«En una doctrina del Estado que conciba a éste como tendencialmente susceptible de agotamiento y de disolución en el seno de la sociedad regulada, la cuestión es fundamental. El elemento Estado-coerción puede imaginarse agotándose a medida que se afirman elementos cada vez más sobresalientes de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil)».
Por Antonio Gramsci
Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia Distrito Federal.
En la polémica (superficial, por lo demás) sobre las funciones del Estado (entiendo el Estado como organización político-jurídica en sentido estricto) la expresión de “Estado-vigilante nocturno” corresponde a la italiana de “Estado-carabinero” y quiere significar un Estado cuyas funciones se limitan a la tutela del orden público y del respeto a la ley.
No se insiste en el hecho de que en esta forma de régimen (que, en realidad no ha existido nunca o sólo ha existido como hipótesis límite, sobre el papel) la dirección del desarrollo histórico pertenece a las fuerzas privadas, a la sociedad civil, que también es “Estado”, o, mejor, dicho, es el Estado.
ESTADO-POLICÍA, ESTADO INTERVENCIONISTA Y ESTADO ÉTICO
Parece que la expresión “vigilante nocturno”–que debería tener un valor más sarcástico que la de “Estado carabinero” o la de “Estado policía”– se debe a Lasalle. Su contrario debería ser el “Estado ético” o “Estado intervencionista” en general, pero existen diferencias entre una y otra expresión: el concepto de Estado ético tiene un origen filosófico e intelectual (propio de los intelectuales: Hegel) y, en realidad, se podría ligar con la de «Estado vigilante nocturno», porque se refiere más bien a la actividad autónoma, educativa y moral del Estado laico en contraposición al cosmopolitismo y a la injerencia de la organización religiosa eclesiástica como residuo medieval.
El concepto de Estado intervencionista es de origen económico y se relaciona, por un lado, con las corrientes proteccionistas o de nacionalismo económico, y por otro, con el intento de hacer asumir a un personal estatal determinado, de origen agrario y feudal, la “protección” de las clases trabajadoras contra los excesos del capitalismo (política de Bismarck y Disraeli).
Estas diversas tendencias pueden combinarse de muy distintas maneras y, de hecho, se han combinado. Naturalmente, los liberales (“economistas”) están en favor del “Estado vigilante nocturno” y quisieran que la iniciativa histórica se dejase en manos de la sociedad civil y de las diversas formas que en ella pululan con el “Estado”, guardián de la “lealtad del juego” y de las leyes de éste; los intelectuales hacen distinciones muy importantes cuando son liberales e incluso cuando son intervencionistas (pueden ser liberales en el terreno económico e intervencionistas en el cultural, etc.).
Los católicos quisieran un Estado intervencionista totalmente a favor suyo, pero a falta de éste o cuando constituyen una minoría piden un Estado “indiferente”, para que no apoye a sus adversarios.
SOCIEDAD POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL
Debe meditarse el tema de si la concepción del «Estado gendarme» o «vigilante nocturno» (dejando de lado la especificación de carácter polémico: gendarme, vigilante nocturno, etc.) no es la única concepción del Estado que supera las fases “corporativo-económicas” extremas.
Estamos siempre en el terreno de la identificación del Estado y del gobierno, identificación que constituye precisamente una reaparición de la forma corporativo-económica, es decir, de la confusión entre la sociedad civil y la sociedad política, porque debe señalarse que en la noción general del Estado entran elementos que deben referirse a la noción de sociedad civil (en este sentido se podría decir que el Estado es igual a la sociedad política más la sociedad civil, es decir, la hegemonía reforzada por la coerción).
SOCIEDAD REGULADA Y LIBERTAD ORGÁNICA
En una doctrina del Estado que conciba a éste como tendencialmente susceptible de agotamiento y de disolución en el seno de la sociedad regulada, la cuestión es fundamental. El elemento Estado-coerción puede imaginarse agotándose a medida que se afirman elementos cada vez más sobresalientes de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil).
En la doctrina del Estado-sociedad regulada, deberá pasarse de una fase en la que “Estado” será igual a “gobierno” y “Estado” se identificará con “sociedad civil” a una fase de «Estado vigilante nocturno», es decir, de una organización coercitiva que tutelará el desarrollo de los elementos de sociedad regulada en continuo incremento y que, por tanto, reducen gradualmente sus intervenciones autoritarias y coactivas.
Esto no puede hacer pensar en un nuevo “liberalismo”, aunque sea el comienzo de una era de libertad orgánica.
