"MEMES: Los nuevos replicadores"
Por Richard Dawkins
("El gen egoísta", Capítulo XI)
Hasta ahora no he hablado mucho sobre el hombre en particular, aun cuando tampoco lo he excluido de manera deliberada. Una de las razones por las cuales he empleado el término «máquina de supervivencia» es su ventaja sobre la palabra «animal», que hubiese excluido a las plantas y, en la mente de algunas personas, a los seres humanos. Las hipótesis que he planteado deberían, a primera vista, aplicarse a cualquier ser en evolución. Si se ha de exceptuar a alguna especie debe ser por muy buenas razones particulares. ¿Existe alguna buena razón para suponer que nuestra propia especie es única? Pienso que la respuesta debe ser afirmativa.
La mayoría de las características que resultan inusitadas o extraordinarias en el hombre pueden resumirse en una palabra: «cultura». No empleo el término en su connotación presuntuosa sino como la emplearía un científico. La transmisión cultural es análoga a la transmisión genética en cuanto, a pesar de ser básicamente conservadora, puede dar origen a una forma de evolución. Geoffrey Chaucer no podría mantener una conversación con un moderno ciudadano inglés, pese a que están unidos uno al otro por una cadena ininterrumpida de unas veinte generaciones de ingleses, cada uno de los cuales podía hablar con sus vecinos inmediatos de la cadena igual que un hijo habla a su padre. Parece ser que el lenguaje «evoluciona» por medios no genéticos y a una velocidad más rápida en órdenes de magnitud que la evolución genética.
La transmisión cultural no es un fenómeno exclusivo del hombre. El mejor ejemplo, no humano, que conozco ha sido recientemente presentado por P. F. Jenkins al describir el canto de un pájaro del orden de los paseriformes que vive en unas islas frente a Nueva Zelanda. En la isla en que él trabajó había un repertorio total aproximado de nueve cantos distintos. Cualquier macho determinado entonaba solamente uno o unos pocos de esos cantos. Los machos pudieron ser clasificados en grupos según los dialectos. Por ejemplo, un grupo de ocho machos con territorios aledaños entonaban un canto determinado, llamado canción CC. Otros grupos dialectales entonaban cantos diferentes. En ciertas ocasiones los miembros de un grupo clasificados según el dialecto compartían más de una canción. Comparando las canciones de los padres y las de los hijos, Jenkins demostró que los tipos o modelos de canciones no eran heredados genéticamente. Cada joven macho podía adoptar canciones de sus vecinos territoriales por imitación, de una manera análoga al lenguaje humano. Durante la mayor parte del tiempo que Jenkins pasó allí, había un número fijo de canciones en la isla, una especie de «acervo de canciones» del cual cada macho extraía su propio pequeño repertorio. Pero, en ciertas ocasiones, Jenkins tuvo el privilegio de presenciar el «invento» de una nueva canción, que ocurría al cometerse una equivocación al imitar una antigua. Lo describe así: «Se ha demostrado que surgen nuevas formas de canciones ya sea por cambio de tono de una nota, por repetición de una nota, omisión de notas y combinación de partes o trozos de otras canciones existentes... La aparición de la nueva forma se producía abruptamente y el producto era bastante estable durante un período de años. Más adelante, en cierto número de casos, la variante era transmitida con precisión en su nueva forma a jóvenes reclutas, de manera que se desarrollaba un grupo coherente y reconocible de cantores.» Jenkins se refiere a los orígenes de nuevas canciones como «mutaciones culturales». El canto de este paseriforme evoluciona ciertamente por medios no genéticos. Existen otros ejemplos de evolución cultural en pájaros y en monos, pero sólo se trata de curiosas rarezas. Nuestra propia especie es la que realmente demuestra lo que la evolución cultural puede lograr. El lenguaje sólo es un ejemplo entre muchos. Las modas en el vestir y en los regímenes alimentarios, las ceremonias y las costumbres, el arte y la arquitectura, la ingeniería y la tecnología, todo evoluciona en el tiempo histórico de una manera que parece una evolución genética altamente acelerada, pero en realidad nada tiene que ver con ella. Sin embargo, al igual que en la evolución genética, el cambio puede ser progresivo. En cierto sentido, la ciencia moderna es en verdad mejor que la ciencia antigua. No solamente cambia nuestra comprensión del universo a medida que transcurren los siglos, sino que también la mejora. Se ha admitido que el actual estallido de progresos se remonta sólo al Renacimiento, que fue precedido por un período deprimente de estancamiento en el cual la cultura científica quedó petrificada al nivel alcanzado por los griegos. Pero, como vimos en el capítulo V, la evolución genética también puede seguir un curso de breves estallidos entre niveles estables.
La analogía entre la evolución cultural y la genética ha sido frecuentemente señalada, en ocasiones en el contexto de innecesarias alusiones místicas. La analogía entre progreso científico y evolución genética por selección natural ha sido ilustrada especialmente por sir Karl Popper. Desearía adentrarme algo más en algunos sentidos que también están siendo explorados, por ejemplo, por el genetista L. L. Cavalli-Sforza, el antropólogo F. T. Cloak y el etólogo J. M. Cullen.
Como entusiasta darwiniano que soy, no me he sentido satisfecho con las explicaciones dadas por aquellos que comparten mi entusiasmo respecto al comportamiento humano. Han intentado buscar «ventajas biológicas» en diversos atributos de la civilización humana. Por ejemplo, la religión tribal ha sido considerada como un mecanismo de cristalización de la identidad de un grupo, válida para las especies que cazan en grupos y cuyos individuos confían en la cooperación para atrapar una presa grande y rápida. Con frecuencia tales teorías son estructuradas en base a preconceptos evolutivos y sus términos son implícitamente partidarios de la selección de grupos, pero es posible replantear dichas teorías en términos de la ortodoxa selección de genes. El hombre puede muy bien haber pasado grandes porciones de los últimos millones de años viviendo en pequeños grupos integrados por parientes. La selección de parentesco y la selección en favor del altruismo recíproco pudo actuar sobre los genes humanos para producir gran parte de nuestras tendencias y de nuestros atributos psicológicos básicos. Estas ideas parecen satisfactorias hasta este momento, pero encuentro que no afrontan el formidable desafío de explicar la cultura, la evolución cultural y las inmensas diferencias entre las culturas humanas alrededor del mundo, que abarcan desde el total egoísmo de los Ik de Uganda, según la descripción de Colin Turnbull, hasta el gentil altruismo del Arapesh de Margaret Mead. Pienso que debemos empezar nuevamente desde el principio hasta remontarnos a los primeros orígenes. La hipótesis que plantearé, por muy sorprendente que pueda parecer al provenir del autor de los capítulos precedentes, es que, para una comprensión de la evolución del hombre moderno, debemos empezar por descartar al gen como base única de nuestras ideas sobre la evolución. Soy un entusiasta darwiniano, pero creo que el darwinismo es una teoría demasiado amplia para ser confinada en el estrecho contexto del gen. El gen figurará en mi tesis como una analogía, nada más. ¿Qué es, después de todo, lo peculiar de los genes? La respuesta es que son entidades replicadoras. Se supone que las leyes de la física son verdaderas en todo el universo accesible. ¿Existe algún principio en biología que pueda tener una validez universal semejante? Cuando los astronautas viajan a los distantes planetas y buscan indicios de vida, acaso esperen hallar criaturas demasiado extrañas y sobrenaturales para que pueda concebirlas nuestra imaginación. Pero, ¿existe algo que sea cierto para todo tipo de vida, dondequiera que se encuentre y cualquiera que sea la base de su química? Si existen formas de vida cuya química esté basada en el silicio en lugar del carbón, o en el amonio en lugar del agua; si se descubren criaturas que mueren al ser hervidas a -100 grados centígrados; si se descubre una forma de vida que no esté basada en absoluto en la química sino en reverberantes circuitos electrónicos, ¿existirá aún algún principio general que sea válido respecto a todo tipo de vida?
