HERBERT READ: ACERCA DE LA JUSTICIA. Filosofía del Anarquismo.

HERBERT READ: ACERCA DE LA JUSTICIA

 

CHRIS HEDGES: LA INMINENTE EXTRADICIÓN DE JULIAN ASSANGE Y LA MUERTE DEL PERIODISMO

MintPress News, 19 JUNIO 2023

 

WASHINGTON DC — (Scheerpost) — El juez de la Corte Suprema Jonathan Swift —quien anteriormente trabajó para una variedad de agencias gubernamentales británicas como abogado y dijo que sus clientes favoritos son las «agencias de seguridad e inteligencia»— rechazó dos solicitudes de los abogados de Julian Assange para apelar su extradición. la semana pasada. La orden de extradición fue firmada en junio pasado por la ministra del Interior, Priti Patel. El equipo legal de Julian ha presentado una solicitud final de apelación, la última opción disponible en los tribunales británicos. Si se acepta, el caso podría proceder a una audiencia pública frente a dos nuevos jueces del Tribunal Superior. Si es rechazado, Julian podría ser extraditado de inmediato a los Estados Unidos, donde será juzgado por 18 cargos de violar la Ley de Espionaje, cargos por los que podría recibir una sentencia de 175 años, tan pronto como esta semana.

La única posibilidad de bloquear una extradición, si se rechaza la apelación final, como espero que ocurra, vendría del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). El  brazo parlamentario  del Consejo de Europa, que creó el TEDH,  junto con su Comisionado para los Derechos Humanos, se oponen a la “detención, extradición y enjuiciamiento” de Julian porque representa “un precedente peligroso para los periodistas”. No está claro si el gobierno británico acataría la decisión del tribunal, aunque está obligado a hacerlo, si fallara en contra de la extradición, o si el Reino Unido extraditaría a Julian antes de que se pueda escuchar una apelación ante el tribunal europeo. Julian, una vez enviado a los EE. UU., sería juzgado en el Tribunal de Distrito de los EE. UU. para el Distrito Este de Virginia, donde   el gobierno de los EE. UU. ha ganado la mayoría de los casos de espionaje.

La jueza Vanessa Baraitser del Tribunal de Magistrados de Westminster  se negó  a autorizar la solicitud de extradición del gobierno de EE. UU. en enero de 2021 debido a la gravedad de las condiciones que soportaría Julian en el sistema penitenciario de EE. UU.

“Frente a las condiciones de aislamiento casi total sin los factores protectores que limitaron su riesgo en [la Prisión de Su Majestad] Belmarsh, estoy satisfecho de que los procedimientos descritos por los EE. UU. no evitarán que el Sr. Assange encuentre la manera de suicidarse”, dijo. Baraitser al  dictar su  fallo  de 132 páginas, “y por eso he decidido que la extradición sería opresiva por daño mental y ordeno su liberación”.

La decisión de Baraitser fue  revocada  luego de  una apelación  de las autoridades estadounidenses. El Tribunal Superior  aceptó  las conclusiones del tribunal inferior sobre el aumento del riesgo de suicidio y las condiciones inhumanas de prisión. Pero también aceptó cuatro  garantías  en la Nota Diplomática de EE.UU. no. 74, entregada al tribunal en febrero de 2021, que prometía que Julian sería bien tratado. El gobierno de EE. UU. afirmó que sus garantías “responden por completo a las preocupaciones que hicieron que el juez [en el tribunal inferior] despidiera al Sr. Assange”. Las “garantías” establecen que Julián no estará sujeto a Medidas Administrativas Especiales (SAMs). Prometen que Julian, un ciudadano australiano, puede cumplir su condena en Australia si el gobierno australiano solicita su extradición. Prometen que recibirá atención clínica y psicológica adecuada. Prometen que, antes y después del juicio, Julian no será retenido en el Centro Administrativo Máximo (ADX) en Florence, Colorado. Nadie está detenido antes del juicio en ADX Florence. Pero suena tranquilizador. ADX Florence no es la única prisión de máxima seguridad en los EE. UU. Julian puede ubicarse en una de nuestras otras instalaciones similares a las de Guantánamo en una Unidad de Gestión de Comunicaciones (CMU). Las CMU son unidades altamente restrictivas que replican el aislamiento casi total impuesto por las SAM.

Ninguna de estas “garantías” vale el papel en el que están escritas. Todos vienen con  cláusulas de escape. Ninguno es legalmente vinculante. Si Julian hace «algo posterior a la oferta de estas garantías que cumpla con las pruebas para la imposición de SAM o la designación de ADX», el tribunal reconoció que estará  sujeto a estas formas de control más duras.