«Es cuestión de vida, no el consenso pasivo e indirecto, sino el activo y directo; la participación, por consiguiente, de los individuos, incluso si esto provoca una apariencia de disgregación y de tumulto» (Gramsci 1981:35)
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ANTONIO GRAMSCI, Política y sociedad, selección y traducción de “Quaderni del carceri” (1926-1937), a cargo de Jordi Solé-Tura, Ediciones Península, 1977. FD, 01/09/2006.
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HEIDEGGER, HEDONISMO Y REDES SOCIALES
Vivimos en una era acelerada, dominada por la búsqueda del placer inmediato, la sobreinformación y la conectividad constante
Por Álvaro Berrocal Sarnelli
Martin Heidegger
La filosofía busca explicar el mundo para vivirlo de forma más humana y racional, y cuando esto no es posible, al menos entender por qué nuestra sociedad muestra fenómenos sorprendentes, aunque normalizados. Aquí intentaremos explorar cómo los conceptos de Martin Heidegger nos ayudan a comprender la sociedad contemporánea, marcada por una homogeneidad global sin precedentes.
Vivimos en una era acelerada, dominada por la búsqueda del placer inmediato, la sobreinformación y la conectividad constante. Queremos todo al instante: compras que lleguen al día siguiente, información inmediata, noticias de nuestra calle compartidas en redes sociales. Esta vida, como señala Byung-Chul Han, es agotadora: los temas políticos pierden relevancia rápidamente, y la próxima crisis apocalíptica siempre está al acecho. ¿Qué nos dice Heidegger sobre estas dinámicas?
Martin Heidegger (1889-1976), figura clave del siglo XX, anticipó muchos problemas actuales en su obra Ser y tiempo (1927). Su pregunta central es el sentido del ser, explorado a través del Dasein, el ser humano en su existencia, siempre en relación con el mundo. El Dasein no es un individuo aislado, sino un «ser-en-el-mundo», inmerso en contextos sociales, culturales y tecnológicos. Heidegger analiza cómo nuestras vidas pueden perderse en la superficialidad de lo que «se dice» o «se hace», un fenómeno que llama «caída» (Verfallen). Esta idea es crucial para entender una sociedad atrapada en el hedonismo, el ocio y la comunicación de masas, donde la tecnología y el consumo nos sumen en distracción y conformismo. Sus conceptos de habladuría, curiosidad y ambigüedad nos ofrecen herramientas para cuestionar nuestra relación con el mundo digital y buscar un existir más auténtico.
La caída no es un juicio moral, sino una condición existencial del Dasein. El ser humano tiende a disolverse en el «uno» (das Man), adoptando opiniones y prácticas sociales por comodidad, en lugar de forjar las propias. Es más fácil ser inauténtico que auténtico. La búsqueda de placer inmediato, el consumo de ocio y la dependencia de los medios nos alejan de la autenticidad. Por ejemplo, la adicción a las redes sociales, el scroll infinito, el entretenimiento pasivo o las compras compulsivas son formas de «huir» de la pregunta por nuestro ser. Nos dejamos llevar por lo que «se hace» o «sedice», justificando acciones con frases como «todo el mundo lo dice», sin reflexión crítica.
Esta caída se sustenta en tres pilares: habladuría, curiosidad y ambigüedad.
La habladuría (Gerede) es una comunicación superficial que repite lo que «se dice» sin reflexión, priorizando el impacto sobre la verdad. En la era digital, internet y redes como X amplifican esta dinámica. Titulares sensacionalistas, bulos virales y memes compartidos sin verificar son ejemplos claros: un rumor sobre una celebridad o una teoría conspirativa se difunde rápidamente, sin cuestionar su veracidad. La habladuría llena el espacio público con ruido, fomentando una comprensión superficial y alejándonos del diálogo auténtico. Nos convierte en ecos de lo que «se dice», erosionando nuestra capacidad de conectar con lo esencial.
La curiosidad (Neugier) es el impulso de buscar lo nuevo por puro placer, sin interés en comprenderlo profundamente. En la sociedad del hedonismo, se manifiesta en el consumo compulsivo de contenido en plataformas como TikTok o Netflix. Los vídeos cortos, las tendencias virales y los algoritmos que ofrecen novedades constantes nos mantienen en un estado de excitación. El cambio rápido de temas en redes –hoy una polémica, mañana un reto viral– refleja esta búsqueda de estímulos. Este consumo vacío sustituye la reflexión por el entretenimiento efímero, dispersándonos y alejándonos de preguntarnos quiénes somos o qué queremos.
