DEL DEBER DE LA DESOBEDIENCIA CIVIL
Derecho de Resistencia a la Opresión
El Derecho de Resistencia a la Opresión fue incluido de forma expresa en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, que en su Segundo Parágrafo establece: “La finalidad de todas las asociaciones políticas es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre; y esos derechos son libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión”.
También podemos encontrarlo en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, que en su párrafo más famoso declara: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.
El Derecho de Resistencia a la Opresión encuentra también expresión en la vigente Constitución Española de 1978, así su Artículo 10, 1º declara: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”.
P.D.: Si la definición de Justicia clásica (Ulpiano) supone el «dar a cada uno lo suyo«, no conviene olvidar que la Justicia también se define como “lo que, en Tribunal de cinco, deciden tres”.
Chus
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Del deber de la desobediencia civil
(Fragmento)
Por H. D. Thoreau
“No importa cuán pequeño pueda parecer el comienzo: lo que se hace bien, bien hecho queda para siempre. Pero nos gusta más hablar de ello: esa, decimos, es nuestra misión.
La Reforma cuenta con innumerables periódicos a su favor, pero no tiene un solo hombre. Dad vuestro voto completo, no una simple tira de papel; comprometed toda vuestra influencia. Una minoría es impotente sólo cuando se aviene a los dictados de la mayoría.
Si un millar de personas rehusaran satisfacer sus impuestos este año, la medida no sería ni sangrienta ni violenta. Y esa es, de hecho, la definición de revolución pacífica, si tal es posible. Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido.
Nuestros legisladores no han aprendido aún el valor relativo que encierra el libre comercio y la libertad, la unión y la rectitud. Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad.
Un Estado que produjere esta clase de fruto y acertare a desprenderse de él tan pronto como hubiere madurado prepararía el camino hacia otro más perfecto y glorioso, que también he soñado, pero del que no se ha visto aún traza alguna”.
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EL GOBIERNO DE ESPAÑA REFORMA EL DELITO DE MALVERSACIÓN
¿Y qué significa esto?
Punto Crítico, 14 NOV 2022
MALVERSACIÓN (DE CAUDALES PÚBLICOS): La malversación es un delito especial propio (pues existe un tipo común paralelo) de apropiación indebida del patrimonio público o administración desleal del mismo que solo puede cometerse por autoridades o por funcionarios públicos. Se regula en los artículos 432 a 435 del Código Penal, dentro de los delitos contra la Administración pública.
El bien jurídico protegido en el delito de malversación es la Administración Pública en cuanto a su organización interna y a su relación con los ciudadanos, y su objeto material es el patrimonio público (por ello, en la Malversación, el enriquecimiento del autor o de terceros no resulta relevante, por resultar irrelevante en orden al Bien Jurídico que protege).
Su «tipo común paralelo» (delito de hurto) tiene diferente objeto (propiedad privada), y el bien jurídico protegido, por tanto, en el Hurto resulta de mucha menor entidad que en la Malversación.
ES DECIR, LOS CORRUPTOS QUE NOS PASTOREAN VAN A PODER ROBAR NUESTROS IMPUESTOS SIN INCURRIR EN UN GRAVE DELITO.
La infamia alcanza cotas impensables.
LA ÚNICA RESPUESTA ES NEGARSE A PAGAR IMPUESTOS: LA DESOBEDIENCIA CIVIL.
POR ESO HAN CENSURADO ESTE POST.
Es el «RÉGIMEN DEL 78″, «LA MEGAMÁQUINA DE ROBAR HEREDADA DEL FRANQUISMO«.
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Del deber de la desobediencia civil
Por H. D. Thoreau
No vacilo en decir que quienes se proclaman abolicionistas debieran retirar inmediata y efectivamente todo su apoyo, tanto personal como material, al gobierno de Massachusetts sin esperar a constituir una mayoría de uno para que les afecte el derecho de prevalecer por vía colectiva.
Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido.
Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido.
Estimo que es suficiente si tienen a Dios de su parte, y que no hace falta aguardar a sumar ese uno adicional. Además, cualquier hombre que sea más justo que sus vecinos, constituye ya una mayoría de uno. Y yo confronto a este Gobierno americano o a su representante, el Gobierno del Estado, directamente, cara a cara, una vez al año nada más, en la persona de su recaudador de impuestos; del único modo que le cabe hacerlo a un hombre de mi situación; entonces, me dice taxativamente: Reconóceme; y la manera más sencilla y efectiva -y en el estado actual de las cosas, indispensable- de tratarlo en base a esta presentación, expresando tu poca satisfacción y amor para con él es negándolo. Mi convecino civil, el recaudador de impuestos, es la persona con que he de vérmelas -pues es con hombres, al fin y al cabo, y no con papeles, con lo que yo peleo-, persona que libremente ha elegido ser un agente del Gobierno.
