«Heidegger era el innombrable, a pesar de que nadie como él había sabido abordar el abismo de la técnica»
Por Jesús Ferrero
The Objective, 13 SEPT 2025
Martin Heidegger
París era una fiesta filosófica. Los filósofos estaban cansados de jugar a los dados como hacían los de La Sorbona, y querían jugar a los bolos y demoler estructuras, como hacían los de Vincennes. En el pensamiento de la Rive Gauche resplandecía un concepto del siglo XVIII al que Foucault le había dado una nueva vida: el concepto tecnología, que no hacía referencia al conjunto de dispositivos y las máquinas sino al saber que las concebía y las manejaba: un planteamiento totalmente heideggeriano.
Foucault le había dado una nueva vida: el concepto tecnología, que no hacía referencia al conjunto de dispositivos y las máquinas sino al saber que las concebía y las manejaba: un planteamiento totalmente heideggeriano.
Por aquel entonces se estaba produciendo, en el pensamiento francés de nuevo cuño, un giro radical en la forma de pensar la técnica. Hasta entonces la crítica a la técnica, a la producción, a las grandes estructuras tecnológicas era de inspiración marxista, pero a partir de entonces la orientación empezó a ser heideggeriana. Para Heidegger la esencia de la técnica es la capacidad humana para verlo todo como energía almacenable, como fondo disponible y como recurso manejable.
Ves un río y te olvidas del agua y sólo piensas en la cantidad de energía que producen sus presas, miras un bosque y ves madera en potencia.
Las cosas no se muestren como son, sino como elementos útiles, predecibles, calculables. Heidegger ve esa fase de convertir el mundo en materia utilizable y almacenable como una iluminación, más bien pavorosa, que provoca ceguera y que ubica al hombre como un depredador y un escamoteador del ser, porque la madera no te deja ver el ser del árbol, y la presa no te deja ver el ser del agua, y compruebas que hasta los hombres y mujeres son definidos como recursos humanos, como materia disponible.
La técnica puede ocultar, con su dialéctica pragmática y cruel, el ser del mundo y nuestro propio ser, y hasta los puede hacer desaparecer en laberintos como los que ahora estamos creando en internet.
La técnica puede ocultar, con su dialéctica pragmática y cruel, el ser del mundo y nuestro propio ser, y hasta los puede hacer desaparecer en laberintos como los que ahora estamos creando en internet
Tengo la impresión de que todos mis maestros de París, los incluidos en la French Theory, hicieron una crítica a la técnica de naturaleza heideggeriana más que marxista, pero entonces no lo sabíamos porque nadie, jamás, en ningún momento y en ninguna circunstancia, citaba a Heidegger: era el gran omitido, y hasta a Sartre le costaba hablar de él.
Foucault adopta ciertas categorías ontológicas y metodológicas de Heidegger, especialmente en su visión de la técnica como una forma de configuración del mundo y del sujeto, mientras que se aleja del marco marxista tradicional, centrado en la economía política y la ideología.
Creo que Foucault utilizó el ampuloso concepto de «tecnología» en lugar del más preciso de «técnica» para que no lo relacionasen con Heidegger
De hecho creo que utilizó el ampuloso concepto de «tecnología» en lugar del más preciso de «técnica» para que no lo relacionasen con Heidegger. Ahora mismo, tengo la certeza de que Heidegger inspiró el fondo de su filosofía, su misma sustancia, además de toda su teoría sobre las tecnologías del saber, del placer y de la vida.
Y ya no digamos Derrida. Es el discípulo más directo que ha tenido Heidegger, pero no exactamente en filosofía, pues Derrida pensaba que había que abandonar el problema del ser, en las antípodas de lo que quería Heidegger. Pero en todo lo demás lo siguió de forma tan fiel como radical.
Sí, todos eran heideggerianos y yo en la inopia. Hasta Deleuze tenía ramalazos heideggerianos, si bien los ocultaba con extremo cuidado para no decepcionar a la afición. Normal que omitieran a Heidegger, no parecía el mejor filósofo en tiempos de la contracultura y la neocontracultura.
Ignorábamos que en realidad era un místico del que bebían todos, independientemente de su ideología, pero al mismo tiempo nadie pronunciaba su nombre: Heidegger era el innombrable, a pesar de que nadie como él había sabido abordar el abismo de la técnica
Ignorábamos que en realidad era un místico del que bebían todos, independientemente de su ideología, pero al mismo tiempo nadie pronunciaba su nombre: Heidegger era el innombrable, a pesar de que nadie como él había sabido abordar el abismo de la técnica.