La ambigüedad (Zweideutigkeit) surge cuando todo parece comprensible, pero nada es claramente verdadero o relevante. En un mundo saturado de información, plataformas como X mezclan hechos, opiniones y rumores, creando confusión. Durante debates sobre cambio climático o elecciones, las noticias contradictorias y narrativas polarizadas generan desconfianza y polarización. La ambigüedad diluye la verdad, y lo auténtico se pierde en el ruido. La sociedad lucha por construir un sentido compartido de la realidad, atrapada en un caos de interpretaciones.
Estos tres elementos –habladuría, curiosidad y ambigüedad– impulsan un existir inauténtico. El hedonismo y el ocio, como los atracones de series o la obsesión por la viralidad, nos sumergen en la «caída» heideggeriana. Los algoritmos alimentan la curiosidad, la habladuría propaga bulos y la ambigüedad difumina la verdad. Heidegger no condena estas prácticas, pero nos invita a cuestionarlas: ¿vivimos conforme a nuestro ser, o nos disolvemos en la masa? Pasar horas en redes persiguiendo tendencias puede alejarnos de preguntarnos por el sentido de nuestra vida.
Heidegger propone que la autenticidad surge al enfrentar nuestra finitud y asumir la responsabilidad de nuestro ser, resistiendo la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad. En la era digital, esto implica limitar el consumo pasivo de redes, verificar fuentes y priorizar el diálogo profundo. Apagar el teléfono para leer o conversar cara a cara es un acto de resistencia contra la distracción. Heidegger nos anima a practicar el silencio y la reflexión, reconectando con preguntas fundamentales: ¿quién soy? ¿Qué quiero? Esta llamada invita a cuestionar nuestra relación con el ocio y la comunicación de masas: ¿vivimos para nosotros o para lo que «se espera»?
En resumen, la sociedad del hedonismo y la comunicación de masas refleja la «caída» heideggeriana: la habladuría nos atrapa en el ruido, la curiosidad nos dispersa en la novedad, y la ambigüedad nos sume en la confusión. Amplificadas por internet, estas dinámicas nos alejan de un existir auténtico. Sin embargo, Heidegger nos ofrece una herramienta: cuestionar nuestra forma de vivir y buscar el sentido de nuestro ser. En un mundo de pantallas, su filosofía nos invita a detenernos, reflexionar y reconectar con lo esencial. Como escribió en su Carta sobre el humanismo, «el ser humano no es el señor del ente, sino el pastor del ser». Ser «pastores» de nuestro ser implica asumir la responsabilidad de nuestra existencia, resistiendo el torbellino del hedonismo y la comunicación de masas para redescubrir quiénes somos más allá del ruido digital.
Hannah Arendt y Martin Heidegger
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Álvaro Berrocal Sarnelli es profesor de Metafísica en el Seminario Diocesano de Cartagena-Murcia
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LA CUARTA TEORÍA POLÍTICA DEL FILÓSOFO RUSO ALEXANDER DUGIN, ESTRATEGA ASESOR DE PUTIN
El original filósofo ruso Alexander Dugin, teórico y estratega de Vladimir Putin, desarrolla lo que denomina la “Cuarta Teoría Política”, diferenciándola de la primera teoría política de la Modernidad (el liberalismo), la segunda (el comunismo) y la tercera (el fascismo). En su planteo, prefigura la configuración geopolítica de proyectos globales basados en “Grandes Espacios” civilizatorios enraizados a su vez en una pugna entre los pueblos y las élites plutocráticas financieras que dominan actualmente el mundo
En el libro de Dugin La Cuarta Teoría Política (CTP), el filósofo ruso [N. del E.: asesor de Vladimir Putin] insiste en el carácter colectivo de su creación, en que no es un sistema cerrado, sino abierto a las aportaciones posteriores.
En el presente artículo intentaremos describir y explicar, así como valorar, el mencionado libro de Dugin, al que tomaremos como base de nuestro trabajo. A nuestro entender la CTP que Dugin expone se fundamenta en un armazón teórico que consta de cinco elementos fundamentales:
1.- Una teoría de la modernidad y sus ideologías.
2.- La posmodernidad como mutación del liberalismo a neoliberalismo.
3.- Una teoría del tiempo.
4.- Una fundamentación filosófica en la ontología de Heidegger.
5.- La geopolítica de los grandes espacios.
Teoría de la modernidad
La CTP aparece como una oposición radical a la modernidad y a todas sus manifestaciones, incluida la actual implosión postmoderna. La CTP se dirige a todas aquellas personas que sienten una radical insatisfacción ante la sociedad actual, sus mensajes y sus “valores”. Una disección previa de la modernidad es el paso previo a la síntesis y construcción de la CTP.