Obviamente no lo sé, pero si tuviese que apostar, pondría mi dinero en un principio fundamental. Tal es la ley según la cual toda vida evoluciona por la supervivencia diferencial de entidades replicadoras.[55] El gen, la molécula de ADN, sucede que es la entidad replicadora que prevalece en nuestro propio planeta. Puede haber otras. Si las hay, siempre que se den otras condiciones, tenderán, casi inevitablemente, a convertirse en la base de un proceso evolutivo.
Pero, ¿debemos trasladarnos a mundos distantes para encontrar otros tipos de replicadores y, por consiguiente, otros tipos de evolución? Pienso que un nuevo tipo de replicador ha surgido recientemente en este mismo planeta. Lo tenemos frente a nuestro rostro. Se encuentra todavía en su infancia, aún flotando torpemente en su caldo primario, pero ya está alcanzando un cambio evolutivo a una velocidad que deja al antiguo gen jadeante y muy atrás.
El nuevo caldo es el caldo de la cultura humana. Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un sustantivo que conlleve la idea de una unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. «Mímeme» se deriva de una apropiada raíz griega, pero deseo un monosílabo que suene algo parecido a «gen». Espero que mis amigos clasicistas me perdonen si abrevio mímeme y lo dejo en meme. [56] Si sirve de algún consuelo, cabe pensar, como otra alternativa, que se relaciona con «memoria» o con la palabra francesa même. En inglés debería pronunciarse «mi:m». Ejemplos de memes son: tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos. Al igual que los genes se propagan en un acervo génico al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, así los memes se propagan en el acervo de memes al saltar de un cerebro a otro mediante un proceso que, considerado en su sentido más amplio, puede llamarse de imitación. Si un científico escucha o lee una buena idea, la transmite a sus colegas y estudiantes. La menciona en sus artículos y ponencias. Si la idea se hace popular, puede decirse que se ha propagado, esparciéndose de cerebro en cerebro. Como mi colega N. K. Humphrey claramente lo resumió en un previo borrador del presente capítulo: «...se debe considerar a los memes como estructuras vivientes, no metafórica sino técnicamente.[57] Cuando plantas un meme fértil en mi mente, literalmente parásitas mi cerebro, convirtiéndolo en un vehículo de propagación del meme, de la misma forma que un virus puede parasitar el mecanismo genético de una célula anfitriona. Y ésta no es sólo una forma de expresarlo: el meme, para —digamos— “creer en la vida después de la muerte”, se ha realizado en verdad físicamente, millones de veces, como una estructura del sistema nervioso de los hombres individuales a través del mundo.»
Consideremos la idea de Dios. Ignoramos cómo surgió en el acervo de memes. Probablemente se originó muchas veces mediante «mutaciones» independientes. En todo caso es muy antigua, ciertamente. ¿Cómo se replica? Mediante la palabra escrita o hablada, con ayuda de una música maravillosa y un arte admirable. ¿Por qué tiene un valor tan alto de supervivencia? Recordemos que aquí el «valor de supervivencia» no significa valor para un gen en un acervo génico, sino valor para un meme en un acervo de memes. La pregunta significa realmente: ¿Qué hay en la idea de un dios que le da estabilidad y penetración en el medio cultural? El valor de supervivencia del meme dios en el acervo de memes resulta de la gran atracción psicológica que ejerce. Aporta una respuesta superficialmente plausible a problemas profundos y perturbadores sobre la existencia. Sugiere que las injusticias de este mundo serán rectificadas en el siguiente. Los «brazos eternos» sostienen un cojín que amortigua nuestras propias insuficiencias y que, a semejanza del placebo de un médico, no es menos efectivo que éste por el hecho de ser imaginario. Éstas son algunas de las razones de por qué la idea de Dios es copiada tan prontamente por las generaciones sucesivas de cerebros individuales. Dios existe, aun cuando sea en la forma de un meme con alto valor de supervivencia, o poder contagioso, en el medio ambiente dispuesto por la cultura humana.
Algunos de mis colegas me han sugerido que esta exposición del valor de supervivencia del meme dios da por supuesto lo que queda por probar. En último análisis desean siempre retroceder a la «ventaja biológica». Para ellos no es suficiente decir que la idea de un dios ejerce una «gran atracción psicológica». Desean saber por qué es así.
La atracción psicológica significa una atracción que experimentarían los cerebros, y éstos son diseñados por la selección natural de los genes en los acervos génicos. Desean saber alguna forma por la cual el poseer un cerebro con tales características mejora la supervivencia de los genes.
Siento gran simpatía hacia esta actitud y no dudo que existen ciertas ventajas genéticas en tener cerebros del tipo que tenemos. Pero, sin embargo, pienso que estos colegas, si studiasen cuidadosamente las bases de sus propias hipótesis, encontrarían que dan por supuesto tanto como yo. Fundamentalmente, la razón por la cual es una buena política el que intentemos explicar los fenómenos biológicos en términos de ventaja para los genes, es que los genes hacen réplicas de sí mismos. Tan pronto como el caldo primario presentó las condiciones en que las moléculas pudieron hacer copias de sí mismas, los propios replicadores asumieron la dirección del proceso. Durante más de tres mil millones de años, el ADN ha sido el único replicador del cual vale la pena preocuparse en el mundo. Pero eso no quiere decir que mantenga estos derechos monopolistas para siempre. Siempre que surjan condiciones en las cuales un nuevo replicador pueda hacer copias de sí mismo, estos nuevos replicadores tenderán a hacerse cargo de la situación y a empezar un nuevo tipo de evolución propia. Una vez que empiece dicha evolución, en modo alguno se verá necesariamente subordinada a la antigua. La antigua evolución seleccionadora de genes, al hacer los cerebros, proveyó el «caldo» en el cual surgieron los primeros memes. Una vez que surgieron estos memes capaces de hacer copias de sí mismos, se inició su propio y más acelerado tipo de evolución. Nosotros, los biólogos, hemos asimilado la idea de evolución genética tan profundamente que tendemos a olvidar que ésta es sólo uno de los muchos posibles tipos de evolución.
Por la imitación, considerada en su sentido más amplio, es como los memes pueden crear réplicas de sí mismos. Pero así como no todos los genes que pueden hacer copias lo efectúan con éxito, así también algunos memes tienen un éxito mayor que otros en el acervo de memes. Este hecho es análogo al de la selección natural. He mencionado ejemplos individuales de cualidades que tienden a condicionar un alto valor de supervivencia entre los memes. Pero, en general, deben ser los mismos que aquellos analizados respecto a los replicadores en el capítulo II: longevidad, fecundidad y fidelidad en la copia. La longevidad de una copia cualquiera de un meme es probablemente de relativa insignificancia, como lo es para una copia cualquiera de un gen. La copia de la melodía Auld Lang Syne que existe en mi cerebro durará sólo el resto de mi vida.[58] La copia de la misma melodía que se encuentra impresa en mi volumen de The Scottish Student's Song Book tiene pocas posibilidades de durar mucho tiempo más. Pero espero que existirán copias de la misma melodía tanto impresas como en el cerebro de otras personas durante muchos siglos venideros. Al igual que en el caso de los genes, la fecundidad es mucho más importante que la longevidad de determinadas copias. Si el meme es una idea científica, su difusión dependerá de cuan aceptable sea para la población de individuos científicos; una medida aproximada de su valor de supervivencia podría obtenerse al contar el número de veces que ha sido mencionada en años sucesivos en las revistas científicas.[59] Si es una tonada popular, su difusión a través del acervo de memes puede ser medida por el número de personas a las cuales se haya escuchado silbarla por las calles. Si es un diseño de zapato femenino, la población memeticista puede utilizar estadísticas de venta de las tiendas de calzado. Algunos memes, como ciertos genes, alcanzan un éxito brillante a corto plazo al expandirse rápidamente, pero no duran mucho en el acervo de memes. Las canciones populares y los tacones puntiagudos son ejemplos de lo anterior. Otros, tales como las leyes religiosas de los judíos, pueden continuar propagándose durante miles de años, normalmente debido a la gran permanencia potencial de los registros escritos.
