La izquierda, toda la izquierda, inútil para la clase trabajadora
Por Nicolás García Pedrajas
28/03/2017
Este artículo no va a gustar a nadie que sea, o se considere, que no es lo mismo, de izquierdas, así que mi consejo es que no sigas leyendo…
Bueno, si has llegado hasta aquí es bajo tu propia responsabilidad…
La razón de ser de un partido de izquierda debería radicar en su utilidad como herramienta de defensa de la clase trabajadora. Esta defensa de la clase trabajadora debe ser el centro de la acción política de cualquier partido de izquierda. No se puede considerar como tal un partido que no defienda esta idea fundamental. La condición de explotados es el hecho fundamental de unión la clase trabajadora, y debe ser el fundamento de la acción política, por delante de políticas identitarias que solo consiguen separar y debilitar.
Más aún, un partido de izquierda debe tener como base la defensa de toda la clase trabajadora, especialmente aquella que desempeña los trabajos menos cualificados, más precarios y peor pagados. Ya que es este segmento de clase trabajadora el que más necesita de la acción política por ser el que soporta el mayor peso de la explotación.
La mera defensa formal de la clase obrera mientras que se centra la acción política en la élite trabajadora, lo que se suele denominar “clase media”, no es más que una forma de tratar de usar a la clase obrera como fuerza de choque para rescatar privilegios a la élite trabajadora, siempre proclive al pacto con el capital que le permita compartir las migajas del capitalismo. Que un partido diga defender a la clase trabajadora cuando la práctica totalidad de sus dirigentes provienen de la élite trabajadora funcionarial, universitaria o de profesiones liberales, nos debe poner inmediatamente en guardia.
Desafortunadamente, la situación actual de la izquierda, tanto a nivel mundial como en España, hace que se haya convertido en un instrumento inútil para la defensa de los trabajadores y sea por el contrario un elemento fundamental en el apuntalamiento del capitalismo y su sistema explotador.
En este artículo vamos a hacer un breve recorrido por la izquierda organizada en España, tratando de exponer en cada caso las razones de su fracaso como herramienta de defensa de los derechos de los trabajadores. Incluiremos a todos aquellos partidos políticos que se autodenominan de izquierdas, aunque en algunos casos el término resulte bastante incongruente con su acción política.
El partido que primero encontramos que se autodenomina de izquierda sería el PSOE. En este caso cualquier análisis no necesita mucha extensión. Al igual que todos los partidos similares en Europa, el PSOE ha pasado de la socialdemocracia, que pretendía algo así como un “capitalismo con rostro humano” al social-liberalismo. Mientras el miedo a la URSS mantuvo al capitalismo embridado, estos partidos pudieron alimentar la fantasía de que el capitalismo puede ser un sistema de reparto de la riqueza. Tras la caída del bloque soviético y las posibilidades de sustituir el poder político por el económico que ha dado la globalización, esa fantasía ya no se mantiene. Como el resto de partidos socialistas, el PSOE es ahora un partido social-liberal, que económicamente apenas se diferencia de la derecha y que basa todo su programa en un mero maquillaje de lo peor del capitalismo y en un progresismo en lo social que no supone ningún problema para el sistema económico. Como un paso lógico, son ya muchos los dirigentes del propio PSOE que empiezan a usar el término centro-izquierda. La connivencia de sus líderes con las élites económicas y sus propuestas apenas menos agresivas que las de la derecha no dejan lugar a dudas de que los intereses que defienden no son los de la clase trabajadora.
Esta izquierda basa todo su discurso en la parte social y moral, disociándolo de la propuesta económica. Así E. Macron puede decir que es liberal en lo económico y de izquierdas en lo social. De esta forma se cae en el viejo sofisma de la derecha que sitúa los derechos económicos fueras de los derechos sociales. Este planteamiento es perfectamente aceptable por el capitalismo, ya que retira el foco de los derechos del modelo económico y lo sitúa en lo político, donde los derechos de las minorías y sectores concretos son los únicos que se consideran, ignorando el derecho de la gran mayoría de la sociedad a no ser explotada. Ignorando que bajo la explotación a la que el capital somete a una parte importante de los trabajadores1 ningún derecho es real.