Las raíces últimas de la modernidad son difíciles de rastrear. Para Heidegger en los albores de la filosofía occidental, en la Grecia presocrática, ya se produjo el “olvido del Ser” que empaparía la metafísica occidental y que desembocaría en el “Gesteller” o dominio de la técnica que lleva al nihilismo. Para Alain de Benoist (y otros autores de la Nueva Derecha) será el cristianismo el que introducirá la metafísica de la subjetividad, la visión lineal de la historia y la separación radical entre Dios y el mundo, que convertirá a este en un objeto desacralizado, presto a ser utilizado por una técnica al servicio de lo inmanente.
Dugin, no tan radical, sitúa los orígenes de la modernidad con la aparición del liberalismo. Sus antecedentes inmediatos son la filosofía de Descartes y la Ilustración, y sus grandes teorizadores son Rousseau, Locke y Schmitt. Aquí Dugin introduce un concepto interesante: el de “sujeto”. Toda teoría política pivota sobre un sujeto, y el sujeto del liberalismo es el individuo.
Para el liberalismo el individuo es anterior a la sociedad. El mismo concepto de “sociedad” (opuesto al de comunidad) es esencialmente liberal, y se refiere a la asociación libre y voluntaria de los individuos a través del “contrato social”.
Para el liberalismo el individuo es anterior a la sociedad. El mismo concepto de “sociedad” (opuesto al de comunidad) es esencialmente liberal, y se refiere a la asociación libre y voluntaria de los individuos a través del “contrato social”.
Por otra parte, para el liberalismo el individuo, por el mero hecho de haber nacido, es portador de unos derechos inalienables (Derechos Humanos): la libertad (entendida en abstracto) y la propiedad son los derechos más importantes.
Hay que señalar que la libertad liberal es un concepto negativo: se refiere a la falta de coerción de cualquier tipo. Aunque la idea de libertad al principio se refería a las coerciones del Antiguo Régimen, esta ha ido evolucionando hasta considerar un obstáculo cualquier relación de pertenencia: la identidad cultural, religiosa, nacional o incluso sexual acaba siendo obstáculos para la “libre” elección del individuo.
El desarrollo político y social del liberalismo dio lugar al capitalismo, y a la aparición de nuevas teorías políticas que disputaron al liberalismo la realización de los ideales de la modernidad: el socialismo (segunda teoría política) y el fascismo (tercera teoría política).
Por socialismo entiende Dugin todas las variantes que tienen al marxismo como ideología nuclear: desde el socialismo democrático al comunismo estalinista o al trostquismo. Si el sujeto político del liberalismo era el individuo, el del marxismo es la clase social. Se entiende por clase social el conjunto de personas que ocupan un mismo lugar el proceso de producción: terratenientes, burgueses (propietarios de las fabricas) o proletarios (que viven de vender su fuerza de trabajo).
El marxismo no se opone a la modernidad, sino que pretende realizar sus ideales mejor que el liberalismo. Comparte con él una visión puramente económica del ser humano, y una concepción lineal y progresista de la historia, que avanza desde un primitivismo hacia un “final de la historia”, la era del socialismo en que el Estado se disolverá por innecesario.
Francis Fukuyama (Chicago, Illinois; 27 de octubre de 1952)
El marxismo como filosofía política tuvo diversas concreciones prácticas. La más evidente fue el comunismo soviético ruso o “socialismo real” y el de sus países satélites. Pero Dugin, al igual que los nacional-bolcheviques rusos, cree ver en este comunismo ruso una manifestación del alma rusa.
Llega a decir que las causas ultimas de la Revolución de Octubre hay que buscarlas en el descontento del pueblo ruso frente a la occidentalización y “modernización” de Rusia patrocinadas por los Romanov.
Habría pues en el comunismo ruso dos “almas”: la marxista con sus mitos economicistas y progresistas, antirreligiosa y antinacional (su representante más genuino sería Trotsky, defensor de la revolución mundial), y la nacional-comunista donde, por debajo de la epidermis marxista, sobreviviría el espíritu patriótico de la Gran Rusia.
La interpretación de Dugin del comunismo ruso tiene una gran influencia en la Rusia actual e inspira la política del propio Putin. Los mitos marxistas han sido totalmente superados y abandonados y el patriotismo y la religión ortodoxa han visto un renacimiento inaudito.
Pero el país no se avergüenza de su pasado, al que recupera como parte de su historia. Los símbolos comunistas no han sido retirados de sus edificios oficiales, ni se han derribado las estatuas de Lenin.
El marxismo occidental fue otra cosa. La filosofía que anima a los partidos comunistas de Europa Occidental durante la última parte del siglo XX fue una encarnación mucho más purista de una ideología de la modernidad.