Si Australia no solicita una transferencia, «no puede ser motivo de crítica a los EE. UU., o una razón para considerar que las garantías son inadecuadas para satisfacer las preocupaciones del juez», se lee en el fallo. E incluso si ese no fuera el caso, Julian tardaría de 10 a 15 años en apelar su sentencia ante la Corte Suprema de los EE. UU., tiempo más que suficiente para destruirlo psicológica y físicamente.

Sin duda, el avión que espera para llevar a Julian a los EE. UU. estará bien equipado con vendas para los ojos, sedantes, grilletes, enemas, pañales y monos utilizados para facilitar las «entregas extraordinarias»  realizadas  por la CIA.

La extradición de Julian será el siguiente paso en la ejecución a cámara lenta del editor y fundador de WikiLeaks y uno de los periodistas más importantes de nuestra generación. Garantizará que Julian pase el resto de su vida en una prisión estadounidense. Creará precedentes legales que criminalizarán cualquier investigación sobre el funcionamiento interno del poder, incluso por parte de ciudadanos de otro país. Será un duro golpe para nuestra  anémica democracia, que se está transformando rápidamente en  totalitarismo corporativo.

Estoy tan aturdido por este asalto frontal completo al periodismo como por la falta de indignación pública, especialmente por parte de los medios. El  llamamiento  muy tardío de The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País —todos los cuales publicaron material proporcionado por WikiLeaks— para retirar los cargos de extradición es demasiado poco y demasiado tarde. Todas las protestas públicas a las que he asistido en defensa de Julian en los EE. UU. cuentan con escasa asistencia. Nuestra pasividad nos hace cómplices de nuestra propia esclavitud.

El caso de Julian, desde el principio, ha sido una farsa judicial.

El expresidente ecuatoriano Lenín Moreno rescindió los derechos de asilo de Julián como refugiado político, en violación del derecho internacional. Luego autorizó a la Policía Metropolitana de Londres a ingresar a la Embajada de Ecuador, territorio soberano sancionado diplomáticamente, para arrestar a un ciudadano naturalizado de Ecuador. El gobierno de Moreno, que revocó la ciudadanía de Julian, recibió  un  gran  préstamo  del Fondo Monetario Internacional para su asistencia. Donald Trump, al exigir la extradición de Julian bajo la Ley de Espionaje, criminalizó el periodismo, de la misma manera que lo hizo Woodrow Wilson cuando cerró  publicaciones  socialistas como The Masses.

Las audiencias, a algunas de las cuales  asistí  en Londres y otras en línea, se burlaron de los protocolos legales básicos. Incluyeron la decisión de ignorar la vigilancia de la CIA y la grabación de las reuniones entre Julian y sus abogados durante su tiempo como refugiado político en la embajada, destripando el privilegio abogado-cliente. Esto solo debería haber hecho que el caso fuera desestimado. Incluyeron validar la decisión de acusar a Julian, aunque no es ciudadano estadounidense, bajo la Ley de Espionaje. Incluyeron contorsiones kafkianas para convencer a los tribunales de que Julian no es periodista. Ignoraron el artículo 4 del  tratado de extradición entre Reino Unido y Estados Unidos que prohíbe la extradición por delitos políticos. Observé cómo el fiscal James Lewis, en representación de los EE. UU., daba instrucciones legales a la jueza Baraitser, quien las adoptó rápidamente como su decisión legal.

El linchamiento judicial de Julian tiene mucho más en común con los oscuros días de  Lubyanka  que con los ideales de la jurisprudencia británica.

El debate sobre matices legales arcanos nos distrae del hecho de que Julian no ha cometido ningún delito en Gran Bretaña, aparte de un antiguo cargo de incumplimiento de las condiciones de la fianza cuando solicitó asilo en la Embajada de Ecuador. Normalmente esto implicaría una multa. En cambio, fue sentenciado a un año en la prisión de Belmarsh y ha estado recluido allí desde abril de 2019.

La decisión de buscar la extradición de Julian,  contemplada por la administración de Barack Obama, fue adoptada por la administración Trump luego de la publicación  de WikiLeaks   de los documentos conocidos como Vault 7, que  expusieron  los programas de guerra cibernética de la CIA diseñados para monitorear y tomar el control de automóviles, televisores inteligentes, Internet. navegadores y los sistemas operativos de la mayoría de los teléfonos inteligentes, así como Microsoft Windows, MacOS y Linux.

Julian, como  señalé  en una columna archivada en Londres el año pasado, está en el punto de mira debido a los registros de la guerra de Irak, publicados en octubre de 2010, que documentan numerosos crímenes de guerra estadounidenses,  incluidas  las imágenes vistas en el  video Collateral  Murder  , del asesinato a tiros de dos periodistas de Reuters y otros 10 civiles e hirió gravemente a dos niños.

