CASO DANI ALVES
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Por Gregorio Morán
Vozpopuli, 23 MARZO 2024

Tómense un respiro, mantengan atenta la mirada y piénsenlo tres segundos antes de decir una bobería. Cada vez que escuchen la palabra crispación, polarización o confrontación miren la jeta de quien la pronuncia y échense a reír. La autodenominada compañía de bomberos voluntarios se postula para ejercer de incendiarios al grito de “Hay que acabar con el acoso a la verdad”. Hemos entrado en el proceloso territorio del cinismo institucional que consiste en no responder a nada de lo que se pregunta porque tú, preguntón, eres culpable de comportamientos similares. Y si no lo eres tú, lo será tu familia y si no habrás de recordar aquella vez que dijiste a un íntimo -que ha dejado de serlo- lo que te petaba sin tener en cuenta que un día lo bajarían de la nube. Allí donde todo se deposita a la espera del pocero que lo saque a la luz.
Ha nacido una nueva profesión: pocero de redes. Tiene futuro y sobre todo es el rey del presente. Contamina tanto más que las energías fósiles y es un protagonista excepcional del cambio climático. Las temperaturas suben y los acuíferos se agotan pero las redes se desbordan y arrasan. Las informaciones que anteayer prodigaban las agencias de noticias se van sustituyendo por los impactos que suministran las redes, de tal modo que buena parte de la realidad pasa supuestamente por las opiniones de un chisgarabís que alimenta luego a los medios de comunicación, gracias a que sus seguidores se cuentan por millares. Un rebaño al que debe pastorear con cierta complacencia para que le consientan cuidarlos como haría un veterano criador de ovejas. Centenares de cabezas de ganado, fieles y pastueñas, que le sigue en las redes. Un éxito de la era tecnológica, porque permite la democratización de las ocurrencias y de paso alimenta el narcisismo que todos llevamos dentro pero que no nos consienten expresar con el aplomo de majaderos instrumentales.
Sin eso sería incomprensible entender que un puñado de arrebatados de la fe se concentraran a las puertas de la sede del PSOE en Ferraz para rezar rosarios y darle trompadas a un monigote. Tampoco que se manifiesten ante la del PP en Génova llamando “Asesina” a la presidente de la Comunidad de Madrid. La chusma partidaria tiene una larga historia entre nosotros desde Fernando VII y los trágalas a los liberales, incluso antes, cuando a la incitación del clero arrasaron contra Esquilache por un quítame allá unas capas. Sin embargo lo de ahora se recubre de objetividad, de derechos inalienables a la verdad y bajo el patronazgo institucional.
Ha nacido una nueva profesión: pocero de redes. Tiene futuro y sobre todo es el rey del presente
Hay que reconocerle a Pedro Sánchez el dudoso mérito de haber invertido las reglas del juego. Hasta que llegó él había un principio, aceptado a duras penas pero vigente, según el cual el gobierno se dedicaba a gobernar y la oposición a cumplir su ambición de alternativa. No era una línea roja, como se diría ahora con una expresión de guardia urbano que se asimila como alta definición política y que la verdad sea dicha no expresa nada que no sea una sutil manipulación que oculta el meollo del asunto, es decir, que quién traza las líneas rojas las pone a su conveniencia para impedir que el contrario se pueda mover a su gusto. Las líneas rojas en política las traza el que manda y para uso del que obedece.
De tanto mentir al electorado haciendo lo contrario de lo que promete, acaba resultando un galimatías donde la realidad está al servicio de las redes y las redes a disposición del que las tiende. Si promueve una amnistía después de negarla con reiteración y hasta alevosía, aprovecha la red que le tiende un periodista adicto contando una conversación off-the-record en la que Feijoo reconoce que estudió la Amnistía y la rechazó -algo que sería meritorio por más que fuera inútil- y de ahí sale una campaña montada gracias a esa confidencia que suministró El País y que saltó la línea roja de la decencia periodística, tan castigada últimamente. De ese modo no se discutía la Amnistía del Gobierno sino la Amnistía frustrada del PP. Pasto para las redes.