Pero el hundimiento de la Unión Soviética y el fenómeno de la globalización significaron un duro golpe para las pretensiones marxistas de haber descubierto las leyes que regían la historia humana. Hoy día el marxismo es una filosofía superada, abatida por el liberalismo triunfante.
La tercera teoría política que aparece en la modernidad es el fascismo. Pero aquí vale la pena detenernos y hacer unas precisiones a la tesis de Dugin. Recordemos que este definía a una teoría política por su sujeto: para el liberalismo el sujeto político es el individuo y para el marxismo es la clase social.
En su intento de definición genérica del fascismo Dugin tiene que reconocer una dualidad de sujetos políticos: la raza en el nacional-socialismo alemán y el Estado en el fascismo italiano. Esta reconocida dualidad de sujetos políticos hace sospechar que estamos ante dos fenómenos distintos.
En realidad cuando hablamos del fenómeno fascista nos estamos refiriendo a una realidad plural, con una evidente pluralidad de sujetos. Algunas manifestaciones del fascismo (como la Guardia de Hierro Rumana o la Falange Española) estuvieron absolutamente impregnadas de espíritu religioso-católico, mientras que otras fueron absolutamente laicas y seculares.
Algunos regímenes calificados de “fascistas”, como el de Franco en España, el de Oliveira Salazar en Portugal o el de Dollfus en Austria fueron en realidad dictaduras impregnadas de espíritu contrarrevolucionario, ideología por cierto a la que Dugin nunca se refiere, quizás porque no la considera propia de la modernidad, sino vestigio del antiguo régimen.
Algunos estudiosos del fenómeno fascista, como Sternhell, han intentado buscar un denominador común de todas estas tendencias, y han situado en Francia el origen de la ideología fascista, como una síntesis del monarquismo católico de Charles Maurras y sus seguidores y el sindicalismo revolucionario de Sorel. Pero esta síntesis sigue dejando fuera al nacional-socialismo alemán, centrado en la doctrina de la raza.
Para Dugin el fenómeno fascista forma parte de la modernidad
Para Dugin el fenómeno fascista forma parte de la modernidad. Su principal batería de argumentos se centra, con razón, en el nacional-socialismo alemán. Estamos totalmente de acuerdo en que el racismo, que caracteriza a esta ideología, es un fenómeno esencialmente moderno. A nuestro entender el racismo tiene dos raíces ideológicas, ambas esencialmente modernas: la teoría calvinista de la predestinación, y una interpretación del darwinismo, de la mano de Spencer y de Haeckel (el darwinismo social) que nunca fue admitida por el propio Darwin.
Para determinadas sectas protestantes cuando un ser humano viene al mundo ya está predeterminado por Dios si va a salvarse o a condenarse. Las buenas obras y el éxito profesional y en los negocios no son méritos, sino señales de que uno pertenece a los “elegidos”.
Max Weber ya señaló en su momento la influencia de esta ideología en el capitalismo naciente. Pasar de la categoría de “individuos” elegidos a la de “pueblos” elegidos es fácil. El mismo fenómeno se da en el judaísmo con su teoría de “pueblo elegido por Dios”. Es significativo que en los pueblos de tradición católica raramente se han dado manifestaciones de racismo (que no hay que confundir con la xenofobia).
La otra gran fuente ideológica del racismo es el darwinismo social, desarrollado por el filósofo ingles Herbert Spencer y el biólogo y filósofo alemán Ernst Haeckel. El darwinismo social (que nunca fue aceptado por Darwin) traslada los conceptos biológicos de selección natural y supervivencia del más apto a la vida social. La lucha de todos contra todos tuvo en un principio carácter de enfrentamiento físico, trasladándose después al terreno económico. Los más “aptos” sobreviven y se apropian de todo. Cualquier intento por parte del Estado o de la sociedad de apoyar a los “débiles”, a los derrotados por la lucha social, va en contra del progreso y solo hace que cultivar vicio y pereza.
Cuando el darwinismo social se traslada de los individuos a los pueblos aparece el racismo. Obsérvese que los mitos racistas están impregnados de mitos modernos ¿Por qué cree el racista que la raza blanca (léase alemana, inglesa etc.) es superior? Pues porque ha avanzado mucho más en el camino de la modernización, frente a otros pueblos “atrasados”, porque ha desarrollado la técnica, la industria, el capitalismo. Porque han destruido sus propias tradiciones y olvidado sus raíces, decimos nosotros. Aquí la “superioridad” de la civilización occidental.
