LA BOMBA: Oliver Stone («La historia no contada de Estados Unidos», 03): 80 AÑOS DESDE LA DESTRUCCIÓN DE HIROSHIMA Y NAGASAKI (o el asesinato de más de 250.000 civiles)

La bomba

La historia no contada de Estados Unidos: INDICE

 

«La Mentira le dijo a la Verdad: «Vamos a bañarnos juntos, el agua del pozo es muy agradable.

La Verdad, aún desconfiada, probó el agua y comprobó que realmente era agradable. Así que se desnudaron y se bañaron. Pero, de repente, la Mentira saltó fuera del agua y huyó, llevando la ropa de la Verdad.

La Verdad, furiosa, salió del pozo para recuperar su ropa. Pero el Mundo, al ver la Verdad desnuda, miró hacia otro lado, con ira y desprecio. La pobre Verdad volvió al pozo y desapareció para siempre, ocultando su vergüenza.

Desde entonces, la Mentira corre por el mundo, vestida como la Verdad, y la sociedad es muy feliz…

Porque el mundo no desea conocer la Verdad desnuda».

 

ANÓNIMO, Filosofía Digital, 19/05/2022.

 

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La civilización en llamas

«No sólo arden los bosques. Hay también una combustión moral: arden las ideas, los valores, las instituciones»

Schopenhauer y Nietzsche talaban certezas, y el bosque mental de Europa (con sus altos cipreses platónicos, sus viejos robles escolásticos, sus pinos cartesianos y sus largos abetos hegelianos) fue clareado hasta quedar irreconocible.

Donde antes había sombra y espesura, quedaban claros pavorosos en los que ya no habitaban los dioses del lugar sino las máquinas de vapor y la lógica positivista, que Heidegger vinculaba a la esencia misma de la técnica, a su ideología intrínseca.

Por Jesús Ferrero

The Objective, 16 AGOSTO 2025

Los bomberos luchan contra las llamas en Zamora. | EFE

 

Schopenhauer y Nietzsche fueron, cada uno a su manera, pirómanos y desplegaron un pensamiento que no se contentaba con  reorganizar la leña húmeda de las viejas ideas, sino que arrojaba cerillas a todo el edificio moral de su tiempo. Schopenhauer, considerado por Maupassant «el mayor destructor de sueños que haya pasado por el mundo», encendía fuegos lentos, de leña gorda y resinoso pesimismo: la vida como voluntad ciega, el mundo como un taller que no se puede clausurar y cuyo único descanso posible es la extinción. Nietzsche, en cambio, era un incendiario diurno, de esos que prenden hogueras en plazas públicasdinamitaba a Dios, abrasaba la moral de los esclavos, reducía a cenizas la ilusión de una verdad objetiva. Entre ambos hicieron arder buena parte de la metafísica heredada, dejando un horizonte ennegrecido que dio lugar a pensamientos como el de Heidegger.

Y mientras estos dos pirómanos de la conciencia trabajaban en sus escritos, Europa ardía de verdad. No por el genio febril de los filósofos, sino por obra y gracia de un incendio más lento y devastador: la gran deforestación decimonónica. La desamortización de tierras y la Revolución Industrial fueron la gran piromanía económica. No se trataba de hogueras simbólicas sino de incendios prácticos: montes talados, bosques reducidos a carbón vegetal, selvas templadas transformadas en pastos para ovejas o en travesaños para el ferrocarril. La mano invisible del mercado, tan adorada, resultó ser una mano con mecha y antorcha. Allí donde los leñadores no llegaban, llegaba el fuego «accidental», que coincidía misteriosamente con intereses agrarios o mineros.

Fue una época en la que los incendios eran a la vez reales y metafóricos. Las ciudades ardían de industria febril, los campos ardían por la codicia, y las conciencias ardían con la noticia de que Dios se había ausentado del universo. Schopenhauer y Nietzsche talaban certezas, y el bosque mental de Europa (con sus altos cipreses platónicos, sus viejos robles escolásticos, sus pinos cartesianos y sus largos abetos hegelianos) fue clareado hasta quedar irreconocible. Donde antes había sombra y espesura, quedaban claros pavorosos en los que ya no habitaban los dioses del lugar sino las máquinas de vapor y la lógica positivista, que Heidegger vinculaba a la esencia misma de la técnica, a su ideología intrínseca.

