NIHILISMO. «Negar para afirmar, destruir para crear»

NIHILISMO: Negar para afirmar, destruir para crear

 

Nietzsche: el nihilismo

Selección de La voluntad de poder

Traducción de Pablo Simón

 

1) Lo que yo cuento aquí es la historia de las próximas dos centurias. Describo lo que vendrá, lo que no podrá menos que venir: el advenimiento del nihilismo. Esta historia puede ser contada ya ahora; pues opera en ella la necesidad misma. Este futuro habla ya a través de cien signos; este destino se anuncia por doquier; ya todos los oídos están aguzados, prontos a captar esta música del porvenir. Desde hace mucho toda nuestra cultura europea, presa de una tensión angustiosa que aumenta de década en década, se encamina a una catástrofe -inquieta, violenta y precipitada; cual río que ansía desembocar en el mar, ya no reflexiona, tiene miedo de reflexionar. […]

23) ¿Qué significa el nihilismo? —Significa que se desvalorizan los más altos valores. Falta la meta; falta la respuesta al «¿por qué?».

24) El nihilismo radical es el convencimiento de que la existencia es absolutamente insostenible si se trata de los más altos valores que se reconocen; amén de la conclusión de que no tenemos el menor derecho de suponer un «más allá» o un «en sí» de las cosas que sea «divino», moral verdadera.

Esta conclusión es consecuencia de la «voluntad de verdad» inculcada en el hombre; es decir, es consecuencia de la fe en la moral.

25) El nihilismo es ambiguo: a) nihilismo como signo de aumento de poder del espíritu: el nihilismo activo. b) nihilismo como decadencia y merma del poder del espíritu: el nihilismo pasivo.

26) El nihilismo es un estado normal.

Puede ser síntoma de fuerza; el poder del espíritu puede haber acrecido a tal punto que le son inadecuadas las metas tradicionales («convicciones», artículos de fe) (-pues una fe expresa en general la dictadura de condiciones de existencia, la sumisión a la autoridad de las circunstancias bajo las cuales un ser prospera, crece y adquiere poder…); por otra parte, puede ser síntoma de fuerza insuficiente para fijarse en forma productiva una nueva meta, un nuevo por qué, una nueva fe.

Alcanza el nihilismo su máxima fuerza relativa como fuerza violenta de destrucción; como nihilismo activo.

Su antítesis es el nihilismo cansado que ya no ataca y cuya modalidad más famosa es el budismo: nihilismo pasivo, síntoma de debilidad. La fuerza del espíritu puede estar cansada, agotada, así que los objetivos y los valores existentes son inadecuados y no se cree más en ellos; -—de modo que se disuelve la síntesis de los valores y los objetivos (en la que se basa toda cultura fuerte) y los distintos valores luchan entre sí: desintegración; -—de modo que todo lo que reconforta, cura, aquieta, aturde, pasa a primer plano bajo variado disfraz: religioso, moral, político, estético, etc.

27) Representa el nihilismo un estado intermedio patológico (patológica es la tremenda generalización, el no deducir ningún sentido); ya sea porque las fuerzas productivas aún no son lo suficientemente poderosas, o porque la decadencia se demora aún y no ha inventado todavía sus recursos.

Premisa de esta hipótesis -no existe la verdad; no existe la esencia absoluta de las cosas, la «cosa en sí». -—Esto también es nada más que nihilismo llevado al extremo. Este nihilismo extremo sitúa el valor de las cosas precisamente en la circunstancia de que a estos valores no ha correspondido, y no corresponde, ninguna realidad, sino que son síntoma de fuerza de los valoradores, simplificación para la vida, nada más.

28) La pregunta del nihilismo: «¿para qué?» tiene su raíz en la costumbre según la cual la meta parecía establecida, dada, postulada desde fuera, –es decir, por alguna autoridad suprahumana. Tras haber perdido la fe en tal autoridad, se anda por costumbre en procura de otra autoridad susceptible de hablar en términos absolutos y de fijar metas y tareas. Entonces, la autoridad de la conciencia (a medida que la moral se emancipa de la teología, se vuelve más imperativa) aparece primordialmente como sustituto de una autoridad personal. O la autoridad de la razón. O el instinto gregario (el rebaño). O la Historia, con su espíritu inmanente a ella, que lleva en sí su meta y a la cual uno puede abandonarse. Se quisiera eludir la volición, la aspiración a una meta, el riesgo inherente a eso de fijarse uno mismo una meta, se quisiera eludir la responsabilidad (-se aceptaría el fatalismo). Por último: la felicidad y, con cierta dosis de hipocresía, la felicidad del mayor número posible de personas.

