«Todos los hombres del presidente» (película de 1976)

ELECCIÓN PRESIDENCIAL
 
EL FEDERALISTA, LXVIII. (HAMILTON)
 
Al Pueblo del Estado de Nueva York: 
 
LA MANERA de nombrar al Primer Magistrado de los Estados Unidos es casi la única parte algo importante del sistema que se ha librado de ásperas censuras o que ha recibido una ligerísima muestra de aprobación por parte de sus adversarios. El más recomendable de éstos que ha publicado sus críticas, se ha dignado admitir que la elección presidencial está muy bien resguardada (43). Yo voy algo más lejos y no vacilo en afirmar que si el método no es perfecto, es al menos excelente. Reúne en alto grado todas las ventajas a que se podía aspirar. 
 
(43) Véase El Agricultor Federal. PUBLIO.
 
Era de desear que el sentido del pueblo se manifestara en la elección de la persona a quien ha de confiarse tan importante cargo. Este objetivo se alcanza confiriendo el derecho de elección, no a un cuerpo ya organizado, sino a hombres seleccionados por el pueblo con ese propósito específico y en una ocasión particular.
 
Igualmente conveniente era que la elección inmediata fuera hecha por los hombres más capaces de analizar las cualidades que es conveniente poseer para ese puesto, quienes deliberaran en circunstancias favorables y tomaran prudentemente en cuenta todas las razones y alicientes que deben normar su selección. Un pequeño número de personas, escogidas por sus conciudadanos entre la masa general, tienen más probabilidades de poseer los conocimientos y el criterio necesarios para investigaciones tan complicadas.   
 
 También resultaba particularmente deseable el conceder la menor oportunidad al desorden y al tumulto. Este mal no era el menos temible tratándose de la elección de un magistrado que tan importante papel ha de desempeñar en la administración del gobierno como el Presidente de los Estados Unidos. Pero las precauciones tan felizmente combinadas en el sistema que estudiamos prometen aseguramos efectivamente contra estos males. La elección de varios, para formar un cuerpo intermedio de compromisarios, ofrecerá mucho menos peligro de agitar a la comunidad con movimientos extraordinarios o violentos, que la elección de uno solo que habría de ser 61 mismo el objeto final de las aspiraciones públicas. Y como los electores designados en cada Estado han de reunirse y votar en la entidad en que se les elige, la división y el aislamiento que resultarán, los expondrán mucho menos a vehemencias y agitaciones, que podrían comunicar al pueblo, que si hubieran de reunirse todos al mismo tiempo y en el mismo sitio.
 
Pero nada era más de anhelarse que el oponer todos los obstáculos factibles a las cábalas, las intrigas y el soborno. Era de esperarse lógicamente que estos mortales adversarios del régimen republicano tendieran sus redes Movidos por diversos sectores, principalmente por las potencias extranjeras, deseosas de influir indebidamente sobre nuestras asambleas. ¿Qué mejor manera de conseguirlo que el elevar a la primera magistratura de la Unión a una criatura a su servicio? Pero la convención se ha protegido contra todo peligro de esta clase, con el cuidado más previsor y sensato. No ha hecho que el nombramiento de Presidente dependiera de una entidad a establecida, con la que fuera posible entremeterse de antemano con el fin de corromper sus sufragios, sino que la ha asignado en primer lugar a un acto directo del pueblo de América, que se ejerce escogiendo a determinadas personas con el objeto transitorio y único de efectuar la designación. Y se ha excluido de participar en esta elección a todos aquellos cuyas situaciones los hagan sospechosos de un excesivo apego hacia el Presidente en funciones. Ningún senador, representante u otra persona que desempeñe un puesto de confianza o que le deje algún beneficio en el gobierno de los Estados Unidos, puede formar parte de los compromisarios. De este modo, sin corromper a la masa del pueblo, los agentes inmediatos de la elección, cuando menos, iniciarán su tarea libres de toda parcialidad indebida. Su existencia temporal y su situación independiente, ya señaladas, ofrecen la expectativa favorable de que se conserven en la misma forma hasta el fin de sus trabajos. La empresa de cohechar requiere tiempo y dinero cuando ha de abarcar a un número tan crecido de individuos. Sucede también que estando como están dispersos por todos los trece Estados, no será nada fácil embarcarlos en combinaciones formadas con móviles que, aunque estrictamente no puedan calificarse como corrompidos, sean, sin embargo, de naturaleza a desviarlos de sus deberes. 
 