Los incendios no cesaron. Las guerras mundiales quemaron ciudades enteras, reduciéndolas a ceniza. La piromanía pasó de la mano del leñador al piloto de bombardero. Filosóficamente, la llama existencialista prendió en los años posteriores: Sartre y Camus arrojando gasolina sobre las nociones de destino y sentido, invitando a habitar un mundo sin salvación posible. Mientras tanto, Hiroshima y Nagasaki fueron la pirotecnia más obscena de la historia: no ya un bosque ardiendo, sino la misma atmósfera habitada por la luz de la desintegración.

En la segunda mitad del siglo, las llamas no fueron más discretas. Ardían las selvas tropicales para abrir paso a la ganadería intensiva, ardía el petróleo en los motores de la prosperidad, ardían las banderas en las protestas estudiantiles. Y, de fondo, ardían las últimas reservas de confianza en que el progreso sería algo más que destrucción.

 

«La democracia se quema desde dentro con discursos que estimulan la polarización y el fuego»

 

Hoy, la piromanía se ha vuelto total. No sólo arden los bosques del Amazonas, de Siberia o de Zamora cada verano. Arde el aire con el calor extremo de un clima colapsado; arden las ciudades bajo techos que no refrescan; arden los polos en su lento deshielo. Y junto a esa combustión física, una combustión moral: arden las ideas, los valores, las instituciones. La mentira, convertida en material inflamable, se propaga en chispas virales que recorren las redes sociales. La democracia se quema desde dentro con discursos que estimulan la polarización y el fuego. La esperanza, esa vieja madera noble que sostenía el porvenir, está seca y al tocarla se pulveriza.

El pirómano contemporáneo no es ya un filósofo solitario, ni un empresario maderero, ni siquiera un dictador con ansias de gloria. Es un sistema entero, un modo de vida que necesita quemar (bosques, combustibles, vínculos humanos) para mantener su velocidad de crucero. La mecha ya no está en una mano: está incorporada en la cadena de producción, en los algoritmos de consumo, en la lógica de lo inmediato. Como decía antaño Anders en La obsolescencia del hombre,  nadie es responsable de nada y es la estructura la que manda.

 

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DOCUMENTAL: La historia no contada de Estados Unidos, 03: La bomba

Oliver Stone

 

Oliver Stone – La historia no contada de Estados Unidos 03 – La bomba
 
LA BOMBA
 
Oliver Stone en Capítulo 3º (La Bomba) de su «Historia no contada de EEUU» nos habla de las causas del proceso social que condujo a que se llegase a aceptar que en agosto de 1945 el Presidente Truman ordenase arrojar bombas atómicas sobre Japón, para provocar así su «rendición incondicional». Los estragos de este terrible crimen presentan consecuencias todavía en la actualidad entre la población civil, y eso que medidas en Kilotones (medidor de potencia de la explosión nuclear), los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki distan mucho de las «pruebas» nucleares de Rusia en 1961. 
 

 

LA BOMBA

 

La serie documental de Oliver Stone y Peter Kuznick, La historia no contada de Estados Unidos, no se presenta simplemente como un programa de televisión, sino como una intervención deliberada y provocadora en la memoria histórica estadounidense. Su propósito declarado es desafiar las «ortodoxias prevalecientes» y el «patrioterismo» que, según sus autores, dominan la educación histórica convencional. El propio Stone enmarca la serie como un correctivo a la narrativa simplista de «los buenos» que él y sus hijos recibieron en la escuela, con el objetivo de arrojar luz sobre «lo que Estados Unidos ha hecho mal«.

 

Dentro de esta ambiciosa obra, el tercer episodio, «La bomba», emerge como la piedra angular de todo el argumento de la serie

 

Dentro de esta ambiciosa obra, el tercer episodio, «La bomba», emerge como la piedra angular de todo el argumento de la serie. Aborda la decisión de utilizar la bomba atómica, un evento que Stone y Kuznick presentan como el pecado original del imperio estadounidense, un momento crucial que traicionó la misión democrática de la nación y sentó las bases para la Guerra Fría y el estado de seguridad nacional. La narrativa del episodio se centra en las estrategias detrás de los bombardeos, el ascenso de Harry S. Truman al poder y la mitología posterior que surgió de la guerra.

 

Dresde tras el bombardeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento. Famosa foto de Richard Peter (15 de febrero de 1945)

 

La tesis fundamental del documental es que el uso de la bomba atómica no fue una necesidad militar para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. La narrativa argumenta enérgicamente que, para el verano de 1945, Japón ya estaba derrotado, paralizado por un devastador bloqueo naval y una campaña de bombardeos convencionales con bombas incendiarias que habían reducido a cenizas la mayoría de sus ciudades.