 

 

Dícese el individuo:

1. no hace falta una meta determinada;

2. no es posible prever el futuro.

Precisamente ahora que haría falta la voluntad más poderosa, es cuando ella está más débil y apocada. Falta absoluta de fe en el poder de organización de la voluntad para el todo. […]

31) El nihilista filosófico está convencido de que todo acaecer carece de sentido y es fútil y afirma que no debiera haber un Ser carente de sentido y fútil. Pero ¿de dónde viene ese «no debiera»? ¿De dónde se saca ese «sentido», ese criterio? -—El nihilista entiende, en el fondo, que tal Ser vano e inútil no satisface al filósofo, lo azora y desespera. Tal consideración está reñida con nuestra más fina sensibilidad de filósofo; se reduce a la valoración absurda de que el carácter del Ser le debe causar placer al filósofo…

Se comprende fácilmente que dentro del acaecer el placer y el desplacer sólo pueden significar medios; resta entonces preguntar si después de todo, estaría a nuestro alcance percibir el «sentido», el «fin», si la cuestión de existencia o no existencia de un sentido podría ser resuelta por el hombre. […]

75) A las posiciones extremas no se sustituyen otras moderadas, sino otras extremas, pero invertidas. Así, la creencia en la amoralidad absoluta de la Naturaleza, en la ausencia de fin y sentido es el efecto psicológicamente necesario cuando ya no puede mantenerse la creencia en Dios y un orden esencialmente moral. El nihilismo adviene ahora, no porque haya aumentado la aversión por la existencia, sino porque se ha llegado a desconfiar de todo «sentido» del mal, y aun de la existencia. Se ha desmoronado una interpretación; pero como se la tenía por la interpretación, parece que la existencia careciese de todo sentido, que todo fuese en vano.

Queda por demostrar que este «¡En vano!» determina el carácter de nuestro actual nihilismo. La desconfianza que suscitan en nosotros nuestras valoraciones tradicionales se acrecienta hasta el extremo de llevarnos a sospechar que todos los «valores» sean cebos en que la farsa se prolonga, pero no se aproxima en absoluto a una solución. La duración, signada por un «en vano», sin meta ni fin, es lo que más abruma y anonada, máxime cuando uno comprende que es engañado, pero no puede impedir que se lo engañe.

Concibamos esta idea en su forma más pavorosa: la existencia, tal como es, sin sentido ni fin, pero repitiéndose inexorablemente, sin desembocar jamás en la nada: el eterno retorno.

He aquí la forma extrema del nihilismo: la nada (lo «carente de sentido») –eternamente.

 

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Selección de La voluntad de poder. en «Obras Completas», vol. IV, Prestigio, Buenos Aires, p. 433-462

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Algunas personas piensan que son inmunes a los anuncios. Si usted es uno de ellos, es posible que no haya oído hablar del mero efecto de exposición, un fenómeno psicológico por el cual tendemos a gustarnos las cosas cuanto más estamos expuestos a ellas. Cuidado, se necesitan aproximadamente 15 iteraciones para que el efecto alcance su máximo potencial.

 

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Nihilismo: creer en la nada

Comúnmente entendemos que el nihilismo es no creer en nada, excepto en una cosa: que la vida no tiene sentido. Veamos su origen y su dimensión filosófica. «Un nihilista es alguien que prefiere creer en la nada a no creer en nada», dijo Nietzsche.

Para Nietzsche la cultura occidental, al llegar a su propia ruina, a su decadencia total, se queda vacía, agotada de los valores ficticios representados en la metafísica, el cristianismo y la vieja moral.
 

¿Qué es el nihilismo?