De tanto mentir al electorado haciendo lo contrario de lo que promete, acaba resultando un galimatías donde la realidad está al servicio de las redes y las redes a disposición del que las tiende
Aparece de manera inmisericorde la más estrafalaria de las corrupciones, la de Koldo, Ábalos, Tito Berni y sus compadres; un torpedo que no disparó la oposición pero que amenaza con volar el buque insignia gubernamental. El departamento de poceros del Gobierno encuentra irregularidades flagrantes en las tributaciones del último novio de la presidente de la Comunidad de Madrid y se monta un escándalo de líneas rojas, amarillas y azules, que resume con su locuacidad característica la ceceante viceministra de Hacienda, médico de profesión: la señora Ayuso se acuesta en la cama de una casa que ha sido pagada con dinero ilícito. Lo de Asesina es reciente.
Me avergüenza tener que decirlo pero es un peaje que hoy día hay que pagar. Ni voto al PP, ni le votaré en mi vida porque las líneas rojas me las pongo yo; soy un abonado al inútil y simbólico voto en blanco y no tengo por qué dar más explicaciones para poder seguir escribiendo. Cuando leo en un editorial de “El País” – “ostentóreo”, que hubiera dicho aquel eminente pocero adelantado, Jesús Gil y Gil– la denuncia del “periodismo ponzoñoso que está dinamitando la convivencia”, no puedo ni reírles la gracia. La unión de la ponzoña, la dinamita y la convivencia, era vocabulario común de los editorialistas de un tiempo que es preferible no evocar. Lo nuestro es algo menos pomposo y más rutinario. Se reduce a trabajar en el barro que crearon los lodos del poder y eso hace harto difícil moverse con cierta dignidad, eliminando el descaro y la desvergüenza.
Ni voto al PP, ni le votaré en mi vida porque las líneas rojas me las pongo yo; soy un abonado al inútil y simbólico voto en blanco y no tengo por qué dar más explicaciones para poder seguir escribiendo
Cuando los poderes se dedican a sembrar mierda no son ellos quienes lo desparraman; necesitan gentes con voluntad y ambición, ni siquiera fe, que se encargan de abrir la derrama y emporcarlo todo. Los espíritus bondadosos confían en que se baje la tensión -la crispación, dicen ellos- y que volvamos a normalizar las anomalías. Me temo que es imposible, porque cuando quien detenta el gobierno está dispuesto a las mayores tropelías con tal de mantenerlo no es fácil reconducir la situación. Entre otras cosas porque no es esa su intención. La única idea motriz que alimentó Rodríguez Zapatero y que llegó a enunciar entre los íntimos se resumía a esto: “nos viene bien la crispación”. El barro lo confunde todo y no permite distinguir las diferencias, no digamos los matices. Bienvenidos, poceros de las redes.

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DANI ALVES Y EL PRECIO DE LA LIBERTAD
«¿Existe la más mínima posibilidad hoy en España de que los políticos puedan discutir sobre las instituciones y sus reglas con algún afán de imparcialidad?»
Por Pablo de Lora
The Objective, 23 MARZO 2024

En alguna ocasión escuché o leí la historia del patricio romano que, sabedor de que abofetear a otro llevaba aparejada la multa de 30 sestercios, se paseaba por el foro, acompañado de su esclavo que portaba una bolsa con una buena cantidad de sestercios con los que pagaba por cada bofetada que se le ocurría propinar a quien se cruzara con él. Los juristas acostumbran a utilizar el cuento para ilustrar la diferencia moral que hay entre el «precio» o la «tasa» y el «castigo», aunque sea en forma de multa pecuniaria: en puridad, las consecuencias dinerarias que tiene la comisión de una infracción de tráfico tienen el propósito de que se respeten los límites de velocidad, y quienes tienen capacidad económica no pagan un precio por conducir rápido cuando satisfacen las multas que les son impuestas. O tal vez sí, como diría más de un economista: en la escuela infantil donde se les ocurrió instalar un sistema de multas a los padres que llegaban tarde a la recogida de sus hijos, pronto descubrieron que aumentaba el número de los que llegaban tarde. La razón era que habían pensado esa multa como el precio a pagar para que los empleados de la escuela prolongaran su jornada.