Está en el punto de mira porque hizo público el asesinato de casi 700 civiles que se habían acercado demasiado a los convoyes y puestos de control estadounidenses, incluidas  mujeres embarazadas, ciegos y sordos, y  al menos  30 niños.

Está en el punto de mira porque  expuso  más de 15.000 muertes no denunciadas de civiles iraquíes y la  tortura y el abuso  de unos 800 hombres y niños, de entre 14 y 89 años, en el campo de detención de la Bahía de Guantánamo.

Está en el punto de mira porque  nos mostró  que Hillary Clinton en 2009 ordenó a los diplomáticos estadounidenses que espiaran al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y a otros representantes de la ONU de China, Francia, Rusia y el Reino Unido, espionaje que incluía la obtención de ADN, escaneos del iris, huellas dactilares. , y contraseñas personales, todo parte del largo patrón de vigilancia ilegal que incluyó escuchar a escondidas al secretario general de la ONU, Kofi Annan, en las semanas previas a la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003.

Está en la mira porque expuso  que  Obama, Hillary Clinton y la CIA respaldaron el golpe militar de junio de 2009 en Honduras que  derrocó  al presidente elegido democráticamente Manuel Zelaya, reemplazándolo con un régimen militar asesino y corrupto.

Está en el punto de mira porque  publicó  documentos que revelaban que Estados Unidos lanzó en secreto ataques con misiles, bombas y aviones no tripulados contra Yemen, matando a decenas de civiles.

Está en la mira porque hizo  públicas  las charlas extraoficiales que Hillary Clinton dio a Goldman Sachs, charlas por las que le pagaron 657.000 dólares, una suma tan grande que solo puede considerarse un soborno, así como sus garantías privadas a Wall  Street, que cumpliría sus órdenes mientras  prometía  la regulación y reforma de las finanzas públicas.

Sólo por revelar estas verdades es culpable.

El sistema judicial estadounidense es aún más draconiano que el sistema judicial británico. Puede usar SAM, leyes antiterroristas y la Ley de Espionaje para impedir que Julian  hable en público, sea liberado bajo fianza o vea la evidencia «secreta» utilizada para condenarlo.

La CIA fue creada para llevar a cabo asesinatos, golpes de Estado, torturas, secuestros, chantajes, difamación y espionaje ilegal. Se ha dirigido a ciudadanos estadounidenses, en violación de su estatuto. Estas actividades fueron expuestas en 1975 por las audiencias del Comité Church en el Senado y las audiencias del Comité Pike en la Cámara.

Trabajando con  UC Global, la firma de seguridad española en la embajada,  la CIA puso  a Julian bajo vigilancia digital y de video las 24 horas. Hablaba de  secuestrarlo y asesinarlo mientras estaba en la embajada, que  incluía  planes de un tiroteo en las calles con la participación de la Policía Metropolitana de Londres. Estados Unidos  asigna  un presupuesto negro secreto de $ 52 mil millones al año para ocultar  múltiples tipos  de proyectos clandestinos llevados a cabo por la Agencia de Seguridad Nacional, la CIA y otras agencias de inteligencia, generalmente más allá del escrutinio del Congreso. Todas estas actividades clandestinas, especialmente después de los ataques del 11 de septiembre, se han expandido masivamente.

El Senador Frank Church, después de  examinar  los documentos de la CIA fuertemente redactados entregados a su comité,  definió  la actividad encubierta de la CIA como “un disfraz semántico para el asesinato, la coerción, el chantaje, el soborno, la difusión de mentiras”.

La CIA y las agencias de inteligencia, junto con las fuerzas armadas, que operan sin la supervisión efectiva del Congreso, son los motores detrás de la extradición de Julian. Julián infligió, al exponer sus crímenes y mentiras, una herida dolorosa. Exigen venganza. El control que estas fuerzas buscan en el extranjero es el control que buscan en casa.

Es posible que Julian pronto sea encarcelado de por vida en los EE. UU. por hacer periodismo, pero no será el único.

 

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Foto destacada | Ilustración de Mr. Fish

Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde se desempeñó como Jefe de la Oficina de Oriente Medio y Jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa The Chris Hedges Report.

 

«Vivimos en una nación en la que los médicos destruyen la salud, los abogados destruyen la justicia, las universidades destruyen el conocimiento, los gobiernos destruyen la libertad, la prensa destruye la información, la religión destruye la moral, y nuestros bancos destruyen la economía» .

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Lo último que ha publicado Wikileaks

Hay de todo:

https://file.wikileaks.org/file/?fbclid=IwAR2U_Evqah_Qy2wxNY12FMqFC5dAFUcZL5Kl4FIfQuMFMp8ssbM46oHXWMI

Por ejemplo, para leer los emails de Hillary Clinton, el enlace es este:

https://file.wikileaks.org/file/clinton-emails/

O los vídeos de los terribles asesinatos de civiles en Afganistán desde un helicóptero del ejército de EEUU, que está aquí:

https://file.wikileaks.org/file/collateralmurder/

Es mucha información junta sin otro orden que el alfabético. 