Lo anteriormente expuesto me lleva a considerar la tercera cualidad general de los replicadores prósperos: la fidelidad de las copias. Debo admitir aquí que me encuentro en un terreno no muy firme. A primera vista parece que los memes no son, en absoluto, replicadores de alta fidelidad. Cada vez que un científico escucha una idea y la transmite a otro, tiende a cambiarla algo. No he hecho ningún secreto de mi deuda, en el presente libro, a las ideas de R. L. Trivers. Sin embargo no las he repetido según sus propias palabras. Las he tergiversado de acuerdo a mis propósitos, cambiando el énfasis, amalgamándolas con ideas propias o de otra gente. Los memes son transmitidos de una forma alterada. Esto no parece propio de la cualidad particular del «todo o nada» de la transmisión de los genes. Parece como si la transmisión de los memes se vea sometida a una mutación constante, y también a una fusión.
Es posible que esta aparente carencia de particularidad sea ilusoria y que la analogía con los genes no se destruya. Después de todo, si analizamos la herencia de muchos caracteres genéticos tales como la altura o el color de la piel, no parece la obra de genes indivisibles e incombinables. Si se forma una pareja de una persona blanca y una persona negra, sus hijos no resultan blancos o negros sino de color intermedio. Ello no significa que los genes implicados no sean particulares. Es sólo debido a que hay tantos de ellos involucrados en el color de la piel y cada uno de ellos ejerce un efecto tan pequeño, que parecen fusionarse. Hasta ahora he hablado de memes como si fuese algo obvio el saber en qué consiste una unidad de meme. Pero, por supuesto, nada más lejos de la verdad. He dicho que una tonada es un meme, pero ¿qué pasa con una sinfonía? ¿Cuántos memes la componen? ¿Es, acaso, cada movimiento un meme, cada frase reconocible de la melodía, cada compás, cada nota, o qué?
Recurriré al mismo truco verbal que empleé en el capítulo III. Dividí, en aquella ocasión, el «complejo genético» en grandes y pequeñas unidades genéticas, y en unidades dentro de las unidades. El «gen» fue definido no de una manera rígida y absoluta, sino como una unidad de conveniencia, una medida de longitud del cromosoma con la suficiente fidelidad en la copia como para servir de unidad viable de selección natural. Si una sola frase de la novena sinfonía de Beethoven, es lo suficientemente característica y notable para ser separada del contexto de la sinfonía total y utilizada como característica de una enloquecedora emisora intrusa europea, luego, hasta este punto, merece ser llamada un meme. Dicho sea de paso, ha contribuido a disminuir materialmente mi capacidad de gozar con la sinfonía original.
De manera similar, cuando aseveramos que hoy día todos los biólogos creen en la teoría de Darwin, no queremos decir con ello que todos los biólogos tienen, grabada en sus cerebros, una copia idéntica de las palabras exactas del propio Charles Darwin. Cada individuo tiene su propia forma de interpretar las ideas de Darwin. Probablemente las aprendió basándose no en los propios escritos de Darwin sino en otros autores más recientes. Mucho de lo que Darwin afirmó está, en detalle, equivocado. Si Darwin leyera el presente libro apenas reconocería en él su teoría original, aun cuando espero que le agradaría la forma en que lo he expresado. Sin embargo, a pesar de todo ello, existe algo, una esencia del darwinismo. que se encuentra presente en la mente de cada individuo que comprende la teoría. Si esto no fuese así, entonces casi cada aseveración expresada por dos personas que concuerdan una con la otra carecería de significado. Una «idea-meme» podría ser definida como una entidad capaz de ser transmitida de un cerebro a otro. El meme de la teoría de Darwin es, por consiguiente, la base esencial de la idea que comparten todos los cerebros que comprenden dicha teoría. Las diferencias en el modo en que la gente representa la teoría no forma, por definición, parte del meme. Si la teoría de Darwin puede ser subdividida en componentes de tal manera que unas personas crean en el componente A pero no en el componente B, mientras que otras crean en B y no en A, luego A y B deberían ser considerados como memes separados o independientes. Si casi todos los que creen en A también creen en B —si los memes se encuentran estrechamente «unidos» para emplear el término genético—, entonces es conveniente agruparlos como un meme.
Continuemos con la analogía entre los memes y los genes. A través de este libro, he recalcado que no debemos pensar en los genes como agentes conscientes que persiguen un fin determinado. La ciega selección natural, sin embargo, los hace comportarse como si en realidad fuese así, y ha sido conveniente, como si empleásemos signos taquigráficos, referirnos a los genes en el lenguaje de la determinación. Por ejemplo, cuando decimos «los genes intentan aumentar su número en el futuro acervo génico», lo que realmente queremos decir es que «aquellos genes que se comportan de tal manera como para aumentar su número en los futuros acervos génicos tienden a ser los genes cuyos efectos percibimos en el mundo». De la misma manera que hemos considerado conveniente imaginar a los genes como agentes activos, trabajando intencionadamente por su propia supervivencia, quizá sea conveniente imaginar a los memes de igual forma. En ninguno de los dos casos debemos atribuir a ello un sentido místico. En ambos casos la idea de la intención o propósito es sólo una metáfora, pero ya hemos visto lo fructífera que es esta metáfora en el caso de los genes. Incluso hemos empleado términos como «egoísta» y «despiadado» al referirnos a los genes, sin olvidar que es exclusivamente una forma de expresión. ¿Podremos, exactamente con el mismo espíritu, buscar memes egoístas o despiadados?
Existe aquí un problema concerniente a la naturaleza de la competencia. Cuando existe reproducción sexual, cada gen compite particularmente con sus propios alelos, rivales por el mismo encaje cromosomático. Los memes no parecen poseer nada equivalente a los cromosomas, ni nada equivalente a los alelos. Supongo que en un sentido trivial puede decirse que muchas ideas tienen ideas «opuestas». Pero en general los memes se parecen a las primeras moléculas replicadoras, flotando caóticamente libres en el caldo primario, más que a los genes modernos en sus regimientos cromosomáticos nítidamente emparejados. ¿En qué sentido, entonces, compiten los memes unos con otros? ¿Podemos suponer que son «egoístas» o «despiadados» si no tienen alelos? La respuesta es afirmativa, porque existe un sentido en el cual deben comprometerse en un tipo de competencia entre ellos.
Cualquiera que emplee una computadora digital sabe lo precioso que es el espacio del almacenamiento de tiempo y memoria. En muchos grandes centros de computadoras son literalmente calculados en dinero; o cada persona que la utiliza puede emplear una porción de tiempo, medida en segundos, y una porción de espacio, medida en «palabras».