 

La tesis fundamental del documental es que el uso de la bomba atómica no fue una necesidad militar para poner fin a la Segunda Guerra Mundial

 

Lejos de ser un enemigo fanático decidido a luchar hasta el último hombre, se presenta a un liderazgo japonés que «buscaba alguna oportunidad que pudiera usar como medio para rendirse«. En esta interpretación, el uso de la bomba no fue el golpe de gracia necesario, sino un acto superfluo contra un enemigo ya postrado.

Para sustentar esta afirmación, Stone y Kuznick se apoyan en pruebas clave, principalmente las comunicaciones diplomáticas japonesas interceptadas por la inteligencia estadounidense en el marco del proyecto «Magic«. El documental destaca los cables del Ministro de Asuntos Exteriores, Shigenori Togo, al embajador japonés en Moscú, que revelaban la «extrema» ansiedad del Emperador Hirohito por terminar la guerra lo antes posible. Se subraya que Japón intentaba utilizar a la Unión Soviética, que aún era neutral en el teatro del Pacífico, como intermediaria para negociar una paz que preservara la figura del emperador.

Esta presentación de los hechos ataca directamente la justificación tradicional de la bomba, que la presenta como la única alternativa a una sangrienta invasión terrestre de Japón (Operación Downfall), una operación que, según se argumentaba, habría costado cientos de miles de vidas estadounidenses. La narrativa de Stone desestima esta disyuntiva como una «falsa dicotomía» y una «fabricación de posguerra» diseñada para justificar un acto injustificable. El documental propone que existía una tercera vía: simplemente esperar a que la combinación del bloqueo, los bombardeos convencionales y, de manera crucial, la inminente entrada soviética en la guerra forzara la rendición japonesa.

 

El documental propone que existía una tercera vía: simplemente esperar a que la combinación del bloqueo, los bombardeos convencionales y, de manera crucial, la inminente entrada soviética en la guerra forzara la rendición japonesa.

El Acto «Moralmente Indefendible»: El episodio describe los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki no como operaciones militares, sino como actos de terrorismo de estado, diseñados para atacar deliberadamente a poblaciones civiles y crear un shock psicológico.

Un acto que demostró al mundo que Estados Unidos podía ser «tan bárbaro como los nazis«.

 

El segundo pilar del argumento se centra en la inmoralidad inherente del acto. El episodio describe los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki no como operaciones militares, sino como actos de terrorismo de estado, diseñados para atacar deliberadamente a poblaciones civiles y crear un shock psicológico. Stone y Kuznick califican explícitamente la decisión de «criminal e inmoral«, un acto que demostró al mundo que Estados Unidos podía ser «tan bárbaro como los nazis«.

En agosto de 1945, Japón ya estaba en una situación desesperada y listo para rendirse. Poco después de la guerra, el analista militar Hanson Baldwin escribió en el New York Times:

Para cuando el tratado de Postdam exigió la rendición incondicional el 26 de julio, el enemigo, en lo concerniente a lo militar, estaba en una situación estratégica desesperada. Tal era entonces la situación cuando arrasamos Hiroshima y Nagasaki.

¿Teníamos que haberlo hecho? Por supuesto, nadie puede estar seguro, pero la respuesta es casi con toda probabilidad negativa.

 

El United States Strategic Bombing Survey (Estudio sobre el Bombardeo Estratégico Estadounidense) -que el ministerio de la Guerra fundado en 1944 para estudiar los resultados de los ataques aéreos durante la guerra- entrevistó a cientos de dirigentes civiles y militares tras la rendición de Japón , y justo tras la guerra, informó:

Con toda probabilidad, Japón se hubiera rendido antes del 1 de noviembre de 1945 y sin duda antes del 31 de diciembre de 1945, incluso si no les hubieran lanzado las bombas atómicas, incluso si Rusia no hubiera entrado en la guerra e incluso si no se hubiera planeado o sopesado ninguna invasión.

 

Pero, ¿podían los dirigentes americanos haber sabido esto en agosto de 1945? Está claro que la respuesta es sí. Habían descifrado el código púrpura japonés y estaban interceptando los mensajes de Japón. Sabían que los japoneses habían dado instrucciones para que su embajador en Moscú discutiera con los aliados negociaciones de paz. El 13 de julio, el ministro de Asuntos Exteriores, Shigenort Togo, telegrafió a su embajador en Moscú:

«La rendición incondicional es lo único que obstaculiza la paz«.