Como sabemos, «la mejor manera de ocultar información es publicarla en cantidades ingentes», y «la mejor manera de esconder algo siempre es poniéndolo en un sitio donde todo el mundo lo vea».

 

Julian Assange y Roger Hallam. Ilustración del Sr. Fish para Scheerpost.

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HERBERT READ: ACERCA DE LA JUSTICIA

Filosofía del Anarquismo

Herbert Read
 
No me valgo de la casuística para defender una actitud de complacencia o compromiso. El orden social existente es atrozmente injusto, y si no nos rebelamos contra él, somos moralmente insensibles o criminalmente egoístas. Pero si todo lo que nuestra rebelión alcanza es simplemente una reconstrucción del cristal social según otro eje, nuestra acción ha sido vana: no ha habido cambio químico esencial.
Herbert Read, Anarquía y Orden. Ensayos sobre política
 
Una insurrección es necesaria por la sencilla razón de que, llegada la ocasión, aun el hombre de buena voluntad, si ejerce el poder, no sacrificará sus ventajas personales al bien general. En el rapaz tipo de capitalismo que impera en Europa y Norteamérica, tales ventajas personales son el resultado de un ejercicio de baja astucia difícilmente compatible con un sentido de la justicia; o se basan en una insensible especulación financiera que ni conoce ni se cuida de los elementos humanos que se hallan envueltos en el movimiento abstracto de los precios del mercado.
 
Herbert Read, Anarquía y Orden. Ensayos sobre política
 

ACERCA DE LA JUSTICIA

La Justicia es ciega en su antigua personificación –frecuente hasta en la iconografía cristiana–, y es representada sosteniendo, a la vez que una espada, una balanza. Se alza imparcialmente entre contrarias demandas, y nada ve, pero lo pesa todo.

Este concepto da por supuesto que las demandas contrarias tan solo surgen entre personas. El símbolo no encaja en las complejidades de la civilización moderna, donde, lo más a menudo, la persona se halla en conflicto con el Estado.

Polémica, 2018

La Justicia es ciega en su antigua personificación –frecuente hasta en la iconografía cristiana–, y es representada sosteniendo, a la vez que una espada, una balanza. Se alza imparcialmente entre contrarias demandas, y nada ve, pero lo pesa todo.

Este concepto da por supuesto que las demandas contrarias tan solo surgen entre personas. El símbolo no encaja en las complejidades de la civilización moderna, donde, lo más a menudo, la persona se halla en conflicto con el Estado. En tal caso, la idea de la Justicia es invadida, hasta el extremo de sustituirla, por la de Retribución, que originalmente fue el castigo impuesto por un dios vengativo, en cuyo lugar impera ahora absolutamente el Estado. La balanza ha dejado de ser adecuada, y el único símbolo valedero que le queda a la Justicia es la espada

Sin embargo, la jurisprudencia europea, en su evolución, se ha dado cuenta de esta anomalía, y hemos ido formando –especialmente en Inglaterra–, no tan solo separados conceptos del Derecho, a los que llamamos por una parte, Derecho Común y, por otra, Derecho Civil de Estado, sino también la preciosa tradición de independencia del aparato judicial. Esa independencia, quizá sea ahora cuestión de nombre, más que de sustancia; pero, en cualquier caso, implica el reconocimiento de distintos valores y criterios.

 

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La mayoría de la gente pasa por la vida sin entrar en contacto con el sistema judicial. La mayor parte de quienes tienen experiencia directa de su funcionamiento, solo han respondido de pequeñas faltas, cuyo castigo no plantea cuestiones de principio. Para el común de las gentes, a menos que se hallen directamente implicadas, el sistema legal es cosa tan ajena como si fuera de otro planeta. Un caso judicial tiene que ser sórdido, sexual o sádico, para que la prensa popular crea que vale la pena informar de él. La participación en el Jurado puede iniciamos en el funcionamiento del sistema, pero a pocos nos toca, y el que nos toque una vez parece eximirnos de otra para toda la vida. Menos, aún, es la gente que, de no hallarse implicada en un proceso, acude a los tribunales en calidad de observador desinteresado, y los empleados de las Audiencias no hacen nada para incitamos a acudir. En efecto, a juzgar por mi experiencia, existe el deliberado propósito de mantener a la gente alejada de los Tribunales.