Las computadoras en las cuales viven los memes son los cerebros humanos.[60] Posiblemente el tiempo sea un factor limitador más importante que el espacio de almacenamiento de datos y es objeto de fuerte competencia. El cerebro humano, y el cuerpo que controla, no pueden hacer más de una o pocas cosas a la vez. Si un meme va a dominar la atención de un cerebro humano, debe hacerlo a expensas de memes «rivales».
Otros motivos de interés por los cuales los memes compiten son el tiempo dedicado a la radio y la televisión, las vallas anunciadoras, los centímetros de las columnas de los periódicos y el espacio de los estantes de una librería.
En el caso de los genes, vimos en el capítulo III que en el acervo génico pueden surgir complejos de genes coadaptados. Un gran juego de genes relacionados con el mimetismo de las mariposas llegaron a estar estrechamente unidos en el mismo cromosoma, hasta tal punto que pueden ser considerados como un solo gen. En el capítulo V nos encontramos con la idea más sofisticada del juego de genes evolutivamente estable. Dientes, garras, intestinos mutuamente adecuados, así como órganos sensoriales, evolucionaron en el acervo génico de los carnívoros, mientras que un diferente juego de características estables emergió del acervo génico de los herbívoros. ¿Ocurre algo similar en los acervos de memes? ¿Acaso el meme dios se ha asociado con otros memes determinados, de tal manera que dicha asociación ayude a la supervivencia de cada uno de los memes participantes? Quizá podríamos considerar una iglesia organizada, con su arquitectura, sus rituales, leyes, música, arte y tradición escrita, como un juego estable coadaptado de memes que se ayudarían mutuamente?
Para tomar un ejemplo específico, un aspecto de la doctrina que ha sido muy eficaz para reforzar la observancia religiosa, analicemos la amenaza del fuego eterno. Muchos niños y aun algunos adultos creen que sufrirán espantosos tormentos después de la muerte si no obedecen las reglas sacerdotales. Ésta es una técnica de persuasión especialmente desagradable que provocó gran angustia psicológica a través de la Edad Media y aun hoy día. Pero es altamente efectiva. Casi podría haber sido planeada deliberadamente por un clero maquiavélico entrenado en técnicas de profundo adoctrinamiento psicológico. Sin embargo, dudo que los sacerdotes fueran tan astutos. Es mucho más probable que memes inconscientes asegurasen su propia supervivencia en virtud de aquellas mismas cualidades de seudocrueldad que despliegan los genes que logran éxito. La idea del fuego infernal es, simplemente, autoperpetuadora, debido a su profundo impacto psicológico. Se ha unido al meme dios, ya que se refuerzan mutuamente y cooperan a la supervivencia mutua en el acervo de memes.
Otro miembro del complejo religioso de memes se denomina fe. Significa confiar ciegamente, en ausencia de pruebas, aun frente a evidencias. Se narra la historia del incrédulo Tomás, no para que admiremos a Tomás sino para que admiremos a los otros apóstoles por comparación. Tomás pedía pruebas. Nada es más letal para ciertos tipos de memes que una tendencia a buscar evidencias. Los otros apóstoles, cuya fe era tan fuerte que no necesitaban pruebas, nos son presentados como merecedores de nuestra imitación. El meme para una fe ciega asegura su propia perpetuación por el simple e inconsciente recurso de desalentar una investigación racional.
La fe ciega puede justificar cualquier cosa.[61] Si un hombre cree en un dios diferente, o aun si emplea un ritual distinto para adorar al mismo dios, la fe ciega puede decretar que debe morir: en la cruz, en la pira, atravesado por la espada de un cruzado, de un balazo en una calle de Beirut o por el estallido de una bomba en un bar de Belfast. Los memes para la fe ciega tienen sus propios y despiadados medios para propagarse. Esto es así, ya se trate de fe ciega patriótica o política, así como religiosa.
Los memes y los genes a menudo se refuerzan unos a otros, pero en ocasiones entran en contradicción. Por ejemplo, el hábito del celibato presumiblemente no se hereda genéticamente. Un gen para el celibato está condenado al fracaso en un acervo génico, excepto en condiciones muy especiales tales como las que concurren en los insectos gregarios. Pero, aun así, un meme para el celibato puede tener mucho éxito en el acervo de memes. Por ejemplo, supongamos que el éxito de un meme depende críticamente de cuánto tiempo transcurre en ser transmitido activamente a otra gente. Cualquier tiempo empleado en hacer otras cosas que intentar dicho meme puede ser considerado como tiempo perdido desde el punto de vista del meme. El meme para el celibato es transmitido por los sacerdotes a los muchachos jóvenes que aún no han decidido lo que quieren hacer de su vida. El medio de transmisión es la influencia humana de diversos tipos, ya sea la palabra escrita y hablada, el ejemplo personal, etc. Supongamos, con el fin de seguir con nuestro argumento, que suceda el caso de que el matrimonio debilite el poder que posee un sacerdote para influir sobre su grey, digamos porque absorbe una gran parte de su tiempo y atención. Ésta ha sido, en realidad, dada como una razón oficial para imponer el celibato a los sacerdotes. Si tal fuese el caso, se deduciría que el meme para el celibato podría tener un valor de supervivencia mayor que el meme para el matrimonio. Por supuesto, exactamente lo opuesto sería lo cierto para un gen para el celibato. Si un sacerdote es una máquina de supervivencia para los memes, el celibato es un atributo útil para ser establecido dentro de él. El celibato es sólo una parte menor dentro de un gran complejo de memes religiosos de ayuda mutua.
Supongo que los complejos de memes coadaptados evolucionan de la misma manera que los complejos de genes coadaptados. La selección favorece a los memes que explotan su medio cultural para su propia ventaja. Este medio cultural consiste en otros memes que también están siendo seleccionados. El acervo de memes, por lo tanto, llega a poseer los atributos de un estado evolutivamente estable que los nuevos meme encuentran difícil de invadir.
Me he mostrado algo negativo en cuanto a los memes se refiere, pero ellos también tienen su lado alegre. Cuando morimos, hay dos cosas que podemos dejar tras nuestro: los genes y los memes. Fuimos construidos como máquinas de genes, creados para transmitir nuestros genes. Pero tal aspecto nuestro será olvidado al cabo de tres generaciones. Tu hijo, aun tu nieto, pueden parecerse a ti, quizás en los rasgos faciales, en talento para la música, en el color del cabello. Pero a medida que pasan las generaciones la contribución de tus genes es dividida en dos. No pasa mucho tiempo sin que alcance proporciones insignificantes. Nuestros genes pueden ser inmortales, pero la colección de genes que forma a cada uno de nosotros está destinada a desintegrarse hasta desaparecer. Isabel II es una descendiente directa de Guillermo el Conquistador. Sin embargo, es bastante probable que no lleve ni uno solo de los genes del antiguo rey. No debemos buscar la inmortalidad en la reproducción.
Pero si contribuyes al mundo de la cultura, si tienes una buena idea, compones una melodía, inventas una bujía, escribes un poema, cualquiera de estas cosas puede continuar viviendo, intacta, mucho después que tus genes se hayan disuelto en el acervo común. Sócrates puede o no tener uno o dos genes vivos en el mundo actual, como lo señaló G. C. Williams, pero ¿a quién le importa? En cambio, los complejos de memes de Sócrates, Leonardo, Copérnico y Marconi todavía son poderosos.