Me he acordado de la historia del patricio y de la guardería a propósito de la atenuación de la condena por agresión sexual de Dani Alves por haber consignado una cantidad de dinero con la que reparar a la víctima –en aplicación del artículo 21.5 del Código Penal-, y, posteriormente, por la concesión de la libertad provisional en su favor, en aplicación de la legislación procesal vigente, a la espera de que se resuelva definitivamente su recurso imponiendo la medida de depositar una fianza de un millón de euros –fijada en función de su capacidad económica-, prohibirle salir de España, serle retirados los dos pasaportes y obligarle a comparecer semanalmente ante la Audiencia de Barcelona.
Ya pueden intuir la síntesis populista: el dinero compra la felicidad, la libertad y también la agresión sexual, o al menos, la atempera enormemente. No exagero: «Los hombres poderosos pueden comprar su libertad. Éste es un peligroso mensaje de desprotección para todas las mujeres. Necesitamos que la justicia sea feminista e igual para todos», ha dicho Irene Montero en la red X. En esa misma red, el partido político Sumar afirma: «Dani Alves puede esperar en su casa a la sentencia definitiva de una violación porque tiene un millón de euros. La justicia es patriarcal y clasista. Ya basta». Hay bastantes más en parecido sentido.
¿Existe la más mínima posibilidad hoy en España de que, incluso a la luz de los casos mediáticos, los representantes de los partidos políticos o quienes de algún modo ejercen de voces autorizadas puedan discutir sobre principios, las instituciones y sus reglas con algún afán de generalidad e imparcialidad, y, sí, justicia?
Que una persona con mayor capacidad económica pueda consignar una mayor cantidad de dinero para así atenuar su pena sin que necesite evidenciar arrepentimiento, puede sin duda introducir una desigualdad lacerante entre los procesados que están a la espera de juicio oral, como ha destacado prudentemente Gregorio María Callejo. ¿Qué hacemos entonces? ¿Exigimos algo más? ¿El qué? El Pacto de Estado contra la Violencia de Género –también firmado por el PP, aunque la actual ministra de Igualdad considere que se trata de un partido negacionista del machismo y por tanto cómplice de la violencia de género- aboga por la supresión de la atenuante de reparación del daño en los casos de violencia de género. ¿Debemos entonces ampliar esa medida a la violencia sexual? ¿Sólo cuando la víctima es mujer y el autor un varón? ¿Por qué? ¿Y por qué no a todos los delitos? ¿Es que acaso la «perspectiva de género» consiste, en definitiva, en la consolidación de esa desigualdad entre víctimas? Dígase sin ambages.
«¿Bajo qué condiciones es aceptable que un condenado pueda no seguir en prisión a la espera de la resolución de su recurso?»
Cabría ciertamente fijar un baremo objetivo como el de la indemnización por accidentes de trabajo o circulación, quizá ajustado a la capacidad económica del procesado, pero entonces, ¿cómo evitaríamos la impresión general, no solo para el caso Alves, de que los individuos, todos, pueden comprar rebajas de condena? ¿Podrían suscribir una póliza de seguro de «atenuación de pena»? O podríamos, quizá, exigir contrición católica. ¿De rodillas en una plaza pública? No es fácil tampoco universalizar semejante propuesta a pocos días de que Puigdemont vuelva de rositas tras haberse ido de rositas.