 

¿Por qué Estados Unidos no dio ese pequeño paso para salvar vidas, tanto americanas como japonesas? ¿Era porque habían invertido demasiado dinero y esfuerzo en la bomba atómica como para no lanzarla? ¿O era -como ha sugerido el científico británico PMS Blackett (en su libro Fear, War, and the Bomb)- que Estados Unidos ansiaba lanzar las bombas antes de que los rusos entraran en la guerra contra Japón?

Los rusos (que oficialmente no estaban en guerra con Japón) habían acordado secretamente que entrarían en la guerra noventa días después del fin de la guerra europea. Ese día resultó ser el 8 de mayo, de tal forma que el 8 de agosto se esperaba que los rusos declarasen la guerra a Japón. Pero para entonces, ya habían lanzado la gran bomba y, al día siguiente, lanzarían otra en Nagasaki.

Japón se rendiría ante Estados Unidos, no ante Rusia. Estados Unidos sería quien ocuparía el Japón de la posguerra. Una nota en el diario de James Forrestal, ministro de la Armada, del 28 de julio de 1945, describe al secretario de Estado, James F. Byrnes como

«con muchas ganas de acabar con el tema de Japón antes de que entren los rusos«.

 

James Forrestal era un rabioso anticomunista, un hombre que había participado en la gestación del ambiente alucinado del anticomunismo más cruel en Estados Unidos. En esa delirante carrera, le acompañaron Truman, John Foster Dulles (que informaba a Forrestal de las actividades del Partido Comunista norteamericano), John Edgar Hoover, el cardenal Francis Spellman, Frank Wisner (otro maníaco depresivo, cofundador de la CIA y de la siniestra red Gladio; que también se suicidó, aunque de un disparo en la cabeza) y otros turbios personajes que iniciaron las “operaciones secretas” por el mundo que causaron matanzas apocalípticas

 

La fuerza visual del documental se despliega aquí con toda su potencia, utilizando desgarradoras imágenes de archivo de la destrucción y el sufrimiento humano. Estas imágenes se yuxtaponen con las críticas de figuras contemporáneas como el Almirante William Leahy, jefe del Estado Mayor Conjunto de Truman, quien calificó la bomba de «arma bárbara» y afirmó que su uso nos situaba en el nivel ético de los «bárbaros de la Edad Media«. La selección de los objetivos refuerza esta idea: se argumenta que ciudades como Hiroshima y Nagasaki, con instalaciones militares dispersas entre una densa población civil, fueron elegidas precisamente para maximizar el terror psicológico y demostrar el poder aniquilador de la nueva arma.

 

La selección de los objetivos refuerza esta idea: se argumenta que ciudades como Hiroshima y Nagasaki, con instalaciones militares dispersas entre una densa población civil, fueron elegidas precisamente para maximizar el terror psicológico y demostrar el poder aniquilador de la nueva arma

 

Se presta especial atención al bombardeo de Nagasaki, ocurrido apenas tres días después del de Hiroshima. Este segundo ataque se presenta como particularmente gratuito e innecesario, ya que el liderazgo japonés ni siquiera había tenido tiempo de comprender plenamente la naturaleza y la escala de la devastación en Hiroshima. Desde esta perspectiva, el ataque a Nagasaki no tenía justificación militar ni estratégica, sirviendo únicamente como una cruel demostración de fuerza adicional.

 

El ataque a Nagasaki no tenía justificación militar ni estratégica, sirviendo únicamente como una cruel demostración de fuerza adicional

 

Truman dijo que «el mundo se dará cuenta de que la primera bomba atómica se lanzó en Hiroshima, una base militar, porque en ese primer ataque deseábamos evitar, en la medida de lo posible, la muerte de civiles«. El US Strategic Bombing Survey dijo en su informe oficial que «se eligió como objetivos a Hiroshima y Nagasaki debido a la concentración de actividades y población«.

El lanzamiento de la segunda bomba en Nagasaki parece que se planeó de antemano, y nadie ha podido explicar jamás por qué se lanzó. ¿Era porque se trataba de una bomba de plutonio, mientras que la de Hiroshima era una bomba de uranio? ¿Fueron los muertos y heridos de Nagasaki víctimas de un experimento científico?

Probablemente, entre los muertos en Nagasaki había prisioneros de guerra americana. Un informe del ejército advirtió sobre todo esto, pero el plan continuó como estaba previsto.

Es cierto que después la guerra acabó rápidamente. Un año antes, habían derrotado a Italia. Recientemente, Alemania se había rendido, derrotada principalmente por los ejércitos soviéticos en el frente oriental, ayudados por los ejércitos aliados en el oeste. Ahora se rinde Japón. Las potencias fascistas estaban destruidas.