 

En tal sistema, los valores humanos se hallan en desventaja: tienen que pasar, en su infinita variedad, por la criba de una modalidad predeterminada. Si son demasiado grandes o demasiado hirsutos, se enganchan, no pasan

 

La independencia del sistema judicial es simbolizada de varios modos. Mediante togas, birretes, pelucas, etc., los jueces son deshumanizados hasta un extremo asombroso. En Inglaterra, si por casualidad, en el curso de la apelación, un abogado rojo de acaloramiento se levanta la peluca para rascarse o enjugarse la frente, aparece un individuo insospechado, completamente distinto. Es algo así como si una tortuga se despojara de repente de su concha. La imagen persiste en todo, porque todo está cubierto por una concha de costumbre y formalidad, contra la cual golpea la vida, plástica y latente, con el afán de alcanzar la luz. En tal sistema, los valores humanos se hallan en desventaja: tienen que pasar, en su infinita variedad, por la criba de una modalidad predeterminada. Si son demasiado grandes o demasiado hirsutos, se enganchan, no pasan.

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En el sistema del Jurado hay un intento de admisión de los valores humanos: es una válvula de seguridad para las fuerzas emocionales. En opinión de todos los racionalistas y planificadores a ultranza, el Jurado es una intolerable anomalía, que habría que abolir. Pero, antes de abolirlo, bien estará reflexionar sobre las razones alegadas por Henry Fielding en su favor (1). El jurado puede ser estúpido y sentimental, o estar lleno de prejuicios, pero, aun con todo, su virtud suele ser la de templar la justicia con la piedad. La única ocasión en que participé en un Jurado, me espantaron las consideraciones puramente sentimentales a que se rendían mis compañeros. Procuré oponerme a ellos, y razonar sobre los hechos de autos, como había razonado el mismo juez al dirigimos la palabra. Pero me hallé en minoría de uno; fui vencido. El delincuente quedó libre. Y yo he vivido lo bastante para celebrar mi derrota, porque ahora me doy cuenta de que las influencias a que se rindió el Jurado –el atractivo de la juventud, la fuerza de la personalidad, la humana simpatía hacia la flaqueza– fueron más poderosas que la lógica y la letra de la ley. Solo el Jurado tiene derecho a ponderar tales valores. Si el sistema legal los tuviera en cuenta, se negaría a sí mismo. El sistema tiene que ser rígido. En Inglaterra hemos tenido la prudencia peculiar de crear un sistema tan exacto como la simbólica balanza, no sin al mismo tiempo echar un poco de arena en la maquinaria.

 

En Inglaterra hemos tenido la prudencia peculiar de crear un sistema tan exacto como la simbólica balanza, no sin al mismo tiempo echar un poco de arena en la maquinaria

 

Mientras la Justicia medie entre personas, la independencia y la integridad del aparato judicial son propicias para juicios o fallos basados en el Derecho Natural. El Derecho Común es, en esencia, el común concepto de lo que está bien y es justo en las relaciones entre los miembros de una comunidad. El criterio –es decir, los conceptos comunes en cuestión– puede cambiar más rápidamente que la ley que lo expresa; pero esto es culpa de la misma comunidad que no se da bastante prisa a hacer que la ley exprese su voluntad. En cuestiones morales y en las cubiertas por el derecho de propiedad, la ley tiende a expresar la voluntad de la masa conservadora, la mera inercia de los no afectados e indiferentes. Las leyes contra la perversión sexual, por ejemplo, son duras e injustas, porque no tienen en cuenta realidades naturales científicamente corroboradas. La gente, como en su mayoría no es homosexual, halla difícil el legislar para una minoría fisiológica o psicológicamente distinta.

 

En cuestiones morales y en las cubiertas por el derecho de propiedad, la ley tiende a expresar la voluntad de la masa conservadora, la mera inercia de los no afectados e indiferentes. Las leyes contra la perversión sexual, por ejemplo, son duras e injustas, porque no tienen en cuenta realidades naturales científicamente corroboradas. La gente, como en su mayoría no es homosexual, halla difícil el legislar para una minoría fisiológica o psicológicamente distinta

 

Estas son las inevitables complejidades de cualquier grupo social, y pueden ser eliminadas mediante el paciente análisis y la divulgación. La verdadera peligrosidad de nuestro aparato judicial surge cuando la causa de disputa media entre el individuo y el Estado. En tal caso, la ley, que en cualquier otro se habría basado en una noción de valores humanos (los derechos naturales), cambia de súbito y se convierte en un código de implacables edictos. La legislación por decreto podrá admitir esclarecimiento y diferencias de interpretación, pero su propósito es absoluto: está destinada a ser el potro de tortura en que hay que atormentar a toda suerte de individuos.