Otro desiderátum no menos importante era el de que el Ejecutivo sólo dependiera para su permanencia en el cargo de la voluntad del pueblo. De lo contrario, podría verse en la tentación de sacrificar su deber a la complacencia con aquellos cuyo favor le fuera necesario para continuar con su carácter oficial. Esta ventaja también se obtendrá haciendo que su reelección dependa de un cuerpo especial de representantes, comisionados por la sociedad para el solo objeto de efectuar esta importante elección.  
 
Todas estas ventajas se armonizan venturosamente en el plan trazado por la convención, el cual consiste en que el pueblo de cada Estado elija a cierto número de personas en calidad de compromisarios, igual al número de senadores y representantes de ese Estado en el gobierno nacional, las cuales se reunirán dentro del Estado y votarán en favor de alguna persona idónea para Presidente. Pero como es posible que la mayoría de los votos no se concentre siempre en un mismo hombre y como puede ser peligroso acatar la decisión que proceda de menos de la mayoría, se ha dispuesto que en tal contingencia, la Cámara de Representantes elija, de entre los cinco candidatos que tengan más votos, al hombre que en su opinión esté más capacitado para ocupar el puesto. 
 
El proceso electivo nos da la certidumbre moral de que el cargo de Presidente no recaerá nunca en un hombre que no posea en grado conspicuo las dotes exigidas. La habilidad en la pequeña intriga y en esos bajos trucos que provocan la popularidad, puede ser suficiente para encumbrar a un hombre hasta el primer puesto en un Estado determinado; pero se necesitará otra clase de talento y méritos muy distintos para ganarse la estimación y la confianza de toda la Unión o de la importante porción de ésta que será necesaria para convertirlo en candidato triunfante para el eminente cargo de Presidente de los Estados Unidos. No será exagerado afirmar que existe la probabilidad continua de ver ese puesto ocupado por personalidades destacadas por su capacidad y su virtud. Y esto no recomienda poco la Constitución a los que son capaces de estimar la parte que necesariamente le corresponde al Ejecutivo en la buena o mala administración de todo gobierno. Aunque no estamos de acuerdo con la herejía política del poeta que dice: 
 
En cuanto a formas de gobierno, que disputen los locos, 
que la que mejor se administra es la mejor, 
 
podemos, no obstante, afirmar sin temor a equivocarnos que la verdadera prueba de un buen gobierno es su aptitud y tendencia a producir una buena administración. 
 
El Vicepresidente será elegido de igual modo que el Presidente, con la diferencia de que el Senado ha de hacer respecto al primero lo que la Cámara de Representantes respecto al último. 
 
El hecho de que se nombre a una persona especial para el puesto de Vicepresidente ha sido objetado como superfluo, sino ya perjudicial. Se sostiene que hubiera sido preferible autorizar al Senado para que eligiera dentro de sí mismo un funcionario que ocupara ese cargo. Pero hay dos consideraciones que parecen justificar las ideas de la convención acerca del asunto. Una es que para asegurar en todo tiempo la posibilidad de una resolución definida en ese cuerpo, es necesario que el Presidente tenga únicamente voto de calidad. Y sacar al senador de un Estado de su curul, para ponerlo en la del Presidente del Senado, sería cambiar respecto a ese Estado un voto fijo por un voto eventual. La consideración restante consiste en que como el Vicepresidente puede sustituir ocasionalmente al Presidente en la suprema magistratura ejecutiva, todas las razones que apoyan el modo de elección prescrito para el uno se aplican con gran fuerza a la manera de designar al otro. Es notable que, en este como en otros muchos casos, la objeción que se esgrime sería procedente contra la constitución de este Estado. Tenemos un teniente gobernador elegido por todo el pueblo, que preside el Senado y es el sustituto constitucional del gobernador en contingencias similares a las que autorizarían al Vicepresidente para ejercer la autoridad y desempeñar las obligaciones del Presidente. 
 