 

¿Habían desaparecido sus elementos esenciales -el militarismo, el racismo y el imperialismo? ¿O habían absorbido los vencedores estos elementos? Los vencedores eran la Unión Soviética y Estados Unidos (también Inglaterra, Francia y la China nacionalista, pero éstos eran débiles)

 

 
Enola Gay es el nombre de un avión bombardero Boeing B-29 Superfortress que fue bautizado así en honor a Enola Gay Tibbets, madre de su piloto Paul Tibbets. El 6 de agosto de 1945, durante los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, el Enola Gay se convirtió en el primer avión en lanzar una bomba atómica, la Little Boy, que cayó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima y la arrasó casi por completo. El bombardero también participó tres días después en el segundo ataque atómico como avión de reconocimiento sobre el objetivo primario, la ciudad de Kokura, pero la excesiva nubosidad y el humo procedente del bombardeo de una ciudad cercana obligaron a lanzar la bomba atómica sobre Nagasaki. En esta ocasión la bomba la transportaba otro bombardero B-29, Bockscar.

 

Los ciudadanos americanos estaban cansados ​​de la guerra, pero la administración Truman (Roosevelt había muerto en abril de 1945) se esforzó por crear un clima de crisis y de guerra fría. Es cierto que la rivalidad con la Unión Soviética era real. La Unión Soviética, que acabó la guerra con una economía arruinada y 20 millones de muertos, estaba haciendo una reaparición sorprendente, reconstruyendo su industria, recuperando fuerza militar. Sin embargo, la administración Truman presentó a la Unión Soviética no sólo como un rival sino como una amenaza inminente.

Con una serie de maniobras, tanto en el extranjero como en el país, se abrió un clima de miedo, una histeria con respecto al comunismo, que haría aumentar enormemente el presupuesto militar y estimularía la economía con pedidos relacionados con la guerra. Esta combinación de políticas haría posibles acciones más agresivas en el extranjero y acciones más represoras en el propio país.

También actuaron para controlar a sus propias poblaciones, cada país con sus propias técnicas -toscas en la Unión Soviética, sofisticadas en Estados Unidos- para asegurar su mandato.

Al pueblo americano le describían los movimientos revolucionarios en Europa y Asia como ejemplos del expansionismo soviético, recordándoles así la indignación que sintieron contra las agresiones de Hitler.

La guerra produjo grandes beneficios a las corporaciones, pero también elevó los precios -para el beneficio de los granjeros-, mejoró los salarios e hizo prosperar a la suficiente cantidad de gente como para asegurar que no se producirían las rebeliones que tanto amenazaban en la década de los treinta.

 

Harry S. Truman fue el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1953. Miembro del Partido Demócrata, se desempeñó como trigésimo cuarto vicepresidente durante el breve cuarto mandato de Franklin Roosevelt entre enero y abril de 1945 y como senador de los Estados Unidos por Misuri desde 1935 hasta 1945. Conocido entre otros acontecimientos, por ordenar el primer y único ataque nuclear contra otro país, los bombardeos atómicos a Japón.

La «Diplomacia Atómica»

Este es el pilar central y más controvertido de la tesis del episodio. Stone y Kuznick sostienen que la principal motivación para usar la bomba no fue derrotar a Japón, sino intimidar a la Unión Soviética y establecer la hegemonía global de Estados Unidos en el mundo de la posguerra. La bomba se concibió como un «gran ‘martillo‘» (en palabras del propio Truman) para hacer que los rusos fueran «más ‘manejables‘» (según la expresión del Secretario de Estado James Byrnes).

El documental vincula el calendario de los bombardeos directamente con la inminente entrada de la Unión Soviética en la guerra contra Japón, prometida por Stalin en la Conferencia de Yalta. La argumentación es que Estados Unidos quería forzar la rendición japonesa antes de que los soviéticos pudieran unirse a la lucha y reclamar un papel en la administración de posguerra en Asia, especialmente en la ocupación de Japón.

La Conferencia de Potsdam, celebrada en julio de 1945, se presenta como el momento en que esta estrategia se cristalizó. Fue allí donde Truman, tras recibir la noticia del éxito de la prueba Trinity, se sintió envalentonado para enfrentarse a Stalin, creyendo que poseía el arma definitiva que redefiniría el equilibrio de poder global.

 

El bombardeo atómico no como el acto final de la Segunda Guerra Mundial, sino como el primer disparo de la Guerra Fría.