No importa lo especulativo que pueda ser mi desarrollo de la teoría de los memes, existe un punto importante que me gustaría recalcar de nuevo. Y es que cuando consideramos la evolución de los rasgos culturales y su valor de supervivencia debemos tener en claro de qué supervivencia estamos hablando. Los biólogos, como hemos visto, están acostumbrados a buscar las ventajas a nivel de genes (o de individuos, o de grupos o a nivel de las especies, según el gusto). Lo que no hemos considerado previamente es que una característica cultural puede haber evolucionado de la manera que lo ha hecho simplemente porque es ventajoso para ella misma.
No debemos buscar valores de supervivencia biológica convencionales de características tales como la religión, la música, y las danzas rituales, aunque también pueden estar presentes. Una vez que los genes han dotado a sus máquinas de supervivencia con cerebros que son capaces de rápidas imitaciones, los memes automáticamente se harán cargo de la situación. Ni siquiera debemos postular una ventaja genética en la imitación, aunque ciertamente ello ayudaría. Sólo es necesario que el cerebro sea capaz de imitar: evolucionarán memes que explotarán tal capacidad en toda su extensión.
Cierro ahora este tema de los nuevos replicadores, y finalizo el presente capítulo con un comentario de moderada esperanza. El único rasgo del hombre que puede o no haber evolucionado mémicamente es su capacidad de previsión consciente. Los genes egoístas (y, si ustedes admiten las especulaciones de este capítulo, diremos que los memes también) carecen de tal visión del futuro. Son replicadores inconscientes y ciegos. El hecho de que se reproduzcan, junto con ciertas condiciones dadas, significa, de buen o mal grado, que tenderán hacia la evolución de las cualidades que, en el sentido especial planteado en este libro, pueden ser calificadas como egoístas. De un simple replicador, ya sea un gen o un meme, no puede esperarse que desperdicie una ventaja egoísta a corto plazo, aun cuando le compensara, a largo plazo, hacerlo así. Ya analizamos este punto en el capítulo dedicado a la agresión. Aun cuando una «conspiración de palomas» sería mejor para cada individuo considerado como tal que la estrategia evolutivamente estable, la selección natural favorecerá a esta última.
Es posible que otra cualidad única del hombre sea su capacidad para un altruismo verdadero, genuino y desinteresado. Lo espero, aun cuando no voy a discutir el caso asumiendo una u otra posición ni a especular sobre su posible evolución mémica. El punto que deseo subrayar es el siguiente: aun si nos ponemos pesimistas y asumimos que el hombre es fundamentalmente egoísta, nuestra previsión consciente —nuestra capacidad de simular el futuro en nuestra imaginación— nos podría salvar de los peores excesos egoístas de los ciegos replicadores. Contamos, al menos, con el equipo mental para fomentar nuestros intereses egoístas considerados a largo plazo, en vez de favorecer solamente nuestros intereses egoístas inmediatos. Podemos apreciar los beneficios que a la larga nos reportaría el participar en «una conspiración de palomas», y podemos sentarnos juntos a discutir medios para lograr que tal conspiración funcione. Tenemos el poder de desafiar a los genes egoístas de nuestro nacimiento y, si es necesario, a los memes egoístas de nuestro adoctrinamiento. Incluso podemos discurrir medios para cultivar y fomentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado: algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo que nunca ha existido en toda la historia del mundo. Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los replicadores egoístas.[62]
***
Notas
[55] Mi apuesta a que toda vida, en cualquier lugar del universo, habría evolucionado por medios darwinianos ha quedado formulada y justificada más detalladamente en mi artículo «Darwinismo universal» y en el último capítulo de El relojero ciego. Demuestro allí que todas las alternativas al darwinismo sugeridas son, por principio, incapaces de explicar la complejidad organizada de la vida. El argumento es de carácter general, y no basado en hechos particulares sobre la vida, según la conocemos hoy. Como tal, ha sido criticada por científicos lo suficientemente pedestres como para pensar que esclavizarse a una probeta (o a un cultivo frío y turbio) constituye el único método de descubrimiento posible en la ciencia. Un crítico se quejaba de que mi argumentación era «filosófica», como si eso fuese una suficiente condena. Filosófica o no, el hecho es que ni él ni nadie ha encontrado fallo alguno en mis afirmaciones. Y los argumentos «de principio» como el mío, lejos de ser irrelevantes para el mundo real, pueden ser más poderosos que los argumentos basados en una investigación fáctica particular. Mi razonamiento, si es correcto, revela algo importante sobre la vida en el universo. La investigación de laboratorio y de campo sólo puede hablarnos de la vida que hemos encerrado en ambos lugares.
[56] Al parecer, el término «meme» está resultando un buen meme. Hoy se utiliza mucho y en 1988 se unió a la lista oficial de términos a considerar en las futuras ediciones de los Diccionarios de Inglés de Oxford. Por ello me siento más obligado a repetir que mis propuestas relativas a la cultura humana eran modestas casi hasta el aburrimiento. Mis verdaderas ambiciones —y son verdaderamente grandes— van absolutamente en otra dirección. Pretendo postular un poder casi ilimitado para entidades autorreplicadoras ligeramente inexactas, tan pronto como surgen en cualquier lugar del universo. Ello se debe a que tienden a convertirse en la base de la selección darwiniana que, con las suficientes generaciones, desarrolla acumulativamente sistemas de gran complejidad. Creo que, en las condiciones adecuadas, los replicadores se unen automáticamente para crear sistemas, o máquinas, que los dispersan y actúan para favorecer su continua replicación. Los diez primeros capítulos de El gen egoísta se han centrado exclusivamente en un tipo de replicador, el gen. Al analizar los memes en el último capítulo estaba intentado hacer una defensa de los reproductores en general, y mostrar que los genes no eran los únicos miembros importantes de esa importante clase. No estoy seguro de si el medio de la cultura humana está realmente en posesión de lo que supone mantener en funcionamiento una forma de darwinismo. Pero en cualquier caso es una cuestión secundaria. El capítulo XI habrá cumplido su misión si el lector cierra el libro con la sensación de que las moléculas de ADN no son las únicas entidades que pueden formar la base de la evolución darwiniana. Mi propósito era recortar a escala los genes, y no esculpir una gran teoría de la cultura humana.
[57] El ADN es una pieza de soporte físico autorreplicadora. Cada pieza tiene una estructura particular, diferente de otras piezas rivales de ADN. Si los memes de los cerebros son análogos a los genes, deben ser estructuras cerebrales autorreplicadoras, patrones reales de conexión neuronal que se reconstruyen a sí mismos en un cerebro después de otro. Siempre había sentido cierta aprensión a expresar esto en voz alta, porque sabemos mucho menos sobre el cerebro que sobre los genes y, por tanto, tenemos una idea necesariamente vaga acerca de cómo podría ser una estructura cerebral semejante. Por tanto me sentí muy aliviado al recibir recientemente un interesante artículo de Juan Delius, de la Universidad alemana de Constanza. Delius, al contrario que yo, no tiene que pedir disculpas, porque es un distinguido científico en el campo de la fisiología cerebral, cosa que yo no soy. Por ello me complace que haya sido lo suficientemente audaz como para ilustrar la idea publicando una detallada imagen de cómo podría ser el soporte físico neuronal de un meme. Entre otras interesantes cosas, analiza, mucho más detenidamente que yo, la analogía entre memes y parásitos; para ser más preciso, en el espectro en el que los parásitos malignos constituyen un extremo y los benignos «simbiontes» el otro extremo. Me gusta especialmente este enfoque por mi propio interés en los efectos «fenotípicos extendidos» de los genes parasitarios sobre la conducta del huésped (véase el capítulo XIII de este libro y especialmente el capítulo XII de The Extended Phenotype). Delius, además, subraya la clara separación existente entre los memes y sus efectos («fenotípicos»). Y reitera la importancia de los complejos de memes coadaptados, en los que se seleccionan los memes por su mutua compatibilidad.
