El rey Felipe VI, en su tradicional mensaje de Navidad. – Ballesteros | EFE
No se puede decir que su graciosa majestad Felipe VI de Borbón haya pasado un buen año. Y ya sabéis cómo me atribula su incomodidad, pues soy vasallo obediente y temeroso de la Constitución.
Casi por primera vez en nuestra historia democrática, las ultraderechas palpable en Vox y latentes en el PP no aclaman al Borbón todos a una. Y digo el casi porque sí hubo un tiempo en que Juan Carlos fue también considerado un traidor felón por las huestes fascistas.
Los ataques a su persona y a la institución que representaba eran cotidianos a fines de los 70 y principios de los 80 por parte de oligarcas, nostálgicos de Franco liderados por el fundador del PP Manuel Fraga y por Blas Piñar, un pueblo aborregado por 40 años de analfabetismo, secretas, matones, terroristas parapoliciales, curas con sicarios e, incluso, militares de muy alto rango que no dudaban en apelar a un golpe de Estado, en actos oficiales y ante las cámaras, si no se detenía la tentación democrática.
Todo este ruido y furia no lo conoceréis los más jóvenes ni los menos leídos, pues se ocultó de nuestra historia bajo un tupido manto tejido con solo dos palabras vacías: modélica transición.
Después vino el golpe de Estado del 23F y España se borbonizó de golpe. El miedo a los tricornios bigotudos pegando tiros en el Congreso beatificó a Juan Carlos I, quien por otra parte ya iba convenciendo sotto voce a los poderes fácticos de la derecha que lo de España no era exactamente democracia, sino solo negocios. Los sables se calmaron y en pocos años a España no la conocía ni la madre que la parió, como prometiera Alfonso Guerra.
Durante cuatro décadas, la fascinación juancarlista ha permanecido intacta en un sólido y amplio espectro sociológico español. Incluso tras su vergonzante abdicación al trono, en plan m´han pillao con el carrito del helao, sus huestes más fieles continúan divinizándolo.
Todos sabíamos de su corrupción, y de la de todos los Borbones desde su llegada al trono español en el año 1700. Pero, por alguna razón que se me huye, Juan Carlos I se convirtió en el corrupto más querido por los españoles. Ni la evasora de impuestos Lola Flores, La Faraona, con todos sus faralaes, fue capaz de hacerle eclipse.
Felipe VI no ha heredado los talentos seductores de su padre, y da la impresión de que su impopularidad crece en las calles y en el couché. Quizá es que el pueblo no lo percibe suficientemente corrupto para ser un buen Borbón, a pesar de aparecer como beneficiario en las cuentas fangosas de papá allende los paraísos fiscales.
Tras ver su nombre en los papeles, Felipe VI se hizo un cobarde y poco viril (para un facha) infanta Cristina, al decirle a los españoles y a los jueces que era tonta, que no sabía de dónde había salido tanta pasta, y que la habían engañado por amor.
El juancarlismo sociológico amamantó su primer rencor cuando, para eludir sus responsabilidades con respecto a esos dineros, el rey nuevo expulsó de la familia al viejo rey. Era 2020 y Juancar no solo perdió la asignación oficial, sino también las llaves del palacete para follar que había acondicionado a pocos metros de la residencia real de la Zarzuela. Ningún buen hijo le quita al padre el picadero.
Las simpáticas hordas cristofascistas ya estaban encendidas desde entonces, y observaron traición monárquica a España la tarde primaveral de 2021 en que Felipe VI concedió los indultos a los independentistas catalanes. Solo él puede hacerlo, según reza el artículo 62 de nuestra sacrosanta Constitución. Y lo hizo.
Un rey de España sucumbiendo a las exigencias de los putos catalanes. Postrando la jefatura del Estado ante quienes no lo reconocen. Urticaria, rechinar de dientes, provectos altos mandos del Ejército urdiendo adolescentes golpes de Estado por wasap, la prensa de derechas más desnortada y asustada que un cervatillo perdido en un almacén de espejos, la Conferencia Episcopal escupiendo bilis por la Cope mientras su cúpula apoyaba mansamente los indultos, un sindiós, un contradiós, un armagedón castizo, el acabose del imperio de las Españas.
Lo que seguramente no esperaba Felipe VI es lo que le deparaba este 2023 que hoy termina. La turbamulta odiadora, con sus cruces y sus rosarios amenazantes, volvió sus fauces contra la real figura con impiedad ya descarnada.
Disculpad mi desconocimiento histórico si me equivoco al decir que ningún Borbón, al menos desde el siglo XIX, había sido abucheado por la grey católica y conservadora con este ahínco. El pecado de Felipe: haber propuesto a Pedro Sánchez para intentar Gobierno tras la investidura vodevilera de Feijóo.
Felpudo VI es lo más respetuoso que le han llamado a nuestro rey en este 2023. «Felpudo, masón, cornudo y maricón», «masón del calzón por los tobillos», «los borbones a los tiburones»… Y Pablo Hásel en la cárcel. Será que no reza rosarios después de rapear.
La guinda al annus horribilis de Felipe VI la ha puesto el más que turbio Jaime del Burgo, un calvo casposo, fugaz ex cuñado de Letizia que anda propalando en redes que mantuvo relaciones íntimas con la reina.
La argucia publicitaria es tan vomitiva que no la merece ni un rey corrupto. La idea de un Felipe El Cornudo ha desatado los más sucios instintos bajoventrales de nuestros reprimidos cristofascistas, ahora que casi habían olvidado que Letizia acudió plebeya y divorciada al tálamo.
La prensa especializada, o sea las revistas del cuore y el ABC, tratan el asunto con maliciosa y cotillera discreción, e insinúan que detrás de Del Burgo está el mismísimo rey Juan Carlos, o un comando de poderosos juancarlistas que no perdonan al rey ni a Letizia el exilio humillante del emérito. En este país de saltimbanqui historia conspiradora, todo es posible.
Por mucho que no leamos nada ni sepamos farfullar inglés, a los españoles no nos dejan de salir dramas de Shakespeare. Ni en lo cultural somos patriotas. El patriota republicano español no quería hamlets. Hubiera preferido un fuenteovejuna democrático, en plan Lope, como el de 1931. Pero esto es lo que hay.
PS: Disculpad si hoy no levanto mi copa con vosotros por el año feliz que entra: es lo malo de informarse.
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El mensaje de Navidad del Rey, 2023: «No nos podemos permitir que la discordia se instale entre nosotros»
Buenas noches,
Como cada Nochebuena, tengo la oportunidad de felicitaros la Navidad y de transmitiros, junto a mi familia, nuestros mejores deseos. Es una tradición que me agrada mantener y que también me permite hacer llegar a vuestros hogares algunas reflexiones sobre nuestro presente y sobre los retos que se nos plantean como país.
Las dificultades económicas y sociales que afectan a la vida diaria de muchos españoles son una preocupación para todos. Una preocupación que se manifiesta, especialmente, en relación con el empleo, la sanidad, la calidad de la educación, el precio de los servicios básicos. Desde luego también con la inaceptable violencia contra la mujer o, en el caso de los jóvenes, con el acceso a la vivienda.
Así pues, son muchas las cuestiones concretas que me gustaría abordar con vosotros hoy, si bien esta noche quiero centrarme en otras que también tienen mucho que ver con el desarrollo de nuestra vida colectiva. Es a la Constitución y a España a lo que me quiero referir.
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