Y hablando de rositas, y excepción hecha de nuestros patricios romanos (verbigracia: quienes se dan a la fuga tras la comisión de gravísimos delitos y luego pueden regresar amnistiados toda vez que cuentan con el número de escaños que permite que un individuo de nombre Pedro Sánchez pueda ser investido presidente del Gobierno): ¿bajo qué condiciones es aceptable que un condenado a la pena X pueda no seguir en prisión a la espera de la resolución de su recurso? Puesto que parece que el depósito de una fianza más la retirada del pasaporte puede minimizar extraordinariamente el riesgo de fuga, esas medidas se antojan razonables.
Pero, de nuevo, imaginen ahora que el legislador hubiera establecido con carácter general una suerte de baremación fija como caución por la probable fuga, un tanto alzado que no depende de la capacidad de pago. Imaginen que la fianza fuera la misma para la poderosa mujer empresaria que ha incurrido en un gravísimo delito económico que ha causado enormes perjuicios a miles de familias, que para ese pobre ladrón de bicicletas del clásico de Vittorio de Sica. Sería injusto y, sí, clasista, profundamente desigualitario. Bajo esa consideración, el millón de euros a Alves parece una medida justa por proporcionada. ¿O es que acaso de lo que se trata es de instaurar una «justicia revolucionaria» de acuerdo con la cual a partir de cierta capacidad económica no se deben conceder medidas como la libertad provisional? Dígase ya sin circunloquios y propóngase el umbral.
¿Y qué hacemos, finalmente, si resultase que los condenados, los Alves, sus porqueros o sus porqueras, que han pasado un buen tiempo, años incluso, en prisión provisional a la espera de juicio y de una condena firme, son finalmente absueltos? No hay Estado, por garantista que sea o buena dotación de recursos para la administración de justicia disponga, que pueda prescindir de una medida que es, en el fondo, odiosa: privar a alguien de su libertad sin que todavía se haya demostrado su culpabilidad. Pero hay buenas razones, prudenciales, para hacerlo: el riesgo de fuga, la destrucción de pruebas, entre otras.
«Los derechos de libertad no son gratis, como nada en la vida»
En una sociedad política bien ordenada –la española ha dejado de serlo- podemos dar buenas razones a cualquiera que no sea obtuso de la pertinencia de disponer de dicha institución. Y ello quiere decir que el ciudadano mismo tendrá que aceptar ingresar eventualmente en una prisión con carácter preventivo. Lo que cualquier ciudadano razonable exigirá entonces es que la administración de justicia tenga medios suficientes para que los plazos de prisión provisional se reduzcan al mínimo, y que, además, haya una compensación en caso de error, o si finalmente se revelase que no debió ingresar en prisión en primer lugar.
Verse privado de libertad puede ser tan irreparable económicamente como sufrir un ataque a la libertad sexual o cualesquiera otros bienes, pero en todos los casos, menos da una piedra. Y ese que podemos llamar «precio de la seguridad» –recursos para que la policía y los jueces puedan investigar fácilmente y juzgar ágilmente y para compensar el sacrificio de los privados de libertad- deberá ser socializado, es decir, sufragado por todos vía impuestos, mediante un sistema de recaudación que tenga también en cuenta la capacidad económica de cada cual. Los derechos de libertad no son gratis, como nada en la vida.
Hubo un tiempo en el que las anteriores consideraciones estaban presididas por el principio del favor libertatis, por la sospecha y recelo frente al punitivismo, una bandera característicamente enarbolada por la izquierda. Pero cada vez más me parece que ese es el mundo de ayer. Y que la dizque izquierda, sumida en el carro de la justicia dizque feminista, o que abraza una perspectiva particular, identitaria o desnudamente ad hoc por el puro afán de mantener el poder, es hoy una izquierda reaccionaria y regresiva. Y los caracterizados representantes de la derecha cuando claman porque los «violadores están saliendo a la calle» por las rebajas de condena también. ¿O es que acaso no debieran salir nunca? Dígase sin rodeos.

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PABLO DE LORA
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado recientemente ‘Lo sexual es político (y jurídico)’ en Alianza, Madrid, 2019.
