El Fin y los Medios
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El fin nunca justifica los medios
Por Mercedes González García, 24 FEBRERO 2022
¿Es que cualquier acto y medio es válido siempre que haya un fin que lo justifique o que sea categorizado como correcto? Yo creo que la diatriba de esta cuestión no la encontramos en el fin en sí mismo que se pretende conseguir, ese no es el problema, sino que tendremos que preguntarnos mejor ¿Qué medios se pueden utilizar?
Indubitablemente, entran en juego elementos éticos y morales. Haciendo uso del legado de quien es, para mí, uno de los mayores pensadores de temas de ética, Immanuel Kant, y haciendo una interpretación de sus postulados justificaré el por qué mi título.
Primeramente, me gustaría destacar la idea de que, nosotros, deberíamos de actuar de una forma correcta, justificándonos en el uso de unas normas correctas, independientemente de las consecuencias que sean causadas por las acciones que hagamos. Alguien se puede preguntar: ¿pero cómo se pueden garantizar que las consecuencias de nuestras acciones sean de acuerdo con nuestras acciones?
Entiendo que, si actuamos de forma correcta, de acuerdo con normas categorizadas universalmente como tal, las consecuencias nunca podrían ser negativas. Aplicando esto a la temática que nos incumbe: los medios utilizados que, innegablemente, van a ser correctos -pues así lo dicta la norma universal- nunca van a producir un fin negativo, que, al fin y al cabo, es lo que pretendemos justificar. Por lo que, desde la ética kantiana la justificación sería algo secundario, lo que estaría en el primer plano serían los medios empleados.
Y que si en algún caso una consecuencia es negativa esto sería causado por un no-ajuste a las normas morales correctas, como por ejemplo la maldad. Por ello, en este caso, los medios empleados -siempre que sean los correctos- van a justificar el fin, ya que hay una consecuencia conocida, pero en ningún caso podría hacerse al revés, es decir, que el fin no justifica los medios, puesto que si el fin que se pretende conseguir es negativo para ello habría que hacer uso de unos medios impropios, esto es, contrarios a las normas morales correctas.
En contraposición y siempre en relación con el tema que nos incumbe- a este pensamiento, encontramos la tendencia utilitaria, para explicarla de forma sencilla, estos anteponen el fin antes que los medios utilizados. Es decir, un medio va a ser considerado como mejor o peor en la medida que esta produzca mejores o peores consecuencias.
Además, tenemos que tener en cuenta, que en esta corriente de pensamiento lo que va a categorizar un medio como bueno o malo va a ser aquella que propine mayor satisfacción a la mayor cantidad de gente posible, ahora ¿podemos fiarnos de que el mayor número de personas busquen un fin bueno y. que por tanto, conlleve la utilización de medios adecuados y correctos, o, puede darse el caso de que la mayoría vean como apropiado un fin -y por ello, el uso de medios no correctos que en ningún caso podría serlo?
Resumiendo, esta tendencia dejaría totalmente de lado los principios morales (los medios) siempre y cuando el groso de la población esté de acuerdo con el fin a alcanza, que insisto, puede no ser el correcto.
Haciendo un pequeño resumen de lo expuesto hasta ahora: desde la ética kantiana se tiene en cuenta la integridad y dignidad de la persona. En tal esfuerzo, el fin nunca justificaría los medios. Pero, la ética utilitaria persigue el perfeccionamiento de lo que quiere la mayoría, es por ello, que, muy frecuentemente, el fin justifica los medios empleados. Poniendo un ejemplo que clarifique conceptos: El kantiano radical elegirá salvar a los inocentes, incluso si la consecuencia es la destrucción del mundo, y el utilitarista radical elegirá salvar el mundo, incluso si los inocentes deben morir.
De lo antagónico de estas dos formas de ver la diatriba, no puedo dejar sin nombrar al sociólogo alemán Max Weber, que relacionándolo con lo ya visto, la ética kantiana sería la mayor representante de lo que él llamaría como ética de la convicción, en el que, por encima de todo, encontraríamos los principios morales independientemente del fin que queramos conseguir. Y lo que nosotros entendemos por la ética utilitarista sería lo que él denominaría como ética de responsabilidad, en el que, ante todo, hay que tener en cuenta las consecuencias – o los fines- que las acciones pueden acarrear.
