EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD, por Jean Cau

“Jamás la mala raza de los intelectuales fue tan insolente. ¿Melancólicos, estos histriones? Ni siquiera eso. ¡Charlatanes! ¡Eso sí! Y repugnantes a la vista. Me pregunto si los enfrentamientos de politicastros que relatan las radios, los periódicos y las televisiones no son, todos ellos, bajo avatares diversos, más que el signo de una misma nulidad.” 

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Este hombre que soy yo, en este siglo, escucha su duda. Y este hombre puede prendarse de las renunciaciones y sentarse, también él, sobre las ruinas, o danzar, embriagado con mal vino, entre las columnas decapitadas.

Después de todo por qué “no abandonar este siglo” o -lo que es exactamente lo mismo- seguir su pendiente y seguir con la misma multitud por el mismo tobogán. Nos amarían. Conoceríamos el calor de la feria y el aturdimiento de sus ruidos.

 

LA INSOLENTE RAZA DE LOS INTELECTUALES

Además estaríamos en muy inteligente compañía porque jamás siglo alguno puso al servicio de su bajeza una tan brillante agilidad de espíritu; jamás la cobardía se dio a sí misma tantas “razones”; jamás las medias de seda rellenas de excrementos tuvieron tan lucientes mallas; jamás la mala raza de los intelectuales fue tan insolente.

¿Melancólicos, estos histriones? Ni siquiera eso. ¡Charlatanes! ¡Eso sí! Y repugnantes a la vista.

Desde que la guerra civil de 1.940-1.945 desposeyó a Europa de su energía, nuestra desgraciada península se infectó con dos democratismos que se conjugaron para (según parece) “liberarla”. Situada en el exacto punto medio entre el cólera soviético y la peste americana, los cogió a los dos. Se muere, pero hace tiempo que su sangre acarreaba el virus. Hace tiempo que Europa tenía mal aliento.

 

 

Me he divertido (?), con una escritura periodística y colérica, entrando en este revoltijo del día que pasa y de los años inmediatos pero, en verdad, no llego a izar mi bandera en ninguno de los dos campos y me pregunto si los enfrentamientos de politicastros que relatan las radios, los periódicos y las televisiones no son, todos ellos, bajo avatares diversos, más que el signo de una misma nulidad.

 

EL TRIUNFO DE LA MORAL DE ESCLAVOS

En breves palabras, si no atestiguan el triunfo, en todas partes, de una moral de esclavos. “Unos decadentes a punto de ser sometidos por unos esclavos”: ésta es, tal vez, la única interpretación del mundo moderno que explicaría mi escaso gusto en “comprometerme” al lado de unos u otros.

¿Para defender Moscú voy a invadir Nueva York? ¿Para proteger Nueva York voy a entrar en Moscú? ¿Qué idea del hombre -que valiera la pena morir por ella- es enarbolada por uno u otro campo? Pero, hombre de un mundo decadente y blanco en vías de ser, en un primer tiempo, sometido por un mundo esclavo y blanco, titubeo y, no obstante, digo que nuestro próximo vencedor (digamos el ruso y su comunismo) está siendo devorado, él también, por una decadencia que, aunque no tenga los mismos colores que la nuestra, no es, a mis ojos, menos evidente.

En efecto, siendo su ideología “de masa”, son vulgares ideas de masa las que aplastarán a los despreciables individuos (por otra parte, cada vez más despreciables y cada vez menos individuos) en que nos estamos convirtiendo.

No seremos vencidos por una moral erigiendo una idea, sino por una ideología lúgubre ordenando una sociedad. Y esto, también, es una decadencia, salvo que ésta tiene una superioridad sobre su rival: es más bruta, más estúpida y menos inquieta. Nosotros ya no tenemos sacerdotes. Ella tampoco, pero aún tiene policías.

 

DECADENCIA UNIVERSAL DEL HOMBRE

En esta “decadencia universal del hombre” que valía su precio por un destino (y entonces la humanidad valía por unos cuantos hombres), tengo la tentación de deponer las armas y, con las alas sucias, apoyar mi cabeza sobre el puño y acomodar mi palabra al silencio y mi acto a la inercia.

Y decir: “No nos movamos. Los adversarios son iguales en la mediocridad. Demócratas, socialistas, masas, multitudes, robots, ¿qué importancia tiene que el mundo pertenezca a unos o a otros? Son iguales”. Es demasiado fatigoso tratar de encontrar hombres y semidioses en este tropel. ”El vencedor sólo vale porque ha vencido”; por la fe que aporta e impone; por la belleza de los templos que erige para celebrar su victoria.

Ahora bien, en los dos campos adoran el mismo becerro (el igualitarismo), salvo que uno le construye supermercados a guisa de establo; y el otro, locales del Partido. Pero la “calidad” del bovino es la misma.

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JEAN CAU, El Caballero, la Muerte y el Diablo. Ediciones del Nuevo Arte Thor, 1986. Traducción de Joaquín Bochaca. [Filosofía Digital, 2006]

 


Jean Cau, nacido en Francia, en 8 de julio de 1925,  fue Secretario de Jean Paul Sartre, además de periodista y reportero de  L´Express, del Nouvel Observateur, de Le Figaro y de Paris-Match. Militante de la extrema izquierda, acabaría acercándose a la «nueva derecha», sin haber llegado a encontrar nunca su lugar en ninguna de ambas. Escritor y experto en tauromaquia, falleció el 18 de junio 1993, en París.
 
 
 
 
 
 

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