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Hermana, aunque tu denuncia sea falsa, los jueces te creerán
ALVES, YO SÍ TE ENTIENDO
«Habrán o no violado dependiendo de lo que la víctima presunta decida hacer ‘ex post’ una vez, quizá, arrepentida de aquello a lo que ha consentido»
Por Pablo de Lora
The Objective, 2 MARZO 2024

Al igual que ocurre en la película francesa El acusado, los hechos probables (susceptibles de ser afirmados con verdad por existir prueba bastante), no ya probables (posibles en grados diversos), plausibles o verosímiles, mueren cuando VVVV, la así denominada en la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona de 22 de febrero, cierra la puerta del baño del reservado Suite de la discoteca Sutton a las 3.44 del día 31 de diciembre de 2022. Dos minutos antes había entrado en ese espacio el acusado, y finalmente condenado por un delito de violación a cuatro años y seis meses de prisión, Daniel Alves da Silva, el conocido como Dani Alves, exfutbolista del Barcelona.
El acervo probatorio al que recurre la Audiencia de Barcelona para determinar qué ocurrió entre las 02.30 horas, momento en el que llega VVVV con su prima y otra amiga, hasta que sale del baño a las 04.00 no es poco: testificales, peritajes y las grabaciones de las cámaras del local. Por ejemplo, que frente a lo que declaró en el juicio la denunciante VVVV, cuando ella y sus acompañantes entran en contacto con Alves y su amigo en el reservado– «… él se puso detrás de ella, le cogió su mano y se la puso detrás poniéndoselas en sus partes bajas. Lo hizo una segunda vez y se empezó a asustar», se observa, «… lo que en el acto del juicio se ha denominado perreo, que este Tribunal aprecia que se trata de una ligera aproximación manteniendo la posición recta, de zona posterior de la denunciante a la zona anterior del acusado… No hemos apreciado que la denunciante tocara con su mano el pene del acusado».
No lo han apreciado los jueces a la vista de las imágenes grabadas por la cámara número 9 a las 3.40, y es por ello por lo que cabe concluir que no coincide la versión de la denunciante con los hechos grabados: «No se aprecia en las cámaras» –se afirma en la sentencia- «que la denunciante y sus amigas se encuentren incómodas o que la denunciante no se encuentre a gusto, no acepte o no tenga voluntad de seguir la fiesta con las personas que acababa de conocer… E incluso puede apreciarse que existe cierta complicidad…».
Al tribunal no le parece «… razonable la versión de la denunciante conforme a la que acudió a hablar con el acusado a la zona del baño por miedo a que después de la discoteca estos chicos pudieran seguirles y hacerles algo a ella y sus amigas… Más bien parece un acuerdo previo de ir uno después de otro… Concluimos que la denunciante acudió voluntariamente a la zona del baño de la suite, con el propósito de estar con el acusado en un espacio más íntimo».
No obstante todo lo anterior, la Audiencia dice con verdad que el hecho de que «… la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir». Y es que, recuerda la Audiencia «el consentimiento debe prestarse siempre antes e incluso durante la práctica del sexo… Es más, el consentimiento debe ser prestado para cada una de las variedades de relaciones sexuales dentro de un encuentro sexual…».
Ese consentimiento puede ser implícito, no verbal o conductual, y ex post: la mejor prueba de que Alves mismo consintió a que VVVV le frotara las nalgas perreando es que, lejos de recriminárselo, no mucho después, según señala la Audiencia, conviniera con la víctima ir a una zona más íntima, allí donde cabría pasar del perreo al teatro.
La Audiencia se plantea entonces si la credibilidad de la denunciante debe quedar desacreditada toda vez que se ha comprobado que, parafraseando la célebre ridiculización que Cayetana Álvarez de Toledo hizo a propósito del consentimiento persistente, no hubo «verdad, verdad, verdad… hasta el final». La Audiencia, sin embargo, sostiene que cabe la posibilidad de que se otorgue credibilidad a parte del relato que hace la víctima y a otra parte no.