En el ejemplo de «decir la verdad» -como fin-: alguien que tuviese ética de convicción, tendría la obligación moral de decir la verdad siempre-como medio-. aunque las circunstancias inviten a todo lo contrario, en el que la mentira es considerada como un acto ilícito. En este mismo ejemplo, alguien en el que predomine la ética de la responsabilidad, la verdad sólo sería dicha -sólo sería justificada como fin- en el caso de que las consecuencias fueran favorables para la mayoría, es decir, los medios cambiarían en función del fin a perseguir, puede decirse verdad o mentira, dependiendo lo que provoque mayor satisfacción al mayor número de personas.
Para ilustrar lo que acabo de decir pondré algún ejemplo: Robin Hood, aquel personaje que robaba a los ricos para dárselo a las personas con menos recursos, normalmente que no tiene por qué ser la justificación correcta- se piensa que el fin que persigue es bueno y, por tanto, todos los medios que emplea están justificados (ya sea engañando, mintiendo, robando), en este ejemplo alguien puede preguntarse ¿por qué está justificado que alguien robe a otra persona -independientemente del capital que tengan- si nadie sabe cómo esa persona ha conseguido sus bienes, podría ser por meritocracia, por herencia o por mil motivos más?
Entenderíamos que los medios que utiliza de engaño y robo están justificados en el caso de que los bienes que posee al que roba no sean de su pertenencia, pero no lo estarían si el personaje roba a aquellos que tienen más resultan del mérito y esfuerzo de esa persona para conseguir sus bienes.
Tenemos en un pedestal a aquellas personas que nunca mienten, y las calificamos de valientes y valerosas, es decir una persona en la que la ética de convicción predomina, sobre todo, pero nuestra percepción cambia cuando por ejemplo esa misma persona dice la verdad cuando una persona inocente está siendo buscada por un crimen que no ha cometido y les dice dónde está. El principio que justifica esto sigue siendo el mismo: el fin no justifica los medios ya que, mentir está mal.
Por lo que, que deberíamos de preferir: ¿una persona que se rige por principios (medios) sin tener en cuenta las consecuencias (fin) o, una persona que no tiene principios y sólo se mueve por el impulso de lo que quiere conseguir? Bajo mi punto de vista, es más cuidadosa aquella persona que tiene principios y actúa de acuerdo con ellos, que aquella a la que solo le importan las consecuencias, es decir, que el fin-consecuencias-no justifica los medios -principios-.

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Bibliografía
Huxley, A. (1960). El Fin y los Medios (5ta Edición). Editorial Hermes.

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«El Fin y los Medios» (1937)
Aldous Huxley
«Los buenos fines sólo pueden ser logrados usando medios adecuados. El fin no puede justificar los medios, por la sencilla y clara razón de que los medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos.»

Publicada en 1937, cuando Europa se precipita hacia el abismo, «El fin y los medios» es una obra de carácter utópico (y, en algunos aspectos, visionario), en la que se relacionan las teorías sobre la realidad última con los problemas de la política, la economía, el nacionalismo, la educación, la religión y la ética. Huxley se pregunta cómo «podríamos desembarazarnos de la maldición de la obediencia pasiva, curar el vicio de la indolencia política y poner al alcance de todos las ventajas de la libertad activa y responsable».
Aldous Leonard Huxley nació en Inglaterra en 1894 y se educó allí. En los años 1930 se trasladó a los Estados Unidos, donde vivió hasta su muerte, en 1963. Su obra más conocida es de ficción, «Un mundo feliz» (traducción castellana, muy torpe, de la expresión shakespeareana «brave new world»).
En «El fin y los medios«, Huxley expone sus ideas sobre cómo lograr una sociedad madura, racional, de seres humanos solidarios que no estén apegados a los bienes materiales ni a idolatrías de ningún tipo; que sepan distinguir entre realidad y propaganda, entre retórica y verdad. Escrito poco antes de la Segunda Guerra Mundial, «El fin y los medios» es profético en más de un pasaje.

