[1] El poder transformador de la mentira
Gustavo A. Schwartz (schwartz@ehu.es)
Por lo general la mentira suele asociarse con actitudes mezquinas, y la experiencia nos muestra que hay en esto una buena cuota de verdad. Hablar bien de la mentira, o más aun hacer una apología, puede parecer algo obsceno y hasta casi grotesco. Pero la mentira no es sólo una cuestión moral; la mentira tiene aspectos que exceden lo moral y es allí donde aparece su verdadero poder transformador. Es entonces cuando ciertas cuestiones acerca de la mentira adquieren otro sentido ¿La mentira es necesariamente mala, dañina o indeseable? ¿Podemos construir verdades basadas en mentiras? ¿Puede la mentira ayudarnos a comprender el mundo? ¿La mentira es lo opuesto a la verdad? Analizaremos aquí diversos aspectos de la mentira y veremos que en determinados contextos no sólo no es mala sino que es deseable y hasta necesaria.
La mentira tiene una cara moral, ética, que todos conocemos y con la que nos topamos a diario; y otra extramoral mucho menos conocida y sumamente poderosa. El macabro uso que se ha hecho de la mentira desde el punto de vista moral, especialmente en política, ha eclipsado los aspectos constructivos de la mentira. En el sentido extramoral la mentira fue y es el gran motor del cambio, nada podría cambiar o ser creado sin ese poder transformador de la mentira. Mentir es inventar, imaginar, fingir, actuar; mentir es crear, y en este sentido el mentiroso es un creativo; mentir requiere un esfuerzo, es mucho más simple contar la verdad; mentir requiere, además, mucha imaginación. Mentimos para zafar de una situación, mentimos para no asumir responsabilidades, mentimos para obtener algún beneficio o para perjudicar a otro. Pero también miente el actor, el novelista, el científico, el religioso o el poeta. La mentira es un instrumento increíblemente eficaz y versátil y presenta varias aristas que no siempre son exploradas. Nos interesa aquí analizar esos aspectos de la mentira, aquellos que se asocian con la imaginación, la creación, la posibilidad, la libertad; en definitiva, con los aspectos positivos de la mentira que son mucho más profundos y poderosos que los aspectos morales.
Estructura y función de la mentira
No debemos confundir el error con la mentira. El primero es involuntario; la mentira, en cambio, implica intencionalidad. Esto es lo que hace prácticamente imposible probar que alguien ha mentido; podemos probar que no ha dicho la verdad, pero no que ha mentido; esto es algo que sólo el mentiroso puede admitir (e incluso podría estar mintiendo al afirmar que ha mentido). Contrariamente a lo que la mayoría de la gente cree, lo opuesto a la mentira no es la verdad (ni tampoco la realidad) sino la veracidad, o en todo caso lo que pienso (aun cuando esto sea falso). Supongamos que estoy absolutamente convencido que Colón llegó a América en 1392; entonces, cuando sostengo esta posición, aunque sea falsa, no estoy mintiendo porque digo lo que pienso. Pero si en cambio digo que Colón llegó a América en 1492 (cuando sigo convencido que fue en 1392), entonces estoy mintiendo aunque lo que diga sea verdad. La mentira consiste en alterar deliberadamente lo que creo o pienso con un propósito determinado. Puedo perfectamente proponer un enunciado falso porque creo en él, y por lo tanto con la sincera intención de decir la verdad; es decir que no necesariamente miento al decir algo falso. En cambio puedo decir algo verdadero con la clara intención de engañar o confundir al otro.
La mentira como origen de todo
La mentira consiste entonces en utilizar la imaginación para alterar deliberadamente lo que yo creo que es la realidad. Y esto es precisamente lo que permite el cambio y la transformación; la mentira transforma la realidad (o lo que yo creo que ésta es) con un propósito determinado. Es en este sentido en el que podemos afirmar que la mentira es el origen de todo.
El símbolo, origen del lenguaje y elemento básico del pensamiento abstracto, es una mentira; pero una mentira socialmente aceptada, una mentira en la que todos nos ponemos de acuerdo. Convenimos en llamar “oso” a esa cosa peluda, de cuatro patas, que come pescado, inverna, y gruñe espantosamente. Pero todos sabemos que la palabra “oso” (o su sonido) no se parecen en nada al oso; la única manera “realista” de hablar de un oso sería tener uno cerca cada vez que queramos referirnos a él y, eventualmente, señalarlo. El símbolo nos permite alejarnos de la realidad, hablar del oso aunque éste no esté presente.
