
The Century of the Self 1 – Happiness Machines – Adam Curtis
The Century of the Self 2 -The Engineering of Consent – Adam Curtis
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EL SIGLO DEL YO, Cuarta Parte: Ocho personas bebiendo vino en Kettering
Por Adam Curtis
«La historia arranca de los EE.UU. de los años 20, con un hombre. Se llamaba Edward Bernays, el sobrino de Sigmund Freud. Bernays había sido uno de los inventores de la profesión de Relaciones Públicas y estaba fascinado por la teoría de su tío en la que el comportamiento humano estaba dirigido por impulsos inconscientes sexuales y agresivos».
«Este episodio final trata sobre cómo esa idea fue asumida por la política. Nos cuenta la historia de cómo los políticos de Izquierda, tanto en EE.UU como en el Reino Unido, se fijaron en estas técnicas para recobrar poder».
«Pero de lo que los políticos no se percataron fue que el objetivo de aquellos que originalmente crearon estas técnicas no era el de liberar a las personas, sino el de desarrollar un nuevo método de controlarlos en una época de Democracia de masas”.
«En los años 80, las ideas de Bernays habían alcanzado la mayoría de edad».
Adam Curtis
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The Century of the Self parte 4
«Eight people sipping wine in Kettering»
(Ocho personas bebiendo vino en Kettering)
DOCUMENTAL DE ADAM CURTIS
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Anna Freud. Una mujer y un destino
Fernando Jiménez Hernández-Pinzón
Julia Victoria Jiménez Vacas Hernández-Pinzón
PÓRTICO
El Psicoanálisis es una aventura a través de la mente y del corazón humano, y Anna Freud es una de sus más importantes abanderadas. Nació hace dos siglos, el mismo año en que su padre, Sigmund Freud, publicó su obra fundamental La Interpretación de los sueños, y murió hace poco, en el último tercio del siglo que acabamos de dejar. Fue la menor de los hijos de Freud, continuadora de la obra de su padre y autora de uno de los libros más importantes y famosos de la doctrina del Psicoanálisis, El Yo y los Mecanismos de Defensa.
Reconocida como pionera de la Psicología y del Psicoanálisis de la infancia y de la adolescencia, consiguió con enormes esfuerzos instaurar centros de acogida para niños huérfanos y traumatizados a consecuencia de las dos guerras mundiales, que a ella le tocó vivir. Fue además fundadora en Londres de una Clínica de niños y Centro de Formación de Psicoterapeutas en Psicoanálisis infantil, de actual y pujante preponderancia, además de haber sido profesora reputada y conferenciante incansable por muchos países de Europa y de los Estados Unidos de América, donde está considerada como una de las más importantes iniciadoras y propulsoras del movimiento psicoanalítico.
Sin embargo, la imagen de su persona ha quedado ensombrecida y desdibujada en Europa, y en concreto entre nosotros, en España, por el reflejo de luz tan potente que irradia de la figura de su padre. Y también, no hay que olvidarlo, por la preponderancia que en los medios psicoanalíticos europeos tuvo la figura y la doctrina original de Melanie Klein, otra de las indiscutibles pioneras de la Psicología y del Psicoanálisis infantil.
Anna Freud, una mujer y un destino pretende ser un relato biográfico, en el que, basándome sobre los datos objetivos de la vida, la obra y el pensamiento de Anna Freud, he creado imaginativamente una situación de intimidad y encuentro en su vivienda familiar, en el barrio londinense de Hampstead (actual Museo de Freud, donde ella vivió durante más de cuarenta años). A través de estos encuentros imaginarios, se va trazando una imagen entrañable y profunda de la personalidad de Anna Freud, y se va poniendo de manifiesto su gran importancia en el ámbito de la Psicología y la Psicoterapia infantil, así como su enorme influencia en toda la historia del Movimiento Psicoanalítico.
Cuando murió su viejo amigo Romi Greenson, redactó estas líneas para ser leídas en la ceremonia del sepelio: «Estamos creando a nuevas generaciones de psicoanalistas en todo el mundo. Sin embargo, aún no hemos descubierto el secreto de cómo crear a los verdaderos discípulos de gente como Romi Greenson, es decir: hombres y mujeres que utilicen el Psicoanálisis para todo: para entenderse a sí mismos y a sus semejantes, y para comunicarse con el mundo; en resumidas cuentas, personas para quienes el Psicoanálisis sea una forma de vida». Esta última frase retrata a Anna y delinea lo que había sido su propia vida.
INTRODUCCIÓN
Anna Freud y su padre
Sigmund Freud llegó a escribir con esperanzada, incluso ilusionada resignación, parodiando unos versos de Goethe, que al final, todos dependemos / de criaturas que nosotros mismos hemos creado. Y añadió, ufano, completando la expresión de Mefistófeles: «De todos modos, fue muy inteligente haberla creado a ella». Se refería a su hija menor, Anna. En el plano de fondo de su mente, en el inconsciente, quizás se estaba también refiriendo a un analogatum alterum, a su otra criatura, el Psicoanálisis… Elisabeth Young-Bruehl, la principal biógrafa de Anna, comienza su obra biográfica con estas palabras:
«Anna Freud, la menor de los seis hijos que tuvieron Sigmund y Martha Freud, nació en Viena en 1895, el año en que su padre hizo el descubrimiento de la interpretación de los sueños, clave de su creación, el Psicoanálisis. Posteriormente Anna Freud tuvo la impresión de que ella y el Psicoanálisis eran hermanos gemelos, que compitieron para atraer la atención de su padre».
Pero además, como afirma también más tarde su misma biógrafa, «Anna llegó a ser la madre del Psicoanálisis y a ella le correspondió la responsabilidad de preservar su espíritu y de velar por su futuro».
Peter Gay, biógrafo de Freud, refiriéndose a esa relación privilegiada entre Freud y su hija Anna, cita, entre muchos textos, este tomado de una carta a su hija en 1922, cuando ella se encontraba en Hamburgo: «Se te echa mucho de menos, la casa está muy solitaria sin ti, y en ninguna parte nada puede reemplazarte por completo». O este otro testimonio de una carta a Ferenczi fechada semanas antes: «Nuestra casa está ahora desolada». Y es que, como asegura Gay, Anna «se convirtió sin titubeos en secretaria, confidente, representante, colega y enfermera de su padre herido. Se convirtió en lo más precioso de la vida de él, su aliado contra la muerte».
En la celebración de su octogésimo aniversario, recibió Freud, entre otros muchos regalos llegados de todas las partes del mundo, un memorial de felicitación, escrito por Stefan Zweig y Thomas Mann y firmado por 191 artistas, intelectuales, científicos y escritores. En su carta de agradecimiento dirigida a Stefan Zweig, Freud afirmó: «Aunque en mi casa he sido excepcionalmente feliz, con mujer e hijos y especialmente con una hija que satisface en rara medida todo lo que puede pedirle un padre, no puedo reconciliarme con la desdicha y el desamparo de ser viejo, y espero la transición al no-ser con una especie de anhelo». Tal vez su inconsciente estuviera asociando con aquella «silenciosa diosa de la muerte», evocada en 1913, en su trabajo «El tema de la elección del cofrecillo» que, a imagen de la primera madre original, lo acogerá en su regazo.


