HOWARD ZINN: LA OTRA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS (Desde 1492 hasta el presente): Capítulo 5: «Casi una Revolución»

CASI UNA REVOLUCIÓN

ÍNDICE: «La otra historia de los Estados Unidos», de Howard Zinn

 

CASI UNA REVOLUCIÓN

A People’s History of the United States, Capítulo 5

CASI UNA REVOLUCIÓN

 

La victoria americana sobre el ejército británico se debe a la existencia previa de un pueblo armado. Casi todos los hombres blancos tenían armas y podían disparar. Y aunque el liderazgo revolucionario no se fiaba de la turba, sabían que la revolución no resultaba atractiva ni para los esclavos ni para los indios. Así que tendrían que seducir a la población armada blanca.

Esto no era fácil. Sí, los trabajadores artesanales, los marineros y algunos más, estaban enfadados con los británicos. Pero en general no había un gran entusiasmo por la guerra. John Shy, en su estudio sobre el ejército revolucionario (A People Numerous and Armed), calcula que aproximadamente una quinta parte de la población se mostraba activamente «traidora«. John Adams había calculado que una tercera parte se oponía a la secesión, otra tercera parte estaba a favor, y una tercera parte era neutral.

Los primeros hombres en alistarse en la milicia colonial normalmente eran «lo mejor de la sociedad respetable y, cuando menos, paladines del espíritu cívico» de sus comunidades, dice Shy. Quedaron excluidos de la milicia los indios amistosos, los negros libres, los criados blancos, y los blancos libres que no tuvieran un hogar fijo. Pero la desesperación llevó al reclutamiento de los blancos menos respetables. Massachusetts y Virginia hicieron provisiones para el alistamiento de vagabundos (strollers) en la milicia.

De hecho, el ejército se convirtió en una salida prometedora para los pobres, que podían ascender de rango, adquirir dinero y cambiar su status social.

Este era el método tradicional de los líderes de cualquier orden social para movilizar y disciplinar a una población alborotada: ofrecer a los pobres las aventuras y las recompensas del servicio militar para conseguir que luchen por una causa que quizás no acaben de sentir como propia.

John Scott, un teniente americano herido en Bunker Hill, explicó cómo se había unido a las fuerzas rebeldes:

Era zapatero, y me ganaba la vida con mi trabajo. Cuando se presento esta Rebelión, vi a algunos de mis vecinos apuntarse en el ejercito, y no estaban mejor que yo. Era muy ambicioso, y no me gustaba verme superado por esos hombres. Me pidieron que me alistara como soldado raso. Ofrecí mis servicios a cambio del cargo de teniente y lo aceptaron. Ya me veía en el camino del ascenso.

 

John Scott era uno de los muchos luchadores revolucionarios – normalmente de los rangos militares más bajos- que tenían un origen pobre y oscuro. El estudio de Shy sobre el contingente de Peterborough muestra que los ciudadanos más distinguidos y bien situados de la ciudad estuvieron poco tiempo en filas en la guerra. Otras ciudades americanas presentan el mismo esquema. Como dice Shy

«La América revolucionaria puede que haya sido una sociedad de clase media, más alegre y próspera que cualquier otra de su tiempo, pero contenía una cantidad cada vez mayor de gente bastante pobre, y muchos de ellos son los que de verdad lucharon y sufrieron entre 1775 y 1783 una muy vieja historia«.

 

Mientras duró el conflicto militar, al dominarlo todo, perjudicó a los demás temas, e hizo que la gente tomara partido en el único conflicto que tenía importancia pública, forzándole a posicionarse del lado de la Revolución, aunque su interés por la independencia no estuviera claro. La guerra era, para la élite dominante, una garantía contra los problemas de orden interno.

 

 

Aquí, en plena guerra por la libertad, estaba el servicio militar obligatorio, discriminador, como siempre, con la riqueza. Con las revueltas contra el reclutamiento forzoso todavía frescas en la memoria, en 1779 ya existía el mismo fenómeno en la marina americana. Una autoridad de Pennsylvania dijo al respecto

«No podemos obviar la similitud de esta conducta con la de los oficiales británicos durante nuestro dominio por Gran Bretaña y estamos seguros que tendrá las mismas nefastas consecuencias por lo que hace al divorcio afectivo entre el pueblo y la autoridad que fácilmente puede desembocar en una oposición frontal y una sangría«.

 

Los americanos perdieron las primeras batallas de la guerra: Bunker Hill, Brooklyn Heights, Harlem Heights, y el Deep South (extremo sur), ganaron pequeñas batallas en Trenton y Princeton, y el rumbo de la guerra cambió con la gran batalla de Saratoga, Nueva York, en 1777. El ejército congelado de Washington resistió en Valley Forge, Pennsylvania, mientras que Benjamin Franklin negociaba una alianza con la monarquía francesa, que tenía sed de venganza contra los ingleses. La guerra se desplazó hacia el sur, donde los británicos ganaron una serie de victorias, hasta que los americanos, ayudados por un potente ejército francés y la flota francesa (que con su bloqueo impedía la llegada de provisiones y refuerzos), ganó la victoria final en Yorktown, Virginia, en 1781.

Los conflictos suprimidos entre ricos y pobres americanos seguían manifestándose en plena guerra, la cual fue, según Eric Foner, «un período de grandes beneficios para algunos colonos y de terribles penurias para otros«.

En mayo de 1779, la Primera Compañía de Artillería de Filadelfia hizo una petición oficial a la Asamblea relacionada con «los de escasa fortuna y los pobres» y amenazaron con acciones violentas contra «los que con avaricia intentan amasar riquezas con la destrucción de la parte más virtuosa de la comunidad«.

En octubre llegó la «revuelta de Fort Wilson«, cuando un grupo de milicianos irrumpió en la ciudad hasta la casa de James Wilson, un abogado rico y líder revolucionario que se había opuesto a los controles de los precios y a la constitución democrática adoptada en Pennsylvania en 1776. Los milicianos fueron ahuyentados por la «brigada de los calcetines de seda«, compuesta por ciudadanos ricos de Filadelfia.