A la izquierda del PSOE, siempre siguiendo con la nomenclatura más extendida aunque ya hemos indicado que el uso del término izquierda en este contexto es bastante abusivo, nos encontramos a Podemos. Aunque presuman de ser algo nuevo2, Podemos es solo un partido más, cuya única novedad es solo que tiene menos años de vida que el PP o el PSOE. Ni su funcionamiento difiere del resto de partidos, como bien se ha visto en las luchas internas de estos últimos meses, ni su propuesta es en modo alguno novedosa. Sus dos ideas fuerza son el cambio y la política de la identidad. El cambio es algo que han vendido los partidos que luchaban por desplazar del poder a quién lo detentaba desde hace años. Fue la estrategia del PSOE en los ochenta y del PP en los noventa3. Su nulo contenido político, ya que el cambio en sí no implica ninguna dirección concreta, suele enmascarar, como es el caso de Podemos, la ambición de una nueva generación por desplazar del poder a la generación anterior. Algo que puede ser perfectamente comprensible pero que desde luego no es nuevo ni tiene nada que ver con el progreso de la clase trabajadora.
Su segunda idea fuerza es la política de la identidad. Esta política se basa en enfocar toda la acción en la defensa de las minorías y la lucha contra la discriminación. Es una política bastante conocida en los países anglosajones, donde se ha acuñado el término que le da nombre, identity politics. Desde su inicio ha sido rápidamente adoptada por las élites, ya que sirve para apuntalar al sistema capitalista modificando el discurso de la izquierda de la defensa de la clase trabajadora a la defensa de las minorías, algo que no pone en cuestión el sistema de explotación. La crítica además a esta izquierda por su elitismo y falta de apoyo a la clase obrera se hace compleja, porque siempre cabe el discurso de acusar a los críticos de no defender a las minorías. No se trata por supuesto de renunciar a la defensa de las minorías, sino de no olvidar nunca que es la explotación de la clase trabajadora donde está el eje fundamental de la acción política de la izquierda.
Desde el punto de vista sociológico, Podemos es el partido de la pequeña burguesía de grandes ciudades y en su mayoría con estudios universitarios. Ni mucho menos la clase social que más ha sufrido la crisis. El hecho de que esta clase social haya hecho mucho ruido y pretenda convertirse en la única víctima de la crisis solo está causado por lo poco acostumbrados que suelen estar los hijos e hijas de la burguesía a pasarlo más, y por su tendencia a creerse el centro del universo. Esta clase burguesa es profundamente egoísta y elitista y su única conexión con la clase obrera real es el intento de usarlo como fuerza de choque para tratar de avanzar en la defensa de sus propios intereses de clase, los cuáles nada tienen que ver con los de los trabajadores.
Esto se ve especialmente claro en el hecho de que la abrumadora mayoría de los dirigentes y cuadros medios de Podemos proceden todos de ellos de la clase media y media/alta. Ellos y ellas buscan su propia ascenso social, lo que les lleva a las luchas a muerte que hemos visto en los últimos meses a cuenta de quién detenta el poder en el partido. Sus referencias a la clase trabajadora son meramente retóricas, y sus intereses no tienen en nada que ver con ella.
La aportación de Podemos, y de sus socios podemitas en IU, está siendo fundamental para apuntalar el sistema capitalista sin ningún tipo de contestación de base. Podemos ofrece en la actualidad la misma salida desideologizada que supuso el PSOE en el final de los 70 y los 80, e incluso el PP de Aznar de los años 90. De la misma forma que el PSOE fue uno de los baluartes para conseguir que la transición a la “democracia” en España no alcanzara nunca al poder económico, Podemos está siendo el dique de contención de la clase trabajadora. Su comportamiento en los ayuntamientos en los que han conseguido alcanzar el gobierno muestra muy claramente como su propuesta es timorata y solo pretende tímidos parches en el sistema económico actual4.
