En el fondo de un bullicioso café, inclinado sobre la mesa, está sentado un anciano; con un periódico delante, sin compañía.
Y en el abandono de su triste vejez, piensa cuán poco gozó los años en que aún tenía vigor, verbo y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve. Y, sin embargo el tiempo en que fue joven parece ayer. ¡Qué poco tiempo hace, qué poco tiempo!
Ve cómo él se burló de la Prudencia; y cómo en ella se confió -¡qué locura!- la mentirosa decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Recuerda impulsos que contuvo y tanta alegría sacrificada. Cada ocasión perdida se burla ahora de su necia prudencia.
…Mas de tanto pensar y recordar, el anciano cae aturdido. Y se duerme apoyado en la mesa del café.
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«De pisos a habitaciones: el nuevo mapa de la vivienda»
Cuando los años pasan, la edad pesa, cuando se desarrollan situaciones de dependencia, cuando un mayor con demencia grita por la ventana, cuando alguno acumula objetos… en muchos casos lo único que les salva de verse en la calle es su casa. Para ellos, la vivienda se ha convertido en una frontera entre la dignidad y el abismo.
Trabajadora social en Servicios Sociales. Graduada en Trabajo Social. Licenciada en Periodismo.
Imaginemos una familia de cinco personas que viven en una habitación. En la habitación hay dos camas y dos colchones. Comparten cocina y baño con otras dos familias, una en cada dormitorio. Hay hacinamiento y problemas de convivencia llevados con resignación. No, no es un apartamento comunal soviético de los años 50. Es un piso en un barrio popular de Madrid, hoy. Cada vez más personas y familias viven así. Muchos tienen empleos, pero incluso así no logran alquilar una vivienda completa. Esta situación esta dejando de ser una excepción y se ha convertido en algo muy habitual en grandes ciudades como Madrid o Barcelona.
En los Servicios Sociales veo cada día situaciones como estas. La ciudad está dejando de ser un espacio para vivir. Se priorizan otros usos, el turismo, la especulación, el negocio privado. Y mientras, la ciudad va expulsando a sus vecinos de los barrios.
Una ciudad por habitaciones
Alquilar una vivienda en Madrid y en otras grandes ciudades es, para muchas familias, misión imposible. Los precios del alquiler se comen casi el salario de todo el mes. Pero además, los requisitos son inalcanzables: tres meses de fianza, aval bancario, ingresos estables… y ahora, como requisito de nuevo cuño: no se alquila a familias con menores. “Es que si se declaran vulnerables y dejan de pagar, no voy a poder desahuciarlos”. La ley que debería protegerles se utiliza como motivo de discriminación.
“Es que si se declaran vulnerables y dejan de pagar, no voy a poder desahuciarlos”.
La ley que debería protegerles se utiliza como motivo de discriminación.
Muchos optan por alquilar habitaciones, no casas. Es lo único que pueden pagar. Siempre que el propietario esté dispuesto a alquilarles la habitación teniendo niños. Familias desesperadas acuden a Servicios Sociales. “Pero si yo trabajo y puedo pagar la habitación, pero no me la alquilan…”.
Como solución, muchos proponen salir del centro de las grandes ciudades, mirar en otros municipios más alejados. Sin embargo, realizó un proceso de investigación y comparación de datos en 15 municipios de Madrid (como Parla, Fuenlabrada, Pinto, Getafe, Leganés, Alcorcón, Coslada, Paracuellos, Brunete, Navalagamella y otros), revela que el problema es el mismo. Los precios de las habitaciones y de los pisos no son más asequibles y el problema de la no aceptación de menores se mantiene.
La vivienda en propiedad como red de protección
En el barrio donde trabajo, muchos mayores aún cuentan con un pequeño piso en propiedad. Muchos disponen de pensiones reducidas, algunos son viudos, muchos están solos, algunos no tienen hijos/as, algunos son dependientes. Pero casi todos tienen algo que les salva de la pobreza extrema: son propietarios de su vivienda. Cuando los años pasan, la edad pesa, cuando se desarrollan situaciones de dependencia, cuando un mayor con demencia grita por la ventana, cuando alguno acumula objetos… en muchos casos lo único que les salva de verse en la calle es su casa. Para ellos, la vivienda se ha convertido en una frontera entre la dignidad y el abismo.