 

La verdadera peligrosidad de nuestro aparato judicial surge cuando la causa de disputa media entre el individuo y el Estado. En tal caso, la ley, que en cualquier otro se habría basado en una noción de valores humanos (los derechos naturales), cambia de súbito y se convierte en un código de implacables edictos

 

Obsérvese el curso de un proceso incoado por el Estado. Las normas procesales, todo el ambiente de la sala, han cambiado. El acusado se sienta en el banquillo, no ya para que se le juzgue como a un hombre que acaso ha injuriado a otro miembro de la comunidad, sino como a un individuo que, quizá inconscientemente, ha quebrantado una orden. Su intención o su motivo no pesan lo que una pluma en la simbólica balanza de la Justicia. Hechos, y hechos sólo, en el mejor de los casos, han de mover el fiel. Se alborotan las togas, se agitan los bucles de las pelucas, tan sólo para hacer hincapié en un punto de lógica o de exégesis. El acusado en el banquillo, allí está desvalido, y lo que su defensor suele procurar es que no llegue a declarar, temiendo que la verdad le complique la cuestión. No es que quiera engañar al juez o al Jurado; es que hay que jugar el juego según sus reglas, con los peones blancos a un lado y los negros al otro. Un peón verde, un imponderable fragmento de vida y emoción, es cosa fuera de lugar en el tablero cuadriculado.

 

No es que quiera engañar al juez o al Jurado; es que hay que jugar el juego según sus reglas, con los peones blancos a un lado y los negros al otro. Un peón verde, un imponderable fragmento de vida y emoción, es cosa fuera de lugar en el tablero cuadriculado

 

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Tomemos un caso sencillo, que da la casualidad de ser real y no muy remoto (2). En el estado de peligro que surgió en Inglaterra al principio de la última guerra, el Parlamento aprobó apresuradamente ciertas Disposiciones de Defensa, que así se hicieron verdaderas leyes. Se consideraron necesarias entonces, en las desesperadas circunstancias de guerra y riesgo de invasión. Pero, una vez en vigencia, aquellas Disposiciones, quizá redactadas atropelladamente y, sin duda, escasamente consideradas, tenían que ser administradas al pie de la letra: como rígidos edictos. Por virtud de ellas, se declaraba delito el intentar apartar de sus deberes oficiales a los miembros de las fuerzas armadas. En otras palabras: en un estado de peligro nacional, no es tolerable el incitar a soldados o marinos a que abandonen su puesto. Todos sabemos cuál fue el propósito de tal disposición, pero el caso es que, convertida en la cláusula número 39A de un código escrito, tuvo que administrarla el aparato judicial.

Surge un caso. Cierto grupo de hombres y mujeres cree que la guerra es un mal que hay que eliminar de la civilización para que no perezcamos todos. Saben que la guerra no es cosa que uno pueda abolir por decisión parlamentaria, ni aun siquiera por acuerdo internacional. Es un mal profundamente arraigado en la misma civilización, una enfermedad producida por la frustración y la neurosis de masas. Su cura ha de ser brusca: ha de ser revolucionaria. A fin, pues, de salvar el mundo para sus hijos, y de crear una buena probabilidad de avanzar hacia una pacífica y creadora actividad, este grupo de hombres y mujeres propugna un súbito cambio en la sociedad: según el cliché terrorista de la Prensa, «predican la revolución». Y la predican abiertamente, ante quien quiera que les escucha, en las esquinas de las calles y en los periódicos y folletos que sus recursos les permiten imprimir. Algunas de estas publicaciones llegan a miembros de las Fuerzas Armadas, realmente, por lo común, miembros de Cuerpos No Combatientes, que no están armados. Pero en el Ejército no hay dominio privado para nadie; todos están sujetos a inspecciones o pesquisas periódicas, y en el curso de una de ellas se descubren algunos de los folletos en cuestión. Se mueve una palanca, entra en funciones la máquina, y no tarda en poner al mencionado grupo de hombres y mujeres en el banquillo de los acusados, en la Sala Central de lo Criminal.

Se trata de ciudadanos hábiles y diligentes, sin excepción; pero eso es irrelevante. En la profesión que a diario ejercen, realizan buenas y útiles funciones, pues atienden a enfermos y heridos, construyen carreteras y ferrocarriles; pero eso es irrelevante también. Hay un código, y en él una cláusula: 39A. Esa cláusula dice llanamente que nadie (en ninguna ocasión, mientras dure la vigencia legal de dicha cláusula) puede propagar doctrina alguna capaz de dar lugar a que cualquier miembro de las Fuerzas Armadas de su Majestad Británica piense dos veces acerca de su deber de morir. No es necesario presentar un soldado desafecto o rebelde por influencia de tal propaganda; cuanto el Estado necesita probar es que se ha hecho algo capaz de inducir a desafección.