[58] El ejemplo que puse de la canción «Auld Lang Syne» fue, inconscientemente, un ejemplo afortunado y revelador. Se debe a que, casi universalmente, se reproduce con un error, con una mutación. El estribillo se canta, casi siempre, como «For the sake of auld lang syne», mientras que lo que Burns escribió realmente fue «For auld lang syne». Un darwiniano de tendencia mémica se preguntará inmediatamente cuál ha sido el «valor de supervivencia» de la frase interpolada, «the sake of» (en razón de). Recuérdese que no estamos buscando las formas en que las personas puedan haber sobrevivido mejor cantando la canción de diferente manera. Estamos buscando formas en las que la propia alteración pueda haber sido buena para sobrevivir en el acervo mémico. Todo el mundo aprende esta canción en la infancia, no leyendo a Burns, sino oyendo cantar la canción en la víspera de Año Nuevo. Se presume que antiguamente todo el mundo cantaba la canción correctamente. «For the sake of» debe haber surgido como una rara mutación. Nuestra pregunta es: ¿por qué se ha extendido la mutación inicialmente rara de forma tan insidiosa que ha pasado a ser la norma en el acervo mémico?
No creo que haya que buscar muy lejos la respuesta. La «s» sibilante es notablemente molesta. A los coros de iglesia se les conmina a pronunciar las «s» lo más ligeramente posible, pues de otro modo un siseo resonaría por toda la iglesia. A un sacerdote susurrante situado en el altar de una gran catedral se le oye a veces desde la parte posterior de la nave como un esporádico susurro de eses. La otra consonante de «sake», la «k» es casi igualmente penetrante. Imaginemos que 19 personas están cantando correctamente «For auld lang syne» y a una persona, situada en algún lugar de la estancia, se le escapa «For the sake of auld lang syne». Un niño que oye por vez primera la canción, está dispuesto a cantarla, pero no conoce con seguridad las palabras. Aunque casi todo el mundo esté cantando «For auld lang syne», el siseo de la «s» y el golpe de la «k» se abren paso en los oídos del niño, y cuando vuelve a canturrear el estribillo, también él cantará «For the sake of auld lang syne». El meme mutante ha tornado otro vehículo. Si hay otros niños en el lugar, o adultos que no conocen con seguridad la estrofa, probablemente cambiarán a la forma mutante la próxima vez que canten la canción. No es que «prefieran» la forma mutante. En realidad no conocen las palabras y están dispuestas a aprenderlas. Aunque los que las conocen mejor canten indignados «For auld lang syne» con lodo su chorro de voz (¡como hago yo!), las palabras correctas no tienen consonantes destacadas, y la forma mutante, aún cantada apáticamente, resulta mucho más fácil de oír.
Un caso parecido es el de «Rule Britannia». La segunda línea correcta del coro es «Britannia, rule the waves». Pues bien, casi universalmente se canta como «Britannia rules The waves». Aquí la «s» insistentemente siseante del meme se ve facilitada por un factor adicional. El significado pretendido por el poeta (James Thompson) era presuntamente imperativo (Britania. ¡sal y domina los mares!) o quizás subjuntivo (que Britania domine los mares). Pero superficialmente resulta mucho más fácil confundir la frase como si estuviese en indicativo (Britania, de hecho, domina en los mares). Este meme mutante tiene, pues, dos valores de supervivencia por encima de la forma original a que ha sustituido: suena más y es más fácil de entender.
La prueba definitiva de una hipótesis debería ser experimental. Debería ser posible inyectar el meme siseante, de forma deliberada, en el acervo mémico a muy baja frecuencia, y ver cómo se extiende gracias a su propio valor de supervivencia. ¿Qué tal si algunos de nosotros empezamos a cantar «Dios salva a la Reina»?
[59] Odiaría esta idea si se interpretase como que su carácter «pegadizo» es el único criterio de aceptación de una idea científica. ¡Después de todo, algunas ideas científicas son efectivamente correctas, y otras no! Su corrección puede contrastarse; puede diseccionarse su lógica. En realidad, las teorías científicas no son como las melodías pop, las religiones o los peinados punk. No obstante, además de una lógica, existe una sociología de la ciencia. Algunas ideas científicas malas pueden difundirse considerablemente, al menos durante un tiempo. Y algunas buenas ideas permanecen dormidas durante años antes de, finalmente, atraer y colonizar la imaginación científica.
Podemos encontrar un ejemplo excelente de este letargo seguido de difusión acelerada en una de las principales ideas de este libro, la teoría de Hamilton de la selección de parentesco. Pensé que podía ser un caso idóneo para ensayar la idea de medir la difusión del meme por el recuento de las referencias en las publicaciones científicas. En la primera edición indiqué: «Sus dos ponencias de 1964 se encuentran entre las aportaciones más importantes a la etología social conocidas hasta ahora, y nunca he sido capaz de comprender la causa de que hayan sido tan desatendidas por parte de los etólogos (su nombre ni siquiera aparece en el índice de dos importantes libros de texto de esta materia, ambos publicados en 1970). Afortunadamente, han aparecido signos recientes de un renovado interés por sus ideas.» Escribí esto en 1976. Rastreemos el curso de este resurgimiento mémico durante la década posterior.
Science citation index es una curiosa publicación en la que puede buscarse cualquier artículo publicado y comprobar el número de publicaciones posteriores que lo han citado en un determinado año. Tiene por objeto servir de ayuda para rastrear la literatura sobre un determinado tema. Los comités de nombramientos universitarios se han habituado a utilizarlo como una forma aproximada y fácil (demasiado aproximada y fácil) de comparar los méritos científicos de los solicitantes de empleo. Contando las citas de los artículos de Hamilton, a partir de 1964, podemos rastrear aproximadamente el progreso de sus ideas en la consciencia de los biólogos (figura 1). El inicial estado letárgico resulta bastante obvio. Luego parece registrarse un drástico aumento del interés por la selección de parentesco durante la década de los 70. Si hay un punto en el cual comienza la tendencia ascendente, parece ser entre 1973 y 1974. La marcha ascendente se afianza hasta alcanzar su punto álgido en 1981, tras el cual la tasa anual de citas fluctúa irregularmente siguiendo una pauta en meseta.
Se ha extendido el mito mémico de que el auge de interés por la selección de parentesco vino desencadenado por algunos libros publicados entre 1975 y 1976. La gráfica, con su ascenso en 1974, parece desmentir esta idea. Por el contrario, podrían aportarse pruebas en apoyo de una hipótesis muy diferente: la de que estamos ante una de esas ideas que están «en el aire», a las que «le ha llegado su hora». De acuerdo con esta idea, esos libros de mediados de los 70 serían síntomas del efecto de «seguir la moda» en vez de su causa primaria.
Quizás se trata, efectivamente, de un caso de «seguir la moda» a largo plazo, de lento inicio y aceleración exponencial, que empezó mucho antes. Una forma de contrastar esta hipótesis exponencial simple es trazar las citas acumulativamente en una escala logarítmica. Cualquier proceso de crecimiento cuya tasa de crecimiento es proporcional al tamaño ya alcanzado, se denomina crecimiento exponencial. Un proceso exponencial típico es una epidemia:
cada persona transmite el virus a otras varias, cada una de las cuales lo transmite a su vez al mismo número de personas, con lo que el número de víctimas aumenta a un ritmo cada vez mayor. Una curva se diagnostica como exponencial cuando se convierte en una línea recta trazándola a escala logarítmica. No es necesario, pero es conveniente y convencional, trazar estas gráficas logarítmicas acumulativamente. Si la difusión del meme de Hamilton fuese realmente como una epidemia, los puntos de una gráfica logarítmica acumulativa deberían disponerse a lo largo de una única línea recta. ¿Es así?