Por un lado, con su visión transversal de la sociedad, y sus términos huecos, “la gente”, “los de abajo”, “los poderosos”, crea un visión social en la cual no existen las clases sociales, sino simplemente “la gente” contra “los poderosos”. Esta visión, que quiere hacer pasar por radical, elimina los principios de la lucha social, haciendo creer que la inmensa mayoría de la sociedad tenemos los mismos intereses, eso del 99% contra el 1%. Así los dirigentes de Podemos no dudan en defender y elogiar a la gran banca o poner como ejemplo de “patriotismo” a los pequeños empresarios sin mencionar siquiera el hecho de que es precisamente en la pequeña empresa donde peores condiciones de trabajo, mayor explotación y menores derechos laborales existen.
Como indicaba José A. Torres Mora en un reciente artículo: “Resulta, a tenor de los datos de la encuesta postelectoral, que después de haber escuchado hasta la saciedad que el PSOE se ha alejado de la “gente que sufre”, el 57% de los votantes socialistas son de clase obrera, frente al 37% de los votantes de Unidos Podemos, que es más bien un partido de clase media alta y nuevas clases medias universitarias. El 22,4% de los votantes del PSOE pertenecen a hogares con ingresos inferiores a 900 euros mensuales, en tanto que en el caso de Unidos Podemos son el 13,7%. Los parados que votan al PSOE llevan más de 3 años en el paro en un 35%, y un 23% los de Unidos Podemos. Dicho de otro modo, “la gente que sufre” o “que lo pasa mal” no parece compartir la idea de que el PSOE se ha alejado de ellos.”
Dejando a un lado la defensa que hace del PSOE, algo lógico siendo diputado de ese partido, los datos de la encuesta postelectoral del CIS son inapelables. Podemos es un partido de clases medias/altas y élite trabajadora. Cualquier persona que crea que la revolución, o incluso una reforma profunda, partirá de esa clase solo necesita leer algo de historia para desengañarse.
Su elitismo es apenas disimulado en su intento de captar los votos de los trabajadores. Sus continuas referencias a filósofos en sus artículos pretenden siempre la apariencia de intelectualidad que los diferencie de la clase obrera iletrada. Sin embargo, especialmente en su reacción a las derrotas aparece su verdadera naturaleza. Ya ocurrió cuando la debacle electoral de Unidos Podemos, un resumen de las barbaridades que se dedicaron a la clase trabajadora se puede consultar aquí, o con la derrota de Hillary Clinton en las elecciones de EE.UU., para otro resumen de lindezas se puede acudir aquí. Declaraciones como las de Alberto Garzón haciendo referencia a que los parados no entenderían un lenguaje marxista dejan muy a las claras la tendencia al despotismo ilustrado de Podemos.
El recorrido de las políticas de Podemos, más allá de una cierta cosmética, es nulo, como se ha visto en los “ayuntamientos del cambio”, donde más allá de modificaciones de escaso calado hemos asistido a una gestión muy similar a lo que estábamos acostumbrados. Su elitismo los lleva además a tener un sentido de la política basado en la caridad, muy cercano a posturas casi eclesiales. Sus medidas tratan de paliar el sufrimiento del capitalismo eliminando sus aristas más lacerantes, pero sin atacar a la explotación de la clase obrera que es la base de todo. Como ejemplo, en la forma de enfocar el problema de las personas que no pueden pagar la luz se hace hincapié en que no se le corte la luz o esta sea gratuita, pero no en las causas que llevan a las personas a no poder pagar la luz. Pretender ignorar el efecto devastador que tiene la caridad y lo fácil que es crear bolsas de vota cautivo con estas medidas.
