NO SOY NADA, PERO LO VEO TODO, por Ralph Waldo Emerson // NEUROCIENCIA: TODO LO QUE UN LIBRO DE PAPEL PUEDE HACER POR TU CEREBRO.

NO SOY NADA, PERO LO VEO TODO

Por Ralph Waldo Emerson

NO SOY NADA

 

En  pie sobre el suelo desnudo -la cabeza bañada por el aire alegre y alzada hacia el espacio infinito-, todo mezquino egoísmo se desvanece. Me convierto en un ojo transparente; no soy nada; lo veo todo; las corrientes del Ser Universal circulan a través de mí, soy parte y partícula de Dios.

Las generaciones precedentes contemplaron a Dios y la naturaleza cara a cara. Nosotros, a través de sus ojos. ¿Por qué no podemos disfrutar también de una relación primigenia con el universo? ¿Por qué no podemos disponer de una poesía y una filosofía de la clarividencia y no de la tradición, y de una religión que nos llegue por revelación y no a través de la historia?

Las estrellas despiertan cierta reverencia, porque aunque están siempre presentes, son inaccesibles.

 

 

Para ser sinceros, pocos adultos son capaces de ver la naturaleza. La mayoría de las personas no ven el sol. O al menos tienen una visión muy superficial de él. El sol sólo ilumina los ojos del hombre, pero brilla en los ojos y en el corazón del niño.

El verdadero amante de la naturaleza es aquel cuyos sentidos interiores y exteriores están todavía verdaderamente ajustados unos a otros; aquel que ha retenido el espíritu de la infancia durante su madurez.

A la corrupción del hombre le sigue la corrupción del lenguaje.

Las palabras son órganos finitos de una mente infinita. No pueden cubrir las dimensiones de lo que verdaderamente existe. Lo fragmentan, lo dividen y lo empobrecen.

¡Cómo nos deifica la naturaleza con unos pocos elementos asequibles! Dadme salud, y un día,  haré que el fasto de los emperadores resulte ridículo. El alba es mi Asiria; el ocaso y la salida de la luna mi Pafos, e inimaginables reinos de la tierra de las hadas; el mediodía será mi Inglaterra de los sentidos y el conocimiento; la noche será mi Alemania de filosofía mística y sueños.

 

El auténtico filósofo y el auténtico poeta son una misma persona; y la belleza, que es la verdad, y la verdad, que es belleza, el objetivo de ambos.

 

Los axiomas de la física traducen las leyes de la ética. Por lo tanto, «el todo es mayor que sus partes», «la reacción es igual a la acción», «el peso más pequeño puede levantar el más grande, la diferencia de peso se compensa por el tiempo» y otras proposiciones de este tipo tienen un sentido tanto físico como ético. Estas proposiciones tienen un sentido mucho más amplio y universal cuando se aplican a la vida humana que cuando se mantienen confinadas en su uso científico.

El auténtico filósofo y el auténtico poeta son una misma persona; y la belleza, que es la verdad, y la verdad, que es belleza, el objetivo de ambos.

El hombre sensual ajusta los pensamientos a las cosas; el poeta ajusta las cosas a los pensamientos. El primero aprecia la naturaleza por su arraigo y vivacidad; el otro por su fluidez, y estampa su ser en ella.

La belleza es la marca que Dios coloca sobre la virtud.

No siento hacia la naturaleza hostilidad alguna, sino un amor de niño. Me expando y vivo en la calidez del día como el maíz y los melones.

Nada divino muere. Todo lo bueno se reproduce eternamente. La belleza de la naturaleza se recrea a sí misma en la mente, y no para una estéril contemplación, sino para una nueva gestación.

Cada partícula es un microcosmos, y ofrece fielmente la imagen del mundo.

El hombre más feliz es aquel que aprende de la naturaleza la lección de la devoción.

 

 

Acabarán percatándose de que hay en el estudiante mejores cualidades que la escrupulosidad y la infalibilidad; que una intuición es a menudo más fructífera que una afirmación irrefutable, y que un sueño pude permitirnos ahondar más en el secreto de la naturaleza que un centenar de concienzudos científicos.

La razón por la cual el mundo carece de unidad y permanece fragmentado y disperso es que el propio ser humano está disgregado.