La técnica, su esencia, su ideología convierten la tierra en almacén de recursos y mercancías, reales o posibles, más que en la morada resplandeciente de la vida. Nos priva de acceder al ser profundo de las cosas, y a las profundidades de nuestro propio ser.
Y en la medida en la que el ser, el Dasein, está fundido a la vida (y hasta sería la vida misma según Ortega), cruzar el puente soñado por el transhumanismo y pasar de una vida biológica a una vida digital, implicaría que la técnica nos habría sorbido por completo, y habríamos desaparecido en ella como temía Heidegger.
Eso sería para él el abismo: el olvido completo del ser, o su inmersión definitiva en algo parecido a un océano tecnológico. No habría vida, no habría existencia, pero sí que habría técnica y tecnología. Toda una pesadilla filosófica.
Eso sería para él el abismo: el olvido completo del ser, o su inmersión definitiva en algo parecido a un océano tecnológico. No habría vida, no habría existencia, pero sí que habría técnica y tecnología. Toda una pesadilla filosófica.
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LAS LEYES, PACTOS DE HOMBRES LIBRES
«Las historias nos enseñan que debiendo ser las leyes pactos considerados de hombres libres, han sido pactos casuales de una necesidad pasajera; que debiendo ser dictadas por un desapasionado examinador de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones de pocos.
La felicidad mayor dividida entre el mayor número debiera ser el punto a cuyo encuentro se dirigiesen las acciones de la muchedumbre.
Las leyes son las condiciones con que los hombres aislados e independientes se unieron en sociedad, cansados de vivir en un continuo estado de guerra, y de gozar una libertad que les era inútil en la incertidumbre de conservarla.
Sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad. La suma de todas estas porciones de libertad, sacrificadas al bien de cada uno, forma la soberanía de una nación, y el soberano es el administrador y legítimo depositario.
Pero no bastaba formar este depósito, era necesario también defenderlo de las usurpaciones privadas de cada hombre en particular.
Procuran todos no sólo quitar del depósito la porción propia, sino usurparse las ajenas.
Para evitar estas usurpaciones se necesitan motivos sensibles que fuesen bastantes a contener el ánimo despótico de cada hombre cuando quisiere sumergir las leyes de la sociedad en su caos antiguo.
Estos motivos sensibles son las penas establecidas contra los infractores de aquellas leyes.»
Abandonan los hombres casi siempre las reglas más importantes a la prudencia de un momento o a la discreción de aquellos cuyo interés consiste en oponerse a las leyes más cuidadosas; y así como del establecimiento de éstas resultarían universales ventajas, resistiendo al esfuerzo por donde pudieran convertirse en beneficio de pocos, así, de lo contrario, resulta en unos todo el poder y la felicidad y en otros toda la flaqueza y la miseria.
LA FELICIDAD MAYOR DIVIDIDA ENTRE EL MAYOR NÚMERO DEBIERA SER EL PUNTO A CUYO ENCUENTRO SE DIRIGIESEN LAS ACCIONES DE LA MUCHEDUMBRE
Las verdades más palpables desaparecen fácilmente por su simplicidad sin llegar a ser comprendidas de los entendimientos comunes. No acostumbran éstos a discurrir sobre los objetos; por tradición, no por examen, reciben de una vez todas las impresiones, de modo que sólo se mueven a reconocer y remediar el cúmulo de desórdenes que los oprime cuando han pasado por medio de mil errores en las cosas más esenciales a la vida y a la libertad, y cuando se han cansado de sufrir males sin número.
Los entendimientos comunes sólo se mueven a reconocer y remediar el cúmulo de desórdenes que los oprime cuando han pasado por medio de mil errores en las cosas más esenciales a la vida y a la libertad, y cuando se han cansado de sufrir males sin número
Las historias nos enseñan que debiendo ser las leyes pactos considerados de hombres libres, han sido pactos casuales de una necesidad pasajera; que debiendo ser dictadas por un desapasionado examinador de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones de pocos. La felicidad mayor dividida entre el mayor número debiera ser el punto a cuyo encuentro se dirigiesen las acciones de la muchedumbre.