Esta izquierda “progresista” lo fía todo a la estética. Le repugna Donald Trump por sus manifestaciones racistas, pero no le molesta lo más mínimo que sea Barak Obama el presidente que más inmigrantes ha deportado en el último siglo con un total de casi 3 millones. Se muestran indignados ante la prohibición de la entrada de inmigrantes de países en guerra pero cuando Barak Obama inició las guerras que han obligado a esos inmigrantes a abandonar sus países fueron los primeros en apoyar entusiastas las bombas que cayeron sobre Libia y ahora sobre Siria. Las guerras de Obama no preocupan porque las lleva a cabo una persona culta y guapa y no un feo inculto como Trump.
Han conseguido aprovechar el descontento social en su propio beneficio y han sido una herramienta muy útil al capitalismo consiguiendo canalizar la protesta hacia el redil de los votos. Han sustituido las propuestas reales por términos vacíos como ruptura, proceso constituyente o cambio. Términos que no significan nada o que con la correlación actual de fuerzas son imposibles, como en el caso de un proceso constituyente. Tampoco les importa que sus propuestas políticas hayan ya fracasado en Grecia. Aunque ahora mantengan una prudente distancia de Syriza siguen sin explicar qué sería diferente en España para poder hacer lo que ya ha quedado claro que el capital no permite, como ha ocurrido en Grecia.
Finalmente, en los temas importantes muestran una absoluta ambigüedad que hace muy difícil tener una idea de su propuesta real. En temas fundamentales como la pertenencia de España a la OTAN o al Euro, la postura es esquiva e incongruente. Por ejemplo, se defienden políticas que no son compatibles con la pertenencia al Euro, pero no se propone el abandono de la moneda.
Una característica de toda esta izquierda en su falta de autocrítica, perdidos en su superioridad moral y su elitismo, muestran una enorme beligerancia contra los trabajadores cuando no los apoyan en los procesos electorales. No consideran el hecho de que la clase trabajadora vote a la derecha como un problema de la izquierda sino que se usa para atacar a la clase trabajadora. Si los trabajadores prefieren a Marine Le Pen o a Donald Trump algo o mucho de culpa tendrá la izquierda “progresista”.
Es además una izquierda censora, que con la excusa del respeto a los demás pretende obligar a todos a pensar exactamente igual que ellos. Aficionada a los linchamientos morales públicos y a prohibir cualquier cosa que no sea de su agrado. Es curioso ver como es capaz de criticar a ciertos estamentos, como la Iglesia, cuando quieren censurar las críticas o aquello que le resulta ofensiva y luego reaccionar de forma idéntica cuando son ellos los ofendidos.
Esta descripción que hemos hecho es aplicable a cualquiera de los satélites de Podemos, En Marea, En Comun Podem, Ahora Madrid y demás hierbas, que dejando aparte quién tiene el liderazgo y la fuerza para repartir los cargos, son idénticos a Podemos.
En un siguiente escalón nos encontramos a las izquierdas nacionalistas. En una parte importante, el análisis realizado sobre Podemos se puede extender a las “izquierdas” nacionalistas como EH Bildu, ERC o la CUP. Desde el punto de vista sociológico la procedencia de sus cuadros es muy similar a la de Podemos y sus propuestas programáticas casi idénticas.
A la inutilidad general para la clase trabajadora de estas propuestas, estos partidos unen a su vez el nacionalismo, una visión identitaria y perversa de los míos contra los otros. Una visión absolutamente incompatible con la defensa de la clase trabajadora que jamás puede depender del lugar de nacimiento de una persona. Es por ello, que bajo la excusa del nacionalismo no tienen problemas en gobernar con la derecha neoliberal del PNV en el País Vasco o de CIU en Cataluña. Tampoco tienen problemas en denigrar al resto de regiones como es común en los miembros de ERC o de ofrecer un ridículo paternalismo como la CUP5.