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El propio Huxley nos relata el sentido de la obra
¿Cómo podría ser detenida y trastrocada esta regresión en caridad que estamos viviendo y de la que cada uno de nosotros es en parte responsable? ¿Cómo podría transformarse la sociedad actual en la sociedad ideal que describieron los profetas? ¿Cómo podría transformarse el hombre sensual medio y el hombre ambicioso excepcional (y más temible), en esos seres desapegados, que son los únicos capaces de crear una sociedad mucho mejor que la nuestra? Son estos los interrogantes que trataré de contestar en este volumen.
Al contestarlos, voy a verme obligado a tratar gran diversidad de temas. Inevitablemente; por cuanto las actividades humanas son complejas y lo que mueve a los hombres, excesivamente confuso.
(…)
El remedio del desorden social debe buscarse simultáneamente en varios campos distintos. Por ello, en los capítulos que siguen, procedo a la consideración de los más importantes de estos campos de actividad, comenzando por el político y el económico y prosiguiendo por los campos del comportamiento personal. En todos los casos, sugiero las clases de transformaciones que será necesario hacer, si es que los hombres han de realizar los fines ideales que todos pretenden perseguir.
(…)
Estos capítulos, desde el segundo hasta el duodécimo, constituyen una especie de libro práctico de cocina de la reforma. Contienen recetas políticas, recetas económicas, recetas educacionales, recetas para la organización de industrias, de colectividades locales, de asociaciones de personas consagradas a fines determinados. También contienen, a título de advertencia, descripciones de cómo no debieran hacerse las cosas, recetas para no lograr los fines que uno profesa desear, recetas para adormecer el idealismo, recetas para pavimentar el infierno con buenas intenciones.
Este libro de cocina de la reforma culmina en la última sección, en la que se discute la relación que existe entre la naturaleza del universo y las teorías y prácticas de los reformadores. ¿Que clase de mundo es éste, en que los hombres aspiran al bien y, ello no obstante, realizan tan frecuentemente el mal? ¿Cuál es el sentido y el objeto de toda la cuestión? ¿Qué lugar le corresponde en él al hombre, y como están relacionados sus ideales, sus sistemas de valores con el conjunto del universo? Es con estas cuestiones que voy a tener que habérmelas en los últimos capítulos.
A los `hombres-prácticos´ podrán parecerles fuera de lugar. Pero, en verdad, no lo están. Es a la luz de nuestras creencias acerca de la última naturaleza de la realidad, que formulamos nuestras concepciones del bien y del mal; y es a la luz de nuestras concepciones del bien y del mal, que trazamos el marco de nuestra conducta, no sólo para cuanto se relaciona con la vida privada, sino también en la esfera de lo político y de lo económico. Entonces, lejos de estar fuera de lugar, nuestras creencias metafísicas son, finalmente, el factor determinante de todos nuestros actos.
Es por esto que me ha parecido necesario cerrar mi libro de recetas de cocina con una discusión respecto de los principios fundamentales. Los tres últimos capítulos son los más significativos, y hasta desde un punto de vista puramente práctico, los más importantes del libro.

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CITAS de «El Fin y los Medios» (1937), de Aldous Huxley
«Toda colectividad (…) puede prever las consecuencias sociales probables de un adelanto tecnológico determinado, muchos años antes de que efectivamente se difunda.
Hasta ahora, las transformaciones sociales originadas por los progresos tecnológicos han tomado de sorpresa a las colectividades, pero no porque se hayan puesto en evidencia repentinamente, sino porque ninguna persona autorizada se tomó jamás la molestia de meditar con respecto a cuáles serían las transformaciones probables, o a cuales serían los métodos más apropiados para prevenir los males evitables que pudiesen originar.»

Sobre la ciencia:
«Arbitrariamente, porque le resulta cómodo, desde que los métodos de que dispone no le permiten tratar con la complejidad inmensa de la realidad, el hombre de ciencia selecciona de su experimentación total solamente aquellos elementos que pueden pesarse, medirse y numerarse, o que se prestan de cualquier otro modo a los procedimientos matemáticos. Empleando esta técnica de la simplificación y de la abstracción, el hombre de ciencia alcanzó una comprensión y una dominación asombrosa del ambiente físico. El éxito fue embriagador, y, con una falta de lógica que dadas las circunstancias resultaba indudablemente disculpable, muchos hombres de ciencia y muchos filósofos llegaron a imaginarse que esta utilísima abstracción de la realidad era la realidad misma.