El Congreso Continental, que gobernó las colonias durante la guerra, estaba dominado por ricos, asociados entre sí en facciones y grupos por vínculos empresariales o familiares. Por ejemplo, Richard Henry Lee de Virginia estaba asociado con los Adams de Massachusetts y los Shippens de Pennsylvania.

El Congreso votó otorgar medio sueldo vitalicio a los oficiales que habían seguido hasta el final. Esta medida no tomaba en cuenta al soldado raso, que no recibía sueldo alguno, sufría los rigores de la climatología y moría de enfermedades mientras veía enriquecerse a algunos civiles. El día de año nuevo de 1781, las tropas de Pennsylvania, quizá envalentonadas por el ron, dispersaron a sus oficiales, mataron a un capitán e hirieron a otros cerca de Morristown, Nueva Jersey. Entonces marcharon, con todo su armamento -incluyendo cañones- hacia el Congreso Continental de Filadelfia.

 

Cuadro de Robert Edge Pine que representa el momento en que el Segundo Congreso Continental vota la Declaración de Independencia.

 

George Washington trató el caso con cautela. Se negoció una paz en que se licenció a la mitad de los hombres y se les concedió un permiso a los demás.

Poco después hubo un motín más modesto en la línea de Nueva Jersey. Involucró a doscientos hombres que, desafiando a los oficiales, salieron en dirección a la capital estatal de Trenton. Esta vez Washington estaba prevenido. Seiscientos hombres, pertrechados con alimentos y ropa, marcharon hacia los amotinados, los rodearon y los desarmaron. Inmediatamente fueron juzgados in situ tres de los responsables. A uno le perdonaron, y a los otros dos los fusilaron pelotones compuestos por sus compañeros, que lloraban al apretar los gatillos. Fue, en palabras de Washington, «un ejemplo«.

Dos años más tarde, hubo otro motín en la línea de Pennsylvania. Se había acabado la guerra y el ejército se había disuelto. Pero ochenta soldados invadieron la sede central del Congreso Continental en Filadelfia exigiendo su paga, y obligaron a sus miembros a huir a Princetown por el río: «ignominiosamente echados a la calle«, se lamentó un historiador (John Fiske, The Critical Period) «por un puñado de amotinados borrachos«.

Lo que los soldados de la Revolución sólo pudieron hacer muy de tarde en tarde -rebelarse contra sus superiores- los civiles pudieron realizarlo mucho más a menudo. Apuntó Ronald Hoffman que «la Revolución hundió a los estados de Delaware, Maryland, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia y, en menor grado, Virginia, en conflictos civiles que persistieron durante todo el período de la guerra«. Las clases subalternas del sur se resistieron a verse movilizados por la Revolución. Se veían dominados por una élite política, se ganase o se perdiese contra los británicos.

Crecía el miedo a las revueltas de esclavos porque los esclavos negros equivalían al 20% de la población (y en algunos condados, al 50%). George Washington había desatendido las peticiones de los negros que querían luchar en su ejército para conseguir la libertad. Por consiguiente, cuando el comandante militar británico en Virginia, Lord Dunmore, ofreció la libertad a los esclavos virginianos que se unían a sus fuerzas, creó cierta consternación.

Más inquietantes aún fueron las revueltas de blancos en Maryland contra algunas de las principales familias que apoyaban la Revolución, de las cuales se sospechaba que acumulaban comodidades innecesarias. A pesar de esto, las autoridades de Maryland no perdieron el control. Hicieron concesiones, subieron los impuestos inmobiliarios y los que correspondían por tener esclavos, y dejaron pagar en metálico a los deudores. Era un sacrificio que hacía la clase privilegiada para mantener el poder. Y resultó.

 

 

Sin embargo, en el sur profundo, la sensación generalizada era que no se debía tomar parte en una guerra que no parecía aportarles nada de provecho. El comandante militar de Washington en esas tierras, Nathanael Greene, trataba el problema de la deslealtad con una política de concesiones para algunos, y brutalidad hacia los demás. En una carta a Thomas Jefferson, describió un ataque de sus tropas contra los leales a la corona. «Hicieron una matanza temible, matando a más de cien y machacando a la mayoría de los demás. Ha tenido un efecto muy afortunado en aquellas personas desafectas que tanto abundaban en este país«. En general, tanto en un estado como en otro, se hacía un mínimo de concesiones. Las nuevas constituciones que se promulgaron en todos los estados entre 1776 y 1780 no se diferenciaban en mucho de las antiguas. Sólo Pennsylvania abolió el requisito previo de ser propietario para votar y ocupar cargos electos.

 

Sólo Pennsylvania abolió el requisito previo de ser propietario para votar y ocupar cargos electos

 

Al examinar el efecto de la Revolución en las relaciones de clase, hay que ver qué pasó con las tierras confiscadas a los lealistas que huían. Se distribuían de tal forma que daba una oportunidad doble a los líderes revolucionarios: les permitía enriquecerse a ellos y a sus amigos, y les permitía parcelar terrenos para alquilárselos a pequeños agricultores para así crear una base de apoyo para el nuevo gobierno. De hecho, esto llegó a ser una característica de la nueva nación: al encontrarse en posesión de grandes riquezas, podía crear la casta dirigente más rica de la historia, y le sobraba para crear una clase media que hiciera de muro de contención entre ricos y desposeídos.

 

Llegó a ser una característica de la nueva nación: al encontrarse en posesión de grandes riquezas, podía crear la casta dirigente más rica de la historia, y le sobraba para crear una clase media que hiciera de muro de contención entre ricos y desposeídos

 

Edmund Morgan resume la tipología clasista de la Revolución con estas palabras:

«El hecho de que las clases bajas estuvieran involucradas en el conflicto no debería de oscurecer el hecho de que el mismo conflicto era, por lo general, una lucha por los puestos de mando y el poder entre los miembros de la clase privilegiada, los nuevos contra los ya establecidos».