«Lo cierto es que se encontró material genético de Alves en la boca de la víctima»
¿Y la credibilidad de Alves respecto a lo que ocurrió dentro del baño? Él sostuvo en el juicio oral no sólo que hubo consentimiento en la penetración vaginal por la que resultó finalmente condenado, sino que ella le desabrochó los pantalones, él se sentó en la taza del váter, ella se puso de rodillas y le empezó a hacer una felación durante un rato.
Y lo cierto es que se encontró material genético de Alves en la boca de la víctima siendo la causa más probable la de la introducción del pene en la boca y haberse vertido esmegma, de acuerdo con la opinión experta del perito, el Dr. Ayguadé. Así y todo, la Audiencia concluye que, puesto que la víctima niega haberle practicado una felación, «… respecto de lo ocurrido en el baño podemos descartar la existencia de una penetración bucal inconsentida de la víctima, por no quedar suficientemente acreditado». En corto: hermano, yo no te creo.
Lo ocurrido dentro del baño, de acuerdo con la parte de la versión creíble de la víctima y la corroboración periférica –una excoriación en la rodilla de 2×1 cm producto de la fuerza ejercida por el condenado, el comportamiento de la víctima tras los hechos del que dan cuenta diversos testimonios y las secuelas psicológicas- constituye un delito de violación. Y también hay que añadir la conducta de Alves, que no se paró a interesarse por ella tras los hechos, con lo que el Tribunal concluye que: «… era consciente de que había actuado en contra de la voluntad de la víctima».
No me interesa ahora calibrar hasta qué punto esta forma de razonamiento probatorio que utiliza la Audiencia cumple o no con el estándar que, en el ámbito penal, debemos aplicar para así respetar la presunción de inocencia (ya saben: probar más allá de toda duda razonable). A mí me caben al menos dos dudas muy, pero que muy razonables, pero yo no tuve la inmediación que sí tuvieron los juzgadores. Me interesa más bien destacar otra cosa: la idea misma de agresión sexual por falta de consentimiento de acuerdo con los parámetros empleados por la Audiencia que antes he apuntado y que figuran de ordinario en nuestro imaginario sobre el ejercicio de la libertad sexual.
Le pido por un instante que imagine que sí pudimos ser testigos de lo ocurrido dentro del baño. Que de alguna manera pudimos ver a través de un mecanismo diseñado al modo en el que Gay Talese cuenta que hizo Gerald Foos en su motel de Colorado. A través de él pudimos observar a VVVV decir «no», y a veces «sí», a veces «sigue» y a veces «para» o «déjame», gritar de placer o tal vez de dolor, recibir un cachete en las nalgas, etc.
Pudimos ver a VVVV morder con fuerza en el cuello de Alves hasta ver sangre y sus uñas provocar rasguños tremendos en su espalda. Pudimos ver a Alves «correrse dentro», como dijo en una de sus primeras declaraciones la víctima, intuyendo, quizá, que ella no ha disfrutado tanto como él y que él, al levantarse y abandonar el baño, no ha sido recíproco, más bien un egoísta, quizá incluso un salvaje.
«En el ‘sí, sí, sí…hasta el final’ ¿cuál es en definitiva ‘el final’, lo ya no denunciable como un delito ante los jueces?»
Alves sale y nosotros, mientras esperamos a que ella se termine de componer y abandonar el baño, nos preguntamos: ¿ha habido una agresión sexual? La intuición nos dice que sí y llamamos a los miembros de la seguridad del local que a su vez avisan a los Mossos. Pero se abre la puerta y VVVV no entiende el revuelo que se ha montado: «Ha sido toda una experiencia. Menudo gañán este Alves». A instancias del personal de seguridad alertado se le instruye de que debe ir al hospital y que vendrá la policía, pero insiste en que no pasa nada, que le apetece seguir bailando con su prima y su amiga.