La realidad tal cual se experimenta tiene un contenido de intuiciones valiosas y significativas; contiene amor, belleza, éxtasis místico, insinuaciones de divinidad. La ciencia no tenía, ni tiene todavía, instrumentos intelectuales que le permitan tratar con estos aspectos de la realidad. Consecuentemente, los ignoró y concentró toda su atención sobre aquellos aspectos del mundo que podía tratar valiéndose de la aritmética, la geometría y las distintas ramas de las matemáticas superiores.»
El Fin y los Medios, pag. 286
Sobre el conocimiento:
«Un hombre que se ha adiestrado en bondad, llega a tener intuiciones directas acerca del carácter y de las relaciones entre los seres humanos, o acerca de su propia posición en el mundo, que resultan totalmente distintas de la que alcanza el hombre sensual medio. El conocimiento es siempre función del ser. Lo que percibimos y comprendemos, depende de lo que somos; y lo que somos depende en parte de las circunstancias, y en parte y más profundamente de la naturaleza de los esfuerzos que hayamos realizado para alcanzar nuestro ideal y de la naturaleza del ideal que hemos tratado de realizar.
El hecho de que el conocimiento dependa del ser, lleva, por supuesto, a una inmensa incomprensión. El sentido de las palabras, por ejemplo, cambia profundamente, según sea el carácter y la experiencia del que las usa. Así, para el santo, las palabras «amor», «caridad», «compasión», tienen el sentido totalmente distinto del que poseen para el hombre común.»
El Fin y los Medios, pag. 308
Sobre el capitalismo:
«El capitalismo tiende a formar una multiplicidad de pequeños dictadores, cada uno de los cuales rige dentro del pequeño reino de sus ocupaciones.»
El Fin y los Medios, pag. 97
Sobre la educación:
«En todo programa de educación debería haber un lugar destinado al arte de disociar ideas. Debería acostumbrarse a los jóvenes a contemplar los problemas que plantean el gobierno, la política internacional, la religión y otras cosas parecidas, separándolos de las imágenes agradables a que han estado asociadas sus soluciones particulares; asociaciones de ideas que han sido fomentadas más o menos deliberadamente por los que tienen algún interés en que el público piense, sienta o juzgue las cosas de un modo determinado.»
El Fin y los Medios, pag. 235
Sobre las evasiones:
«En Occidente, a la mayor parte de la gente se le ha hecho indispensable leer sin objeto, escuchar sin objeto, ir a ver films sin objeto, transformándose todo esto en inclinaciones equivalentes al alcoholismo y la morfinomanía. (…) Como los que toman drogas, tienen que satisfacer su vicio, no porque el satisfacerlo les signifique un placer activo, sino porque de no satisfacerlo se sienten dolorosamente subnormales e incompletos.»
El Fin y los Medios, pag. 230
Sobre los fines y los medios:
«Los medios por los cuales tratamos de realizar una cosa tienen por lo menos tanta importancia como los mismos fines que tratamos de lograr. En rigor, son en verdad más importantes todavía. Puesto que los medios de que nos valemos determinan inevitablemente la índole de los resultados que se logran; ya que por bueno que sea el bien a que aspiremos, su bondad no basta para contrarrestar los efectos de los medios perniciosos de que nos valgamos para alcanzarlo.»
El Fin y los Medios, pag. 60
Sobre el nacionalismo:
«Pero el nacionalismo y el comunismo son idolatrías parciales y excluyentes que inculcan el odio, el orgullo y el rigor, e imponen ese dogmatismo intolerante que paraliza la inteligencia y estrecha el campo del conocimiento de los hechos y de la preocupación por los demás.»