 

Carl Degler dice en Out of Our Past «No se hizo con el poder ninguna clase social nueva a través de la puerta que abría la revolución americana. Los hombres que diseñaron la revuelta eran, por lo general, miembros de la clase dirigente colonial«. George Washington era el hombre más rico de América. John Hancock era un comerciante rico de Boston. Benjamin Franklin era un impresor pudiente. Y podríamos continuar…

 

George Washington era el hombre más rico de América

 

Por otra parte, los trabajadores artesanales de la ciudad, los trabajadores y los marineros, así como muchos pequeños agricultores, fueron convertidos en «pueblo» por la retórica de la Revolución, por la camaradería del servicio militar, por el reparto de las tierras. Así se creó un cuerpo de apoyo substancial, un consenso nacional, algo que, incluso con la exclusión de la gente ignorada y oprimida, podría llamarse «América«.

El pormenorizado estudio de Staughton Lynd sobre Dutchess County (Nueva York) durante el período revolucionario lo corrobora. Hubo revueltas de arrendatarios en 1766 contra los enormes latifundios feudales en Nueva York. La finca Rensselaerwyck comprendía un millón de acres. Los arrendatarios reclamaban la propiedad de una parte de estos terrenos, pero no pudieron resolver el asunto en los juzgados. Entonces optaron por la violencia. En Poughkeepsie, 1.700 arrendatarios armados cerraron los juzgados y destruyeron las cárceles. Pero la revuelta fue sofocada.

Los arrendatarios llegaron a ser una fuerza amenazante en plena guerra. Muchos dejaron de pagar las rentas. El parlamento, con gran preocupación, introdujo una ley para confiscar las tierras de los leales a la corona y añadir cuatrocientos nuevos pequeños propietarios a los 1.800 que ya existían en el país. Los nuevos propietarios vieron que habían dejado de ser arrendatarios, pero ahora debían pagar hipotecas. En vez de pagar rentas a los terratenientes, ahora tenían que devolver créditos a los bancos.

Parece que la rebelión contra el dominio británico permitió que cierto grupo de la élite colonial reemplazara a los leales a Inglaterra, dar algunos beneficios a los pequeños propietarios y dejar a los pobres trabajadores blancos y a los agricultores arrendatarios en una situación muy parecida a la anterior.

¿Qué significó la Revolución para los nativos de América, los indios?

Las solemnes palabras de la Declaración los había ignorado. No se les había considerado como iguales, sobre todo a la hora de escoger a los que iban a gobernar en los territorios donde vivían y respecto a la posibilidad de vivir felizmente, como antes de la llegada de los europeos blancos. Con la expulsión de los británicos, los americanos podían empezar el proceso inexorable de desplazar a los indios de sus tierras, matándolos si mostraban resistencia. En resumidas cuentas, como lo expresó Francis Jennings, los blancos americanos luchaban contra el control imperial británico del Este, y por su propio imperialismo en el Oeste.

En Nueva York, a través de un sutil sistema de engaño, se tomaron 800.000 acres de territorio mohawk, dando así por concluido el período de amistad entre mohawks y la ciudad de Nueva York. Ha quedado constancia de las amargas palabras del jefe Hendrick de los mohawks al hablar al gobernador George Clinton y al concejo provincial de Nueva York en 1753:

Hermano, cuando vinimos aquí para relatar nuestras quejas sobre las tierras, esperábamos que se nos atendiera, y te hemos dicho que era probable que se rompiera el Gran Acuerdo (Covenant Chain) de nuestros antepasados, y Hermano, ahora nos dices que se nos reagrupará en Albany, pero los conocemos demasiado bien, no nos fiaremos de ellos, porque ellos (los comerciantes de Albany) no son personas sino diablos y… en cuanto lleguemos a casa enviaremos un Cinturón de Wampum a nuestros Hermanos de las otras 5 Naciones para informarles que el Gran Acuerdo entre nosotros está roto. Así que, Hermano, no esperes oír más noticias de mí, y Hermano, nosotros tampoco queremos saber nada de ti.

 

Cuando los británicos lucharon contra los franceses por conquistar el Norte de América en la Guerra de los Siete Años, los indios lucharon con los franceses. Los franceses eran comerciantes y no ocupantes de los territorios indios, mientras que quedaba claro que los británicos deseaban poseer sus territorios de caza y su espacio vital.

Cuando acabó esa guerra en 1763, los franceses, ignorando a sus viejos aliados, cedieron a los británicos los territorios al oeste de los montes Apalaches. Los indios se unieron para luchar contra los fuertes británicos en el oeste, a este fenómeno los británicos lo llamaron la «Conspiración de Pontiac«, pero en palabras de Francis Jennings fue «guerra de liberación para la independencia«. A las órdenes del general británico Jeffrey Amherst, el comandante de Fort Pitts dio mantas del hospital contaminadas con viruela a los indios atacantes con que estaba negociando. Fue un episodio pionero en lo que hoy llamamos la Guerra Biológica. Pronto se declaró una epidemia entre los indios.

A pesar de quemar los poblados, los británicos no pudieron romper la voluntad de los indios que continuaban con la guerra de guerrillas. Luego se firmó una paz en la que los británicos acordaron establecer una línea en los montes Apalaches, más allá de la cual no establecerían colonias en territorio indio. Esta fue la Proclamación Real de 1763, y enfureció a los americanos (la Carta original de Virginia decía que su territorio se extendía hacia el oeste hasta el océano). Ello ayuda a explicar la razón por la cual la mayoría de los indios lucharon en el bando inglés durante la Revolución. Con la marcha, primero de sus aliados franceses y luego de sus aliados ingleses, los indios ahora se veían enfrentados en solitario a una nación que codiciaba sus tierras.

 

 

Cazadores de pieles

 

Con la élite oriental controlando las tierras de la costa, los pobres se vieron obligados a buscar tierras en el Oeste. Llegaron a ser un ariete muy útil para los ricos, porque eran los colonos de las zonas fronterizas los primeros blancos de los indios.

La situación de los esclavos negros al inicio de la Revolución Americana era más compleja. Miles de negros lucharon con los británicos. Con los revolucionarios había cinco mil.