Las historias nos enseñan que debiendo ser las leyes pactos considerados de hombres libres, han sido pactos casuales de una necesidad pasajera; que debiendo ser dictadas por un desapasionado examinador de la naturaleza humana, han sido instrumento de las pasiones de pocos
Dichosas, pues, aquellas pocas naciones que, sin esperar el tardo y alternativo movimiento de las combinaciones humanas, aceleraron con buenas leyes los pasos intermedios de un camino que guiase al bien, evitando de este modo que la extremidad de los males les forzase a ejecutarlo; y tengamos por digno de nuestro reconocimiento al filósofo que, desde lo oscuro y despreciado de su aposento, tuvo valor para arrojar entre la muchedumbre las primeras simientes de las verdades útiles.
Conocemos ya las verdaderas relaciones entre el soberano y los súbditos, y las que tienen entre sí recíprocamente las naciones. El comercio animado a la vista de las verdades filosóficas, comunicadas por medio de la imprenta, ha encendido entre las mismas naciones una tácita guerra de industria, la más humana y más digna de hombres racionales.
Estos son los frutos que se cogen a la luz de este siglo; pero muy pocos han examinado y combatido la crueldad de las penas y la irregularidad de los procedimientos criminales, parte de la legislación tan principal y tan descuidada en casi toda Europa.
Poquísimos, subiendo a los principios generales, combatieron los errores acumulados de muchos siglos, sujetando a lo menos con aquella fuerza que tiene las verdades conocidas el demasiado libre ejercicio del poder mal dirigido, que tantos ejemplos de fría atrocidad nos presenta autorizados y repetidos.
Poquísimos combatieron los errores acumulados de muchos siglos, sujetando a lo menos con aquella fuerza que tiene las verdades conocidas el demasiado libre ejercicio del poder mal dirigido
Y aun los gemidos de los infelices sacrificados a la cruel ignorancia y a la insensible indolencia, los bárbaros tormentos con pródiga e inútil severidad multiplicados por delitos o no probados o quiméricos, la suciedad y los horrores de una prisión, aumentados por el más cruel verdugo de los miserables que es la incertidumbre de su suerte, debieran mover a esa clase de magistrados que guía las opiniones de los entendimientos humanos.
El inmortal precedente de Montesquieu ha pasado rápidamente por esta materia. La verdad indivisible me fuerza a seguir las trazas luminosas de este grande hombre, pero los ingenios contemplativos para quienes escribo sabrán distinguir mis pasos de los suyos.
Dichoso yo si pudiese, como él, obtener las gracias secretas de los retirados pacíficos secuaces de la razón, y si pudiese inspirar aquella dulce conmoción con que las almas sensibles responden a quien sostiene los intereses de la humanidad.
LAS LEYES SON LAS CONDICIONES EN QUE LOS HOMBRES AISLADOS E INDEPENDIENTES SE UNIERON EN SOCIEDAD, CANSADOS DE GOZAR DE UNA LIBERTAD QUE LES ERA INÚTIL POR LA INCERTIDUMBRE DE CONSERVARLA
Las leyes son las condiciones con que los hombres aislados e independientes se unieron en sociedad, cansados de vivir en un continuo estado de guerra, y de gozar una libertad que les era inútil en la incertidumbre de conservarla. Sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad. La suma de todas estas porciones de libertad, sacrificadas al bien de cada uno, forma la soberanía de una nación, y el soberano es el administrador y legítimo depositario.
Sacrificaron por eso una parte de ella para gozar la restante en segura tranquilidad. La suma de todas estas porciones de libertad, sacrificadas al bien de cada uno, forma la soberanía de una nación, y el soberano es el administrador y legítimo depositario.
Pero no bastaba formar este depósito, era necesario también defenderlo de las usurpaciones privadas de cada hombre en particular. Procuran todos no sólo quitar del depósito la porción propia, sino usurparse las ajenas.
Para evitar estas usurpaciones se necesitan motivos sensibles que fuesen bastantes a contener el ánimo despótico de cada hombre cuando quisiere sumergir las leyes de la sociedad en su caos antiguo. Estos motivos sensibles son las penas establecidas contra los infractores de aquellas leyes.
Para evitar estas usurpaciones se necesitan motivos sensibles que fuesen bastantes a contener el ánimo despótico de cada hombre cuando quisiere sumergir las leyes de la sociedad en su caos antiguo.