El Fin y los Medios, pag. 138
«La nación es una divinidad extraña. Impone deberes difíciles y exige los mayores sacrificios y se la quiere por esto y porque los seres humanos tienen hambre y sed de rectitud. Pero también se la quiere, porque sirve de desahogo a los elementos más bajos de la naturaleza humana, y porque los hombres y las mujeres gustan de poder encontrar una excusa a sus sentimientos de orgullo y de odio, y porque ansían gustar, aunque sea de segunda mano, los placeres de la criminalidad.»
El Fin y los Medios, pag. 109
Sobre el misticismo:
«La circunstancia de que tantos filósofos y místicos pertenecientes a tantas culturas diferentes hayan estado convencidos, por inferencia o por intuición directa, de que el mundo posee significación y valor, es un hecho suficientemente llamativo como para que por lo menos valga la pena investigar la creencia en cuestión.»
El Fin y los Medios, pag. 297
«El místico manifiesta el grado más elevado de desinterés de que sean capaces los seres humanos y por ello puede trascender las limitaciones comunes en forma más completa de lo que pueden hacerlo los hombres de ciencia, los filósofos o los artistas. Lo que él descubre más allá de las fronteras del universo del hombre sensual medio, es la realidad espiritual que subyace y que une a todas las cosas que existen, y que son aparentemente distintas: una realidad en la que él mismo puede fundirse y de la que puede extraer fuerzas morales y hasta físicas que, comparadas con las comunes, sólo podrían calificarse de supernormales.»
El Fin y los Medios, pag. 318
«Ningún ser personal puede traspasar los límites de su ‘yo’, sea moralmente (por la práctica de las virtudes que quebrantan el apego), sea místicamente (por la unión cognoscitiva directa de la última realidad), si no tiene plena consciencia de lo que es, y de por qué es lo que es. Se trasciende del ser personal a través del conocimiento consciente de uno mismo.»
El Fin y los Medios, pag. 344
Sobre el lenguaje de las dictaduras:
«Cada dictador tiene una jerga que le es propia. Los vocabularios son distintos, pero sus propósitos son los mismos en todos los casos: legitimar un despotismo local hace aparecer a un gobierno ‘de facto’ como un gobierno de derecho divino. Tales jergas resultan, para las tiranías, instrumentos no menos indispensables que el espionaje policial y la censura de la prensa. Suministran un surtido de vocablos con los que llegan a justificarse ampliamente los crímenes más monstruosos y pueden racionalizarse las políticas más extraviadas. Sirven de molde para los pensamientos, sentimientos y deseos de pueblos enteros. Valiéndose de ellos, se puede llegar a persuadir a los oprimidos a que toleren y hasta veneren a sus insanos y criminales opresores.
Resulta bastante sugestivo que una palabra se encuentre en el vocabulario de todos los dictadores y que la empleen indistintamente los fascistas, los nazis y los comunistas con propósitos de justificación y racionalización. Ésa es la palabra ‘histórico’.»
El Fin y los Medios, pag. 76
Sobre el progreso:
«‘El progreso verdadero’, si nos atenemos a las palabras del Dr. R. R. Marett, ‘es el progreso en caridad, siendo menos importantes que éste, todos los demás adelantos.'»
El Fin y los Medios, pag. 12
«Toda colectividad (…) puede prever las consecuencias sociales probables de un adelanto tecnológico determinado, muchos años antes de que efectivamente se difunda. Hasta ahora, las transformaciones sociales originadas por los progresos tecnológicos han tomado de sorpresa a las colectividades, pero no porque se hayan puesto en evidencia repentinamente, sino porque ninguna persona autorizada se tomó jamás la molestia de meditar con respecto a cuáles serían las transformaciones probables, o a cuales serían los métodos más apropiados para prevenir los males evitables que pudiesen originar.»
El Fin y los Medios, pag. 61
Sobre la religión :
«Además de muchas otras cosas, la religión es un sistema educativo mediante el cual los seres humanos pueden adiestrarse, en primer lugar, para lograr transformaciones convenientes en su propia personalidad y al mismo tiempo en la sociedad, y en segundo lugar, para conseguir elevar el conocimiento consciente de si mismo, estableciendo de esta manera relaciones más adecuadas entre su propia personalidad y el universo de que forman parte.»