Ese piso, a veces oscuro y sin ascensor, es lo que les permite:
No tener que pagar alquiler.
Tener un espacio seguro sin miedo a que los echen si se vuelven “molestos”.
Mantener los vínculos sociales del barrio, vecinos, amigos y conocidos.
Mantener la dignidad incluso cuando la cabeza empieza a fallar.
He visto personas con demencia, acumuladoras, desorientadas, que gritan por las noches o inquietan a los vecinos. En otro contexto habrían sido desalojadas. Pero nadie las puede echar porque están en su casa. Y eso, es una garantía en uno de los momentos más vulnerables de la vida.
He visto personas con demencia, acumuladoras, desorientadas, que gritan por las noches o inquietan a los vecinos. En otro contexto habrían sido desalojadas.
Pero nadie las puede echar porque están en su casa. Y eso, es una garantía en uno de los momentos más vulnerables de la vida.
El futuro: pensiones precarias, alquileres inestables y ninguna red
¿Qué pasará cuando los jóvenes de hoy se hagan mayores sin vivienda propia? Con pensiones reducidas por trayectorias laborales precarias, con redes sociales líquidas, con la pérdida de vínculos comunitarios y viviendo de alquiler. ¿Quién protegerá a esos futuros mayores cuando comiencen a fallarles la memoria, cuando sean dependientes, cuando tengan deterioro cognitivo y ya no sean atractivos para los arrendadores?
¿Podrán seguir en sus viviendas alquiladas si tienen conductas inquietantes para el casero o los vecinos? ¿Si el propietario quiere subir el alquiler? ¿Si no pueden renovar el contrato?
La exclusión residencial del futuro será distinta, afectará cada vez a más grupos sociales.
Una hipoteca inversa es un producto financiero dirigido a personas mayores de cierta edad (generalmente 65 años o más) que les permite obtener una renta mensual o una cantidad única a cambio de utilizar su vivienda como garantía. A diferencia de una hipoteca tradicional, no hay pagos mensuales y la deuda solo se salda al fallecer el titular.
El piso como bien básico, no como activo financiero
La vivienda no es un activo financiero. Es una necesidad básica, tan vital como la comida, el agua o la luz. Pero nuestro modelo económico lo ha convertido en un instrumento de especulación, para el lucro de fondos de capital riesgo y empresas grandes tenedoras.
Y mientras tanto, los Servicios Sociales seguimos parcheando lo que estalla cada día en los márgenes. Familias desalojadas porque el propietario quiere destinar el piso a alquiler turístico. Mujeres embarazadas desahuciadas porque el casero no quiere menores. Listas de espera de años en las agencias de vivienda pública. Y personas dependientes durmiendo en una caseta de obra o en un centro de acogida temporal del Samur Social.
Hoy, lo único que salva a muchos mayores vulnerables de la exclusión es que viven en un piso que compraron hace 50 años. Mañana, si nada ni nadie lo remedia, sus nietos no tendrán vivienda en propiedad. Y tendremos un nuevo problema social que hoy aún ni imaginamos.
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«POEMA SOBRE LA VEJEZ»
José Saramago
¿Qué cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que quiero sin miedo al fracaso o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que soy ya viejo, y otros
«que estoy en el apogeo»
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicta.
Tengo los años necesarios para gritar
lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora ya no tienen que decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás! …
¡Estás muy viejo, ya no podrás!…
Tengo la edad en que
las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo la edad en que
los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras…
en un remanso de paz en la playa…
¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número, pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derrame al ver mis ilusiones truncadas…
¡Valen mucho más que eso!
! Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa :
¡Es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre
sin miedos.
Pará seguir por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso! …
¿A quién le importa?
¡Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que siento!
Qué importa cuántos años tengo.
O cuántos espero,
si con los años que tengo,
¡¡ Aprendí a querer lo necesario y a tomar solo lo bueno !!
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