El término nihilismo (del latín nihil, «nada») aparece asociado a alguien que no cree en nada, al pesimista que piensa que la vida carece de sentido y muestra su resentimiento y odio hacia ella. Desde un plano filosófico, el nihilismo se asocia al pensamiento de Nietzsche, para quien la cultura occidental, al llegar a su propia ruina, a su decadencia total, se queda vacía, agotada de los valores ficticios representados en la metafísica, el cristianismo y la vieja moral.

El mayor exponente del nihilismo es Nietzsche, para quien la muerte de Dios significa que ya no tenemos referentes y estamos instalados en el enorme vacío que deja Dios

 

¿Cuáles son su origen y sus principales exponentes?

Ya San Agustín de Hipona denominó «nihilistas» a los no creyentes, y el crítico romántico N. I. Nadedjin definió en 1829 a los nihilistas como aquellos que de nada saben ni de nada entienden. Pero parece ser que quien difundió el término nihilismo (además de Nietzsche) fue Turgueniev en su novela Padres e hijos de 1862. Con dicho término el autor se refiere a la actitud ante la vida de uno de los protagonistas de la novela, Basárov, un joven rebelde con una actitud escéptica y absolutamente desencantado con las ideas tradicionales.

Sin embargo, el mayor exponente es Nietzsche, que proclama que «Dios ha muerto», y la muerte de Dios significa que ya no tenemos referentes y estamos instalados en el enorme vacío que deja el Dios muerto. Por consiguiente, el nihilismo no es tanto una teoría o una corriente filosófica como el inexorable punto de llegada de nuestra historia y cultura occidental.

 

Se necesita un cambio de valores. El papel del nihilismo es el de negar para afirmar, destruir para crear

 

¿Cuál es su papel en la historia del pensamiento?

Nietzsche afirma que el nihilismo significa que los supremos valores se devalúan porque su incoherencia y su inanidad han dejado a la realidad carente de sentido. Los porqués que antes se habían respondido desde Dios ahora ya no tienen respuesta, y eso significa que estamos sin brújula en el desierto de la historia.

Pero el paso siguiente debe consistir en un cambio profundo de valores, de todos los valores inmersos en nuestra cultura tradicional. Así que el papel del nihilismo es el de negar para afirmar, destruir para crear, dejando el camino expedito hacia un nuevo tipo de hombre, el superhombre, que afirma la vida y ansía vivir. «Un nihilista es alguien que prefiere creer en la nada a no creer en nada», asevera Nietzsche.

Schopenhauer, Pío Baroja en El árbol de la ciencia y algunos existencialistas son ejemplos de la influencia del nihilismo.

 

Albert Camus: «Nietzsche y el nihilismo»

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Lo que le dije a un nazi antes de que me agrediese

«Tiempos contradictorios: un nazi va a misa, un nacionalista catalán cree que su egoísmo fiscal es de izquierdas y Sánchez canta ‘La Internacional’ y habla en Davos»

Por Jasiel Paris-Álvarez, 15 FEB 2025

Imagen de una agrupación neonazi. | Redes

 

No deben quedar ya muchos nazis, por más que la izquierda los vea por todas partes. Hay una carestía tal de nazis por parte del Gobierno, que no sería de extrañar que acaben desenterrando a los de la Legión Cóndor o la División Azul una vez den por amortizada la exhumación de Franco. La necesidad de la progresía de encontrar nazis les lleva, desesperados, a buscarlos en un libertario como Musk, o en Vox, Alvise o donde sea. Y quizás lo más parecido a un nacionalismo supremacista y xenófobo, curiosamente, lo tengan delante entre sus socios catalanes y vascos.

Pero el caso es que algún nazi queda, superviviente de la cultura skinhead de finales del siglo pasado. Y el otro día me topé con uno, identificado con un parche del «sol negro», una especie de cruz gamada con muchos brazos. El símbolo está de actualidad: lo llevaba en el chaleco el tirador de Nueva Zelanda en 2019. Y en el codo, el joven que intentó disparar a Cristina Kirchner en 2022. Y lo llevan por todas partes las tropas ultranacionalistas ucranianas que Occidente lleva años armando (hasta que Trump se ha cansado). Pero lo que más me llamó la atención es que el neonazi en cuestión llevaba también ¡simbología cristiana!