La línea trazada en la figura 2 es la línea recta que, hablando estadísticamente, une de mejor manera todos los puntos. El aumento aparentemente fuerte registrado entre 1966 y 1967 debería ignorarse, probablemente como un efecto de números pequeños poco fiable, del tipo que esta representación logarítmica tendería a exagerar. Más arriba, la gráfica no constituye una mala aproximación a una única línea recta, aunque también pueden discernirse pautas menores de superposición. Si se acepta mi interpretación exponencial, lo que aquí tenemos es, sencillamente, una lenta explosión de interés, que se extiende desde 1967 a finales de los 80. Los libros y artículos individuales deberían considerarse síntomas y causas de esta tendencia a largo plazo.
Dicho sea de paso, no hay que pensar que esta pauta de aumento es de algún modo, trivial en el sentido de ser inevitable. Por supuesto que cualquier curva acumulativa aumentaría incluso si el ritmo de citas por año fuese constante. Pero en la escala logarítmica aumentaría a un ritmo constantemente más lento: iría disminuyendo paulatinamente. La línea gruesa de la parte superior de la figura 3 muestra la curva teórica que obtendríamos si cada año se produjese un ritmo de citas constante (igual al ritmo medio real de las citas de Hamilton, de aproximadamente 37 citas anuales). Esta curva decreciente puede compararse directamente con la línea recta observada en la figura 2, que indica un ritmo de aumento exponencial. Tenemos aquí, realmente, un caso de aumento sobre aumento, y no un ritmo de citas constante.
En segundo lugar, uno podría sentirse tentado a pensar que hay algo que, aunque no es inevitable, al menos se espera de manera trivial en relación a un aumento exponencial. No crece exponencialmente el propio ritmo de publicación de artículos científicos, y por tanto las oportunidades de citar otros artículos? Quizás el tamaño de la comunidad científica crece exponencialmente. Para mostrar que el meme de Hamilton tiene algo especial, lo más fácil es trazar el mismo tipo de gráfica referida a otros artículos.
La figura 3 también muestra las frecuencias de cita en acumulación logarítmica de otras tres obras (que, dicho sea de paso, también influyeron mucho en la primera edición de este libro). Se trata del libro de 1966 de Williams. Adaptation and natural selection; el artículo de 1971 de Trivers sobre el altruismo recíproco; y el artículo de 1973 de Maynard Smith y Price que introduce la idea de EEE. Los tres muestran curvas que parece claro no son exponenciales en todo este período de tiempo. Sin embargo, también en estas obras las tasas anuales de cita están lejos de ser uniformes, y en parte de su curso pueden ser incluso exponenciales. La curva de Williams, por ejemplo, es aproximadamente una línea recta en la escala logarítmica a partir de 1970, lo que sugiere que también entró en una etapa explosiva de influencia. Hasta aquí he representado la influencia de determinados libros en la difusión del meme de Hamilton. No obstante, este pequeño fragmento de análisis mémico tiene un post scriptum aparentemente sugestivo. Como en el caso del «Auld Lang Syne» y «Rule Britannia», nos encontramos ante un esclarecedor error mutante. El título correcto del par de artículos de 1964 de Hamilton era «The genetical evolution of social behaviour». Desde mediados a finales de los 70, multitud de publicaciones, entre las que se encuentran la Sociobiología y El gen egoísta, lo citaron erróneamente como «The genetical theory of social behaviour». Jon Seger y Paul Harvey han investigado la primera muestra de este meme mutante, pensando que constituiría un buen marcador, una especie de contador radiactivo, para rastrear la influencia científica. Lo remontaron al influyente libro de Wilson Sociobiología, publicado en 1975, e incluso encontraron pruebas indirectas de este pedigree sugerido. Por mucho que admire el tour de forcé de Wilson —desearía que la gente lo leyese más y leyese menos sobre él— siempre se me ponen los pelos de punta ante la idea, totalmente falsa, de que este libro ha influido en el mío. Sin embargo, como también mi libro contenía la cita mutante —el «indicador radioactivo»— empezó a parecer, de un modo alármame, que al menos un meme había viajado de Wilson a mí (!). No habría tenido nada de particular, pues la Sociobiología llegó a Inglaterra precisamente cuando yo concluía El gen egoísta, en el mismo momento en que debía trabajar en la bibliografía. La masiva bibliografía de Wilson me pareció un regalo de los dioses, que me ahorraba horas de biblioteca. Mi desazón se convirtió en júbilo cuando encontré, por casualidad, una vieja bibliografía estenografiada que entregué a los estudiantes en una conferencia dada en Oxford en 1970. Allí figuraba, tan real como la vida misma, «The genetical theory of social behaviour», cinco años antes de la publicación de Wilson. No es posible que Wilson hubiese conocido mi bibliografía de 1970. No había duda: ¡Wilson y yo habíamos introducido independientemente el mismo gen mutante! Cómo puede explicarse esta coincidencia? Una vez más, como en el caso de «Auld Lang Syne», no hay que buscar muy lejos la explicación plausible. El famoso libro de R.A. Fisher se denomina The genetical theory of natural selection. Este título se ha convertido hasta tal punto en expresión común entre los biólogos evolucionistas que nos resulta difícil oír las dos primeras palabras sin añadir, automáticamente, la tercera. Sospecho que tanto Wilson como yo hicimos exactamente lo mismo. Es una conclusión feliz para todos los afectados, pues ¡a nadie le importa admitir haber experimentado la influencia de Fisher!
[60] Obviamente, era predecible que también los ordenadores electrónicos sirviesen eventualmente de huésped a pautas de información autorreplicadoras: memes. Los ordenadores están, cada vez más, ligados en complejas redes de información compartida. Muchos de ellos están literalmente conectados para el intercambio de correo electrónico. Otros comparten información cuando sus propietarios se intercambian los diskettes. Es un medio perfecto para que surjan y se difundan programas autorreplicadores. Cuando escribí la primera edición de este libro, era lo suficientemente ingenuo como para pensar que un meme no deseable de ordenador tenía que surgir por un error espontáneo de copia de un programa legal, y lo consideraba un suceso improbable. ¡Ay, qué tiempos aquellos, cuánta inocencia! Las epidemias de «virus» y «gusanos» propalados deliberadamente por programadores maliciosos, son hoy peligros conocidos por los usuarios de todo el mundo. Durante el pasado año, mi propio disco duro se ha infectado, que yo sepa, con dos diferentes epidemias de virus, y ésto constituye una experiencia bastante típica entre los usuarios intensivos de ordenadores. No voy a citar los nombres de virus particulares por temor a dar una pequeña repugnante satisfacción a sus repugnantes y mezquinos creadores. Digo «repugnantes» porque su conducta me parece moralmente idéntica a la de un técnico de un laboratorio de microbiología que, deliberadamente, infecta el agua potable y siembra una epidemia para reírse disimuladamente de la gente que enferma. Digo «mezquinos» porque estas personas poseen una mente mezquina. No tiene nada de particular crear un virus de ordenador. Cualquier programador medianamente competente puede hacerlo, y los programadores medianamente competentes son moneda común en el mundo actual. Yo mismo soy uno de ellos. Ni siquiera me molestaré en explicar cómo actúan los virus de ordenador. Es demasiado evidente. Lo que no es tan fácil es saber cómo combatirlos. Desgraciadamente, algunos programadores muy expertos han tenido que gastar su precioso tiempo en escribir programas detectores de virus, programas de inmunización, etc. (la analogía con la vacuna médica, dicho sea de paso, es sorprendentemente precisa, hasta en la inyección de una «versión debilitada» del virus). El peligro está en que terminará por producirse una carrera de armamentos, en la que cada adelanto en la prevención de un virus irá seguido de contraadelantos en los nuevos programas de virus. Hasta ahora, la mayoría de los programas antivirus están escritos por altruistas y se suministran en calidad de servicio gratuito. Pero yo preveo el resurgir de toda una nueva profesión —que luego se diversificará en especialidades lucrativas como cualquier otra profesión— de «médicos del soporte lógico», que visitarán a domicilio con su maletín lleno de diskettes diagnósticos y curativos. Utilizo el nombre de «médicos», pero los verdaderos médicos resuelven problemas naturales que no han sido creados deliberadamente por la malicia humana. Por otra parte, mis médicos del soporte lógico resolverán, como los abogados, problemas creados por el hombre que nunca debieron haberse producido. En la medida en que los creadores de virus tengan algún motivo discernible, es de suponer que será un vago sentimiento anárquico. Pues bien, yo les digo: ¿realmente quieren abrir el camino a una nueva y opulenta profesión? Si no es así, dejen de jugar a absurdos memes, y utilicen mejor su modesto talento como programadores.