El Fin y los Medios, pag. 243
«Probablemente no existe argumento que pueda probar de manera convincente el teísmo, el deísmo o el panteísmo, en sus formas pancósmicas o acósmicas. Lo más que pueden hacer los «razonamientos abstractos» (empleando la frase de Hume) es crear presunciones a favor de tal o cual hipótesis; y estas presunciones pueden fortalecerse mediante «razonamientos experimentales que se refieran a hechos evidentes o demostrables».
El convencimiento final sólo puede llegarles a los que hacen un acto de fe. La sola idea nos parece a la mayor parte de nosotros desconsoladora. Pero puede dudarse de que este acto de fe especial sea intrínsecamente más difícil que los que tenemos que hacer cada vez que tenemos que hacer una hipótesis, por ejemplo, o cada vez que de la consideración de unos cuantos fenómenos sacamos en consecuencia inferencias que conciernen al pasado, el presente y el futuro.
En base a una evidencia muy reducida, y ello no obstante, sin escrúpulos de nuestra conciencia intelectual, presumimos que nuestros anhelos de explicación de las cosa tienen un objeto real dentro de un universo explicable; que la satisfacción estética que ciertos argumentos nos proporcionan es una señal de su verdad; que las leyes del pensamiento son también las leyes de las cosas.
Parecería no haber razón ninguna para que, si hemos podido tragarnos esto, no podamos tragarnos lo otro, cosa que en realidad no es tanto más difícil. Las razones que nos violentan cuando se trata de aquello ya han sido enumeradas. Desde que las conocemos, por lo mismo dejan de existir y estamos en libertad para estimar, de acuerdo con sus méritos, las demostraciones y los argumentos que justificarían que hiciésemos ese acto final de fe y que presumiésemos la verdad de una hipótesis que no somos capaces de poder demostrar totalmente.»
El Fin y los Medios, pag. 305
Sobre el poder y la ambición:
«En mayor o menor grado, todas las colectividades civilizadas del mundo moderno se componen de una clase de gobernantes, poco numerosa y que está corrompida por el poder excesivo; y otra clase, numerosa, que está constituida por sujetos que la demasiada obediencia, pasiva e irresponsable, corrompe. Resulta sumamente difícil que un individuo que participa activamente de un orden social semejante pueda lograr el desprendimiento, que es el carácter distintivo del ser humano idealmente excelente; y donde no haya una proporción considerable de desprendimiento activo, la sociedad ideal de los profetas no puede realizarse.»
El Fin y los Medios, pag. 68
«La ambición podrá ser suprimida, pero no podrá suprimirla ninguna clase de instrumento legal. Para que pueda extirpársela, debe extirpársela en su misma fuente, por medio de la educación, en el más amplio sentido de la palabra. En nuestras sociedades los hombres son paranoicamente ambiciosos, porque la ambición paranoica se admira como una virtud, y los trepadores que alcanzan el éxito son adorados como si fueran dioses. Se han escrito más libros sobre Napoleón que respecto a cualquier otro ser humano. El hecho es profunda y alarmantemente significativo. (…)
Los Duces y los Fuehrers dejaran de ser una plaga para el mundo solamente cuando la mayoría de sus habitantes consideren a tales aventureros en el mismo plano en que ahora colocan a los estafadores y a los alcahuetes. Mientras los hombres veneren a los Césares y los Napoleones, los Césares y Napoleones aparecerán con razón, y los harán desgraciados.(…) Mientras tanto, tendremos que contentarnos, simplemente, con disponer obstáculos legales y administrativos en el camino de los ambiciosos. Es muchísimo mejor que no hacer nada; pero no podrán ser nunca totalmente efectivos.»
El Fin y los Medios, pag. 100
Sobre la transformación de la sociedad:
«Todos deseamos un estado social mejor. Pero la sociedad no podrá mejorarse mientras no se efectúen dos grandes tareas. Si no se establece la paz sobre bases firmes, y si no se modifican profundamente las obsesiones dominantes con respecto al dinero y al poder, no hay ninguna esperanza de que pueda realizarse transformación deseable alguna.»
