SENDEROS DE GLORIA, Película de Stanley Kubrick (1957). «Recuperaremos la Empatía, volveremos a sentir como propio el sufrimiento ajeno, venceremos a los Generales, quedarán sus guerras desiertas, y recuperaremos la Paz».

SENDEROS DE GLORIA

 

Yo no me olvido

Pero, claro, asumir el coste político de ser responsables era menos rentable que dejar que miles se abrazaran en las calles, compartiendo consignas y partículas virales a partes iguales. «Nos va la vida en ello», sentenció Carmen Calvo

 

 

Yo no me olvido. Aunque quieran enterrarlo bajo montañas de propaganda, programas prime-time revisionistas y titulares oportunamente olvidadizos. Aunque prefieran que la memoria colectiva se diluya entre el hastío y la resignación, yo no me olvido. No me olvido de las mentiras, de la improvisación, del cinismo con el que jugaron con la salud de un país entero mientras se protegían tras discursos vacíos y decisiones, criminal y deliberadamente, tardías.

Era febrero de 2020. En Italia, los hospitales colapsaban, las morgues se desbordaban y el mundo entero observaba, con una mezcla de horror y estupor, cómo el virus se extendía sin control. Mientras tanto, aquí, en España, el Gobierno jugaba a la política con la salud pública.

Sabían lo que ocurría; lo tenían en sus manos, en informes, en cables diplomáticos, en datos oficiales, en advertencias médicas. Pero había una cita inamovible: el 8M.

Las manifestaciones feministas eran intocables, porque el marketing «progresista» (que nada tiene que ver con el progreso) no podía permitirse ceder ante la realidad. «España es un país feminista», decían, mientras en los pasillos del poder se intercambiaban silencios y voces cómplices, conscientes de que permitir esas concentraciones masivas era jugar a la ruleta rusa con la vida de la gente.

Pero, claro, asumir el coste político de ser responsables era menos rentable que dejar que miles se abrazaran en las calles, compartiendo consignas y partículas virales a partes iguales. «Nos va la vida en ello», sentenció Carmen Calvo con una desfachatez profética. Mientras tanto, se mantenían activos alrededor de 250 vuelos diarios entre España e Italia, permitiendo la entrada de miles de pasajeros procedentes de un país ya desbordado por la pandemia. No fue hasta el 10 de marzo que el Gobierno decidió prohibir los vuelos directos desde Italia, medida que entró en vigor el 11 de marzo. Luego vendrían los muertos, los contagios desbordados, las UCI saturadas. Entonces, cuando ya no hubo forma de ocultarlo, se confinó a la población en casa con la misma prepotencia con la que, días antes, se la había empujado a la multitud.

Y si creían que el despropósito acababa ahí…… !Ilusos!

En plena emergencia sanitaria, cuando los profesionales se fabricaban mascarillas con bolsas de basura y los ancianos morían solos en residencias que olían a abandono, el gobierno encontró en la pandemia un filón de oro. ¿Quién necesita transparencia cuando se pueden hacer negocios con contratos a dedo? Cerraron el Portal de Transparencia, amparándose en la urgencia del momento, y con ello abrieron la puerta a una feria de pelotazos. Empresas de amigos, intermediarios sin experiencia, facturas infladas, material defectuoso comprado a proveedores opacos…….. juergas y putas.

Todo un espectáculo de corrupción envuelto en el celofán de la crisis. Y, mientras tanto, nosotros, encerrados, algunos ingenuos hasta aplaudiendo en los balcones, como si los vítores ahogaran el hedor de la podredumbre política.

Y pensar que, en febrero, mientras el virus se preparaba para devorarnos, el portavoz de la pandemia, Fernando Simón, declaraba con tranquilidad: «En España solo habrá uno o dos casos». La temeridad con la que se mintió y se improvisó es algo que no podemos permitirnos olvidar.

Yo no me olvido. Y no lo haré, porque la amnesia colectiva es el caldo de cultivo de la impunidad. Porque no basta con sobrevivir; hay que recordar quiénes fueron los que jugaron con nuestras vidas. Ojalá lo paguen, en público o en privado.

130.000 muertos «oficiales» pesan sobre la conciencia de quien no tiene alma.

 

 

Alessia Putin-Ghidini es abogada y profesora en Derecho

 

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SENDEROS DE GLORIA (1957)

Dirigida por Stanley Kubrick
 
 

 

«Recuperaremos la Empatía, volveremos a sentir como propio el sufrimiento ajeno, venceremos a los Generales, quedarán sus guerras desiertas, y recuperaremos la Paz»

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Ficha Técnica

Título original:  Paths of Glory  (1957)

Duración: 86 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Stanley Kubrick

Guión: Stanley Kubrick, Calder Willingham, Jim Thompson (Novela: Humphrey Cobb)

Música: Gerald Fried

Fotografía: Georg Krause (B&W)

Reparto: Kirk Douglas, George MacReady, Adolphe Menjou, Ralph Meeker, Wayne Morris,Joe Turkel, Richard Anderson, Timothy Carey, Peter Capell, Susanne Christian, Bert Freed, Emile Meyer