Desde Regent Street, florida y presurosa, casi esquineando con Picadilly Circus, al alcance ya de las flechas del lacerante Eros, acomodado en la parte superior del rojo autobús de línea, por mejor contemplar, al paso, el paisaje urbano de casas, calles, avenidas arboladas, y el flujo humano de rostros anónimos y piernas aceleradas, dejando atrás el Regent Park con sus verdores sosegados, sosegadores, avanzando sobre Finchey Street, atisbando atentamente las señales previstas para no extraviarnos, ya en el elegante barrio Hampstead, de la calle Maresfield Gardens, donde, en el n.º 20, dejó la vida el maestro, al año escaso de su exilio de Viena, el viejo estoico, en la madrugada de un 23 de septiembre de hace más de treinta años.

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La historia de humor homosexual de la hija de Sigmund Freud
http://meristation.as.com/zonaforo/topic/2397116/
Fuente: http://hayunalesbianaenmisopa.com

¿Qué relación pueden guardar el psicoanálisis freudiano y las joyas Tiffany? Pues una mucho más estrecha de lo que a priori podríais pensar. Dos mujeres, quizá eclipsadas por la fama de sus respectivas familias, unieron con su amistad Austria y Estados Unidos e hicieron de Londres la sede de esa unión. Anna Freud, hija del padre del psicoanálisis, y Dorothy Burlingham, la nieta del fundador de la compañía Tiffany, vivieron unidas cincuenta años, fueron “compañeras de vida” y se merecen como nadie esta edición vintage de “Amigas sin derecho a roce (pero que deberían tenerlo)”.
Anna tenía 29 años y Dorothy 33 cuando se conocieron en Viena. La pequeña de los Freud había empezado a dar sus primeros pasos en el psicoanálisis infantil y había abierto una consulta en la casa familiar, en la misma donde su ya consolidado padre seguía practicando el método terapéutico que él mismo había fundado. Un día, a la puerta de la consulta de Anna llamó la americana Dorothy Burlingham que, tras una vida caótica en el otro lado del charco -había roto lazos con su megalómano padre y se había casado con un estudiante de medicina pudiente, del que acababa de separarse-, quería que la cada vez más famosa psicoanalista tratase a su hijo mayor, cuyo comportamiento había cambiado drásticamente desde que se separase de su marido.