En los estados del Norte, la combinación de la necesidad de esclavos, por un lado, y la retórica de la Revolución por el otro, llevó al fin de la esclavitud, pero a paso muy lento. Incluso en 1810 seguían siendo esclavos unos treinta mil negros, una cuarta parte de la población negra del Norte. En 1840 todavía había mil esclavos en el norte. En la parte superior del Sur, había más negros libres que antes, lo que llevó a una legislación para controlar la situación. En la parte inferior del Sur, la esclavitud se disparó con la expansión de las plantaciones de arroz y algodón.

Lo que hizo la Revolución fue crear espacios y oportunidades para que los negros hicieran exigencias a la sociedad blanca. A veces estas exigencias provenían de las nuevas y pequeñas élites de negros en Baltimore, Filadelfia, Richmond y Savannah; a veces de los esclavos más expresivos y atrevidos. Con alusiones a la Declaración de Independencia, los negros hicieron una petición al Congreso y a los parlamentos estatales para que abolieran la esclavitud, y dieran los mismos derechos a los negros. En 1780, siete negros de Dartmouth, Massachusetts, hicieron una petición al parlamento para adquirir el derecho al voto, vinculando la idea de los impuestos a la representación:

nos vemos agraviados porque no se nos permite el privilegio de los hombres libres del Estado al no tener ni voto ni influencia en la elección de los que nos piden impuestos, aunque muchos de nuestro color (como bien se sabe) entraron alegremente en el campo de batalla en defensa de nuestra causa común.

 

Un negro, Benjamin Banneker, autodidacta en matemáticas y astronomía, que predijo con acierto un eclipse solar y fue nombrado diseñador de la nueva ciudad de Washington, escribió a Thomas Jefferson:

Supongo que es una verdad demasiado clara como para que se requiera aquí ninguna prueba de ello que somos una raza de seres que durante mucho tiempo hemos trabajado en un ambiente de abusos y censuras por parte del mundo, que se nos ha mirado con menosprecio durante mucho tiempo, y que durante mucho tiempo se nos ha considerado más cercano a lo animal que a lo humano, y a duras penas capaces de facultades mentales. Espero que no despreciaréis ninguna oportunidad para erradicar esa tendencia a las ideas y opiniones falsas y absurdas que tan extensamente prevalece respecto a nosotros, y que vuestros sentimientos sean similares a los míos, en el sentido que un solo Dios universal nos ha dado vida a todos, y que no sólo nos ha hecho de una sola carne, sino que también nos ha dado a todos, sin parcialidad, las mismas sensaciones y nos ha obsequiado con las mismas facultades.

 

Banneker pidió a Jefferson que se despojara «de esos estrechos prejuicios que habéis mamado«.

Jefferson hizo cuanto pudo, como bien podía esperarse de un individuo iluminado y reflexivo. Pero la estructura de la sociedad americana, el poder de los cultivadores de algodón, el comercio de esclavos, la política de unidad entre élites norteñas y sureñas y la larga historia de prejuicios raciales en las colonias, así como sus propias debilidades -esa combinación de necesidades prácticas y fijación ideológica- hicieron que Jefferson siguiera siendo un propietario de esclavos durante toda su vida.

 

 

La posición inferior de los negros, la exclusión de los indios de la nueva sociedad, el establecimiento de la supremacía para los ricos y los poderosos en la nueva nación, todo esto había quedado ya establecido en las colonias antes incluso de la Revolución.

Con la expulsión de los ingleses, ahora podía quedar recogido en los documentos, solidificado, regularizado y legitimado en la Constitución de los Estados Unidos redactada en una convención de líderes revolucionarios en Filadelfia.

A muchos americanos, a lo largo del tiempo, la Constitución redactada en 1787 les ha parecido una obra genial diseñada por hombres sabios y humanitarios que crearon un marco legal para la democracia y la igualdad.

El historiador Charles Beard propuso, a principios de este siglo, otra visión de la Constitución (levantando olas de ira e indignación e incluso un editorial crítico del New York Times). En su libro An Economic Interpretation of the Constitution, Beard estudió el trasfondo económico y las ideas políticas de los cincuenta y cinco hombres que se reunieron en Filadelfia en 1787 para redactarla.

Encontró que la mayoría de ellos eran abogados de profesión, que la mayoría eran ricos en cuanto a tierras, esclavos, fábricas y comercio marítimo, que la mitad de ellos había prestado dinero a cambio de intereses, y que cuarenta de los cincuenta y cinco tenían bonos del gobierno, según los archivos del departamento de la Tesorería.

Beard encontró que la mayoría de los redactores de la Constitución tenían algún interés económico directo para el establecimiento de un gobierno federal pujante: los fabricantes querían tarifas protectoras, los prestamistas querían acabar con el uso del dinero en metálico para la devolución de las deudas, los especuladores inmobiliarios querían protección para invadir los territorios indios, los propietarios de esclavos necesitaban seguridad federal contra las revueltas de esclavos y los fugitivos, los obligacionistas querían un gobierno capaz de recaudar dinero en base a un sistema impositivo nacional, para así pagar los bonos.

Beard apuntó que había cuatro grupos que no estaban representados en la Convención Constitucional: los esclavos, los criados contratados, las mujeres y los no propietarios de tierras. La Constitución no recogía los intereses de estos grupos.

Quería dejar claro que no pensaba que la Constitución hubiera sido redactada solo para el beneficio personal de los Padres Fundadores de la patria americana, sino para beneficiar a los grupos que representaban, los «intereses económicos que entendían y sentían de una forma concreta y definida a través de su experiencia personal«.

En 1787, no sólo existía la necesidad positiva de un gobierno central fuerte para proteger los considerables intereses económicos existentes, sino un miedo inmediato de rebelión a cargo de los agricultores descontentos. La principal razón que alimentaba este miedo fue una revuelta que estalló en el verano de 1786 en el oeste de Massachusetts. Fue conocida como la Rebelión de Shays.