A continuación nos encontraríamos IU y el PCE o, mejor dicho, lo que queda de ellos. Sobre este tema ya hemos tratado bastante en este blog. En la actualidad la podemización de los cuadros de IU y el PCE es casi total. Salvo contadas excepciones, y prácticamente todas a un nivel de militante de base, el partido comparte completamente la deriva hacia posiciones progresistas centradas en las clases medias urbanas y que solo recurren a los valores socialistas o comunistas como recurso retórico sin ninguna aplicación práctica real.
Incluso movimientos internos que han capitalizado el descontento de una minoría de las bases lo han hecho para ocupar su propio espacio en IU y funcionan como leal oposición.
Como ya hemos dicho en otras ocasiones, la podemización de IU y el PCE es anterior a la misma existencia de Podemos. En las últimas décadas los líderes procedentes del mundo obrero han sido sistemáticamente sustituidos por gente de procedencia universitaria, élite trabajadora y políticos profesionales, lo que ha ido descapitalizando a IU y el PCE de principios de movimiento obrero reales y los ha ido sustituyendo por la defensa de “causas”. La mayoría de militantes con fuerte ideología de clase obrera son aquellos que llevan muchos años militando y que son ignorados completamente por las nuevas generaciones de líderes.
En su mayoría, la nueva generación que dirige a IU y el PCE es una copia idéntica del modelo de líderes de Podemos. Es muy significativo ver como todos ellos se encuentran mucho más a gusto en los actos con Podemos que en los que participan con IU y el PCE. Desafortunadamente también, una de las cosas que une a estos líderes es haber convertido la política en su profesión. Una importante mayoría no conoce otra ocupación y nunca ha desarrollado otro trabajo, algo muy negativo para cualquier organización política. La lluvia de puestos de trabajo que ha originado la unión con Podemos en un partido con un nivel de afiliación bajo como es IU y el PCE ha convertido a muchas agrupaciones de IU en agencias de colocación. No es necesario que se haga explícito que cualquier crítica se paga con el ostracismo, lo que ha convertido a IU en un partido de culto al líder y ausencia absoluta de debate.
IU y el PCE han dejado cualquier discurso diferenciado de Podemos para la intimidad. Las propuestas de Unidos Podemos y su actuación parlamentaria posterior son dictadas de forma unilateral por Podemos sin ni siquiera mantener las formas externas. Se quiere dejar muy a las claras quién manda, como refleja la humillación pública a la que se sometió a Alberto Garzón cuando se repartieron las portavocías del grupo Unidos Podemos en el congreso.
Su gran problema es el progresivo alejamiento de la clase obrera real en favor de unas élites de intelectuales y artísticas a los que une su propia autoreferenciación progre y coolmientras desprecian al trabajador real. Un mundo de activistas, movimientos sociales y ONGs, la mayoría viviendo de su activismo, su movimientización social o su ONGismo, que en nada preocupan al capital y que con su continuo discurso moralista e identitario contribuye a la división de la clase obrera.
La ausencia de un discurso propio y la total sumisión a Podemos hace de IU y el PCE un instrumento tan inútil como el propio Podemos en lo que respecta a la defensa de los derechos de la clase trabajadora.
En el extremo final nos encontramos a las decenas de partidos y grupos anticapitalistas y comunistas. Aunque por otras razones, la influencia de estos partidos en la lucha por la defensa de los derechos de la clase trabajadora es igualmente escasa. Por un lado su conexión con los obreros es muy limitada. Ni el lenguaje ni en muchos casos los temas que tratan son percibidos por los trabajadores y trabajadoras como algo cercano. La mayoría de estos partidos profesan una ideología comunista pero no han realizado el trabajo de adaptar y explicar qué es el comunismo en la actualidad.