El símbolo es una mentira que nos permite referirnos a la realidad. No sabemos aun cómo surgió el lenguaje, pero podemos hacer alguna hipótesis a respecto. El homo mentirocutecus, ubicado cronológicamente entre el homo rhodensis y el homo sapiens sapiens, logró, haciendo uso de su imaginación, asociar un símbolo (un sonido, un dibujo, una marca) con un fragmento de su realidad que en nada se le parece. Fue el primer gran mentiroso. Podemos imaginar al homo mentirocutecus gritando “udtcha” al divisar un león que se acercaba peligrosamente. Sus compañeros escucharon el “udtcha”, vieron al animal y entendieron de qué se trataba; todos estuvieron de acuerdo en que aquella mentira (el símbolo) correspondía a una “realidad” (el león). Tal fue el acuerdo que a partir de entonces si alguien gritaba “udtcha” un temor espantoso se apoderaba del grupo y mientras algunos corrían a refugiarse otros buscaban sus lanzas para enfrentar al león. Lo curioso, era que nadie había visto, escuchado u olido al león, sólo habían oído el símbolo (la mentira). Aquella mentira socialmente aceptada se había convertido en una verdad mucho más poderosa que el león mismo; ahora podían hacerse bromas (alertar sobre un león que no existe), hablar del león en ausencia de éste, planificar su caza, asociarlo con algún demonio o maleficio, utilizarlo como ofrenda (te daré tres leones) o como amenaza (te echaré a los leones). Vale la pena diferenciar aquí el símbolo (en este caso el “udtcha”) de las señales de alerta de otros animales. Éstas últimas suelen ser de carácter genético, mientras que el símbolo sólo puede transmitirse a la siguiente generación a través de la educación.
La aparición del manejo simbólico en el hombre permitió el desarrollo del lenguaje, y éste a su vez impulsó la formación de conceptos abstractos imposibles de aprehender mediante la percepción sensorial. La belleza, el futuro, la amistad, la justicia, el deseo, son conceptos asociados al lenguaje. El desarrollo del lenguaje hizo posible la aparición del mito, la religión, la ciencia y el arte. Como señala Savater en Las preguntas de la vida, “Las selvas humanas por las que vagamos están hechas de símbolos”; es decir de mentiras.
Quizás el principal valor de la mentira es que nos permite construir verdades, que se convierten en tales cuando logramos olvidar que fueron mentiras.
La mentira en el arte y la ciencia.
Todos tenemos una irresistible fascinación por la mentira y el engaño. A quien no le gusta dejarse sorprender por un buen mago. Todos sabemos que esa magia es en definitiva un engaño, una mentira; pero incluso llegamos a pagar una entrada al teatro para dejarnos engañar. La única razón por la que un mago nos sorprende es porque sabemos que nos está mintiendo. Si pudiera de hecho hacer desaparecer cosas o leernos el pensamiento, entonces ya no tendría ninguna gracia; es más, el simpático mago, ahora devenido en brujo, nos provocaría miedo, aversión y rechazo, y probablemente terminaría quemado en la hoguera (porque las hogueras no desaparecieron con la inquisición, sino que siguen existiendo de forma mucho más sutil).
Si no fuese por la mentira este mundo sería bastante triste; porque es la mentira la que permite que exista la ficción, es la mentira la que permite que exista la religión, el arte y la ciencia. La mentira nos ayuda a comprender el mundo. Picasso solía decir que “el arte es una mentira, pero una mentira a través de la cual podemos descubrir la verdad, al menos la verdad que nos es posible comprender”. Al poco tiempo de leer esta definición descubrí que cambiando la palabra arte por ciencia la definición de Picasso sigue siendo bastante acertada. Y es que la mentira es un producto de la imaginación que hace posible que podamos (creamos) comprender algo de lo que nos rodea.
La ciencia no existiría como tal de no ser por la mentira. La ciencia asume (según el mismo Newton sostenía) que el universo es ordenado y predecible, que tiene leyes expresables en lenguaje matemático y que podemos descubrirlas. No podemos decir que esto sea mentira, pero tampoco sabemos si es cierto. Un grupo de personas (denominado comunidad científica) se ponen de acuerdo en que esto es así, lo asumen como una verdad y comienzan a construir a partir de allí. El resultado no es poca cosa; el conocimiento científico, con todo lo bueno y todo lo malo, es una de las grandes catedrales que el hombre ha logrado edificar sobre las arenas movedizas de la mentira en la cual estamos condenados a vivir.