¿Acaso no ha habido una agresión sexual? Es entonces cuando se cierne la inquietante sospecha conceptual –no ya epistémica o probatoria- de acuerdo con la cual Alves, y los Alves de este mundo, habrán o no violado dependiendo no ya del consentimiento ex ante y durante que haya prestado la víctima, sino de lo que la víctima presunta decida hacer ex post una vez, quizá, arrepentida de aquello a lo que, de un modo u otro, ha consentido.
En el «sí, sí, sí…hasta el final» ¿cuál es en definitiva el final, lo ya no denunciable como un delito ante los jueces, o como moralmente reprobable ante la oficina administrativa de turno o ante la redacción de El País?

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PABLO DE LORA
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado recientemente ‘Lo sexual es político (y jurídico)’ en Alianza, Madrid, 2019.
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LA SENTENCIA DE LA AUDIENCIA PROVINCIAL DE BARCELONA: «CASO DANI ALVES»
ALGUNAS CITAS
Para el Tribunal, la Prueba de Cargo es la Declaración de la víctima, en lo que nadie puede corroborar. Pero en todo aquello que fue posible corroborar, ha quedado demostrado que la víctima mintió.

Contrastando la versión de la denunciante con lo registrado en las cámaras de seguridad podemos concluir que no coinciden estas versiones. No se aprecia en las cámaras que la denunciante y sus amigas se encuentren incómodas o que la denunciante no se encuentre a gusto, no acepte o no tenga voluntad de seguir la fiesta con las personas que acababa de conocer. Se la ve participar en el baile con el acusado de la misma manera que lo harían cualesquiera otras personas dispuestas a pasárselo bien. E incluso puede apreciarse que existe cierta complicidad.
De ahí que no parezca razonable la versión de la denunciante conforme a que acudió a hablar con el acusado a la zona del baño por miedo a que después de la discoteca estos chicos pudieran seguirles y hacerles algo a ella y sus amigas. Y más que vaya a hablar con él dos minutos después de que este se haya ido. Más bien parece un acuerdo previo de ir uno después de otro. Ni es coherente con lo que hemos observado en los vídeos ni es lógico atendiendo a la cantidad de personas existentes en la discoteca, incluidos personal de seguridad o a la posibilidad de acudir a la policía al salir de la discoteca. Concluimos que la denunciante acudió voluntariamente a la zona del baño de la suite, con el propósito de estar con el acusado en un espacio más íntimo. Y que desde el lugar donde se encontraba podía saber que se dirigía a un espacio cerrado, posiblemente un baño, tal y como se desprende de la prueba documental aportada por la defensa donde se puede observar el interior desde donde accedió la denunciante sentencia-caso-alves-seccion-21-ap-barcelona 22 feb 2024 (folios 148 y siguientes de la pericial videográfica y de reconstrucción de los hechos realizada por D. Francisco Marco y que no ha sido impugnada).
Llegados a este punto debemos plantearnos qué consecuencias tiene haber observado que la declaración hasta este momento de la víctima no se compadece con lo observado en las cámaras de seguridad del establecimiento. Estas consecuencias debemos establecerlas en dos ámbitos. (…)
Sin embargo, en el ámbito de la credibilidad de la denunciante, esta sí se ve afectada, lo que nos lleva a preguntarnos si no entender ajustada a la realidad parte de su declaración permite considerar que nada de lo declarado por la denunciante se corresponde con la realidad de lo ocurrido. Este Tribunal cree que no, que cabe la posibilidad de que se de credibilidad a parte del relato y a otra parte no, porque su versión se ha mantenido tanto en el tiempo, porque ningún motivo tiene la denunciante para acusar falsamente a quien no conoce y sobre todo porque la reacción de la denunciante tras los hechos es tan coherente con la existencia de una relación vaginal inconsentida, que la misma no se puede llegar a entender sino es desde el convencimiento de que han ocurrido los hechos tal y como vienen relatados por la denunciante en este punto.