Sé bien que si un millar, un centenar, una docena tan sólo de hombres que podría nombrar -si sólo diez hombres honestos…- ¡Ay, si UN HOMBRE HONESTO en este Estado, en Massachusetts, dejando de guardar esclavos se retirare efectivamente de esta sociedad nacional de la que es consocio, y fuera por ello encerrado en la cárcel del condado, la esclavitud daría fin en América.
Bajo un gobierno que encarcela a cualquiera injustamente, el lugar apropiado para el justo es también la prisión. Y, hoy, el sitio adecuado, el único que Massachusetts ha proporcionado para sus espíritus más libres y menos desalentables está en sus prisiones, donde han de ser separados y enajenados del Estado, por acción de éste, dado que ellos ya lo han hecho por sus principios
Pues no importa cuán pequeño pueda parecer el comienzo: lo que se hace bien, bien hecho queda para siempre. Pero nos gusta más hablar de ello: esa, decimos, es nuestra misión. La Reforma cuenta con innumerables periódicos a su favor, pero no tiene un solo hombre.
Bajo un gobierno que encarcela a cualquiera injustamente, el lugar apropiado para el justo es también la prisión. Y, hoy, el sitio adecuado, el único que Massachusetts ha proporcionado para sus espíritus más libres y menos desalentables está en sus prisiones, donde han de ser separados y enajenados del Estado, por acción de éste, dado que ellos ya lo han hecho por sus principios.
Allí es donde debieran dar con ellos el esclavo fujitivo y el prisionero mejicano en libertad condicional, y el indio venido a denunciar las injusticias hechas a su raza; en este terreno de exclusión, pero más libre y honorable, donde el Estado coloca a aquellos que no están con él, sino contra él -el único hábitat donde, en un Estado esclavizador, el hombre puede vivir con honor.
Si alguien cree que su influencia se perdería en ese lugar, que sus voces, pues, han dejado de infligirse a los oídos del Estado, y que ya no es enemigo de cuenta tras de los muros, si alguien piensa así, digo, es que no sabe que la verdad es mucho más fuerte que el error, ni con cuánta mayor eficacia y elocuencia puede combatir la injusticia aquél que la ha experimentado, aunque sólo sea en medida escasa, en su propia persona.
Pues no importa cuán pequeño pueda parecer el comienzo: lo que se hace bien, bien hecho queda para siempre
Dad vuestro voto completo, no una simple tira de papel; comprometed toda vuestra influencia. Una minoría es impotente sólo cuando se aviene a los dictados de la mayoría; no es, entonces, siquiera minoría. Pero es irresistible cuando detiene el curso de los eventos oponiéndoles su peso.
Si un millar de personas rehusaran satisfacer sus impuestos este año, la medida no sería ni sangrienta ni violenta, como sí, en cambio, el proceder contrario, que le permitiría al Estado el continuar perpetrando acciones violentas con derramamiento de sangre inocente. Y esa es, de hecho, la definición de revolución pacífica, si tal es posible.
Si el recaudador de impuestos o cualquier otro funcionario público me pregunta, como así ha ocurrido ya, “pero ¿qué he de hacer yo?”, mi respuesta es: “Si en verdad deseas colaborar, renuncia al cargo”. Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido. Suponed, no obstante, que corra la sangre. ¿Acaso no se vierte ésta cuando es herida la conciencia? La auténtica virilidad e inmortalidad del hombre se pierden por esa herida, ya que se desangra hasta la muerte eterna. Y yo veo correr ahora esos ríos de sangre.
Si hubiere alguien que viviere totalmente ajeno al uso del dinero, el propio Estado dudaría en reclamárselo. Pero el rico -para no llegar a ninguna comparación envidiosa- se vende siempre a la institución que lo enriquece. En términos absolutos: cuanto más dinero, menos virtud; pues aquél se interpone entre el hombre y sus objetivos, que alcanza por él, de modo que no hubo mucho de virtud en su logro. El soporte moral, pues, desaparece de debajo de sus pies.
Las oportunidades de vivir disminuyen en proporción directa al aumento de los llamados “medios”. Lo mejor que un hombre puede hacer por su cultura cuando es rico consiste en tratar de desarrollar y sacar adelante los planes que abrigara de pobre.
Me cuesta menos, en todos los sentidos, el incurrir en pena de desobediencia al Estado que el obedecer, en cuyo caso me sentiría mermado en mi propia estimación
Es posible enriquecerse incluso en Turquía, siempre que se sea un buen súbdito del gobierno turco en todos los aspectos. Confucio dijo: “Si un Estado se gobierna por los principios de la razón, la pobreza y la miseria están sujetas a vergüenza; pero si no se gobierna por aquéllos, son la riqueza y los honores los sujetos a la vergüenza”. Me cuesta menos, en todos los sentidos, el incurrir en pena de desobediencia al Estado que el obedecer, en cuyo caso me sentiría mermado en mi propia estimación.
Pero yo no he nacido para ser violentado. Y respiraré a mi aire; veremos quién es el más fuerte. ¿Qué fuerza tiene la multitud? Sólo pueden forzarme a algo aquellos que obedecen a una ley superior a la mía: me obligan a ser como ellos. Pero no he oído que los hombres sean forzados a vivir de ese u otro modo. ¿Qué vida sería esa?