Estos motivos sensibles son las penas establecidas contra los infractores de aquellas leyes.
Llámolos motivos sensibles, porque la experiencia ha demostrado que la nulidad no adopta principios estables de conducta, ni se aleja de aquella innata general disolución, que en el universo físico y moral se observa, sino con motivos que inmediatamente hieran en los sentidos, y que de continuo se presenten al entendimiento, para contrabalancear las fuertes impresiones de los ímpetus parciales que se oponen al bien universal: no habiendo tampoco bastado la elocuencia, las declamaciones, y las verdades más sublimes para sujetar por mucho tiempo las pasiones excitadas con los sensibles incentivos de los objetos presentes.
No habiendo tampoco bastado la elocuencia, las declamaciones, y las verdades más sublimes para sujetar por mucho tiempo las pasiones excitadas con los sensibles incentivos de los objetos presentes.
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CESARE BECCARIA (1733-1781), filósofo, economista y jurista italiano. De los delitos y de las penas, introducción y capítulo 1. Alianza Editorial, 1986. Traducción de Juan Antonio de las Casas, la primera castellana de la obra, 1774.
Cesare Beccaria nació el día 15 de marzo de 1738 en Milán, y falleció el 28 de noviembre de 1794 en la misma ciudad de su nacimiento. Destacó como literario, filósofo, economista, y por sobre todo como jurista. Se considera uno de los pilares fundamentales del liberalismo penal.
Familia y estudios
El autor del célebre tratado “De los delitos y las penas” nació en una familia rica y noble. Recibió su educación en el colegio Jesuitas de Parma y posteriormente, en la Universidad de Pavía. El año 1758 se licenció en Derecho en la mencionada universidad, donde tres años más tarde contrajo matrimonio con su primera esposa Teresa Blasco. Teresa era una mujer de origen humilde, razón por la cual este matrimonio produjo una ruptura entre el jurista y su familia.
Posteriormente, cuando Cesare entra a estudiar economía conoce a Alessandro y Pierro Verri quienes fueron un gran apoyo e inspiración para Beccaria. A partir de discusiones con Pierro surgió la obra “Del disordine e de´rimedi delle monete nello stato di Milano nel”, donde tomó una clara posición en una delicada cuestión financiera, polemizando con los conservadores de la época. Durante este periodo, el jurista y economista publicó varias de sus obras generando cierta influencia en Europa, pero no fue hasta el año 1764 con su obra “Dei delitti e delle pene” (De los delitos y las penas), que rompió y generó un movimiento el cual sigue siendo influyente hasta el día de hoy en materia de Derecho Penal.
Aportaciones
Cesare Beccaria fue uno de los más importantes inspiradores del movimiento de reforma del antiguo Derecho Penal continental, un derecho caracterizado en toda Europa por su extrema crueldad, por su arbitrariedad y su falta de racionalidad. Es también un pilar imprescindible para la comprensión de la vasta reforma ilustrada del siglo XVIII, inspirada en las ideas de autonomía, emancipación y lucha contra el despotismo. Los pensamientos del jurista no eran comunes en la época, su teoría contractualista se basaba en el principio de que las sociedades estaban estructuradas con la finalidad de resguardar los derechos de los individuos.
Todo esto lo plasmó en su reconocido libro “De los delitos y las penas”, obra dividida en 42 capítulos en los que se critica al sistema jurídico de la época. Donde el jurista plasmaba que mediante la estructura jurídica de la época no se aspiraba al bien común de la sociedad, sino que al sufrimiento de gran parte de los ciudadanos. Su principal crítica era hacia la pena de muerte, donde argumentaba en base a que el fin de la pena no debía ser acabar con el “delincuente”, sino que corregirlo y conducirlo por el justo camino, y también el garantizar la seguridad social, argumentos muy similares a los actuales.
Con todo, la finalidad de Beccaria era el proponer soluciones al terrible sistema jurídico del siglo XVIII. Mediante la necesidad de atribuir un nuevo sentido a las leyes y atribuir un nuevo concepto de justicia, a los deberes del Estado y, en fin, a las relaciones entre sociedad e individuos.
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Obras
Del Disordine e dei rimedi delle Monete, 1762.
«Tentativo Analtico sui Contrabbandi», 1764, Il café.
Dei delitti e delle pene: An Essay on Crimes and Punishment, 1764.
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