El racismo vinculado al darwinismo social y a la teoría calvinista de la predestinación son los nexos de unión entre liberalismo y nacional-socialismo, que confieren a esta ideología una indudable patina de modernidad, dando así la razón a Dugin. La cuestión es más problemática cuando nos referimos a otras formas de fascismo.
En el fascismo italiano hay una mezcla algo confusa de elementos modernos y “tradicionales”. El culto a las máquinas y a la velocidad, procedentes del “futurismo”, así como el nacionalismo, que algunos autores relacionan con el jacobinismo de la Revolución Francesa, serían elementos modernos. Pero el culto al mito del Imperio, opuesto a la idea moderna de Estado-nación sería un elemento tradicional presente en el fascismo.
En otros movimientos fascistas, como Falange Española o la Guardia de Hierro Rumana el elemento tradicional se hace presente en forma de una importante visión religioso-católica que impregna completamente estas ideologías.
Anthony Giddens (Tercera vía)
Hay finalmente un conjunto confuso de corrientes, que Dugin llama de la “tercera vía” que, aunque relacionadas con el fascismo, refuerzan de forma notable su rechazo global a la modernidad. Aquí estaría el nacional-bolchevismo, el socialismo de Strasser, o ciertos autores de la revolución conservadora.
Al margen de estas matizaciones Dugin sostiene que tanto el fascismo como el comunismo se enfrentaron al liberalismo no por ir en contra de la modernidad, sino por presentar un programa de modernidad alternativa. El fascismo fue derrotado en el plano militar (con la colaboración comunista) y se convirtió en la “bestia negra” de la modernidad, en una auténtica encarnación diabólica del mal. El comunismo fue derrotado en el plano económico, y, tras el hundimiento de la URSS se convirtió en una antigualla que ni la misma izquierda se atreve a reivindicar.
Comunismo y fascismo fueron, pues, dos ideologías que participaron de la modernidad, pero fueron derrotadas por el liberalismo, porque este representa, mejor que nadie, los ideales de la modernidad.
Cuando el liberalismo se encuentra sin oponentes comienza una nueva era. La era de la globalización, de la muerte de la política, de la conversión del liberalismo en neoliberalismo: hemos entrado en la posmodernidad.
La posmodernidad
Dos filósofos y sociólogos franceses procedentes de la izquierda, Christian Laval y Pierre Dardot, en su libro La nueva razón del mundo. Ensayos sobre la sociedad neoliberal, han descrito de forma magistral el fenómeno anunciado por Dugin, la conversión del liberalismo a neoliberalismo y la aparición de la posmodernidad.
¿En qué consiste esta transformación? El sujeto sigue siendo el individuo, pero este va camino de convertirse en post-individuo (el rizoma del que habla Deleuze). El post-individuo ha perdido toda identidad y todo en él es potencial. Las nuevas tecnologías genéticas y biológicas hacen posible la elección incluso del aspecto físico o hasta del sexo. No está ligado a ningún lugar ni a nada concreto. El post-individuo se administra a sí mismo como una empresa capitalista, rodeado de ofertas de todo tipo, entre las que tiene que escoger la “mejor” opción, la más “racional”, la que maximice sus beneficios.
Pero la principal mutación de la modernidad a la posmodernidad es que el liberalismo, mutado a neoliberalismo, ya no se presenta como una ideología, como una posibilidad, sino como la realidad misma.
El neoliberalismo, ideología triunfante, se niega a sí mismo como ideología y niega la política, es decir, niega la posibilidad de una alternativa.
Los mismos términos “político” o “ideológico” aparecen como peyorativos.
El neoliberalismo, ideología triunfante, se niega a sí mismo como ideología y niega la política, es decir, niega la posibilidad de una alternativa.
Los mismos términos “político” o “ideológico” aparecen como peyorativos. Nadie puede dudar sobre los fines: la construcción de una sociedad donde el individuo sea cada vez más libre ¿libre de qué? De cualquier identidad que limite sus posibilidades de elegir.
Esta negación de la política degrada cualquier debate a lo puramente “técnico”, es decir, sobre los medios que mejor realicen unos fines que nadie puede discutir. En realidad todas las fuerzas y partidos políticos que se mueven en la esfera del poder son liberales: conservadores (liberal-conservadores), socialdemócratas (liberales de izquierdas), e incluso partidos nacionalistas y populistas que (en teoría) se manifiestan contra el Sistema, están impregnados de la ideología liberal.
Una teoría del tiempo
El discurso de Dugin en torno al tiempo y sus consecuencias filosóficas y políticas es, quizás, uno de los elementos más interesantes y originales de la CTP.