[61] He tenido el predecible aluvión de cartas de víctimas de la fe, protestando por mis críticas a ésta. La fe es un lavado de cerebro tan exitoso y autoperpetuador, sobre todo en los niños, que es difícil de desarraigar. Pero, después de todo, ¿qué es la fe? Es un estado mental que lleva a la gente a creer en algo —no importa qué— en ausencia total de evidencia que lo apoye. Si hubiese una buena evidencia de apoyo, la fe sería superflua, pues la evidencia nos haría creer en ello de todos modos. Esto es lo que hace absurda la tan repetida idea de que «la propia evolución es cuestión de fe». La gente cree en la evolución no porque desee creer arbitrariamente en ella, sino por la abrumadora evidencia pública que la apoya.
He afirmado que la fe cree «no importa qué», lo que sugiere que la gente tiene fe en cosas totalmente estúpidas y arbitrarias, como el monje eléctrico de la deliciosa Dirk Gently's Holistic Detective Agency de Douglas Adams. Fue deliberadamente creado para creer por uno, y tuvo mucho éxito en ello. El día que le conocimos creía, inamoviblemente, contra toda evidencia, que todo en el mundo es de color rosa. No quiero decir que las cosas en las que tiene fe una determinada persona sean necesariamente idiotas. Pueden serlo o no. La cuestión es que no hay forma de decidir si lo son o no, y no hay forma de preferir uno u otro artículo de fe, porque se descarta explícitamente toda evidencia. En realidad, el hecho de que la fe no precise evidencia alguna se considera como su gran virtud; ésta era la razón de que citase al Incrédulo Tomás, el único miembro realmente admirable de los doce apóstoles.
La fe no puede mover montañas (aunque se haya dicho solemnemente lo contrario a generaciones de niños, que se lo han creído). Pero es capaz de llevar a la gente a cometer locuras tan peligrosas que creo que puede considerarse como una especie de enfermedad mental. Hace creer a la gente tan intensamente cualquier cosa, que en los casos extremos muchas personas están dispuestas a matar y morir por ella sin necesidad de justificación ulterior. Keith Johnson ha acuñado el término de «memeoides» para designar a las «víctimas que han sido ocupadas por un meme hasta el punto de que deja de importarles su propia supervivencia [...] En los informativos vespertinos se ve a centenares de personas de este tipo en lugares como Belfast o Beirut.» La fe es lo suficientemente poderosa como para inmunizar a la gente contra toda llamada a la piedad, al perdón y a sentimientos humanos decentes. Incluso les inmuniza contra el miedo, si creen sinceramente que morir como mártires les llevará directamente al cielo. ¡Menuda arma! La fe religiosa merece un capítulo propio en los anales de la tecnología militar, en pie de igualdad con el arco, el caballo, el tanque y la bomba de hidrógeno.
[62] El tono optimista de mi conclusión ha suscitado muestras de escepticismo entre los críticos, que lo consideran incongruente con el resto de mi libro. En algunos casos, la crítica procede de sociobiólogos doctrinarios celosos protectores de la importancia de la influencia genética. En otros, de un grupo paradójicamente opuesto: los sumos sacerdotes de la izquierda, celosos protectores de su icono demonológico favorito. Rose, Kamin y Lewontin, en Not in our genes tienen un duende privado denominado «reduccionismo»; y los mejores reduccionistas se supone que son «deterministas», preferiblemente «deterministas genéticos».
Para los reduccionistas, los cerebros son determinados objetos biológicos cuyas propiedades producen las conductas que observamos y los estados de pensamiento o intención que inferimos de dichas conductas [...] Esta posición está, o debe estar, en total armonía con los principios de la sociobiología enunciados por Wilson y Dawkins. Sin embargo, adoptarla les involucraría en el dilema de defender primero el carácter innato de gran parte de la conducta humana, algo que, siendo como son liberales, encuentran obviamente poco atractivo (rencor, adoctrinamiento, etc.), y enzarzarse luego en las preocupaciones éticas liberales acerca de la responsabilidad por las acciones criminales, si es que éstas, como todos los demás actos, están determinados biológicamente. Para evitar este problema, Wilson y Dawkins invocan un libre arbitrio que nos permite ir contra los dictados de nuestros genes si así lo deseamos... Esto constituye esencialmente el regreso a un cartesianismo integral, a un deus ex machina dualista. Creo que Rose y sus colaboradores nos están acusando de querer guardar el pastel y comerlo. O bien debemos ser «deterministas genéticos» o creer en el «libre arbitrio»; no se puede creer en ambas cosas. Pero —y aquí creo hablar por el profesor Wilson además de por mí mismo— somos «deterministas genéticos» sólo a los ojos de Rose y sus colaboradores. Lo que éstos no comprenden (al parecer, aunque resulta difícil de creer) es que es perfectamente posible decir que los genes ejercen una influencia estadística en la conducta humana y, al mismo tiempo, creer que dicha influencia puede modificarse, anularse o invertirse por obra de otras influencias. Los genes deben ejercer una influencia estadística en cualquier pauta de conducta que surja por selección natural. Presumiblemente, Rose y sus colaboradores están de acuerdo en que el deseo sexual humano se ha desarrollado por selección natural, en el mismo sentido en que todo se ha desarrollado por selección natural. Por lo tanto, tienen que estar de acuerdo en que ha habido genes que han influido en el deseo sexual —en el mismo sentido en que los genes han influido en todo. Pero es de suponer que no tienen problemas en contener sus deseos sexuales cuando es socialmente necesario hacerlo. ¿Qué hay de dualista en esto? Obviamente, nada. Y no es más dualista que yo defienda rebelarme «contra la tiranía de los reproductores egoístas». Nosotros, es decir nuestros cerebros, estamos lo suficientemente separados e independientes de nuestros genes como para rebelarnos contra ellos. Como ya he dicho, lo hacemos en cierta medida cada vez que utilizamos medidas anticonceptivas. No hay razón para que no nos rebelemos también de forma más general.
Deja tu opinión