 

De este modo, el episodio reformula el bombardeo atómico no como el acto final de la Segunda Guerra Mundial, sino como el primer disparo de la Guerra Fría. En esta narrativa, es Estados Unidos, y no la Unión Soviética, quien carga con la «mayor parte de la responsabilidad por perpetuar» el conflicto que definiría la segunda mitad del siglo XX.

Los tres pilares del argumento están, por tanto, intrínsecamente conectados. La motivación geopolítica (intimidar a la URSS) es la causa principal, lo que lógicamente requiere que la justificación militar (salvar vidas) sea una mentira y que el acto en sí sea moralmente indefendible. Esta secuencia lógica forma la espina dorsal de todo el proyecto revisionista de Stone.

 

LA BOMBA
Truman tras ordenar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki: «no me arrepiento»

Harry S. Truman: El Presidente Accidental

Lejos de la imagen mitológica del líder resuelto que toma con firmeza la decisión más difícil de la historia, Truman es retratado como un hombre que estaba «fuera de su elemento» en política exterior. El documental subraya repetidamente que fue mantenido en la ignorancia sobre el Proyecto Manhattan hasta la muerte de Franklin D. Roosevelt y que apenas se había reunido con el presidente dos veces antes de sucederle. Esta falta de preparación lo convierte, en la visión de Stone, en una figura maleable, fácilmente influenciable por asesores más astutos y con una agenda propia.

 

Truman heredó un proyecto de 2.000 millones de dólares cuyo uso se daba por sentado por casi todos los implicados.

 

El episodio argumenta que Truman fue, en gran medida, un actor periférico en la decisión real de usar la bomba. Más que una elección meditada, el uso del arma fue el resultado de un impulso burocrático y militar que venía de lejos. Truman heredó un proyecto de 2.000 millones de dólares cuyo uso se daba por sentado por casi todos los implicados.

Simplemente aceptó las recomendaciones del Comité Interino, un grupo de asesores que ya había decidido que la bomba debía usarse sin previo aviso. Esta caracterización socava la narrativa oficial de un Truman que sopesa agónicamente las alternativas y elige el mal menor. En su lugar, vemos a un hombre abrumado por las circunstancias que se limita a ratificar una decisión ya tomada por otros.

 
El Secretario de Estado de EE. UU., Byrnes, y el Presidente Truman en la conferencia aliada, Washington, DC, 1945
 

James F. Byrnes: El Arquitecto Maquiavélico de la «Diplomacia Atómica»

Si Truman es el presidente accidental, James F. Byrnes, su Secretario de Estado, es presentado como el villano principal de la historia. Es caracterizado como la influencia clave sobre un Truman ingenuo y el principal arquitecto de la estrategia de utilizar la bomba como un instrumento de poder geopolítico contra los soviéticos. Byrnes es la personificación de la «diplomacia atómica«. El documental destaca su convicción de que la posesión del arma pondría a Estados Unidos «en posición de dictar nuestros propios términos al final de la guerra» y haría a los soviéticos «más manejables«. Se le describe asistiendo a las conferencias de posguerra con «la amenaza implícita de la bomba en el bolsillo«.

La narrativa de Stone va más allá y acusa a Byrnes de sabotear activamente los esfuerzos de paz. Se argumenta que fue él quien insistió en eliminar del borrador final de la Declaración de Potsdam el lenguaje que habría garantizado la permanencia del Emperador en su trono. Byrnes sabía, según esta interpretación, que la «rendición incondicional» sin esta garantía era inaceptable para Japón y que mantener esta postura inflexible proporcionaría la justificación necesaria para usar la bomba antes de que los soviéticos pudieran entrar en la guerra. De este modo, Byrnes no solo es el ideólogo de la diplomacia atómica, sino también el obstáculo deliberado para una paz más temprana y menos destructiva.

 

Henry A. Wallace

Henry Wallace: La Esperanza Perdida de la Paz

En marcado contraste con Truman y Byrnes, el documental eleva al exvicepresidente Henry A. Wallace a la categoría de héroe trágico y el gran «lo que pudo haber sido» de la historia estadounidense. Se le presenta como el verdadero heredero progresista de Roosevelt, un hombre con ideales antiimperialistas que habría buscado la cooperación y no la confrontación con la Unión Soviética.