PUBLIO.   
DE EL CORREO DE NUEVA YORK, VIERNES 14 DE MARZO DE 1788.
 
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Todos los hombres del presidente (1976)
De Alan J. Pakula 
   
 

 

Todos los hombres del presidente (All the President’s Men) es una película estadounidense de 1976 dirigida por Alan J. Pakula. Protagonizada por Robert Redford, Dustin Hoffman, Jack Warden, Jason Robards, Martin Balsam, Hal Holbrook y Jane Alexander en los papeles principales.

Basada en el libro homónimo de Bob Woodward y Carl Bernstein, publicado en 1974, que relata la historia de la investigación periodística que condujo al famoso escándalo de «Watergate», que obligó a Richard Nixon a dimitir como presidente de los Estados Unidos.

En 2010 fue incluida entre los filmes que preserva el National Film Registry (Registro Nacional de Filmes) de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, por ser considerada «cultural, histórica, o estéticamente significativa», y en 2007 en la lista AFI’s 100 años… 100 películas (edición 10.º aniversario) del American Film Institute.

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El argumento se centra en los periodistas del Washington Post, Carl Bernstein (Dustin Hoffman) y Bob Woodward (Robert Redford), quienes investigan un asunto de carácter político que aparentemente tiene poca importancia. Al ver que renombrados abogados están trabajando en el caso, se dan cuenta de que detrás de todo ello puede haber algo mucho más importante. Intensifican sus averiguaciones siguiendo todas las pistas que se van abriendo ante ellos, hasta que consigue la colaboración de un confidente. Al final destapan un asunto sucio que implica a la Casa Blanca, y con ello al mismo presidente de la nación.

La trama no se limita a los eventos políticos ocurridos durante el Escándalo Watergate y abarca también las discusiones de los periodistas con sus jefes del Washington Post sobre la forma en que deben tratar las noticias, las consecuencias de revelar graves actos ilegales de los asesores presidenciales, y las peripecias vividas por Bernstein y Woodward para sustentar sus reportes y artículos.

La narración acaba abruptamente con el juramento de Nixon como presidente reelecto el 20 de enero de 1973. Para no omitir la verdadera conclusión de la historia (la renuncia de Nixon en agosto de 1974), los sucesos posteriores en enero de 1973 son narrados mediante notas mecanografiadas de estilo periodístico, filmados en las escenas finales. La última nota se reduce a dar cuenta de la renuncia de Richard Nixon el 9 de agosto de 1974 y la asunción al mando de Gerald Ford esa misma fecha al mediodía.

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3 Comments

    • Gracias por comentar, Isabel.

      En efecto, una excelente película; en mi opinión muy por encima de las versiones posteriores.

      Y, además, ayuda a recordar aquéllos tiempos, que parecen hoy tan lejanos, en que la prensa todavía no había sucumbido ante el poder financiero. Cuando la prensa era el vigilante del poder, y el ciudadano disponía de información para poder ser libre en su elección. Porque cuando la verdad se nos oculta, nuestra elección deja de ser libre, al ser fruto del error que anula la voluntad.

      Saludos

    • Hola Isabel, ¿podría comunicarme contigo? me gustaría hablar acerca de la película, es para un trabajo de la universidad y veo que me podrías colaborar 😀 gracias.

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