El Fin y los Medios, pag. 150
Sobre la guerra:
«Los fabricantes de armas no son los únicos ‘mercaderes de la muerte’. Hasta cierto punto, todos merecemos ese nombre. Pues hasta donde votamos por gobiernos capaces de imponer cuotas y derechos de importación, hasta donde toleramos políticas de rearme, hasta donde consentimos los imperialismos económicos, políticos o militares de nuestros propios países, y aun hasta donde nos comportamos injustamente en nuestra vida privada, contribuimos con nuestro pequeño aporte a acercar la verdad de la guerra.»
El Fin y los Medios, pag. 119
«La guerra no es una ley natural, ni siquiera una ley de la naturaleza humana. Existe porque los hombres así lo desean; y sabemos, así nos lo enseña la historia, que la intensidad de ese deseo ha variado desde el cero absoluto hasta el máximo frenesí.»
El Fin y los Medios, pag. 106
«Los pueblos se preparan para la guerra, entre otras razones, porque la guerra forma parte de las grandes tradiciones; porque la guerra los estimula y les proporciona algunas satisfacciones personales o sustitutivas; porque viven en una sociedad dentro de la cual se venera el éxito cualesquiera hayan sido las formas en que se ha obtenido, y dentro de la cual la competencia parece más ‘natural’ que la cooperación, porque en las circunstancias actuales es más habitual.»
El Fin y los Medios, pag. 53
Sobre el pacifismo:
«La no violencia es una consecuencia práctica de la creencia en la unidad fundamental de los seres. Pero dejando totalmente de la doble validez de su base filosófica, la no violencia puede demostrar todo su valor, pragmáticamente, funcionando. Todos hemos tenido oportunidades para observar y experimentar como actúa en la vida privada. Hemos comprobado todos como la cólera proporciona alimento a la cólera y como se la desarma con suavidad y con paciencia.
Todos hemos sabido alguna vez lo que es transformar nuestra mezquindad en magnanimidad ante la magnanimidad ajena; lo que es sentir como se funden nuestras antipatías ante un acto de consideración; lo que es experimentar como se transforma en solicitud nuestra frialdad y nuestra aspereza ante un ejemplo de desinterés ajeno.
El empleo de la violencia siempre va acompañado por la cólera, el odio y el temor, o por el regocijo malicioso o la crueldad consciente. Los que quieren practicar la no violencia tienen que aprender a adquirir el dominio de si mismos; tienen que aprender a tener tanto valor moral como valor físico; deben oponer a la cólera y la malicia una firme buena voluntad y una determinación paciente de comprender y de simpatizar.»
El Fin y los Medios, pag. 154
«Citaré una frase profundamente sugestiva de ‘La Imitación’: ‘Todos los hombres desean la paz, pero son muy pocos los que desean las circunstancias que crean la paz’. Verdad es, por cierto, que nunca puede llegarse a poseer algo, sin pagar algún precio por ello.»
El Fin y los Medios, pag. 141
«Los mecanismos para las transformaciones pacíficas están listos y esperando; pero nadie hace uso de ellos porque nadie quiere hacerlo. Hacia donde miremos, encontraremos que los verdaderos obstáculos para la paz son la voluntad y los sentimientos de los hombres, las convicciones humanas, los prejuicios y las opiniones. Si queremos librarnos de las guerras, tendremos antes que librarnos de todas sus causas psicológicas. (…) Es necesario transformar la sociedad militarista en otra sociedad que aspire a la paz, y que demuestre la intrínseca verdad de sus deseos, siguiendo solamente aquellas políticas que sean capaces de crear la paz.»
El Fin y los Medios, pag. 134
«‘Cuanto mayor sea la violencia, tanto menor resultará la revolución’. Puede sacarse provecho meditando esta sentencia de Barthélemy de Ligt.
Para que pueda considerarse que una revolución ha tenido éxito, ella debe significar la realización de algo nuevo. Pero la violencia y los resultados de la violencia -la contraviolencia, la suspicacia y el resentimiento por parte las víctimas, y la creación por parte de los que la perpetran de una tendencia a usar de violencias mayores- son cosas demasiado conocidas y demasiado desesperadamente antirrevolucionarias. Una revolución violenta sólo puede obtener los inevitables resultados de la violencia, que son tan viejos como el mundo.»
El Fin y los Medios, pag. 33

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