Yo no soy responsable del buen funcionamiento de la sociedad. No soy el hijo del ingeniero. Observo que cuando una bellota y una castaña caen juntas, una no permanece inerte para dejar paso a la otra, sino que ambas obedecen sus propias leyes y rebrotan, crecen tan bien como les es posible, hasta que una acaso supere y destruya a la otra. Si una planta no puede vivir de acuerdo con su naturaleza, muere; igual ocurre con el hombre.
Nunca me he negado a pagar el impuesto viario, pues tan deseoso estoy de ser un buen vecino como un mal súbdito; y en lo que al sostenimiento de las escuelas se refiere, ahora mismo estoy aportando mi parte a la educación de mis conciudadanos. No es por nada en particular que me niego a someterme a la ley fiscal. Simplemente, deseo rehusar mi adhesión al Estado, retirarme y mantenerme efectivamente al margen de él. De hecho, declaro llanamente mi guerra al Estado, a mi modo, aunque seguiré haciendo uso y obteniendo cuantas ventajas pueda de él, como es habitual en estos casos.
Si un hombre es libre de pensar, de soñar, de desear, no hay reformadores ni gobiernos insensatos que puedan interrumpirle fatalmente
No deseo querella con hombre o nación alguna. No busco tampoco purismos ni sutilísimas distinciones, como tampoco el situarme en un plano mejor que el de mis convecinos. Trato, más bien, si puedo decirlo, de dar incluso con una excusa para atenerme a las leyes del país. Estoy más que presto a convenir con aquéllos. Y, ciertamente, tengo razones para pensar que me hallo ya en esta vía; y cada año, cuando aparece el recaudador de impuestos, está en mi ánimo el revisar los actos y la postura de los gobiernos general y del Estado, así como el espíritu de las gentes, para descubrir un pretexto que me permita dar mi conformidad.
Desde un punto de vista más llano, la Constitución es muy buena, aun con todas sus faltas; las leyes y los tribunales son muy respetables; hasta el gobierno de este Estado y aun el americano son muy admirables y raros en numerosos sentidos y acreedores de nuestro agradecimiento, tal como han sido descritos por numerosos grandes; sin embargo, desde un punto de vista algo más elevado, no son más que lo que revela mi retrato de ellos.
Con todo, el Gobierno no es algo que me preocupe en demasía, y pocos serán los pensamientos que gaste en él. No son muchos los momentos de mi vida que vivo bajo una regla, ni siquiera en este mundo. Si un hombre es libre de pensar, de soñar, de desear, no hay reformadores ni gobiernos insensatos que puedan interrumpirle fatalmente.
Sé que la mayoría de los hombres piensan de un modo diferente a mí; y aquellos cuyas vidas están por profesión dedicadas al estudio de estos temas o similares me satisfacen tan poco como los demás. Los estadistas y los legisladores, que de forma tan plena se hallan integrados en la institución, jamás la contemplan crítica y crudamente. Tienden a olvidarse de que el mundo no es gobernado mediante un programa político y la conveniencia.
No ha habido hombre alguno de genio legislador en América. Son raros en la historia del mundo. Abundan los oradores, los políticos, los hombres especialmente elocuentes: se cuentan por miles; pero no ha abierto aún la boca aquel orador capaz de resolver los numerosos y muy vilipendiados problemas que nos acucian hoy. Nos gusta la elocuencia por sí misma y no por la verdad de que puede ser portadora o por el heroísmo que pueda inspirar.
Nuestros legisladores no han aprendido aún el valor relativo que encierra el libre comercio y la libertad, la unión y la rectitud. El Nuevo Testamento ha sido escrito hace ya mil ochocientos años -aunque acaso no tenga derecho a referirme a ello- y sin embargo, ¿dónde está el legislador con sabiduría y talento práctico suficiente para hacer uso de la luz que aquél imparte sobre la ciencia de la legislación?
El progreso desde una monarquía absoluta a otra de carácter limitado es un avance hacia el verdadero respeto por el individuo. Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, y, en consecuencia, le dé el tratamiento correspondiente.
Me complazco imaginándome un Estado, al fin, que puede permitirse el ser justo con todos los hombres y acordar a cada individuo el respeto debido a un vecino; que incluso no consideraría improcedente su propio reposo el que unos cuantos decidieran vivir marginados, sin interferir con él ni acogerse a él, pero cumpliendo sus deberes de vecino y prójimo.
Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no reconozca al individuo como poder superior independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, y, en consecuencia, le dé el tratamiento correspondiente
Un Estado que produjere esta clase de fruto y acertare a desprenderse de él tan pronto como hubiere madurado prepararía el camino hacia otro más perfecto y glorioso, que también he soñado, pero del que no se ha visto aún traza alguna.
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HENRY DAVID THOREAU (1817-1862), Del deber de la desobediencia civil (3ª parte). Ediciones del Cotal, 1976 – Filosofía Digital 2006
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