 

Capitán Luke, héroe de la Revolución de Shays

 

En las ciudades occidentales de Massachusetts el gobierno de Boston era visto con reservas. La nueva Constitución de 1780 había endurecido las dificultades que tenían los propietarios para votar. Nadie podía ejercer un cargo estatal sin ser bastante rico. Además, el gobierno se había negado a distribuir divisas en papel, como se había hecho en algunos estados más como Rhode Island, para facilitar que los agricultores endeudados pudieran pagar a sus creditores.

Empezaron a juntarse convenciones clandestinas en algunos de los condados occidentales para organizar la oposición al gobierno. Así de libremente se expresó en una de estas convenciones un hombre llamado Plough Jogger:

He recibido abusos de todo tipo, me han obligado a hacer un papel desproporcionado en la guerra, me han cargado de impuestos de clase municipales y provinciales, continentales y de toda clase, me han maltratado los sheriffs, los guardias y los recaudadores, y he tenido que vender mi ganado por menos de lo que vale… los hombres importantes se van a quedar con todo lo que tenemos y creo que va siendo hora de que nos levantemos y paremos esto, y no tengamos más sheriffs, ni recaudadores, ni abogados.

 

Tenían que realizarse juicios en el condado de Hampshire, en las ciudades de Northampton y Springfield, para expropiar el ganado de los agricultores que no habían pagado sus impuestos y para quitarles las tierras que ahora estaban repletas de grano listo para la cosecha. Y así, los veteranos del ejército continental, ya agraviados por el mal trato que habían recibido al licenciarse (recibieron certificados de futura amortización en vez de pagos en efectivo) empezaron a organizar a los agricultores en batallones y compañías. Uno de estos veteranos fue Luke Day, que la mañana del juicio llegó al juzgado con un cuerpo de pífanos y redobles, todavía enojado por el recuerdo de su encierro en la cárcel de los deudores durante el calor del verano anterior.

El sheriff recurrió a la milicia local para defender el juzgado contra estos agricultores armados, pero la mayoría de ellos estaba con Luke Day. El sheriff acabó reuniendo unos quinientos hombres, y los jueces se pusieron sus túnicas de seda negra, esperando que el sheriff protegiese su llegada al tribunal. Pero en las escaleras del mismo se encontraron con Luke Day, que les esperaba con una petición. Aseguraba que el pueblo tenía el derecho constitucional de protestar contra los actos anticonstitucionales del Tribunal General. Pidió a los jueces que aplazaran el juicio hasta que pudiera actuar el Tribunal General en nombre de los agricultores. Acompañaban a Luke Day unos mil quinientos agricultores armados. Los jueces, efectivamente, lo aplazaron.

Poco después, en los juzgados de Worcester y Athol, grupos de agricultores armados impidieron que los tribunales se reunieran para embargar terrenos. La milicia simpatizaba demasiado con los agricultores, o eran demasiado pocos, como para intervenir. En Concord, un veterano de dos guerras de cincuenta años, Job Shattuek, dirigió una caravana de carros, caballos y bueyes hacia el descampado municipal. Paralelamente enviaron un mensaje al juez:

La voz del Pueblo de este condado es soberana y los jueces no entrarán en este juzgado hasta que el Pueblo no haya tenido ocasión de airear los problemas que lo aquejan actualmente.

 

El gobernador y los líderes políticos de Massachusetts se alarmaron. Samuel Adams, en otros tiempos considerado líder radical en Boston, ahora insistió en que la gente actuara dentro de la legalidad. Dijo que «emisarios británicos» estaban incitando a los agricultores. La gente del pueblo de Greenwich respondió «Vosotros los de Boston tenéis el dinero, y nosotros no. ¿Y no actuasteis ilegalmente vosotros mismos en la Revolución?«. A los insurgentes ahora se les llamaba «reguladores«. Su emblema era una ramita de cicuta.

 

Manifestantes mirando a un deudor en una pelea con un recaudador de impuestos por el tribunal en Springfield, Massachusetts

 

El problema iba más allá de Massachusetts. En Rhode Island los deudores se habían adueñado del gobierno y estaban emitiendo billetes de banco. En Nueva Hampshire, en septiembre de 1786, varios miles de hombres rodearon el gobierno en Exeter, exigiendo que se les devolviera el dinero de los impuestos y que se emitieran billetes de banco. Sólo se dispersaron cuando se les amenazó con una intervención militar.

Daniel Shays entró en escena en Massachusetts occidental. Al estallar la Revolución, era un pobre trabajador agrícola. Se alistó en el ejército continental, luchó en Lexington, Bunker Hill y Saratoga, y fue herido en acción. En 1780, al no haber recibido su pago, se licenció del ejército, volvió a casa, y pronto se encontró en los tribunales por deudor. También vio lo que les pasaba a otros, a una mujer enferma que no podía pagar, le quitaron la cama donde estaba echada.

 

Daniel Shays: «Un retrato auténtico del jefe insurgente» de Nuestro primer siglo de 1878, de Richard Miller Devens

 

Lo que acabó de lanzar a Shays a la acción fue que el 19 de septiembre el Tribunal Judicial Supremo de Massachusetts había acusado a once líderes de la revuelta, incluidos tres amigos suyos, de ser «personas alborotadoras, rebeldes y sediciosas«.

Shays reunió a setecientos agricultores armados, la mayoría veteranos de la guerra, y los llevó a Springfield. A medida que se iban acercando, su cifra fue en aumento. Se les juntó una parte de la milicia, y empezaron a llegar refuerzos de las zonas rurales. Los jueces aplazaron las audiencias del día, y luego disolvieron el tribunal.

A continuación se reunió el Tribunal General en Boston y recibió órdenes del gobernador James Bowdoin de «vindicar la maltrecha dignidad del gobierno«. Los que acababan de rebelarse contra Inglaterra, desde la poltrona del poder, ahora llamaban al orden e imponían la legalidad. Sam Adams ayudó a redactar una Ley contra los Alborotos, y una resolución que suspendía el Habeas corpus, para permitir que las autoridades retuvieran a la gente en la cárcel sin juicio previo. Paralelamente, el gobierno se movilizó para hacer concesiones a los agricultores enfurecidos, diciendo que algunos de los antiguos impuestos se podían pagar en bienes en vez de metálico.