Una ficción… pero no cualquiera
Todo pareciera indicar que el hombre, en su necesidad biológica de preservarse como especie, está dispuesto a aceptar mentiras por verdades en aras de comprender el mundo, a fin de asegurar su subsistencia y hacer la vida un poco más soportable. El conocimiento sería entonces una ilusión (útil y maravillosa, pero ilusión al fin), un instrumento de la evolución para asegurar la continuidad de la especie, y nuestra visión de la realidad una ficción. Pero… ¿significa esto que cualquier ficción va a ser aceptada por el hombre como representación de la realidad? Desde el punto de vista evolutivo debería ser cualquier ficción que garantice la continuidad de la especie. De hecho el hombre ha abrazado siempre aquellas ficciones que ponían un poco de orden en el caos de su existencia, aquellas que parecían asegurar su subsistencia, aquellas que prometían (unas en el más acá, otras en el más allá) una vida feliz. El hombre ha abrazado el arte, la religión y la ciencia, y las ha soltado alternativamente en cuanto vio que no cumplían con lo prometido, o en cuanto vio amenazada su propia subsistencia.
El hombre es una especie de Tarzán que explora su territorio viajando de liana en liana, y sólo puede soltar una cuando ha conseguido alcanzar otra; tiene que estar siempre aferrado a una para no caer al piso, y tiene que cambiar de liana si quiere ver un poco más allá de sus narices; usar siempre una misma liana limitaría su universo a un par de árboles, y su existencia a un abrir y cerrar de ojos; pasar de liana en liana le permite (no digamos avanzar, sino más bien) moverse en un universo más amplio. El problema es que muchas veces no puede elegir; la liana de la que está colgado está a punto de romperse y debe entonces coger la primera que encuentre.
La verdad sobre la mentira
La mentira puede existir aun cuando no exista siquiera una sola verdad; la mentira no sólo es anterior a la verdad, sino que la conforma; la mentira es el material primigenio con el que se construyen las verdades; y cuando logramos olvidarnos de que la mentira estuvo involucrada, sólo nos queda la verdad; y esa verdad (devenida en arte, religión o ciencia) nos hace sentir seguros y nos da la tranquilidad necesaria para que la existencia sea mínimamente soportable.
Posibles volantas de pase
La verdad es una mentira socialmente aceptada. Frederich Nietzsche.
El principal valor de la mentira es que nos permite construir verdades.
Las grandes catedrales de la verdad fueron levantadas sobre las arenas movedizas de la mentira.
Tabla de contenidos
♦♦♦♦♦
♦♦♦♦♦
♦♦♦♦♦
[2] “Yo fui un bot”: las confesiones de un agente dedicado al engaño en Twitter
Por JORDI PÉREZ COLOMÉ
Por defecto se usa bot como cuenta falsa en Twitter. Pero un bot es una cuenta automatizada y no tiene por qué ser falsa. Hace años, los bots eran los encargados principales de amplificar mensajes: hacían miles de retuits o likes o servían para engrosar cuentas de seguidores. Siguen haciéndolo, pero Twitter y la sofisticación de los usuarios hace que sean más fáciles de descubrir y eliminar.
La agencia de @thebotruso tiene un software para programar bots. Da órdenes de hacer tantos retuits a tales cuentas o lanzar tuits preescritos a horas determinadas. Es barato pero poco refinado. “Se sigue trabajando para amplificar contenido, pero hay que ser cuidadoso, porque puede comportarle un problema reputacional al cliente”, dice.
Para evitarlo, hay varios recursos que permiten humanizar o desvincular esos bots de una campaña: «Los bots no harán retuit a todo lo que se menea. Si realizan acciones con, por ejemplo, un trol concreto, generas un patrón, con lo que un analista de datos de la competencia sería capaz de levantar la liebre”, dice.
Los bots tampoco seguirán la cuenta del cliente que paga por si algún día quedan al descubierto. “Si cogemos como ejemplo la causa independentista, los bots seguirán a distintos partidos, políticos y asociaciones, pero no al cliente final”, explica. También se vigilarán las cuentas por si hay usuarios reales interactuando con algún bot. En ese caso, un empleado entrará a responder.