 

El sol negro es un tipo de símbolo de rueda solar (en alemán: sonnenrad). El sol negro aparece en la simbología tradicional de muchos países y culturas, incluidas las culturas nórdicas antiguas y celtas. Tiene innumerables variaciones; la esvástica y otras variantes redondeadas similares son en realidad formas de sonnenrad, al igual que ciertas versiones de la cruz celta. Utilizado por la Alemania nazi, empleado únicamente por paganos generalmente, como Heinrich Himmler o Rudolf Hess y empleado posteriormente por neonazis y otros grupos de extrema derecha. El diseño del símbolo consiste en doce runas sowilo radiales, similares a los símbolos empleados por las SS en su logotipo. Apareció en la Alemania nazi como elemento de diseño en el palacio de Wewelsburg, el edificio remodelado y ampliado por el jefe de las SS, Heinrich Himmler como cuartel.

 

Me acerqué a preguntarle por el «sol negro» y el resto de parafernalia. Luego me enteré que esto le pareció fatal: ¿quién era yo para preguntarle por lo que lleva o deja de llevar? Esta es la lógica de los liberalios pijos o de la progresía feminista (que en el fondo no dejan de ser hermanitos los tres, hijos tontos de la Modernidad). Me refiero a esos que llevan ropa de marca con logos gigantes pero fingen humildad haciéndose los sorprendidos si les dices que te has fijado. O a las que afirman tener derecho a sacarse las tetas donde quieran cuando lo deseen, sin que nadie les diga nada (ni negativo, ni mucho menos positivo). La realidad es que aquello que exhibimos, especialmente a contracorriente de la norma social, es un grito de atención que suplica alguna reacción, aunque luego la rechacemos.

El neonazi me habló del «sol negro» y que ahora lo llevaba mucha gente, porque había países en que otra simbología nazi más evidente era ilegal. Me puso el ejemplo de Ucrania, pero no le gustaba mucho porque en aquel país hay quien lleva un parche del «sol negro» junto con uno de la estrella de David y otro del arcoíris LGTB. Es cierto que es una guerra curiosa la de Ucrania, que ha reunido en sus filas a los mencionados ultras, con oligarcas de doble nacionalidad israelí y con combatientes woke que creen que Putin es peor que Hitler.

 

 

Ahí le comenté que ese popurrí ucraniano no era ninguna aberración, aunque se lo parezca a él (y a medio mundo), sino una combinación de lo más coherente. «A ojos del cristianismo son todos iguales» -le dije- «Cristo valora solamente la lucha del corazón bueno contra el malo, le son igual de irrelevantes las feministas que en vez del corazón miran la lucha de penes contra vulvas, los oligarcas que miran el bolsillo lleno contra el vacío, o los nazis que miran la lucha de la sangre pura contra la sucia». Todas las herejías de nuestro mundo son muy distintas y a la vez muy parecidas.

 

«El principal grupo neonazi en España, Núcleo Nacional, juega al despiste añadiendo una cruz a su logotipo inspirado en las runas nórdicas»

 

El neonazi comenzó a poner malas caras. Disgustado por mi mención del cristianismo, dijo que él se había hecho católico y que estaba yendo a misa. A esto le pregunté si no creía que eran incompatibles el nazismo y el cristianismo. A muchos le puede parecer evidente que sí, por ejemplo al policía que me tomó la denuncia después del incidente: «¡¿Pero cómo iba a ser neonazi y cristiano el muchacho?!, ¿qué va, a la Semana Santa y luego a una manifestación negacionista del Holocausto?». Pero el hecho es que el nazismo, en su día, apeló a los cristianos de Alemania y Europa y muchos de ellos, engañados, siguieron a Hitler. Especialmente los protestantes, que carecían de una autoridad central que los pastorease (como hizo el Papa con los católicos, advirtiéndoles en dos encíclicas de los errores del fascismo y del nazismo como error en su totalidad).

 

Evolución de la insignia de Azov. El “Sol Negro” confirma que se trata de un símbolo neonazi.

 

Aún a día de hoy el principal grupo neonazi en España, Núcleo Nacional, juega al despiste añadiendo una cruz a su logotipo inspirado en las runas nórdicas. Toda esta simbología neo-pagana, como el «sol negro», la crearon los nazis precisamente para sustituir a la civilización cristiana -le comenté al neonazi-. Cada vez más molesto, me lo negó: «Los nazis no persiguieron a los cristianos».