Más allá de una referencia genérica a la revolución, los partidos comunistas no aciertan a definir cómo sería la hoja de ruta a seguir en la batalla contra el capitalismo. Aunque es evidente que el capitalismo y la explotación de la clase trabajadora es el origen de esta sociedad de injusto reparto de la riqueza, es necesario algo más para poder atraer a la clase trabajadora. Es necesaria una hoja de ruta que pueda atraer a la clase obrera, algo mucho más cercano que la promesa quimérica de una revolución.
Tienen además estos movimientos una enorme tendencia a la atomización fruto de su frecuente sectarismo y en muchas ocasiones olvidan a quienes componen la gran mayoría de la clase trabajadora por su atracción casi mística por el lumpen-proletariado.
Por otro lado estos movimientos minoritarios también han sufrido la invasión de las clases medias en las últimas décadas. En la mayoría es difícil encontrar obreros y es mucho más frecuente la presencia de intelectuales y élite trabajadora. La cercanía social y cultural de éstos con los integrantes de la nueva política ha contaminado enormemente a estos partidos minoritarios. No es difícil encontrar en ellos muchos de los malos vicios de los partidos progresistas, como el imperialismo humanitario o la política de la identidad. Esta cercanía social y cultural hace que con frecuencia centren su acción en las mismas “causas” que la izquierda progresista, confiando cualquier diferenciación de la misma únicamente al lenguaje con el que se defienden dichas causas.
La poca fuerza con la que cuentan complica aún más la situación. Ante la falta de recursos para producir sus propias ideas y realizar sus propios análisis acaban en muchos casos defendiendo las ideas que los think tanks progresistas, bien financiados por el capital, producen. Siguiendo con la idea expresada anteriormente, más que determinar cuáles deben ser los ejes centrales de la lucha de la clase trabajadora en nuestros días lo que hacen es adornar con lenguaje “de clase” las causas progresistas.
El resultado es que la izquierda, absolutamente toda la izquierda, tiene dos problemas fundamentales, sin cuya superación es imposible construir algo que pueda revertir la explotación de la clase trabajadora. Por un lado, no tiene una alternativa real y articulada al capitalismo. En el mejor de los casos se limita a una crítica de los excesos del neoliberalismo y la austeridad, pero sin ser capaz de proponer algo alternativo. Cuando la cortedad y el fracaso de ese discurso no se puede ocultar, como el caso de Syriza en Grecia, se ignora el problema y se sigue manteniendo en España el mismo discurso que ya fracasó antes.
Por otro lado su alejamiento de la clase obrera es enorme. Las preocupaciones de los trabajadores y trabajadoras poco tienen que ver con lo que se discute en los comités de los partidos o se habla en las tertulias políticas. Ese vacío está siendo progresivamente llenado por los partidos de ultraderecha, cuyo ascenso es el colofón que marca el fracaso de la izquierda política.
Sin la solución de estos dos problemas su camino a la irrelevancia no tendrá vuelta atrás…
“Nuestra tarea es la crítica despiadada y mucho más contra aparentes amigos que contra enemigos abiertos”, Karl Marx.
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NOTAS:
1Es evidente que el capitalismo no explota igual a todos los trabajadores. Existe una élite trabajadora que comparte parte de los privilegios del capital y que actúa como garantía de perpetuación de éste, imponiendo la visión capitalista como única posible.
2Que a cierta edad uno crea que lo ha inventado todo tampoco es nada nuevo, le ha pasado a todas las generaciones desde el principio de los tiempos.
3De hecho, centrar su crítica en la corrupción, su constante a apelación a su preparación y su discurso transversal y de sentido común, recuerdan mucho al discurso de Aznar a principios de los años 90.
4La alianza de Cifuentes y Carmena en su intento de atraer a los especuladores de la City londinense a Madrid después del Brexit deja muy claro cuál es la política que defienden estos “ayuntamientos del cambio”.
5Como andaluz me resultan especialmente repugnantes los constantes insultos de ERC a la clase trabajadora andaluza y extremeña. Que un partido así se defina como de izquierda muestra hasta que punto se ha vaciado de contenido el término.
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