2. La clave son dos tipos de trols
La definición habitual de trol es usuario gamberro o impertinente. En la agencia eran sus cuentas estrella. Cada empleado podía gestionar unas 30 cuentas, con su comportamiento humano. Los trols se dividían en alfa y beta.
Las cuentas alfa difunden el mensaje. Empezaban con una estrategia de sígueme y te sigo para ganar peso, sus tuits iniciales eran hinchados por los bots y luego interactuaban con cuentas importantes para llamar la atención. Sin tener nada que ver, en España se hizo famosa en pocas semanas la cuenta de Miguel Lacambra, que logró 20.000 seguidores con una estrategia similar.
Los trols beta son los guerrilleros. Se dedican a amansar la crítica. Son cuentas que responden a tuits de famosos con insultos o amenazas. “Los afectados por el ataque de los beta ven las respuestas a sus tuits y muchas veces se cortan un poco a la hora de tuitear sobre según qué temas. Se sienten incómodos y pasan a querer tener un perfil más bajo. El sistema es eficaz. Por eso se sigue contratando y perfeccionando. A los usuarios nos la siguen colando”, dice.
3. El objetivo: engañar a Twitter
Una parte de los esfuerzos se dedica a evitar la detección de las trampas y aumentar la probabilidad de éxito: “Los trols no se seguirán entre sí y se limitará la interacción entre sí mismos para liderar varios grupos de conversación y porque una relación habitual entre dos o más trols pondría en riesgo la operación”, dice. Se hacen mapas de las cuentas con una herramienta habitual entre investigadores llamada Gephi para ver si la relación entre ellos es destacable: “Esos gephis serían capaces de dejar al descubierto la relación entre nuestras cuentas (trols y bots), por lo que toda precaución es poca”, dice.
Hay además un objetivo permanente en todas estas operaciones: evitar patrones. “Cada cuenta que maneja un trol debe escribir distinto: las personas tenemos tendencia a utilizar ciertas expresiones y dejar patrones de escritura, como poner dos símbolos de exclamación o terminar todas las frases con puntos suspensivos”, explica.
Las triquiñuelas para engañar a Twitter son aún más destacables con los bots automatizados: “El software lleva todos los bots, que se dividen en grupos. Cada grupo utiliza una API [herramienta para usar Twitter automáticamente]. Y la dirección IP se varía de forma aleatoria. Llegamos a tener 3.000 o 4.000 cuentas en una misma API y me consta que podrían usarse más. El problema es que si tienes muchas cuentas tuiteando seguido bajo una misma API, puedes provocar que Twitter la bloquee”, explica. Aunque estas herramientas permiten gestionar miles de cuentas, hay que personalizar una a una con foto, nombre y bio. Es un trabajo largo para que Twitter se cargue 2.000 en un momento.
4. Toda campaña tiene un plan
Cada campaña se prepara con análisis de datos y objetivos diarios. Los bots y trols no se crean en el vacío. Antes de una campaña, científicos de datos analizan la conversación sobre el tema que interesa al cliente: un partido que quiere sacar más diputados, una empresa que quiere batir a un competidor o un club que tiene problemas de credibilidad.
“Ven cuántas cuentas están participando en un tema y se establece cuántas serían necesarias para tener influencia”, dice. También se analiza el sentimiento e influencers de esos asuntos: “Se realizan listas de cuentas favorables y contrarias y se analiza el peso que tienen”, dice. Esa información es clave para el funcionamiento de la campaña: “Le sirve al trol para saber con qué usuarios interactuar, para generar un clúster con ellos, a cuáles responder y hostigar con los beta y con qué usuarios ni siquiera merece la pena perder el tiempo. No es lo mismo arrancar una cuenta a lo loco que hacerlo con una cantidad inmensa de información. El trol alfa sabe a quién dirigirse, qué tono, qué comunicar”.
Una campaña puede llegar a costar un millón de euros. El cliente espera resultados concretos y demostrables. Una campaña media puede requerir entre 1.500 y 2.000 bots y trols.
Mientras los usuarios normales en Twitter entran a la red a ver qué ocurre, estos operativos que manejan cientos de cuentas falsas tienen un plan diario. Es como si cada día un jefe mafioso lanzara un grupo de comandos a una ciudad con un plan delicadamente diseñado para hacer un conjunto de misiones concretas y sembrar el pánico sin que nadie les detecte. El objetivo es hacer creer a los ciudadanos cosas que no son verdad: no solo con noticias falsas, sino con acciones que muestran que hay más gente que cree algo de la que en realidad hay. Sería algo así como inflar encuestas. Por supuesto, a menudo se enfrentan a equipos que pretenden justo lo contrario.
