbol y no el espíritu. Pero al ver que es más grande que la Misión, mi espíritu está trabajando entonces. Por eso ver no es suficiente para mí. También tengo que conocer algo. Ese reconocimiento es practicado por los Papalagi, día y noche. Su espíritu siempre se comporta como un palo de fuego cargado o el lanzamiento de una caña de pescar. Por consiguiente, él nos compadece a nosotros, las gentes de las muchas islas, porque no practicamos el conocimiento. Cree que somos estúpidos y que estamos desposeídos como los animales salvajes en el bosque.
Puede ser cierto que nunca practicamos el conocimiento o, como dicen los Papalagi, «el pensar». Pero es cuestión evidente quién es el más estúpido: el que no piensa muy a menudo o el que piensa demasiado. Mi cabaña es más pequeña que la palmera. La palmera se inclina en la tormenta. La tormenta habla con voz profunda. Esta es la forma en que piensan, a su particular modo, naturalmente. Pero también piensan sobre sí mismos: yo soy pequeño; mi corazón siempre se pone contento cuando veo a una muchacha; me divierto mucho yendo de malaga1, etc…
Todo esto puede estar muy bien y ser muy bueno; incluso puede comportar toda clase de provechos a aquéllos a los que les gustan esos juegos en el interior de sus cabezas. Pero los Papalagi piensan tanto, porque para ellos el pensar se ha convertido en un hábito, una necesidad y una carencia. Tienen que continuar pensando. Sólo después de muchas dificultades logran realmente no pensar y, en vez de esto, viven de una vez con su cuerpo entero. A menudo viven únicamente con sus cabezas, mientras el resto de sus cuerpos está profundamente dormido, aunque caminen, hablen, coman y rían mientras tanto. Crear pensamientos (el fruto del pensar) le mantiene esclavizado, intoxicado por sus propias reflexiones. Cuando el sol está brillando, él piensa todo el tiempo cuán bellamente brilla. Pero cuando el sol brilla, es mejor no pensar absolutamente nada. Un hombre sabio extendería sus miembros a la cálida luz y no produciría ni un pensamiento mientras tanto. Él no absorbería únicamente el sol en su cabeza, sino también con sus manos y pies, su estómago, sus tobillos y todos sus miembros. Dejaría que su piel y sus miembros pensaran por él, pues esas partes piensan también, aunque no del mismo modo que piensa la cabeza. Pero a menudo los pensamientos se yerguen en medio del camino del Papalagi como un gran pedregón de lava que no puede hacerse a un lado. Puede tener pensamientos felices, pero no le hacen reír, ni sus pensamientos más tristes le hacen llorar. Está hambriento, pero no va a por el taro o el palusami. La mayor parte del tiempo es un hombre cuyos sentidos viven en discordia con su espíritu, un hombre dividido en dos mitades.
La vida del Papalagi es muy parecida al viaje en bote de alguien a Savii, alguien que desde el momento de zarpar está pensando: ¿cuánto tiempo me tomará llegar a Sauii? El piensa y no se da cuenta del amistoso panorama por el que está viajando. Por el lado izquierdo, percibe una cordillera. Tan pronto como la han visto sus ojos ya la ha encerrado en su mente. ¿Qué habrá detrás de esa montaña? Quizás un desfiladero estrecho y profundo. Con todos esos pensamientos no puede unirse al cantar de los jóvenes remeros. Tampoco se da cuenta del parloteo feliz de las doncellas. Inmediatamente después de pasar la bahía con sus cordilleras, un nuevo pensamiento empieza a importunarle. ¿Se levantará una tormenta, antes de la caída de la noche? Sus ojos escrutan los claros cielos en busca de nubes. Todo el tiempo pensando en la tormenta que podría venir. La tormenta no llega y al caer la noche llegan a Savii. Pero él tiene la sensación de que no ha hecho este viaje en bote, pues sus pensamientos han permanecido lejos de su cuerpo y lejos del bote. Podría perfectamente haberse quedado en su choza de Upolu. Un espíritu que es como una carga, yo lo considero un aitu, y para mí no está en absoluto claro por qué debo amarlo tanto. Los Papalagi aman al espíritu, lo adoran y alimentan con pensamientos de sus cabezas. Nunca lo matan de hambre, pero no les importa demasiado si un pensamiento devora a otro. Hablan sobre sus pensamientos con una veneración que hace que el valor de un hombre y la belleza de una doncella no valgan nada en comparación. Se comportan como si el género humano estuviera destinado a pensar tanto, como si fuera una orden del mismo Gran Espíritu. Si la palmera y la montaña pensaran, al menos no harían tanto alboroto. Y si pensasen ruidosamente e incontroladas como los Papalagi, con certeza las palmeras no producirían tan bellas hojas verdes ni frutas doradas. Por ahora sabemos que pensar nos haría viejos y feos antes de tiempo. La fruta caería antes de madurar, pero lo más probable es que ellas no piensen en absoluto.