 

Hemos aceptado la simbología NAZI en muchos ámbitos de la sociedades occidentales. Un caso muy visble, desde hace muchos años, ha sido el deporte de masas

Decía el neonazi que «le pilló todo con el cable cruzado», porque «llevo días jodido por el curro», va a cerrar su pequeño negocio de barrio «porque me han subido mucho los costes» y es un padre de familia que no sabe ni dónde meterse. «Lo siento, porque justo te cruzaste tú, malinterpreté tus palabras y lo pagué contigo». Leyendo esto me di cuenta de dos cosas. La primera, que su simbología cristiana había acabado venciendo sobre su «sol negro». No se puede servir a dos señores, especialmente cuando uno es tan inmensamente superior al otro. Ábrele una rendija a Dios y lo desbordará todo: Dios, a diferencia del policía, quiere acoger a los nazis. Y también a los progres y hasta a los liberalios. 

La segunda cosa que pensé que es que este tipo no era «un neonazi». Era muchas otras cosas antes: era un autónomo, un padre de familia, un precario. Una víctima del sistema y no un aterrador monstruo, por más que el policía y medio mundo lo pinte así, por más que él mismo quiera pintarse así, con sus parches de calaveras y rayos.

¿Cuántos estarán en esta situación?, me pregunté. ¿Cuántos de esos trabajadores, votantes y ciudadanos que son señalados como fachas, reaccionarios y ultraderechistas, no serán simplemente currelas hartitos de que el PSOE les ponga impuestos hasta en el salario mínimo mientras les sermonea con que deben contaminar menos? O que les retrase la edad de jubilación mientras les pide acoger más inmigrantes en su barrio porque los españoles no trabajan. O que ponga a sus hijos en la situación de paro juvenil más grave de Europa mientras les cuenta que el problema de la chavalería es que no pueden escoger su identidad de género. Y por todo esto, ¿quién les va a pedir perdón a los neonazis?

 

Zelensky otorga al Neonazi y comandante del Sector Derecho, Dmytro Kotsyubaylo, el premio «Héroe de Ucrania»

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El PP y el drama de la indefinición

«¿De qué modernización habla Feijóo si ha pospuesto el congreso del PP? ¿Cómo van a explicar las razones para votarles si no pueden explicárselas a sí mismos?»

Por Javier Benegas
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

 

 
No tengo la menor idea de si esta descalificación está fundamentada. Y no me interesa comprobarlo porque, puestos a ser exquisitos, tengo serias dudas de que, a diferencia de la joven, la madura expolítica estuviera ahí exclusivamente por sus méritos. El mérito no es precisamente lo que más puntúe a la hora de que los mass media otorguen sus salvoconductos. Las relaciones, y no sólo de pareja, son mucho más definitivas.
 
En realidad, el asunto de los méritos es irrelevante. Se supone que la discusión de la que se ha extraído este momento estelar trata sobre algún asunto relevante. Sin embargo, lo único que trasciende a las redes sociales es un corte con un ad hominem de libro.
 
Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que vi un Telediario o una tertulia política en la televisión. No soy un nativo digital. A todos los efectos podría decirse que me eduqué, como todos los de mi generación, en la cultura mass media televisiva, con la radio y la prensa en papel como complementos. Sin embargo, apenas me ha supuesto algún esfuerzo abandonar ese ecosistema informativo en favor de las redes sociales. La migración ha sido tan natural y productiva como lo fue pasar del carro tirado por caballos al automóvil con motor de combustión.
 
Cuando, por ejemplo, en un bar, me topo con una televisión emitiendo algún programa como el que origina el clip al que aludo al principio de este artículo, mi sensación es de profundo anacronismo. El breve tiempo que me lleva apurar el café y regresar a la calle es un viaje relámpago al pasado, a esa época de la información estrecha a la que de ningún modo quiero regresar. 