Esto no desbloqueó la situación. Se multiplicaron las confrontaciones entre los agricultores y la milicia. Pero el invierno empezó a dificultar los desplazamientos de los agricultores hacía los juzgados. Cuando Shays empezó una marcha de mil hombres hacía Boston, una tormenta de nieve les hizo retroceder, y uno de sus hombres murió congelado.

 

General Benjamin Lincoln (1733-1810)

 

Se preparó un ejército al mando del general Benjamin Lincoln financiado con dinero recaudado por los comerciantes de Boston. Los rebeldes estaban en minoría y en plena retirada. Shays se refugió en Vermont, y sus seguidores empezaron a rendirse. Hubo unas cuantas muertes más en combate, y luego actos de violencia esporádicos, desorganizados y desesperados contra las autoridades, quemaron pajares y mataron a los caballos de un general. Murió un soldado gubernamental en una extraña colisión nocturna de dos trineos.

A los rebeldes que capturaban se les juzgaba en Northampton y seis fueron condenados a muerte. Alguien colgó una nota en la puerta del sheriff principal de Pittsfield:

Tengo entendido que hay un grupo de mis compatriotas condenados a morir por luchar por la justicia. Prepare sin demora la muerte porque su vida o la mía será corta.

 

Se llevaron a juicio a treinta y tres rebeldes y seis más fueron condenados a muerte. El general Lincoln pidió piedad a una Comisión de Clemencia, pero Samuel Adams dijo «En la monarquía puede admitirse que el crimen de la traición sea perdonado o castigado con levedad, pero el hombre que se atreve a rebelarse contra las leyes de una república debe morir«. Hubo diversos ahorcamientos, se perdonó a algunos de los condenados. En 1788 Shays fue perdonado en Vermont, y devuelto a Massachusetts, donde murió pobre y en el anonimato en 1825.

 

Rebelión de Shays, 1786

 

Fue Thomas Jefferson quien, en calidad de embajador en Francia en tiempos de la Rebelión de Shays, habló de estas revueltas como de algo sano para la sociedad. En una carta a un amigo escribió: «Considero que alguna revueltilla de vez en cuando, es algo positivo. Es una medicina necesaria para la buena salud del gobierno. De vez en cuando hay que regar el árbol de la libertad con la sangre de patriotas y tiranos. Es su abono natural«.

Pero Jefferson estaba lejos de la escena. La élite política y económica del país distaba de ser tan tolerante. Temían que el ejemplo pudiera cuajar. Un veterano del ejército de Washington, el general Henry Knox, fundó una organización de veteranos, «La Orden del Cincinnati«. Knox escribió a Washington acerca de la Rebelión de Shays a finales de 1786, y al hacerlo expresaba el pensamiento de muchos de los líderes ricos y poderosos del país:

La gente que son rebeldes inmediatamente comparan su propia pobreza con la situacion de los ricos. Su credo es que la propiedad de los Estados Unidos ha sido protegida de las confiscaciones de Gran Bretaña con el esfuerzo conjunto de todos, y por lo tanto debe ser propiedad común de todos.

 

Alexander Hamilton, ayudante de campo de Washington durante la guerra, era uno de los más influyentes y astutos líderes de la nueva aristocracia. Expresó así su filosofía política:

Todas las comunidades se dividen entre los pocos y los muchos. Los primeros son los ricos y bien nacidos, los demás la masa del pueblo. La gente es alborotadora y cambiante, rara vez juzgan o determinan el bien. Hay que dar a la primera clase, pues, una participación importante y permanente en el gobierno. Sólo un cuerpo permanente puede controlar la imprudencia de la democracia.

 

En la Convención Constitucional, Hamilton sugirió que el Presidente y los senadores fueran cargos vitalicios.

La Convención no recogió su sugerencia. Pero tampoco dio opción a las elecciones populares, excepto en el caso de la Cámara de los Representantes, donde los requisitos los establecían las ejecutivas estatales (que exigían la tenencia de tierras para poder votar en casi todos los estados), y excluían a las mujeres, los indios y los esclavos. La Constitución hizo la provisión de que los senadores fuesen elegidos por los legisladores estatales, para que el Presidente fuera elegido por electores elegidos por los legisladores estatales, y que el Tribunal Supremo lo nombrara el Presidente.

 

La Constitución hizo la provisión de que los senadores fuesen elegidos por los legisladores estatales, para que el Presidente fuera elegido por electores elegidos por los legisladores estatales, y que el Tribunal Supremo lo nombrara el Presidente

 

Sin embargo, el problema de la democracia en la sociedad postrevolucionaria no eran las limitaciones constitucionales. Era algo más profundo, más allá de la Constitución, era la división de la sociedad en ricos y pobres. Si algunas personas tenían mucha riqueza e influencia, si tenían las tierras, el dinero, los periódicos, la iglesia, el sistema educativo, ¿cómo podrían las votaciones, por muy amplias que fueran, incidir en este poder?

Todavía quedaba otro problema: ¿no era natural que un gobierno representativo, incluso teniendo la más amplia base posible, fuera conservador, para prevenir el cambio tumultuoso?

Era hora de ratificar la Constitución, de someterla al voto en las convenciones estatales, y conseguir la aprobación de nueve de los trece estados. En Nueva York, donde el debate acerca de la ratificación fue intenso, aparecieron una serie de artículos de prensa anónimos que nos explican muchas cosas sobre la Constitución.

Estos artículos, que favorecían la adopción de la Constitución, fueron escritos por James Madison, Alexander Hamilton y John Jay, y se llegaron a conocer con el nombre de Federalist Papers (a los opositores de la Constitución se les conocería como los «antifederalistas»). 