La concepción moderna del tiempo viene definida por dos factores:
La idea del tiempo lineal, introducida por el cristianismo y continuada por el racionalismo, el positivismo y los progresismos de todo fuste y pelaje.
La idea de Newton del “tiempo absoluto”.
La primera es más conocida. Hay un origen, un “pecado original” (el pecado de Adan y Eva en el cristianismo, el origen de la propiedad privada en el marxismo, la aparición de las supersticiones y los “ídolos” en el racionalismo) que provoca la caída, y luego un avanzar progresivo hacia una época de felicidad, que culminará en un “final de la historia”.
La segunda no es tan conocida. Newton definió un tiempo absoluto, que transcurría en un fluir independiente de los acontecimientos que acontecieran en él. La idea de Newton se oponía a la de Leibnitz, para el cual solo se podía hablar de transcurso del tiempo cuando en su seno ocurrían acontecimientos que diferenciaban una unidad de tiempo de la siguiente. Cuando no sucedía así, las unidades de tiempo eran idénticas, y según su principio de la unidad de los indiscernibles, eran lo mismo, por tanto el tiempo no había transcurrido.
Newton, por William Blake
El tiempo absoluto de Newton era, en principio, compatible con la idea lineal o cíclica del tiempo. El geólogo escoces James Hutton se basó en la idea de Newton para desarrollar su teoría de los ciclos geológicos que se repetían de forma indefinida. Pero la síntesis del tiempo absoluto con la concepción lineal de la historia forjó la concepción moderna del tiempo.
Según esta teoría moderna del tiempo, este no solamente es independiente de los sucesos que ocurren en él, sin que, conducido por la flecha que la lleva la historia hacia su final, determina a los propios acontecimientos. La expresión moderna de aquellos que se escandalizan ante sucesos que les parecen retrógrados y que no “deberían” ocurrir, “!!que en pleno siglo XXI ocurran estas cosas¡¡” refleja perfectamente esta visión del tiempo.
Dugin, basándose en Heidegger, impugna esta concepción del tiempo. Para Heiddgger el ser humano es el Dasein, (el Ser-ahí). El Dasein no es determinado por el tiempo, sino que a la inversa, el Dasein determina al tiempo.
Dugin, basándose en Heidegger, impugna esta concepción del tiempo. Para Heiddgger el ser humano es el Dasein, (el Ser-ahí). El Dasein no es determinado por el tiempo, sino que a la inversa, el Dasein determina al tiempo.
Imaginemos un ser vivo racional y consciente, pero que viviera menos de un año. No vería las estaciones como un ciclo que se repite, sino como una flecha que avanza hacia un “estado final”. Si viviera de verano a invierno, su flecha del tiempo coincidiría con el enfriamiento, e imaginaría una “etapa final” de la historia fría y nevada. Si viviera de invierno a verano su flecha del tiempo coincidiría con el calentamiento, y vería el “final de la historia” como algo tórrido.
Para Dugin el tiempo es reversible y socialmente dependiente. Es cierto que en nuestra sociedad es lineal, progresivo y acelerado. Pero son perfectamente imaginables otras sociedades donde el tiempo sea cíclico o incluso regresivo.
DASEIN, el ser arrojado a la existencia, el ser que está en el mundo.
La ontología de Heidegger
Muchos de los elementos teóricos de la CTP que desarrolla Dugin están fundamentados en la ontología de Heidegger. La filosofía de Heidegger, expuesta en su obra capital Ser y Tiempo, es compleja y abstrusa, y gira en torno del concepto de Ser. Para Heidegger, en los inicios de la filosofía occidente, en Grecia, se produjo un error fundamental: la de considerar al Ser únicamente como la razón suficiente del ente. Este “olvido del Ser” está presente en toda la historia intelectual de occidente, y acaba dando lugar a la técnica, que es “metafísica realizada”.
El ser humano es, para Heidegger, el “pastor del Ser”, pues es el Dasein (el Ser-ahí). Pero el Dasein puede ser de dos maneras: autentico o inauténtico (das Man). Dugin insinúa, aunque solo como posibilidad, que el Dasein pueda ser el sujeto de la CTP, pues el Dasein autentico es plural, y cada pueblo, cultura o civilización tendrá su propio Dasein.
La posmodernidad, que Heidegger no vivió, sería el olvido final del Ser, donde la “nada”, el nihilismo, empieza a aparecer por todas sus fisuras. El Dasein auténtico desaparece en su pluralidad, y aparece el inauténtico, el Das Man, representado por una civilización global, idéntica en todas partes.