Sinopsis

Primera Guerra Mundial (1914-1918). En 1916, en Francia, el general Boulard ordena la conquista de una inexpugnable posición alemana y encarga esa misión al ambicioso general Mireau. El encargado de dirigir el ataque será el coronel Dax. La toma de la colina resulta un infierno, y el regimiento emprende la retirada hacia las trincheras. El alto mando militar, irritado por la derrota, decide imponer al regimiento un terrible castigo que sirva de ejemplo a los demás soldados. (FILMAFFINITY)

SENDEROS DE GLORIA

Senderos de gloria

Por Enrique Fernández Lópiz

Ojocritico

 

Senderos de Gloria es una de esas películas que no se olvidan jamás, una de las mejores películas de guerra rodadas nunca y con un fondo moral antibelicista y antimilitarista manifiesto, lo que la convierte en un icono del pacifismo universal en la cinematografía.

La película se desarrolla durante la primera Guerra Mundial, en la Francia de 1916. En esos entonces, el general Boulard (Adolphe Menjou) da la orden irracional de conquistar una inexpugnable colina donde estaba el ejército alemán. Encarga esta misión al ambicioso general Mireau (George McReady), quien nombra para dirigir el ataque al coronel Dax (Kirk Douglas), un hombre arrojado pero crítico y a la sazón abogado. El ataque a la colina resulta ser un auténtico infierno de fuego y muerte, y el regimiento emprende por mera supervivencia la retirada de nuevo hacia sus trincheras de partida. En estos cruciales momentos, el general Mireau tiene la loca idea de bombardear a su propia tropa para forzar el ataque, de antemano perdido, lo cual que no sucede porque los mandos “medios” se niegan a ello. De esta guisa, el alto mando militar, indignado por la fallida operación, decide hacer un escarmiento al regimiento que sirva de ejemplo a la tropa, esto es, fusilar a tres miembros de la soldadesca que son sometidos a un juicio militar sumarísimo y finalmente condenados a muerte con el frontal rechazo del coronel Dax que actúa como abogado en la irracional causa.

Probablemente se trata de una de las mejores películas de Stanley Kubrick, o sea, una de las mejores películas de la historia del cine, una obra maestra con mayúsculas. Con una dirección maravillosa, Kubrick se apoya en un enorme guión de escrito por él mismo, con la colaboración de Calder Willingham y Jim Thompson, basado en novela de Humphrey Cobb, que teje una historia amarga y dramáticamente creíble. En este punto hay que aclarar que el guión de esta película anduvo de estudio en estudio y en todos fue rechazado. Y tuvo que llegar el enorme Kirk Douglas quien cuando lo leyó decidió poner toda su influencia para que el proyecto avanzase. Ya con su apoyo, la United Artist decidió financiarla con un exiguo presupuesto.

La historia se desarrolla de forma trepidante, angustiosa, con unas escenas iniciales que nos presentan en toda su crudeza lo que fue la guerra de trincheras de la primera contienda mundial. Y sin que se pueda comprender bien, a tenor de la enorme tensión del film, cómo aquellos soldados podían afrontar una muerte segura sin rebelarse, sin largarse de allí por piernas, y dando por descontado que las órdenes del alto mando eran de todo punto suicidas y desconsideradas con los soldados. Pocas películas retratan el fragor mortífero de la guerra, una guerra que fue real pero no por ello deja de ser surrealista, donde unos hombres metidos como ratas en unas trincheras que carecen de todo, esperan estoicamente una muerte casi segura (en la retina quedan grabados a modo de troquel los travelling por las trincheras que casi parecen documentales, y en su trasfondo un grito desesperado por la paz). En toda esta trama bélica está la memorable música de Gerald Fried y la fantástica fotografía en blanco y negro para darle mayor densidad al relato, de Georg Krause.

 

 

En cuanto a los actores destacan George McReady (Gilda Veracruz) haciendo del cínico General Mireau, papel que borda; Adolphe Menjou (Ha nacido una estrellaAdiós a las armas) interpreta al despiadado General Boulard, tal vez el papel de su vida, y lo hace tan bien que dan ganas de meterse en la pantalla y abofetearlo. Y finalmente tenemos a un siempre grande Kirk Douglas en el papel del coronel Dax, que aunque no sea su mejor interpretación, también está magnífico.

En esta película no existe el arquetipo del héroe, ni el del vencedor, tampoco hay un resquicio de esperanza. El patriotismo se erige como un mal que arrastra a la barbarie, y los jefes militares se perfilan como hombres de despacho manejando a su antojo a miles de hombres “carne de cañón” (nunca mejor dicho). El general Boulard (Adolph Menjou) es un auténtico cobarde que manda fusilar azarosamente a tres pobres hombres a quienes acusa de haber tenido miedo frente al enemigo. Y lo hace como un mero juego, como un escarmiento, dice. En un plano diametralmente opuesto se encuentra el coronel Dax, un maravilloso Kirk Douglas justo, aunque no sea un virtuoso ni un alma cándida. Pero su lucha para salvar la vida de sus hombres como abogado en el consejo de guerra es la lucha de David contra Goliat, sólo que en este caso gana Goliat pues el juicio es un mero teatro, una burla donde no existe auténtica justicia.