Esto no se queda en la teoría, sus efectos tienen consecuencias en el mundo real: “La gente tiende a compartir su opinión cuando se siente arropada por la comunidad”, dice este agente. “Hubo un tiempo en el que muchos catalanes no independentistas no publicaban sus ideas en redes porque si entraban en Twitter daba la sensación que medio mundo era independentista”.
Estas acciones en redes permiten abrir el camino a opiniones extremas. De repente, alguien ve que la crítica abierta a inmigrantes o mujeres está permitida. Quizá no se hace con crudeza, sino con memes o palabras en código, pero ahí está. No se sabe si esas cuentas están controladas por una docena de empleados en una oficina.
5. Cómo engañar a un periodista
A menudo, los periodistas no son conscientes de lo fácil que es pasarles mercancía falsa. Uno de los motivos por los que @thebotruso ha creado su cuenta y quiere contar su experiencia es para intentar advertir de los peligros: “Los que trabajáis en medios no siempre conocéis este ecosistema. En cierto modo, es fácil engañar a un periodista. Siempre estáis buscando información y, a día de hoy, Internet es una fuente muy grande. Si un periodista da con tu contenido, ve que tiene apoyo y cuadra con lo que él quiere (o tiene) que comunicar, quizá lo coge. Las estrategias para cada caso son diferentes. Por ejemplo: para una empresa acusada de corrupción creamos un ecosistema que defendía los puestos de trabajo (trabajadores preocupados por las medidas que se pedían tomar contra la empresa)”, explica.
6. Cómo trucar una encuesta en Twitter
Los bots son útiles para ganar una encuesta en la red. Estos son los pasos que hacía esta agencia: “Se detecta la encuesta y se hace un pantallazo. Se realiza un cálculo para saber cuántos votos hacen falta para girar los resultados y el valor de cada 1%. Se pone en marcha la operativa para que gane la opción deseada. Se monitorea para ver que todo funciona correctamente”.
7. La creación de un ‘trending topic’
Las opciones para lograr un trending topic eran más reducidas, pero la estrategia era clara. La agencia trabajaba durante días para lograr su objetivo. “Lo primero es escoger un día y una hora. Se procura no coincidir con eventos como un partido de fútbol o Gran Hermano”, explica @thebotruso. “Se elige un hashtag, es importante que no haya sido utilizado dado que son más difíciles de posicionar. Se pone en marcha al equipo de redactores que escriben miles de tuits durante varios días para que sean publicados por la red de bots”, añade.
También se avisa a usuarios reales por si les interesa. “Se envían comunicaciones a personas afines para avisar de la acción: tal día a tal hora saldremos con tal hashtag para quejarnos, te invitamos a la acción para ver si logramos ser tendencia y hacer que nos escuchen”.
Llega el gran día: “Los analistas miran cuántos tuits hacen falta para colarse en tendencias. Se cargan los tuits en la plataforma de bots. El cliente saca el primer tuit. Rápido se pone en marcha la red de bots. Es crucial que haya muchos tuits en un espacio corto de tiempo. Los trols alfa salen con tuits de impacto. Los analistas de datos monitorean para saber si hace falta salir con más tuits, si hay que frenar la red de bots. Los trols beta apoyan la acción, responden a los críticos, animan a otros usuarios con la misma ideología”.
Pasada la misión, haya éxito o no, es hora de disimular las pruebas: “Se detiene la acción de bots y se limpia: las cuentas bot hacen tuits y retuits de otros temas para que, si alguien entra a ver esas cuentas, no vea que solo han entrado para hacer tuits sobre el trending y se han ido a dormir. Los trols puede que sigan tuiteando un rato y luego harán una limpia, igual que los bots”, añade. Y por último: “Finalmente, se prepara un reporte para el cliente”.
Y todo esto, ¿cómo afecta a quien lo hace? “Todos éramos conscientes de a qué jugábamos. Y me gusta esa palabra: juego. Siempre recomendé a todo el mundo que se lo tomara como jugar al Risk porque es fácil tomarte los proyectos como algo personal y a veces es difícil gestionar la diferencia entre tu cuenta trol y tú. Por suerte, nunca tuve a nadie con baja por depresión, ansiedad, ni nada parecido”.