 

La razón por la cual el mundo carece de unidad y permanece fragmentado y disperso es que el propio ser humano está disgregado.

 

La incuestionable manifestación de la sabiduría es saber vislumbrar lo milagroso en lo cotidiano.

Lo que somos, solo eso podemos ver. Todo lo que poseía Adán, todo lo que César podía hacer, tú lo posees y lo puedes hacer. Adán consideró que su casa era el cielo y la tierra; César consideró la suya Roma; tal vez tú consideres la tuya una zapatería, un centenar de acres de tierra o una buhardilla de estudiante. Pero línea por línea, punto por punto, tu dominio es tan grande como el de ellos, aunque no ostente nombres solemnes. Construye, pues, tu mundo.

Pese a que no haya nadie conmigo, no soy un solitario mientras leo y escribo. Pero si alguien se siente solo, sugiérele que contemple las estrellas.

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RALPH WALDO EMERSONPensamientos para el futuro. Ediciones Península, 2002. Traducción: Mauricio Bach Juncadella, 2002.

 

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NEUROCIENCIA

TODO LO QUE UN LIBRO DE PAPEL PUEDE HACER POR TU CEREBRO

Cuando leemos en pantalla no lo hacemos en profundidad, solo ojeamos. Hacemos una lectura en diagonal y perdemos la capacidad crítica y hasta la empatía. La neurocientífica Maryanne Wolf lleva años estudiando todo esto. Hablamos con ella.

Por IXONE DÍAZ LANDALUCE

XLSEMANAL

 

Para muchas personas, el tacto de las páginas o el peso del ejemplar entre las manos es una parte irrenunciable de la experiencia lectora. No hay e-book, tableta ni smartphone que puedan sustituir esa sensación. Pero son una minoría. Según el último barómetro de hábitos de lectura, publicado en 2018 por la Federación de Editores, solo el 40 por ciento de los lectores lee exclusivamente en papel. En realidad, los datos no hacen más que confirmar nuestros propios hábitos. Pero más allá del impacto que el libro digital ha tenido en el negocio editorial, pocos se han parado a pensar en cómo afecta a nuestra capacidad lectora el soporte que elegimos para disfrutar de una novela, un ensayo o un libro de autoayuda. Una de ellas es la neurocientífica cognitiva Maryanne Wolf, especialista en el cerebro lector y profesora de la Universidad de California en Los Ángeles, donde dirige el Centro de Dislexia, Estudiantes Diversos y Justicia Social. Autora de más de 170 artículos académicos y del superventas Cómo aprendemos a leer, su último libro es Lector, vuelve a casa: cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas (Deusto Ediciones). Escrito como una compilación de cartas dirigidas a sus lectores, Wolf reflexiona sobre el impacto que las pantallas están teniendo en la lectura profunda, el análisis crítico y hasta en nuestra capacidad para empatizar con el prójimo. Pero también en el futuro de nuestras democracias…

 

La neurocientífica Maryanne Wolf. |FOTO: ESSDRAS M. SUÁREZ

 

XLSemanal. Dice que los seres humanos no estábamos ‘programados’ para leer.

M.W. Hace seis mil años. Por entonces, unas pocas personas tenían un circuito que, aunque muy primitivo, les permitía ver un pictograma, del jeroglífico sumerio por ejemplo, y decir: «Ese es el símbolo de ‘pájaro’». El cerebro empezó así a crear esas conexiones básicas entre el símbolo de un concepto y una palabra. Luego, eso se fue complicando y la raza humana empezó a vislumbrar un sistema entero capaz de transmitir nuestro lenguaje y, con él, nuestro pensamiento. Esa es una revelación de una belleza extraordinaria.

 

«Cuando escribí mi primer libro, me pasaba nueve horas al día frente a la pantalla. Me di cuenta de que leía de forma diferente. ¡Ni siquiera yo era inmune!»

 

XL. ¿Cuál fue el siguiente paso?

M.W. Hace unos dos mil años, los jeroglíficos dieron paso a los primeros alfabetos. Hasta que llegó el alfabeto griego, que se convirtió en el más avanzado y rico de todos. A medida que la escritura se hacía más compleja, esos circuitos y el propio pensamiento humano también se hacían más sofisticados. Todo ese desarrollo de miles de años se vuelve a poner en marcha en los niños, que tienen que hacer ese descubrimiento cuando aprenden a leer.