En el Federalist Papers n°10, James Madison argumentaba que era necesario el gobierno representativo para mantener la paz en una sociedad plagada de disputas faccionales. Estas disputas provenían de «la distribución desequilibrada y desigual de la propiedad. Los que tienen y los que carecen de propiedades siempre han formado intereses distintos en la sociedad«. El problema, dijo, era cómo controlar las luchas faccionales que nacían de las desigualdades de la riqueza de unos y otros. A las facciones minoritarias se las podía controlar, dijo, gracias al principio de que las decisiones se tomarían en base al voto de la mayoría.

 

 

El verdadero problema, según Madison, era una facción mayoritaria, y aquí la solución la ofrecía la Constitución, con la creación de una «extensa república«, es decir, una gran nación que se extendiera por trece estados, porque entonces «será más difícil que los que sientan esta desigualdad descubran su propia fuerza, y que actúen en consonancia los unos con los otros«.

Como parte integrante de su argumento a favor de una república grande para mantener la paz, James Madison explica muy claramente, en Federalist Papers n°10, a quién beneficiaría la paz: «Una manía por los billetes de banco, por la abolición de las deudas por una división equitativa de la propiedad, o por cualquier otro proyecto impropio o diabólico, tendrá menos posibilidades de cuajar en toda la Unión que en un miembro particular de la misma«.

Cuando se entrevé el interés económico que yace en las cláusulas políticas de la Constitución, el documento se convierte no ya en el trabajo de hombres sabios que intentan establecer una sociedad decente y ordenada, sino en el trabajo de ciertos grupos que intentan mantener sus privilegios, a la vez que conceden un mínimo de derechos y libertades a una cantidad suficiente de gente como para asegurarse el apoyo popular.

En el nuevo gobierno, Madison sería de un partido (los Demócrata-Republicanos) junto con Jefferson y Monroe Hamilton pertenecería al partido rival (los Federalistas) junto con Washington y Adams. Pero ambos acordaron -uno negrero de Virginia, el otro comerciante de Nueva York– los objetivos del nuevo gobierno que estaban estableciendo. Estaban anticipando el largo y fundamental acuerdo de los dos partidos políticos del sistema americano.

Hamilton escribió en otro número de Federalist Papers que la nueva Unión sería capaz de «reprimir la facción doméstica y la insurrección«. Se refirió directamente a la Rebelión de Shays «La situación alborotada de la que apenas ha emergido Massachusetts nos da muestras de que los peligros de este tipo no son meramente teóricos«.

Fue Madison o quizás Hamilton (no siempre se sabe la autoría de los papeles individuales) quien, en Federalist Paper n°63, argumentó que era necesario un «Senado bien construido» que a veces sería necesario «como defensa para la gente contra sus propios errores y engaños temporales» y «En estos momentos críticos, ¡qué saludable resultará la intervención de un cuerpo sensato y respetable de ciudadanos para parar los pies a la carrera desorientada, y para parar el golpe mediado por el pueblo en contra de sí mismo, hasta que la razón, la justicia y la verdad puedan recuperar su autoridad por encima de la mentalidad pública!»

La Constitución era un acuerdo entre los intereses negreros del Sur y los intereses económicos del Norte. Para unificar los trece estados en un gran mercado para el comercio, los delegados norteños querían leyes que regulasen el comercio interestatal, e insistían en que estas leyes sólo requerían, para su aplicación, una mayoría en el Congreso. Los sureños se avinieron, a cambio de que les dejaran continuar con el comercio de esclavos durante veinte años, antes de su abolición.

Charles Beard nos avisó de que los gobiernos -incluido el gobierno de los Estados Unidos- no son neutrales, de que representan los intereses económicos predominantes, y de que sus constituciones se hacen para servir a estos intereses.

Efectivamente, había muchos terratenientes. Pero unos tenían muchas más propiedades que otros. Algunos tenían grandes terrenos, muchos (aproximadamente una tercera parte) tenían unos pocos, y otros no tenían nada.

 

Abigail Adams, esposa del Presidente John Adams

 

No obstante, una tercera parte, que representaba a una cantidad considerable de personas, sentía que la estabilidad del nuevo gobierno iba a beneficiarles. Esto era un apoyo para el gobierno más amplio del que tuviera ningún otro gobierno en cualquier parte del mundo a finales del siglo dieciocho. Además, los trabajadores artesanales urbanos tenían mucho interés en un gobierno que protegiera su trabajo de la competencia extranjera.

Esto era especialmente aplicable en el caso de Nueva York. Cuando el noveno y décimo de los estados hubieron ratificado la Constitución, cuatro mil trabajadores artesanales de la ciudad de Nueva York lo celebraron con un desfile con carrozas y pancartas. Los panaderos, cerrajeros, cerveceros, constructores de barcos, toneleros, carreteros y sastres, todos desfilaron. Necesitaban un gobierno que les protegiera de los sombreros, de los zapatos británicos y de otros productos que entraban en grandes cantidades en las colonias después de la Revolución. En consecuencia, los trabajadores artesanales a menudo daban su apoyo electoral a los potentados conservadores.

La Constitución, pues, ilustra la complejidad del sistema americano sirve a los intereses de una élite rica, pero también deja medianamente satisfechos a los pequeños terratenientes, a los trabajadores y agricultores de salario medio, y así se construye un apoyo de amplia base. La gente con cierta posición que conformaban esta base de apoyo eran un freno contra los negros, los indios y los blancos muy pobres. Permitían que la élite mantuviera el control con un mínimo de coerción, un máximo de fuerza legal y un barnizado general de patriotismo y unidad.

 

La gente con cierta posición que conformaban esta base de apoyo eran un freno contra los negros, los indios y los blancos muy pobres

 

La Constitución se hizo todavía más aceptable al gran público después del primer Congreso, que, en respuesta a las críticas, aprobó una serie de enmiendas conocidas con el nombre de Bill of Rights (Ley de Derechos). Estas enmiendas parecían convertir al nuevo gobierno en guardián de las libertades populares para hablar, publicar, rezar, hacer peticiones, reunirse, para recibir un juicio justo, para estar seguros en casa ante las intrusiones oficiales. Era, pues, un proyecto perfectamente diseñado para conseguir el apoyo popular para el nuevo gobierno. Lo que aún no se percibía con claridad (en un tiempo en el que el lenguaje de la libertad era nuevo y su aplicación improbada) era la inconsistencia de las libertades personales cuando éstas quedaban en manos de los ricos y poderosos.