 

«Los viejos formatos me parecen un cinturón de castidad. El sota, caballo y rey de la bipolaridad»

 

Después de haber disfrutado de la libertad de ecosistemas como X, mucho más abiertos, donde puedes buscar, seleccionar y encontrar informaciones, opiniones, análisis e, incluso, evidencias con la única limitación de tu voluntad de prospección, los viejos formatos me parecen un cinturón de castidad. El sota, caballo y rey de la bipolaridad: Broncano vs Motos, El programa de Ana Rosa vs Espejo público, la Cope vs la SER y, en el medio, Onda Cero balanceándose de un lado a otro, como el péndulo del omnipresente socialismo sociológico que exuda estatalismo por cada uno de sus poros.

Por supuesto, las redes sociales tampoco son perfectas. Pero su imperfección nada tiene que ver con el mito de que, con ellas, la desinformación ha alcanzado la categoría de amenaza existencial. Su fallo está precisamente en su virtud: la apertura, porque permite a los viejos mass media infiltrarlas y reducir sus enormes posibilidades a meras potencialidades. Lo hacen esparciendo sus clickbait y volcando cortes audiovisuales donde los tertulianos se «destrozan», «machacan», «arrasan» y «humillan» a mayor gloria de los partidos. 

 

Lo hacen esparciendo sus clickbait y volcando cortes audiovisuales donde los tertulianos se «destrozan», «machacan», «arrasan» y «humillan» a mayor gloria de los partidos. 

 

En estos programas la información importa poco o nada. Lo noticiable es la trifulca en sí misma. Raro es el videoclip que reproduce algún razonamiento sobre cualquier cuestión de relevancia. Lo de menos es que la discusión que degenera en trifulca tenga su origen en el insólito procesamiento del fiscal general del Estado o en el hachazo tributario a los ingresos que no llegan al SMI. El objetivo es reducir la política a mero entretenimiento, para que el televidente no caiga en la cuenta de la inutilidad de esta ¿política? 

Resulta sorprendente el llamamiento del statu quo a controlar los contenidos de las redes sociales, apelando a su «novedad» y, por lo tanto, a peligros desconocidos, cuando es el propio statu quo y sus medios tradicionales, generosamente engrasados, los que han adaptado sus estrategias para usar las redes sociales, convirtiendo la política en un espectáculo pueril que fomenta la polarización. Una tendencia que se manifiesta en la creación de contenidos que priorizan el conflicto y la confrontación, apelando a las emociones de la audiencia y simplificando los debates políticos en una dicotomía de «nosotros contra ellos».

 

«Avivar el ‘clamor’ contra Pedro Sánchez para llenar el vacío de la definición es una estrategia inútil»

 

Dentro de esta dinámica, dan igual las siglas: la moderación desaparece en todos los partidos por igual. Lo único que importa es ganar y vapulear al adversario. Lo que explica que el moderadísimo Feijóo, inquieto por el escasísimo entusiasmo que concita su liderazgo, agite al PP exigiendo a sus integrantes movilizarse, usar más las redes sociales y «modernizar el guion». 

 

 

Pero ¿de qué modernización habla Feijóo o, peor aún, a qué guion se refiere, si él mismo ha pospuesto sine die el congreso político del PP? ¿Cómo va a movilizar a los suyos, no ya en los entornos virtuales, sino en cualquier lugarsi no define previamente sus posicionamientos políticosEn definitiva, ¿cómo van los populares a explicarnos las razones por las que debemos votarles si no pueden explicárselas a sí mismos?

Avivar el «clamor» contra Pedro Sánchez para llenar el vacío de la definición es una estrategia inútil, tan inútil que, a lo largo de 2024, la intención de voto del PP ha caído más de dos puntos, pasando del 36,3% al 34%. Pero es que además de inútil alienta la polarización, pues esta polarización estéril que padecemos no surge de posicionamientos políticos contrarios a los exhibidos por el sanchismo, sino de su ausencia. Es fácil de entender. Cuando la indefinición es el santo y seña, sólo queda un recurso: la descalificación. Esos videoclips que los palanganeros viralizan para distraer al público y que no caiga en la cuenta de que las cosas no mejorarán con zascas, sino con ideas. 

 

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DARIN McNABB: Anotando Ando 6

 

 

En este episodio de Anotando Ando reflexiono sobre el diploma académica, los chistes y la filosofía, y la cultura de la cancelación.

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