XL. ¿Qué es la lectura profunda?

M.W. Es una evolución de esos circuitos básicos en los que únicamente decodificamos la información. En la lectura profunda conectamos esa información con nuestros conocimientos previos. Eso nos permite hacer inferencias y deducciones. Después de eso puedes ser analítico y discernir lo que es verdad de lo que no.

XL. Bueno, no solo leemos para tener opinión. También para disfrutar.

M.W. Es que con la narrativa y la novela se da un fenómeno adicional. Y es esa increíble capacidad que tenemos de dejar nuestro sillón y tomar la perspectiva de lo que estamos leyendo. Nos vamos de nosotros mismos. Y ahí se produce la empatía, un elemento fundamental.

XL. Hombre, leyendo mi hipoteca no creo que desarrolle mucho mi empatía…

M.W. Claro. Si estás leyendo un contrato legal, no hay empatía que valga. Pero la lectura profunda puede hacerse leyendo poesía, pero también artículos científicos. Además, se puede ir más allá de todo eso…

XL. Diga, diga…

M.W. Aunque requiere un tiempo extra, apenas unos milisegundos, podemos tener revelaciones. Es lo que llamamos ‘función contemplativa’. Es la parte final del proceso y la más vulnerable. Se trata de un espacio cognitivo ignoto, donde en ocasiones podemos vislumbrar pensamientos totalmente nuevos. Igual que los niños necesitan tiempo para desarrollar todos esos procesos, nosotros lo necesitamos para desplegar esas capacidades cuando leemos.

XL. ¿Y cuándo se dio cuenta de que con las pantallas no se daban todos estos procesos?

M.W. Invertí siete años en escribir mi primer libro, Cómo empezamos a leer. En 2007, cuando estaba a punto de entregar el último borrador, me di cuenta de que leer se estaba convirtiendo en algo diferente, en otra cosa. Y de que ni siquiera yo era inmune al hecho de estar ocho, nueve o diez horas al día leyendo frente a una pantalla.

XL. ¿Y esa forma diferente de leer tiene efectos sobre nosotros?

M.W. Sí, me di cuenta de que esta nueva forma en la que leemos iba a cambiar a los seres humanos. En los siguientes diez años, las investigaciones académicas en torno a este tema han ido tomando consistencia y se han convertido en hechos demostrables. Por ejemplo, un metaestudio realizado por un grupo de investigación de Barcelona analizó 50 estudios diferentes, que comprendían a 170.000 personas jóvenes en total y que demostraba que la compresión lectora es significativamente mejor cuando se lee en papel. Entonces es cuando llevé a cabo un pequeño experimento personal…

XL. ¿Qué hizo exactamente?

M.W. Intenté volver a leer una de mis novelas favoritas: El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. ¡Y no pude! Era incapaz. Tuve que devolverlo a la estantería. Yo, que siempre pensé que terminaría siendo profesora de poesía alemana. De pronto era como si mis mejores amigos ya no estuvieran disponibles para mí.

 
«Hace dos mil años, los jeroglíficos dieron paso a los alfabetos. Con ellos, los circuitos cerebrales del ser humano se fueron sofisticando. Todo ese proceso de miles de años se vuelve a poner en marcha cada vez que un niño aprende a leer».
 
 

XL. ¿Cómo reaccionó?

M.W. Allí estaba yo, la académica, la especialista en el cerebro lector, tan incapaz de leer con atención como cualquiera. Primero pensé: «Nadie tiene por qué saberlo». Luego decidí escribir este libro y decir: «Nos pasa a todos». Pero también: «No renuncies a ese santuario íntimo que es tu yo lector, vuelve a buscarlo y a reconstruirlo».

