EL GRAN DICTADOR
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El gran dictador, por François Truffaut
Lo que hoy, en 1957, sorprende al volver a ver El gran dictador es la intención de ayudar al prójimo a ver más claro. Detesto la disposición de ánimo que conduce a rechazar por inoportuna toda obra ambiciosa proveniente de un humorista renombrado. Lo primero es lo que vale, incluso si, como suele ocurrir, es producto del esnobismo; en el momento en que el esnob incinera lo que adoró, esa adoración queda absolutamente justificada (…) El gran dictador era por cierto la película que en 1939 podía alarmar a la mayor cantidad de espectadores en la mayoría de los países; era realmente la película de la época, la pesadilla premonitoria de un mundo enloquecido del que Noche y niebla daría cuenta de manera más precisa; ninguna película pasó de moda con mayor dignidad que El gran dictador, ya que podemos prever que será aplaudida o despreciada por jóvenes espectadores de doce años que quizás no hayan visto nunca un retrato de Hitler, de Goering y de Goebbels. (…) Cuando al final de la película, en la más pura tradición del espectáculo, el pequeño barbero judío es llevado por su parecido a reemplazar al Gran Dictador (sin que en la obra se haya hecho una sola alusión al respecto, ¡una elipsis genial!), llueven durante el famoso discurso las verdades primeras, de las que yo sería el último en quejarme, ya que prefiero a las otras. Los acontecimientos que desgarraron Europa poco después de la aparición de esta película probaron de sobra que allí donde Chaplin “descubría la pólvora”, las cosas no resultaban tan obvias para todos. Los exégetas, y sobre todo Bazin, señalaron que el discurso final de El gran dictador marca el momento crucial de toda su obra, en la medida en que allí vemos desaparecer progresivamente la máscara de Carlitos y como esta es reemplazada por el rostro sin maquillaje de Charles Chaplin, que ha empezado a encanecer. Chaplin lanza al mundo un mensaje de esperanza.
Texto escrito en 1957 y compilado en el libro Las películas de mi vida.
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EL GRAN DICTADOR (Película, 1940)
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Ficha técnica
Título original: The Great Dictator
Año: 1940
Duración: 128 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Charles Chaplin
Guion: Charles Chaplin
Reparto: Charles Chaplin, Paulette Goddard, Jack Oakie, Reginald Gardiner, Henry Daniell, Carter De Haven, Grace Hayle, Maurice Moscovitch, Billy Gilbert
Música: Charles Chaplin, Meredith Willson
Fotografía: Roland Totheroh, Karl Struss (B&W)
Compañías: United Artists
Género: Comedia | Sátira. Nazismo. II Guerra Mundial. Propaganda
Sinopsis:
Un humilde barbero judío que combatió con el ejército de Tomania en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después del fin del conflicto. Amnésico a causa de un accidente de avión, no recuerda prácticamente nada de su vida pasada, y no conoce la situación política actual del país: Adenoid Hynkel, un dictador fascista y racista, ha llegado al poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de la situación de crisis que vive el país. Paralelamente, Hynkel y sus colaboradores han empezado a preparar una ofensiva militar destinada a la conquista de todo el mundo.
1940: 5 nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película, actor (Chaplin) y guión.
En España, «El gran dictador» no se estrenó en cines hasta 1975, tras la muerte de Franco.
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EL SEÑOR CHAPLIN RESPONDE A SUS CRÍTICOS
Por Charles Chaplin
Las preguntas hechas por la prensa han tenido que ver, a grandes rasgos, con estos tres asuntos. Primero, ¿puede ser divertida la tragedia que Hitler supone para Europa? En segundo lugar, ¿qué ocurre con la propaganda presente en la película? Finalmente, ¿cómo se justifica el final? En cuanto a que Hitler sea gracioso, solo puedo decir que si a veces no podemos reírnos de Hitler, entonces estamos más perdidos de lo que pensamos. Hay algo saludable en la risa, la risa ante las cosas más horribles de la vida, la risa ante la muerte, incluso. ¡Armas al hombro! era divertida. Tenía que ver con los hombres que marchan a la guerra. La quimera del oro fue sugerida por primera vez por la tragedia de la Expedición Donner. La risa es el tónico, el alivio, el cese del dolor. Es saludable, lo más saludable del mundo. En cuanto a la propaganda, El gran dictador no es propaganda. Es la historia del pequeño barbero judío y el gobernante al cual se parece. Es la historia del pequeño hombre que he contado y vuelto a contar toda mi vida. Pero tiene un punto de vista, como La cabaña del tío Tom u Oliver Twist lo tuvieron en su momento. ¿Sería la piedad una mejor palabra que propaganda? ¿O el odio? No me fui por las ramas ni elegí palabras amables ni intenté contemporizar con algo que, la mayoría de nosotros, sentimos tan profundamente. Tercero, en cuanto al final. Para mí, es un final lógico para la historia. Es el discurso que el pequeño barbero hubiera hecho, que incluso hubiera estado obligado a pronunciar. Alguna gente ha dicho que se sale de su personaje. ¿Y qué? La película tiene una duración de dos horas y siete minutos. Si dos horas y tres minutos de ella son comedia, ¿no puedo ser disculpado por terminarla con una nota que refleje, de manera honesta y realista, el mundo en el que vivimos? ¿No puedo ser disculpado por abogar por un mundo mejor?
*Texto publicado en The New York Times el 27 de octubre de 1940, en respuesta a algunas de las críticas hechas a El gran dictador.
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DISCURSO FINAL
«Pero… yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.
Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.
Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano. El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Soldados:
No os entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.
Soldados:
No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: «El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…» Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.
En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados: en nombre de la democracia, debemos unirnos todos».