 

El núcleo de la serie se basa en un gran contrafactual: si Wallace, y no Truman, hubiera permanecido como vicepresidente en la convención demócrata de 1944 y, por tanto, hubiera sucedido a Roosevelt en abril de 1945, la historia habría tomado un rumbo radicalmente diferente

 

El núcleo de la serie se basa en un gran contrafactual: si Wallace, y no Truman, hubiera permanecido como vicepresidente en la convención demócrata de 1944 y, por tanto, hubiera sucedido a Roosevelt en abril de 1945, la historia habría tomado un rumbo radicalmente diferente. Según Stone y Kuznick, un presidente Wallace no habría utilizado las bombas atómicas, habría evitado la Guerra Fría y habría inaugurado una era de paz y prosperidad mundial.

La sustitución de Wallace por Truman en la candidatura, orquestada por los jefes conservadores del partido, se presenta no como una maniobra política interna, sino como un «trastorno» dramático que alteró el curso de la historia mundial.

Esta forma de presentar los acontecimientos revela una metodología histórica particular. En lugar de analizar las complejas fuerzas institucionales, económicas e ideológicas que condujeron a la Guerra Fría, el documental las simplifica en una narrativa de personalidades. Las fuerzas del imperialismo y la confrontación se personifican en Byrnes, mientras que las fuerzas de la paz y la cooperación se encarnan en Wallace.

 

Las fuerzas del imperialismo y la confrontación se personifican en Byrnes, mientras que las fuerzas de la paz y la cooperación se encarnan en Wallace. Truman se convierte en la figura pasiva atrapada entre estos dos polos.

 

Truman se convierte en la figura pasiva atrapada entre estos dos polos. Si bien esta estructura crea un drama histórico convincente, una «historia de miedo» como la describe Stone, lo hace a costa de la complejidad y el matiz histórico.

El documental de Stone no surge de un vacío intelectual. Su arquitectura argumental se basa casi por completo en la obra del historiador Gar Alperovitz, y en particular en su influyente libro de 1995, The Decision to Use the Atomic Bomb and the Architecture of an American Myth. La «tesis de la diplomacia atómica» de Alperovitz es la fuente directa del argumento central de Stone.

Los puntos clave del episodio -el papel central de Byrnes, el deseo de limitar la influencia soviética en Asia y el sabotaje de los términos de rendición para justificar el uso de la bomba- son todos elementos distintivos de la investigación de Alperovitz.

La conexión es tan explícita que el propio Alperovitz ha respaldado el trabajo de Stone y Kuznick, afirmando que están «haciendo (¡y respondiendo!) todas las preguntas correctas«. Comprender esto es crucial: Stone no está creando una nueva historia, sino que está llevando al gran público una versión particular y controvertida del debate histórico.

 

Stone no está creando una nueva historia, sino que está llevando al gran público una versión particular y controvertida del debate histórico

 

El núcleo histórico del argumento de Stone es su afirmación sobre qué causó la rendición de Japón. Al examinar esta afirmación a través del prisma del debate historiográfico, se revela una imagen mucho más compleja que la que presenta el documental.

 

Hiroshima

 

El Impacto de Hiroshima y Nagasaki

El episodio minimiza deliberadamente el impacto de las bombas atómicas en el liderazgo japonés. Las presenta como si fueran simplemente dos ciudades más destruidas en una larga lista de centros urbanos arrasados por los bombardeos incendiarios, un evento cuantitativamente mayor pero no cualitativamente diferente.

Sin embargo, existe una cantidad significativa de pruebas que contradicen esta minimización. La evidencia más directa es el propio Rescripto Imperial de Rendición de Hirohito, leído al pueblo japonés el 15 de agosto, en el que se refiere específicamente a que «el enemigo ha comenzado a emplear una bomba nueva y más cruel» como una de las razones para aceptar los términos de los Aliados.

Un análisis del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial, basado en nuevas pruebas, concluye que fue la noticia de la bomba de Hiroshima lo que finalmente movió al Emperador a decidir que la guerra debía terminar, incluso antes de que tuviera conocimiento de la invasión soviética.

 

Una sesión de la Conferencia de Potsdam. Los fotografiados incluyen a Clement Attlee, Ernest Bevin, Vyacheslav Molotov, Iósif Stalin, William D. Leahy, James F. Byrnes, y Harry S. Truman.

 

El «Shock Soviético»: La Invasión de Manchuria

Este es el eje del argumento del documental. La declaración de guerra de la Unión Soviética y su rápida invasión de Manchuria el 9 de agosto se presentan como el golpe estratégico verdaderamente decisivo. Este evento, según Stone, destrozó la última esperanza de Japón: la posibilidad de una paz negociada con la mediación de Moscú, que les permitiera preservar el sistema imperial.