Y una vez tomada la decisión del ajusticiamiento, comienza la agonía de los soldados. Una reflexión sobre la muerte y cómo afrontar de cara el inevitable destino. Terror en la cara de los soldados, incapaces de huir del fusilamiento por sus propios compañeros, por algo tan ocioso como el valor. Y presenciándolo todo, un demente, un facineroso, un general ansioso de poner orden en su pelotón, a cambio de chivos expiatorios a modo de advertencia.

Hay que decir también, para vergüenza de muchos que juegan a ser políticamente correctos en el cine, que esta cinta no tuvo mucho reconocimiento; por supuesto en los Oscar no contaba, ni era, ni existía. Pero es que incluso en Francia estuvo prohibida muchos años. Sin embargo, en otras partes de Europa, ahí sí, fue recibida muy bien, sobre todo en Reino Unido e Italia. Pero quiero decir que en cierto modo fue una película maldita, por la crudeza con que plantea la crítica a los militares y a la guerra.

Parece que en una ocasión, Steven Spielberg, dando muestra de su admiración por Kubrick dijo que: “No hay nada más maravilloso y perfecto para definir el cine que el final de Senderos de gloria, cuando la que sería futura esposa de Kubrick canta ante los soldados franceses”. La verdad es que cuando lo he vuelto a ver me ha emocionado este episodio final de la cinta. Es una escena en la que una bella prisionera alemana, amedrentada, canta una dulce canción desde un precario escenario de un Bar de campaña repleto de rudos soldados franceses que beben y hacen burlas; y cómo, éstos, al escuchar la bella melodía abandonan la burla y la tosquedad por la sensibilidad y el llanto; transitan en pocos segundos de la barbarie y la obscenidad a un maravilloso silencio del conjunto de la tropa que estaba en el bar. Y entonces todo queda dicho, el axioma freudiano: amor “versus” guerra. “Haz el amor y no la guerra”, como rezaba el tan conocido eslogan hippy de los sesenta. Y docenas de hombretones rudos, en un segundo parecen tomar “insight”, darse cuenta, o tomar una conciencia interna de la fraternidad o la dulzura de la joven, de su propia irracional posición como gente de guerra, y como colegiales lloran mientras tararean la canción que canta la bella muchacha, ella asustada, pero que al final también se incorpora al conjunto de hombres fraternos y sigue cantando la tonadilla, que es un canto de amor, aunque la letra no se entienda.

Y al hilo de esto que comento, recuerdo y lo menciono aquí, que en una lejana obra de juventud leí a Umberto Eco profetizar que tal vez la guerra, en un futuro, se podría convertir finalmente en un tabú, en algo universalmente rechazado que provocaría el firme repudio de cualquier ser humano, como ocurre ya con otros conocidos tabúes cuya aversión y asco definen el signo de nuestra evolución y el acceso a la civilización y la cultura. Tabúes como la antropofagia, el incesto o el crimen que todos rechazamos casi por instinto. Así habría de ocurrir con las guerras, que se produjera un instintivo y universal repudio y todos, entonando una bella canción, camináramos como camaradas en pos de un mejor futuro para la humanidad: ¡esto nos dice Kubrick en esta sensacional película! Si no la habéis visto, y aunque os parezca antigua por ser una obra de 1957, vedla, no os arrepentiréis. Además, Kubrick no falla.

Senderos de gloria, secuencia final

Por el reconocimiento del propio sufrimiento en el de los otros.

Por la paz.

Sublime secuencia final de esta obra maestra de Stanley Kubrick. Subida al escenario para mofa y escarnio de los soldados franceses, esta muchacha alemana (Susanne Christian, inminente esposa de Kubrick) logra contrarrestar sus burlas y emocionarles con una conmovedora canción de su patria. La guerra, el odio, derrotados por el sentimiento, la tristeza, la amargura y la nostalgia. Por el reconocimiento del propio sufrimiento en el de los otros. Por la paz.

39escalones

 

LETRA

«Un soldado fiel y sin miedo,

de una chica se enamoró.

Un año entero y puede que más

el buen soldado la amó.

Cuando a la guerra le hicieron ir

su recuerdo la acompañó,

Pero su amor le enfermó

de un mal extraño y mortal.

Durante tres noches él no lo supo

Y cuando por fin se enteró

de la agonía de su amor,

de su destino se ausentó.

al llegar la abrazó,

era un cuerpo yerto, sin calor,

-“Traedme luz, traedme claridad.

que pueda ver a mi amor!”-

los sepultureros llegaron

para los preparativos del funeral.

Lo ayudan seis valientes soldados

a llevar el cuerpo tan amado.

usan un sudario negro

tan negro como su dolor

una gran pena de su corazón

que será eterna como su amor.»

 

 


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