XL. ¿Cómo afectan las pantallas al proceso de lectura profunda?

M.W. La pantalla es un gran mecanismo de defensa contra la ingente cantidad de información con la que nos bombardean a todas horas. Los seres humanos nos hemos convertido en grandes espumaderas. Tenemos que serlo. Si tuviéramos que hacer una lectura profunda de todo lo que leemos a lo largo del día, no podríamos hacer otra cosa. Ojear es el modo dominante a lo largo de nuestro día. La pantalla nos ayuda a avanzar más rápido. Pero ojear también es el mayor enemigo de la lectura profunda.

 

«Leer una novela nos permite abandonar nuestro sillón, dejamos de ser nosotros mismos. Y se produce la empatía, un elemento fundamental para nuestras democracias»

 

XL. Sostiene que la pérdida de esa capacidad puede amenazar nuestras democracias. ¿Por qué?

M.W. Paradójicamente, el bombardeo informativo al que estamos sometidos nos lleva a retirarnos a silos de información en los que nadie cuestiona nuestra forma de ver el mundo ni nos propone perspectivas alternativas. Y cuando no ves más allá, es cuando aceptas informaciones falsas. Es muy importante entender una cosa: cuando ojeamos… ¡no utilizamos el lóbulo frontal! [Se ríe]. No cambiamos de opinión dos o tres veces a medida que vamos leyendo, no analizamos de manera crítica.

XL. También pone el foco en la falta de empatía que provoca esa pérdida de capacidad lectora. ¿Por qué es tan importante?

M.W. En el libro menciono una entrevista entre Barack Obama y la gran novelista norteamericana Marilynne Robinson, en la que él la describió como una embajadora de la empatía. Explicó que sus novelas le habían enseñado que el mundo no era blanco o negro, que estaba lleno de grises, y lo ayudaron a entender otros puntos de vista, a experimentar la victoria, el fracaso, el horror… Robinson le contestó que ver al otro como enemigo es la peor amenaza para las democracias. Cuando la gente no lee novelas, no tiene empatía por los demás y la democracia está amenazada. Otra novelista como Jane Smiley dice que no le preocupa que la novela muera, sino que sea marginada, que la gente deje de leer y que nos dirijan personas que no leen y que, por tanto, no sienten empatía por los demás.

XL. Entiendo que el boom de las fake news no le pilla por sorpresa…

M.W. No, claro. Es la consecuencia inevitable de que los seres humanos nos hayamos convertido en ojeadores en lugar de lectores en este mundo digital en el que vivimos.

 

«Cuando ojeamos, que es lo que hacemos frente a la pantalla, ¡no utilizamos el lóbulo central! No analizamos de manera crítica»

 

XL. ¿Hay alguna manera de recuperar esa lectura profunda?

M.W. Yo descubrí una forma de hacerlo. Cada noche, durante dos semanas, dediqué entre quince y veinte minutos a leer un libro que había sido importante para mí. Y con esa disciplina, poco a poco, recuperé esa capacidad. Trato de que sean libros algo más filosóficos o que hace mucho tiempo que no he leído y que apelan a esa función contemplativa. Así termino mis días ahora: sosteniendo una novela de papel entre mis manos.

XL. Dice que debemos cultivar un cerebro ‘bialfabetizado‘. ¿Qué significa eso?

M.W. No vamos a volver a la era anterior, en la que todo el mundo leía libros en papel. Lo que debemos lograr es que haya lectores profundos independientemente del soporte.

 

«¡No vamos a volver a la era anterior, en la que todo el mundo leía libros en papel! Lo que hay que recuperar es la lectura profunda, independientemente del soporte»

 

XL. ¿Y cómo deberíamos enseñar a leer a los niños?

M.W. Es esencial que, durante los primeros cinco años, cada día los padres lean libros impresos a sus hijos y que en la escuela se siga aprendiendo a leer en papel. Curiosamente, mientras aprenden a decodificar textos impresos, también estarán aprendiendo a programar a través de medios digitales, aplicaciones, juegos… De esa manera no descuidamos sus habilidades del siglo XXI y, al mismo tiempo, desarrollan la lectura comprensiva, son capaces de inferir, de ejercitar la empatía… Y en ese momento, cuando tienen once o doce años —y con mucho cuidado—, debemos enseñarles a utilizar esas mismas habilidades en soportes digitales. Pero ese es un gran reto.