Esta tesis cuenta con un sólido respaldo académico. El historiador Tsuyoshi Hasegawa, en su obra Racing the Enemy, argumenta convincentemente que el «shock soviético» fue más decisivo que las bombas. La evidencia clave es una declaración del Consejo Supremo de Guerra de Japón de junio de 1945, que concluía que la entrada soviética en la guerra «determinaría el destino del Imperio«.

 

El historiador Tsuyoshi Hasegawa, en su obra Racing the Enemy, argumenta convincentemente que el «shock soviético» fue más decisivo que las bombas.

La evidencia clave es una declaración del Consejo Supremo de Guerra de Japón de junio de 1945, que concluía que la entrada soviética en la guerra «determinaría el destino del Imperio«

 

La invasión soviética eliminó cualquier posibilidad de dividir a los Aliados y confirmó que Japón se enfrentaría a una aniquilación total y a una guerra en múltiples frentes sin ninguna esperanza estratégica.

 

Un folleto arrojado sobre Japón tras el bombardeo de Hiroshima. El folleto dice, en parte: El pueblo japonés se enfrenta a un otoño extremadamente importante. Nuestra alianza de tres países le presentó a vuestros líderes trece artículos de rendición para ponerle fin a esta guerra infructuosa. Esta propuesta fue ignorada por los líderes de vuestro ejército[…] Estados Unidos ha desarrollado una bomba atómica, algo que no ha hecho ninguna otra nación con anterioridad. Se ha determinado utilizar esta terrorífica bomba. Una bomba atómica tiene el poder destructivo de 2.000 B-29.

 

El Contexto General: Colapso Interno y Estancamiento Político

En última instancia, una explicación monocausal —ya sean las bombas o los soviéticos— resulta insuficiente. La decisión de Japón de rendirse fue el resultado de una confluencia de presiones que culminaron en la segunda semana de agosto de 1945.

La situación de Japón era ya catastrófica antes de estos eventos. Su economía se estaba paralizando, privada de petróleo, alimentos y materias primas por el bloqueo naval, y su capacidad para producir material de guerra era casi nula. La élite gobernante temía cada vez más un colapso del frente interno y un posible levantamiento comunista, alimentado por la escasez de alimentos y la devastación de los bombardeos.

A pesar de esta situación desesperada, el gobierno japonés no era un actor monolítico. El Consejo Supremo de Guerra, el llamado «Big Six» que ostentaba el poder real, estaba completamente paralizado. La facción militar, dominante en el consejo, seguía decidida a luchar en una última batalla apocalíptica en suelo patrio (la estrategia Ketsu Go), con la esperanza de infligir tantas bajas a los invasores que pudieran forzar una paz negociada en lugar de una rendición incondicional.

En este contexto de parálisis política, las bombas y la invasión soviética actuaron como dos shocks externos y simultáneos que rompieron el estancamiento. No fueron eventos mutuamente excluyentes en su impacto; fueron catalizadores complementarios que afectaron a diferentes facciones del liderazgo japonés de distintas maneras. La invasión soviética destruyó la última esperanza estratégica de la facción militar.

La bomba atómica, por su parte, proporcionó a la facción pacifista y, sobre todo, al Emperador, una justificación novedosa y abrumadora para anular a los militares. Le permitió presentar la rendición no como una derrota militar, sino como un acto humanitario para salvar a su pueblo y a la civilización de un «arma nueva y más cruel«. La narrativa de Stone, al insistir en la primacía del shock soviético, sirve a su objetivo de subrayar la malevolencia estadounidense, pero simplifica en exceso la compleja dinámica interna que condujo a la rendición de Japón.

 

MacArthur en la ceremonia de rendición.

 

El mayor impacto del documental radica en su capacidad para obligar a los espectadores, especialmente a los estadounidenses, a enfrentarse a las «partes más oscuras» de su historia y a cuestionar los mitos fundacionales de la benevolencia y el excepcionalismo de su nación. Sirve como un contrapeso necesario y contundente al relato patriótico autocomplaciente que a menudo domina el discurso público.

El episodio logra transmitir con eficacia el aterrador legado de la bomba atómica: el inicio de una carrera armamentística nuclear que, como se temía, podría «acabar con la vida en el planeta«, y el establecimiento de un precedente para una política exterior estadounidense basada, según la visión de Stone, en la fuerza abrumadora y la ambición imperial. Conecta de forma convincente la decisión tomada en 1945 con las acciones posteriores de Estados Unidos a lo largo de la Guerra Fría y hasta el siglo XXI.

 

 
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