♦♦♦♦♦
Hay acuerdo general: no es lo mismo la posverdad que la mentira. Lo primero es un intento de manipulación de la realidad y supone crédulos voluntarios; lo segundo, una afirmación que contradice los hechos y que busca engañados involuntarios. Hasta hace cuatro días mentir estaba mal visto. La Biblia incluía su prohibición entre los mandamientos y Kant anatemizaba de tal forma la mentira que ni siquiera la admitía para salvar la vida de un inocente. No obstante, se daba por hecho que había mentiras y que entre los grandes mentirosos destacaban los gobernantes. Quizás por eso Miguel Catalán sitúa casi al inicio de su séptimo volumen dedicado al estudio de la mentira (Mentira y poder político) una afirmación rotunda: “Los políticos mienten más que el resto”. Coincide la aparición de ese libro con la reedición de dos textos de Hannah Arendt (reunidos en Verdad y mentira en la política). El primero se abre con lo que llama un “lugar común”: “La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y demagogos, sino también del hombre de Estado”. En la misma línea el periodista inglés Matthew d’Ancona afirma: “Mentir ha sido parte integral de la política desde que los humanos se organizaron en tribus”.
Jordi Ibáñez Fanés recuerda en el prólogo a un libro colectivo (En la era de la posverdad) que la reflexión sobre verdad y mentira no es nueva. En 1943, Alexandre Koyré exclamaba: “Nunca se mintió tanto como en nuestros días”. La diferencia, explica en ese mismo volumen Jaume Andreu, es que la mentira ha dejado de tener que disimularse porque se ha perdido la vergüenza que antes producía ser pillado en falsedad. En el mismo libro, Victoria Camps abunda en la idea: mentir ha dejado de ser reproblable.
Esto exige una división del trabajo: los ociosos y los que trabajan. En tiempos de Séneca, un patricio sugirió que sería bueno diferenciar a los dirigentes de los dirigidos a través del vestido. El filósofo le objetó que eso tenía un inconveniente: que los explotados se dieran cuenta de que eran muchos más que los explotadores y actuaran en consecuencia.
Con agudeza se pregunta Jordi Gracia, en un texto incluido en En la era de la posverdad, si la virulencia de los nuevos clérigos contra la posverdad no derivará del hecho de que pone en cuestión su monopolio de la mentira. Los intelectuales estaban adscritos a las élites y habían respaldado y tolerado mensajes del poder de “veracidad dudosa, donde la intencionalidad era manifiesta, donde la media verdad prosperaba como verdad entera”.
Pero si la mentira engaña, la posverdad exige complacencia. Joaquín Estefanía (La mentira os hará eficaces, en el volumen colectivo citado) señala la indiferencia de algunos economistas frente a los hechos y recupera la expresión de Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, quien calificó a los “economistas hegemónicos” como “mayordomos intelectuales de los poderosos”. No sólo los economistas, también los “periodistas son parte de la élite simbólica que accede al discurso dominante”, añade Jacqueline Fowks.
Tanto D’Ancona como el que fuera directivo de la BBC y de The New York Times Mark Thompson y Victoria Camps vinculan la facilidad con que se ha impuesto la posverdad con el pensamiento débil defendido por no pocos filósofos, sobre todo europeos. “La hermenéutica de la sospecha, el pensamiento débil abrieron la puerta a la posverdad”, escribe Thompson, configurando un mundo en el que “tú eliges tu propia verdad como si fuera un bufet libre” (D’Ancona). Lo sorprendente es la facilidad con la que se abren paso estas falsedades. Porque hasta ahora, escribe Catalán, “para ocultar una realidad universal” había hecho falta “todo un mundo de mentiras”.
En la era de la posverdad. Ensayos. Jordi Ibáñez Fanés (editor). Calambur, 2017. 198 páginas. 18 euros
Verdad y mentira en la política. Hannah Arendt. Traducción de Roberto Ramos Fontecoba. Página Indómita, 2017. 150 páginas. 17 euros
Post Truth. The new war on truth and how to fight back. Matthew d’Ancona. Ebury Press, 2017. 166 páginas. 8,03 euros
Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Mark Thompson. Traducción de Gabriel Dols Gallardo Debate, 2017. 462 páginas. 23,90 euros
Deja tu opinión