José Ortega y Gasset con Martin Heidegger
Pero Heidegger deja una puerta abierta a la esperanza cuando habla de das Ereignis, el “acontecimiento”, para describir el regreso repentino del Ser. Dugin recoge esta idea cuando nos dice que en el corazón de la CTP, en su centro magnético, se encuentra la trayectoria y la esperanza de este Ereignis, “el Evento”, que se acerca. Encarnará el regreso triunfal del Ser, justo en el momento en que la humanidad de haya olvidado completamente de él.
En este punto, algo utópico, de su pensamiento, Dugin imagina un retorno del Ser, una reactivación del Dasein auténtico en su pluralidad y una retirada del Das Man. Por eso nos dice también que la lucha contra la Globalización (Das Man) debe hacerse desde una tradición cultural concreta, que, en su caso, es la rusa. Este regreso del Ser no se manifestaría en la reactivación de los Estados-nación, sino en la organización del mundo en Grandes Espacios que coincidirían con las civilizaciones, las cuales a su vez coinciden con la distribución de las religiones.
Martin Heidegger
La geopolítica de los Grandes Espacios
La idea de que los auténticos sujetos de la historia son las grandes civilizaciones no es original de Dugin. Fue defendida por Toybe es su libroEstudio de la Historia, y ha sido actualizada por Huntington con su tesis sobre el choque de civilizaciones.
La novedad de Dugin es que considera a las civilizaciones como la base de una posible superación, en el futuro, de la globalización, a partir de los “grandes espacios”. Serían conjuntos de naciones, unidas por una civilización común y por unos intereses geopolíticos y geoestratégicos. Los grandes espacios son imaginados por Dugin a la manera de los Imperios, con un Centro soberano, pero con una amplia descentralización de los territorios que permitiera aplicar el principio de subsidiariedad, es decir, nada que pueda ser administrado a un nivel debe hacerse a un nivel superior.
Dugin se refiere especialmente a dos grandes espacios que le son próximos: uno sería Eurasia, con su centro en Rusia. Otro seria la Unión Europea. El Dasein de Eurasia sería la civilización cristiano-ortodoxa. Con respecto a la Unión Europea hay que hacer unas matizaciones importantes. Para que esta fuera realmente un Gran Espacio de los imaginados por Dugin tendría que ser fiel a su Dasein, cosa que evidentemente no es así. Liberal desde sus orígenes y vanguardia del neoliberalismo en la actualidad, la Unión Europea es concebida únicamente como un espacio de librecambio comercial, donde se aplican las normas del neoliberalismo más ortodoxo, y como un espacio “político” para la plena realización del postindividuo.
Liberal desde sus orígenes y vanguardia del neoliberalismo en la actualidad, la Unión Europea es concebida únicamente como un espacio de librecambio comercial, donde se aplican las normas del neoliberalismo más ortodoxo, y como un espacio “político” para la plena realización del postindividuo
Los grandes espacios autárquicos de la multipolaridad según Alexander Dugin
Además la dependencia política y militar de la UE respecto a los Estados Unidos y al atlantismo le alejan de la soberanía imprescindible para poder hablar de un gran espacio en el sentido duginiano del término. El hecho de que la UE se plantee la integración de Turquía, país absolutamente ajeno al Dasein europeo, tanto por su cultura, su religión o su situación geográfica confirma lo que estamos diciendo. La penosa actuación de la UE en la crisis de Ucrania, mostrando su absoluto seguidismo de los intereses estadounidenses es otro argumento a nuestro favor. Los intereses geopolíticos de Europa aconsejan a esta una alianza con Eurasia, y por tanto la UE está actuando en contra de los intereses de Europa.
Es sintomático que la UE este liderada por Alemania, país absolutamente “nuevo”, destruido no solo física, sino espiritualmente después de la II Guerra Mundial y moldeado a imagen y semejanza de sus ocupantes ingleses y americanos, y a su vez liderado por una excomunista reconvertida al neoliberalismo más “ortodoxo”.
La CTP desarrollada por Dugin y otros autores es un elemento imprescindible para todos aquellos que no nos sentimos a gusto en la decadente y putrefacta sociedad occidental. Es también una apuesta de futuro y una gimnasia intelectual estimulante que permita superar caducos “antifascismos” y “anticomunismos” en un mundo donde el fascismo y el comunismo han dejado de existir realmente, y en el que el único enemigo a abatir es el neoliberalismo, convertido en “nueva razón del mundo”.
Es también una apuesta de futuro y una gimnasia intelectual estimulante que permita superar caducos “antifascismos” y “anticomunismos” en un mundo donde el fascismo y el comunismo han dejado de existir realmente, y en el que el único enemigo a abatir es el neoliberalismo, convertido en “nueva razón del mundo”
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