 

Lo que aún no se percibía con claridad era la inconsistencia de las libertades personales cuando éstas quedaban en manos de los ricos y poderosos

 

Existía el mismo problema en las otras disposiciones de la Constitución, como la cláusula que prohibía a los estados el «perjuicio a la obligación del contrato» o la que daba al Congreso competencias para recaudar impuestos de la gente y de apropiarse de ese dinero.

 

Alexander Hamilton, retrato de 1792.

 

Todos estos poderes parecen benignos y neutrales hasta que uno se pregunta: ¿Recaudar impuestos a quién? ¿Para qué? ¿Apropiarse de qué, para quién?

Proteger los contratos de todo el mundo parece un acto de justicia, de trato igualitario, hasta que se considera que los contratos que se hacen entre ricos y pobres, entre empresario y empleado, terrateniente y arrendatario, acreedor y deudor, generalmente favorecen a la más poderosa de las dos partes. Así, el hecho de proteger estos contratos equivale a colocar el gran poder del gobierno -sus leyes, tribunales, sheriffs, policía- al lado de los privilegiados, y no hacerlo, como en los tiempos premodernos, como un ejercicio de fuerza bruta contra los débiles, sino como un tema de legalidad.

 

Proteger los contratos de todo el mundo parece un acto de justicia, de trato igualitario, hasta que se considera que los contratos que se hacen entre ricos y pobres, entre empresario y empleado, terrateniente y arrendatario, acreedor y deudor, generalmente favorecen a la más poderosa de las dos partes

 

La Primera Enmienda a la Ley de Derechos muestra el interés que se escondía tras la inocencia. Aprobada en 1791 por el Congreso, estipulaba que «el Congreso no hará ninguna ley que recorte la libertad de expresión, ni de prensa«. No obstante, siete años después de que la Primera Enmienda se incluyera en la Constitución, el Congreso aprobó una ley que recortaba severamente la ley de expresión.

Fue la Ley de Sedición de 1798, aprobada por la administración de John Adams en un tiempo en el que los irlandeses y los franceses eran vistos en Estados Unidos como peligrosos revolucionarios, debido a la reciente Revolución Francesa y a las rebeliones irlandesas. La Ley de Sedición criminalizaba el hecho de decir o escribir algo «falso, escandaloso o malicioso» contra el gobierno, el Congreso o el Presidente, con intento de difamarlos, desprestigiarlos o excitar el odio del pueblo contra ellos.

Esta ley parecía violar directamente la primera Enmienda. Sin embargo, fue aprobada. Se encarceló a diez americanos por pronunciarse contra el gobierno, y cada miembro del Tribunal Supremo del período 1798-1800, ejerciendo como jueces de apelación, lo consideró constitucional. A pesar de la Primera Enmienda, la ley común británica de «libelo sedicioso» todavía se mantenía en América. Esto significaba que mientras que el gobierno no podía ejercer «la censura previa» -eso es, impedir con antelación que se produzca un pronunciamiento o una publicación- con posterioridad podía legalmente castigar al autor o escritor en cuestión. De esta forma, el Congreso ha tenido una base legal conveniente para justificar las leyes que ha sancionado desde esa época, criminalizando ciertas modalidades de expresión.

Y al ser el castigo posterior a los hechos un poderoso factor disuasivo respecto al ejercicio de la libertad de expresión, la idea de la «falta de censura previa» queda invalidada. Este paso quitaba a la Primera Enmienda el blindaje que a primera vista parecía tener.

¿Se aplicaron las disposiciones económicas de la Constitución de forma tan igualmente débil? Tendremos un ejemplo ilustrativo casi de inmediato, en la primera administración de Washington, cuando el Secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, ejerció los poderes del Congreso para imponer impuestos y apropiarse del dinero.

 

Alexander Hamilton – National Constitution Center Signers’ Hall

 

Hamilton, creyendo que el gobierno debía aliarse con los elementos más ricos de la sociedad para hacerse más fuerte, propuso una serie de leyes al Congreso que expresaban esta filosofía -y que fueron aprobadas. Se fundó un Banco de los Estados Unidos como una asociación entre el gobierno y ciertos intereses bancarios. Se introdujo una tarifa para ayudar a los industriales. Se acordó pagar a los obligacionistas (la mayoría de las obligaciones de la guerra estaban ahora concentradas en manos de un pequeño grupo de ricos) el valor integral de los bonos. Se introdujeron leyes impositivas para recaudar fondos para pagar estos bonos.

Una de estas leyes era la del Impuesto del Whiskey, que dañó especialmente a los pequeños agricultores que cultivaban grano para convertirlo en whiskey y venderlo. En 1794, los agricultores del oeste de Pennsylvania se levantaron en armas y se rebelaron contra la recaudación de este impuesto. Hamilton, el secretario del Tesoro, movilizó a las tropas para reprimirlos. Por lo tanto veremos cómo, en los primeros años de vigencia de la Constitución, algunas de sus disposiciones, incluidas las más ostentosamente coreadas (como la Primera Enmienda), podrían ser tratadas con ligereza. Otras (como la competencia para recaudar impuestos) serían impuestas enérgicamente.

Sin embargo, todavía persiste la mitología respecto a los Padres Fundadores ¿Eran hombres sabios y justos que intentaban conseguir el equilibrio del poder? De hecho, no querían ese tipo de equilibrio, sino uno que mantuviese las cosas en su sitio, un equilibrio entre las fuerzas dominantes de la época. Lo seguro es que no querían un equilibrio igualitario entre esclavos y amos, entre los desprovistos de tierra y los terratenientes, entre indios y blancos.

Los Padres Fundadores no tomaron ni siquiera en cuenta a la mitad de la población. A ese segmento no se le mencionaba en la Declaración de Independencia, estaba ausente de la Constitución, y era invisible en la nueva política democrática. Se trata de las mujeres de la joven América.