Y desde ese primer día, cincuenta años juntas. Cincuenta años en los que las dos se hicieron con una granjita para que los niños de Dorothy disfrutasen del aire fresco, cincuenta años en los que las dos familias compartieron las casas de verano, cincuenta años en los que la americana se apasionó tanto como su compañera por el psicoanálisis, y cincuenta años en los que la austríaca se enfadaba cada vez que insinuaban que Dorothy y ella eran lesbianas o un “matrimonio bostoniano”. Porque fueron cincuenta años en los que, a pesar de los “claros impulsos de enamoramiento” hacia otras mujeres que Anna había tenido a lo largo de su vida y a pesar de la ambigua relación que la unió a Dorothy, la psicoanalista no dejó de dar charlas públicas en las que aseguraba que la homosexualidad era una enfermedad.
A lo largo de esos cincuenta años, tan solo en dos ocasiones Dorothy no estuvo al lado de Anna, en dos de los momentos más trascendentales de su vida: cuando los nazis, que le habían declarado la guerra al psicoanálisis, irrumpieron en Viena y peligró la seguridad de la familia Freud. Dorothy, que había tenido que internar en un hospital por una tuberculosis, movió a pesar de la distancia todos los hilos del mundo para conseguir que los Freud llegasen sanos y salvos a su exilio en Londres.

Ya reunidas en la capital británica, Dorothy tuvo que decir una vez más adiós a Anna y partir hacia Estados Unidos, donde su hija iba a dar a luz a su primer nieto. Y durante esa separación, la americana volvió a ausentarse en un momento vital para Anna: la muerte de su admiradísimo padre. La casualidad quiso que la separación coincidiese con el estallido más internacional de la guerra, cuando la vuelta a Londres de Dorothy tuvo que dilatarse durante meses por lo complicado que era conseguir los permisos para pasar de un continente a otro, y tuvieron que mantenerse en contacto a través de telegramas y cartas que podían tardar una eternidad en llegar. Cartas en las que Dorothy decía cosas como:
«Quería llamarte por teléfono hoy, pero es imposible, solo para uso gubernamental. Quería hablar contigo, escuchar tu voz, decirte que solo espero el día en que pueda compartir tu vida otra vez»
Cuando Anna y Dorothy pudieron volver a encontrarse en Londres, ya no se separarían, y le dedicarían su vida conjunta al psicoanálisis infantil, creando durante la guerra las guarderías Hampstead –donde les daban cobijo, comida y amor a los niños afectados por el conflicto– y más tarde centros para formar a psicoanalistas infantiles. Dorothy acabaría trasladándose a la casa familiar de los Freud en Londres, el número 20 de Maresfield Gardens, donde las dos vivirían los últimos años de sus vidas.
Dorothy moriría en 1979, a los 88 años, y tres años después lo haría Anna. De las cartas que se intercambiaron a lo largo de sus vidas, tan solo se conserva una parte de la correspondencia de Dorothy a Anna; del resto no se sabe nada, y muy posiblemente jamás se podrá recuperar. Las dos se llevaron a la tumba las intimidades de una relación compleja, de dos mujeres sin derecho a roce que nunca sabremos si lo tuvieron, o si, si les hubiese tocado vivir en otros tiempos, pudieron haber llegado a tenerlo. El secreto descansa con ellas en el cementerio Golders Green de Londres, en el panteón de la familia Freud. Dorothy Burlingham es la única persona que no pertenecía oficialmente al clan austríaco que descansa en ese mausoleo. Y la urna con sus cenizas está justo al lado de la urna de Anna Freud.
*Hemos sacado la información para este artículo del libro “Fresas silvestres para Miss Freud”, y os lo recomendamos leer si queréis indagar más en la vida de la “desconocida” Anna Freud y saber más de su relación con Dorothy Burlingham.
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