 

 

iFuera los propósitos y las intenciones, fuera todo sentimiento humano y toda esperanza idealista! Estamos ante un tribunal, y aquí, el hombre es medido con el código a que se ha opuesto. No importa qué suerte de hombre es, si un mesías o un ladrón; de momento, no es más que un dato de prueba, un expediente de hechos probados, que hay que ponderar con arreglo al inflexible código. Así fue Cristo a la cruz, y los mártires a la estaca: así fue posible meter en vagones, como ganado, a millones de seres humanos, y enviarlos a Siberia o a Polonia. La norma siempre es la misma, si siempre es igual el cuadro: razones humanas frente a edictos autoritarios, del Estado. Y, una vez que la máquina empieza a funcionar, difícil es pararla. Todos los técnicos y mecánicos dicen que a ellos no les incumbe. Están muy atareados en lubrificar su peculiar ruedecita, y muy orgullosos de que marche como una seda. El espantoso cebo de los engranajes es cosa que a ellos no les importa; literalmente: NO LES IMPORTA.

 

No importa qué suerte de hombre es, si un mesías o un ladrón; de momento, no es más que un dato de prueba, un expediente de hechos probados, que hay que ponderar con arreglo al inflexible código. Así fue Cristo a la cruz, y los mártires a la estaca: así fue posible meter en vagones, como ganado, a millones de seres humanos, y enviarlos a Siberia o a Polonia

 

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Ha terminado la vista de la causa en la Sala Central de lo Criminal. Las pelucas pasan de la cabeza a la percha. Los detenidos se retiran del banquillo, y a ocuparlo llega un nuevo acusado: un negro, en causa de homicidio. Todo queda incluido en el trabajo del día, y van pasando mesías y ladrones, asesinos y prostitutas, timadores y abortistas. Podría decir un cínico que esto es la sociedad sin tapadera, el caldero en que hierve el bodrio de los buenos y los malos impulsos humanos. Pero aquí, en la sala, más parece que asistimos a un gran intento de poner la tapadera –con todas esas siniestras figuras de togas negras y escarlata presidiendo el aquelarre a manera de brujas–. Y ésta es, desde luego, la precisa y triste verdad. Aquí, en este inmenso caldero centralizado, «los agentes de la Corona» están intentando –si es menester, brutalmente–, reducir, eliminar la horrenda masa de pululantes pecadores, y solo a muy duras penas se dan cuenta de que el espectáculo es tan horrible precisamente porque está tan concentrado. Son incapaces de advertir que si la revuelta masa fuese diluida o dispersada, a fin de darle espacio y luz, podría reanimarse, ser depurada mediante el amor humano y la divina gracia (3)que operan donde se juntan dos o tres, no en el gentío. La justicia, como todo lo demás, padece de concentración y asfixia.

 

Y ésta es, desde luego, la precisa y triste verdad. Aquí, en este inmenso caldero centralizado, «los agentes de la Corona» están intentando –si es menester, brutalmente–, reducir, eliminar la horrenda masa de pululantes pecadores, y solo a muy duras penas se dan cuenta de que el espectáculo es tan horrible precisamente porque está tan concentrado

 

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Esta concentración se halla en correspondencia con la completa estructura social –formación paralela–, pero debe su peculiar cualidad a la misma independencia de la magistratura judicial, que en ella tiene su característica redentora. Los profesionales de la justicia constituyen una sociedad cerrada, una guilda seguramente protegida y claramente diferenciada, dentro de la sociedad de la nación entera. Está investido de rangos y dignidades, de costumbres y precedentes, de togas y ritos. En consecuencia, dentro de esta cerrada sociedad surge un sentimiento de solidaridad y de mutua comprensión, que hace de la profesión un juego de gran destreza, en el que solo pueden intervenir los peritos en el mismo. De cualquier modo, lo innegable es que entre los abogados de la defensa y de la acusación no hay nunca otra guerra que la artificial. Si por una o por otra parte se revela emoción, quien lo hace es inmediatamente puesto al margen, para ser luego escarnecido. El Juez, sobre todos, actúa de árbitro en una pugna de ingenio; el acusado, cuya inocencia o cuya libertad es la puesta, a menudo es reducido a la insignificancia; él no importa; lo importante es tal o cual tiquismiquis legal.