Se desconoce por qué se ha producido este desajuste en la declaración de la denunciante, si ha sido por un mecanismo de evitación de los hechos, de intentar no asumir que ella misma se habría colocado en una situación de riesgo, de no aceptar que habiendo actuado de diferente manera pudiera haber evitado los hechos o para que los destinados a escuchar su declaración no pensaran que esta aproximación con el acusado supondría que su relato de lo ocurrido posteriormente tendría menos credibilidad.
Pero este desajuste no afecta al núcleo esencial de la conducta que se atribuye al acusado, por lo que no permite privar de credibilidad al relato de los hechos referidos a la penetración vaginal inconsentida.
(…)
DESCARGAR LA SENTENCIA DE 22 DE FEBRERO DE 2024 (Audiencia Provincial de Barcelona, Sección num 21),
CASO DANI ALVES
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EL HORROR
«Unos y otros agitaban los espantajos fantasmales de las esposas y amantes de los jefecillos, mientras las tribus antropófagas golpeaban el suelo con sus lanzas»
Por Félix de Azúa
The Objective, 23 MARZO 2024

Ya lo recuerdan ustedes: cuando el agente enviado por la Compañía llega al último refugio de Kurtz, en un lugar monstruoso del África central con una muralla de cañas donde han ido clavando cabezas sanguinolentas y todo está bañado por un humo denso de algún tóxico alucinógeno, cuando por fin logra hablar con aquel que había sido un ciudadano británico ejemplar y que ahora es un monstruo rapado y seguramente caníbal, sólo se llevará a Gran Bretaña las últimas palabras del explorador: The horror! The horror!, con las que Kurtz, ya irremediablemente enloquecido, se despedirá de su salvador.
Todos recuerdan la escena, si no de la novela (muy superior), pues de la película Apocalypse Now en la que Coppola hizo uso y abuso de su amor por la ópera italiana. El refugio final de Kurtz, en la película, no era el lugar siniestro que describe Conrad con admirable exactitud en El corazón de las tinieblas, sino el decorado de cierta inexistente ópera de Puccini sobre una princesa antropófaga.
Bien, no quiero exagerar, pero hoy en las Cortes españolas, sin llegar a semejante exceso colonial, he visto pelearse a los civilizados representantes de la Compañía, con un grupo de caníbales feroces, aunque medio atontados por el humo alucinógeno que han comprado a precio de oro con sus asaltos a las aldeas próximas, y sin llegar a morderse las yugulares, sí querían dar esa impresión operística provocando el horror, el horror, de sus enemigos. Había en especial una jefa que chillaba como una gaviota herida y rasgaba los tímpanos con su histeria.
«Éramos nosotros, los espectadores de los informativos, quienes oíamos únicamente ese grito escalofriante, el horror, el horror»
Sin embargo, éramos nosotros, los espectadores de los informativos de Antena 3 el día 20 de marzo, quienes oíamos únicamente ese grito escalofriante, el horror, el horror, retumbando en los muros de la Gran Cabaña y saliendo entre espumarajos verdosos de la boca de los contendientes. Los unos y los otros agitaban los espantajos fantasmales de las esposas y de los amantes de los jefecillos tribales, mientras las tribus antropófagas golpeaban el suelo rítmicamente con sus lanzas.
Es cierto que aún nos falta un trecho quizás largo para que a un lado empiecen los comandos Durruti a asesinar a gente con corbata y al otro las legiones de la Muerte a cortar cabezas de enlaces sindicales, pero se parecía mucho a un ensayo general.
Es cierto que de los dos grupos el más temible y el más pirado es el de la tribu de los once sexos, pero habría que pedir a los de la Compañía que no caigan en la imitación, como le sucedió a Kurtz, porque a nosotros, los pobres ciudadanos sin apenas sueldo, sólo nos llega un eco: The horror! The horror!