¡Y hay tantos modos de pensar y tantos objetivos que alcanzar con nuestras flechas de pensamiento…! Es un triste destino el del pensador cuyos pensamientos le llevan demasiado lejos. ¿Qué sucederá cuando de nuevo sea mañana? ¿Qué estará planeando el Gran Espíritu para mí, cuando llegue el Salafay2? ¿Dónde estaba yo antes de que el mensajero de Tagalao3 me trajese mi Agaga4. Pensar así es tan inútil como tratar de ver con los ojos cerrados. No es posible. Y no es posible pensar en tu camino hacia el futuro o hacia el final del pasado. Aquéllos que lo intenten lo averiguarán por sí mismos. Desde los días de su juventud hasta sus años maduros, dormirán como estorninos sobre un mismo e idéntico punto. Ya nunca verán el sol, ni el vasto mar, ni las adorables muchachas, ni la felicidad, nada, nada en absoluto. Ya no podrán siquiera probar el kava; sólo mirarán fijamente el suelo. No están vivos, pero tampoco están muertos. Han sido afligidos por la enfermedad del profundo pensar.
Ellos dicen que pensar así forma un talento elevado y fuerte. Si alguien en Europa piensa rápido y mucho, dicen: es un gran talento. En vez de sentir lástima por esos grandes talentos, los alaban mucho. Los pueblos les hacen sus jefes y dondequiera que un gran talento hace su aparición, tiene que explicar sus pensamientos en público, ante una gran multitud, y todos le consideran encantador y maravilloso. Cuando un gran talento muere, el país entero se sumerge en el dolor y se alzan gemidos por aquél que les ha abandonado. Se hacen imágenes-espejo de roca y se exhiben en el mercado frente a los ojos de todo el mundo. Sí, esas cabezas de piedra se hacen mayores que el tamaño natural; así la gente las llenará de honor y se dará cuenta de la pequeñez de sus propias cabezas.
Cuando preguntes a un Papalagi por qué piensa tanto, contestará: «Porque no quiero permanecer estúpido». Un Papalagi que no piensa es considerado una valea, aunque en realidad sea mejor no pensar muy a menudo y con tranquilidad encontrar tu camino.
Pero personalmente estoy convencido de que sólo es un pretexto y que los Papalagi han tenido intenciones con sus pensamientos. Su verdadero fin es cazar los poderes del Gran Espíritu. Un fin al que dan el fantástico nombre de «investigación». Investigación significa mirar algo tan de cerca que chocas con ello, e incluso lo atraviesas con tu nariz. Este chocar y remover es un hábito repugnante y vil de los Papalagi. Ellos cogen a una escolopendra, la atraviesan con una pequeña lanza y le arrancan una pata. ¿A qué se parece esta diminuta pata separada del cuerpo? Rompe la pierna para medir su grosor. Esto es importante, muy importante. Corta un fragmento de esa pata, tan pequeño como un grano de arena, y lo pone bajo un tubo largo que tiene la magia de hacerlo todo claramente visible. Todo lo investigan con ese gran ojo de mirar-agudo: tus lágrimas, un pedazo de tu piel, un cabello, todo, todo. Todas esas cosas son recortadas hasta que ya es imposible sacar otro objeto. Aunque ese objeto haya sido reducido al tamaño más pequeño posible, entonces se vuelve extremadamente importante, porque aquí empieza el profundo conocimiento acerca del cual sólo el Gran Espíritu no permite que sus secretos sean robados. Y nunca lo hará. Nunca nadie ha logrado escalar más allá de la copa de la palmera… Siempre se tiene que volver porque ya no hay más tronco que escalar. El Gran Espíritu está también disgustado con la curiosidad de la gente y por consiguiente lo ha descubierto todo con enredaderas sin fin. Por eso todas las personas que siguen pensando, descubrirán que permanecen estúpidos y que deben dejar al Gran Espíritu las respuestas que no pueden encontrar. Los más astutos y valientes Papalagi así lo admiten. No obstante, la mayoría de aquellos pervertidos-depensamiento son imposibles de curar de sus errores y así sucede que a menudo la gente se extraña por su pensar, como un hombre corriendo en círculos a través de la selva, sin dejar huellas. Se rompen la cabeza y lo que ha sucedido realmente es que no han podido distinguir entre bestia y hombre, diciendo que los humanos son animales y que los animales son humanos.