 

Los profesionales de la justicia constituyen una sociedad cerrada, una guilda seguramente protegida y claramente diferenciada, dentro de la sociedad de la nación entera. Está investido de rangos y dignidades, de costumbres y precedentes, de togas y ritos. En consecuencia, dentro de esta cerrada sociedad surge un sentimiento de solidaridad y de mutua comprensión, que hace de la profesión un juego de gran destreza, en el que solo pueden intervenir los peritos en el mismo

 

El juez es independiente; el fiscal general, que acusa, y el letrado defensor juegan el juego ateniéndose a sus complicadas reglas. Pero ellos y sus congéneres las han hecho, para aplicárselas al mundo que conocen por experiencia: un mundo de propiedad y finanza, de universidades y clubes, de comilonas y cabalgadas en pos del zorro. A la luz de su experiencia, bien pueden creer que han hecho las reglas con imparcialidad, con honradez de intención. Quieren ser justos para la clase trabajadora, para el negro y la prostituta. Pero es difícil legislar bien para un mundo que el legislador conoce solo de oídas. Cierto que un brillante abogado puede ser capaz de acomodarse a la mentalidad de su cliente –una proeza de empatía, mejor que de simpatía–, pero eso es una excepción, y ni aun así es por completo comprensiva. Hay alturas y profundidades de experiencia simplemente fuera de la mentalidad normal entre abogados de la clase media: mundos de pobreza y de sufrimiento, mundos de envilecimiento y de desesperación. Ante los exponentes de tal experiencia, el juez y el abogado medios no pueden hacer otra cosa que seguir el ejemplo de Pilatos y lavarse las manos.

 

Hay alturas y profundidades de experiencia simplemente fuera de la mentalidad normal entre abogados de la clase media: mundos de pobreza y de sufrimiento, mundos de envilecimiento y de desesperación. Ante los exponentes de tal experiencia, el juez y el abogado medios no pueden hacer otra cosa que seguir el ejemplo de Pilatos y lavarse las manos

 

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Hay justicia en los bajos fondos: léase un libro como Street Corner Society –Sociedad callejera (o del arroyo)–, y se verá cómo está organizada, cómo funciona. Los hombres son naturalmente justos cuando forman agrupaciones espontáneas –para jugar, explorar, debatir y hasta para robar–. ¡Qué hermosa es la justicia cuando espontáneamente surge en un bote de náufragos! Hay justicia entre los prisioneros y en cualquier comunidad de esclavos. El hombre en sociedad es naturalmente justo, porque la sociedad, si es digna de su nombre, tiene por vínculo la mutua consideración. Es el hombre deshumanizado, reducido a la unidad, a cifra de orden, el que ya no tiene sentido de la justicia. Es anónimo, independiente de los demás, indiferente. No siente ni siquiera la emoción cohesiva de la manada de lobos. Está solo, y contra él se alza el Estado: aquel complejo de leyes, reglas y disposiciones carentes de realidad para este individuo-cifra, que no ha contribuido a hacerlas, cuyo sentido quizá no entiende. «No matarás»; he ahí un mandamiento que cualquier hombre puede entender: prohíbe cometer un crimen contra otro hombre y un pecado contra Dios. Pero «No hablarás de paz y fraternidad universales»… Ese es un mandamiento que ningún hombre puede entender, a menos que tenga mal corazón. Es un mandamiento que no puede pasar de persona a persona, sino tan sólo del Estado a sus anónimos ciudadanos.

 

¡Qué hermosa es la justicia cuando espontáneamente surge en un bote de náufragos! Hay justicia entre los prisioneros y en cualquier comunidad de esclavos. El hombre en sociedad es naturalmente justo, porque la sociedad, si es digna de su nombre, tiene por vínculo la mutua consideración. Es el hombre deshumanizado, reducido a la unidad, a cifra de orden, el que ya no tiene sentido de la justicia

 

Traducción de J. García Pradas

Publicado en Polémica, n.º 15-16, enero-marzo, 1985

 

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Notas del traductor

1.- El novelista Fielding fue, por algún tiempo, juez en tribunales de Londres, y a él se debieron en gran parte las primeras reformas encaminadas a humanizar las leyes inglesas protectoras de la propiedad.

2.- Se alude a un proceso incoado contra el grupo anarquista londinense de la Freedom Press, algunos miembros del cual –ingenieros, médicos, escritores, caricaturistas– fueron condenados a varios meses de cárcel por hacer propaganda insurreccional contra la guerra.

3.- Sin perjuicio de contar con que Herbert Read, como todo el mundo, puede tener las creencias que le plazcan, quizá no huelgue advertir que su noción de la divinidad no tiene estrecheces de catecismo o sistema teológico, y acaso pueda identificarse con el principio, ley o fuerza de atracción cósmica. No en balde se cuenta entre los mejores conocedor de Wordsworth y Coleridge, que dieron –especialmente el segundo– un sentido religioso de la naturaleza y de la vida a Godwin cuando a este dejó de satisfacerle su propio ateísmo.

 

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HERBERT READ: LA FILOSOFÍA DEL ANARQUISMO.«Para crear hay que destruir; y un agente de destrucción en la sociedad es el poeta».

EL CAMINO DE LA DESINFORMACIÓN. LOS «VERIFICADORES DE HECHOS» Y LA C.I.A.: De Julian Assange al periodismo «perrofaldero». Entrevista a John Pilger.

 

 


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