XL. ¿Por qué?

M.W. Ahora mismo, nadie tiene formación en lectura digital en profundidad. Los investigadores jóvenes tendrán que encontrar ese camino. Hay que lograr que los niños sepan discernir cuál es el objetivo de cada lectura. ¿Conseguir información de manera rápida y eficaz o entender algo en profundidad?

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¿Por qué matan los móviles la lectura?

Leemos mucho, pero atropelladamente, en pantallas… Los expertos advierten de leer en móvil dificulta nuestra capacidad para comprender y profundizar en la lectura. Y de que está cambiando nuestro cerebro. ¿Podemos hacer algo para evitarlo?

POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ

XLSEMANAL

Foto: R. Mohr.

 

¿Cuándo fue la última vez que se sumergió en un libro de tal manera que se olvidó del mundo a su alrededor, devorando páginas ensimismado? ¿Recuerda esa última vez que leyó sin prisa, sin interrupciones, sin distraerse? ¿Esa vez que leyó por placer?

Maryanne Wolf no la recuerda. Wolf es una neurocientífica de 68 años que lleva toda su vida profesional dedicada a investigar los trastornos de la lectura. Dirige el centro para la dislexia, alumnos diversos y justicia social de la Universidad de UCLA (Los Ángeles) y el centro para la adquisición de la lectura y el lenguaje de la Universidad Tufts (Boston). Y es una lectora compulsiva… Sin embargo, reconoce que cada vez le cuesta más leer varias páginas de un tirón o acabarse un libro. Preocupada, intentó releer una de sus novelas favoritas: El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. No pudo. Le pareció insufriblemente lenta. Y lo que es peor: su lectura le demandaba una atención total y un sosiego que le resultaban imposibles de mantener. «Me di cuenta de que ya no leo para disfrutar, solo para informarme. He cambiado la manera de acercarme a un texto. Ahora leo superficialmente, he ganado mucha velocidad, pero he perdido la capacidad para asimilar niveles de comprensión más profundos, lo que me obliga a volver atrás y releer cada frase compleja. Y eso aumenta mi frustración», explica.

Wolf padece lo que los expertos llaman ‘impaciencia cognitiva‘. Y no es la única en sufrirla. Se trata de un trastorno que tiene visos de convertirse en epidemia. Afecta sobre todo a las nuevas generaciones de nativos digitales, pero también a los lectores avezados.

¿Qué está pasando? Wolf y otros estudiosos creen que los nuevos formatos digitales -el móvil, la tableta, el libro electrónico…- imponen una manera de leer a saltos, echando vistazos rápidos, pulsando enlaces, que está limitando nuestra capacidad para la lectura profunda. Y no solo eso. Esta nueva forma de leer está reacondicionando nuestro cerebro.

La capacidad de leer no está escrita en nuestros genes

Leer es el acto cognitivo más complejo del que es capaz el cerebro humano. No es algo innato, como hablar, que hacemos desde hace 400.000 años y ha dado tiempo a inscribirlo en nuestros genes. Para aprender a leer -explica Wolf-, el ser humano necesitó reconfigurar sus circuitos neuronales hace menos de 6000 años, cuando los sumerios inventaron la escritura cuneiforme y los egipcios, los jeroglíficos. «Con anterioridad, esos circuitos eran bastante simples. Servían para decodificar información básica – ¿cuántas ovejas tengo?-. Con la lectura se hicieron mucho más intrincados. Y afectan a varias regiones cerebrales: unas relacionadas con la visión, otras con el análisis espacial, la toma de decisiones, la creación de conceptos…».

 

La lectura profunda desarrolla la imaginación, la capacidad deductiva y el pensamiento crítico. Y, si no se ejercita, se pierde

 

Esto se debe a la plasticidad del cerebro, que se ve modificado por el aprendizaje. Las neuronas se reconectan y se generan nuevas sinapsis… Las estructuras neuronales se adaptan a cada idioma. No se ubican en el mismo lugar en inglés, en chino o en español. Hoy sabemos que esos circuitos se adaptan también al formato del texto. Si nos acostumbramos a leer superficialmente, y solo practicamos ese tipo de lectura, perdemos la capacidad de leer en profundidad. «Cada nueva destreza reconfigura el cerebro. Y si no la usas, la pierdes», afirma Wolf.

Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger (Noruega), pidió a 72 alumnos de 15 años, con habilidades lectoras similares, que leyesen un relato. La mitad lo hizo en papel; la otra mitad, en una pantalla. Luego les sometió a una batería de preguntas. Los que leyeron en papel puntuaron más alto. Habían comprendido mejor y recordaban con mayor precisión el argumento, el orden cronológico y los personajes.

 

“No solo perdemos la capacidad de leer una buena novela; también un contrato o una pregunta ambigua en un referéndum. Quedamos a merced de los demagogos”

 

Como el medio dominante privilegia los procesos rápidos, la multitarea y el desbroce de grandes cantidades de información, los circuitos cerebrales se adaptan en consecuencia. La psicóloga Patricia Greenfield señala: «Ahora se dedican menos tiempo y atención a procesos de lectura más parsimoniosos. Lo que subyace es la incapacidad de numerosos estudiantes para leer con un nivel analítico suficiente y comprender la complejidad del pensamiento o el hilo argumental en textos densos. Los estudios muestran que la lectura profunda desarrolla la imaginación, la capacidad deductiva, la reflexión y el pensamiento crítico, además del vocabulario. Y la clave para desarrollar estas habilidades es el adiestramiento».

¿Cómo adiestramos el cerebro? «Leyendo por placer», afirma Greenfield. Una lectura inmersiva y gozosa que muchos lectores maduros recuerdan con nostalgia de su adolescencia, cuando eran capaces de abstraerse, aunque fuese leyendo un tebeo. Y que muchos jóvenes nunca han experimentado.

El resultado es que hay una nueva generación de analfabetos. Suena fuerte. Maticemos… Los expertos creen que el cerebro debe ser bialfabetizado para dominar ambos tipos de lectura: la superficial y la reposada. De hecho, a los estudiantes anglosajones, señala el educador Mark Edmundson, ya les cuesta leer textos de los siglos XIX y XX. Y los rehúyen, porque cuando se enfrentan a una oración subordinada se pierden.

Leer por placer sin renunciar a la pantalla

No se trata de elegir entre papel y digital, entre texto impreso y formatos electrónicos, sino de dominar ambos. Sherry Turkle, del MIT, señala que estamos en un periodo de transición entre la cultura impresa y la digital. «Ambas son necesarias. Se trata de no perder habilidades mentales».

Wolf tampoco es una ludita. No pretende que hagamos una hoguera con nuestros iPads. Pero advierte de los daños colaterales de perder la lectura en profundidad. Porque perdemos la capacidad para leer una buena novela, pero también un contrato, un testamento, una pregunta ambigua en un referéndum… «No solo nos engañan más fácilmente, también dejamos de ponernos en la piel de otras personas porque no entendemos lo que piensan, con lo que aumenta el fanatismo. Además, nos cuesta más paladear la belleza. Y crearla. En última instancia está en juego la democracia. Porque vamos a lo fácil. Y nos refugiamos en los lugares comunes, en la información no contrastada. Nos quedamos a merced de los demagogos».

 

Consejos de los expertos para que los niños aprendan a leer en profundidad tanto e papel como en digital.

0-2 años: pantallas al mínimo

Se sabe ya que los niños a los que sus padres leen cuentos de forma regular llegarán a la adolescencia habiendo escuchado -y procesado- 32 millones de palabras más.

2-5 años: que no se pasen

Una tableta es como un peluche. El niño juega con él de vez en cuando, pero, ojo, no es un premio. Que se familiarice con el dispositivo, pero que no se pase el día pegado a él.

5-10 años: aprendizajes paralelos

Es bueno que el niño trabaje con textos impresos y digitales. Y siempre con un enfoque individualizado. Por ejemplo, algunos niños con dislexia progresarán mejor con pantallas. Y aunque los niños lean ya solos, no hay que descuidar las sesiones de lectura en alto, en común y dialogada, con un adulto. Y mejor en papel.

11 años: sin distracciones

Reservar un tiempo cada día para la lectura lenta y placentera resulta diferencial. En cualquier formato, pero sin distracciones. Así se desarrollarán los circuitos neuronales necesarios para leer en profundidad.

 

 

 


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