Esta es la razón por la que es tan peligroso lanzar inmediatamente todos esos pensamientos, verdaderos o falsos, a los muchos-papeles. Están impresos, dicen los Papalagi. Eso significa que se escriben los pensamientos de mucha gente enferma, incluso con la ayuda de una máquina misteriosa con miles de manos y con la fuerza de muchos jefes. Y no una vez o dos; no, muchas veces. Muchas, muchas veces, siempre las mismas cosas. Muchas esteras cubiertas con pensamientos son apiñadas juntas en pequeños manojos. El Papalagi los llama «libros» y son enviados a todo el país. Y todo el mundo que absorbe pensamientos se contagia. Y aquellas esteras llenas de pensamientos son devoradas como plátanos dulces. En cada choza hay cajas completamente llenas de ellas, y jóvenes y viejos las mordisquean como una rata mordisquea una caña de azúcar. Por esto tan poca gente puede todavía pensar normalmente sobre las cosas de la naturaleza, como pueden todos los samoanos.
Del mismo modo, tanto pensamiento como sea posible es embutido en las cabezas de los niños. Se les fuerza a digerir cierta cantidad de esteraspensamiento cada día. Sólo los más sanos desechan de nuevo estos pensamientos inmediatamente o los dejan hundirse a través de un colador. Pero la mayoría de ellos sobrecargan sus cabezas con pensamientos de tal modo que ni un punto se deja abierto y ya jamás puede entrar un rayo de sol. A esto se le llama «educación» y es una cosa muy difundida.
Educación significa llenar la cabeza hasta el borde con conocimiento. Un hombre educado sabe lo alta que es la palmera, el peso de un coco, los nombres de todos los grandes jefes y cuántas guerras han hecho. De cada río, animal y planta sabe el nombre. Sabe todo, todo. Cuando le haces a un hombre educado una pregunta, disparará la respuesta directa hacia ti, antes de que puedas cerrar la boca. Su cabeza siempre está cargada con munición, lista para una salva. Cada europeo usa la mejor parte de su vida en transformar su cabeza en un rápido cañón de fuego. Al que trata de no cooperar lo fuerzan a hacerlo. Cada Papalagi debe saber y debe pensar.
La única forma de ayudar a aquellos pacientes del pensamiento a desechar sus ideas, es olvidando. Pero no les enseñan eso y así difícilmente nadie puede hacerlo. La mayoría de ellos llevan tantos pensamientos dentro de sus cabezas que carisan sus cuerpos y les hace débiles y marchitos antes de tiempo.
Y ahora, mis amados y no-pensantes hermanos, ¿realmente sentís la necesidad de imitar a los Papalagi y empezar a pensar como ellos? ¿Después de todas las verdades que os he contado? ¡No! Os lo digo. Porque nosotros no podemos ni debemos hacer nada que no haga a nuestro cuerpo más fuerte y a nuestros sentidos más refinados. Debemos ser cautelosos ante el que quiera robarnos los placeres de la vida, ante todo lo que oscurezca nuestro espíritu y se lleve la brillante luz, y ante todo lo que separe la mente del cuerpo. Con su modo de vida los Papalagi prueban que pensar es una peligrosa enfermedad que disminuye la valía del género humano.
Ilustraciones de Joost Swarte
(2) El mundo subterráneo (venidero).